A la búsqueda del “alicante”.
Tras las huellas de un animal fantástico por la Sierra de Cádiz.




Herederos de aquellos animales mitológicos del mundo clásico (centauros y gorgonas, quimeras y arpías, esfinges y unicornios) aunque con bastante menos literatura a sus espaldas, perviven también en la memoria colectiva del mundo rural seres fantásticos que, mucho más modestos que los citados, han poblado durante siglos las leyendas y cuentos de nuestros pueblos. En esta amplia nómina de animales fabulosos encontramos más cerca de nosotros especies como el basilisco, el murgaño o musgaño, la tarasca, el ardacho, el culebré… Entre los más populares de nuestras latitudes se citan también otros como el gambusino o gamusino, la alicántara, el eslabón, el ardacho, el saetón, la temida bicha…

Además de compartir ese mismo “hábitat” de lo fantástico, si hay alguna característica común a todos ellos es que, desplegando su variada suerte de fieros atributos, pican, muerden, adormecen o envenenan a sus víctimas. Así, por ejemplo, se dice en Extremadura que “si te pica un murgaño no vives un año”, y en la sierra de Madrid, se asegura que “si te pica un eslabón vas directo al panteón”.

De aquellos animalarios medievales, perdido en los estantes del tiempo y del olvido, rescatamos hoy el mito del “alicante”. El lector avisado tendrá que tomar, en todo caso, las debidas prevenciones ya que este curioso animal, que puebla ese territorio misterioso donde la realidad se confunde con la imaginación, es una bestia muy peligrosa que puede morder y picar a quienes se adentran en sus dominios.

Por la sierra de Cádiz, a la búsqueda del alicante.



Todo empezó hace casi treinta años, en 1985, cuando preparábamos con Carlos Bel la “Guía Naturalista de la Sierra Norte” (1) recorriendo los rincones más escondidos de las serranías gaditanas. Fue entonces cuando oímos hablar por primera vez del “alicante”, un extraño animal en cuya pista nos puso nuestro amigo Adolfo Etchemendi, quien por entonces trabajaba como maestro en Zahara. Desde el primer momento, nos fascinó aquel ser misterioso y enigmático que “habitaba” en el imaginario colectivo de los pueblos de la sierra, uno de los últimos representantes de esa zoología fantástica, a mitad de camino entre lo legendario y lo real. En la memoria popular se guardaban los relatos de encuentros con “el alicante” que habían transmitido cabreros y cazadores furtivos, leñadores y carboneros, bandoleros, arrieros, rebuscadores que recorren los montes con su saco de arpillera… Quienes andaban por los parajes más abruptos y recónditos de la sierra, tarde o temprano se arriesgaban a cruzarse en el camino de aquel misterioso y peligroso animal que la superstición había mantenido vivo durante siglos.



Poco tiempo después, en las proximidades de Arroyomolinos, tuvimos la suerte de encontrarnos una tarde con S. T., un pastor zahareño quién nos aportó curiosos datos y dichos sobre las creencias populares en torno al “alicante”, nos puso al tanto de los riesgos a los que quedábamos expuestos en un hipotético encuentro con aquel animal y completó la información que Adolfo nos había facilitado acerca de su fisonomía y de los “lugares” en los que habitaba. Desde entonces hemos seguido su pista por los rincones más ásperos y anfractuosos de la sierra y, cada vez que cruzamos por el interior de un bosque, o cuando caminamos por pedregales y riscos, siempre que caminamos solos por lugares apartados y escondidos… tememos encontrarnos con el temible “alicante”.

Un enigmático animal.

Sobre este extraño animal se han publicado varios estudios entre los que destacamos el de José Gilabert Carrillo, “La alicántara, el alicante y el saetón” (2), una deliciosa investigación sobre algunos de estos seres de leyenda que pueblan nuestros montes, que recomendamos al lector curioso, y que nos ha sido muy útil para completar los datos que recogimos de primera mano en distintos lugares de la sierra de Cádiz. En la serranía de Grazalema y también en otros puntos de Los Alcornocales, el imaginario popular, asocia al “alicante”, mayoritariamente, con un reptil. Es curioso como cazadores, pastores, y lugareños (habitualmente personas mayores) afirmaban haberse tropezado en alguna ocasión con él. Y no es extraño que así sea, como veremos más adelante.

Algunos refranes serranos están dedicados a este curioso animal. Se dice por ejemplo que “si la víbora corriera y el alicante viera, nadie a la sierra fuera”, existiendo también la variante que afirma que “si el alicante viera y la víbora oyera, no habría hombre que al campo saliera”. Otro dicho, nos pone en la pista de que el alicante carece de patas: “si el alicante viera y corriera, nadie a la sierra fuera”. Entre las características físicas más destacadas de este “animal”, las diferentes descripciones parecen apuntar a una serie de rasgos que se resumen en: cuerpo



alargado y cilíndrico, ápodo (o con patas muy cortas), desplazamiento reptante, peludo (en la mayoría de los casos), dentado… y -en muchas descripciones- ciego. Su principal mecanismo de defensa es la picadura o mordedura que, según las distintas fuentes, pueden llegar a ser venenosas y aún mortales. De ahí el dicho conocido en algunos pueblos de “si te pica un alicante, busca un cura que te cante”, o el que se conoce por otras provincias: “a quien le pica el alicante muere al instante” (2)

En la primera edición del Diccionario de la Lengua (1726) encontramos ya una completa y detallada descripción del “alicante” que refuerza algunos de los mitos que aún pervivían en el siglo XVIII en el imaginario popular definiendo a nuestro animal como “(…) Espécie de culébra conocida en tierra de Sevilla, corta como de vara y média, gruessa como la pierna de un hombre, la cabeza mayor de lo que corresponde á este tamaño. Tiene muchos dientes como colmillos de gato, la piel manchada de pardo obscuro sobre campo ceniciento, y en alguna se ha visto verde claro: las labores que forman las manchas son como en la víbora. Es ferocísima, y embiste aunque no la inquieten. Su veneno es mortal, y á más de esto es tanta su fuerza, que suele despedazar y matar á un hombre. Hállase rara vez”.(3) Como ven, una descripción inquietante que más parece apuntar a un animal fantástico que a uno real.

Intentando aclarar el misterio

Como nuestros pacientes lectores ya habrán podido suponer, tras el halo de leyenda que rodea a esta peligrosa bicha, hay un animal real (o tal vez varios), deformado e idealizado por las visiones que de él se tienen en la soledad del monte, unas veces por la superstición y otras por el miedo. Entonces, ¿existe realmente el alicante?

El diccionario de la R.A.E en su edición más reciente, abandona ya aquella descripción del animal que lo situaba en las fronteras de lo fantástico, definiendo al “alicante” como “especie de víbora de siete a ocho decímetros de largo y de hocico remangado. Es muy venenosa y se cría en todo el mediodía de Europa”. Para muchos autores, esta especie se identifica con la víbora hocicuda (Vipera latastei). Por su parte, el “Larousse” lo define como “víbora de unos 80 cm. de longitud, con un pequeño cuerno blando en el extremo del hocico. Tienen el cuerpo macizo y de color blanquecino, gris azulado o pardo con manchas de colores vivos. Son muy venenosas y viven en el Sur de Europa. Especie Vipera latastei y V. ammodytes”. Esta última especie es la conocida popularmente como víbora cornuda. Paz Martín Ferrero, en su Diccionario Rural sobre el habla de los pueblos de Cádiz (4), cita a la “alicanta” como “lución en Arcos, Olvera, Facinas, Castellar y otros lugares". Dado que no consta la presencia del lución en Cádiz, la autora debe referirse al eslizón, abudante en la provincia. Se trata de un saurio de cuerpo muy alargado y extremidades muy reducidas que semeja una pequeña serpiente con patas diminutas.

Distintas fuentes (2), añaden a la lista de “especies candidatas” a desbancar al alicante de la zoología fantástica, otros ofidios como la culebra de herradura (Hemorrhois hippocrepis), la culebra bastarda (Malpolon monspessulanus) o la culebra de escalera (Rhinechis scalaris). No faltan tampoco los que consideran que esta feroz serpiente, esta peligrosa bicha, esta temible “culebra peluda”, no es un reptil sino un mamífero. El candidato a ser identificado con el alicante sería, según distintos autores (notas 2 y 5), el meloncillo (Herpestes ichneumon), tan común en nuestros montes. Un rasgo característico de esta mangosta es que las crías siguen a la madre en fila india, de modo que este “tren de meloncillos”, visto pasar fugazmente entre la cerrada espesura del monte pueda parecerse a la “culebra gruesa y peluda” a la que aluden muchas de las descripciones populares referidas al alicante.

No nos resistimos a traer aquí el testimonio que sobre nuestro miserioso animal, aporta Mauricio González-Gordon, naturalista de gran prestigio, impulsor del Parque Nacional de Doñana y de la Sociedad Española de Ornitología. En uno de los capítulos del libro dedicado a W.H. Riddell, pintor y naturalista (5), cuenta González-Gordon que cuando era apenas un joven, visitaba a Riddell en su Castillo de Arcos y, en sus conversaciones, no faltaban nunca las referencias a la caza, a los avistamientos de aves, y a los animales en general. Riddell tenía también especial interés por esas otras especies faunísticas que poblaban la imaginación de los pueblos serranos y así, señala González Gordon que “en varias ocasiones dedicamos también ratos al animal legendario “Alicante”, del que tanto él, como yo habíamos oído hablar y que los hombres del campo describían como “culebra gruesa y peluda con dientes de gato, venenosa y muy peligrosa”. Ninguno de los que decían haber visto un “alicante” fueron capaces de “cobrarlo”, a pesar de llevar escopeta cuando lo vieron reptando en el monte bajo. El no disparar lo atribuían a haber quedado “alobados”. Riddell decidió ofrecer, y así creo que lo hizo, la cantidad de cincuenta libras esterlinas a quien le trajera un “alicante”, vivo o muerto. Me explicaba que el creía que lo que en aquellos tiempos se consideraba una culebra gruesa y



peluda era sencillamente una familia de Meloncillos, caminando en fila india, enganchados unos a otros para no perderse, como es costumbre en ciertos animales de monte bajo y espeso… Recientemente he comentado el asunto con Miguel Delibes y cree, como Riddell, que el mítico “alicante” debe haber surgido de esta costumbre de ciertos animales, como los meloncillos, de andar con las crías en fila india y si en alguna ocasión se les disparaba se rompía en “trozos” que desaparecían en distintas direcciones desconcertando al cazador que huía del lugar
". Curiosa explicación de estos reputados naturalistas que apuntan una más que probable solución al misterio del alicante.(6)

Pese a todo, cuando caminamos por parajes solitarios de la sierra, cuando nos adentramos en un bosque cerrado o paseamos por el monte, cada vez que escuchamos un brusco movimiento de ramas entre la espesura, nos parece sentir la cercanía de este fantástico animal. Entonces recordamos las palabras de M. González Gordon y de W. Riddell y, con una sonrisa, seguimos nuestro camino confiando en que, pese a todo, el mito y la leyenda del alicante no se pierdan.


Para saber más:
(1) Bel Ortega, Carlos y García Lázaro, Agustín (1990): La Sierra Norte. Guías naturalistas de la Provincia de Cádiz. Diputación Provincial de Cádiz. Pgs. 73 y 101.
(2) Gilabert Carrillo, J.: La alicántara, el alicante y el saetón, 2008. http://www.lacasadelarbol.es/4AAS.pdf
(3) Diccionario de la Lengua Castellana. Tomo I que contiene las letras A y B. Madrid, Imprenta de Frnacisco del Hierro. Impresor de la Real Academia, 1726. Voz “Alicante”, p. 212.
(4) Martín Ferrero, Paz.: El Habla de los pueblos de Cádiz. Diccionario Rural. Quorum Libros Editores, Cádiz, 1999
(5) VV.AA.: W.H. Riddell. Pintor y Naturalista 1880-1946. Caja San Fernando, Diputación de Cádiz y Asociación de amigos del parque Natural de los Alcornocales. 2002. Pg. 21-23
(6) Pese a la pervivencia del “mito” del alicante, resulta llamativo que no se recoja ningún relato ni alusión sobre él en la excelente publicación de J.A. del Río Cabrera y M. Pérez Bautista, Cuentos Populares de Animales de la Sierra de Cádiz, Publicaciones de la Universidad de Cádiz. Diputación provincial, 1998.

Procedencia de las ilustradiones:

(1),(2),(4) y (5): Fotografías cedidas por nuestro amigo Jose Manuel Amarillo Vargas.
(3) http://www.fotonatura.org/
(6) http://laciguenaexpress.wordpress.com/
(7) http://naturalezaenbailen.blogspot.com.es/2012/08/familia-de-meloncillo-en-burguillos.html

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con El paisaje y su gente y Flora y fauna.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 25/01/2014

Un paseo por los Montes de Propios de Jerez.
Itinerario de La Albina.




Los Montes de Propios de Jerez tienen su origen hace más de siete siglos, tras la conquista cristiana del territorio, como resultado de la agregación del término de Tempul al alfoz de nuestra ciudad en el año 1300 por la donación del rey Fernando IV. Este inmenso patrimonio municipal, que debió contar durante el siglo XVIII con más de 35.000 hectáreas, se ha visto reducido en la actualidad hasta una superficie aproximada de 7.000 hectáreas, enclavadas en el Parque Natural de Los Alcornocales. Paradójicamente, estos montes que nacieron como bienes comunales, es decir, propiedad del «común» de los vecinos de Jerez, permanecieron hasta hace unos años cerrados e inaccesibles en la práctica para los jerezanos. Las reivindicaciones de diferentes colectivos ciudadanos agrupados en la Plataforma para la regulación del Uso Público de los Montes de Propios de Jerez, se vieron parcialmente atendidas con la apertura en diciembre de 2004 de cuatro itinerarios para la práctica del senderismo y la educación ambiental. (1)

En la actualidad, las rutas (2) para conocer estos espacios naturales de gran riqueza ecológica y paisajística, son las de Rojitán, Cerro del Charco, Brañahonda y La Albina, estando en estudio la apertura de otras cinco por los parajes de Pico de la Gallina, Montifarti, La Jarda-Casa de Torres, El Quejigal y La Jarda-Arroyo del Parral.



En nuestra visita de hoy, en torno a Jerez, vamos a recorrer uno de los itinerarios más completos y variados de entre los que actualmente pueden realizarse en los Montes de Propios: el de La Albina. ¿Nos acompañan?

Por el Arroyo del Astillero.



Nuestro paseo se inicia en las inmediaciones del Puente del Arroyo del Astillero donde dejaremos aparcados los vehículos y al que habremos llegado por la carretera que conduce al Charco de los Hurones. Como el resto de las rutas autorizadas, el itinerario de La Albina discurre en su totalidad por espacios enclavados en el Parque Natural de los Alcornocales. Con un recorrido circular cercano a los 12 km., en su mayor parte por pistas forestales. Por las características de su entorno está considerado como de dificultad media-baja, siendo muy recomendable para todos los que quieran acercarse al conocimiento del bosque mediterráneo.

Junto al puente, bien señalizado, parte el camino que conduce a La Alcaría que recorreremos en sus primeros quinientos metros. Llegaremos entonces, tras pasar por un llano con magníficos ejemplares de quejigos, a una angarilla situada junto a la puerta de acceso a dicha finca, a la derecha del camino y en las proximidades de la casa del Astillero.

Desde aquí parte una pista forestal que se interna, en este primer tramo, por un alcornocal aclarado donde no faltan acebuches y quejigos. Al poco, el camino avanza en paralelo al cauce del Arroyo del Astillero que nos acompaña a nuestra izquierda durante buena parte de nuestro itinerario. Salvo en determinados periodos de la estación seca, el agua corre por entre los grandes cantos de arenisca que salpican su cauce y se remansa en pozas y albinas. Su murmullo nos acompañará a lo largo de todo el recorrido.



El curioso topónimo que da nombre a este arroyo (que en algunos mapas figura indistintamente como del “Artillero”), alude a la antigua vinculación de estos montes a la Armada ya que, especialmente en el siglo XVIII, los veedores de la Marina seleccionaban en estos bosques los mejores ejemplares de quejigos para utilizar su madera en la construcción naval. (3)

El Arroyo del Astillero se forma con la unión de los arroyos Albina de las Flores, de La Zarzalera y del Quejigal, a los que se suma después el de La Alcaría. Su cauce está escoltado por la típica vegetación de ribera presente en los “canutos” de estas sierras del sur y en el bosque en galería no faltan especies arbóreas como alisos, fresnos o sauces, siendo también frecuentes otras de porte arbustivo como tarajes, adelfas, ojaranzos o avellanillos. Una espesa maraña vegetal oculta a veces la visión del arroyo debido a que en sus orillas, en las zonas más húmedas y umbrosas, prospera una densa vegetación arbustiva, así como especies trepadoras entre las que pueden verse zarzas, escaramujos, durillos, nuezas, zarzaparrillas, hiedras…

En un pequeño claro que se forma en las laderas, a la derecha del sendero, encontramos un pilón que alimenta un cercano manantial protegido por una rústica construcción. Se trata de la fuente del Carrizalejo, como nos informa A. Barroso Robles. Estos y otros elementos se restauraron gracias a un Campo de Trabajo. Muchos de estos manantiales y fuentes de los Montes están siendo catalogados por J.M. Amarillo Vargas y J.A. Sánchez Abrines y pueden consultarse en www.conocetusfuentes.com (4)



A partir de este punto, cuando apenas hemos recorrido 1,5 km, una malla metálica (a la izquierda del sendero) nos acompañará durante un buen trecho, impidiendo el acceso al arroyo y siendo una auténtica “barrera” para la fauna silvestre a pesar de las “pasaderas” que se han practicado en su base, cada cierta distancia, para el paso de pequeños mamíferos. Entre los alambres de esta vallado encontramos en una ocasión lo que quedaba del esqueleto de un pequeño corzo que, atrapado sin posibilidad de escapar, acabó por morir sirviendo de alimento a los buitres que, desde este lugar, pueden verse posados en los cercanos riscos que despuntan al otro lado del arroyo. A los pies de este lomo rocoso se une al Arroyo del Astillero el de La Alcaría.



Junto al sendero, en pequeños claros del bosque, nos será fácil ver las soleras de los antiguos hornos de carbón, los boliches. En épocas pasadas el carboneo ocupó a no pocos arrieros, pastores y carboneros en estos parajes. Acebuches, agracejos y, sobre todo quejigos, proporcionaron leña abundante para la fabricación de carbón vegetal. Viejos quejigos, desmochados y deformados nos muestran las cicatrices de aquellas podas inadecuadas que facilitaban después el ataque de hongos y parásitos. Con ellos venían de la mano los procesos de pudrición de la madera que acabaron con muchos ejemplares centenarios.

Camino de la Albina.

El grueso tronco de uno de estos grandes quejigos, abatido por el viento, obstaculiza el paso por el camino, poco antes de que se termine el vallado y se cruce el lecho del arroyo por un pequeño vado fácilmente franqueable. A partir de este punto el sendero deja a su derecha el arroyo mientras discurre a los pies de la Loma de los Alcázares. En sus laderas el bosque se aclara presentando una zona más abierta de vegetación en la que se suceden pequeños prados. Estamos ahora en la Vegueta de La Papicha y donde encontramos otro pilón alimentado por la fuente de la Papicha. El manantial está protegido por una pequeña hornacina construida con bloques de arenisca y coronada por un singular tejadillo cónico. (4) Entre los prados, a la sombra de los alcornoques y quejigos, junto a los espinos, durillos y labiérnagos, oyendo el rumor del arroyo, descansamos un rato para reponer fuerzas.



Continuamos de nuevo el camino para llegar, al poco, a un hermoso paraje en el que el arroyo forma una gran poza alargada, una “albina”, sombreada por fresnos, alisos y quejigos. Las albinas son, en estos entornos serranos, las pequeñas zonas encharcadas que se concentran en las vaguadas de las vegas y en los llanos que se abren en el bosque, cuyo suelo arcilloso actúa como base impermeable que permite la acumulación de agua (5).



Situadas en la mayoría de los casos al pie de la falda de un monte, también se aplica este nombre a las pozas y charcas que se forman en el cauce de los arroyos y que se mantienen con
agua durante el verano, mientras el resto del cauce está seco.

Seguimos nuestra ruta tras recrearnos en este paraje y en la “albina”. Al cruzar a la otra orilla del arroyo reclamarán nuestra atención unos curiosos cercados que volveremos a encontrarnos en otos lugares del itinerario. Se trata de trampas para cerdos ibéricos asilvestrados que se han hibridado con los jabalíes autóctonos. En sus proximidades podremos ver también unas pantallas de brezo que no son sino un “observatorio” de corzos, que acuden también a este rincón del bosque donde se han dispuesto comederos debidamente protegidos para que en ellos no puedan entrar los “cochinos” o los venados.



Por el alcornocal.

Tras un pequeño repecho, abandonamos el llano de la “albina” para llegar a una pista forestal. Hasta este punto habremos recorrido algo más de 4 Km. desde que iniciamos nuestro itinerario.


Tomaremos la pista en sentido ascendente, es decir, hacia la derecha, internándonos por las laderas de umbría, cubiertas de alcornocal, de la Loma del Charco, Majadal Alto, Cerro de Malilla y Cerrro del Charco. Durante casi 5 km, la pista ira ganando altura suavemente los que nos permitirá obtener magníficas vistas de todo el conjunto de sierras y cerros escarpados que constituyen los Montes de Jerez.

A lo largo del camino se suceden los cercados con trampas para “cochinos asilvestrados”, los comederos y bebederos para corzos y unas curiosas artesas de madera a las que los venados acuden en busca de la sal que la guardería de los Montes les proporcionan. De vez en cuando, nos sorprenden en las laderas soberbios ejemplares de alcornoques o de quejigos, que siguen apareciendo en las zonas más umbrosas donde es fácil también ver helechos, polipodios, ombligos de Venus, doradillas, musgos y líquenes… creciendo sobre las cortezas y las horquillas de los árboles o tapizando las lajas y los grandes bloques de arenisca ocasiones llamarán la atención del paseante las gruesas lianas de las hiedras, que salpican el bosque. En auténticos “troncos” de gran grosor, que rodean a los árboles que les sirven de soporte.

A lo largo del sendero tendremos también ocasión de observar las numerosas especies que pueblan el sotobosque del alcornocal en el que no faltan jaras y jaguarzos, lavandas, escobones, brezos, aladiernos, agracejos, madroños, durillos, labiérnagos, ruscos o laureles (más escasos) por citar sólo algunas. Si realizamos el itinerario en primavera disfrutaremos aún más de la floración de numerosas especies arbustivas o herbáceas que harán de nuestro paseo, una oportunidad inigualable para observar flores. En esta ocasión, la jara pringosa, las aulagas y las lavandas y cantuesos ponían la nota de color en las laderas más abiertas del alcornocal a ambos lados del camino. Un guarda nos recordaba aquello de “cantueso florío, corzo parío”.

Tras una caminata de casi cinco kilómetros, la pista llega a lo más alto, próxima ya a su fin, dejando ver al norte la presa y la lámina de agua del embalse de Los Hurones y los perfiles de la Sierra del Pinar y de la Sierra de la Silla. El paseante puede observar estos dilatados horizontes desde un mirador a la orilla del camino en cuyas cercanías un mogote de arenisca guarda en sus paredes un curioso abrigo rupestre.

A partir de este punto se inicia un suave descenso y, unos 500 m. más abajo, abandonaremos la pista para tomar un sendero a la derecha que nos conduce hasta la cercana casa del Charco perteneciente a la guardería forestal de los Montes, al pie de la carretera. Desde aquí caminando algo más de un km en un suave descenso por la orilla de la carretera, llegaremos hasta el puente del Arroyo del Astillero, donde iniciamos horas antes nuestro recorrido, dando así fin a nuestro itinerario.




Para saber más:
(1) Plataforma para la regulación del Uso Público de los Montes de Propios de Jerez.:La regulación del uso público de los montes de propios de Jerez: una propuesta abierta”. Jerez, 2001. Informe coordinado por J. Cabral Bustillo.
(2) Barroso Robles, A y Márquez Rosado, J.: Itinerario de uso público por los Montes de Propios de Jerez. Mapa Guía. Ayuntamiento de Jerez. Delegación de Medio Ambiente. 2005
(3) Una relación de las principales especies maderables de nuestros montes, en las que tenía interés la Marina puede verse en los trabajos de J. Espelius (1760) “Carta Geographica, o Mapa General de los Pueblos, Montes, y sus Prales. arboledas y extenciones, justicias, guardas q. los custodian, vecindarios, matriculads. y embarcacs., q. comprenn. la Prova. de Marina de Sn. Lucar de Barrameda según la inspecn. del año 1754, una de las que compon. la Yntena. Gl., d'Cadiz Execudo. cn. Rl. apron. pr. el Yngro. Extrio., D., S., M., Dn., Jph. Espelius”, disponible en internet.
(4) J.M. Amarillo Vargas y J.A. Sánchez Abrines han realizado la catalogación de buena parte de las fuentes, manantiales, pozos y abrevaderos de los Montes de Propios de Jerez. Las fichas de estos trabajos pueden consultarse en www.conocetusfuentes.com
(5) VV.AA.: Guía de los Montes de Propios de Jerez de la Frontera. Biblioteca de Urbanismo y Cultura. Ayuntamiento de Jerez, 1989, pp. 105-107.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 18/01/2014

Nuestro patrimonio ferroviario.
Algunos elementos singulares de la línea férrea de Jerez a El Portal.




En la memoria colectiva de nuestra ciudad se guarda como uno de los logros más brillantes el haber contado con la primera concesión otorgada en España para la construcción de un “camino de hierro”. La iniciativa, promovida por José Díez Imbrechts en 1829, pretendía unir Jerez con el embarcadero de El Portal y facilitar así el transporte de vinos hacia la Bahía a través del río Guadalete. Aunque no llegó a materializarse, su hijo Luis Díez Fernández de la Somera, conseguirá dos décadas después hacer realidad el primer proyecto ferroviario de Andalucía al obtener en 1850 la concesión para construir y explotar una línea férrea entre Jerez y El Puerto de Santa María, que se vería ampliada un año más tarde hasta El Trocadero.

La obra supuso un revulsivo económico y comercial en el Jerez de mediados del siglo XIX al facilitar la salida de nuestros vinos hacia los puertos de la bahía de Cádiz, evitando así el costoso y accidentado transporte fluvial por el Guadalete. No es de extrañar por ello que este gran proyecto figure, junto al de la construcción del acueducto de Tempul para el abastecimiento de agua potable a la ciudad, como uno de los más relevantes de cuantos se acometieron en el pujante Jerez del XIX.

El lector interesado puede profundizar en los pormenores históricos y financieros de esta magna empresa en los trabajos de investigadores como Diego Caro Cancela, Julio Pérez Serrano y, especialmente, de Francisco Sánchez Martínez, autor este último a quien debemos los más completos y documentados estudios sobre la historia del ferrocarril en Jerez y su entorno. Nosotros vamos a ocuparnos de un aspecto mucho más modesto relacionado con algunos elementos “materiales” de esta obra, que formaban parte de ese “paisaje ferroviario” entre Jerez y El Portal, tratando de rescatar las imágenes de los viaductos que se construyeron para la misma, y que lamentablemente han desaparecido en los últimos años.

Aquellos días de mayo de 1852.



La puesta en marcha de las obras tuvo lugar el 24 de mayo de 1852. Un asunto de tanta trascendencia tenía que ser forzosamente reflejado en el periódico local, “El Guadalete” que al día siguiente recogía: “Ayer se abrieron los trabajos de la línea primera de ferrocarril que se emprende en las Andalucías (…) entre esta ciudad y el Trocadero, punto tan vecino a Cádiz y tan en su radio que puede decirse que alcanza su población. Verdaderamente esta línea es entre Cádiz y Jerez”. Su autor, Francisco García Pina, terminaba su artículo subrayando la importancia de la obra y “… la nueva época que se abre para esta provincia”.



Para conocer más en detalle algunos pormenores, nada mejor que asomarnos a la Revista de Obras Públicas que en 1853, en un artículo titulado “Ferro-carril de Jerez al Trocadero”, daba cuenta de la construcción de las obras de aquella primera línea férrea de Andalucía. En sus páginas podemos descubrir cómo era ese nuevo “paisaje ferroviario” que empezaba a perfilarse en nuestra ciudad y que, desde entonces forma ya parte de ella:

Esta línea, que ha de ser la primera que en la hermosa Andalucía ha de hacer conocer el poder de las locomotoras, dando vida y animación á los pueblos que recorre, no tiene más estensión (sic) que 27 kilómetros, que pueden subdividirse en dos secciones; la primera que consta de 15 kilómetros ente Jerez y El Puerto de Santa María, y la segunda entre este punto y el Trocadero. Los trabajos de la primera sección están ya muy adelantados. Pudiéndose abrir ya al público para primeros de año…

El artículo describe el estado de las obras de esta primera sección, entre Jerez y El Portal, que se encuentran ya muy avanzadas, informando lo siguiente:

La estación de Jerez se ha colocado en la plaza llamada del Egido, que teniendo por avenidas parte de las principales calles de la población, contribuye además por su estensión (sic) á la colocación cómoda y espaciosa de los edificios necesarios para la buena explotación: en esta estación se hallan casi concluidos los que han de servir para descanso de los viajeros, la cochera de locomotoras, la cerca que la separa de la población con sus correspondientes entradas, andenes y porterías, los cargaderos de carruajes y de mercancías, talleres provisionales y toda la explanación. La colocación de estos edificios se ha dispuesto de modo que si para mayor comodidad del público se quieren tomar los viajeros en el centro de la población, puedan unirse las vías de entrada y salida con dicho centro”.

La antigua estación, construida entre diciembre de 1852 y septiembre de 1853 en un emplazamiento próximo al de la actual plaza de Madre de Dios, debió ser un imponente edificio para el Jerez de la época, tal como se refleja en las viejas fotografías y grabados que de ella se conservan. Esta zona de la ciudad, conocida como El Egido, en las proximidades del barrio de Vallesequillo, sufriría importantes transformaciones y considerables desmontes para dejar paso a las trincheras del corredor ferroviario, tal como describe la Revista de Obras Públicas:

Unidas todas las vías de la estación en frente de la población de Vallesequillo, sale la línea atravesando el cerro del Molino de Viento, en una estensión de un kilómetro con la pendiente 1/100 y dos curvas de 416 y 970 metros de radio: este desmonte, cuyas cotas varían desde 1 hasta 16 m., tiene un volumen de 86.600 metros (148.259 varas cúbicas)…

Para desplazar este importante volumen de materiales generado en el movimiento de tierras que fue preciso realizar, se utilizaron 16 “wagones” de 2,70 m3 de capacidad. Una pequeña parte de “lo excavado fue empleado en el primer terraplén inmediato a la estación. Más de 15.000 m3 se dispusieron formando caballeros”, como se denominaba en el argot técnico a los depósitos de tierra sobrante que se colocaban al lado y en lo alto de los desmontes. Sin embargo, la mayor parte del material extraído en la gran trinchera que hoy observamos bajo el Parque de Vallesequillo fue conducido en vagonetas para formar el gran terraplén que se trazó en las laderas del pago de Solete, que aún observamos hoy, recrecido, tras la barriada del MOPU. En su construcción se emplearon más de 70.000 m3 de tierra.

Este trozo de la línea atraviesa el camino que va a la famosa Cartuja de Jerez en un sitio en que la cota del desmonte es de 11 metros, por lo cual ha sido necesario proyectar un puente para dar paso por debajo á la línea del ferro-carril. Este puente se va a ejecutar de piedra de las canteras llamadas de Matasanos, para lo cual están acopiados todos los materiales al pie de obra para dar principio en cuanto se concluya el desmonte en este sitio: el viaducto tendrá tres arcos, el central de las dimensiones suficientes para las dos vías, y los laterales de menores dimensiones proyectados con el objeto de aligerar los estribos”.

El mencionado viaducto es el que luego sería conocido como “Puente de Cádiz”, demolido hace casi una década con las obras del Proyecto de Integración del Ferrocarril en la ciudad. Las imágenes que traemos aquí fueron tomadas a mediados de los noventa del siglo pasado y nos presentan el puente de tres arcos, construido con sillares de arenisca calcárea de las canteras de la Sierra de San Cristóbal, tal como lo describe en 1853 la Revista de Obras Públicas.

Camino de El Portal.

Pasado este desmonte se sale en línea recta al terraplén indicado anteriormente. La altura de este terraplén varía desde 2 hasta 9 metros, y su estensión escede de 800 metros, continuando la misma pendiente que a la salida de Jerez: en este trozo se han hecho tres alcantarillas para dar salida a las aguas vertientes llamadas de Solete; continua la línea en una estensión de 2 kilómetros con desmontes y terraplenes que varían desde 1 á 7 metros de atura, por medio de dos curvas unidas por una recta hasta el camino que desde la carretera general conduce á la cartuja. En este punto se ha hecho un viaducto para el paso del ferro-carril, que se une á un terraplén de 8 metros de altura y 14,600 metros de volumen; este terraplén ha sido ejecutado por destajistas vizcaínos con toda perfección".

El segundo de los viaductos de la obra es el que permitía el paso del camino que unía la carretera general de Madrid a Cádiz (a la altura de la actual Depuradora de Aguas Residuales de Jerez), con La Cartuja: el lugar conocido como “Puente del Duque”. Este “puente”, que pudimos fotografiar por última vez días antes de su demolición en 2006, era una sólida construcción de sillares de arenisca que “prestó sus servicios” durante un siglo y medio hasta el trazado del nuevo viaducto del ferrocarril inaugurado el 27 de julio de 2007. En su día se comentó la posibilidad del desmontaje del “Puente del Duque” para su posterior reconstrucción en otro paraje, al ser un elemento singular de nuestro patrimonio ferroviario... Resulta evidente que no fue así, desconociendo por nuestra parte el destino final de sus sillares. En estas páginas hemos querido recordar esta modesta obra de nuestro patrimonio ferroviario, ya desaparecida, para guardar, cuando menos, memoria de su existencia.

En su completa descripción de la obras de explanación del ferrocarril hasta El Portal, que concluyeron el 20 de septiembre de 1853, la mencionada Revista de Obras Públicas señalaba que “… Concluido este terraplén, continúa otro de menor altura siendo la margen derecha del río Guadalete hasta el sitio llamado del Portal, en que aproximándose demasiado al río ha sido preciso variar un trozo de 500 metros lineales de la carretera general para el paso de la línea por el sitio que ocupaba la carretera antigua.”

Este tramo de la traza, oculto en la actualidad entre las balsas de la Azucarera del Guadalete y la Depuradora de Aguas Residuales, quedó sin uso con la entrada en servicio del nuevo viaducto y para él se reclamó su transformación en Vía Verde por la plataforma ciudadana para la recuperación del Rancho de la Bola. Bajo sus taludes aún conserva un elemento singular: la última alcantarilla original de las que se construyeron en 1852-53 y que se mencionan en la descripción de la obra. En su día permitía el paso de las aguas del Arroyo de Morales hacia el Guadalete y en la actualidad canaliza los caudales de salida de la Depuradora. Tal vez por su valor testimonial debiera ser protegida en el futuro para evitar su demolición como en los casos del Puente de Cádiz y el Puente del Duque arriba mencionados.

S.O.S. por la Estación de El Portal



Mención aparte merece la antigua Estación de El Portal, construida décadas más tarde y abierta al servicio en 1904. Otro día nos ocuparemos de esta singular obra, para la que lanzamos un S.O.S. urgente, ya que amenaza con derrumbarse si no se interviene inmediatamente para salvar lo que aún queda de ella.


Ya en septiembre de 2007, ADIF comunicó oficialmente a la alcaldesa de la ciudad su intención de no demoler el edificio tras la apertura del nuevo viaducto de El Portal que la dejaba fuera de servicio. Se pretendía con ello conservar esta antigua estación por su valor histórico al objeto de que pudiera ser utilizada como equipamiento público para los vecinos.



Ni ADIF ni el Ayuntamiento parecen haberse entendido en estos años para evitar el vandalismo que ha destruido el edificio casi por completo, abandonándolo a su (mala) suerte.

¿Permitiremos, otra vez más, que por desidia y dejadez se acabe perdiendo nuestro patrimonio ferroviario histórico?


Para saber más:
- Caro Cancela, D. (1990): “El primer ferrocarri de Andalucía. La Línea Jerez-El Puerto- Trocadero (1854-1861)”, en Páginas. Revista de Humanidades nº 5, oct-nov. 1990, pp. 70-85, Jerez.
- Pérez Serrano, J.; López Rodríguez, F.; y Reyes Férnandez, M.J. (2003).: “Aproximación a los orígenes del ferrocarril en la provincia de Cádiz: la línea de Jerez de la Frontera-El Trocadero”, en Cuenca Toribio J.M. (ed). Actas del III Congreso de Historia de Andalucía. Cajasur, Córdoba, 173-183.
- Revista de Obras Públicas (1853): “Ferro-carril de Jerez al Trocadero”. Tomo I. p. 67-68.
- Sánchez González, R. (1986): “Los inicios del Ferrocarril en El Puerto de Santa María. La formación de la línea Jerez-Puerto (1834-1850)”. Gades, 14, pp. 45-64.
- Sánchez Martínez, F. (2005/2006): “Jerez, cuna del primer ferrocarril andaluz (1850-1861)”, en Historia de Jerez, Nº 11-12, Jerez, Ayuntamiento de Jerez/Diputación Provincial de Cádiz, pp 139-156.
- Sánchez Martínez, F.: “Ferrocarril de Jerez al Río Guadalete. La primera concesión ferroviaria de la península”, en Vía Libre, la revista del Ferrocarril. Disponible en este enlace: http://www.vialibre-ffe.com/noticias.asp?not=1230&cs=hist
- Sánchez Martínez, F.: (2013) “Historia del Ferrocarril de Sevilla a Jerez y de Puerto Real a Cádiz (1856-1861)”, en Vía Libre, la revista del Ferrocarril. Disponible en este enlace: http://www.vialibre-ffe.com/noticias.asp?not=11319
- Torrejón Chaves, J. (2006): “Cádiz y los orígenes del Ferrocarril en España”. Comunicación presentada al IV Congreso Historia Ferroviaria. Málaga, sept. 2006.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 11/01/2014

 
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