Los caminos de la Vía Augusta en torno a Ceret (I)





En 1852 se anunciaba en Italia el descubrimiento de un tesoro en la localidad italiana de Bagni di Vicarello, a unos 30 kms de Roma : varios miles de monedas y recipientes de oro, plata y bronce dedicados a diferentes divinidades salieron a la luz en un establecimiento termal, identificado con Aquae Apollinares, destacándose entre ellos los conocidos Vasos de Vicarello, en los que se había grabado un itinerario con las distintas estaciones de la Vía Augusta desde Gades hasta Roma.

Pronto surgieron diferentes explicaciones sobre el hallazgo, pero la que más se impuso fue la de que un Viajero de Gades se detuvo en esta estación termal para agradecer a los dioses el final feliz de un Viaje a Roma (J.M. Roldán, 1973). Así, del mismo modo que otros Viajeros dejaron en el lugar monedas y objetos, el gaditano ofreció estos interesantes exvotos de plata (CIL XI, 3281-3284).

Por lo pronto, y tal como describe J.M. Roldán, el contexto de este hallazgo permite plantear algunas cuestiones más. Así, por ejemplo, si el hecho de que el cuarto vaso (CIL XI, 3284) sea diferente a los demás nos permitiría pensar en que más de un Viajero gaditano presentara esta ofrenda o qué gaditano o gaditanos lo hicieron. Pues la primera respuesta lleva inmediatamente a pensar en una empresa comercial como las que ya desde la época de César impulsaron los Balbo para abastecer a la Urbs de productos de la Bética, algo que se mantuvo en plena pujanza hasta finales del siglo II d.C. Y, como los Balbo, otras importantes familias de Gades o Hasta, como los Baebios.

Otras interpretaciones nos hablan de un exvoto propagandístico, de una muestra del interés del emperador Augusto por restaurar las antiguas vías de comunicación para demostrar que, efectivamente, su dominio había alcanzado a la vieja metrópolis fenicia. Algo que precisaba, por cierto, de la presencia de ingenieros romanos en la zona para realizar tal construcción (un praefectus fabrum, cargo esencialmente militar) o para supervisar su cuidado (un curator Víarum). Por cierto, sabemos que uno de estos prefectos era un tal M. Baebius Balbus (CIL II 1614) que estaba especializado en construcciones hidráulicas. Otros, como Q. Cornelius Senecion, de Carteya (CIL II, 1929) tenían ya una gran experiencia como curatores Víarum en la propia Italia.

Finalmente, podría tratarse de un funcionario de la administración imperial, que quizás estuvo supervisando en el recorrido de la Vía Augusta un conjunto de estaciones aduaneras con el objetivo de fiscalizar parte de la producción para las annona imperial, pues Roma precisa aun del abastecimiento de productos básicos para sus tropas (A. Van Berchem, 1936), o quizás fuera recabando información que, a través de la Vía Augusta – y nos limitaremos ya a la Bética – terminara en alguna de las capitales de los conventus (desde Gades a Hispalis, Astigi o Corduba).

Nuestro Viajero pudo ser cualquiera de ellos (un comerciante, un ingeniero, un funcionario…), pero sin duda conocía bien la región de Gades y su entorno, pues de ella procedía. Sabía muy bien cómo era el enorme complejo insular y litoral de Gades, que por entonces también describía Estrabón (Str. III, 2, 4- 6) y cómo se canalizaba una intensísima actividad mercantil en Portus Gaditanus, el nuevo puerto abierto por entonces por L. Cornelio Balbo en el interior del antiguo Sinus Tartesius (la Bahía de Cádiz), en la actual Dehesa de Bolaños, y que ampliaba las viejas infraestructuras del Portus Menesthei de época púnica. Un puerto desde el cual salían hacia Roma parte de los productos requeridos por la annona e ingentes cantidades de cereal, vino, aceite y garum para el consumo de la Urbs.

Desde el puerto de Gades, la comunicación con el interior era, pues, necesaria. Y para llegar hasta Hispalis siguiendo la Vía Augusta – nosotros nos detendremos en Ugia (Torre de Alocaz) – podían presentarse diferentes alternativas, condicionadas por la propia geografía de la época, que, como sabemos, estaba más abierta al mar que ahora, y en donde la presencia de esteros era determinante, sobre todo en torno a las antiguas ciudades turdetanas de Hasta y Nabrissa (Str. III, I, 9). Algo que generaba, por tanto, un paisaje característico, y en el que sería común el transporte de mercancías en pequeñas embarcaciones a través de los arroyos y humedales (G. Chic, 2009), pero en el que no se excluye, por supuesto, una comunicación interior a través de la Vía Augusta.

Y aquí es donde aparecen las dificultades, pues el trayecto de la Vía Augusta entre Portus Gaditanus y Ugia (que por supuesto ya estaba definido en época de Augusto como puede constatarse en los cuatro Vasos de Vicarello) es discutido. Comparto que el trazado “oscuro”de la Vía Augusta es precisamente aquel que se desarrollaría entre Ad Portum (que bien podemos situar en El Tesorillo, como acceso inmediato a Portus Menesthei-Portus Gaditanus) y Torre de Alocaz, donde se sitúa Ugia (J. Caballero, 2012). Este espacio intermedio atraviesa el norte de la provincia de Cádiz, pero deja en medio las incógnitas que aquí quiero tratar: Cómo llegar a Hasta, si el espacio circundante de la antigua colonia es un estero ; cómo se cruzaría entonces el curso del Guadalete, que en la Antigüedad era uno de los brazos del Sinus Tartesius (ámbito, pues, marítimo) y dónde se ubicaría en este entramado el oppidum de Ceret (para lo cual conviene hacerse a su vez otra pregunta: si Ceret fue en su momento una estación aduanera, ¿debe o no situarse en la Vía Augusta?

En el debate sobre el recorrido de las antiguas calzadas romanas, y sobre todo el de aquellas que aparecen reflejadas en el Itinerario de Antonino, siempre han existido diferencias. Un sinfín de estudios en torno a las vías más importantes, como la Vía Augusta o la Vía de la Plata en Hispania (J.M. Roldán, 1973; T. Mañanes y J.Mª Solana, 1985) trataron de unir las diferentes estaciones en función de una lectura literal de las distancias recogidas en el Itinerario de Antonino, que muchas veces no coincidían con la identificación preVía de las estaciones. De ahí que el primer desacuerdo estuvo en que el valor dado a la milla romana no era siempre el mismo, pues los patrones miliarios no son homogéneos en el imperio. Así, de 1481 mts – que Roldán aplica a la Vía de la Plata - pasando por los 1525 mts - que J.Mª Solana aplica a las vías de Castilla –León) hasta llegar incluso a los 1660 mts. Con ello es fácil mover las posiciones de las estaciones en el mapa.

Segunda cuestión: ¿Qué elementos utilizamos para seguir el trazado de las vías oficiales? En primer lugar, los arqueológicos. Además de los restos de empedrado y de los miliarios, se sugiere unir en un mapa aquellos puntos donde existan restos apreciables de villas romanas o alfares, pues necesariamente – y luego discutiremos si el área de Hasta es una excepción- la producción agrícola debe salir hacia estas calzadas, que a fin de cuentas – y coincidimos – están uniendo establecimientos annonarios, fiscalizadores. Y al hacerlo obtenemos generalmente trayectos entre dos estaciones bien conocidas por la epigrafía o por la pervivencia de los topónimos.

La toponimia, pues, es el tercer elemento de apoyo. Y sobre todo para el rastreo de trazados no bien definidos o de calzadas no oficiales. Me explico: no todas las vías romanas tenían la función fiscalizadora que recoge el Itinerario de Antonino y, es obvio, no todos los núcleos de población urbana romanos son los descritos en estos itinerarios. Es más: puede discutirse si la primera función que tuvieron las calzadas fue estrictamente militar, para luego convertirse, con la pacificación de los territorios conquistados, en vías comerciales, o si de hecho existieron las dos fórmulas a la vez, pudiéndose hablar entonces de calzadas paralelas y caminos, que en parte siguen utilizando antiguas vías de comunicación (militar o comercial), vías que pueden rastrearse por la toponimia (cañadas, caminos de herradura, caminos de arrecife, etc.) y esto tanto en el entorno de Jerez como en el resto del imperio romano. Hay que tener en cuenta que desde la afirmación de que la Vía Augusta, a la altura del actual Jerez, se bifurcara en varios caminos para comunicar las zonas productoras (J. Caballero, 2012) estamos hablando de lo mismo, pero esto no supone la modificación del trazado de las calzadas oficiales de los itinerarios.

Desde que en los años 70 del siglo pasado P. Sillieres abriera su investigación acerca del recorrido de la Vía Augusta en la Bética (P. Sillieres, 1977) pasando por los trabajos de R. Corzo (R. Corzo, 1992) se han dado muchas propuestas para su trazado. Pero, en líneas generales, todas ellas han encontrado su dificultad al tratar de unir estaciones con las distancias registradas en los Vasos de Vicarello o en el Itinerario de Antonino. Esto hacía desplazar los trazados más hacia el interior o más hacia la costa. Y aquí topamos con la dificultad de Hasta, pues es un espacio difícil de transitar.

P. Sillieres trabajó con los principios de la arqueometría francesa y, aunque reconocía que las villas prospectadas no se repartían regularmente a lo largo del trazado de su propuesta de la Vía Augusta (la que denominaremos litoral), sí definió su trazado siguiendo sus rastros, y haciéndola pasar por Mesas de Asta, en cuyas proximidades se da una importante concentración de restos. De entre ellos, destacaremos las villas de El Cuervo (Fuente de la Salud, nº 20, y La Torre, nº 21) y las de Espartinas (nº 22) y El Muelle (nº 23). Además, Sillieres advirtió la presencia de una ciudad antigua en próxima Sierra de Gibalbín (un castro u oppidum), desde la que se divisaría perfectamente la calzada. Es el recorrido que, con pequeñas variaciones, sostienen G.Chic (G- Chic, 1981) y R. González (R. González, 1999), que la resuelven a través del Camino de Lebrija (o Carretera de Morabita), para llegar a Mesas de Asta, dejando Gibalbín al este y bajando a la comarca occidental de Jerez por Espartinas y Tabajete para cruzar el Guadalete a la altura de El Palmar del Conde.

La Vía Augusta entre Gades y Ugía
(P. Sillieres, Prospections le long de la Via Augusta, 1977,334)

Con este trazado quedarían unidos los dos esteros, como describe Estrabón (Str. III, 1, 9). Y de este modo se resuelve la unión Ad Portum – Ugia sin olvidar Hasta Regia. Eso si, se entiende entonces que el acceso ad Portum, estaría en las proximidades del Puerto de Santa María. Aquellos que defienden este trazado pueden justificarlo además utilizando el mapa que Fco. Coello diseñó en 1868 para el repertorio del Diccionario Geográfico- estadístico-Histórico que P. Madoz publicaba a mediados del siglo XIX, y que cita estos vestigios de una calzada romana junto a Tabajete. (P. Madoz, 1987)

. Corzo recogía otros argumentos a tener en cuenta: si el entorno de Mesas de Asta era un espacio lacustre –y lo era–, la falta de vestigios de empedrados romanos, frente a lo que Coello decía, se explicaba por si ; de modo que solo podía suponerse que el trazado de la Vía Augusta iba por el interior. Eso si, para corroborarlo habría que llevar las estaciones también al interior, suponiendo entonces que la Hasta del Itinerario de Antonino (que Corzo sitúa en el Cortijo de Vicos) es diferente a la colonia de Hasta Regia (en Mesas de Asta) y olvidando así que Hasta Regia y Mesas de Asta son perfectamente identificables por toponimia y por restos.

En la actualidad, las dos posiciones se han dado como válidas, y de hecho el trazado propuesto por R. Corzo ha sido tomado oficialmente en el proyecto INTERREG La Vía Augusta en la Bética (R. Corzo, 2001). Resultaría ser el trazado más interior de la Vía Augusta y debería unir la estación de Torres de Alocaz (Ugia) con la de Ad Portum (acceso a Portus Gaditanus – Puerto de Menestheo que, compartimos, está en El Tesorillo). En este caso, el trazado sigue el recorrido del Camino Viejo de Espera hacia el Guadalete pasando al este de la Sierra de Gibalbín (y en la antigua Cappa, en Esperillas, habría una estación) y llegando por Mesas de Santiago hasta el Cortijo de Vicos (otra estación, aun por identificar) para cruzar el río en San Isidro del Guadalete (¿una tercera estación?) y desde allí alcanzar El Tesorillo.

Son dos trazados que, al margen del debate sobre la Vía Augusta, están delimitando el Ager Ceretanus. Ese espacio agrario que, extendiéndose junto al antiguo estero de los Llanos de Caulina, alcanzaba hasta la Sierra de Gibalbín. Espacio agrario que precisaba de calzadas para la salida de sus producciones (por el Este y por el Oeste, en las vías descritas), pero que a su vez podría vertebrarse en torno a un camino interior.

Ante la idea de una “bifurcación”de la Vía Augusta (J. Caballero, 2012) podemos convenir que, cruzado el Guadalete (en Cartuja) avanzamos hacia el interior del Ager Ceretanus por Estella del Marqués. El recorrido que nos separa de la siguiente estación, Hasta, sería de 16 millas como se refleja en los Vasos de Vicarello, y según este modelo sería necesario que un ramal se orientase hacia occidente, hacia el litoral, buscando el estero. Una propuesta (J. Caballero, 2012) sugiere el Camino de Albadalejo, cruzando la actual Jerez, algo que no es incompatible con los dos modelos anteriores defendidos por G. Chic o R. Corzo.

Pero tampoco parece incompatible el plantear un trazado interior cuya conexión (Ad) Hastam se hiciera más al norte, en torno a la Sierra de Gibalbín. Para ello, la calzada debería ir bordeando los Llanos de Caulina hasta la Sierra en un recorrido cuyo “vestigio”ha quedado registrado en el siglo XIX con el nombre de Arroyo de Gibalbín (Madoz, VIII, 400), una prueba más del antiguo estero. Y un recorrido en el que, además, se concentra gran parte de los yacimientos arqueológicos que prueban densos niveles de poblamiento desde el Bronce Final (J. Ramos, 2010). A grandes rasgos, el recorrido puede dibujarse hoy por Torremelgarejo, Nueva Jarilla (con El Trobal y La Jara) y el Camino de Romanina hasta las villas de Romanina Alta y La Torre, ya a los pies de la Sierra de Gibalbín. Allí, como veremos luego, pudo darse la bifurcación hacia Hasta.

Yo considero que la Vía Augusta “oficial”, como opina Corzo, no puede desarrollarse en un entorno de esteros, al menos si hemos de entender que una calzada romana conlleva necesariamente una pavimentación, un empedrado. En un ámbito de esteros no siempre sería practicable, bien por la subida de las mareas, bien por las propias adversidades climatológicas. Por ello la alternativa interior (esta otra calzada paralela, oficial o no) es necesaria.

Mapa de F. Coello (P. Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico- Histórico de España (1845-1850) Provincia de Cádiz. Se señala en azul el trazado aproximado de la parte del canal que une Hasta Regia (en azul) con la calzada romana (ésta en rojo) y la posible bifurcación a Asta (en amarillo). En verde, la toponimia romana muestra la concentración del poblamiento rural romano
Con todo esto, podemos hacer otra interpretación del mapa de F. Coello (en el que, efectivamente, se destacan los restos de una calzada romana al sur de Tabajete).
Tomemos algunos principios esenciales.
a) Los esteros de Asta y Nabrissa (Str. III, 1, 9; III, 2,2) nos hablan de un paisaje abierto al mar que alcanza hasta, al menos, la Loma de Espartinas y los Llanos de Caulina.

b) Parece que efectivamente existió una comunicación, un canal, entre los esteros de Hasta y el Guadalete, y que físicamente separaría el territorio de la colonia de Hasta de lo que eran las tierras del interior (que identificamos con el Ager Ceretanus ). Por ello, quizás, Avieno (Ora Marítima, 255) hablaba de la insula Cartare.

c) Al este del canal, junto a los Llanos de Caulina, se extendía una calzada interior siguiendo el curso del antiguo arroyo Gibalbín (Madoz, VIII, 400) hasta la base de la Sierra de Gibalbín.

d) El paso hacia Mesas de Asta, donde se ubica la colonia de Hasta Regia, pudo hacerse también en la base de la Sierra de Gibalbín, al enlazarse este camino interior con la calzada litoral que sugiere Sillieres, en las proximidades de El Cuervo y/o Espartinas.

e) Por otro lado, la calzada retomaría su trayecto interior hacia Ugia bordeando la Sierra de Gibalbín por su ladera oriental, hacia la estación de Cappa (Esperillas, Espera), puerta de entrada o salida del Ager Ceretanus. En este caso, el texto de Plinio (N.H.III, 15) invita a pensar que en sus proximidades se encontraba Oleastrum (Ptol. II, 4, 10), elemento que también nos define dónde termina el paisaje agrario del Ager Ceretanus

f) Todo este entramado de comunicaciones forma parte del Ager Ceretanus , presidido al fondo por la Sierra de Gibalbín, donde necesariamente debió de estar el oppidum de Ceret.
Nuestro Viajero gaditano conocía bien, como dijimos, los esteros. Es posible que hubiera ido más de una vez desde Gades a Hasta, porque Hasta era, como Estrabón siempre nos recuerda (Str. III,3,2,2) un punto de encuentro comercial entre el interior y la costa, y en donde los gaditanos hacían negocios, como aquellos que llevaron a Roma a otros gaditanos que, tal vez, también descansaron en las termas de Aquae . También es cierto que este Viaje podría haberse hecho por mar, sobre todo si se llevaban mercancías, pues era más barato y rápido; para lo cual bastaría con cruzar el Sinus Tartesius. Y seguramente, ya en Hasta, es muy probable que el paisaje que vislumbraba estuviese surcado de pequeñas embarcaciones y balsas que transportaban la producción agraria del interior (trigo, vid, aceite) hacia la costa (en donde preferentemente dominaban las salazones).

Quizás también nuestro Viajero había observado durante tiempo cómo este paisaje natural se iba transformando por la acción humana. Porque Roma no sólo creaba asentamientos coloniales para sus gentes: también en sus empresas iban paefecti fabrum y curatores Víarum que, seguramente, fueron alterando el entorno de los esteros con construcciones Víarias e hidráulicas, necesarias- estas ultimas – para el abastecimiento de las ciudades, la comunicación - mediante canales- o la desecación de tierras. Algo que además estaba ya en marcha cuando L. Cornelio Balbo ampliaban la ciudad, la Neapolis (Strt. III, 5, 3) con la ampliación del Portus Gaditanus y las obras de ingeniería para adecuar el Sinus Tartessius al efecto.

En Italia, desde luego, esto ya se hacía desde mucho antes. Y gran parte de los técnicos que llegaron a Hispania para levantar estas infraestructuras lo tuvieron en cuenta (¿nuestro Viajero, por ejemplo?). Allí, conocemos bien la experiencia llevada a cabo en el Ager Tusculanus (Mª:Hernández, 2008): un modelo que se destacó como modelo de colonización dentro de Italia y que seguramente fue exportado para la colonización romana fuera de Italia.

Tusculum, antigua ciudad latina anexionada desde el siglo IV a.C, domina un antiguo paisaje volcánico, hoy parque natural, en torno a la ciudad de Frascati. Fue además, como sabemos, el centro del Ager Tusculanus, una de las primeras unidades administrativas creadas por Roma en su expansión hacia el sur de la península, y que al menos desde el siglo II a.C estaba ya definido en torno a la Vía Latina, una de las grandes arterias de comunicación entre Roma y el sur de Italia.

Roma siempre entendió que aquello que se incorporaba a sus dominios era ager publicus, y por tanto era necesaria esa calzada oficial lo mismo que aquí lo era la Vía Augusta. Pero además, el Ager Tusculanus era un espacio al mismo tiempo residencial y agrícola, que estaba salpicado de villas de las grandes familias senatoriales de Roma. No en vano en Tusculum nació en el siglo III a.C Catón el Censor, que se interesó siempre por estos temas, como quedó reflejado en su tratado De Agricultura, y en su territorio estuvo la famosa villa de Cicerón en la cual éste elaboró sus conocidos diálogos filosóficos (Las Tusculanas) cuando se retiraba para descansar de su actividad política. Estas villas eran fincas de recreo y, por extensión, se llegó a denominar Tusculana a cualquiera de ellas. Por supuesto, siendo como eran fincas residenciales y de recreo de los potentados romanos, sus tierras se dedicaron además al desarrollo de una producción agrícola (en Italia, esclavista) para el consumo de la Urbs. Incluso después de la República el Ager Tusculanus mantuvo su prestigio como zona residencial de una nobleza senatorial que competía con las suntuosas villas levantadas por la propia familia imperial (M. Valenti, 2005).

Pero no sólo había tusculanas. La organización del Ager Tusculanus era más compleja, pues articulaba estas villas como estaciones de un complejo sistema de calzadas con vías oficiales (la Vía Latina) y numerosos caminos transversales, que convertían al territorio en una especie de área suburbana con un intenso tráfico de vehículos, personas y mercancías hacia la capital.

En este paisaje se dibujan tres elementos : las estaciones, cada 8 ó 9 millas,como puntos de posta o lugares para hacer el refresco de las cabalgaduras ; luego, las mansiones, que se sitúan cada 6 ó 8 estaciones, y cuya finalidad era la de proporcionar alojamiento y descanso a los Viajeros, además de ser puntos de comercio para adquirir víveres o mercancías. Pero también en este entramado de comunicaciones era necesario un castrum, un asentamiento militar – ciudadela o fortaleza- que además de lugar de acampada para ejércitos en marcha podía adquirir funciones recaudatorias para el mantenimiento de las necesidades militares. Y Tusculum, la vieja ciudad latina, lo era.



Es más. Para poder ampliar el espacio residencial y agrícola del Lacio, y por ende el trazado de calzadas y saneamiento del Ager Tusculanus, la ingeniería romana tuvo que resolver otros problemas: desecación de pantanos, nivelación de terrenos y canalizaciones de aguas. Conocemos bien el éxito del Lago Albano, que fue rebajado mediante túneles para canalizar sus aguas.(C. Fdez. Casado, 1983).

Jesús Montero Vítores (CEHJ)

Continuará en la próxima entrada

El General si tiene quien le escriba (pero no quien le limpie).
Un regalo de “Reyes”.


Ediciones Alfar ha publicado, en su Biblioteca de Autores Contemporáneos, Ejemplario mun-dano, la última obra del escritor y profesor jerezano Antonio Reyes (1), todo un deleite para los lectores inteligentes que quieran disfrutar con los buenos relatos a los que ya nos tiene acostumbrados el autor.

Inspirado en la tradición de aquellos amenos Libros de Ejemplos medievales, Ejemplario mundano plantea, a partir de un amplio repertorio de personajes y acontecimientos históricos a los que nos acerca, una reflexión crítica sobre la compleja realidad de la sociedad en que vivimos. Si bien comparte con aquellos una suerte de finalidad didáctica en la prosa, el tono moralizante de los cuentos tradicionales ha sido sustituido aquí por la ironía y el sentido del humor, herramientas con las que Antonio Reyes aborda los más variados temas para delicia de los lectores.

Desfilan por las páginas de Ejemplario mundano 150 personajes, ideas, acontencimientos (desde Dios hasta Paulo Freire, pasando por Franco, Galileo Galilei, el jamón de pata negra, la teocracia, la censura, Lucifer, Adán y Eva…) con los que el autor pretende, en ultima instancia, propiciar de forma amena la reflexión del lector.



Como muestra de estos “ejemplos”, traemos aquí el dedicado a un “jerezano de pro“, el general Miguel Primo de Rivera, cuya estatua ecuestre que preside el lugar más emblemático de la ciudad: la Plaza del Arenal. Esto es lo que escribe sobre él Antonio Reyes en la página 131 de su libro:

Miguel Primo de rivera y Orbaneja (1870-1930)

Militar y político nacido en Jerez. Participó en campañas militares en Marruecos, Cuba y Filipinas y, posteriormente, fue capitán general de Valencia, Madrid y Barcelona. El 13 de septiembre de 1923 encabezó, con la anuencia del rey Alfonso XIII, un golpe de Estado que sacrificó los derechos civiles y políticos de los ciudadanos. Presidió el Directorio Militar (1923-1925) y el Directorio Civil (1925-1930). Presentó su renuncia como Jefe de Gobierno a finales de enero de 1930-. Un mes y medio más tarde se exilió en Francia. El 16 de marzo de 1930 muere en París, en el Hotel Pont Royal.

Los pueblos y las ciudades glorifican a sus nativos cuando alcanzan cierta notoriedad, con monumentos, calles o glorietas, como medios de que ambos, la ciudad y el homenajeado, unan sus nombres para la posteridad. Así, el general Primo de Rivera inauguró en 1929 en el centro de su ciudad natal su propio monumento ecuestre, obra del escultor Mariano Benlliure. En la Historia hay que dejar que el tiempo haga lo que le corresponda. El monumento continúa impertérrito en el mismo espacio privilegiado en el que fuera inaugurado, con la única y significativa diferencia de que, por, pura desvergüenza de las palomas que pueblan la plaza, el general golpista y exiliado luce, además de sus medallas y su fajín, múltiples deposiciones blancas en su cabeza y en su guerrera. En ocasiones, el tiempo es capaz de vengarse en silencio de los dictadores por los caminos y con los medios más insospechados”.

Después de leerlo, hemos revisitado estos días la plaza del Arenal para admirar esta meritoria obra escultórica en la que tantas veces nos habíamos recreado. Sólo que en esta ocasión no nos hemos detenido en la calidad de sus formas o en los alto relieves que narran las azañas de los militares africanistas (algunas francamente condenables, como la utilización de armas químicas –gas mostaza- en los bombardeos de algunas aldeas marroquíes, prohibidas ya entonces por las organizaciones internacionales). En esta ocasión, y después de leer Ejemplario mundano, hemos querido acercarnos al monumento



con la mirada que nos propone su autor. Y hemos visto exactamente lo que se muestra en las fotos. Palomas en su caballo, palomas sobre su cabeza, palomas sobre sus hombros, como si fueran galones… Palomas por todas partes. Y como señala, eufemísticamente nuestro autor, “deposiciones” de paloma por todas partes…



A diferencia de aquel viejo coronel de los relatos de García Márquez, “el general si tiene quien le escriba”, en este caso, nuestro querido y admirado amigo Antonio Reyes en su Ejemplario mundano. Lo que si queda claro es que el general no tiene quien le limpie, a menos que lo haga la lluvia. Tiene que llover.

(1) Antonio Reyes Ruiz (Jerez, 1957) es doctor en Filología por la Universidad de Sevilla y miembro del Grupo de Investigación Ixbilia de dicha Universidad. Ejerce como profesor de Enseñanza Secundaria en el IES Asta Regia de Jerez y es coordinador del Centro Cultural Al Andalus de Madrid (Tetúan).
Autor de los libros de relatos La luna azul. Cuentos desde Tetuán (2005), Letras minúsculas y coda (2009) y Crónicas de reojo (2011), algunos de sus textos han sido recogidos en antologías de microrrelatos, como “Piel de serpiente” en Por favor, sea breve 2 (Clara Obligado: Páginas de Espuma, 2009) y “El paraíso”, “Relatividad”, “Daños y perjucios”, “Apostasías de Navidad IV” y “Mil y dos noches”, en Antología del microrrelato español (1906-2011). El cuarto género narrativo (Irene Andrés-Suárez: Cátedra, 2012).
Entre sus publicaciones de investigación destacan Los jóvenes del norte de Marruecos: sus relaciones con España y con Andalucía. Una mirada desde el otro lado del Estrecho (2011), La artesanía en la zona de Tetuán. Panorama actual y censo de artesanos (2008) y Medinas y ciudades históricas a ambos lados del Estrecho: Jerez y Tetuán (2006). Ha publicado también artículos y ponencias, como “Un estudio de caso: Martil (Tetuán)”. Observatorio electoral. Taller de Estudios Internacional del Mediterráneo (2009) o “La primavera árabe: los jóvenes, la democracia y la emergencia de valores”, en Diálogo y derechos culturales. Actas del IV Encuentro Internacional del Diálogo de Civilizaciones (Santiago de Chile, 2011).
Igualmente es editor de Voces. Poesía marroquí contemporánea (2006), Cuentos y relatos de Andalucía y Marruecos (2006), José Manuel Caballero Bonald. Antología poética (2007) y Antología de la poesía femenina marroquí (2008, reeditado en Chile en 2011), y responsable de la colección bilingüe árabe-español Cuadernos Alfar-Ixbilia, de la que hasta el momento han sido publicados once números, dedicados a difundir la narrativa española y marroquí más actual.
Desde 2003 colabora semanalmente en Diario de Jerez con la columna de opinión Tiene que llover.


En Publicaciones se referencian otras obras relacionadas con nuestro entorno.

Del 2012 (la casilla de Albardén) al 2013 (el pozo de Majarromaque), con nuestros mejores deseos.




En este día tan especial en el que un año termina queremos desear a todos los lectores y amigos que se asoman por esta ventana de “Entornoajerez” nuestros mejores deseos para el año nuevo, a punto de comenzar.

El que se va ha sido un mal año, marcado por los recortes y por esa “crisis” que, de una manera u otra, nos está afectando a todos y a todo. Como metáfora de lo que el 2012 se ha llevado consigo y de los deseos de superación que depositamos en 2013, hemos querido traer a estas páginas dos ejemplos que ilustran las tristes secuelas de uno y las esperanzas de mejora y renovación que ansiamos para el otro.

La casilla de Albardén

Por tierras del cortijo de Albardén, en las laderas del cerro de Maga-llanes, junto a la carretera que discurre perezosa entre Majarro-maque y La Misericordia, llama la atención del viajero una casa aislada entre los sembrados. Hace ya muchos años, la habitaban varias familias de trabajadores del cortijo. Frente a ella, el pozo de Albarden, alimentado por un manantial que brota hasta en los días más secos del verano, abastecía de agua a sus moradores y al ganado.

Era una casa sencilla, con su tejado a dos aguas y sus tres chimeneas que humeaban al llegar el otoño. Una casa que estuvo en este lugar desde “siempre”, asomada a las vegas del Guadalete que cruza por aquí esa línea imaginaria que divide los términos de Jerez y Arcos. Mucho antes de que se construyeran los poblados de colonización, y de que las primeras familias se asentaran en Majarromaque, en La Misericordia, en la Vega de Casina, la casa ya estaba allí.

Su presencia no pasaba inadvertida entre las soledades de las lomas, y recortada su silueta contra los sembrados o contra el horizonte, esta sencilla casa formaba ya parte del paisaje.

Hace varias décadas dejo de estar habitada, pese a lo cual se mantenía en pie gracias a los cuidados que le proporcionaban y así, se apreciaba desde la carretera como un día se reparaba una parte del tejado, como otro se repellaban los desconchones de la fachada, como lucían –siempre- sus muros encalados entre los trigales.

Un día, vimos como una de sus chimeneas se había desplomado y cuando al pasar de nuevo, varias semanas después, todo seguía igual, supimos que algo había cambiado. Se derrumbó más tarde parte de su tejado y en pocos meses, el tiempo trajo consigo, implacable, el deterioro que ahora muestra como triste símbolo de los días que corren.

El pozo de Majarromaque

Muy cerca de allí, en la entrada del pueblo de Majarromaque, viniendo desde La Barca de la Florida, recibe al viajero, junto al arcén de la carretera un viejo pozo, un pozo centenario con su abrevadero, construido al pie del antiguo “camino del Encinar de Vicos”.

Durante décadas, el pozo ha resistido el paso de los años acusando en la media naranja de su bóveda las muestras del abandono. Su pequeña cúpula, que antaño tuvo mejores días vestida con el blancor de la cal, se veía siempre gris, mostrando aquí y allá los huecos de ladrillos perdidos, de piedras caídas, de desconchones que anunciaban la dejadez, el descuido, la desidia…

Al pasar, y para rendirle un sencillo homenaje, nos gustaba parar siempre a refrescarnos con sus aguas que en un pequeño reguero caían desde el pilar y alimentaban las olorosas matas de mastranzo que crecen a sus pies.

Un buen día, al acercarnos por la carretera, nos llamó la atención en la distancia, asomando entre los jaramagos de la cuneta, una lejana blancura. Al acerarnos disipamos las dudas: había llegado la hora de que este viejo pozo recibiera, no ya las reparaciones que se realizan en una obra material, sino los “cuidados” que se le deben a esos modestos elementos del patrimonio que son todo un emblema en el paisaje del que forman parte. Como el pozo de Majarromaque.

Este pozo que ha renacido de su abandono y de su ruina y que luce, restaurada su bóveda y su pilar, más blanco que nunca. Este pequeño pozo que es todo un símbolo de lo que deseamos para el 2013.

Que tengan ustedes un buen año.

 
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