En estos días de otoño, cuando empieza ya a refrescar, renace cada año la vieja costumbre de salir al campo los fines de semana en busca de las
ventas.
Desde hace unas décadas las ventas se identifican con esos establecimientos de hostelería a medio camino entre los restaurantes y los bares de carretera, a los que acudimos para “reparar
fuerzas” en nuestras excursiones por los alrededores de la ciudad (los populares “mostos”), o cuando realizamos otras rutas por el interior de la provincia, la costa o la sierra. Sin embargo, en sus orígenes, las ventas jugaron un papel aún más importante, cuando los viajes eran largos y las veredas tardaban en recorrerse varias jornadas. Estos establecimientos, que se levantaban en los cruces de caminos, en parajes perdidos en la mitad del campo o en los despoblados, servían fundamentalmente para facilitar comida, refugio u hospedaje a los viajeros. Con frecuencia se
convertían también en lugares de reunión de los habitantes del lugar y como punto de intercambio de productos de la tierra, jugando también un papel importante en la difusión de las noticias relacionadas con las poblaciones cercanas.
Aunque en próximos artículos nos ocuparemos de algunas de las ventas más renombradas, hoy queremos recordar a una de las más humildes y modestas de la mano de la conocida escritora costumbrista
Fernán Caballero: “la venta del Tío Basilio”. En su sencilla descripción se ilustra cómo pudo ser el origen de cualquiera de las pequeñas ventas que salpicaban los caminos rurales del siglo XIX.
La del “tío Basilio”, es una venta creada para la literatura, un escenario imaginado por la autora, ubicado en la ruta
entre Jerez y Algar, en un paraje indeterminado, “
a los pies de una vereda”, un lugar en el que “
se extiende una dehesa solitaria”.
Lo narra Fernán Caballero en un cuento que aparece en su libro
Relaciones (1862), y que lleva por título “
Más largo es el tiempo que la fortuna”. (1)
Aquellas antiguas ventas.
Si existió o no en realidad la “ventilla del tío Basilio” o una con otro nombre de sus mismas características no es ahora lo relevante, aunque estamos seguros que a nuestra escritora,
destacada representante del “realismo”, no le faltarían para inspirarse ejemplos similares al que describe, pues fue también reconocida viajera y recorrió desde su infancia los caminos de muchos rincones del interior de la provincia de los que nos ha dejado en sus libros pintorescas escenas.
Como ya hiciera su madre, la escritora gaditana
Frasquita Larrea, Fernán Caballero pasó algunos veranos en Bornos desde donde hacía excursiones a parajes cercanos, visitando también los pueblos de Arcos, Ubrique y otros muchos lugares de la Sierra de Cádiz. En estos relatos, en los que el viaje y las descripciones del paisaje ocupan siempre un especial protagonismo, no podían faltar las referencias a las populares “ventas”.
Por citar sólo algunas, Francisca Larrea menciona en su viaje de Bornos a Ubrique, en 1824, la
Venta de Tavizna, “
situada a la orilla de río Majaceite… en un enorme peñasco”, o la
Venta de la Albujera, en las cercanías de Ubrique, que la autora describe en un entorno idílico rodeado de frondosa vegetación (1).
Puesto que Fernán Caballero conoce bien los caminos y las ventas donde en tantas ocasiones habría parado a descansar mientras la diligencia o los coches cambiaban sus caballos, no es difícil imaginar que en su relato literario haya un poso de vivencias personales y de observaciones reales que nos ayudan a conocer o imaginar cómo pudieron ser aquellos modestos establecimientos.
En su relato se hace mención a que la “Venta del tío Basilio” se encuentra en algún punto del
camino entre Jerez y la sierra de Algar, una vía de comunicación que ha existido desde los
siglos medievales. Este camino, conocido, entre otros nombres, como Cañada de la Sierra, cruzaba el río por los vados (y después por las barcas) de la
Florida y
Berlanguilla para dirigirse después al
Convento de El Valle. Desde este lugar, siguiendo el curso del Majaceite, se llegaba hasta la
Ermita del Mimbral y
Tempul, desde donde se bifurcaba en dirección a Algar y a los Montes de Propios de Jerez. A lo largo de su recorrido contó desde antiguo con
numerosos ventorrillos, ventas, posadas y “paradas”, habida cuenta de lo despoblado de este extenso territorio situado en al este del término municipal de Jerez.
Algunos de estos viejos ventorrillos pueden ya encontrarse en el mapa de Tomás López (1787), o en otros más cercanos en el tiempo al relato de Fernán Caballero, como el de Francisco Coello (1866), el de Ángel Mayo (1877) o el de Antonio Lechuga y Florido (1897). Por citar sólo las ventas más nombradas y las que se encuentran recogidas en los mencionados mapas y planos junto al
Camino de la Sierra, citaremos aquí la
de
Nepomuceno (en Cuartillo, donde todavía se conserva en parte la casa que la albergaba) o la de
La Barca de la Florida, junto al vado, en el cruce de caminos de la Cañada de Albardén. Tras pasar el Guadalete, el viajero se encontraba la
Venta del Zumajo (junto al arroyo del mismo nombre) y algo más adelante, en los Llanos del Sotillo, la
Venta de la Cañada, en la vereda que se desviaba hacia Arcos. En estos mismos parajes se encontraba la
casa de la Diligencia, donde hacían un alto los primeros coches de caballos que circularon por estos caminos.
Junto a las anteriores, una de las de más renombre fue
La Parada del Valle, de la que aún se conserva una parte del viejo caserío que la albergaba y que era también conocida como Parador del Valle. El camino continuaba desde aquí por las laderas de las sierras del Valle, Dos Hermanas y Alazar, pasando por la
Ermita del Mimbral donde también se ubicaba una popular venta con el mismo nombre. Tras cruzar la garganta de Bogas en las
proximidades de la Boca de la Foz, el camino hacía un alto en el
Molino y Venta de Tempul, situado junto a los manantiales. Más adelante, en la dehesa de Rojitán, donde se desviaba el camino de la Sierra hacia Ubrique, estuvo la
Venta de la Papicha, como se refleja en el mapa de F. Coello de 1868.
La Ventilla del Puerto de Galiz o la
Venta de Lleja (la conocida “Ventalleja”), ya cerca del
Mojón de la Víbora, cerraban este itinerario de ventas y ventorrillos que a lo largo del siglo XIX existieron junto a esta importante vía de comunicación que, en sentido oeste-este, unía las campiñas gaditanas con las sierras de Cádiz y Málaga.
La venta del tío Basilio.
A todas ellas habremos de añadir también, con todos los honores que se derivan de su mención en una obra literaria, la “
venta del tío Basilio”. Esto es lo que nos refiere de ella Fernán Caballero, en su cuento “
Más largo el tiempo que la fortuna”:
“
Entre Jerez y la sierra de Algar se extiende una dehesa solitaria. Veíase en ella, hace años, al lado de una vereda un sombrajo, a cuyo amparo se había establecido un hombre que sobre una mesa despachaba alguna bebida. Andando el tiempo, había labrado cuatro paredes y cubiértolas con enea: había compartido en su interior dos mitades, destinada una a cocina y despacho, y la otra a dormitorio, y se había llevado allí a su mujer y dos hijos.
Detrás de la casa había levantado un vallado, que formaba un corral cuadrado, en que de noche recogía unas cabras que de día llevaba a pastar a la sierra su hijo menor y había hincado una estaca de olivo al frente de su casa, con el fin de que pudiesen atarse en ella las caballerías de los escasos transeúntes de aquella vereda…”.
Esta estampa que nos describe Fernán Caballero nos recuerda a la imagen de un ventorrillo entre
Benaocaz y El Bosque que el antropólogo alemán
Wilhelm Giese recogió, en la década de los 30 del siglo pasado, en su libro “Sierra y Campiña de Cádiz” (3). Pero volvamos al relato…
“
…La estaca se había coronado a la primavera siguiente de una verde guirnalda, y pasando años, cuidada por su dueño, se había hecho un olivo frondoso, que proporcionaba al ventero una bonita cosecha de aceitunas, que aliñaba, y eran, con el queso de sus cabras, los ramos de más despacho de su establecimiento. Muchos caballeros de Jerez que solían ir a cazar, descansaban en la ventilla del tío Basilio, haciendo un consumo, cuyo valor pagaban quintuplicado”. (4)
Cada vez que recorremos la carretera de Cortes – el antiguo Camino de la Sierra- y cruzamos por alguna de las muchas “
dehesas solitarias” que a lo largo del camino pueden verse todavía en
Magallanes y
La Guareña, en
Malabrigo o en
Berlanguilla, en
El Sotillo, en
El Parralejo… esperamos encontrarnos, en una vereda que aún no conocemos, escondida tal vez entre un bosquete de alcornoques, la “
venta del Tío Basilio”.