Cruces en el paisaje




La Semana Santa es sin duda el mejor momento para admirar y contemplar, en las calles y en los templos, el rico patrimonio artístico de nuestras hermandades y cofradías. Para muchos, supone también un periodo de descanso en el que podemos aprovechar para descubrir distintos rincones de nuestro entorno cercano, muchos de ellos poco conocidos, que esconden pequeñas sorpresas. Hoy les proponemos algunos de estos parajes o lugares que, por aquello de la "semana de pasión", hemos querido que tuvieran como elemento común la presencia de la “cruz”.

Cruces en la toponimia

Desde tiempo inmemorial ha sido costumbre situar cruces a orillas de los caminos a la salida de los pueblos y ciudades, en lugares elevados, en la cumbre de cerros y montes sobresalientes o en los puertecillos por los que las antiguas hijuelas y cañadas atravesaban los parajes serranos.



La cruz o las cruces, además de su carácter simbólico, religioso o conmemorativo suponían un hito, una referencia en el paisaje que, en muchas ocasiones ha dejado también su huella en la toponimia. Este es el caso de una de las cruces más llamativas y conocidas de nuestra campiña, la situada en lo más alto de la Sierra del Valle. Como nos apunta nuestro amigo Juan García, “desde su instalación en la primera década del s. XX el entonces denominado Cerro del Águila paso a ser conocido como Monte de la Cruz. Esta singular cruz de hierro se debe a la iniciativa de la Comunidad Salesiana que se instala en El Valle en 1909 bajo los auspicios de los hermanos Vicente y Rafael Romero. Este último era sacerdote y miembro del cabildo de la catedral de Jerez. Con el apoyo de D. Rafael, conocido cariñosamente por los vallenses como “el Abuelito”, instalan una cruz en la cima del monte y la bendicen e inauguran el 5 de mayo de 1910” (1). La cruz, desde cuya base se divisa un soberbio panorama, será desde entonces el símbolo de esta sierra y del pueblo.

En otros casos, las cruces eran mucho más modestas y, aunque no se conservan, debieron existir junto a la Cañada de la Sierra a su paso por las cercanías de Cuartillo. No en balde, las tierras de Salto al Cielo fueron conocidas tiempo atrás como Dehesa de Las Cruces y de la Parrilla, siendo adquiridas en el primer tercio del siglo XVIII por el Monasterio de La Cartuja para ampliar sus posesiones. En ellas se levantaría a comienzos de la centuria siguiente la conocida ermita de Salto al Cielo. Una modesta cruz preside todavía la linterna que se alza sobre la media naranja de la ermita, visible desde un amplio sector de la vega baja del Guadalete.

Muy cerca de este lugar corren las aguas del Arroyo de Las Cruces, topónimo en el que perdura la antigua denominación de estos parajes. Este arroyo tiene su origen en las proximidades de la planta potabilizadora de Cuartillo. Sobre él se traza el Puente de las Cruces, con tres grandes arcos de sillares de cantería, que construyera el ingeniero Ángel Mayo en 1868 para dar paso por esta zona al Acueducto de Tempul (2). El arroyo atraviesa las tierras de Las Majadillas y Salto al Cielo para, después de embalsarse en las cercanías del Rancho de El Cortesano, unirse al arroyo de Cuerpo de Hombre en San Isidro, donde desemboca en el Guadalete.



Otro arroyo con el nombre de Las Cruces, nace en las faldas de la Sierra del Valle y atraviesa por tierras de Las Salinillas, el Algarrobillo y del Rancho Las Cruces, colindante con a la Cañada de las Salinillas que une el Valle con Gigonza.

En muchos pueblos de la provincia es frecuente el topónimo “Puerto de las Cruces”, al igual que en Jerez. En la mayoría de las ocasiones, este nombre tuvo su fundamento en la existencia de cruces de piedra o de madera que se situaron en los pasos de los caminos por parajes serranos, en los collados o en lugares abiertos junto a los puertos. Este es el caso del Puerto de las Cruces en la Dehesa de La Atalaya (próxima al embalse de Los Hurones), por el que cruzaba la Cañada de la Higuera que, desde tierras de Algar se dirigía a Ubrique.

Aún se mantiene también el nombre del Puerto de la Cruz, para el de un puertecillo existente en la carretera que une el Puerto de Gáliz y el Mojón de la Víbora entre El Marrufo y el Canuto del Lobo, en las proximidades de las Casa del Abanto. Con este mismo nombre se conservan también en los caminos serranos otros puertos en la Dehesa de la Alcaría y en la de Benahú, y con el de Piedra de la Cruz o de las Cruces, otros tantos parajes en las dehesas de Fasana (donde confluyen los arroyos de La Sauceda y Pasada Blanca) y de Garganta Millán, todos ellos en el rincón más oriental del término, lindando ya con los de Cortes y Ubrique. En tiempos pasados, tal como nos recuerda A. López Cepero, existió también un Quejigo de la Cruz en la Dehesa del Cándalo (3).



Más transitado en la actualidad es el Puerto de la Cruz, paraje situado en el acceso a la barriada rural vallense de Alcornocalejo o Briole donde se cruzan la carretera que desde san José del Valle se dirige al embalse de Guadalcacín y la Cañada de la Peruela o de Briole. Por este lugar discurría una de las principales vías pecuarias del término y se trazó en la antigüedad el acueducto romano de Tempul a Gades a través de una galería subterránea. Muchos siglos después, este puerto vería pasar las conducciones del acueducto de Tempul a Jerez, uno de cuyas torretas de acceso vemos aún junto al Puerto.



Muy conocido es también el Puerto de las Cruces que se encuentra en el límite de los términos municipales de Jerez y El Puerto de Santa María, en un paraje situado junto a los accesos a los Depósitos de la Sierra de San Cristóbal. Aún perviven aquí dos columnas apoyadas en sendos pedestales, en los que faltan las cruces que las coronaban y que estaban situadas a las orillas del camino real ente Jerez y El Puerto. Este paraje de Las Cruces ha quedado ya para siempre en la literatura en la obra Caín, del Padre Coloma (1873) donde describe este rincón, los caminos que lo transitaban, y los paisajes del valle de Sidueña (4).

Cruces en los viñedos.

No faltan tampoco en el viñedo jerezano o en las tierras de cereal otras referencias a las cruces. Entre ellas pueden citarse la antigua viña de La Vera Cruz, en el pago de Zarzuela, junto a la actual barriada rural de Añina o La Cruz del Husillo, situada en el pago de Marihernández, junto a Las Tablas, aunque en este caso se hace referencia en el nombre a la denominación con la que se conoce la cruz formada por el brazo horizontal y el tornillo de hierro o madera que se utiliza para el movimiento de las prensas. La antigua viña Santa Cruz, ya desaparecida, cedió su nombre al actual Polígono Industrial Santa Cruz, en la carretera de Sevilla, levantado en los terrenos de aquellos viñedos. El Haza de la Cruz da nombre todavía a sendas parcelas de tierras de secano situadas en Las mesas de Santiago y Mesas de Asta.



Junto a todas ellas, se conserva también la conocida viña La Santa Cruz, ubicada en el pago de Balbaina, entre la cañada de Las Huertas y la carretera de Rota, adquirida hace unos años por la empresa Huerta de Albalá. En la parte más alta de la ladera del cerro donde se asienta esta antigua viña, se alza una sencilla cruz de hierro sobre un pedestal que despunta entre los trigales.





Cruceros monumentales y pequeñas cruces.

En este recorrido por las cruces de la campiña no queremos dejar de mencionar dos de los cruceros más sobresalientes de cuantos podemos admirar en las cercanías de la ciudad. Uno de ellos, el más conocido, es el situado en el patio exterior de La Cartuja, conocido como Cruz de la Defensión. Este hermoso crucero fue visitado por el conocido pintor y dibujante francés Gustavo Doré quien lo incluyó, junto a otros grabados de la ciudad, en su conocida obra L´Espagne, moeurs et paysages (1862). En palabras del profesor Antonio Aguayo, “se trata de una hermosa cruz pétrea, que conmemora la victoria de las tropas cristianas sobre las sarracenas, gracias a la intervención milagrosa de la Virgen, que da lugar al nombre de Defensión, que adopta la cartuja jerezana”. Apunta este autor que la cruz se levanta bajo el priorato de Tomás Rodríguez, constituyendo “una bella obra del Renacimiento jerezano” (5).

Menos conocido es el Crucero de Alcántara, que se levanta en un llamativo montículo, cubierto de vegetación, situado en las inmediaciones de la carretera de Arcos entre los cortijos de Cartuja de Alcántara y La Peñuela. El observador puede adivinar entre las copas de la frondosa arboleda que crece sobre las laderas del cerro, la silueta de una cruz que despunta ligeramente sobre la espesura vegetal que parece protegerla. Se trata de un crucero mandado levantar por D. Salvador Díez, antiguo propietario de la finca de Cartuja de Alcántara e inaugurado en 1911. Como reza la lápida que figura en su base, la cruz fue bendecida por el arzobispo de Sevilla, D. Enrique Almaraz y Santos “con gran asistencia de clero y fieles… el día 24 de octubre de 1911, concediendo 100 días de indulgencia por cada Padre Nuestro o Credo que se rece delante de ella en memoria de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo” (6).



Para cerrar este recorrido que tiene como hilo conductor las cruces y sus referencias geográficas y materiales en distintos rincones de nuestra campiña, destacamos también la gran cruz que se alza en el monumento al Sagrado Corazón de Jesús levantado en la viña el Majuelo. Presidiendo uno de los viñedos de más nombradía del Marco de Jerez, y sobre un gran pedestal cilíndrico, llama la atención del visitante una figura monumental de Cristo con la mano derecha levantada y la izquierda sujetando una gran cruz de piedra que tiene grabada la leyenda “In hoc signo vinces”.



En las veletas y en las rejas, sobre los pozos y las puertas, en los paneles cerámicos, en las hornacinas de muchos cortijos… por todas partes cruces. Grandes unas y otras pequeñas, casi diminutas, como las que encontramos en los muros o en el interior de nuestras capillas y oratorios rurales. A modo de ejemplo, en la Ermita de la Ina, una "cruz de la victoria", recuerda la hazaña de Diego Fernández de Herrera y la batalla que en estos llanos se libró entre los jerezanos y los musulmanes en el siglo XIV. En el interior de esta misma ermita, podemos admirar un "vía crucis" que ha sido plasmado en sencillos azulejos presididos por una pequeña cruz.

Para saber más:
(1) Información facilitada por nuestro amigo Juan García Gutiérrez.
(2) Memoria relativa a las obras del Acueducto de Tempul para el abastecimiento de aguas a Jerez de la Frontera, por D. Ángel Mayo. Anales de Obras Públicas, nº 3, 1877. Pgs. 59, 63 y 64.
(3) López-Cepero, Adolfo.: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López Cepero.- Año de 1904. Escala 1:25.000
(4) García Lázaro A. y J.:Por las tierras de Sidueña con el Padre coloma”. Blog “Entornoajerez”. 31/03/2009. Sobre la novela Caín puede consultarse: López Romero, José.: Edición de Caín del Padre Luis Coloma. Biblioteca Virtual Cervantes. También puede consultarse en Biblioteca on-line del C.E.H.J.. 2007.
(5) Aguayo Cobo, A.: Arquitectura religiosa del renacimiento en Jerez II. Cartuja de la Defensión. Convento de Santo Domingo. UCA, 2006, pp. 23-24. Sobre este crucero hemos escrito: García Lázaro A. y J.:Con Gustavo Doré en el patio de La Cartuja”. Blog “Entornoajerez”. 05/10/2014.
(6) García Lázaro A. y J.:El crucero de la Cartuja de Alcántara cumple cien años”. Blog “Entornoajerez”. 24/10/2011.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 29/03/2015

Elogio de las “malas hierbas”.
Otra vez la primavera.




Fiel al ritmo de los días y al cotidiano repetirse de las estaciones, con esa precisión con la que los sabios calculan el incesante movimiento de los astros, la primavera de 2015 ha comenzado puntualmente, según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional, el pasado “viernes 20 de marzo a las 23h 45m hora oficial peninsular”. En su rigor teórico, los astrónomos han previsto que durará 92 días y que terminará el 20 de junio para dar paso al verano. Pero en la práctica, la primavera lleva ya entre nosotros unas semanas desde que las lluvias regaron generosamente la tierra y el sol ha hecho renacer todo lo vegetal.

Por los carriles de las viñas.

Ya está aquí la primavera y de nuevo los brotes de los árboles y arbustos, las hierbas y las flores van cambiando el aspecto del campo, del paisaje. Recorremos los caminos de la campiña y sale la primavera a nuestro encuentro en todos los rincones. De esta hermosa manera lo expresaba hace unos años, en su sección A cepa revuelta, de Diario de Jerez, el abogado y escritor Jesús Rodríguez Gómez:



Esta mañana he estado paseando por la Cañada de la Loba. Los verdes tenían belleza y vitalidad de adolescentes y se paseaban por las besanas, fatigándolo todo. He tomado la vereda que lleva a la viña de mi amigo Frasquito… ¡Las veredas del campo! Sendas humildes hechas con pasos ajenos… En la albarrada que hace linde con el trigal se agolpaban amapolas, jacintos, lavandas, labiérnagos, coscojas, aulagas, torviscos… Y entre ellas, subrepticias, las flores anónimas que se prende abril en sus mañanas. Esas que lo inundan todo con su color y su nombre clandestino. Sólo sabemos de ellas su lozanía y su querencia por lindes y ribazos, pero desconocemos cómo se llaman. La gente del campo las nombra, como si nada: carmentinas, todabuenas, sanchecias, algazules, escarchadas, hierba doncellas, mocos de pavo, palos de cochino, aguaturmas, ombligos de venus, dividivis, amormíos…"; y nosotros, los de ciudad, nos quedamos asombrados con ese santoral de la modestia. Estas flores de nombres ignorados, se pierden, como las monjas, por la humildad, y por eso agarran en lo menos evidente. Vamos andando entre los pasiles del roquedo y las vemos emerger de entre sus fisuras y gravillas, haciendo del aire, con su breve olor, una cañada de hermosura.



Cuando las descubrimos, hacemos una parada en nuestro paseo para admirar aquellas piedras florecidas, y después, agradecemos de corazón a la primavera que colonice con frutos de belleza hasta lo más inhóspito. En su humildad, sin embargo, llevan también su desgracia, porque no saber cómo se llaman quita a los hombres apego y nadie se lamenta si una de esas flores desconocidas es tronchada por el pie, la rueda o los cascos de la yegua…
” (1).

A nosotros también nos gusta pasear por los caminos que se trazan entre los campos en torno a Jerez, por las antiguas cañadas que se ramifican en hijuelas y padrones, en veredas y sendas entre los sembrados de cereal, entre las huertas, entre los viñedos… Y allí descubrimos ese esplendor generoso de humildes y desconocidas plantas que transforman las cunetas y linderos en hermosos parterres floridos. Un buen conocedor de nuestra campiña, Juan Luis Vega Cordero, pone nombre a buena parte de ese cortejo vegetal:

En primavera las cunetas de los carriles de las viñas de Jerez es el jardín natural más impresionante que uno se pueda imaginar, un mundo botánico lleno de vida y color. Todo tipo de plantas de espigas, como las avenas locas, los alpistillos o la cebadillas de ratón; ramilletes inmensos de flores azules, como las viboreras o chupamieles; de las comestibles borrajas, que brotan ya en el invierno; los blancos de las manzanillas y margaritones, los traviesos pepinillos del diablo, las peligrosas cicutas, hierbalocas o perejil de burro o de las viznagas, de elegantes pompones blancos…, inundan los campos jerezanos al final de mayo y junio, antes de enroscarse para el verano. Gamas de amarillos de todas las clases, vinagretas para chupar, jaramagos para los canarios, hinojos para el guiso de caracoles o para el aliño de aceitunas y tagarninas para esparragar; los tonos rosados de las corregüelas, campanillas y de los conejitos o bocas de dragón, que a veces crecen hasta en mismos tejados de las iglesias del centro. Morados de las tristes malvas y de las duras achicorias y el rojo impresionante de las zullas, que derraman su 'sangre' por los campos jerezanos cuando llega la Semana Santa…” (2).



Entre trigales.



Si la primavera se deja sentir entre las lomas de albariza donde crecen los viñedos, en otros rincones de la campiña se hace aún más patente y los trigales se nos muestran con un verde intenso que alegra los sentidos. Manuel Romero Bejarano, en un hermoso artículo publicado hace unos años en estas páginas de Diario de Jerez con el título de Trigales Verdes hace este hermoso llamamiento ante el inicio de la primavera: “Llegó el tiempo de volver a los cerros, el día soñado de abandonar Jerez para subir a la tierra blanca. Hace meses que la flor del almendro comenzó a desvanecer el frío. El perfume del azahar acudió en su ayuda… Quedarse quietos con los ojos abiertos días enteros. Junto a parras retorcidas que renacen tras el invierno. Junto a casas vacías en las que ya nadie se alegra de ver crecer la cosecha. Al lado de pozos de edad inmemorial. Campos arrugados que se asombran cada año de ver el trigo granar. … Peregrinar por reinos míticos que no dejan de sorprenderse al llegar la primavera. Volver a pronunciar nombres antiguos que se adentran en lo más profundo de la memoria. Alfaraz. Balbaína. Cantarranas. Macharnudo. Orbaneja. Tabajete. Valcargado. Almocadén. Los Tercios. Capirete. Marihernández. Tizón. Añina. Cerronuevo. Burujena. Carrahola…



Cientos de primaveras. Miles de jerezanos que nacieron y murieron en estos pagos esperando alcanzar un abril más. Deseando otear el horizonte y contemplar con júbilo cómo una vez más el trigo verde estaba granado...
” (3).



Los viñedos, los trigales, los sotos y alamedas del río, los linderos del bosque… cualquier lugar depara no pocas sorpresas en este renacer de lo vegetal. Pero nosotros, entre todos los regalos con los que la primavera nos obsequia, sentimos especial predilección por estas flores silvestres, humildes, discretas, “vulgares”, con nombres apenas conocidos, esas que crecen en las cunetas, en los bordes de los campos y de los caminos, las que, como los jaramagos, tapizan los baldíos. Esas que pasan desapercibidas y a las que muchos califican como “malas hierbas”. A buen seguro, algunas de estas especies vegetales resultan poco recomendables y causan perjuicios a agricultores y viñistas, a jardineros y a quienes se ocupan del mantenimiento de caminos y carreteras… pero no puede ya concebirse el paisaje sin ellas. Con la primavera, estas “malas hierbas”, esas que crecen “donde no deben”, donde no se las quiere, se hacen presentes en todos los rincones y, pese a las molestias que causan a algunos, nos compensan a todos con la belleza de sus flores.

En cierta ocasión, paseando por la Cañada de Espera, un hombre que llevaba en la mano una bandera, cubierto con un impermeable, nos hizo señas desde unas decenas de metros, en medio de un campo. Al poco se nos acercó y nos previno de las pasadas que una avioneta que volaba a lo lejos: “está fumigando para matar las malas hierbas”. Macizos de margaritas y amapolas, de viboreras y malvas, de borrajas y vinagretas, de zullas, de azureas, de jaramagos… llenaban las cunetas, ocultando los palmitos, y crecían también entre un olivar cercano y en los linderos de una loma sembrada de cereal. Malas hierbas…

Nos alejamos entonces del camino y en esas divagaciones ociosas que entretienen el paso lento de los caminantes, pensamos si estas “malas hierbas”, si estas hierbas que hermoseaban con sus flores los bordes de las hijuelas y los campos, estás que formaban parte de esa “lista negra” para la agricultura, serían consideradas “buenas hierbas” en algún lugar. Y allí, a buen seguro, que lejos de fumigarlas y rozarlas para acabar con ellas, se las trataría con el mimo que se dispensa a las flores que aquí cultivamos en los jardines.



“Es seguro, -pensamos-, que en algún remoto paisaje, las mejores praderas estarán tapizadas por estas “malas hierbas” que aquí tratamos de eliminar de nuestros campos con herbicidas. Es de justicia que así sea, -pensábamos mientras se acercaba la avioneta-, y de que puedan gozar allí de una lluvia de agua fina, de rocío limpio cada mañana y de que sean bien tratadas y admiradas”. Rescatamos, a modo de divertimento, aquellas disquisiciones en estos días de marzo cuando vuelven de nuevo a brotar con fuerza todas las hierbas (las “buenas” y las “malas”), algunas de cuyas flores les dejamos, junto a estas líneas para que los lectores valoren su condición.

Un hermoso y premiado poemario de nuestra admirada Josefa Parra lleva por título “Elogio de la mala yerba” (4) y nosotros, modestamente, lo tomamos prestado para dar la bienvenida a esta nueva estación que ahora comienza. Nos vamos recordando de nuevo la palabras de Jesús Rodríguez para decir que, paseando estos días por cualquier cañada de nuestra campiña, admirando los prodigios que obra la primavera en los ribazos de los campos, en los setos de los caminos, en las laderas incultas, en las orillas de los arroyos… disfrutando del renacer y el empuje de la naturaleza, sentimos “…lo mismo que debió sentir Dios aquel día tercero en que creó las cosas vegetales y vio que eran buenas”.


Para saber más:
(1) Rodríguez Gómez, Jesús:A cepa revuelta: La primera visita al campo”. Diario de Jerez, 21/03/2010.
(2) Vega Cordero, Juan Luis:Primavera en los viñedos jerezanos”, Diario de Jerez, 11/05/2013.
(3) Romero Bejarano, Manuel:Trigales Verdes”, Diario de Jerez, 18/04/2010.
(4) Parra Ramos, Josefa:Elogio de la mala yerba”, Visor Libros, 1996.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 22/03/2015

 
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