A los maestros Francisco Giles y Santiago Valiente, desde la admiración por su trabajo.
Desde la antigüedad, la sal ha sido considerada como un elemento fundamental en la vida de los hombres y su extracción y disponibilidad ha condicionado, en buena medida, la disposición de

asentamientos humanos y la ocupación de muchos de los rincones del territorio provincial. En el caso de la sal marina, está muy documentada y estudiada su utilización desde la antigüedad y especialmente en las factorías de salazones romanas de distintos puntos de la costa gaditana, siendo imprescindible para la elaboración de las conservas de pescado. Para todas las culturas la sal ha sido también indispensable como condimento culinario y como ingrediente en la conservación de muchos alimentos, además de como complemento en la producción ganadera, en ritos y ceremonias. A pesar de la relativa facilidad

para la obtención de este producto en la zona por la proximidad de las
salinas costeras, para los habitantes de los espacios serranos y campiñeses han sido de vital importancia las
salinas de interior, ligadas a la presencia de manantiales salobres, presentes en muchos lugares de nuestro entorno cercano.
En otras ocasiones, en estas páginas de
entornoajerez nos hemos ocupado de algunas de estas salinas, como
Las Salinillas de Estella del Marqués, próximas al Arroyo Salado de Caulina o
Las Salinillas del cortijo de Santo Domingo, junto a la carretera del Calvario.
Hoy vamos a visitar otras menos conocidas pero que han sido, tal vez, las de mayor interés de cuantas llegaron a explotarse en las cercanías de la ciudad: las antiguas
Salinas de Fortuna, ubicadas junto al
Arroyo Salado, en el paraje de
Los Entrechuelos.

Conocidas también como
Salinas de Doña Benita o de
La Matanza, estuvieron en uso, según testimonios orales, hasta comienzos de la década de los cincuenta. Al tratarse de un enclave situado en fincas privadas, es preciso solicitar permiso para acceder a él y así, llegamos hasta este lugar desde el cortijo de La Matanza, a través de las pistas interiores del
parque eólico Doña Benita-Cuéllar, que nos acercan hasta

la Casa de la Matanza. Los 22 aerogeneradores del parque nos acompañarán por todos los rincones de estos parajes como auténticos colosos mecánicos, con rotores tripala de 88 m de diámetro. En otras ocasiones hemos accedido a las salinas desde Doña Benita La Alta en cuyas inmediaciones parte un camino que nos conduce también hasta la Casa de la Matanza. Desde aquí puede bajarse por la pista abierta en su día para la explotación de una antigua cantera –hoy sin actividad- hasta el mismo lecho del arroyo Salado.
El Salado: un arroyo singular.
Las antiguas salinas se encuentran, como se ha dicho, junto al
Arroyo Salado, un cauce tributario del Guadalete al que se une en los
Tajos del Infierno, entre El Cerro del Castillo de
Torrecera y el Peñón de La Batida. Pese a ser un riachuelo modesto y secundario, puede llegar a tener grandes crecidas que en épocas de lluvias intensas han llegado a cortar la carretera que une La Ina con Torrecera.

El
Salado se forma por la unión de otros dos arroyos, el de
Fuente Rey y el
La Matanza, que drenan a su vez las tierras de los cortijos que les dan nombre. El de Fuente Rey se represa en un
embalse aguas arriba de su unión con el de La Matanza. Ambos arroyos suman ya sus aguas en el cauce del Salado en los campos de
La Matancilla, a los pies del cerro de la
Sierrezuela (160 m). Desde este lugar, el arroyo se abre paso entre empinados cerros, por un rincón de la campiña conocido como
Los Entrechuelos Altos. En su margen derecha destaca el
Cerro de la Harina, un mogote cónico cubierto con una densa vegetación de monte bajo que con 116 m es el de mayor altitud de la zona. A la izquierda escoltan su cauce las
Lomas del
Cuartel y los cerros de
Doña Benita la Alta, desde los que baja un modesto arroyo en cuya confluencia con el Salado se encuentran las salinas. Paralelo a este pequeño curso de agua discurría el
antiguo Camino de Jerez a Paterna que, procedente de las cercanías de La Ermita de la Ina, llegaba hasta este lugar pasando por la
Laguna del Rey (hoy desecada, en tierras de El Mojo) y por el cortijo de Doña Benita La Alta, para seguir después por Fuente de Rey y Las Piletas hasta Paterna. El trazado de esta vía de comunicación, ya en desuso, puede seguirse en el Plano Parcelario de A. López Cepero de 1904 (1).
Dejando atrás las salinas, el arroyo Salado discurre encajado entre los cerros de los
Entrechuelos Bajos, recibiendo por la izquierda las aguas del
arroyo de la Mimbre, que corre paralelo a la
Cañada de la Cuesta del Infierno y, por la derecha, el de los
Fosos, que cruza por las lomas de la finca de Torrecera donde es
embalsado.
En su tramo final, el Salado forma una pequeña vega que cruza la carretera de Torrecera, a los pies del Cerro del Castillo, para unirse al Guadalete en los Tajos del Infierno.
Como ocurre en tantos otros rincones de las campiñas gaditanas, donde encontramos otros “arroyos salados”, el carácter salobre de sus aguas se debe a causas geológicas.
Los materiales que forman el sustrato de estos parajes y que están también presentes en los terrenos circundantes de estas pequeñas cuencas endorreicas, está integrado principalmente por
yesos y margas de edad triásica, con alto contenido en sales que, al ser disueltas por las aguas superficiales, confieren “carácter salado” a las aguas de este arroyo (2).
Un poco de historia.

Aunque se desconoce su origen, existen motivos para pensar que son conocidas desde la antigüedad, al igual que sucede con otras salinas y salinillas de interior como las de
Iptuci,
Peña Arpada,
Vicos o
Gigonza. A falta de un estudio arqueológico que pueda aportar datos más precisos, en sus cercanías se han encontrado en superficie materiales que apuntan ya a la presencia romana en estos parajes: fragmentos de ánforas, tégulas y de otros recipientes cerámicos.

También existen noticias de su posible explotación en los siglos medievales. El profesor Juan Abellán recuerda la existencia en las cercanías de estas salinas de la
alquería andalusí de Margalihud (3). De esta alquería ya tenemos constancia por Fray Esteban Rallón (mediados del s. XVII) quien sitúa en sus proximidades los enfrentamientos que los jerezanos tuvieron con los moros, en 1325 en las conocidas batallas de
La Matanza y
La Matancilla. Sobre ello escribe que “
el sitio de La Matanza se llamó primero Margarihud; nombre arábigo, y después que fue de los cristianos se llamaba la aldea de Pedro Gallego” (4). Un siglo más tarde, el historiador Bartolomé Gutiérrez también menciona la menciona “llamábase este sitio que ocupaban los moros en su lengua arábiga Margarihud” (5).

El topónimo de esta alquería o alcaría de Margalihud apunta a que estaba situada "en lo que habría sido una propiedad de la comunidad hebraica xericiense, en los siglos XII-XIII. La voz
Margalihud, es un compuesto de dos vocablos árabes:
marŷ, "prado", y
al-yahūd, "los judíos". El topónimo pues procedería de una hipotética
qaryat marŷ al-yahūd, "
alquería del prado de los judíos" (6)

El profesor Abellán ha estudiado cómo los deslindes realizados en 1435 en estos parajes permiten reconocer ciertos puntos de la geografía del entorno de esta alquería y así, "
el aludido río Salado no es otro que el que recibe, antes de desembocar en el Guadalete, las aguas del arroyo de los Fosos; las mentadas salinas se corresponden con las que en la actualidad conocemos como Salinas de Doña Benita, y la Matanza, la actual cortijada del mismo nombre. En consecuencia, pensamos que el centro de la alquería hispano-musulmana de Margalihud debió situarse entre la Matanza y las Salinas” (7). Actualmente, el caserío de La Matanza está a menos de 1,5 km. del paraje de las Salinas,
siendo el punto que permite un mejor acceso a ellas, por lo que cabe pensar, siguiendo a este autor, que en los siglos medievales la alquería de Margalihud estuviera en un lugar aún más

cercano, siendo muy factible el aprovechamiento por sus habitantes de la sal. A este enclave andalusí habría que sumar en las proximidades de las salinas al menos otros dos situados a unos 3 km: la alquería de al–Husayn, en el actual cortijo de
Alhocén (8), y el
Cerro del Castillo, donde se conservan los restos de la torre almohade de Torrecera.
Tras la conquista cristiana la salinas, pese a la despoblación de muchas alquerías, es probable que también fueran explotadas por la continuidad de la aldea de Margalihud con la denominación de Pedro Gallego. El profesor Emilio Martín apunta en este

sentido, que en el Jerez medieval las fuentes documentales revelan la existencia de varias salinas de interior como las denominadas
Salinas Mayores (en las proximidades de Torrox),
Las Salinillas (en la dehesa de la Fuente del Suero), las de la
Dehesa de Gigonza y las situadas en la
Dehesa de La Matanza (9) “
que se corresponden con la actual Salina de Fortuna” (10) denominadas en otras fuentes como de
Doña Benita.

Pocos datos existen de estas salinas en los siglos posteriores. El
Catastro de Ensenada (1755) no las menciona aunque se hace en él alusión a la figura del
Administrador de Salinas de la ciudad (11). Un siglo después, ni el diccionario
Madoz, ni el mapa provincial de
Francisco Coello (1848), ni las
Minutas Cartográficas o los
Planos Catastrales de finales del XIX dan cuenta de ellas. Tampoco el
Plano de Lechuga y Florido (1897) recoge referencia alguna a estas salinas aunque si señala las de la carretera del Calvario. Hay que pensar que durante el siglo XVIII y, especialmente el XIX, las salinas de la Bahía de Cádiz estaban ya en plena explotación y la sal pasó a ser un producto relativamente asequible en

nuestra zona, por lo que muchas de las salinas de interior quedaron sólo para el pequeño consumo de los habitantes de los cortijos cercanos a ellas. Un dato de interés es el aportado por la
Estadística Minera de España de 1896 donde se informa que la producción de sal en la provincia fue de 282.410 toneladas de las que 280.000 correspondieron a las salinas de la Bahía de Cádiz, y el resto a las de Sanlúcar. Con respecto a las de interior, tan sólo las salinas de Hortales constan en esta estadística con una producción simbólica, mencionándose en Jerez una única explotación
La Salinilla (en el Cortijo de Santo Domingo, a la que ya hicimos alusión) que produce anualmente
3 toneladas, no haciéndose mención de las Salinas de Fortuna (12).
Habrá que esperar a
1904 para que el Plano Parcelario de López Cepero incluya la primera referencia a estas salinas que situa en el lecho mismo del Arroyo Salado, en un punto a la derecha del Camino de Jerez a Paterna y en los límites de las Dehesas de los Entrechuelos Bajos y Doña Benita la Alta. El Plano recoge también una construcción junto a las Salinas, que fue conocida como la “
Casa del Salinero” y de la que todavía quedan los cimientos.

La primera edición del Mapa Topográfico Nacional de 1917 incluye por primera vez el nombre de
Salinas de Fortuna, repitiéndose en la de 1918, con los cristalizadores ubicados en el margen derecho del Salado. Una referencia a estas salinas la encontramos también en 1940, cuando aún estaban activas, de la mano del geógrafo
Juan Dantín. En su estudio sobre la aridez en España, ofrece casi los últimos datos sobre su funcionamiento. Al referirse a la

pequeña Laguna de los Fosos, próxima a la carretera de El Pedroso a Paterna escribe que de ella “
efiere el arroyo de los Fosos, no en todo tiempo fluente, pero que cuando corre vierte al arroyo Salado, en cuyo cauce se halla la Salina de Fortuna” (13). En la edición de 1968 de la hoja del MTN de Paterna (1062), aparecen con su antigua denominación de
Salinas de Doña Benita, mientras que en la del año 2000 y siguientes se las denomina como
Salinar de Fortuna.
El paraje de las salinas hoy.
De acuerdo a lo comentado, y con una larga historia detrás, creemos que el último episodio de la historia de estas salinas arranca a comienzos del siglo XX cuando se reflejan ya en la cartografía y cuando, tal vez se renuevan o construyen las balsas de evaporación o cristalizadores que existieron en la margen derecha el cauce del Salado, como reflejan los mapas.

Estas pequeñas balsas, que bien pudieron tener su origen en la antigüedad o en los siglos medievales, no se aprecian hoy en superficie pudiendo haber sido arrastradas por sus aguas o cubiertas por los sedimentos del arroyo, aunque en distintos lugares se adivinan lo que pudieran ser hiladas de piedras.
Lo que si han llegado hasta nuestros días son los restos de la denominada “
Casa del salinero”, que vemos sobre una pequeña elevación en la margen izquierda del arroyo, en el lugar donde se le une un pequeño cauce que baja desde Doña Benita la Alta, paralelo al cual discurría el antiguo camino de Jerez a Paterna. Por testimonios orales de vecinos del Mojo, Baldío Gallardo, Torrecera y el cortijo de La Matanza sabemos que estuvo habitada hasta finales de los 40 o comienzos de los 50 del siglo pasado, fechas en las que aún se recogía sal que se guardaba en grandes
tinajones. La sal era demandada por los cortijos cercanos y requerida por los ganaderos y pastores. Algunos
arrieros de Paterna la distribuían también en el entorno de esta población.
En las proximidades de la casa, bajo un espolón rocoso, un
manantial de aguas sulfurosas aporta un pequeño caudal al arroyo que en verano presenta una modesta corriente que alimenta las pozas que encontramos en su cauce.

En invierno, la lámina de agua del arroyo llega a inundar las riberas, escoltadas de tarajes, que en la zona de las salinas se llegan a ensanchar hasta 30 o 40 m. En verano, debido a la evaporación, todo este paraje presenta en las orillas del Salado un increible aspecto ya que se forma una
fina capa de sal en las riberas, formándose un hermoso manto blanco que cubre las arenas, guijarros y rocas del cauce a lo largo de casi 300 m y que nos desvela la singularidad de este desconocido rincón de la campiña de Jerez.
Algo más alejado de la orilla, en la margen izquierda del arroyo, llama la atención del visitante un gran pino piñonero que según testimonios orales fue plantado en 1947, cuando se repoblaron también los cerros próximos a Torrecera. En sus cercanías se aprecián también lo que pudieron ser restos de otra construcción, a los pies del Cerro de la Harina, junto al camino de Paterna.
Salinas de Fortuna o de Doña Benita, un incrible paraje de nuestra campiña cargado de historia.
"entornoajerez"...