Hace unos días, la inauguración del
Puente de la Constitución de 1812 en la bahía de Cádiz ha sido noticia nacional e internacional por la magnitud y grandiosidad de esta gran obra pública que figura ya entre las más destacables de su género a nivel mundial.

Sirva esta breve referencia al mayor de nuestros puentes para proponerles un recorrido en la historia por otros mucho más modestos. Lamentablemente, entre los diferentes elementos singulares que integran el patrimonio de nuestro entorno rural, apenas quedan ya vestigios de aquellos
viejos puentes que durante siglos, cumplieron un papel fundamental en la red de vías de comunicación que conectaba Jerez con las ciudades vecinas.
Caminos y puentes son, probablemente, los primeros y más básicos nexos de unión entre territorios y pueblos, razón por la cual han sido

construidos y mantenidos en buen estado de conservación desde la más remota antigüedad. Sin embargo, pocas obras públicas han estado expuestas a tantas vicisitudes como los puentes y, salvo excepciones (como el puente de Cartuja, obra del siglo XVI) la mayoría de ellos no han resistido el paso del tiempo.
Los puentes son, como acertadamente han dejado escrito distintos autores, unas de las primeras “víctimas civiles” que toda guerra trae consigo. Sin embargo no ha sido esta la principal razón por la que apenas queden ya restos de antiguos
puentes y alcantarillas en nuestros ríos y arroyos.

El motivo principal de la ruina y destrucción de muchos de ellos hay que buscarlo en el
carácter torrencial de los cursos fluviales que discurren por nuestro entorno y en el
abandono de los caminos tradicionales. Con el trazado de nuevas vías, se dejó de mantener y reparar estas obras que un día fueron tan necesarias. El lamentable olvido y la falta de protección de estos elementos singulares de nuestro patrimonio, han hecho el

resto del trabajo y, en algunos casos, han contribuido más a su deterioro que siglos de arroyadas y avenidas.
Puentes y alcantarillas con historia.
A través de la historiografía local podemos seguir el rastro del legado de la caminería medieval y la pequeña historia de algunos pequeños puentes que permitían salvar los arroyos cercanos a la ciudad. Muchos de ellos se siguieron utilizando, con las necesarias reparaciones, hasta los siglos XVIII y XIX en los que se inicia la renovación de la extensa red de caminos de la comarca que, en lo sustancial de sus trazados, ha llegado hasta nuestros días.
Puentes, alcantarillas, pontones, tajeas… eran todas obras de diferente naturaleza y finalidad que posibilitaban cruzar ríos, arroyos y otros cauces menores, como lo permitían también las “barcas”, de las que nos ocuparemos en otra ocasión, o los peligrosos vados y

pasadas, por los que atravesaremos otro día nuestros ríos. De algunos de estas
obras medievales da cuenta el profesor
Juan Abellán en un interesante estudio sobre los puentes y caminos del Jerez del
siglo XV (1). Se mencionan en él la
alcantarilla que sobre el arroyo
Guadaxabaque mando construir la ciudad a comienzos del siglo XV a expensas del molinero
Simón Ruiz
de Torres, quien había edificado una casa molino sobre dicho arroyo. El azud construido para retener las aguas provocaba inundaciones río arriba que impedían el cruce de los vecinos para ir desde la ciudad a sus propiedades situadas en los actuales pagos de Torrox, Anaferas y Parpalana por lo que se hizo preciso levantar aquel puente. En dicho estudio se informa también de la construcción de otro
puente de madera para cruzar el arroyo
Salado en dirección hacia Arcos “
por el camino que va a las caleras”. La obra se llevó a cabo en un lugar que en la actualidad se corresponde, aproximadamente, con el paraje donde se sitúa el puente de la carretera de Cortes que cruza este arroyo a la altura de la Venta Las Cuevas en Estella del Marqués.

Muy cercano a la ciudad, otro
pequeño puente del que tenemos noticia es el que permitía el paso del
arroyo de Curtidores en el entorno de la
Ermita de Guía, en las proximidades de la Puerta Nueva del Arroyo, tal como puede apreciarse en diferentes grabados del siglo XIX en los que se conserva testimonio gráfico de su aspecto y de su emplazamiento. Una parte de la calzada que lo cruzaba salió a la luz en los trabajos arqueológicos

que se realizaron cuando se construyó un enorme edificio residencial en este mismo emplazamiento. Esta obra permitía salvar el arroyo al camino que desde Jerez conducía a las cercanas poblaciones de El Puerto de Santa María, Sanlúcar y Rota. Existen también sospechas fundadas de que bajo la
Alameda Cristina puedan existir los
restos de un pequeño puente que permitiría sortear el arroyo que discurría por los alrededores de los muros y que trazaba su curso en el Jerez medieval por las actuales calles Porvera, Honda y Arcos (2).
Las alcantarillas del Salado.

Dejando a un lado las referencias al más célebre de nuestros puentes, el de Cartuja, al que volveremos en otra ocasión de la mano del completísimo estudio que sobre él ha realizado
Manuel Romero Bejarano, tal vez sea el arroyo Salado de Caulina (conocido también con los nombres de Salado de Cuenca, Badalejo, Badalac, Badalae, Albadalejo…) el más citado en las fuentes documentales. Refiriéndose a este arroyo, que desemboca en el Guadalete junto al

Monasterio de la Cartuja, el historiador
Bartolomé Gutiérrez (1756) señala que: “
Tiene este referido Badalae dos puentes, una dilatada por el passo del Hato de la Carne; y otra en la atraviesa desde Cartuxa al Puente Grande, que es indispensable camino de toda la costa desde Puerto Real y Cádiz hasta Alcalá, Ximena y toda la Serranía y costas del mediterráneo, por ser este tránsito el alambique por donde deben pasar quantos fueren y vinieren de una y otra marina Atlántica y Mediterranea” (3).

El primero de los puentes mencionados permitía el paso del Salado en el
Hato de la Carne, paraje situado en los Llanos de Caulina, en las proximidades del actual cruce de las autovías de Arcos y Sevilla. Por este lugar pasaban el río los caminos que se dirigían a la Torre de Melgarejo, Arcos y Bornos, casi por el mismo lugar en el que hoy se cruza este arroyo que, en años lluviosos ha llegado a arrastrar sólidos puentes (ver fotografía). El

segundo de los citados, quizás el más conocido después del de Cartuja (“el Puente Grande”), era la llamada “
alcantarilla del Salado”, que estuvo situada en un punto muy próximo al lugar por el que en la actualidad cruza este arroyo el puente por el que se accede a Viveros Olmedo. Desde este mismo puente, aguas abajo, se aprecian aún los estribos de dos de esos viejos puentecillos, uno de los cuales estuvo en servicio hasta comienzos del siglo XX.
Esta alcantarilla del Salado, que aparece también reflejada en antiguos mapas y planos, era para la ciudad de Jerez de una gran importancia estratégica, por ser de paso obligado para acceder también al puente de Cartuja y a los
caminos que se dirigían a Medina, Vejer, La Puente y Cádiz. No es de extrañar por ello que a lo largo de los últimos seis siglos existan abundantes referencias documentales acerca de las numerosas reparaciones de las que fue objeto.
El profesor Abellán, en el estudio anteriormente mencionado, informa que ya en la sesión concejil del 10 de junio de
1457, se dan instrucciones para que el regidor Íñigo López, junto al

jurado Alfonso de Trujillo, acompañen a los “
alcaldes de los alarifes de esta ciudad que vean la dicha alcantarilla e vean lo que es menester para reparar bien la dicha alcantarilla e lo traygan por escripto para que ellos lo vean” (4). La ruina del puente debió de continuar al menos un año más, a juzgar por las noticias que de él nos da el historiador Bartolomé Gutiérrez quien informa al respecto que “en 14 de septiembre se trató de componer la Alcantarilla del salado

que va a Medina y destinaron para ello por Diputados a Pedro de Sepúlveda y a Alfonso de Trujillo, que fue el que dio el aviso para que con los Alarifes entendiesen en su fábrica. Era obrero de los muros de Xerez Fernan Ruiz Cabeza de Vaca 24 de Sevilla y Regidor de Xerez su Patria” (5). Tras numerosas vicisitudes, en las que se narra como el puente estuvo en ruina durante unos años en los que los vecinos arrancaban sus piedras para “enriar lino”, parece que, como indica Abellán, la obra se había reparado ya en
1466.
En los siglos posteriores se siguieron realizando numerosas obras de mantenimiento y reformas. De algunas de ellas nos da cuenta el historiador
Joaquín Portillo en su obra “
Noches Jerezanas”, donde se apunta que “
… el año 1706, siendo corregidor don Andrés Santo de Rosas, y diputado del pósito don Diego Suárez de Toledo y Torres,… se reedificó la alcantarilla del Salado… y últimamente, por acuerdo del constitucional Ayuntamiento de 1837, siendo alcalde 1º
don Juan Esteban Apalategui, se renovaron las alcantarillas del antedicho Salado y se consumó su arrecife. Empezó la obra el 17 de agosto, y se concluyó el 9 de noviembre, gastándose en tan preciosa y útil alcantarilla que tiene 80 pasos de largo, 83.193 ½ reales, siendo director el arquitecto don Manuel Zayas, y diputados don Juan Antonio Zalazar y don Sebastián Benítez…” (6). En esta última referencia parece apuntarse la existencia de dos puentecillos, los mismos de los que aún se conservan los arranques en el cauce del Salado, junto a Viveros Olmedo.
En el Museo Arqueológico de Jerez se conserva una lápida que recuerda la reedificación de la alcantarilla del Salado en 1706 a la que aludía Joaquín Portillo. La transcripción de la misma es la siguiente:
“REINANDO EN ESPAÑA LA MAG(ESTAD) DE D(ON) FHELIPE 5 POR AC(UER)DO DE LA M(VY) N(OBLE) I M(VY) L(EAL) CIV(DAD) DE XEREZ DE LA FRA S(IEN)DO SV COREXIDOR EL SR D(O)N ANDRES ANTO(N) DE ROZAS MARQ(VE)S DE AÑAVETE COM(ENDAD)OR DE TOROBA DEL ORDEN DE CALATRABA CAVA(LLERI)ZO DE S(V) MAG(ESTAD) SVPERINT(ENDEN)TE E REN(TA)S R(EALE)S DE ESTA z(IVDAD) I PARTIDO CAV(ALLER)O 24 DIP(VTA)DO DE POSITO EL SR D(ON) DIEGO SVAREZ DE TOLEDO I TOR(R)ES SE REDIFICARON ALMAZ(ENES) AZUDAS CANNALES MPLINO PVENTE I LA DE
LA ALCANTARIL(LA) DEL SALADO AÑO DE 1706”.
El próximo domingo, continuaremos en nuestro recorrido por los viejos puentes y alcantarillas en torno a Jerez, visitando (o recordando) los que se levantaron en en los arroyos de Matarrocines y Guadaxabaque, o en la cañada de la Isla para salvar el Salado de Puerto Real.