Elogio de las “malas hierbas”.
Ya está aquí la primavera.




Fiel al ritmo de los días y al cotidiano repetirse de las estaciones, con esa precisión con la que los sabios calculan el incesante movimiento de los astros, la primavera de 2023 ha comenzado, según el Observatorio Astronómico Nacional, el lunes 20 de marzo a las 16h 33m hora oficial peninsular. 
Pero en la práctica, la primavera lleva ya entre nosotros unas semanas desde que las últimas lluvias regaron generosamente la tierra y el sol ha hecho renacer todo lo vegetal.


Por los carriles de las viñas.

Ya está aquí la primavera y de nuevo los brotes de los árboles y arbustos, las hierbas y las flores van cambiando el aspecto del campo, del paisaje. Recorremos los caminos de la campiña y sale la primavera a nuestro encuentro en todos los rincones. De esta hermosa manera lo expresaba hace unos años, en su sección A cepa revuelta, de Diario de Jerez, el abogado y escritor Jesús Rodríguez Gómez:



Esta mañana he estado paseando por la Cañada de la Loba. Los verdes tenían belleza y vitalidad de adolescentes y se paseaban por las besanas, fatigándolo todo. He tomado la vereda que lleva a la viña de mi amigo Frasquito… ¡Las veredas del campo! Sendas humildes hechas con pasos ajenos… En la albarrada que hace linde con el trigal se agolpaban amapolas, jacintos, lavandas, labiérnagos, coscojas, aulagas, torviscos… Y entre ellas, subrepticias, las flores anónimas que se prende abril en sus mañanas. Esas que lo inundan todo con su color y su nombre clandestino. Sólo sabemos de ellas su lozanía y su querencia por lindes y ribazos, pero desconocemos cómo se llaman. La gente del campo las nombra, como si nada: carmentinas, todabuenas, sanchecias, algazules, escarchadas, hierba doncellas, mocos de pavo, palos de cochino, aguaturmas, ombligos de venus, dividivis, amormíos…"; y nosotros, los de ciudad, nos quedamos asombrados con ese santoral de la modestia. Estas flores de nombres ignorados, se pierden, como las monjas, por la humildad, y por eso agarran en lo menos evidente. Vamos andando entre los pasiles del roquedo y las vemos emerger de entre sus fisuras y gravillas, haciendo del aire, con su breve olor, una cañada de hermosura.



Cuando las descubrimos, hacemos una parada en nuestro paseo para admirar aquellas piedras florecidas, y después, agradecemos de corazón a la primavera que colonice con frutos de belleza hasta lo más inhóspito. En su humildad, sin embargo, llevan también su desgracia, porque no saber cómo se llaman quita a los hombres apego y nadie se lamenta si una de esas flores desconocidas es tronchada por el pie, la rueda o los cascos de la yegua…
” (1).

A nosotros también nos gusta pasear por los caminos que se trazan entre los campos en torno a Jerez, por las antiguas cañadas que se ramifican en hijuelas y padrones, en veredas y sendas entre los sembrados de cereal, entre las huertas, entre los viñedos… Y allí descubrimos ese esplendor generoso de humildes y desconocidas plantas que transforman las cunetas y linderos en hermosos parterres floridos. Un buen conocedor de nuestra campiña, Juan Luis Vega Cordero, pone nombre a buena parte de ese cortejo vegetal:

En primavera las cunetas de los carriles de las viñas de Jerez es el jardín natural más impresionante que uno se pueda imaginar, un mundo botánico lleno de vida y color. Todo tipo de plantas de espigas, como las avenas locas, los alpistillos o la cebadillas de ratón; ramilletes inmensos de flores azules, como las viboreras o chupamieles; de las comestibles borrajas, que brotan ya en el invierno; los blancos de las manzanillas y margaritones, los traviesos pepinillos del diablo, las peligrosas cicutas, hierbalocas o perejil de burro o de las viznagas, de elegantes pompones blancos…, inundan los campos jerezanos al final de mayo y junio, antes de enroscarse para el verano. Gamas de amarillos de todas las clases, vinagretas para chupar, jaramagos para los canarios, hinojos para el guiso de caracoles o para el aliño de aceitunas y tagarninas para esparragar; los tonos rosados de las corregüelas, campanillas y de los conejitos o bocas de dragón, que a veces crecen hasta en mismos tejados de las iglesias del centro. Morados de las tristes malvas y de las duras achicorias y el rojo impresionante de las zullas, que derraman su 'sangre' por los campos jerezanos cuando llega la Semana Santa…” (2).



Entre trigales.



Si la primavera se deja sentir entre las lomas de albariza donde crecen los viñedos, en otros rincones de la campiña se hace aún más patente y los trigales se nos muestran con un verde intenso que alegra los sentidos. Manuel Romero Bejarano, en un hermoso artículo publicado hace unos años en estas páginas de Diario de Jerez con el título de Trigales Verdes hace este hermoso llamamiento ante el inicio de la primavera: “Llegó el tiempo de volver a los cerros, el día soñado de abandonar Jerez para subir a la tierra blanca. Hace meses que la flor del almendro comenzó a desvanecer el frío. El perfume del azahar acudió en su ayuda… Quedarse quietos con los ojos abiertos días enteros. Junto a parras retorcidas que renacen tras el invierno. Junto a casas vacías en las que ya nadie se alegra de ver crecer la cosecha. Al lado de pozos de edad inmemorial. Campos arrugados que se asombran cada año de ver el trigo granar. … Peregrinar por reinos míticos que no dejan de sorprenderse al llegar la primavera. Volver a pronunciar nombres antiguos que se adentran en lo más profundo de la memoria. Alfaraz. Balbaína. Cantarranas. Macharnudo. Orbaneja. Tabajete. Valcargado. Almocadén. Los Tercios. Capirete. Marihernández. Tizón. Añina. Cerronuevo. Burujena. Carrahola…



Cientos de primaveras. Miles de jerezanos que nacieron y murieron en estos pagos esperando alcanzar un abril más. Deseando otear el horizonte y contemplar con júbilo cómo una vez más el trigo verde estaba granado...
” (3).



Los viñedos, los trigales, los sotos y alamedas del río, los linderos del bosque… cualquier lugar depara no pocas sorpresas en este renacer de lo vegetal. Pero nosotros, entre todos los regalos con los que la primavera nos obsequia, sentimos especial predilección por estas flores silvestres, humildes, discretas, “vulgares”, con nombres apenas conocidos, esas que crecen en las cunetas, en los bordes de los campos y de los caminos, las que, como los jaramagos, tapizan los baldíos. Esas que pasan desapercibidas y a las que muchos califican como “malas hierbas”. A buen seguro, algunas de estas especies vegetales resultan poco recomendables y causan perjuicios a agricultores y viñistas, a jardineros y a quienes se ocupan del mantenimiento de caminos y carreteras… pero no puede ya concebirse el paisaje sin ellas. Con la primavera, estas “malas hierbas”, esas que crecen “donde no deben”, donde no se las quiere, se hacen presentes en todos los rincones y, pese a las molestias que causan a algunos, nos compensan a todos con la belleza de sus flores.

En cierta ocasión, paseando por la Cañada de Espera, un hombre que llevaba en la mano una bandera, cubierto con un impermeable, nos hizo señas desde unas decenas de metros, en medio de un campo. Al poco se nos acercó y nos previno de las pasadas que una avioneta que volaba a lo lejos: “está fumigando para matar las malas hierbas”. Macizos de margaritas y amapolas, de viboreras y malvas, de borrajas y vinagretas, de zullas, de azureas, de jaramagos… llenaban las cunetas, ocultando los palmitos, y crecían también entre un olivar cercano y en los linderos de una loma sembrada de cereal. Malas hierbas…

Nos alejamos entonces del camino y en esas divagaciones ociosas que entretienen el paso lento de los caminantes, pensamos si estas “malas hierbas”, si estas hierbas que hermoseaban con sus flores los bordes de las hijuelas y los campos, estás que formaban parte de esa “lista negra” para la agricultura, serían consideradas “buenas hierbas” en algún lugar. Y allí, a buen seguro, que lejos de fumigarlas y rozarlas para acabar con ellas, se las trataría con el mimo que se dispensa a las flores que aquí cultivamos en los jardines.



“Es seguro, -pensamos-, que en algún remoto paisaje, las mejores praderas estarán tapizadas por estas “malas hierbas” que aquí tratamos de eliminar de nuestros campos con herbicidas. Es de justicia que así sea, -pensábamos mientras se acercaba la avioneta-, y de que puedan gozar allí de una lluvia de agua fina, de rocío limpio cada mañana y de que sean bien tratadas y admiradas”. Rescatamos, a modo de divertimento, aquellas disquisiciones en estos días de marzo cuando vuelven de nuevo a brotar con fuerza todas las hierbas (las “buenas” y las “malas”), algunas de cuyas flores les dejamos, junto a estas líneas para que los lectores valoren su condición.

Un hermoso y premiado poemario de nuestra admirada Josefa Parra lleva por título “Elogio de la mala yerba” (4) y nosotros, modestamente, lo tomamos prestado para dar la bienvenida a esta nueva estación que ahora comienza. Nos vamos recordando de nuevo la palabras de Jesús Rodríguez para decir que, paseando estos días por cualquier cañada de nuestra campiña, admirando los prodigios que obra la primavera en los ribazos de los campos, en los setos de los caminos, en las laderas incultas, en las orillas de los arroyos… disfrutando del renacer y el empuje de la naturaleza, sentimos “…lo mismo que debió sentir Dios aquel día tercero en que creó las cosas vegetales y vio que eran buenas”.

¡Ya está aquí la primavera, y ojalá que haya venido para llevarse al coronavirus!


Para saber más:
(1) Rodríguez Gómez, Jesús:A cepa revuelta: La primera visita al campo”. Diario de Jerez, 21/03/2010.
(2) Vega Cordero, Juan Luis:Primavera en los viñedos jerezanos”, Diario de Jerez, 11/05/2013.
(3) Romero Bejarano, Manuel:Trigales Verdes”, Diario de Jerez, 18/04/2010.
(4) Parra Ramos, Josefa:Elogio de la mala yerba”, Visor Libros, 1996.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Jaramagos.
Las más humildes de la flores




A pesar de estos tiempos raros, del frio invierno y del cambio climático que todo lo trastoca, nadie puede detener la primavera y sus signos. Basta comprobar como desde hace ya semanas, los JARAMAGOS ya están aquí de nuevo, llenando el campo y sus confines recordándonos, como una premonición, que la vida es imparable.






ELOGIO DEL JARAMAGO.

Entre las más humildes de las flores, pocas tan hermosas como el jaramago. Apenas el invierno dobla el mes de febrero y si las lluvias han sido oportunas, los jaramagos empiezan a pintar de amarillo los linderos de los campos, los bordes de los caminos, los ribazos de los arroyos. En pocas semanas, anunciando ya la primavera, su tenue follaje y sus vistosas y diminutas flores, como si de un cuadro impresionista se tratara, visten de color los baldíos, los terrenos incultos, las laderas y cunetas de los carriles, los setos, los solares abandonados, los viejos muros…

En un alarde de aérea ligereza, se enseñorean en los tejados de las viejas casas y, aún con cierto descaro irreverente, lo hacen también en las cornisas de las iglesias mostrando sus tenues y delicados colores. A nuestro entender, su sencilla belleza los rescata del reino de las “malas yerbas” al que se les había condenado, por su persistente omnipresencia y por esa forma obstinada con la que se instalan, más que como invasores, como auténticos supervivientes que resisten entre las ruinas y los escombros.



Los sencillos y hermosos jaramagos ya habían sido ganados para la literatura y elevados a los altares de las letras gracias a Rodrigo Caro, quien hace más de cuatro siglos, los inmortalizara en su célebre Canción a las Ruinas de Itálica como imagen viva de la decadencia:
“Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
renueva el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo!, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.”



Un mismo nombre para muchas flores distintas.

El jaramago, o mejor dicho los jaramagos, así en plural, es el nombre común de diferentes especies de plantas herbáceas, pertenecientes también a distintos géneros de la familia de las Crucíferas. Sus matas, con tallos, muy ramificados, llegan a alcanzar los 60 u 80 cm de altura, destacando en ellos sus pequeñas flores amarillas (o blancas en algunas especies), que se caracterizan por tener cuatro pétalos en forma de cruz, lo que da nombra a la mencionada familia. Las flores se disponen en largas espigas terminales. Sus frutos pasan también desapercibidos, y presentan el aspecto de unas diminutas vainas casi cilíndricas, torcidas ligeramente en las puntas, conteniendo muchas semillas que garantizaran su presencia y dispersión en años sucesivos. De ellas se alimentan numerosas especies de aves granívoras.

En nuestras campiñas comparten este nombre, como se ha dicho, diferentes especies, siendo las más conocidas Diplotaxis siifolia, Sisymbrium irio o S. officinale, de tallo piloso. Junto a ellas son también muy comunes Diplotaxis cathólica, D. virgata o D. erucoides, esta última de pequeñas flores de color blanco.



Entre otras especies de jaramago que podemos ver en torno a Jerez mencionaremos también a Hirschfeldia incana, jaramago de pequeñas flores blancas, o Sinapis alba, conocido también como mostaza blanca, de delicadas flores amarillas (1).



Volviendo a la literatura, nuestro gran poeta Manuel Ríos Ruiz, acudió también a esta humilde flor (“flor mínima”) para dar título a una de sus obras Los predios del jaramago, con la que fue galardonado con el premio “José María Lacalle 1978”. En muchos de los poemas de este hermoso libro, por su fuerza evocadora, se hace alusión al jaramago, como por ejemplo en el titulado Travesía de la celda: “…Este jaramago crece/ del puro escombro, cenicienta carne, cuerpo/ en pena de una historia creada en su camino” (2).

Otros muchos poetas han tenido presente al jaramago en sus obras, como el arcenés Julio Mariscal, Antonio Machado, Rafael Alberti o Juan Ramón Jiménez quien dedica a su amigo Javier de Intuyesen el hermoso texto titulado Trigo y Jaramago (3).



Sin embargo, nada mejor para expresar la serena belleza que para nosotros encierran estas humildes flores que recordar lo que otro gran escritor de esta tierra, Sebastián Rubiales, dice de ellas en su novela Del viento al infinito:

Recuerda la existencia humana a la flor del jaramago, tan escasa de dones, sin olor, sin vistosidad, sin delicadeza, tan poca cosa, y, sin embargo, tan fieramente constante, tan inquebrantable, rebrota una y mil veces en las condiciones más hostiles para una planta. Su acerada voluntad nace entre escombros y supera, una tras otras, todas las adversidades de una manera sorprendente. Del mismo modo, el hombre” (4).

Imagina el lector que, por estas razones, ya no podemos pensar que los jaramagos, los hermosos jaramagos que nos anuncian cada año la primavera son “malas hierbas”. Feliz primavera.




Para saber más:
(1) Íñigo Sánchez García y José Carlos Moreno Fernández.: Flora Silvestre Gaditana. Colabora Junta de Andalucía, Consejería de Medio Ambiente, Jerez, 2008
(2) Manuel Ríos Ruiz: Los predios del Jaramago, Editorial Oriens, Madrid, 1970, p, 70.
(3) Juan Ramón Jiménez: “Trigo y Jaramago”, dedicado a Javier de Winthuysen, en “Diario de un poeta recién casado” Calleja, 1917, p, 231
(4) Sebastián Rubiales.: Del viento al infinito, Pre-Textos, 2000.

Nota: agradecemos a nuestro amigo José Manuel Amarillo Vargas, autor del Blog Naturaleza, sitios y gentes, sus magníficos macros sobre jaramagos que ilustran este capítulo.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 20/03/2016

 
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