LA TORRE DE MELGAREJO... UN AÑO DESPUÉS




Hace justo un año, el 22 de julio de 2018, publicábamos un S.O.S. ante el desplome parcial de los muros del castillo de Melgarejo. Un año después las cosas siguen estancadas y,salvo la protección de los muros con la polémica chapa (que tan criticada fue en su momento), la propiedad está a la espera de acometer las obras que frenen el deterioro y restauren este singular edificio.
Esto fue lo que escribimos entonces, y lo que traemos de nuevo, a modo de recordatorio, para que no se olvide y para urgir "a quienes corresponda" a actuar.

"Cuando nos referimos al patrimonio histórico o monumental de Jerez, por regla general, tendemos a pensar en clave urbana, limitando así los elementos que integran nuestro rico legado a aquellos edificios, iglesias, monumentos, o jardines históricos que podemos admirar en la ciudad. Junto a ellos, conviene recordar que entre los Bienes Catalogados de nuestro municipio aparecen otros muchos que se encuentran dispersos en distintos rincones de las campiñas. Una parte de ellos están amparados bajo el régimen de protección de Bien de Interés Cultural (B.I.C.), constituyendo en muchos casos un referente de primer orden en el paisaje en el que se enclavan y al que se encuentran vinculados por razones históricas y culturales.

De monumentos… y ruinas

Como es de suponer, la lucha por evitar la ruina y el mantenimiento y conservación de estos “monumentos” es asunto complejo. Como ejemplos positivos y de que se pueden dar pasos hacia la puesta en valor del patrimonio, en los últimos años se han venido realizando en distintos rincones de la provincia, tanto por la iniciativa pública como por parte de propietarios privados, obras de consolidación y de restauración de castillos, lienzos o torres. De la misma manera, se han potenciado o facilitado las visitas a las personas interesadas… Recordemos a modo de ejemplo los casos de Zahara y Olvera, la apertura del castillo de Arcos a visitas concertadas o el más conocido de la Torre de Matrera en Villamartín cuya restauración, no exenta de polémica, recibió numerosos premios internacionales.

Por citar ejemplos más cercanos a nuestra ciudad, así lo han entendido también los propietarios del castillo de Gigonza que desde hace ya un tiempo vienen organizando visitas concertadas a esta antigua fortaleza. Sus dependencias fueron también notable casa de baños en los pasados siglos y, poco a poco, se están mejorando para poner en valor ese importante elemento patrimonial de la campiña que, no en balde, pasa por ser uno de los castillos mejor conservados y de mayor interés de nuestro alfoz. Destacable es también el esfuerzo de bodegas Fundador, que han incluido la visita a la Torre de Macharnudo en una singular propuesta turística que combina el disfrutar de los mejores paisajes de viñedo del marco de Jerez, la degustación de los excelentes caldos de su bodega y los atractivos históricos de este enclave de la campiña.

En el otro lado de la balanza contemplamos, con más pena que gloria las torres, atalayas y castillos repartidos por el territorio, incluidos todos ellos en la categoría de “monumento” y que, salvo meritorias excepciones, se encuentran seriamente amenazados y algunos de ellos se caen, literalmente, a pedazos ante la pasividad de todos, ignorando que algunos de esos elementos podrían ser un atractivo turístico y cultural importante y un complemento a otras iniciativas de desarrollo rural.

Así, nadie se ocupa de que la vegetación no termine por arruinar el viejo castillo de Berroquejo, levantado en el reinado de Alfonso X, como el de Torrestrella o el de Peña Arpada, para el control de la frontera, al que las higueras y acebuches que crecen entre sus muros acabaran por destruir. El torreón del Cerro del Castillo, en Torrecera, muestra ya desplomado uno de sus lienzos sin que lleguen nunca las obras de consolidación o rehabilitación que reclama a gritos. Enclavado en la finca Torrecera, que recibe numerosas visitas a su magnífica bodega donde se elaboran los afamados vinos Entrechuelos o Alhocén, podría ser un complemento cultural e histórico extraordinario (¡ya quisieran muchas bodegas tener un castillo en sus viñedos!) que debieran sopesar sus propietarios, para intentar salvar así lo que queda de esta torre vigía almohade, antes de que desaparezca definitivamente.

La Torre de Melgarejo se desploma.

Con todo, uno de los casos más preocupantes es el de la conocida Torre de Melgarejo, tan cercana a la ciudad y visible para quienes transitan por la autovía Jerez-Arcos. A buen seguro, en las últimas semanas, muchos de los viajeros habrán podido observar con tristeza como su esquina de poniente se está desplomando. Una parte de los muros se ha venido, literalmente, al suelo, dejando a la vista la bóveda de cañón de una de las salas del antiguo castillo. Si a comienzos de agosto podía observarse un pequeño desprendimiento de bloques en el hueco de lo que fue una ventana, a día de hoy, tal como muestran las fotografías que adjuntamos, la esquina de los muros se ha arruinado formando un considerable cono de derrubios apreciable desde la carretera. Como se aprecia desde el exterior, las techumbres colindantes con los muros amenazan también con arruinarse a juzgar por los grandes bloques de piedra sueltos que se aprecian sobre la bóveda de una de las salas laterales, que ha quedado al descubierto.



La proximidad al Circuito de Velocidad y a importantes vías de comunicación y establecimientos hosteleros siempre nos hizo creer que, en un corto o medio plazo, la vieja torre y sus dependencias se recuperarían para el turismo o la hostelería tras ser consolidada y restaurada, pudiendo integrarse así en distintas iniciativas de desarrollo rural, habida cuenta de que constituye un elemento histórico y arquitectónico de gran interés.



Estos días, sin embargo, sólo albergamos malos augurios al contemplar el inexorable y rápido avance de la ruina y el desplome de los muros y techumbres. Una ruina que hay que parar cuanto antes, desde la propiedad de la Torre antes que nada y, si fuera preciso, con las pertinentes ayudas públicas también para que no termine por perderse definitivamente".




SI TE INTERESA ESTE TEMA, puedes consultar también:

La otras "Torres de Melgarejo"...  de las que nadie habla
http://www.entornoajerez.com/2019/03/las-otras-torres-de-melgarejo-de-las.html


Quienes quieran conocer la historia de la Torre de Melgarejo y la curiosa leyenda que tiene asociada pueden consultar el siguiente enlace:

https://www.entornoajerez.com/2014/01/una-leyenda-para-un-castillo-en-la.html

Una jornada de descorche con la cuadrilla de Juan Jiménez Yuste (II)


Mulo y corcho
... continuación de la entrada anterior

En el interior del alcornocal, mientras la cuadrilla continúa con la pela, Juan Jiménez, su capataz, sigue informando al grupo de visitantes sobre los pormenores de los trabajos de los corcheros.

Así, nos explica que la duración de la temporada es variable, pudiendo estar comprendida entre el 1 de junio y el 15 de septiembre, según las zonas. Por estos montes, lo habitual es que el grueso de la saca del corcho se realice en los meses de junio, julio y agosto y que cada cuadrilla trabaje unos 45 o 50 días de campaña por término medio. Aunque las tareas tradicionales del descorche no han variado gran cosa, si se han experimentado grandes cambios ha sido en la jornada laboral.

Modelando un 'cucharro'Atrás quedan los días en los que los corcheros trabajaban de sol a sol haciendo la vida en los “hatos”, como se conocen a los pequeños campamentos con chozos, que se montaban en las proximidades del tajo. Para su ubicación se buscaba la cercanía de algún arroyo o fuente, y en ellos instalaban los corcheros sus pertenencias. Se trabajaba entonces por quincenas, viviendo en el monte 13 días seguidos y descansando 2 en los que, si se podía, se bajaba al pueblo a ver a la familia y buscar provisiones… si es que la familia no residía también en el hato. La jornada empezaba sobre las siete de la mañana y a eso de las once se hacía un alto para dar cuenta de un buen puchero (guiso de garbanzos, patatas y tocino) y una piriñaca con abundante tomate, pimiento y cebolla servidos en un lebrillo o en un cucharro, uno de esos cuencos de corcho que fabrican los corcheros, donde se comía colectivamente por el método de “cucharada y paso atrás”. Sobre las tres de la tarde se hacía un alto para refrescarse con gazpacho y descansar un poco o dormir una siesta hasta las cinco. Después se volvía de nuevo a la faena hasta las ocho de la tarde, hora a la que solía terminar la jornada para dar paso a la cena, en la que la cuadrilla solía comer un potaje que se había preparado en el hato durante la tarde. El lector curioso podrá encontrar una completa descripción de la vida de los corcheros y del ambiente de los hatos en “Arrieros”, el delicioso libro de Isidro García Cigüenza, (pgs. 51-53), cuya lectura recomendamos.

... Una preguntita, Juan...Desde hace unos años, las cosas han cambiado radicalmente y sólo en raras ocasiones, los corcheros viven y duermen en el hato. La duración de la jornada se ha modificado y apenas se trabaja ya a jornal. Se llega al tajo en coche o en moto desde el pueblo y aunque la faena se inicia como siempre, con las primeras luces del día, a las 7 de la mañana, a las 3 de la tarde se termina. Como señala Juan, “antes se daba de mano a las 10 de la noche, cuando ya no se veía… Ahora a las 5 de la tarde ya está todo el mundo en su casa, comío y duchao”.

El capataz se extiende después explicando los detalles de las distintas tareas y es entonces cuando los visitantes preguntan por la cantidad de corcho que se recoge, por el rendimiento del alcornocal, por los jornales… Juan responde a todo con datos precisos: “…esta cuadrilla mueve al día casi 450 quintales, y entre unos días y otros se puede hacer una media de 30 a 35 Apilando panas de corchoquintales por persona”. El quintal es la “unidad de peso” entre los corcheros y equivale a 46 kg por lo que es fácil calcular que, en una buena jornada, cada corchero puede llegar a recoger tonelada y media de corcho.

Juan comenta como “antes lo más que se cogía era 15 quintales, y eso que la jornada del corchero era mucho más larga. Ahora se coge el doble. La explicación puede ser que se trabajaba a jornal y había más tiempo en el día y se rendía menos, no como ahora que se hace por los quintales de corcho recogido y todo el mundo se esfuerza más”. El capataz sigue respondiendo a las preguntas del grupo: “…por cada quintal que se pone en el patio la cuadrilla cobra 5,50 €… así que cada corchero puede llevarse, si el día ha sido bueno, una media de 120€ por jornada…”

Llegan los arrierosLos arrieros.

Los arrieros tienen cuenta aparte y según indica Juan, “el mulo se lleva 3,5 € por cada quintal que se carga, ya que también trabaja lo suyo y mantenerlo resulta costoso”. A decir de este veterano arriero, “consumen 6 o 7 kg de grano por cabeza y día… y con el trabajo tan grande que hacen tienen que estar bien alimentados. No se puede hacer lo que se hacía antes, echarles habas secas y ya está. Así se les desgastaba la dentadura enseguida y con 14 o 15 años ya estaba viejo… Hoy, se les alimenta con grano y van bien comidos y con 25 años tienen buena dentadura…”.

A todo ello hay que añadir otro dato de gran importancia y es que los arrieros son los miembros de la cuadrilla que más horas trabajan, debiendo levantarse un par de horas antes, a las 5 de la mañana, para preparar a las bestias. Al final de la jornada, cuando todos los corcheros dan de mano, el arriero aún debe descargar en el patio su última carga y, después, quitar a los mulos los mantichos y correajes y darles de comer y beber.

En estas explicaciones está Juan cuando por el carril vemos aparecer a los arrieros con su reata de mulos. El que encabeza la fila, un mulo blanco enjaezado con un vistosa jáquima de llamativo colorido se inquieta, tal vez porque la presencia del grupo le asusta, y parece querer Mulo enjaezadosalirse de la pista tratando de dar marcha atrás, un poco alterado. El arriero, se acerca entonces y en ese lenguaje que sólo ellos conocen, con chasquidos, casi con susurros, le “dice” que se calme, que esté tranquilo… Enseguida todo vuelve a la normalidad y el mulo, mansamente, como si hubiera entendido el mensaje, como si nada hubiese ocurrido, retorna a la vereda y sigue hasta un calvero entre los árboles en el que los arrecogeores han apilado las panas de corcho.

Mulo enjaezadoMientras el arriero y su ayudante van echando la carga en los andoques, una especie de angarillas metálicas plegables, Juan, arriero veterano y experto en estas faenas, explica a los visitantes como esta tarea exige una gran destreza para compensar adecuadamente la carga y evitar que se caiga después en su transporte hasta el patio. Isidro García Cigüenza en su libro “Arrieros” (pg. 52-53) , que es también un homenaje a estos hombres del monte y los caminos, recrea con todo detalle las dificultades de estas operaciones de carga que ahora vemos realizar con diligencia y maestría a los de la cuadrilla de Juan Jiménez Yuste, pero que hace décadas resultaban mucho más trabajosas. Dejemos que nos los cuente su protagonista, un viejo arriero:

Preparando la reata para la carga“Una cuadrilla de arrecogeores se encargaban de ir apilando las panas extraídas. Éramos nosotros entonces los que debíamos ir acomodando las tiras hasta conformar unos fardos bien compactos y ajustados llamados tercios. En la sabia preparación de estos tercios le iba la salud al animal ya que, si no estaban bien construidos, podían rozarles la barriga, provocar su caída y, caso de no ir amarrados como es debido, hasta asfixiarlos. Entre nosotros , Arriero en plena faenalos arrieros, era cosa común alardear de construir los tercios mejor que los demás: de colocar como nadie las corchas que iban debajo (las camas), de poner las cabeceras (las que iban a los lados) como era debido, de cubrir todo con las tapaeras y, una vez sobre el lomo del animal, de embombelar los paquetes para que aguantaran la fuerza de los lazos al amarrarlas y que no se cayeran.

Elevar los tercios, que bien podía Arriero en plena faenapesar cada uno 130 hilos, hasta le costillar del animal, primero uno y luego el otro, requería de la colaboración de los otros arrieros y un alarde de destreza para que, al soltarlos, quedaran debidamente suspendidos y equilibrados,. Después de haber cargado de esta manera los cuatro o cinco mulos que componían la reata, trasponíamos por vereas intransitables hasta donde estuviera el patio… Y todo, con el peligro añadido que suponía darse un topetazo con cualquier árbol, pegar un resbalón o que el animal tuviera un desfallecimiento y cayera al suelo destrozado por el peso que llevaba. Con el tiempo el sistema de fardos se fue Colocando la última pana de corchosustituyendo por el de las angarillas, unos aparatos articulados, de madera o hierro, que facilitaban mucho la tarea porque las corchas se cargaban a granel y no precisaban la ayuda de otros….”


El patio de corchas.

Mientras escuchamos estas historias, hemos sido acompañando a los arrieros, con su reata de mulos bien cargados de panas por la pista forestal que conduce hasta el patio Asegurando la cargade corchas. Cada animal puede llevar hasta cuatro quintales en sus lomos, por lo que sus servicios resultan insustituibles en estos lugares de pendientes escarpadas, de monte cerrado y accidentado. Si bien en muchas dehesas extremeñas o en algunos alcornocales gaditanos de llanura pueden utilizarse vehículos motorizados para el transporte de las panas, en lugares como estos montes de Alcalá, el concurso de los mulos es y será imprescindible para Reata de mulos camino del patio de corchassu extracción.

Al poco, como si de una procesión detrás de un santo se tratase, los visitantes llegamos tras los mulos y los arrieros al patio de corchas. Junto a él hay también instalado un mínimo y reducido “hato” donde los trabajadores de la cuadrilla dejan sus neveras y sus capachos con las bebidas y las viandas a la sombra de unos frondosos árboles, entre los que se distingue un soberbio peruétano.

El patio de corchas, un espacio despejado de vegetación que se abre junto a la pista forestal, es un desorden de cortezas de corcho de todas las formas y tamaños, un caos de panas que esperan ser adecuadamente dispuestas para evitar que el sol las seque demasiado y para facilitar su carga en el camión que habrá de llevarlas a la fábrica.

Patio de corchas
En un rincón del patio llama la atención la cabria, manejada por los “fieles” o pesadores que cargan su peculiar plato de “balanza”, de forma triangular, con las panas que a sus pies descargan los mulos. Casi tres quintales puede pesar de una vez esta enorme romana que cuelga de un gran trípode. Para velar por los intereses de las partes intervinientes en el descorche, suele haber un fiel puesto por el vendedor, otro por el comprador y, a veces, un 'Cabria' para pesar el corchotercero por el contratista que tiene a su cargo la extracción del corcho. Con tantos “ojos” pendientes de la operación, y tantas manos para cargar la cabria, no hay pana de corcho que se escape al peso. Y es que hay que llevar las pesadas al día y darse prisa por que el corcho se seca y pierde peso…

Según nos explica Juan, el camión que habrá de llevar el corcho a la fábrica vendrá de un momento a otro. Muchas veces hemos visto Descargando el corcho de los mulosestos camiones por las carreteras que llaman la atención por su singular carga de panas perfectamente apiladas, sobresaliendo por encima de la cabina y el remolque en un equilibrio que se nos antoja imposible. Estibar el camión requiere una gran destreza ya que la disposición de las corchas no puede hacerse al azar, sino buscando ese difícil juego de contrapesos que permita levantar la altura de la carga, ganando en superficie, hasta proyectarse por los 'Fieles' o pesadoreslaterales, multiplicando así el volumen transportado. Un nuevo derroche de oficio, otro más, el último ya, en las faenas de la saca del corcho.

Despedida.

Nos despedimos de los corcheros y continuamos nuestro camino por la pista hacia los vehículos que nos habrán de llevar, a través del monte, hasta la carretera donde nos espera el autobús. Caminamos ahora a la sombra de magníficos ejemplares de alcornoque y, cuando me alejo un poco del grupo para hacer unas fotos y, por un momento camino por lo más espeso del bosque, no puedo sino Preparando la partidarecordar algunas de las escenas que Luis Berenguer narra en “El mundo de Juan Lobón”. Por un instante, me siento, como escribe Enrique Montiel recreando las andanzas del cazador furtivo, “en los predios de la libertad”, donde “… hay un pueblo que se llama Pueblo que está al sur de una laguna que se llama Laguna… A la otra orilla de la campiña de pueblos blancos, entre el litoral gaditano y la lejanía de las sierras, siempre hubo un mundo clausurado por el misterio y el milagro de la naturaleza… Hoy llamamos Los Alcornocales a esa toponimia inventada de encrucijadas y estribaciones donde transcurre la acción de El mundo de Juan Lobón”.

Esos hermosos parajes que hemos recorrido acompañando a la cuadrilla de corcheros de Juan Jiménez Yuste.

Por si te interesa, también hemos publicado en este blog otros temas relacionados con el que aquí se trata. Puedes verlos en
-Una jornada de descorche en los Montes de Alcalá (I)
-La memoria del corcho. Una visita a la suberoteca de Andalucía en Alcalá.

Una jornada de descorche en los montes de Alcalá (I)


Parque natural de Los Alcornocales
(Reportaje publicado en este blog en el verano de 2011)

En feliz expresión del escritor y periodista Oscar Lobato, "si los sueños de infancia se tornasen reales serían el parque natural de Los Alcornocales”.

Y no le falta razón ya que este valioso enclave, situado en el extremo sur de la Península Ibérica, a caballo ente dos continentes, alberga rincones de ensueño, parajes de gran belleza y diversidad que sirven refugio a numerosas especies de flora y fauna, muchas de las cuales se encuentran en peligro de extinción.

Este espacio natural, que cruza la provincia de Cádiz de norte a sur, desde la Sierra de Grazalema hasta el Estrecho y que se adentra también parcialmente en la de Málaga, encuentra su mayor singularidad en su gran riqueza forestal. En sus montes se desarrolla la mayor y mejor conservada masa de alcornoques de Europa, una auténtica y extensa “selva mediterránea” en la que el alcornocal se extiende por más de 80.000 hectáreas, casi la mitad de la superficie del Parque Natural.

El hombre ha mantenido desde antiguo una íntima relación con estos bosques de los que se sirvió durante siglos para el aprovechamiento de la caza y la leña, de la madera y el carboneo, para el pastoreo de sus ganados y, más tarde, para la explotación corchera actividad que en nuestros días constituye una de las principales fuentes de riqueza de esta comarca.

Cada año, al llegar el verano, se realiza la saca del corcho, el descorche, operación que deja desnudos a los alcornoques y que se repite cada nueve años, tiempo mínimo en el que los árboles regeneran su peculiar corteza protectora, el corcho.

Una jornada de descorche.

Llegada al 'patio de corchas'Una mañana de julio hemos venido hasta Alcalá de los Gazules para asistir a una jornada de descorche. Gracias a la iniciativa del Grupo de Desarrollo Rural de Los Alcornocales y en el marco de la campaña de divulgación del producto corchero “Naturalmente corcho”, hemos tenido la oportunidad de conocer de cerca las tareas tradicionales que se llevan a cabo en la saca del corcho. Con los amigos de Genatur organizando la actividad, nos concentramos al despuntar el día en el Centro de Visitantes El Aljibe, en Alcalá de los Gazules desde donde un autobús nos traslada hasta la entrada de la finca El Jautor. En vehículos todo-terreno nos internamos después en el alcornocal por una pista forestal que nos conduce hasta el lugar en el que la cuadrilla de corcheros realiza sus trabajos.

Nuestra visita comienza en el “patio de corchas”, donde nos han dejado los vehículos. El patio es un gran claro del bosque a orillas del carril principal que recorre estos montes, donde se apilan las panas de corcho, tras ser pesadas en la cabria, esperando que llegue el camión para su traslado a las fábricas. Hasta aquí son traídas a lomos de mulas por los arrieros, que las han cargado en los tajos, en el interior del alcornocal.

El paraje donde nos encontramos, cercano a la casa de la Alcaría, en las faldas del Cerro del Toro y no lejos de la Piedra del Padrón, ofrece unas magníficas vistas de los perfiles de la Sierra del Aljibe y del Pico del Montero. Estos montes, donde confluyen los términos de Alcalá, Jimena y Castellar, están cubiertos por densos alcornocales, masas forestales que aquí son conocidas como mohedas o “mojeas”.

Juan Jiménez Yuste ('Juan el Barbas')Desde el patio de corchas -al que luego volveremos- nos internamos por la pista en el alcornocal, en busca de una empinada ladera donde la cuadrilla de corcheros tiene hoy el tajo. Siempre que caminamos por estos parajes de Los Alcornocales no podemos sino recordar las hermosas descripciones y referencias que se recogen en “El mundo de Juan Lobón”, la novela de Luis Berenguer, que es ya un “clásico”, cuya lectura resulta imprescindible para quienes quieran conocer este territorio.

Al poco, en un recodo del camino, nos sale al paso el capataz de la cuadrilla, Juan Jiménez Yuste (también conocido como “Juan el Barbas”, como el mismo señala), veterano arriero y corchero alcalaíno que ha faenado en buena parte de los montes de Cádiz y Málaga y en algunos otros de las provincias de Huelva y Córdoba. Con la pasión propia de quienes aman su oficio relata sus idas y venidas por estos montes y el viaje a pie que por carriles, senderos y cañadas, realizó con sus mulos en unas cuantas jornadas desde Alcalá a las sierras cordobesas de Hornachuelos.

En el interior del bosque se despliega una actividad frenética y los 14 o 15 miembros que forman la cuadrilla faenan con rapidez, avanzando ladera arriba ente los árboles. Los alcornoques recién “pelados” llaman la atención por el color anaranjado de sus troncos, desprovistos ya del corcho, que quedan ahora más expuestos a las inclemencias. En el tajo cada cual realiza su tarea, con una división del trabajo perfectamente organizada.

'Hilo': corte verticalAtarrijo': corte horizontal

Los sacadores, peladores o “hachas” son los encargados de separar el corcho del tronco, lo que exige una gran pericia para qué no resulte dañada la “capa madre” del árbol con heridas (cortes o “espejos”) que puedan facilitar después el ataque de los hongos o de los insectos perforadores. Los golpes de hacha deben ser, por tanto, certeros y medidos y no es de extrañar que, como indica el capataz, para aprender y dominar este oficio se necesitan unos

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años, “cuatro o cinco pelas por lo menos”. Los “hachas” trabajan por parejas o “colleras” en alguna de las cuales, junto a los corcheros experimentados siempre encontramos algún “novicio”, como se denomina en el monte al aprendiz que realiza sus primeras temporadas en la saca.

Con cierta preocupación, el capataz comenta que “este oficio se está perdiendo. Se necesitan maestros, gente que enseñe a los jóvenes, porque un corchero tarda años en aprender… Hay chavales que dan el avío… pero no son maestros”.

Alcornoque y escaleraPara descorchar un chaparro los peladores veteranos trazan el “hilo” –cortes verticales – y el “atarrijo” –cortes en horizontal- con gran rapidez y seguridad, definiendo así las piezas de corcho en las que dividen el tronco y que separan del árbol ayudándose con el extremo del mango del hacha, en forma de cuña. A veces utilizan una escalera para acceder a los árboles más altos o una pértiga, para terminar de separar las panas que quedan en las ramas. Nos llama la atención un bote que cuelga al cinto de uno de los hachas: “es un producto desinfectante que echamos en el filo del hacha y para las heridas que se puedan hacer en la corteza”.

'Arrecogeor' amontonando panas de corchoJunto a los peladores trabajan los “arrecogeores” que, como su propio nombre indica, se afanan en recoger las panas de corcho que han dejado los hachas desperdigadas a los pies de los árboles. En este tajo, según informa el capataz, hay un arrecogeor por cada seis hachas, por lo que debe trabajar con gran rapidez para que no se le amontone el trabajo. Y en verdad parece moverse sin parar, en un trabajo que se muestra fatigoso y tal vez el más sacrificado de la cuadrilla, trasladando el corcho de aquí para allá, a la cercanía de los carriles o hasta algún claro al que puedan llegar después sin muchas dificultades los mulos que habrán de cargarlo. A veces se utilizan como lugar de recogida los alfanjes, superficies circulares en medio del bosque que han servido de soleras para montar los hornos de carbón.

'Rajador' en plena faenaLos arrecogeores suelen llevar una soga liada con la que amarran las panas, el “garabato”, y una hombrera, una especie de almohadilla que les protege el hombro y con la que alivian algo el peso de las panas de corcho que desplazan, sin descanso, de un lugar a otro. Junto a ellos trabaja también el “rajador” que con una navaja o cuchillo parte en dos alguna de las planchas para igualarla y darle la dimensión adecuada que facilite su transporte. Aún tenemos que conocer con detalle el trabajo de los arrieros y de los pesadores, los “fieles”, pero hacemos un alto en la jornada para conocer...

Algunos datos

El grupo de visitantes hemos dejado por un momento de observar las tareas de los distintos miembros de la cuadrilla de corcheros para atender las explicaciones de Juan Jiménez, su capataz. Según comenta, la presente campaña será de mejor calidad que la de años anteriores por las lluvias regulares de las que se han beneficiado los árboles. Sin embargo, no se muestra optimista sobre el futuro del alcornocal y de los oficios del monte, que se irán perdiendo con los años.

Juan departiendo con el grupo de visitantes“Hay que mimar las arboledas, hay que estar enamorao de esto…”, dice con cierto tono de lamento, al hablar de cómo el monte necesita más atención y más trabajos de mantenimiento de los que se realizan. Previamente a las tareas de descorche se deben haber preparado adecuadamente los tramos de saca, con desbroces, limpieza de matorral, retirada de los árboles secos o en mal estado, preparación de los carriles y de las pistas para facilitar el transporte… “Ya no hay apenas carboneros, y eso ayudaba a que todo estuviera en mejores condiciones para cuando llegaba el descorche… Antes se cuidaba más el monte, el forestal marcaba los árboles malos y se iban cortando y así se saneaba el bosque. Es como el que tiene una piara de vacas, que todo el año tiene que estar matando alguna, la que no pare, la que malea… Así acaba teniendo buenas vacas. Lo mismo con los árboles.”

Continuará...

Por si te interesa, también hemos publicado en este blog otros temas relacionados con el que aquí se trata. Puedes verlos en
-Una jornada de descorche en los montes de Alcalá (II)
-La memoria del corcho. Una visita a la suberoteca de Andalucía en Alcalá.

TODAS LAS PLAYAS: un recorrido por las 83 playas del litoral gaditano.




El verano es el momento, como ningún otro, para disfrutar de las playas. Y para conocer las muchas playas del litoral gaditano, nada mejor que consultar y deleitarse con el magnífico Catálogo de Playas de la Provincia de Cádiz, todo un “clásico” entre las guías editadas por el servicio de Medio Ambiente de la Diputación de Cádiz en el que nos gusta recrearnos cada vez que llega el verano.

La guía nos permite recorrer con todo detalle la “Costa de la Luz”, como se denomina en la geografía turística al litoral de la provincia de Cádiz que goza de más de 3.000 horas de sol al año. El Catálogo ofrece información de 83 playas y calas repartidas a lo largo de aproximadamente 174 kilómetros de litoral en los 16 municipios costeros de la provincia, entre Sanlúcar de Barrameda y San Roque, y con la peculiaridad geográfica de abarcar tanto aguas del Atlántico como del Mediterráneo.

Aunque buena parte de nuestro litoral está sometido a una fuerte presión urbanística y muchas de esas playas se encuentran en entornos urbanos, todavía podemos disfrutar de playas que forman parte de espacios naturales protegidos, con gran riqueza florística, faunística y paisajística y en las que no faltan tampoco elementos singulares de nuestro patrimonio histórico y arqueológico.

El catálogo aborda los dos grandes sectores de nuestro litoral, es decir,  la costa Atlántica y la Mediterránea. La primera está comprendida entre la desembocadura del Río Guadalquivir, en Sanlúcar, hasta la Punta de Tarifa o Marroquí, en la Isla de las Palomas de Tarifa. Se caracteriza por el escalonamiento sucesivo de la costa, a causa de la existencia de fallas transversales, donde destaca la Bahía de Cádiz y la desembocadura de ríos importantes que presentan estuarios y marismas de gran desarrollo en sus extremos. Contiene 59 playas que abarcan unos 124 Km de longitud, algunas con lajas o superficies rocosas visibles en bajamar, en su mayor parte integradas en una costa baja arenosa, y respaldadas por sistemas dunares. Pero también existen calas rocosas entre acantilados de altura variable, generalmente Chipionaformados por materiales blandos, fácilmente erosionables. El clima es mediterráneo oceánico. Y las mareas son perceptibles, con una diferencia de altura media entre la pleamar y bajamar, de 2 m, pudiendo ser mayor durante los temporales y episodios prolongados de vientos.

La Costa Mediterránea abarca desde la Punta de Tarifa, hasta la desembocadura del Arroyo de Calataraje, en San Roque. Se caracteriza por Trafalgarla aproximación de sierras litorales al mar, donde destaca el Peñón de Gibraltar, la Bahía de Algeciras, y la desembocadura de ríos de tamaño medio, que presentan estuarios y pequeñas marismas en sus extremos. Contiene 24 playas que abarcan unos 50 Km de longitud, algunas con lajas o superficies rocosas visibles en bajamar, en su mayor parte integradas en una costa acantilada, generalmente formada por materiales duros, compactos y resistentes a la erosión. Pero también existe una costa baja arenosa con playas respaldadas por sistemas dunares. El clima es mediterráneo subtropical. Y las mareas son poco perceptibles, con una diferencia de altura media entre la pleamar y la bajamar, de 30 cm, pudiendo ser mayor durante los temporales y episodios prolongados de vientos”.



El Catálogo de Playas de la Provincia de Cádiz ofrece una completa información con fichas sobre cada una de las playas, agrupadas por localidad y expuestas siguiendo el litoral desde Sanlúcar a San Roque. Las fichas están ilustradas con mágnificas fotografías e incluyen:
  • El nombre, localidad y el código de catalogación
  • Características generales (longitud, anchura, tipo de arenas y aguas, tipo de playa, condiciones de baño, usos…)
  • Las certificaciones medioambientales o de calidad que posee y, en su caso, el tipo de protección del que goza.
  • Un mapa de localización de sus equipamientos y servicios
  • Una completa información sobre sus características más significativas: naturales (flora, fauna, paisajes), históricas y culturales (patrimonio monumental, arqueológico, etnográfico), deportivas, usos...
  • Fotografías representativas.
  • En el apartado "DESTACA", se hace referencia a alguna característica especial de la playa


El Catálogo, que puede descargarse de internet, se completa con un listado de interesantes recomendaciones y con una selección de páginas webs de interés donde podremos ampliar información para que no tengamos ya ninguna excusa para disfrutar de las playas todo el año. ¡A la playa!

 
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