Un resplandor en la noche.
Con Zurbarán por las riberas del Guadalete en el Sotillo.


Como muchos lectores saben, la Cartuja de Jerez tuvo entre sus numerosos tesoros artísticos diferentes obras del insigne Francisco de Zurbarán, uno de los maestros de la pintura española del Siglo de Oro.

Es conocido que, tras la desamortización de Mendizábal en 1836, se dispersaron los bienes del monasterio y en especial sus cuadros y esculturas, encontrándose hoy repartidos por algunos de los museos más importantes del mundo. Buena parte de las tablas y lienzos que el célebre pintor de Fuente de Cantos realizó para la cartuja jerezana, se conservan en la actualidad en el Museo Provincial de Cádiz, mientras que cuatro de sus cuadros se exhiben en el Museo de Grenoble y en el polaco de Poznan lo hace la Virgen del Rosario, una pintura de grandes dimensiones.

Junto a todos ellos, el titulado “La batalla de Jerez”, la que fuera la pieza central del retablo de la Cartuja, es el que por muchas razones se considera una de sus obras más lograda, pudiendo admirarse hoy en el Metropolitan Museum of Art de New York. De este famoso cuadro y de su vinculación con la historia de la Cartuja y con un célebre episodio bélico ocurrido a mediados del siglo XIV a orillas del Guadalete, vamos a ocuparnos en las siguientes líneas.

Con Zurbarán por las orillas del Guadalete en El Sotillo.

En 1638, cuando Francisco de Zurbarán recibe el encargo del Monasterio de Santa María de la Defensión para pintar un retablo destinado a su altar mayor, así como otros cuadros para distintas dependencias, cuenta con 40 años de edad y es ya un reconocido maestro. Tras una estancia en Madrid en la que visita a su amigo Diego Velázquez y se relaciona con los pintores italianos que trabajan en la corte, comenzará a abandonar el tenebrismo de sus comienzos, ganado sus cuadros en claridad con tonos menos contrastados. Reconocido con el título de "Pintor del Rey", vuelve a Llerena donde tiene su taller en el que trabaja también, junto al encargo de la Cartuja jerezana, en otros cuadros de motivos religiosos para el mercado americano.



Como pieza central del retablo solicitado, nuestro pintor concibe un lienzo de grandes dimensiones (335 x 191 cm) en el que representa al óleo un motivo basado en una antigua leyenda. Con el título de “La batalla entre moros y cristianos en El Sotillo” (o también la “La Batalla de Jerez” o “La batalla del Sotillo”), el cuadro recrea un enfrentamiento bélico enmarcado en las luchas de frontera que tiene como trasfondo un hecho histórico sucedido a orillas del Guadalete, en un paraje conocido como El Sotillo en el que se había edificado el monasterio.

La pintura nos ofrece una escena nocturna, planteada con un claro y original carácter narrativo, en la que Zurbarán demuestra su maestría en el tratamiento de la luz (1). En medio de la noche, en primer plano, un soldado –que nos recuerda a los personajes del Cuadro de las lanzas de Velázquez- muestra al espectador lo que sucede en el fondo. Entre las arboledas que crecen junto al río, se desarrolla una reñida batalla.



Jinetes a caballo, portando lanzas y escudos, combaten duramente. Los cristianos -con cascos, petos y armaduras- luchan contra los moros -con turbantes- que aguardaban escondidos entre las espesuras de los sotos del Guadalete, al amparo de la oscuridad, para sorprender en una emboscada a los jerezanos que han salido en su busca. Sin embargo, el paraje se ha iluminado de pronto gracias a una milagrosa intervención de la Virgen, que ocupa la parte superior del cuadro, proyectando su luz dorada sobre las riberas del río. Los enemigos que esperaban al acecho han sido descubiertos y vencidos. Para perpetuar el recuerdo de esta batalla se construye allí una ermita, que aparece en el centro de la escena.

La Batalla de Jerez” fue pensada inicialmente, como se ha dicho, para ocupar el centro del primer cuerpo del retablo del altar mayor de la iglesia de La Cartuja, si bien parece ser que aún en época de Zurbarán, éste sufrió modificaciones siendo trasladados algunos lienzos a otras dependencias del monasterio. Entre ellos este que nos ocupa, -que fue sustituido por una escultura- así como otra pintura de idénticas dimensiones y formato, La Virgen del Rosario (2).

De ello da cuenta Antonio Ponz, quien visita el Monasterio en 1791 y deja escrito que “… en dos retablitos del Coro de los Legos, hay dos excelentes pinturas del citado Zurbarán, y de su mano son igualmente dos grandes cuadros puestos en las paredes de este recinto: el uno representa á Nuestra Señora con el Niño Dios, y a diferentes Monges de rodillas, en el otro está Nuestra Señora como auxiliando á los Xerezanos en una batalla que ganaron a los moros en estos contornos, en la qual pendieron al Régulo Aben-faha, que lo enviaron en presente a Alfonso XI, todavía niño. Á dicha pintura llaman de la Defensión” (3).

Una pintura con trasfondo histórico.

Como se ha dicho, Zurbarán debió ser informado por los cartujos de la leyenda de la aparición milagrosa de la Virgen de la Defensión en El Sotillo, lo que serviría de inspiración para la obra más emblemática del retablo. ¿Qué trasfondo histórico había en aquella historia de intervenciones sobrenaturales a favor de los cristianos?

Para acercarnos a los orígenes de la leyenda, conviene recordar que a la muerte de Alfonso XI y durante el reinado de los primeros monarcas de la dinastía Tras támara, los conflictos sucesorios y las luchas nobiliarias “impidieron de forma efectiva continuar con la política de Reconquista” y, de alguna manera, la frontera se mostró más vulnerable (4). Por esta razón, las campiñas y sierras jerezanas, situadas en un espacio inseguro, fueron a lo largo del último tercio del siglo XIV el escenario de no pocos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos.

Aunque éstos no llegaron a romper el equilibrio en la zona por no ser de gran trascendencia, quedaron recogidos por los historiadores locales quienes, en algunos casos, elevaron a la categoría de batallas épicas lo que no fueron sino pequeñas escaramuzas o refriegas de poca relevancia.

Este es el caso, por ejemplo, de las batallas de Gigonza (1371) y Vallehermoso (1372).

En la primera, las tropas de Jerez combatieron y vencieron en las cercanías de la Torre de Gigonza a “los moros de Ronda y del Estrecho, que favorecidos de todo el Reino de Granada hacían muchas entradas en nuestro término… Fue esta batalla tan durable que les cogió la noche peleando, trayendo más de mil cautivos” (5). En Vallehermoso, los jerezanos hicieron frente y derrotaron a las huestes del “moro Zaide”, alcaide de Ximena, quien “juntó 400 caballeros y muchos peones; y con esta tropa se vino a los campos de Medina, donde hizo grandes daños robando gentes, ganados y víveres… y se entraron por los xerezanos terrenos para hacer lo mismo” (6). Junto a las anteriores -y por su importancia posterior en la historiografía jerezana- hay que destacar la conocida como Batalla del Sotillo, (1370), cuyo desenlace tendría implicación indirecta en la fundación del monasterio de La Cartuja.


La batalla del Sotillo.



Este enfrentamiento fronterizo tuvo lugar en un paraje cercano a la confluencia del Arroyo Salado con el río Guadalete a escasos 4 km de la ciudad. En las alamedas del río se escondieron durante la noche “un grupo de soldados musulmanes y según cuenta la leyenda piadosa, gracias a la intervención de la Virgen se hizo la luz y las tropas cristianas pudieron ver a sus enemigos”. En este mismo lugar se levantaría, apenas un siglo después el monasterio de La Cartuja que, en recuerdo al suceso milagroso que tuvo lugar en este paraje, tomaría la advocación de Santa María de la Defensión (7).



Como es de suponer, este hecho de armas ha sido ensalzado y elevado a la categoría de épico en la historiografía tradicional jerezana. Así lo describe, a mediados del XVII, Esteban Rallón, que sitúa la historia en los días en los que el rey Pedro I (El Cruel) veía ya peligrar su reinado en las luchas con su hermano Enrique: “Los moros andaban victoriosos y les pareció que era fácil acometer a nuestras fronteras. Marcharon hacia Xerez, que salió con aviso de que un grande escuadrón de moros de Ronda, Gibraltar y Ximena, les corrían sus campos. Llegaron a donde hoy es el convento de Cartuja a cuyo sitio llamaron los antiguos El Sotillo, entre cuyas matas estaban escondidos muchos moros, para dar en los cristianos, al paso malo del Salado, que estaba sin la puentecilla que hoy tiene. Peligro de que los libró Nuestra Señora, descubriéndose a todos en una nube refulgente, cuyos resplandores descubrieron los moros emboscados y cautivaron gran número, por lo cual, reconoció Xerez a tal favor, labró en el mismo sitio una ermita y le dio por nombre Nuestra Señora de la Defensión” (8).

Esta versión, con pequeñas variaciones, fue repetida por muchos autores quienes atribuían la victoria cristiana en aquella escaramuza a la milagrosa intervención de la virgen. Pedro de Madrazo, quien sitúa este episodio bélico erróneamente en el reinado de Alfonso X, lo describe en términos similares “…habiendo salido los de Jerez contra los moros que talaban sus campos, estos les tenían dispuesta una celada en una gran mata de olivares llamada el Sotillo, donde hoy se eleva la Cartuja. Los cristianos, al llegar de noche al paraje de la emboscada, fueron favorecidos por una luz sobrenatural y repentina que les descubrió el lugar donde estaban ocultos los infieles, y cayendo sobre ellos los pusieron en completa derrota. Acercándose luego al paraje de donde salía la gran claridad, vieron una imagen de la Virgen” (9).

El historiador Manuel de Bertemati, atribuye este suceso a Abu Zeid alcaide de Jimena, “el 'moro Zaide'” de las crónicas cristianas. Protagonista de otras incursiones en las campiñas fronterizas en las que talaba las huertas y olivares, robaba ganados y cautivaba campesinos, Zaide era, a decir de Bertemati un “verdadero bandido, rara vez presentaba sus huestes en abierta lid frente al enemigo: su habilidad consistía en ofender sin ser ofendido; robaba, mataba, cautivaba y huía á uña de caballo. De la célebre emboscada del Sotillo en 1368, cuando ya el rey D. Pedro hacía sus últimos esfuerzos por salvar la corona y la vida, quedó memoria en la ermita de Nuestra Señora de la Defensión, hoy ex monasterio de la Cartuja, levantada en el sitio mismo del combate por la piedad de los que milagrosamente se salvaron de aquella pérfida acechanza". Nuestro historiador, hombre ilustrado y miembro de la Real Sociedad Económica Xerezana, de la que era su secretario, omite en su relato la intervención milagrosa de la Virgen, tratando tal vez con ello de dar una explicación “racional” a aquel suceso que en los siglos anteriores se tenía por sobrenatural. Así lo cuenta: “Escondidos entre los jarales que allí abundaban, cerca del vado del río, esperaron los moros á los xerezanos al espirar la tarde de un nebuloso día; pero el cielo, que se despejó de improviso, dando paso á los purpúreos rayos del sol poniente, iluminó senderos y matorrales, dejando descubiertos á los enemigos que, sin tener tiempo para levantarse y embestir, fueron alanceados y cautivados en gran número" (10).

La Ermita de la Defensión.



La historiografía local recuerda que para conmemorar aquella “batalla”, la ciudad mando levantar entre las alamedas de El Sotillo, donde habían tenido lugar los hechos, una ermita como exvoto a la Virgen, a cuya intervención en “defensión de los cristianos”, atribuían los jerezanos la victoria sobre los moros (11).

Como apunta Madrazo la ermita “con el título de Nuestra Señora de la Defensión, y la imagen de la Madre de Dios pintada en ella para memoria del suceso, en medio de una nube resplandeciente con los moros y caballeros jerezanos al pie, duró largos siglos atrayendo hasta nuestros días el devoto y numeroso concurso de los fieles del país, entre los cuales aún se conserva fresca memoria de los beneficios debidos a Nuestra Señora. La ermita, transformada en pequeña iglesia aneja al monasterio, quedó en cierto modo exenta, con una puerta al campo para que pudiera ser frecuentada sin ofensa para la clausura” (12).



Heredera de esta ermita, que aparece también representada simbólicamente en la parte central del cuadro de Zurbarán junto a los sotos del río, es la que hoy se conoce como Capilla de los Caminantes. Se accede a ella tras atravesar la fachada principal que da acceso al atrio. Situada junto a la antigua Hospedería del monasterio, en cuyo patio destaca una escultura de mármol de San Bruno obra de Pedro Laboria (1761), la capilla "es una construcción de mediados del siglo XVIII levantada sobre la primitiva ermita de Nuestra Señora de la Defensión... Su estructura actual presenta una sola nave y atrio de arcos de medio punto sobre columnas de mármol" (13).

En el porche de la capilla, a ambos lados de su puerta de acceso pueden verse sendos paneles cerámicos sobre la Virgen de la Merced y sobre la historia del Monasterio. En este último se recuerda también la Batalla del Sotillo.

Nos gusta acercarnos a La Cartuja y recorrer despacio el gran patio que se abre ante la fachada de la Iglesia, haciendo un alto en la Capilla de los Caminantes, siempre abierta, o pasear por los jardines de acceso al monasterio y detenernos después en la vieja Cruz de la Defensión. Y luego, cuando cae la tarde, antes de abandonar este lugar, nos gusta sobre todo asomarnos a la antigua huerta de la Cartuja, flanqueada por las alamedas del Guadalete, en las riberas del Sotillo, donde tuvo lugar aquel enfrentamiento ente moros y cristianos que recreara Zurbarán en “La Batalla de Jerez” y que ya para siempre imaginamos tal y como él la pintó.


Para saber más:
(1) Sánchez Quevedo, M.I.: Zurbarán, Ediciones Akal, 2000, p.31
(2) Ibídem, p. 33
(3) Ponz, A.: Viage de España. Tomo XVII, Carta VI. Madrid, 1792, p. 278.
(4) Martín Gutiérrez, E. y Marín Rodríguez, J.A.: “Tercera parte. La época Cristiana” (1264-1492), en Caro Cancela, D. (Coord.): Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval. Tomo 1, Diputación de Cádiz, 1999, p.269
(5) Gutiérrez, B.: Historia del estado presente y antiguo de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez 1886, Ed. facsímil de 1989, L. II, p. 234.
(6) Ibídem, p. 235
(7) Romero Bejarano, M.: De los orígenes a Pilar Sánchez. Breve Historia de Jerez. Ediciones Remedios,9, 2009, pp. 30-31.
(8) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, p. 120.
(9) Madrazo, P.: Sevilla y Cádiz, Barcelona, 1884, pp. 581-582.
(10) Bertemati y Troncoso, M.: Discurso sobre las historias y los historiadores de Xerez de la Frontera: dirigido a la Real Sociedad Económica Xerezana en noviembre de 1863, Imprenta del Guadalete, Jerez, 1883 p. 162.
(11) Pomar Rodil, P.J. y Mariscal Rodríguez, M.A.: Jerez: guía artística y monumental, Sílex Ediciones, 2004, p. 226
(12) Madrazo, P.: Sevilla y Cádiz… p. 582.
(13) Pomar Rodil, P.J. y Mariscal Rodríguez, M.A.: Jerez: guía artística… p. 229


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Otras entradas relacionadas: Paisajes con historia, El paisaje y su gente

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 28/05/2017

Paseo ciudadano por la recuperación del Guadalete


De toros, vacas y bueyes.
El ganado vacuno en la toponimia y los paisajes de la campiña.




A nuestro amigo Javier Espinosa Romero, veterinario.

Aunque de un tiempo a esta parte ha venido perdiendo su esplendor de antaño, la Feria de Jerez tuvo como uno de sus pilares la exposición y el mercado de ganados en recuerdo del importante papel que la actividad pecuaria jugó siempre en la economía de nuestra tierra. Si la ganadería caballar es la que por excelencia se ha vinculado más a la campiña jerezana y la que ha dado más fama a la ciudad, el ganado vacuno –vacas, toros y bueyes- ha estado desde antiguo muy presente en la historia de la ciudad.



A finales del s. XV tenemos ya noticia de su importancia en la cabaña local y así, en 1491… se supo por declaración de los conocedores, el número de ganado que entonces havía en esta Ciudad y son estos: 17.840 vacas, 1.662 yeguas, 28.592 ovejas, 3.850 cabras y 4.930 puercos” (1). Apenas 30 años más tarde se da cuenta de la existencia de más de 20.328 vacas en 1519 (2) que pastan en los “echos”, espacios acotados para la ganadería que se ubican en las tierras del este del término municipal y en las dehesas y baldíos situadas al sur del Guadalete.

A mediados del siglo XVIII (1754), la ciudad cuenta con 16.679 cabezas de ganado vacuno (3). En esa misma época, en las respuestas al Catastro de Ensenada (1755), ya se señala la mayor rentabilidad de la cría de reses bovinas frente al ganado caballar, afirmándose que “El Ganado Bacuno está contemplado que cada tres Bacas producen anualmente un Becerro útil y su valor es ciento diez Reales de vellón”. De las yeguas se apunta una producción similar, si bien se la valora en “noventa reales de vellón”, un precio inferior al pagado por vacas y toros (4). Junto a las grandes familias de la nobleza, algunos conventos eran los mayores propietarios de ganado vacuno. A modo de ejemplo citaremos cómo en 1755 La Cartuja declaraba entre sus propiedades 453 bueyes y 773 vacas, mientras que el convento de Santo Domingo poseía 100 bueyes y 136 vacas. A ellos le seguían los Jesuitas, que en 1767 contaban con 97 bueyes y 75 vacas (5).



Un siglo después (1846) la cabaña jerezana se cifraba en 15.000 cabezas de ganado vacuno (por 8.000 de caballar), tal como recogen los datos estadísticos del Diccionario Geográfico de Madoz (6). Ya en nuestros días, a comienzos del siglo XX (2003), el ganado bovino sigue siendo el que tiene una mayor representación en el término municipal jerezano con unas 28.314 cabezas censadas, de las que la mitad son hembras reproductoras El ganado caballar, pese a su especial relevancia en el municipio, ofrece un cómputo de 5.273 cabezas (7).

En la actualidad numerosas explotaciones, tanto en extensivo con en intensivo, siguen dedicadas a la cría del ganado vacuno, haciendo de Jerez el principal centro ganadero provincial y uno de los más importantes de Andalucía. Como dato curioso, en nuestro término contamos también con un buen número de ganaderías de bravo. Entre las más conocidas figuran la de F. Domecq (antigua ganadería del Marqués de Domecq) en Martelilla, finca en la que también pastan los toros de la de J.P. Domecq. El Romero acoge la ganadería de M.ª D. González Gordon y la finca Corteganilla, próxima a Gigonza, la de Cebada Gago. En el Cortijo de La Sierra, junto a Gibalbín, se crían los toros de Rocío de la Cámara. En El Corchadillo y Garcisobaco, en los Montes de Jerez, hallamos la de S. Domecq, en Fuente Rey los toros de Fermín Bohórquez, en la Dehesa de La Fantasía, junto al Mojón de la Víbora, los de A. y D. Vilariño…



Recién terminada esta Feria de tantas evocaciones ganaderas, queremos invitarles a un paseo por el término municipal para rastrear en los parajes de nuestro entorno, esa geografía del
ganado vacuno que descubrimos de la mano de la toponimia y de la historia. ¿Nos acompañan?

Bueyes en el paisaje y la toponimia.

Como es bien conocido por los lectores, los bueyes son los toros que se castran después de la pubertad (de cuatro años en adelante) para ser utilizados, por su fortaleza, como animales de tiro en el transporte de cargas o en diferentes faenas agrícolas, especialmente el arado. A veces eran también dedicados al engorde para, tras su sacrificio, servir de alimento. Hasta la mecanización del campo, eran insustituibles en aquellas labores en las que se requería una gran potencia de tracción que no podían proporcionar los mulos, por lo que los grandes cortijos y haciendas contaban con buen número de bueyes, para cuya alimentación se reservaba una importante superficie de las fincas.

No es de extrañar por ello que, desde antiguo, en las tierras comunales se dispusieran algunas dehesas donde las reses de labor de los vecinos pudieran pastar libremente, de acuerdo a lo establecido en las ordenanzas municipales (8). En la campiña se conservan aún topónimos que lo recuerdan como es el caso de la Dehesa Boyal, situada frente a Torrecera a orillas del Guadalete, por donde cruzaba el camino de Jerez a Gigonza atravesando el río por la Pasada o Vado del Boyal. En este mismo lugar existió una barca de pasaje de la que tenemos noticia por Bartolomé Gutiérrez, quien al describir en 1756 las dehesas del término jerezano señala que la Dehesa Boyal está en el “linde del Guadalete y tiene la fuente de la Barca” (9). En este mismo paraje aún perdura el arroyo del Boyal, así como el Cortijo El Boyal, donde se levantó hace unos años un centro ecuestre, actualmente cerrado.



En otros cortijos de la campiña se mantiene el topónimo de Cerro del Buey, tal vez en recuerdo de las tierras reservadas para los pastos de las reses en estos lugares. Tal es el caso del Cortijo de Alcántara, donde el Cerro del Buey se alza en las laderas que limitan el embalse del arroyo del Gato, o el del cortijo La Matanza, donde el Cerro del Buey destaca, junto a Baldío Gallardo en un paraje dominado por los aerogeneradores del parque eólico de Doña Benita. Con el nombre de Cerro del Buey se conoce también un lomo, entre la Ronda Oeste y el Rancho Colores, que perteneció al antiguo convento de Santo Domingo, y que hoy forma parte del cortijo del mismo nombre. El Cerro de Matabueyes, junto la Cañada Real de Salinillas, que une San José del Valle con Peña Arpada, en las proximidades de Gigonza, puede tener su origen en las duras condiciones del terreno para los animales de labor y para la realización de las tareas agrícolas.



Vacas y becerras.

Al igual que los bueyes, las vacas están muy presentes en la toponimia dando nombre a distintos rincones de nuestras campiñas y sierras. Frente a Gigonza, en las tierras de Corteganilla donde pastan los toros bravos de la ganadería de Cebada Gago, está desde antiguo la Loma de las Vacas; mientras que, en Cuartillo de Plata, junto a Gibalbín, se conserva el nombre de Majada de las Vacas para un sector de la finca donde unos pequeños arroyos discurren entre el olivar que se plantó hace unos años en estos parajes. En el cortijo de El Barroso, junto a la denominada carretera de las Viñas, el haza Besana de las Vacas, cercana a San José de Prunes, nos recuerda que en otros tiempos este paraje cruzado por el arroyo de Tabajete hoy sembrado de garbanzos, fue una dehesa dedicada a la cría de ganado vacuno.



Las vacas también aparecen en la toponimia como “víctimas” de las dificultades que les imponen nuestros ríos y montes. Así lo atestiguan el Regajo de Matavacas, que nace a los pies mismos de la Torre de Gibalbín y tras cruzar las tierras del cortijo de La Guillena, se dirige hacia las marismas de Lebrija con crecidas torrenciales en época de grandes lluvias.

Algo parecido sucede con el modesto Arroyo de Matavaca (hoy conocido como del Palmetín), que cruza las tierras del cortijo del Parralejo antes de unir sus aguas a las del embalse de Guadalcacín.



En este arroyo se construyó el puente del Palmetín sobre el que pasa el acueducto de los Hurones.

Un topónimo curioso es el de Huelvacar que da nombre en la actualidad a la Huerta y a la cortijada de Huelvacar, junto a la carretera de Medina a Paterna, en un rincón de la campiña que en la época medieval formó parte del término jerezano. Ya en el siglo XV se tiene constancia del “echo de la Boca del Guadalbacar” y de los proyectos de repartir estos baldíos dedicados a pastos, entre los campesinos sin tierra (10).



Se trata del mismo topónimo que da nombre a la cabecera del arroyo que hoy se conoce como Salado de Paterna, y que como ha señalado el profesor Bustamente Costa procede del árabe andalusí wád al-baqár: “río o vaguada de las vacas” (11).



Los becerros no podían faltar en nuestro paisaje y un ejemplo de ello es el Peñón de la Becerra, lomo rocoso situado en la zona de los Montes de Jerez, junto a los Tajos de la Penitencia, a cuyos pies pasa el río Majaceite poco antes de entregar sus aguas en el embalse de Guadalcacín. Más escasos que vacas y becerros son los vaqueros y así, sólo la Fuente de la Vaquera, los recuerda. Este paraje se encuentra en Montealegre Alto, junto a la Hijuela del Serrallo, en el tramo final antes de bajar al Monasterio de La Cartuja. En él se encuentra una antigua fuente que, al igual que otras alimentadas por el acuífero de Los Albarizones, fue inspeccionada por el ingeniero Ángel Mayo para el posible abastecimiento de Jerez en el último tercio del siglo XIX (12).

Toros, toriles… y toreros.

Para terminar este recorrido por los lugares cuyos nombres se vinculan a nuestro pasado ganadero, vamos a ocuparnos de los relacionados con el toro. Así, próximo al conocido descansadero de El Barroso, donde se cruzan la carretera de las Viñas con la de Añina, encontramos el Prado del Toro, junto al que suele hacer el rengue la hermandad jerezana del Rocío en su camino hacia Bajo de Guía. En la Dehesa de los Caños, situada en las laderas de la Sierra de las Cabras y dedicada en buena parte a la cría de ganado retinto, está desde antiguo la Fuente del Toro. Frente a la pantaneta de Jara, en la carretera de Torremelgarejo a Gibalbín, el olivar de La Basurta crece en las faldas del Cerro de Toro. A unos kilómetros de aquí, en las proximidades de Gibalbín el cortijo Cuartillo de Plata tiene entre sus olivares una pequeña elevación que se conoce también como Cerro del Toro. En Cuartillos existió la Viña El Toro, junto a la Cañada de las Ánimas, próxima al parque de las Aguilillas y en El Portal, entre el Rancho de La Bola y las nuevas viviendas, hubo también otra Viña El Toro, en un paraje hoy conocido como El Almendral. Ambas viñas desaparecieron con el tiempo dedicándose a otros cultivos. Másconocida y con apenas unas décadas de existencia, es conocida la Finca El Toro, junto a la carretera de Cartuja. Otros toros singulares, los cabestros, tienen también un lugar en nuestra toponimia conservándose el nombre de Charco de los Cabestros, en la dehesa de La Jardilla, en los Montes de Propios de Jerez. Como es conocido, los cabestros son una raza especial de toros que se castra a los dos años para facilitar su doma, empleándose sobre todo en las tareas de manejo de las reses bravas en el campo y en las plazas de toros.

Muy abundantes en la geografía de la campiña son los toriles. Entre los más antiguos se encuentra el del Rancho de la Capota, junto al cortijo el Parralejo, a los pies de la carretera que conduce al Tempul. Este singular Toril, próximo al Arroyo de Matavacas o del Palmetín, tiene tres corrales circulares unidos y figura ya



en los mapas que en 1783 trazó la expedición ordenada por el Conde O´Reilly, gobernador de Cádiz, al objeto de reconocer los restos del antiguo acueducto romano de Tempul a Gades. La toponimia y la cartografía recogen también, con nombre propio, algunos toriles singulares y muy antiguos como el Toril de Garcisobaco (dehesa que en la actualidad tiene ganadería de bravo), el del Rodadero, el de Garganta Millán, el Toril de las Pitas, en el rancho del mismo nombre ubicado junto al arroyo de Cabañas, en los llanos de Malabrigo, o el del cortijo de La Alcaría, donde aún se conserva la Cañada del Toril. En la sierra de La Sal o de Alazar, encontramos la Dehesa de Pesebres, próxima a la del Romero, dedicada también desde antiguo a la cría de toros y vacas.

Tampoco podían faltar en esta relación de lugares relacionados con el toro los que hace alusión a sus pastores: los toreros. Ya en los siglos medievales la ciudad pagaba a los toreros de La Jarda, que cuidaban las vacadas y toradas en las tierras comunales dispuestas para ello. Aún hoy se conoce como Loma del Torero al espolón montañoso que desde la Peña de La Gallina llega hasta el cortijo de El Marrufo. Desde este lugar baja hasta la Garganta de la Sauceda el Arroyo de los Toreros, nombres ambos que nos recuerdan la vocación ganadera de estos parajes serranos próximos al Puerto de Gáliz.



Junto a San José del Valle discurre la Garganta del Valle, conocida también como Arroyo de los Toreros que desde hace unos años cuenta con un sendero en sus orillas que permite recorrer, en un agradable paseo, el tramo urbano de este pequeño curso fluvial tributario del Majaceite que trae sus aguas desde la Sierra de Alazar y Los Llanos del Valle.



A título anecdótico mencionaremos aquí otros toros muy singulares que ya figuran en la cartografía y en la toponimia: los Toros de Osborne. Elevados por la Junta de Andalucía a la categoría de Monumento del Patrimonio Histórico de la región, en los alrededores de Jerez se conservan dos de ellos: el de la cuesta de Matajaca y el del Cerro del Cuadrejón, próximo a Nueva Jarilla, junto a la autopista.


Los Conocedores y el Hato de la Carne.

Para terminar, mencionaremos otros dos topónimos jerezanos muy vinculados a la ganadería vacuna. El primero es el de Conocedores, que desde el siglo XVI da nombre a una calle del antiguo barrio de San Pedro ya que en ella se avecindaban varias personas dedicadas a este oficio ganadero (13). El segundo es el de Hato de la Carne, paraje situado en los Llanos de Caulina, en la antigua Dehesa de los Carniceros. “Esta dehesa cumplía una doble finalidad: si por un lado concentraba el ganado que había sido destinado para el abastecimiento de la ciudad, por otro se constituía en el punto de partida de la mesta local que se dirigía a la sierra jerezana. "Lo primero, que la mesta se haga xunto con la dehesa de la Carne desta çibdad. Es lugar muy conocido...junto al Toril de la Carne desta çibdad. Yten, quel dicho lugar serca del dicho Toril se traygan, por los conoçedores desta çibdad, todos los ganados bacunos que tubieren en sus hatos” (14). No es de extrañar que por esta vinculación ganadera, en 1868 se estableciera el Mercado de Ganados en el Hato de la Carne. Pero esta es ya otra historia… Que tengan ustedes buen final de Feria.


Para saber más:
(1) Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, (Jerez, 1886. Edición facsimilar de 1989, Vol II, p. 281.
(2) Martín Gutiérrez, E.: Paisajes, ganadería y medio ambiente en las comarcas gaditanas. Siglos XIII al XVI. Monografías Historia y Arte, UCA-UEX, 2015, p. 69
(3) Parada y Barreto, D.I.: Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera, Imprenta del Guadalete, 1878, Edición Facsímil, Extramuros, 2007, p. LXXXIV.
(4) Orellana González, C.:El Catastro de Ensenada en Jerez de la Frontera” Colección de Monografías nº 2. Revista de Historia de Jerez nº 8, 2002, p. 16.
(5) López Martínez A.L.:Una élite rural. Los grandes ganaderos andaluces, siglos XIV-XX”, Hispania, LXV/3, núm. 221 (2005) 1023-104 p. 1038.
(6) Diccionario Geográfico Estadístico Histórico MADOZ. Tomo CADIZ. Edición facsímil. Ámbito Ediciones. Salamanca, 1986, p. 250
(7) Consejo Económico y Social de Jerez.: Jerez, Economía y Sociedad 2003, p. 41-42, donde se ofrecen datos facilitados por la Delegación provincial de Cádiz de la Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía
(8) Carmona Ruiz M.A. y Martín Gutiérrez, E.: Recopilación de las ordenanzas del Concejo de Xerez de la Frontera. siglos XV-XVI. Estudio y edición. UCA, Servicio de Publicaciones, 2010, pp. 199-201.
(9) Gutiérrez B.: Historia y Anales de la muy noble y muy leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. BUC, Jerez, 1989, T. II. Libro 3º, págs. 318.
(10) Martín Gutiérrez, E.: Paisajes, ganadería… pp. 136-137.
(11) Bustamante Costa, J.:Toponimia árabe del cuadrante sudoccidental de la provincia de Cádiz”, en Janda. Anuario de Estudios Vejeriegos, 3 (1997), 27-42, pg. 39.
(12) García Lázaro, J. y A.: En busca del agua con el ingeniero Ángel Mayo, Diario de Jerez, 5/11/2013.
(13) y Gómez, A.: Calles y Plazas de Xerez de la Frontera. Edic. Facsímil 1903, BUC, pp. 172-173.
(14) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004. Pp79-80.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 21/05/2017

 
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