Jerez, sus gentes y sus caballos.
Una curiosa estampa de “jerezanismo” en el s. XVII.




Que el territorio, sus recursos y sus paisajes influyen sobremanera en la vida de quienes lo habitan y pueden llegar a condicionar sus relaciones con el medio y con sus vecinos, es una idea asentada desde antiguo. Que ello determine además su carácter, a modo de “impronta”, o que el hecho de ser de un determinado lugar deje en sus nativos una “huella” o “marca” especial, es ya otra cuestión bastante más discutible.

“La viña y el potro los criamos nosotros”.

Aunque se ha escrito mucho del “chauvinismo jerezano”, de las “esencias del jerezano de pro”, de esa desmesurada exaltación de todo “lo nuestro” frente a lo que puede venir de fuera… aún está por hacer ese estudio sociológico amplio y riguroso que profundice en el significado de lo que algunos han denominado “jerezanismo”, un territorio poblado de tópicos.

En su libro “Teoría sobre los jerezanos y sus duendes”, publicado en 2007 por Almuzara, el escritor jerezano Carlos Jurado Caballero realiza un valiente recorrido, cargado de fina ironía, por ese auténtico “campo minado” que son los mitos y tópicos jerezanos (1).



Tras su lectura, descubrimos no obstante, que algunos de ellos están tremendamente arraigados en el “imaginario colectivo” de la ciudad y de muchos de sus pobladores. Entre los elementos simbólicos de identificación que forman ya parte del ADN local se encuentran, sin lugar a dudas y con todo fundamento, el vino, la viña y el caballo.

Aquel hiriente dicho de “en Jerez no se puede ser más que señorito o caballo” ponía el acento en nuestras desigualdades sociales y apuntaba también al caballo (y al “señorito”) como elemento definitorio de un territorio. De manera más gráfica aún, los hermanos De las Cuevas en su novela “Historia de una finca”, resaltan esta vinculación de una ciudad con sus principales recursos y su entorno, con aquella afirmación que da la vuelta a un antiguo refrán –“la viña y el potro que los críe otro”- y que supone toda una declaración de identidad jerezana: “la viña y el potro, los criamos nosotros”.



Xerez es la Montaña de Andalucía.

Este confuso espacio de los tópicos, las identidades locales y de los símbolos propios de la ciudad -que dejamos para los sociólogos- pueden descubrirse ya, siglos atrás, en algunas de las obras de nuestra historiografía clásica. Como ejemplo traemos hoy la estampa que de ello nos brinda Fray Esteban Rallón en su “Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación”.

En el Capítulo XVII de esta obra, titulado “Vecindad de esta ciudad y lo que su clima naturalmente inclina a los que nacen en ella”, Rallón hace un apunte de la sociedad jerezana de la época y echa mano después de algunos de los tópicos ya clásicos, al exaltar el carácter de sus habitantes y su estrecha vinculación con el caballo. Se trata de una notable muestra de exaltación de estos valores locales, escrita a mediados del s. XVII, que bien puede ya inscribirse entre las más antiguas manifestaciones de “jerezanismo”. Lean, lean: (las negritas son nuestras)



Aunque en principio no fue esta ciudad poblada de más de dos mil vecinos, que en poco más o menos se contienen todas las partidas del repartimiento, tiene hoy habitación para más de catorce mil, por lo mucho que se han alargado sus arrabales y porque dentro de la ciudad se han partido muchas de las casas. Al principio se distinguían con facilidad las familias de los hijosdalgos y la de los peones, y hoy es muy dificultoso de hacer porque, habiendo aquellos partido entre sí las heredades de sus padres que no vincularon a dos generaciones, vinieron a hallarse en tan mediano estado de hacienda que tuvieron que casar sus hijos e hijas con hijos e hijas de aquellos; así por haber muchos más bien acomodados de hacienda que ellos, como por ser de aquellos primeros en quien el rancio de la sangre cristiana, heredada de sus padres, conservó el pundonor castellano, a quien llamaban patricios, y son los primeros después de los hidalgos, y a quienes llamamos cristianos viejos, ranciosos, y gozan del estado más alto de la plebe.

De este modo se interpretaron unos con otros, de modo que hoy es raro el que por un lado no alcanza uno o dos costados de sangre noble y muchos de los que hoy se hallan sin bienes ni fortuna los tiene todos los cuatro, porque muchos de ellos, conocen por nobles. De estos hay tantos que, con toda seguridad, se puede tener por hidalgo el que es originario de Xerez, y es sumamente desgraciado el que no alcanza parte de sangre noble, y como ya dijimos en otra parte, se puede con mucha razón decir que Xerez es la Montaña de Andalucía
” (2).

Con esta curiosa imagen de “la Montaña de Andalucía”, se está haciendo alusión a las tierras de Santander, conocidas también como "La Montaña", que pasaban por ser la cuna de la "hidalguía" española por antonomasia, como bien nos recuerda Jesús González de la Peña . Pero no quedan aquí los piropos que Fray Esteban Rallón dedica a Jerez y al describir a sus pobladores, subraya también su vinculación con las tareas de la milicia y con el campo, bien justificadas sin duda por los tres siglos largos en los que nuestro territorio lo fue de frontera con los musulmanes, así como por la gran extensión de su alfoz: “…A estos y a los demás que nacen en esta ciudad, inclina naturalmente su constelación a la milicia y a la agricultura, antes que a las letras y a la mercancía; y generalmente vemos que Palas y Ceres se llevan, tras de sí, la mayor parte de la ciudad antes que Minerva y Mercurio”. Curiosamente en 1606, medio siglo antes que Rallón, Gonzalo de Padilla escribe en su Historia de Xerez de la Frontera sobre esta misma cuestión, si bien su “jerezanismo” extiende las cualidades excelentes de sus habitantes a todos los terrenos: “Son en general los naturales de esta ciudad de buenos ingenios y acuden a las facultades a que se inclinan con aprovechamiento, el que se aplica a las armas bueno y práctico soldado, y el que a las letras curioso y docto”. (3)

Una identidad ligada al caballo desde antiguo.



En lo que sí parecen ponerse de acuerdo ambos historiadores a la hora de resaltar las glorias de nuestra ciudad, es en la calidad de nuestros caballos y en las habilidades de los jerezanos en su manejo. Así, Gonzalo de Padilla afirma que “…Sobre todo tiene Xerez la primacía en criar cavallos por el cuidado grande que pone en examinar los que se han de hechar las yeguas que sin eceptuar persona va siempre por sus cavales el examen de ellos e graves penas a los quebrantadores de las ordenanzas que ay, y su magestad también las tiene en mandar por sus cédulas que se tengan gran cuenta en ello, assi los cavallos de Xerez son nombrados e tenidos en mucho en todas partes” (4).

Por su parte, Fray Esteban Rallón abunda en esta cualidad y apunta a la destreza natural del jerezano con los equinos, por lo que no nos debe extrañar que aún hoy en día (si bien con menos exageración), la nuestra sea la “Ciudad del Caballo”, dejando claro que es un asunto que viene de lejos: “…La mucha abundancia de caballos que se crían en sus fértiles campiñas, y la comodidad de sustentarlos, es causa de que el servicio común de ella se componga de este género de animales, y de que no se críe ningún hombre en ella que desde muchacho no se sepa poner a caballo, aunque sea de la gente más ordinaria, porque la necesidad les hace que aprendan a tenerse en él” (4). Ahí queda eso…

Que disfruten ustedes de la Feria del Caballo.

Para saber más:
- Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. IV, pp. 181-182.
- Jurado Caballero, C. : Teoría sobre los jerezanos y sus duendes. Almuzara, 2007.


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar El paisaje y su gente, Miscelánea

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 02/05/2016

Ventas con historia.
Un recorrido por antiguas ventas en torno a Jerez.




Las ventas son, y han sido, uno de los espacios públicos gaditanos con mayor enjundia. Sin ellos el tejido de relaciones humanas de la provincia de Cádiz no podría entenderse” (1). Con esta contundencia se expresa la escritora Elena Posa en su libro “Cádiz, venta a venta”, un delicioso trabajo publicado hace unos años, en el que realiza un recorrido histórico, literario y cultural por estos singulares establecimientos y en el que hace un completo recorrido por la geografía provincial recalando en lo mejor de estas populares instalaciones hosteleras.

A las ventas más conocidas que se levantaron junto a las carreteras y los caminos más transitados, hay que añadir los ventorrillos del entorno rural y las humildes ventas del campo, próximas a descansaderos de ganados, cruces de cañadas, vados y pasadas de ríos y arroyos.

Cumplían estos espacios una función insustituible como punto de abastecimiento de materias básicas y lugar de relación social, de encuentro, charlas y compañía entre vecinos, siendo también marco de pequeñas transacciones comerciales en el medio rural: compras, ventas, trueques, difusión de novedades… No faltaban en las ventas y ventorrillos los productos naturales recolectados en el entorno más cercano, los procedentes de la caza o los elaborados por los lugareños más hábiles en cualquiera de las ramas de la artesanía popular.

Aún hoy, en nuestros itinerarios por la comarca y por los caminos del interior de la provincia, las ventas se nos antojan como puertos seguros en los que hacer un alto, en los que parar un rato para encontrarnos también, en muchas ocasiones, con la historia, con la geografía y, como no podía ser menos, con la gastronomía. Entre todas las ventas, las que más nos gustan son aquellas que se encuentran identificadas con el paisaje, las que están estrechamente unidas al territorio del que son ya un hito inseparable.



Nos referimos especialmente, a esas viejas ventas con historia que, con edificios renovados o no, anclan sus raíces en un pasado que en ocasiones se remonta más de un siglo atrás, en un tiempo en el que fueron posadas, ventorrillos, casas de postas, lugares de parada obligada junto a caminos inciertos.

Aquellas antiguas ventas.

Como señala Elena Posa, “…el carácter de las ventas también ha ido variando a lo largo del tiempo. Empezaron vendiendo algo más que cosas y mercancías: alojamiento, descanso, calor humano y animal, porque a menudo… no había cosas ni mercancías que vender. Y por ese linaje suyo de acoger en descampado, se han erigido a lo largo de los siglos en escenario rural único de relaciones humanas” (2).

Esta evolución en la fisonomía y las funciones de nuestras tradicionales ventas viene de antiguo. Algunos autores las han llegado a relacionar con las “mansio” romanas, lugares de parada en la red de calzadas donde pasar la noche durante el viaje. También en los siglos de dominio andalusí, los viajeros podían descansar al final de cada jornada en los “manzil” que, a modo de posadas u hospederías, podían encontrarse en las vías de comunicación más importantes. Para Covarrubias, en su “Tesoro”, el vocablo “venta” designa ya a “la casa en el campo, cerca del camino real a donde los passageros suele parar al medio día y a necesidad hacen noche”, como nos recuerda también E. Posa.

En nuestro entorno, no faltan referencias a ventas, posadas o casas de postas en los relatos de viajeros, historiadores, escritores o naturalistas que nos aportan algunas pistas de los aspectos más relevantes de estos establecimientos y de su evolución desde la época medieval hasta nuestros días (3).



Por mencionar sólo algunas de las más celebres, recordaremos como ya en el siglo XVI se da cuenta de la Venta de Casas Viejas, en la que comió y descansó en 1579 el rey de Portugal, Don Sebastián, cuando se dirigía a su corte de Lisboa después de haber desembarcado en Gibraltar, invitado por el Duque de Medina Sidonia.

En su Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera, Fray Esteban Rallón menciona la Venta de la Vizcayna, entre Jerez y Las Cabezas, que a mediados del s. XVII servía de posada a los viajeros que realizaban la ruta entre Sevilla y nuestra ciudad (4). La carretera de Madrid a Cádiz (conocida también como el “arrecife”), impulsada por Floridablanca a finales del s. XVIII como la principal vía que comunicaba la Corte con Andalucía, contaba en su recorrido con numerosas posadas, ventas y casas de postas.

Entre ellas, por citar sólo algunos ejemplos, se encontraba la de Torres de Alocaz y la más cercana y conocida Venta de El Cuervo, célebre casa de postas, cuyo viejo edificio aún se conserva habiendo sido objeto de una reciente restauración. Todas ellas guardan entre sus muros páginas literarias e históricas de las que nos iremos ocupando en próximas entregas. También en el s. XVIII ya era conocida la Venta de Lleja o Ventalleja, ubicada en un paraje situado en las proximidades del Mojón de la Víbora, entre El Cándalo y Garganta Millán, lugar de parada obligada para los viajeros que transitaban los caminos que desde Jerez y Alcalá de los Gazules se dirigían a Ubrique. Esta venta, junto a la situada en la Ermita del Mimbral , ya figuran en un pergamino conservado en el Archivo Municipal de Jerez que muestra un plano-mapa del sector más oriental del término municipal atribuido a las primeras décadas del citado siglo (5).



Antonio Ponz, Pérez Bayer, Richard Ford, Gustavo Doré, Madoz, Fernán Caballero, Abel Chapman y W.J. Buck o Wilhelm Giese, son algunos de los muchos autores que nos han dejado diferentes escenas sobre cómo eran las ventas de nuestro entorno en los últimos tres siglos. Entre las ya desaparecidas, citadas por Madoz a mediados del siglo XIX, recordamos aquí la Venta del Zumajo, (cerca del cortijo de Berlanga, junto al arroyo del mismo nombre), la de El Polvorilla, ente Alcalá y Los Barrios (desaparecida hace más una década con la construcción de la nueva autovía), las ventas de Torres de Alocaz y El Cuervo, en el camino real de Jerez Sevilla, la de Los Badalejos, en Benalup, o la Venta del Cantero, en el camino de Jerez a Espera y cuyo antiguo edificio se halla hoy oculto a la vista del viajero, entre las viviendas de la actual barriada rural de Gibalbín (6). Esta última venta, junto a la de la Vizcayna, figura también en el Mapa geográfico de Xerez de la Frontera, de Tomás López (1787) (7). En relación a la Venta del Zumajo hemos de decir que sería sustituida por la de Santa Inés, situada muy cerca de aquella, en el molino del mismo nombre. De este lugar todavía se conservan los restos del edificio situados a orillas del arroyo del Zumajo, en los caminos que unían Arcos con Medina (8).

Ventas con mucha historia.



Entre las ventas que hunden sus raíces en el siglo XIX o comienzos del XX, mencionaremos la de Nepomuceno, en Cuartillos, recientemente demolida por las obras de la carretera Jerez-La Barca o la del Molino de Cartuja, remodelada a mediados del siglo pasado y ampliada de nuevo hace unos años con la incorporación de parte de las instalaciones del antiguo molino.

En esa época surgen también la de Gibalbín, la de San Miguel (ubicada en El Chaparrito, en el cruce de las carreteras de Jerez a Cortes y de Arcos a Vejer y ya fuera de servicio), la de El Pedroso (en el cruce de las carretera de Jerez-Medina y Puerto Real -Paterna), la Venta de Pinto, en La Barca de Vejer o la de La Perdiz (a los pies de Sierra Aznar, entre Arcos y Algar), por citar sólo algunas.



En el camino de Jerez a Arcos estuvo la vieja venta de La Cueva en Torremelgarejo (un singular establecimiento excavado en la roca que fue cerrado tras la construcción de un hotel con el mismo nombre), La Primera (en Jédula) o La Mina, junto al puente del Arroyo Salado, en un paraje ubicado a los pies del cerro del Guijo, donde existió una mina de azufre de la que tomó su nombre.

En San José del Valle se cuentan entre las más antiguas la de La Parada del Valle (mencionada ya por los naturalistas ingleses Abel Chapman y Walter J. Buck. a finales del XIX en su obra España Agreste) o la de El Boquete que aún persiste en un paraje singular, conocido con ese mismo nombre, por donde el Arroyo Garganta del Valle cruza una angosta cerrada ubicada a los pies del Monte de la Cruz.



Entre nuestras preferidas, por el marco geográfico en el que se enclavan y por la historia que encierran entre sus muros, están también las ventas de Tempul y Puerto de Gáliz, el ventorrillo de Las Cañillas y la venta de la Junta de los Ríos. La de Tempul, próxima al manantial del mismo nombre, se enclava desde mediados del siglo pasado en un edificio colindante con la Casa de las Aguas que vino a sustituir al del antiguo ventorrillo, situado al otro lado de la carretera y cuyas



estancias presentan en la actualidad estado ruinoso.

Con la de Puerto de Gáliz sucede algo parecido. Situada en un cruce de caminos serranos vino también a tomar el relevo de un antiguo ventorrillo del siglo XIX cuyas ruinas aún se mantienen en pie junto al Peñón de Ballesteros, frente a la venta actual de mediados del siglo XX. Hace apenas 20 años, aún se mantenía abierta por su último ocupante, el entrañable y recordado “Juan el Igualeja” y Catalina, su mujer, que ofrecían café de pucherete en una modesta estancia, al pie de la chimenea, donde un curioso cartel alertaba al visitante: “Venta de Juan el Igualeja: el que tenga bulla que se vaya” (9). El Ventorrillo de las Cañillas persiste todavía, junto al puente del mismo nombre en el río Hozgarganta y era parada obligada para los viajeros que desde el Puerto de Gáliz se dirigían a Jimena después de pasar por la Sauceda.



Para terminar dejamos la Venta de la Junta de los Ríos, una de nuestras favoritas, situada en la confluencia del Guadalete y el Majaceite, junto a los conocidos sifones del canal de la zona regable del Guadalcacín, las populares “morcillas” (10). Esta venta, regentada desde 2001 por Juan Jesús Ramírez Alpresa, cumplió el pasado 2010 su primer centenario. La remodelación de sus instalaciones no ha hecho perder al local su antiguo encanto. A los servicios de bar y restaurante, se suman también los de tienda de recuerdos y de productos de artesanía. Cerámica, cacharros de barro, piezas de forja, cuchillera, objetos de madera y corcho pueden verse y admirarse en sus apretadas estanterías en las que lo mismo hallamos una jaula para perdices que un esquilo, un búcaro, un dornillo, un cuchillo de Albacete, un taburete de corcho, una olla de porcelana de las antiguas… La venta cuenta también con una amplia muestra de vinos y aceites de localidades cercanas, de mieles, chacinas, dulces, legumbres, quesos, aceitunas… de manera que este rincón se nos antoja como el más completo expositor de productos de la tierra y donde, por un momento, nos transportamos a aquellas antiguas ventas que salpicaban los caminos y carreteras formando parte, como ahora, del paisaje de nuestra memoria.

Para saber más:
(1) Posa, Elena.: Cádiz, Venta a Venta. Diputación Provincial de Cádiz. Cádiz. 1999, pg. 8.
(2) Posa, Elena.: Cádiz, Venta a Venta…, pg. 14.
(3) Para conocer algunas de las visiones que de las ventas de nuestro entorno dejaron algunos viajeros puede consultarse Clavijo Provencio, Ramón.: Viajeros apasionados. Diputación de Cádiz. Cádiz, 1997. Otras referencias de interés pueden encontrarse también en Jurado Sánchez, José.: Caminos y pueblos de Andalucía (S. XVIII). Editoriales Andaluzas Unidas S.A. Sevilla, 1989. Sobre la sierra de Cádiz pueden encontrarse referencias en Wilhelm Giese.: Sierra y Campiña de Cádiz. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996, p. 429. De este libro ha sido tomada la imagen del ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque.
(4) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, pg. 10
(5) Fragmentos de un mapa de las sierras del término de la ciudad de Jerez. Anónimo, [s.XVIII], en pergamino. AMJF. C.12, nº 4 BIS.
(6) Madoz, P.: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. “Cádiz”. Edición facsímil, 1986.
(7) López T.: Mapa Geográfico de los Términos de Xerez de la Frontera, Algar, Tempul y despoblados y pueblos confinantes….1787. AMJF, C. 13, nº 27. 33 x 42 cms.
(8) García Lázaro A. y J.: “Santa Inés, el monasterio jerezsano que nunca existió”. Blog “Entornoajerez”, 23/05/2012.
(9) García Lázaro A. y J.: “Con Juan el Igualeja, en el Puerto de Gáliz”. Blog “Entornoajerez”, 17/03/2009.
(10) García Lázaro A. y J.: “La venta de la Junta de los Ríos cumple cien años”. Blog “Entornoajerez”, 18/10/2010.


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- El paisaje en la Literatura
- La Venta del tío Basilio. Con Fernán Caballero por los caminos de Jerez a Algar.
- La Venta de la Junta de los Ríos cumple 100 años.
- En el Puerto de Gáliz. Un recuerdo a Juan “el Igualeja”

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 5/04/2015

Del puente a la alameda.
Un paseo por la ribera del Guadalete en Lomopardo.



A nuestro querido amigo J. Antonio Gómez Machuca

Ahora que los días son largos y el buen tiempo invita a salir de paseo (real o virtual, siempre dentro de los límites marcados por el confinamiento), les proponemos ir al encuentro de la primavera dando un cómodo paseo junto al río en uno de los tramos más cercanos a la ciudad y de fácil acceso: las riberas del Guadalete en Lomopardo. Partiendo de la Venta de Cartuja o de la barriada rural de Lomopardo iniciaremos nuestro recorrido en un sendero que arranca a los pies de los nuevos puentes de la autovía de Los Barrios o del mismo Puente de Cartuja, algo más abajo.  El itinerario recorre 1,5 km por las orillas del río, “aguas arriba”, por lo que la distancia total será de unos 3 km que podremos realizar sin esfuerzo en poco más de una hora. En ocasiones iremos caminando junto al río, entre la arboleda,  y en otras, por el linde de los campos de cultivo o por el carril que circunda la ribera.



En el tramo inicial, aún pueden observarse grandes pies de eucaliptos, árbol que llegó a dominar completamente los sotos fluviales desplazando a las especies autóctonas. Los trabajos de restauración  de riberas que se vienen realizando desde hace unos años, han traído como consecuencia la tala de eucaliptos para favorecer la regeneración natural de la alameda original del río y evitar los aterramientos de lodos que provocaban estos grandes árboles, muchos de los cuales habían crecido en el interior del cauce. Diferentes carteles a lo largo del recorrido (prohibiendo el pastoreo) nos informan de que en esta orilla se ha realizado también una repoblación forestal con especies propias de ribera, como delatan los tubos de protección de los plantones que veremos a lo largo de todo el recorrido.



Apenas iniciado nuestro paseo nos llamará la atención que desde el puente de Cartuja y durante casi trescientos metros, el río se bifurca en dos canales dejando en su zona central una pequeña “isla” alargada en forma de huso que ha sido repoblada con álamos, fresnos y sauces. Salvo en los periodos de lluvia y en los meses del invierno, esta “isla” es accesible ya que el cauce secundario del río, el más próximo a nuestra senda, permanece seco pudiéndose pasear por él.

Por este lugar debió circular también el antiguo canal de derivación de aguas hacia el Molino de la Villa (actual Venta de Cartuja) que estuvo en funcionamiento hasta finales del siglo XIX, tal como muestran las fotografías de la época.



Entre los sotos ribereños.

A la sombra del espeso dosel vegetal que forman los álamos y los eucaliptos, la ribera está aquí cubierta por un amplio cortejo de especies herbáceas entre las que  llama la atención el aro, de lustrosas hojas verdes y llamativa inflorescencia en forma de espiga en la que destaca su eje carnoso al que envuelve una espata y que nos recuerda por su parecido a las flores de las calas.

Apenas hemos recorrido doscientos metros se incorpora a la ribera el colector que procede de la pequeña depuradora de Lomopardo. En este punto una rampa baja hasta la misma orilla del río -que ya discurre en un solo cauce-, por la que podremos continuar nuestro paseo. La vegetación se aclara y los taludes de la ribera pierden su altura. Aparecen aquí los primeros sauces y tarajes que forman un pequeño bosquete con ejemplares añosos y de buen porte.



Junto a la orilla, podremos ver especies vegetales propias de zonas húmedas como carrizos, aneas (con sus típicos “puritos”) y juncos. Desde finales del invierno el suelo está tapizado por los primeros brotes de una herbácea muy abundante en los claros de la ribera, la altabaca o matamoscas, que avanzada la primavera nos ofrecerá sus vistosas flores amarillas.



El cauce del río se estrecha y en algunos puntos  las ramas de los álamos de ambas orillas se entrelazan formando un auténtico dosel vegetal. Un claro en la arboleda nos permitirá ver el cerro de Lomopardo con el caserío de esta barriada rural a sus pies. En este punto llamará nuestra atención un pequeño poste metálico que con las iniciales de C.H.G. marca el deslinde de la ribera, separando así las parcelas de cultivo de la zona incluida en el Dominio Público Hidráulico y que, por tanto, nos pertenece a todos.



Unos parajes llenos de historia.

Estos parajes próximos al Puente de Cartuja y al Cerro de Lomopardo por los que cruza nuestro sendero han sido también testigos del paso de la historia. El Vado de Medina, lugar por el que desde tiempo inmemorial se franqueaba el río,  fue siempre una encrucijada de los caminos que unían la campiña con las tierras del Estrecho y de la Bahía de Cádiz. En las cumbres de estos cerros, antes de que una cantera quebrara sus perfiles, se localizó un yacimiento con vestigios del Paleolítico Inferior y Medio. La historiografía tradicional jerezana y los relatos literarios de algunos viajeros de los siglos XVIII y XIX (A. Ponz, A. de Latour…), sitúan también en estos mismos rincones los escenarios de la mítica Batalla de Guadalete (711).

En el siglo XIV estas colinas de Lomopardo, conocidas también como Cabeza del Real, vieron acampar las tropas del caudillo Abd al-Malik, hijo de Abul Hassan, rey de Marruecos, quien instaló en este lugar su campamento durante las operaciones de asedio a la ciudad de Jerez (1339). Los historiadores locales (Gonzalo de Padilla, M. de Roa, E.Rallón, B.Gutiérrez…) dieron carácter de leyenda a las hazañas que en estos parajes protagonizó el jerezano Diego Fernández de Herrera quien, vestido a la usanza árabe y arriesgando su vida, logró internarse en el campamento musulmán dando muerte al “Infante Tuerto”, como era conocido Abd al-Malik. En los años siguientes a este suceso las laderas del Cerro del Real y estas mismas riberas del Guadalete colindantes con el vado de Medina y el Salado verían acampar en diferentes ocasiones al ejército de Alfonso XI (1340, 1342 y 1349) en las campañas que el monarca castellano realizó contra Tarifa, Algeciras y Gibraltar. En los siglos medievales se ubicó en estas mismas tierras la Dehesa de la Cabeza del Real, donde pastaban los bueyes del Monasterio de la Cartuja al que pertenecían, así como la aldea del mismo nombre, a los pies del cerro.



Ya en la segunda mitad del siglo XIX, estos parajes cobrarían de nuevo cierto protagonismo de la mano de distintos proyectos para la traída de agua potable a la ciudad. El ingeniero francés Pablo Rohault de Fleury y, pocos años después, el español Ángel Mayo planearon la posibilidad de captar el agua del río Guadalete en el azud del Molino de Cartuja, aguas arriba del puente, para elevarla después mediante una máquina de vapor a un gran depósito que se construiría en el Cerro de Lomopardo. Desde este lugar, por gravedad, llegaría hasta Jerez a través de un sifón que cruzaría los Llanos de la Catalana. Finalmente, la poca calidad de las aguas en este punto del río, hizo desestimar los proyectos. Pero dejemos atrás la historia y retomemos nuestro camino…



Por las alamedas del Guadalete.



Apenas llevamos recorrido 800 m.,  el cauce da un giro de noventa grados frente a unos grandes montones de tierra blanca cubiertos ahora de flores silvestres. Aparecen aquí, junto a la orilla, los primeros fresnos y la alameda adquiere mayor espesura cubriéndose su sotobosque de zarzales. Algo más adelante, se une a la ribera un carril que baja desde la cercana carretera de Lomopardo por el que seguiremos otros doscientos metros hasta la entrada a una finca agrícola. El cortijo ocupa la parte central del interior de un amplio  meandro que el río describe a los pies de unos pequeños cerros. Sus tierras fueron, hace tan sólo unas décadas, un hermoso naranjal del que hoy sólo quedan los ejemplares que escoltan el camino hasta la casa.


Desde la entrada del cortijo continuaremos el sendero a la orilla del río, por el carril que discurre junto a la alameda, tras haber recorrido ya hasta este punto un kilómetro desde que iniciamos nuestro paseo.



Los sotos ribereños adquieren aquí gran espesura y, de vez en cuando, se observan algunos pequeños claros de antiguos huertos que en otros tiempos se abrieron entre la arboleda. Por todas partes se desarrolla un enmarañado zarzal, en el que no faltan los rosales silvestres, las zarzaparrillas y, en especial, las zarzamoras con sus flores blancas y ligeramente rosadas que se transformarán después en las llamativas y sabrosas moras. De ellas darán cuenta no pocas especies de aves que viven en el bosque galería y que, desde que iniciamos nuestro paseo, habremos venido escuchando cantar entre los árboles.



Junto a los álamos, abundan en este rincón los fresnos reconocibles por sus hojas compuestas y por sus ramilletes de sámaras colgantes. La alameda adquiere en este tramo un gran desarrollo y en muchos puntos apenas podemos ver el río por la espesura que adquiere la vegetación acompañante donde abundan también los tarajes y, en menor medida, los sauces. En primavera nos llamará la atención, cubriendo el suelo o flotando en el río, una capa blanca formada por los penachos lanosos de los amentos (las inflorescencias colgantes de los álamos) que lo cubren todo. Estos pelillos de aspecto algodonoso, se desprenden tapizando de blanco las riberas y las orillas de los campos cercanos, como si de una nevada se tratase.



Nuestra senda discurre ya por el interior del meandro de Lomopardo y cuando hemos recorrido unos trescientos metros desde la puerta del cortijo, llegaremos al lecho de una antigua cantera. Tras la explotación de una gravera en la parte más próxima al río, de la que se extrajeron arenas y gravas, quedó como huella en el paisaje un claro desnivel, ahora ocupado por los campos de cultivo,  que se encharca con las grandes lluvias y las crecidas, formándose una lagunilla temporal en la que podremos observar las aves típicas de las zonas húmedas. En algunos de estos rincones se han establecido huertos que si penetran en la arboleda, como sucede en la orilla opuesta del río, pueden suponer una amenaza a la vegetación de ribera.



Ya en el seno del meandro, después de recorrer 1,5 Km. desde el punto de partida, la vereda se termina en una deliciosa alameda donde la espesura de la vegetación forma un bosquete de gran belleza plástica e interés botánico donde a las especies anteriormente citadas se suman



otras como clemátides o nueza negra que, junto a las zarzaparrilla enmarañan estos sotos fluviales.

Debemos elegir el camino de regreso. Si lo hacemos por la misma ruta, ya conocemos el sendero. Si optamos por una variante, a la altura de la curva del río, podremos regresar por otro camino alternativo, añadiendo sólo quinientos metros más a nuestro recorrido.



Seguiremos para ello el carril que sube hasta la cercana carretera de Lomopardo para después de pasar por esta barriada rural, regresar al punto de partida, junto a la Venta de Cartuja. En este tramo podremos observar el contraste entre los suelos de color rojizo -margas y yesos de edad triásica- y las tierras de colores claros -albarizas o moronitas-,  rocas de las que podremos observar detenidamente su textura rocosa en los cortados junto a la carretera de Lomopardo.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 12/04/2015

 
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