La “Torre de Cera”.
Una torre vigía del Jerez andalusí (I).




Dominando las tierras del bajo Guadalete desde Arcos hasta los Llanos de la Ina, el Cerro del Castillo, en Torrecera, es un hito paisajístico de primer orden presidido en su cima por una torre almenara de época islámica, cuyos viejos muros de tapial son visibles desde la lejanía.

La torre formaba parte del sistema defensivo en torno al Jerez andalusí y su origen hay que buscarlo, tal vez, en la expansión demográfica que, como ha señalado Laureano Aguilar, experimenta la región a partir del siglo XII. Como consecuencia d ello se consolidan un buen número de aldeas y alquerías, algunas de ellas fortificadas, repartidas por el extenso alfoz de nuestra ciudad (1). Aunque se desconoce cuándo fue levantada, se atribuye su construcción a las primeras décadas del XIII. De lo que no cabe duda es del papel destacado que debió jugar en la defensa del territorio por el dominio visual que desde ella se tiene del curso medio del Guadalete y de sus vegas y campiñas circundantes.

El emplazamiento estratégico de esta torre vigía estuvo vinculado también al control de una importante vía de comunicación de gran importancia hasta los siglos medievales. Se trata de la ruta que ponía en conexión las campiñas sevillanas y las riberas del Guadalquivir con el Campo de Gibraltar a través de la Sierra de Gibalbín y la vega Baja del Guadalete. En este sector, la mencionada vía, cruzaba el río por el Vado de Sera, a los pies de la torre, para continuar a través del valle del Salado de Paterna en dirección a Alcalá de los Gazules y Medina Sidonia siguiendo en parte el trazado de la actual Cañada de Los Arquillos.

Tras los rastros de Xera y Ceret en la historiografía clásica.

Desde antiguo, tanto las ruinas del torreón como los topónimos vinculados a ellas (“Cera” o “Torre de Cera”), reclamaron la atención de la historiografía tradicional y desataron las especulaciones de los historiadores locales, queriendo ver en este emplazamiento el de antiguas ciudades relacionadas con nuestro pasado remoto.

Así, por citar sólo algunos ejemplos, Fray Esteban Rallón, vincula este lugar a la Xera mencionada por Estéfano de Bizancio geógrafo del s. V d. C., que recoge a su vez los testimonios de Teopompo, historiador griego del s. IV a. C. El texto de éste último (Xēra, polis peri tas Herakleious stelas), muy discutido, alude a una ciudad, Xera, cercana a las columnas de Hércules.



A diferencia de los eruditos locales, que quisieron ver en ella la más remota referencia histórica al emplazamiento de la actual Jerez, el padre Rallón descarta ya a mediados del XVII estas teorías y para ello, acude a una argucia no menos disparatada: buscarle a esa posible ciudad de Xera otra ubicación.



El lugar mencionado por Estéfano Bizantino, escribe, “… no es nuestra ciudad, sino un sitio despoblado, que hoy conserva el mismo nombre, y se llama la Torre de Cera, donde se descubren ruinas de edificios antiguos, y en quien concurre mejor que con nuestro Xerez” (2).

El historiador Bartolomé Gutiérrez (1787), al ocuparse de las torres y fortalezas repartidas por el término de Jerez menciona la de Cera, recordando que otros autores asocian este topónimo al de Ceret: “Más al occidente en otro alto cero está la torre de Cera ó del Serrallo,… es también fuerte más no tanto como la de Jigonza, en este sitio nos apropian el de la antigua Ceret, por estar en tierras de labor y la moneda de este nombre gravar las dos espigas, como símbolo de la feracidad del terreno…” (3).

Xera y Ceret, nada menos, fueron situadas en estas ruinas por algunos de aquellos historiadores locales que, a buen seguro, nunca visitaron el lugar, ya que hubiese bastado observar sus muros para ver en ellos similitudes claras con la cerca islámica de la ciudad de Jerez, que todos identificaban como “obra de moros”.



Habrá que esperar al siglo XIX para que otros estudiosos como Parada y Barreto (1876) tiren por tierra estas tesis de la historiografía tradicional: “La suposición de que Cerét debía corresponder al sitio que ocupa la torre de Cera; que ha sido la opinión más generalmente admitida en razón de la analogía de ambas palabras, es a nuestro modo de ver inadmisible. El nombre de Torre de Cera no se encuentra mencionado sino posteriormente a la conquista del territorio jerezano y pudo haber tomado tal nombre del apellido de algún caballero de los que acompañaban a Alonso el Sabio, a quien acaso le fue dada por el Rey o tuviera ocasión de dejar por cualquier hecho, recordando su nombre en tal castillo” (4).

Con Alfonso XI en el Vado de Sera.

Sea como fuere, el enclave de la Torre de Cera jugó durante los siglos medievales un importante papel defensivo y de control del territorio, primero para los musulmanes y después, tras la conquista de Jerez por Alfonso X el Sabio, para los nuevos pobladores cristianos.

Conviene recordar que la vía de comunicación ya mencionada y que discurre paralela al curso del Salado de Paterna, a los pies de la torre, ha sido utilizada como paso natural entre estas tierras desde la más remota antigüedad.



En las cercanías se ubicaba una de las obras más notables del acueducto romano de Tempul a Gades, el sifón de Los arquillos, algunos de cuyos vestigios aún son visibles hoy día, habiendo sido objeto de recientes estudios por parte de los investigadores del proyecto AQUADUCTA. No hay que olvidar que desde la torre de Torrecera existe también conexión visual con las torres de entrada y salida del sifón del acueducto que se alzan en sendas lomas en los cercanos cortijos de Los Isletes y Los Arquillos.

En el Medievo este camino pudo ser, a juicio del profesor F. Hernández, la ruta seguida por Musa b. Nusayr en sus primera incursión, tras la victoria de Tarik en 711, quien según este autor, cruzaría el Guadalete por el Vado de Sera en su avance hacia las campiñas sevillanas, una vez conquistada Medina Sidonia (5). Como señala el profesor Juan Abellán, este mismo lugar fue paso obligado en el Jerez andalusí para las rutas que se dirigían a Vejer y Medina (por el camino de Algeciras descrito ya por al-Idrisi) y, especialmente, a Alcalá de los Gazules, pasando por Los Arquillos (6).



En algunas fuentes medievales cristianas como la Crónica de Alfonso XI, se subraya de nuevo la importancia de este lugar. Así, por ejemplo, en su camino hacia Alcalá de los Gazules, en el marco de una operación militar para liberar a la fortaleza de Gibraltar del cerco al que le había sometido el infante Abu-Malik, Alfonso XI acampará con sus tropas a orillas del Guadalete el 23 de junio de 1333. Habían cruzado por el Vado de Sera, como refleja la Crónica, para continuar al día siguiente en paralelo al Salado de Paterna, tomando la dirección de Alcalá. (7 y 8).

En estos siglos en los que el valle del Guadalete fue tierra de frontera, la Torre de Sera o de Cera, como se la llamará a partir de la dominación cristiana, formará parte del cinturón de torres vigía, atalayas o almenaras distribuidas por la campiña, con muchas de las cuales mantenía una buena conexión visual. Así, entre las torres, fortalezas o castillos que quedaban en su campo de visión, citamos las de Gigonza (a 12 km, al este), el castillo de Medina Sidonia (a 15 km al sur) o el de Torre Estrella (a 19 km al SE). Algo más lejos se divisa el castillo de Arcos (21 km NE), Jerez (19 km al O) o la Sierra de San Cristóbal (18 km al O) en cuya cumbre existió otra torre almenara. En el horizonte, hacia el Norte, se divisa también la Sierra de Gibalbín, a 25 km, que contaba con una de las torres vigías de mayor importancia estratégica en la época medieval, cuyos restos aún se conservan.

(Continuará en la próxima entrada)
Para saber más:
(1) Aguilar Moya, L.: “Jerez islámico”, en D. Caro Cancela (coord.), Historia de Jerez de la Frontera I. De los orígenes a la época medieval, Cádiz, 1999, pg. 243-244.
(2) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, pg. 13.
(3) Gutiérrez, B.: Historia y Anales de la muy noble y muy leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. Tomo II. BUC. Jerez, 1989, vol I, pg. 35.
(4) Parada y Barreto D. I.: Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera . Edición facsímil. Extramuros, Sevilla, 2007.Pg. 11.
(5) López Fernández, M.: De Sevilla al Campo de Gibraltar. Los itinerarios de Alfonso XI en sus campañas del Estrecho. Historia Instituciones y Documentos, 33, (2006) p. 317.
(6) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004. Pg. 41
(7) Catalán Menéndez-Pidal, D.: Gran crónica de Alfonso XI. Edición crítica y estudio. Madrid: Seminario Menéndez Pidal. Ed. Gredos, Madrid, 1976. Vol 2 Pg.43
(8) López Fernández, M.: El itinerario del ejército castellano para descercar Gibraltar en 1333.
Espacio, tiempo y forma. Serie III. Historia medieval, nº 18, 2002. Pg. 185-208


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con :

- Un recorrido por las torres y castillos en torno a Jerez
- El Castillo de Berroquejo. Un sobreviviente de las luchas de frontera.
- Por La Torre de Pedro Díaz. Paisajes fronterizos en torno a Jerez.
- Patrimonio en el medio rural
- En la Torre de Melgarejo con Fernán Caballero.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 31/05/2015

Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza.
La Batalla de los Cueros (y 2).




Como contribución a la conmemoración del centenario de la muerte de nuestro gran escritor, el Padre Coloma (1851-1915) iniciamos la semana pasada un recorrido por las tierras comprendidas entre el Guadalete y el cerro de El Mojo de la mano de uno de sus relatos, “La Batalla de los cueros”, que recrea un episodio bélico que tuvo lugar en 1325 en las Dehesas de Martelilla. Los benimerines se enfrentan aquí a los jerezanos que, con el auxilio de los cordobeses, resultarían vencedores en un desigual combate que a punto estuvieron de perder. La historiografía tradicional jerezana se refiere a este enfrentamiento con el nombre de Batalla de los Potros, de los Cueros o de La Matanza, nombre este último que ha pervivido en la toponimia de la zona.

Retomamos el relato que comenzamos en nuestra anterior entrega en el momento en el que los caballeros jerezanos se disponen a partir para la batalla. Aunque en ninguna de las “Historias de Jerez” más célebres, se hace alusión a personajes ligados a esta acción de armas más allá del alcaide Simón de los Cameros, Coloma llena de “nombres” la escena e incluye en la nómina de ilustres que acuden a la contienda a lo más granado de la nobleza jerezana del momento: Diego Pavón, Herrera, Fernán Núñez-Dávila, Alonso Fernández de Valdespino -el del Salado-... No faltaban tampoco a la cita caballeros como Garci-Pérez de Burgos, Juan Gaitán Carrillo, el hijo de Pérez Ponce de León, Mateo –“el de los buenos fijuelos”… Aunque si alguna presencia subraya nuestro escritor en este momento épico es la de Gutiérrez Ruiz de Orbaneja, quien ya de avanzada edad, se presentaba a la batalla sin armadura “por no poder soportar su peso”. (1)

Con Simón de los Cameros por el camino de Vejer.

La salida de la ciudad de las tropas jerezanas se realiza por la Puerta Real (“la del Marmolejo”) y de acuerdo a la treta estudiada, evitan el camino de Medina, ocupado ya en las inmediaciones del río por el campamento enemigo. Sigamos, con Coloma, el itinerario de los jerezanos:



Caminaban, en gran silencio los de Jerez, siguiendo el camino de Vejer, para tomar luego el de Medina y coger al moro por la espalda. Marchaba delante el alcaide, montando un trotero, que por caparazón llevaba una gran piel de tigre, despojo de un jeque moro, cuyas manos pendían anudadas en las cadenas del pretal, con garras de oro; seguíanle en dos alas los de a caballo, guardando en medio los peones que llevaban el recuaje de potros cerriles, que por consejo de Dávila, habían de tomar parte en la batalla. Hallábanse los moros en su real, allá junto a la laguna de Medina, tan confiados en su valor o desdeñosos del ajeno, que no se dieron cuenta del enemigo que llegaba ya al alcance de sus azagayas".

Una vez llegadas las tropas al paraje donde pueden sorprender por la retaguardia a los benimerines, acampados en las inmediaciones del actual cerro de El Mojo, deben mantener una tensa espera hasta el amanecer como bien relata Coloma: “Pedía la prudencia treguas al valor de los nuestros, y sólo bramando de coraje pudieron mantenerse en sosiego hasta el cuarto del alba, que se aprestaron a la pelea atando a los potros cerriles, no zarzas y cambrones, sino cueros crudos que a prevención llevaban.



En la ciudad, es noche cerrada cuando llegan a la Puerta de Sevilla, sin ser esperadas “…gran número de gentes de guerra, que llegaban a la barbacana refuerzo del muro… -¡Córdoba por Jerez! -sonó una voz hidalga al pie del muro. Eran las gentes de Córdoba, que sin ser llamadas, venían en auxilio de sus hermanos en Dios, en Patria y en Rey.”

Coloma se recrea aquí en la actitud valerosa de la alcaidesa y en la generosidad de los cordobeses que, en mitad de la noche, cansados y fatigados, rechazando el descanso que los jerezanos les ofrecen “… piden un adalid que los guíe, porque no admite la guerra espera: pasan el río al trote del peonaje, y hacen alto en un cerro, desde donde atalayan al moro, esperando den señal de la pelea los nuestros que del lado de allá se hallaban”.

El auxilio de los cordobeses.

Ya está a punto de amanecer. Los cordobeses en las inmediaciones del Cerro del Viento, junto a la Laguna de Medina, los meriníes en la Dehesa de Martelilla, los jerezanos en las tierras de El Mojo. Dejemos que lo cuente Coloma:

De repente rompe el traidor silencio una tremenda algazara de trompetas y vocerío, atabales y rugidos, y con tal furia y empuje arremeten los nuestros al moro, que por tres cuartos de hora prolonga la polvareda las sombras de la noche: huyen los potros cerriles arrastrando con estrépito los cueros que los azotan y espantan; créceles el asombro con la carrera, y tal pavor infunden en los caballos agarenos, que con su propio espanto descomponen el real.

-¡Santiago! -gritan los nuestros; y al despertar despavorido el moro, no acierta a proferir su antiguo grito de guerra.

Trábase al fin la lucha con tal ventaja del cristiano, que ya muerden el polvo siete sarracenos, sin que Dávila saque la lanza de la cuja. Más lejos se revuelve Herrera como bueno; da un tajo y se abre camino, y por un quijote que le arrancan, arranca al moro tres banderas y mil vidas.



Aterrada la morisma huye hacia Jerez sin tino, y va a dar en las lanzas cordobesas, que con tal furia la reciben, que no parece causa ajena, sino propia la que mueve sus bríos. Cejan luego hacia Margarigut el antiguo, aldea entonces de Pedro Gallegos, propia de Valdespino; mas allí los siguen cordobeses y jerezanos, que aun no se conocen, pero que con rabia igual los alancean.

Allí cayó, roto el pecho y la jacerina, el hijo de Juan Gaitán, que aun el bozo no le apunta: diole el polvo de la batalla mortaja de caballero, y no faltó quien guardase a su madre la Sarmiento, la lanza rota del mancebo; y a su dama Inés Zurita, unas tranzaderas verdes que hizo la sangre rojas.

Crece el furor mientras más cerca halla la victoria, y tanta sangre corre en aquellos sitios, que borra para siempre su antiguo nombre, grabando en su vez el terrible de Matanza. Vencida, pero astuta siempre la morisma, huye a guarecerse en unos arroyos secos: mas allí la alcanza la rabia del cristiano, y corre aún bastante sangre para dar corriente al cauce vacío, y a aquella tierra, ebria de sangre mora, el nombre de Matanzuela.

La noche corre aterrada a contar a otras naciones las proezas de la nuestra, y cuando el día asoma medroso, encuentra el pendón de Ismael roto, la Cruz en alto, y sembrado el campo de cadáveres, que cubrían, puesta de pie, la lanza más larga que había en el campo: la de aquel buen López de Mendoza, que tuvo luego, en sus armas la gloria del Ave-María.

Y allá más tarde, cuando cordobeses y jerezanos, jurándose hermandad eterna, arrojan a los pies de la Virgen de la Merced, que desde entonces lo fue de los Remedios, un puñado de banderas moras, cubiertas de sangre cristiana como de reliquias, y de sangre agarena como de trofeos, escribe la fama en su libro la batalla de los Cueros, y grita al mundo con sus cien trompetas. Todo lo alcanza el valor si la fe lo mantiene.


Por las tierras de La Matanza.



Con los ecos del relato del Padre Coloma, hemos vuelto a recorrer en estos días, cuando se cumple el centenario de su muerte, estos parajes.

No soplan ya vientos de guerra en las tierras de La Matanza, sino los vientos de levante que mueven las aspas de los enormes aerogeneradores instalados en el parque eólico de Doña Benita. Lentiscos, palmitos y acebuches crecen en la Cañada Real de Lomopardo o de Medina, que sigue todavía recordando el antiguo camino por donde circulaban las tropas.



No vienen ya por El Mojo y por Baldío Gallardo las mesnadas de los benimerines, ni amenazan algaras los llanos de La Ina.



No se talan ya los olivares y encinares de las dehesas de Martelilla, donde pace plácidamente, ajena a los sangrientos episodios de la historia, la vacada que lleva el nombre de este afamado hierro por toda la geografía taurina.



Nada queda ya de la aldea de Margarihut (la alquería del “prado de los judíos”), la que pasó a denominarse después de la batalla Aldea de Pero Gallegos. Nada salvo los apacibles prados de La Matancilla, salpicados de aerogeneradores.



Nadie acampa ya, sino las aves migratorias, en las laderas de la Laguna de Medina, en las arboledas de El Sotillo, junto al Saldado y al Vado de Medina.



Y en el Cerro de la Cabeza del Real y las colinas de Lomopardo, donde un día se plantaron las tiendas de los benimerines, se cubren hoy sus albarizas de girasoles, de trigos y de vides.

Para saber más:
(1) Las citas textuales están tomadas de Coloma, Luis. La Batalla de los Cueros. Episodio Histórico. Imprenta de la Revista Jerezana. 1872. Otra edición de 1876 puede consultarse en la red.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con : Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza. La Batalla de los Cueros (1), El paisaje en la literatura, Paisajes con historia, Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 24/05/2015

Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza
La Batalla de los Cueros (1)




En aquellos tiempos de grandes virtudes y grandes vicios, pero que tan rara vez, conocieron ruindades ni mezquinas pasiones; cuando el Rey Sabio acorralaba la morisma y aún no lloraba sus querellas, aparece en la historia el Jerez cristiano y caballero, como el terrible vigía de la frontera, ceñido de murallas, coronado de laureles sangrientos, enarbolando una cruz, y cobijándola con un pendón, sobre el que los siglos y la sangre han escrito una epopeya. El tiempo cubrió con su polvo de majestad aquellas glorias, y el olvido y la indiferencia las enterraron luego, sin que un epitafio las eternice, ni un poeta las cante, ni un historiador diga a los que tras nosotros vienen, que antes que rico y poderoso, fue Jerez noble, leal y heroico.

Con ese arranque “épico” da comienzo el relato “La Batalla de los Cueros. (Episodio Histórico)” de Luis Coloma, (Jerez, 1851- Madrid, 1915), escritor, periodista y jesuita, uno de los jerezanos más célebres, de quien recientemente se ha conmemorado el centenario de su muerte. Desde entornoajerez, queremos sumarnos modestamente a esta efeméride trayendo el recuerdo de una de sus obras y recorriendo los escenarios en los que la historiografía jerezana sitúa unos hechos que tuvieron lugar casi siete siglos atrás.

En “La Batalla de los Cueros”, como en otras obras, muestra Coloma su afición por los cuadros de época y la historia novelada sin renunciar al carácter moralizador que imprime a muchos de sus relatos. Aunque ha conocido muchas ediciones posteriores, vio la luz en 1872 en el diario El Porvenir de Jerez en el que colaboraba nuestro todavía joven escritor. La historia tuvo una amplia difusión tras su publicación en un cuadernillo de 36 páginas, prologado por Fernán Caballero, y editado por la Imprenta de la Revista Jerezana (1), en cuyos talleres se elaboraba el citado periódico. Con su versión de “La Batalla de los Cueros” Coloma intenta rescatar un hecho con trasfondo histórico para dar mayor lustre a las “Glorias de Xerez”, como reza en la portada.

La descripción de episodios bélicos, de batallas, refriegas y escaramuzas entre “moros y cristianos” ocupa un lugar preferente en todas las obras de carácter histórico que desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX, se han ocupado de nuestra ciudad. Especial relevancia cobra el periodo correspondiente al reinado de Alfonso XI, donde destacan las batallas de Majaceite (1314), Ayna (1339) o la de Los Cueros (1325), por citar sólo algunas. Esta última, de la que hoy nos vamos a ocupar siguiendo el relato del Padre Coloma, es también conocida como batalla de Los Potros o de La Matanza, y es una de las más referidas por todos los historiadores locales.

El marco geográfico donde tiene lugar la acción comprende los parajes situados entre el Vado de Medina (actual puente de Cartuja) y las tierras de El Mojo y Baldío Gallardo. Los llanos de Las Pachecas y de la Ina, la Laguna de Medina, el viejo camino de Vejer, las Dehesas de Martelilla, las laderas y colinas próximas al Cerro de El Mojo… son el escenario de la “batalla” que, más allá de las licencias literarias de escritores e historiadores, ha dejado para siempre su huella en la toponimia de la zona, con un nombre rotundo y esclarecedor de lo que



allí, de una otra manera sucedió: La Matanza. En estas tierras aún permanecen, siete siglos después, los topónimos de La Matanza (Cortijo, Arroyo, Pago, Cerro), La Matanzuela y La Matancilla.

Los historiadores locales relatan que en 1325 la ciudad se encuentra amenazada por un gran ejército musulmán que hostiga con sus incursiones las localidades cercanas realizando talas y saqueos en los campos de Arcos y Lebrija. Acampado entre el Guadalete y Martelilla, realiza permanentes acciones de castigo en las tierras más cercanas a Jerez llegando a las puertas de sus muros.

El alcaide, Simón de los Cameros, solicita ayuda urgente a la ciudad de Sevilla ante la evidente inferioridad de las fuerzas cristianas para no sucumbir ante los continuos embates de las tropas meriníes.



Desde Sevilla no puede prestarse el socorro reclamado y, ante la falta de respuesta es preciso actuar, por lo que se decide hacer frente al ejército musulmán utilizando una estrategia que la historiografía tradicional jerezana ha relatado con aires de leyenda.

En síntesis, ante lo menguado de las tropas cristianas, se decide salir con el amparo de la noche dando un rodeo y tomando el camino de Vejer, para sorprender al enemigo en su retaguardia, llevando con todo el sigilo posible a cuantos caballos y potros “cerriles” (sin domar) se puedan reunir. Se atarán a su cola cueros “crudos”, odres hinchados y ramas. Se persigue con ello provocar una estampida de modo que, el ruido de los cueros y la furia de los animales sorprendan al ejército musulmán causando el desconcierto y el caos entre sus filas. La acción discurre tal como ha sido planeada con el concurso, en el último momento, de las tropas de la ciudad de Córdoba que acude en auxilio de los jerezanos, al enterarse de las difíciles circunstancias por las que atravesaban. Los cordobeses llegan “justo a tiempo” por el camino de Medina para batallar con los moros que, sorprendidos en su retaguardia, se ven así entre dos frentes condenados a sufrir una gran derrota.

Estos campos de El Mojo, estos parajes de suaves colinas próximos a la dehesa de Martelilla, serán a partir de entonces conocidos como las tierras de La Matanza, nombre que ha pervivido casi siete siglos. Como consecuencia de la decisiva participación cordobesa en la refriega, se sellará la hermandad histórica existente entre Jerez y Córdoba, ciudad esta última en la que, como sucede en la nuestra, también existe una calle dedicada a la “Batalla de los Cueros.

Volvamos al relato de Luis Coloma, justo cuando los jerezanos están a punto de partir a la lucha. La tensión dramática de los preparativos de la batalla la presenta nuestro escritor con la escena de los caballeros junto a la capilla del Humilladero, en las proximidades de la Puerta Real o del Marmolejo. Es 11 de Julio de 1325.

Había en otros tiempos pegada a la puerta del Marmolejo, que se llamó luego del Real, una pequeña capilla que se amparaba a los muros, como la fe se ampara a la fortaleza. Venerábase en ella una imagen de la Virgen de la Merced, y era costumbre de los antiguos caballeros, al salir a la batalla, pedir a la Señora su amparo en la lid y su auxilio en la victoria: llamábanla por esto la capilla del Humilladero; que aquellos hombres que con soberbia pisaban la tierra, sólo humildes miraban al cielo. Hallábase abierta la histórica capilla el 11 de julio de 1325: poblaban sus alrededores confusos grupos de hombres cubiertos de hierro, que formaban acá y allá bosques de picas y lanzas, alzándose amenazadoras: flotaban por donde quiera airones y banderas de varios visos, rodeando un pendón de riquísima tela roja, cuyos anchos pliegues caían a lo largo del asta, como si no pudiese el viento agitar el peso de tanta gloria. Era el pendón de Jerez, antes que en buena lid arrancase al moro otro, en la batalla del Salado."



Coloma sigue aquí a Fray Esteban Rallón, quien escribe su Historia de la Ciudad de Xerez de la Frontera a mediados del S.XVII, y sitúa en esta puerta de la ciudad y en la citada capilla el punto de partida de las tropas (2). Prefiere esa versión a la de Bartolomé Gutiérrez (Historia de Xerez de la Frontera, 1787) quien sostiene que los caballeros salieron “… a las ocho de la noche con mucho silencio por la Puerta de Rota y a su salida se encomendaron a una devota imagen que allí los Padres mercedarios Calzados veneraban (convento inmediato a esta salida)” (3). Ni Gonzalo de Padilla en su Historia de Xerez de la Frontera. Siglos XIII-XVI, escrita en las primeras décadas del XVI, ni el Jesuita Martín de Roa en su obra “Santos Honorio, Eutichio, Estevan, Patronos de Xerez de la Frontera…, publicada en 1617, aluden en sus relatos a estos preparativos en los que Coloma, sin embargo, se recrea para dar al suyo más fuerza literaria.

Pero continuemos con Coloma. Se ha dado la voz de alerta en la ciudad ya que, desde la Laguna de Medina hasta El Sotillo, (paraje donde se construiría el Monasterio de Cartuja) se ha instalado un campamento con un poderoso ejército enemigo y “…la morisma de aquende el mar y de allende había pasado el Guadalete en número de setenta mil, plantado sus reales desde Martelilla hasta el río, y llevado sus algaras hasta las mismas puertas de Jerez el noble…



Para dar más gloria a una victoria conviene que la desproporción entre las fuerzas en combate sea lo mayor posible. Los cristianos son pocos y los moros muchos. Coloma juega también con esta idea en su relato y eleva a setenta mil, los “600 moros de a caballo y de pie” a los que alude el historiador Gonzalo de Padilla (4), o amplía la cifra de los “sesenta mil entre jinetes e infantes” que menciona el Padre Martín de Roa (5). Opta de nuevo nuestro escritor por la versión de Rallón para quien los moros “pasaban de setenta mil, así de a pie, como de a caballo”, (2) antes que con la de Bartolomé Gutiérrez, quien de manera más discreta, menciona, sin dar cifras, que “…un príncipe moro… juntando gente africana y de las costas de Granada de a caballo y de a pie… con esta gran comitiva se vino sobre los campos de los cristianos” (3).



Ni la desproporción de fuerzas, ni la falta de apoyos y refuerzos, ni la escasez de víveres, ni la inferioridad de las tropas cristianas frente al gran número de las que han desplazado los musulmanes… parece ser obstáculo para el alcaide jerezano a juzgar por el relato de Coloma:



Convocó en tamaño aprieto el alcaide Simón de los Cameros, a los ricos-homes, fijosdalgos y gentes de pro del pueblo, y ardiendo todos en deseos de venganza, sobrados de bríos y faltos de prudencia, no se avenían a templadas razones, queriendo, ya que no triunfar, morir como buenos.



Mas un gran caballero que llamaban Cosme Damián Dávila, valiente en la pelea y al razonar mesurado, les habló de esta manera: «Es verdad que son nuestras fuerzas cortas para vencer a los enemigos que tenemos a la vista. ¿Pero cuántas veces han triunfado de innumerables las armas cristianas, aunque pocas, patrocinadas de las divinas? Y así mi dictamen es, que imploremos el socorro de María Santísima de las Mercedes, y salgamos a pelear, ayudándonos de los potros cerriles que tienen los vecinos: los sacaremos en cuerdas al campo, y cuando estemos próximos a los enemigos, ataremos en las colas zarzas y cambrones, y los picaremos a un mismo tiempo: porque con este arbitrio causaremos confusión a los moros, sus escuadrones serán en parte desordenados, y nosotros lograremos la victoria dando entonces sobre ellos»
.



Con tonos épicos, describe Coloma la escena en la que, ya caída la tarde, llega “…Simón de los Cameros a la puerta del Marmolejo, seguido de los cuatro alcaides de las puertas, los caballeros del feudo y demás nobleza jerezana”. Todos se arrodillan – se “humillan”- “ante el altar que sostenía la Imagen de la Patrona” para pedir su protección al grito de “¡Señora, remédianos!”.

(Continuará en la próxima entrada)

Para saber más:
(1) Las citas textuales están tomadas de Coloma, Luis. La Batalla de los Cueros. Episodio Histórico. Imprenta de la Revista Jerezana. 1872. Otra edición de 1876 puede consultarse en la red.
(2) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, pp. 28-31.
(3) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsimil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol I P. 178-183
(4) Gonzalo de Padilla.: Historia de Jerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI). Ed. de Juan Abellán Pérez. Agrija Ediciones 2008., pp. 48-57.
(5) Martín de Roa (1617):Santos Honorio, Eutichio, Esteban, Patronos de Xerez de la Frontera”. Edición Facsimil, Ed. Extramuros Edición S.L., 2007. Cap. VIII


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con : Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza. La Batalla de los Cueros (y 2), El paisaje en la literatura, Paisajes con historia, Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 17/05/2015

 
Subir a Inicio