Elogio de las “malas hierbas”.
Ya está aquí la primavera.




Fiel al ritmo de los días y al cotidiano repetirse de las estaciones, con esa precisión con la que los sabios calculan el incesante movimiento de los astros, la primavera de 2023 ha comenzado, según el Observatorio Astronómico Nacional, el lunes 20 de marzo a las 16h 33m hora oficial peninsular. 
Pero en la práctica, la primavera lleva ya entre nosotros unas semanas desde que las últimas lluvias regaron generosamente la tierra y el sol ha hecho renacer todo lo vegetal.


Por los carriles de las viñas.

Ya está aquí la primavera y de nuevo los brotes de los árboles y arbustos, las hierbas y las flores van cambiando el aspecto del campo, del paisaje. Recorremos los caminos de la campiña y sale la primavera a nuestro encuentro en todos los rincones. De esta hermosa manera lo expresaba hace unos años, en su sección A cepa revuelta, de Diario de Jerez, el abogado y escritor Jesús Rodríguez Gómez:



Esta mañana he estado paseando por la Cañada de la Loba. Los verdes tenían belleza y vitalidad de adolescentes y se paseaban por las besanas, fatigándolo todo. He tomado la vereda que lleva a la viña de mi amigo Frasquito… ¡Las veredas del campo! Sendas humildes hechas con pasos ajenos… En la albarrada que hace linde con el trigal se agolpaban amapolas, jacintos, lavandas, labiérnagos, coscojas, aulagas, torviscos… Y entre ellas, subrepticias, las flores anónimas que se prende abril en sus mañanas. Esas que lo inundan todo con su color y su nombre clandestino. Sólo sabemos de ellas su lozanía y su querencia por lindes y ribazos, pero desconocemos cómo se llaman. La gente del campo las nombra, como si nada: carmentinas, todabuenas, sanchecias, algazules, escarchadas, hierba doncellas, mocos de pavo, palos de cochino, aguaturmas, ombligos de venus, dividivis, amormíos…"; y nosotros, los de ciudad, nos quedamos asombrados con ese santoral de la modestia. Estas flores de nombres ignorados, se pierden, como las monjas, por la humildad, y por eso agarran en lo menos evidente. Vamos andando entre los pasiles del roquedo y las vemos emerger de entre sus fisuras y gravillas, haciendo del aire, con su breve olor, una cañada de hermosura.



Cuando las descubrimos, hacemos una parada en nuestro paseo para admirar aquellas piedras florecidas, y después, agradecemos de corazón a la primavera que colonice con frutos de belleza hasta lo más inhóspito. En su humildad, sin embargo, llevan también su desgracia, porque no saber cómo se llaman quita a los hombres apego y nadie se lamenta si una de esas flores desconocidas es tronchada por el pie, la rueda o los cascos de la yegua…
” (1).

A nosotros también nos gusta pasear por los caminos que se trazan entre los campos en torno a Jerez, por las antiguas cañadas que se ramifican en hijuelas y padrones, en veredas y sendas entre los sembrados de cereal, entre las huertas, entre los viñedos… Y allí descubrimos ese esplendor generoso de humildes y desconocidas plantas que transforman las cunetas y linderos en hermosos parterres floridos. Un buen conocedor de nuestra campiña, Juan Luis Vega Cordero, pone nombre a buena parte de ese cortejo vegetal:

En primavera las cunetas de los carriles de las viñas de Jerez es el jardín natural más impresionante que uno se pueda imaginar, un mundo botánico lleno de vida y color. Todo tipo de plantas de espigas, como las avenas locas, los alpistillos o la cebadillas de ratón; ramilletes inmensos de flores azules, como las viboreras o chupamieles; de las comestibles borrajas, que brotan ya en el invierno; los blancos de las manzanillas y margaritones, los traviesos pepinillos del diablo, las peligrosas cicutas, hierbalocas o perejil de burro o de las viznagas, de elegantes pompones blancos…, inundan los campos jerezanos al final de mayo y junio, antes de enroscarse para el verano. Gamas de amarillos de todas las clases, vinagretas para chupar, jaramagos para los canarios, hinojos para el guiso de caracoles o para el aliño de aceitunas y tagarninas para esparragar; los tonos rosados de las corregüelas, campanillas y de los conejitos o bocas de dragón, que a veces crecen hasta en mismos tejados de las iglesias del centro. Morados de las tristes malvas y de las duras achicorias y el rojo impresionante de las zullas, que derraman su 'sangre' por los campos jerezanos cuando llega la Semana Santa…” (2).



Entre trigales.



Si la primavera se deja sentir entre las lomas de albariza donde crecen los viñedos, en otros rincones de la campiña se hace aún más patente y los trigales se nos muestran con un verde intenso que alegra los sentidos. Manuel Romero Bejarano, en un hermoso artículo publicado hace unos años en estas páginas de Diario de Jerez con el título de Trigales Verdes hace este hermoso llamamiento ante el inicio de la primavera: “Llegó el tiempo de volver a los cerros, el día soñado de abandonar Jerez para subir a la tierra blanca. Hace meses que la flor del almendro comenzó a desvanecer el frío. El perfume del azahar acudió en su ayuda… Quedarse quietos con los ojos abiertos días enteros. Junto a parras retorcidas que renacen tras el invierno. Junto a casas vacías en las que ya nadie se alegra de ver crecer la cosecha. Al lado de pozos de edad inmemorial. Campos arrugados que se asombran cada año de ver el trigo granar. … Peregrinar por reinos míticos que no dejan de sorprenderse al llegar la primavera. Volver a pronunciar nombres antiguos que se adentran en lo más profundo de la memoria. Alfaraz. Balbaína. Cantarranas. Macharnudo. Orbaneja. Tabajete. Valcargado. Almocadén. Los Tercios. Capirete. Marihernández. Tizón. Añina. Cerronuevo. Burujena. Carrahola…



Cientos de primaveras. Miles de jerezanos que nacieron y murieron en estos pagos esperando alcanzar un abril más. Deseando otear el horizonte y contemplar con júbilo cómo una vez más el trigo verde estaba granado...
” (3).



Los viñedos, los trigales, los sotos y alamedas del río, los linderos del bosque… cualquier lugar depara no pocas sorpresas en este renacer de lo vegetal. Pero nosotros, entre todos los regalos con los que la primavera nos obsequia, sentimos especial predilección por estas flores silvestres, humildes, discretas, “vulgares”, con nombres apenas conocidos, esas que crecen en las cunetas, en los bordes de los campos y de los caminos, las que, como los jaramagos, tapizan los baldíos. Esas que pasan desapercibidas y a las que muchos califican como “malas hierbas”. A buen seguro, algunas de estas especies vegetales resultan poco recomendables y causan perjuicios a agricultores y viñistas, a jardineros y a quienes se ocupan del mantenimiento de caminos y carreteras… pero no puede ya concebirse el paisaje sin ellas. Con la primavera, estas “malas hierbas”, esas que crecen “donde no deben”, donde no se las quiere, se hacen presentes en todos los rincones y, pese a las molestias que causan a algunos, nos compensan a todos con la belleza de sus flores.

En cierta ocasión, paseando por la Cañada de Espera, un hombre que llevaba en la mano una bandera, cubierto con un impermeable, nos hizo señas desde unas decenas de metros, en medio de un campo. Al poco se nos acercó y nos previno de las pasadas que una avioneta que volaba a lo lejos: “está fumigando para matar las malas hierbas”. Macizos de margaritas y amapolas, de viboreras y malvas, de borrajas y vinagretas, de zullas, de azureas, de jaramagos… llenaban las cunetas, ocultando los palmitos, y crecían también entre un olivar cercano y en los linderos de una loma sembrada de cereal. Malas hierbas…

Nos alejamos entonces del camino y en esas divagaciones ociosas que entretienen el paso lento de los caminantes, pensamos si estas “malas hierbas”, si estas hierbas que hermoseaban con sus flores los bordes de las hijuelas y los campos, estás que formaban parte de esa “lista negra” para la agricultura, serían consideradas “buenas hierbas” en algún lugar. Y allí, a buen seguro, que lejos de fumigarlas y rozarlas para acabar con ellas, se las trataría con el mimo que se dispensa a las flores que aquí cultivamos en los jardines.



“Es seguro, -pensamos-, que en algún remoto paisaje, las mejores praderas estarán tapizadas por estas “malas hierbas” que aquí tratamos de eliminar de nuestros campos con herbicidas. Es de justicia que así sea, -pensábamos mientras se acercaba la avioneta-, y de que puedan gozar allí de una lluvia de agua fina, de rocío limpio cada mañana y de que sean bien tratadas y admiradas”. Rescatamos, a modo de divertimento, aquellas disquisiciones en estos días de marzo cuando vuelven de nuevo a brotar con fuerza todas las hierbas (las “buenas” y las “malas”), algunas de cuyas flores les dejamos, junto a estas líneas para que los lectores valoren su condición.

Un hermoso y premiado poemario de nuestra admirada Josefa Parra lleva por título “Elogio de la mala yerba” (4) y nosotros, modestamente, lo tomamos prestado para dar la bienvenida a esta nueva estación que ahora comienza. Nos vamos recordando de nuevo la palabras de Jesús Rodríguez para decir que, paseando estos días por cualquier cañada de nuestra campiña, admirando los prodigios que obra la primavera en los ribazos de los campos, en los setos de los caminos, en las laderas incultas, en las orillas de los arroyos… disfrutando del renacer y el empuje de la naturaleza, sentimos “…lo mismo que debió sentir Dios aquel día tercero en que creó las cosas vegetales y vio que eran buenas”.

¡Ya está aquí la primavera, y ojalá que haya venido para llevarse al coronavirus!


Para saber más:
(1) Rodríguez Gómez, Jesús:A cepa revuelta: La primera visita al campo”. Diario de Jerez, 21/03/2010.
(2) Vega Cordero, Juan Luis:Primavera en los viñedos jerezanos”, Diario de Jerez, 11/05/2013.
(3) Romero Bejarano, Manuel:Trigales Verdes”, Diario de Jerez, 18/04/2010.
(4) Parra Ramos, Josefa:Elogio de la mala yerba”, Visor Libros, 1996.


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Jaramagos.
Las más humildes de la flores




A pesar de estos tiempos raros, del frio invierno y del cambio climático que todo lo trastoca, nadie puede detener la primavera y sus signos. Basta comprobar como desde hace ya semanas, los JARAMAGOS ya están aquí de nuevo, llenando el campo y sus confines recordándonos, como una premonición, que la vida es imparable.






ELOGIO DEL JARAMAGO.

Entre las más humildes de las flores, pocas tan hermosas como el jaramago. Apenas el invierno dobla el mes de febrero y si las lluvias han sido oportunas, los jaramagos empiezan a pintar de amarillo los linderos de los campos, los bordes de los caminos, los ribazos de los arroyos. En pocas semanas, anunciando ya la primavera, su tenue follaje y sus vistosas y diminutas flores, como si de un cuadro impresionista se tratara, visten de color los baldíos, los terrenos incultos, las laderas y cunetas de los carriles, los setos, los solares abandonados, los viejos muros…

En un alarde de aérea ligereza, se enseñorean en los tejados de las viejas casas y, aún con cierto descaro irreverente, lo hacen también en las cornisas de las iglesias mostrando sus tenues y delicados colores. A nuestro entender, su sencilla belleza los rescata del reino de las “malas yerbas” al que se les había condenado, por su persistente omnipresencia y por esa forma obstinada con la que se instalan, más que como invasores, como auténticos supervivientes que resisten entre las ruinas y los escombros.



Los sencillos y hermosos jaramagos ya habían sido ganados para la literatura y elevados a los altares de las letras gracias a Rodrigo Caro, quien hace más de cuatro siglos, los inmortalizara en su célebre Canción a las Ruinas de Itálica como imagen viva de la decadencia:
“Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
renueva el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo!, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.”



Un mismo nombre para muchas flores distintas.

El jaramago, o mejor dicho los jaramagos, así en plural, es el nombre común de diferentes especies de plantas herbáceas, pertenecientes también a distintos géneros de la familia de las Crucíferas. Sus matas, con tallos, muy ramificados, llegan a alcanzar los 60 u 80 cm de altura, destacando en ellos sus pequeñas flores amarillas (o blancas en algunas especies), que se caracterizan por tener cuatro pétalos en forma de cruz, lo que da nombra a la mencionada familia. Las flores se disponen en largas espigas terminales. Sus frutos pasan también desapercibidos, y presentan el aspecto de unas diminutas vainas casi cilíndricas, torcidas ligeramente en las puntas, conteniendo muchas semillas que garantizaran su presencia y dispersión en años sucesivos. De ellas se alimentan numerosas especies de aves granívoras.

En nuestras campiñas comparten este nombre, como se ha dicho, diferentes especies, siendo las más conocidas Diplotaxis siifolia, Sisymbrium irio o S. officinale, de tallo piloso. Junto a ellas son también muy comunes Diplotaxis cathólica, D. virgata o D. erucoides, esta última de pequeñas flores de color blanco.



Entre otras especies de jaramago que podemos ver en torno a Jerez mencionaremos también a Hirschfeldia incana, jaramago de pequeñas flores blancas, o Sinapis alba, conocido también como mostaza blanca, de delicadas flores amarillas (1).



Volviendo a la literatura, nuestro gran poeta Manuel Ríos Ruiz, acudió también a esta humilde flor (“flor mínima”) para dar título a una de sus obras Los predios del jaramago, con la que fue galardonado con el premio “José María Lacalle 1978”. En muchos de los poemas de este hermoso libro, por su fuerza evocadora, se hace alusión al jaramago, como por ejemplo en el titulado Travesía de la celda: “…Este jaramago crece/ del puro escombro, cenicienta carne, cuerpo/ en pena de una historia creada en su camino” (2).

Otros muchos poetas han tenido presente al jaramago en sus obras, como el arcenés Julio Mariscal, Antonio Machado, Rafael Alberti o Juan Ramón Jiménez quien dedica a su amigo Javier de Intuyesen el hermoso texto titulado Trigo y Jaramago (3).



Sin embargo, nada mejor para expresar la serena belleza que para nosotros encierran estas humildes flores que recordar lo que otro gran escritor de esta tierra, Sebastián Rubiales, dice de ellas en su novela Del viento al infinito:

Recuerda la existencia humana a la flor del jaramago, tan escasa de dones, sin olor, sin vistosidad, sin delicadeza, tan poca cosa, y, sin embargo, tan fieramente constante, tan inquebrantable, rebrota una y mil veces en las condiciones más hostiles para una planta. Su acerada voluntad nace entre escombros y supera, una tras otras, todas las adversidades de una manera sorprendente. Del mismo modo, el hombre” (4).

Imagina el lector que, por estas razones, ya no podemos pensar que los jaramagos, los hermosos jaramagos que nos anuncian cada año la primavera son “malas hierbas”. Feliz primavera.




Para saber más:
(1) Íñigo Sánchez García y José Carlos Moreno Fernández.: Flora Silvestre Gaditana. Colabora Junta de Andalucía, Consejería de Medio Ambiente, Jerez, 2008
(2) Manuel Ríos Ruiz: Los predios del Jaramago, Editorial Oriens, Madrid, 1970, p, 70.
(3) Juan Ramón Jiménez: “Trigo y Jaramago”, dedicado a Javier de Winthuysen, en “Diario de un poeta recién casado” Calleja, 1917, p, 231
(4) Sebastián Rubiales.: Del viento al infinito, Pre-Textos, 2000.

Nota: agradecemos a nuestro amigo José Manuel Amarillo Vargas, autor del Blog Naturaleza, sitios y gentes, sus magníficos macros sobre jaramagos que ilustran este capítulo.


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Flora y fauna, Paisaje y Literatura, Miscelánea

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 20/03/2016

Con nombre de mujer
Topónimos femeninos en la campiña de Jerez (1)




Hoy 8 de marzo, como todos los años en esta fecha, se celebra el Día Internacional de la Mujer. Establecido en 1977 por la Asamblea General de la ONU, se pretende conmemorar con este día “la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona”. Como aún estamos muy lejos de alcanzar este noble objetivo de la igualdad, es necesario que días



como estos sirvan para llamar la atención del largo camino que nos queda por recorrer para conseguirlo.

Desde estas páginas, dedicadas al conocimiento de nuestro entorno, queremos sumarnos modestamente a esta conmemoración subrayando el olvido que en la historia de nuestra ciudad han tenido las mujeres. Como apunta acertadamente Isabel Allende, “la historia la escriben los hombres” y



aunque las mujeres hayan jugado el papel más determinante en el progreso y en el avance de los pueblos, quedan injustamente invisibilizadas.

Basta fijarnos en nuestra historiografía local para comprobar las escasas referencias que nos han llegado de la segura contribución de las mujeres en la historia de nuestra ciudad. Así, por ejemplo, Parada y Barreto, en su conocido libro Hombres Ilustres de la ciudad de Jerez



de la Frontera
, uno de los primeros que estudia los jerezanos que por algún motivo ocuparon un lugar destacado en la historia local, menciona sólo a 5 mujeres entre los 289 personajes que describe, desde la dominación árabe hasta 1875. Se trata de Sor Rita de Cazares, Francisca Trujillo abadesa del monasterio de Ntra. Sra. de Gracia, la beata Inés de Medina y las fundadoras de sendos beaterios Ana Díaz y Antonia Tirado, todas ellas,


como vemos relacionadas con lo religioso (1). Hace medio siglo el profesor Fedriani Fuentes, en su Jerezanos insignes (1967), incluía en su selección 259 nombres entre los que sólo aparecen 9 mujeres, las mencionadas anteriormente más las benefactoras Juana de Dios Lacoste, Carmen Núñez de Villavicencio, Micaela Parada y Elena del Páramo (2). Antonio Mariscal Trujillo actualizó y completó recientemente estos estudios en su libro Jerezanos para la Historia. Siglos XIX y XX (2011) resaltando a 177 personajes entre los que encontramos 9 mujeres: Pilar Aranda, Carmen Carriedo, Lola Flores, J. de Dios Lacoste, Francisca Méndez, M. del Carmen Requejo, Josefa de los Reyes, Isabel Ruiz y Mª A. de Jesús Tirado (3). Otra pista de la escasa presencia femenina en nuestra historia local nos la aporta José Ruiz Mata en su libro Mil años de escritores y libros en Jerez (del año 1000 a 1999), donde se incluye 377 referencias de las que sólo 14 corresponden a mujeres y 12 de ellas del siglo XX (4). Ante datos como estos cabe preguntarse: ¿dónde queda entonces la memoria de tantas mujeres anónimas que contribuyeron con su dedicación y trabajo a escribir las pequeñas historias cotidianas de la que está hecha, en suma, la Historia de nuestra ciudad?

Para responder aunque sólo sea mínimamente a esta pregunta, hemos querido rendir un sencillo homenaje a muchas de aquellas mujeres olvidadas por los libros de las que si hemos encontrado modestas referencias en los paisajes en torno a Jerez, en muchos rincones de nuestra campiña, en parajes poco conocidos del término, en los nombres de pagos de viñas, de lomas y cerros, de casas y



cortijos, de cañadas, coladas e hijuelas, de pozos, fuentes y arroyos… La toponimia ha sido, afortunadamente, más generosa con las mujeres que las historias locales y para dar tan sólo una muestra de ello les proponemos hoy un itinerario por aquellos lugares que guardan la memoria de nombres femeninos. ¿Nos acompañan?

Doña Benita, La Suara, La Catalana...

El de Doña Benita es uno de los topónimos más antiguos de nuestro término y da nombre a un rincón de la campiña ubicado en las proximidades de la dehesa de la Matanza y de la barriada rural del Mojo. Se llega hasta él a través de la Cañada de la Cuesta del Infierno que une este último enclave con Torrecera, pasando por los Entrechuelos.



Estas tierras se reparten hoy entre los cortijos de Doña Benita la Alta y Doña Benita la Baja, estando dedicadas a cultivos de secano y olivar y en las que se enclava un gran parque eólico con la misma denominación. Este antropónimo da también nombre a un arroyo salado y a unas antiguas salinas, conocidas también como “de Fortuna” o “de la Matanza”.

El profesor Emilio Martín Gutiérrez ha investigado el origen de este antropónimo en el repartimiento urbano realizado tras la incorporación de la ciudad a la corona de Castilla. Así consta que “Domingo Minno” y su mujer “donna Benita”, recibieron casas en la collación de San Dionisio y heredaron “cavallería”; es decir, el “heredamiento correspondiente a un caballero”. Conviene recordar que en el Libro del Repartimiento figuran también otras cinco mujeres con el nombre de “donna Benita” por lo que, en cualquier caso, la denominación con la que se conoce este lugar de nuestro alfoz se remonta al último tercio del siglo XIII (5).

Con el nombre de La Suara, otro antropónimo femenino muy conocido por los jerezanos, se designa en la actualidad a un cortijo, una dehesa y un Parque Forestal situado en las cercanías de La Barca de la Florida, muy visitado por la población al ser uno de los lugares de esparcimiento más cercanos a la ciudad. Su origen hay que buscarlo en las propiedades que desde principios del siglo XV tenían en la zona Diego Suarez y su mujer Teresa Martínez. Ambos mantuvieron pleitos con la ciudad por usurpaciones de tierras en este sector que, a la muerte de Diego Suárez, continuaron de la mano de su mujer y sus hijos.



La Suara (probable apelativo de Teresa Martínez) dio nombre a estas tierras (6) que ocupan en buena parte los suelos de una extensa terraza del río Guadalete. En la actualidad se conservan en este lugar sectores con la vegetación propia del monte mediterráneo (alcornoque, encinas, quejigos, acebuches…), así como extensas manchas de pinos y eucaliptos fruto de repoblaciones realizadas en la segunda mitad del pasado siglo las cuales que están siendo sustituidas progresivamente por especies autóctonas.

Entre los cortados de Montealegre y las tierras de Estella del Marqués y Lomopardo se abre una extensa vaguada por la que discurre el Arroyo Salado y la traza de la autopista Sevilla-Cádiz. Se trata de los Llanos de La Catalana, al que da nombre un curioso antropónimo femenino que tiene casi quinientos años. Por el profesor Emilio Martín



Gutiérrez sabemos que “en los años treinta del siglo XV, los propietarios de esta dehesa fueron Juan Fernández Catalán y su mujer Isabel Martínez. Se sostiene que el antropónimo hace referencia al apelativo con el que se conocía a Isabel Martínez”, “la Catalana” (7). Con este nombre se conoce también una amplia finca agrícola situada frente al Cementerio Municipal situada en la zona más alta de este rincón de la campiña cercano a la ciudad y que era paso obligado de los caminos que unían Sevilla y el Campo de Gibraltar a través de Gibalbín, el Guadalete y Medina.



La Astera, La Martelilla, La Bernala…

La autovía de Sanlúcar divide en dos las tierras del Cortijo de Santo Domingo, antigua posesión de los Dominicos desde los tiempos el repartimiento de las tierras del alfoz, en el último tercio del siglo XIII. Saliendo de Jerez, a la derecha de la vía, puede verse el magnífico edificio, de aire señorial, de la que fuera su singular casa de viña.

Frente a ella, al otro lado de la carretera, en un paraje que atravesara en tiempos pretéritos la traza del ferrocarril Jerez-Bonanza, aún se conserva el Pozo de la Astera y su antiguo abrevadero. Ubicado en el Descansadero del mismo nombre (que con 12 aranzadas es uno de los mayores del término), este pozo era parada obligada para los ganados que circulaban por la Cañada de Gudajabaque, una de las más



importantes de cuantas circundaban la ciudad. Este curioso nombre tiene su origen en el apelativo con el que era conocida una singular dama jerezana: Dª Elvira Martínez de Trujillo, “La Astera”. El archivero e historiador Agustín Muñoz y Gómez nos recuerda que en una Capilla de San Dionisio está enterrada “La Astera”, mujer de D. Alonso Sánchez conocido como “El Astero”, fabricante de astas para lanzas.



Esta piadosa señora se distinguió por sus obras de caridad y llegó a fundar varias capellanías en la Colegial y otras iglesias de la ciudad, según se desprende de distintas escrituras realizadas ante el escribano Juan Román fechadas en 1420, siendo también protectora del Convento de Espíritu Santo, fundado en 1431 (8).

Más dudoso es el antropónimo de Martelilla o La Martelilla que da nombre a la conocida finca situada en el km 9 de la carretera de Medina donde se cría una rama de la afamada ganadería del Marqués de Domecq. En estos parajes, el concejo de la ciudad abrió en el s. XVI una cantera de la que se obtendría la piedra para la construcción del Puente de Cartuja y, posteriormente, de las casas del Cabildo Municipal. Algunos investigadores relacionan este nombre con el de un posible antropónimo romano ya que en la



epigrafía gaditana encontramos distintos cognomina (Marcellus, Martialis, Martilla) de los que pudiera derivar (9). Otros autores platean un probable origen castellano como diminutivo femenino de Martel.



Otro curioso topónimo del rincón nororiental del término es La Bernala. Sus tierras, ubicadas en las proximidades de la barriada rural de Gibalbín, junto a la Cañada Real de Arcos a Lebrija, fueron arrebatadas por el concejo jerezano al arcense, junto a las de las dehesas de la Cespedosa y Cabrahigo en los primeros años del siglo XIV (10). Los litigios por la posesión de estas tierras se mantuvieron durante los siglos siguientes, decantándose finalmente su posesión, como la de las tierras de Berlanga y el Abadín por la ciudad de Jerez. En la actualidad La Bernala sigue dando nombre a una dehesa, una cañada y un cortijo, ubicado frente a la Bodega de Barbadillo en Gibalbín, en el inicio de la carretera que desde este enclave rural se dirige hacia Arcos.



La Rendona, Las Pavonas, La Basurta, Las Pachecas…



Junto a los ya citados, otros muchos nombres de lugares hacen referencia a apellidos notables de la ciudad, algunos de los cuales se remontan a los primeros repobladores. En un momento de la historia, algunas de las mujeres de estas familias adquirieron un mayor protagonismo o pasaron a ser herederas o titulares de sus tierras, hecho singular que permaneció ya para siempre en la toponimia. Este es el caso de La Rendona, que da nombre a un rincón situado junto a la Cañada de los Arquillos, colindante a la finca de los Isletes. El arroyo de la Rendona cruza este mismo paraje de suaves lomas que albergaron hasta hace unos años un gran viñedo hoy desaparecido. En el cerro de La Rendona se conservan también los restos de una de las torres del sifón de Los Arquillos perteneciente al antiguo acueducto romano de Tempul a Gades. Como señala A. Muñoz y Gómez es un apelativo “muy común á diversas mujeres descendientes del caballero Garci-Pérez de Rendón”. Se trata de Garci Pérez de Burgos, uno de los primeros pobladores de Jerez que según la “leyenda” adquirió el apelativo de Rendón” en 1292, en los combates “intrépidos y sin reparo” (que es lo que significa literalmente esta palabra) que protagonizó sin la autorización expresa de Sancho IV contra las tropas de Abu Yusuf establecidas en Tarifa (11). Diferentes mujeres con este apellido figuran con el apelativo de “la Rendona” en distintos documentos del siglo XVI, siendo una de ellas Catalina García La Rendona, viuda del Guarda de Términos Diego de la Fuente, de quien tal vez provenga la denominación de este rincón de la campiña jerezana (12).

Las Pavonas da nombre a una finca agrícola ubicada en las proximidades de Nueva Jarilla, junto a la Cañada de Romanina, y su nombre puede proceder de las descendientes del ilustre linaje de “los Pavones de Xerez” (13). Muy cerca de este lugar, junto a la antigua Cañada de Espera, encontramos las tierras de La Basurta. Esta finca está también próxima a la pantaneta del cortijo de Jara, junto a la carretera de Gibalbín. El cerro de La Basurta, a cuyos pies se unen varios arroyos que bajan de las Mesas de Santiago y de la Sierra de Gibalbín, está cubierto por un olivar y debe su nombre a una descendiente de esta familia de origen vizcaíno. Diego Pérez de Basurto, caballero procedente de Medina se estableció en Jerez a comienzos del s. XVI y de él deriva la rama jerezana de este apellido (14). Conviene recordar que ya a mediados del siglo XIX, una de las cinco mujeres latifundistas que figuran en la relación de los principales propietarios de tierra de la nobleza jerezana es Dª Josefa Basurto y Sopranis (15). Algo parecido ocurre con Las Pachecas, cuyo nombre hay que buscarlo en el apelativo de sus antiguas propietarias, descendientes de una notable familia jerezana. Este topónimo bautiza a un cortijo y a una extensa finca situada junto a la carretera de Medina, entre el Guadalete y el Cerro del Viento y da nombre también a una barriada rural establecida en las inmediaciones del antiguo cortijo junto a la que fuera Cañada de Medina.
(Continuará)

Para saber más:
(1) Parada y Barreto D. I.: Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera . Edición facsímil. Extramuros, Sevilla, 2007.
(2) Fedriani Fuentes, E.: Jerezanos Insignes. Gráficas San Luis, Jerez, 1968.
(3) Mariscal Trujillo, A.: Jerezanos para la historia. Siglos XIX y XX, Tierra de Nadie Editores, Jerez, 2011.
(4) Ruiz Mata, J.: Mil años de escritores y libros en Jerez de la Frontera (del año 1000 al 1999). Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento de Jerez, 2000.
(5) Martín Gutiérrez, E.: Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento. El Alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media. En Historia Instituciones y Documentos, nº 30. Universidad de Sevilla, 2003, pg. 278. LA referencias a Dª Benita están tomadas de González Jiménez, M. y González Gómez, A.: El libro del Repartimiento de Jerez de la Frontera. Estudio y edición. Cádiz, 1980. Prt. 1813, XX y 184.
(6) Martín Gutiérrez, E.: Análisis de la toponimia… , pg. 281.
(7) Martín Gutiérrez, E.: Análisis de la toponimia… , págs. 276-77. Este autor documenta un amojonamiento realizado por Alfonso Núñez en el año 1434, en el que se cita este antropónimo.
(8) Muñoz y Gómez, A.: Calles y Plazas de Xerez de la Frontera. Edic. Facsímil 1903, BUC. P. 90
(9) Martín Gutiérrez, E.: Análisis de la toponimia… , pg. 300.
(10) Mancheño y Olivares, Miguel: Apuntes para una Historia de Arcos de la Frontera. Edición de María José Richarte García. Servicio de Publicaciones de la UCA y Excmo. Ayto. de Arcos. 2002. Vol. I. pg. 150.
(11) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, p. 9-10.
(12) Muñoz y Gómez, A.: Calles y Plazas… pg. 274.
(13) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez… vol. I, p. 239.
(14) Muñoz y Gómez, A.: Calles y Plazas… pg. 122.
(15) Lozano Salado, L.: La tierra es nuestra. Retrato del agro jerezano en la crisis del Antiguo Régimen. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz-Diputación Provincial, 2001, p. 166.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 8/03/2015

 
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