Rempujeros: nuestros niños yunteros.
Las difíciles condiciones de vida de los niños, hace apenas un siglo.




Hoy, 10 de diciembre, se conmemora el día de los Derechos Humanos y hace unos días, el 20 de noviembre, era el Día Universal de los Derechos de la Infancia, también conocido como Día Universal de la Infancia. Se trata en ambos casos, de esos Días "D" en el que los medios de comunicación ponen el foco en los graves problemas que tienen aún en tantos lugares del mundo, millones de niños y niñas cuyos derechos más básicos no son respetados.

Son días en los que se recuerda cada año de manera especial que la infancia es el colectivo más vulnerable, el que más sufre las guerras y las crisis y se subraya el enorme trabajo que queda aún por realizar para que la Declaración de los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1959, y lo acordado en 1989 en la Convención sobre los Derechos del Niño, y suscrito en la actualidad por 191 países, sea una realidad. La protección de la infancia y el derecho de los menores a la salud, la educación, la supervivencia y el desarrollo, el bienestar, la no explotación,… son ya retos conseguidos en muchos lugares… y asignaturas pendientes en otros muchos, razón por la cual sigue siendo necesario dedicar todos nuestros esfuerzos a esta causa.



Desde estas páginas de Entornoajerez, queremos proponer al lector una reflexión sobre estas cuestiones, recordando como hace apenas un siglo en unos casos, y tan sólo algunas décadas en otros, los derechos de la infancia también eran una asignatura pendiente en nuestro territorio más cercano, en nuestro medio rural, en nuestra propia ciudad. Si miramos atrás encontramos relatos y escenas que aún nos conmueven, en las que “nuestros” niños y niñas más desfavorecidos eran los tristes protagonistas.

El trabajo de los niños: la visión de Ramón de Cala.

Uno de los políticos jerezanos más destacados del siglo XIX fue sin duda Ramón de Cala (1827-1902). Organizador del Partido Republicano en nuestra comarca, participó activamente en “La Gloriosa”, la Revolución de 1868, siendo nombrado Presidente de la Junta Revolucionaria de Jerez. Diputado y senador por la ciudad en las Cortes Constituyentes de 1869-1871, y en las de la Primera República de 1873-1874, llegó a ser vicepresidente del Congreso (1). En su actividad política y en sus escritos mostró siempre un gran interés por los aspectos sociales. La instrucción pública, las cuestiones sanitarias, la defensa de los derechos de los trabajadores, la denuncia de las condiciones de vida de las clases populares y, en especial de los niños… estuvieron entre sus preocupaciones constantes. Buena parte de sus ideas se recogen en una de sus obras más conocidas, El problema de la miseria resuelto por La harmonía de los intereses humanos, publicada en 1884 (2).

En ellas, tras describir las duras condiciones de vida de los obreros del campo y de los trabajadores adultos, plantea una serie de reflexiones comparándolas con las que sufren los niños “… a quienes la necesidad obliga a trabajar”. Al respecto, nuestro político y escritor ofrece la siguiente reflexión: “El obrero adulto representa el tiempo que acaba, el niño trabajador representa la esperanza, el porvenir. Doloroso es que el primero consuma entre amarguras y fatigas los restos de su existencia; pero aún es más doloroso que el pobre niño salga á la vida prensado en la máquina del trabajo que lo deforma y desmoraliza. ¡Cual será el porvenir de las venideras generaciones formadas con esos niños que vemos en los talleres raquíticos, escuálidos, amarillentos y con señales de una existencia corta y llena de penalidades!”, se lamenta amargamente Cala (3).

Al retratar las condiciones de vida de los niños trabajadores, apunta comentarios muy actuales y señala como indirectamente se les priva de la infancia y del juego: “...por lo común los niños empiezan a trabajar antes de tiempo, y lo que es peor todavía, en ocupación ingrata que no distrae, ni origina placer de ninguna especie. Sometidos al yugo del aprendizaje que los retiene en sujeción durante horas continuas, ven contrariadas durante las tendencias de su naturaleza hacia la libertad, el movimiento y la alternativa desordenada, alegra y bulliciosa”.

La falta de tiempo libre, de educación, el embrutecimiento de las largas jornadas laborales, la ausencia de instrucción profesional básica, el destino final de los niños que trabajan… son otras tantas cuestiones que denuncia Cala: “ni siquiera reciben metódicamente la enseñanza de un oficio… Ni una lección les instruye, ni les guía un consejo… y así que por el transcurso de largos años… sus manos han tomado la costumbre de formar instintivamente parte de las herramientas, se hallan casi sin saberlo convertidos en operarios capaces de ganar el jornal, para entrar en una senda diferente de la fatigada peregrinación de su existencia”.

Las penosas condiciones de vida de los niños de la familias más desfavorecidas del Jerez de finales del XIX son expuestas también por Ramón de Cala con toda su crudeza: “… la vida del niño en casa de sus padres, que no es buena por punto general, y peor si los padres son trabajadores. Debía ser el niño la alegría de la casa y es la perturbación. No tiene espacio para moverse siendo tan bullicioso, y lo acuñan donde no cabe”. Estos comentarios no hacen sino poner en evidencia uno de los problemas del Jerez de la época que sufrían muy especialmente los niños: el hacinamiento de las familias obreras. El historiador Diego Caro Cancela, a modo de ejemplo que ilustra este grave problema, nos recuerda como en 1872 se daban algunos casos extremos y así, “en la calle Mariñiguez, en la casa situada en el



número seis, residían –es un decir- 16 familias, igual que en el número 15 de las calle Molineros. Y dos casas de la Puerta del Sol, las números 4 y 10, tenían censadas cada una hasta 17 familias”. La comisión formada en el Ayuntamiento de Jerez en ese año para inspeccionar las viviendas informaba que en las casas de vecindad “se albergan desde 4 vecinos hasta 14 y aún más, según la capacidad de estos edificios… Por lo general ocupa cada familia de dos a tres habitaciones, aunque en muchos casos se limitan a una sola
” (4)

No es de extrañar que, en estas condiciones de hacinamiento, las dificultades para el normal desarrollo de los niños fueran más que evidentes, lo que lleva a afirmar a Ramón de Cala que “Todos sus juegos se convierten en diabluras y rueda de un lugar a otro, revolviendo el pobre mobiliario entre gritos y pescozones. Su carácter principia a torcerse por la contradicción perpetua… ¡Cómo ha de comprender el niño que debe embutirse en un rincón sin movimientos, cuando toda su naturaleza lo impulsa a la movilidad y al bullicio! Al poco tiempo es menester alejarlo del hogar, porque estorba… y lo colocan de aprendiz, si no desde el primer instante de trabajador, porteando escombros para que gane algo inmediatamente

Con respecto al acceso a la educación de los hijos de los trabajadores del campo, Caro Cancela pone en evidencia que, ante la preocupación por satisfacer cada día las necesidades más primarias, como las de comer y vestirse, el interés por la educación pasaba a ser un asunto marginal en la conciencia de estos trabajadores que no podían atender adecuadamente las necesidades de sus hijos. En este sentido, recuerda que ya en 1850 el cuestionario de la Sociedad Económica de Amigos del País reconocía que en Jerez “la educación de los infelices trabajadores del campo (…) puede decirse que es ninguna, pues los hijos de éstos, en razón a vivir llenos de andrajos, sucios y hambrientos, no se recogen en las escuelas gratuitas, porque los menos desgraciados, siquiera vestidos, huyen de ellos: por tanto, se crían como salvages e idiotas” (sic). Estos hijos de jornaleros –añadía-, “viven miserables pidiendo por las calles medio desnudos o vestidos de harapos, recojiendo (sic) el mendrugo y los desperdicios, y de este modo pasan el tiempo, y crecen hasta que logran, ya que tienen fuerzas, acomodarse en el campo para zagales y trabajos menores” (5).

Los rempujeros: nuestros niños yunteros.

Obligados por la necesidad, muchos niños de familias sin recursos trabajaban en los cortijos realizando tareas agrícolas o de cuidado de animales en largas y agotadoras jornadas por las que apenas recibían poco más que una escasa y mala comida. Los niños participaban en el rebusco o en la recogida de semillas y hacían de porqueros, vaqueros, cabreros, paveros, aguadores… Guardamos de todo ello singulares relatos que dejamos para otra ocasión y que nos han hecho llegar algunos familiares de aquellos que, hace menos de un siglo, perdieron su niñez trabajando de sol a sol.



Una de estas esclarecedoras escenas de trabajo infantil la encontramos en La Bodega la famosa novela de Vicente Blasco Ibáñez que vio la luz en 1905 después de una visita que el escritor y político valenciano realiza a Jerez en 1902 acompañando a Alejandro Lerroux. En ella aprovechará para documentarse y recabar datos de primera mano sobre la realidad social de la vida de los jornaleros en nuestra campiña. El médico y político jerezano Fermín Aranda, y el sindicalista Manuel Moreno Mendoza, militantes también de su partido Unión Republicana, le acompañarán en sus recorridos y le facilitarán información precisa sobre los problemas sociales de nuestra ciudad y su entorno rural (6).

Blasco Ibáñez, en un conmovedor pasaje de La Bodega, se refiere a los “rempujeros” que, salvando algunas diferencias, tanto nos recuerda mucho a la figura del “niño yuntero” a la que dedica un conocido poema Miguel Hernández. Comparando la vida de los niños que trabajaban en los cortijos de la campiña, escribe Blasco Ibáñez: “Los hombres empezaban de pequeños el aprendizaje de la fatiga, del hambre engañada. A la edad en que otros niños más felices iban a la escuela, ellos eran zagales de labranza por un real y los tres gazpachos. En verano servían de rempujeros, marchando tras las carretas, cargadas de mies, como los mastines que caminan a la zaga de los carros, recogiendo las espigas que se derramaban en el camino y esquivando los latigazos de los carreteros que los trataban como a las bestias”.

El futuro de estos niños que perdían su infancia ante la necesidad de trabajar para ayudar a sus familias, es descrito también por el autor de La Bodega con toda crudeza: “Después eran gañanes, trabajaban la tierra, entregándose a la faena con el entusiasmo de la juventud, con la necesidad de movimiento y el alarde fanfarrón de fuerza, propios del exceso de vida. Derrochaban su vigor con una generosidad que aprovechaban los amos. Estos preferían siempre para sus labores la inexperiencia de los mozos y de las muchachas. Y cuando no habían llegado a los treinta y cinco años se sentían viejos, agrietados por dentro, como si se desplomase su vida, y comenzaban a ver rechazados sus brazos en los cortijos…” (7).

El rempujero figuraba en el último lugar del “escalafón”, en lo que al trabajo agrario se refiere y 30 años después de la publicación de La Bodega nos los encontramos -al menos- incluidos en la relación de salarios entre patronos y obreros, cerrando las listas de jornales. Así, en 1932, los zagales rempujeros cobraban 3,50 ptas., la mitad del sueldo más bajo de todos los incluidos en las Bases de Trabajo en el campo (8). Apenas unos años más tarde, en 1936, el “niño rempujero” que participaba en las faenas de trilla o que trabajaba en las eras, ganaba 4,25 ptas., como quedaba recogido en las Bases de Trabajo Agrícola para la campiña de Jerez (9). La figura del niño o zagal rempujero, pervivió hasta la década de los 50 del siglo pasado y la contemplaban, por ejemplo, las Reglamentaciones del Trabajo en el campo de 1948 (10).

El poeta Miguel Hernández, en su “Niño yuntero” escribía: “Me duele este niño hambriento/ como una grandiosa espina, / y su vivir ceniciento / revuelve mi alma de encina. / Lo veo arar los rastrojos, / y devorar un mendrugo, / y declarar con los ojos/ que por qué es carne de yugo” … Y nosotros, al evocar el sufrimiento de aquellos niños sin infancia que trabajaban para poder sobrevivir en nuestros campos, no podemos sino recordar de nuevo –con tristeza- estos versos.

Para saber más:
(1) Caro Cancela, D.: Ramón de Cala: republicanismo y fourierismo, en Serrano García, R. (Coord) “Figuras de “La Gloriosa”. Aproximación biográfica al Sexenio Democrático”, Valladolid, 2006, págs. 49-72.
(2) Ramón de Cala: El problema de la miseria resuelto por la harmonía de los intereses humanos (1884) Edición Facsímil (2002), pp. 115-118. Editada por el Ayuntamiento de Jerez y coordinada por Joaquín Carrera Moreno
(3) Este comentario y los siguientes atribuidos a Ramón de Cala han sido tomados de Ramón de Cala: El problema… pp. 92-94.
(4) Caro Cancela D.: Burguesía y jornaleros. Jerez de la Frontera en el Sexenio Democrático (1868-1874). Caja de ahorros de Jerez, 1990. pp. 265-266
(5) Caro Cancela D.: Burguesía.. p. 266.
(6) García Lázaro, A. y García Lázaro, J.: Con Vicente Blasco Ibáñez por la campiña jerezana. Los paisajes que recorrió el autor de La Bodega. Diario de Jerez, 18 de Mayo de 2014. También puede verse: http://www.entornoajerez.com/2014/05/con-vicente-blasco-ibanez-por-la.html
(7) Blasco Ibáñez, Vicente.: La bodega. Plaza Janés Editores, 1979. A esta edición pertenecen los fragmentos que figuran en el texto.
(8) ABC de Sevilla, 3 de Mayo de 1932.
(9) El Yaidín, nº10 22/9/04 16:41 Página 38
(10) Ortega López, T.M.: Trabajadores y jornaleros contra patronos y verticalistas, Universidad de Granada, 2001, p. 563.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar El paisaje en la literatura, El paisaje y su gente, Miscelánea

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 20/11/2016

Por los altos de Montegil y Capirete: el telégrafo óptico en Jerez




El antiguo Camino de Lebrija, también conocido como carretera de Morabita, guarda muchas sorpresas para el paseante curioso que quiera conocer este rincón de nuestro término municipal. Una de ellas, apenas hemos cruzado el puente sobre la Ronda Oeste, es la que se esconde tras el llamativo nombre de la “Viña El Telégrafo”, en el conocido Pago de Capirete. Este curioso topónimo evoca una pequeña historia. Vamos a conocerla.

Atalayas y ahumadas.

En plena era de la telefonía móvil, cuando ya las barreras de la comunicación parecen no existir, no dejan de sorprendernos las soluciones que en épocas pasadas, se adoptaron para dar respuesta a la necesidad que a lo largo de los tiempos han tenido los hombres y los pueblos para transmitir información a grandes distancias. Por no remontarnos más allá de los siglos medievales, basta con recordar el papel que en ello jugaron los castillos, atalayas y torres de almenara repartidos por toda la campiña que, junto a las funciones defensivas, fueron también una pieza fundamental para la comunicación de los peligros y amenazas que acechaban al territorio. Se valían para ello de hogueras y ahumadas poniendo así en conexión puntos distantes del alfoz, incluidas las zonas costeras, con la ciudad. Como recuerda el historiador Bartolomé Gutiérrez, estas torres “…eran atalayas para enemigos, avisándose de unas a otras con los hachos encendidos; de modo que en corto espacio de tiempo, se noticiaban las novedades que ocurrían en toda la costa y su comarca. El contenido de los mensajes que podían transmitirse con este rudimentario sistema de “telecomunicación”, eran muy limitados pero a buen seguro resultaron eficaces para el aviso de graves riesgos. Fray Esteban Rallón nos cuenta en su Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera cómo la torre existente en las cumbres de la Sierra de San Cristóbal, visible desde Jerez, daba aviso a la ciudad de las amenazas procedentes de la costa y desempeñaba un papel fundamental, a decir de Rallón, como “… árbitro del océano y de la tierra, índice de la paz y de la guerra que con sus fuegos y albarradas avisa a nuestra ciudad y su comarca de lo uno y lo otro”.

Como ha escrito el profesor Emilio Martín, las Ordenanzas Municipales de 1450, dedicadas a la guerra, prestan gran importancia al mantenimiento de estas atalayas, designándose personas encargadas de las almenaras y ahumadas para comunicar mensajes de peligro, mencionando los principales lugares desde los que se hacían, entre los que se citan: “…san Cristóual, en la Cabeça del Real, en la Torre de Diego Dias, en la Cabeça de Espartrynas, en el Torrejón de Asta, en el Cabeça de Macharnudo”.

El telégrafo óptico.

Con el paso de los siglos, estos imprecisos “sistemas de comunicación a distancia” mejorarán notablemente, pero aún deberemos esperar hasta finales del siglo XVIII para que hagan su aparición los primeros intentos de telegrafía aérea u óptica. Como nos recuerda el profesor Carlos Sánchez Ruiz, quien a través de sus trabajos de investigación y sus publicaciones ha difundido como nadie la historia de la telegrafía óptica en nuestro territorio, el de mayor éxito fue sin duda el del francés Claude Chappe. Señala Sánchez Ruiz que “en 1793… construyó un telégrafo de señales ópticas o visuales que se extendió por toda Francia durante la primera mitad del siglo XIX hasta formar una amplia red de líneas de torres telegráficas. Cada torre, mediante un aparato telegráfico en su parte superior, mostraba un mensaje codificado que podría observarse a gran distancia mediante anteojos acromáticos”, de gran alcance y claridad.

En España, será el ingeniero y militar Agustín de Betancourt quien introduzca el telégrafo óptico, instalándose en 1799 una primera línea de cuatro torres entre Madrid y Aranjuez, proyectándose también otra mucho más ambiciosa de treinta torres hasta Cádiz que, por problemas económicos, no llegó a ejecutarse.

Las primeras líneas en la provincia.

Desde ese momento, se suceden en nuestro país diferentes proyectos y, por limitarnos solamente a los vinculados a nuestro territorio, mencionaremos el impulsado en 1805 por el gobernador militar de Cádiz y Capitán General de Andalucía, Francisco Solano, quien, como expone el profesor Sánchez Ruiz en su trabajo sobre Los telégrafos ópticos de Jerez, encargó al ingeniero militar Francisco Hurtado la creación de las llamadas Líneas telegráficas de Cádiz, que funcionaron hasta 1820. Estas líneas pioneras permitieron la comunicación por telégrafo óptico de la capital gaditana con las poblaciones de Sanlúcar, Jerez, Medina y Chiclana y tenía, básicamente, fines militares. El citado autor, -de cuyos trabajos hemos tomado las referencias históricas que se citan-, supone que la torre de Jerez debió estar ubicada en el Alcázar o en las proximidades del actual depósito de aguas de El Tempul, conectando visualmente con la zona de El Puerto de Santa María. Por nuestra parte creemos que dicha torre debió situarse frente a la Puerta de Rota, junto a la puerta de acceso de la actual Bodega La Mezquita, de Fundador, a juzgar por la información que se recoge en el Plano de Jerez de F. Javier Velázquez, de 1825. En este interesante documento cartográfico figura una construcción aislada que con el nombre de “telégrafo” está situada en ese emplazamiento, en la parte más alta de la conocida Cuesta de la Chaparra, a la izquierda. Este emplazamiento, le permite una conexión visual con la Bahía al carecer de ningún obstáculo orográfico por encontrarse en uno de los puntos más elevados del casco urbano de la época
Esta primera línea telegráfica será utilizada en 1820 por Rafael de Riego, cuando tras su levantamiento en las Cabezas de San Juan contra los absolutistas enviará un ultimátum al jefe militar de Cádiz a través del telégrafo òptico. Como apunta el profesor Sánchez Ruiz, durante su estancia en Jerez, Rafael de Riego tiene noticias de que las tropas revolucionarias de Quiroga han sido rechazadas en la entrada de Cádiz. Su reacción no se hace esperar tomando con sus tropas la trocha de Jerez al Puerto. Al llegar al Puerto de Buena Vista divisará Cádiz y (tal como escribe el historiador Adolfo de Castro, en su Historia de Cádiz y su provincia) “…agitado de su esperanza y de su valor, y creyendo que todo le era fácil desde que había visto que tardaban en apoderarse de las ciudades lo que en pisar su recinto, se apoderó del telégrafo (en el Cerro de Cabezas, cerca del Puerto) y por medio de él (hasta el Telégrafo Principal de Cádiz) intimó al gobernador de Cádiz la inmediata rendición de la plaza”. (TomoII , pg. 87).

Las torres del telégrafo óptico de Montegil y Capirete.

Volvemos ahora sobre el comienzo de nuestra historia y nos situamos de nuevo en la carretera de Morabita y en la Viña El Telégrafo, ya que en este lugar, situado en lo más alto del Cerro de Capirete, que da nombre a un famoso pago de viñas, se instaló una torre de Mathé, una de las 59 que ponían en comunicación Madrid con Cádiz.

En 1844 el brigadier José María Mathé recibió el encargo del Ministerio de la Gobernación de poner en marcha tres grandes líneas de telegrafía óptica: Madrid-Valencia-Barcelona-Gerona, Madrid-Irún y Madrid-Cádiz. Esta última, conocida como la Línea de Andalucía contaba con un total de 59 torres, casi el doble de las previstas en el proyecto de Betancourt en 1799, y tardó más de tres años en construirse en su totalidad si bien fue entrando en servicio por tramos. En 1850 ya funcionaba el de Madrid-Puertollano y hasta 1853 no terminó de construirse la última torre en San Fernando, junto al Real Observatorio de la Armada.



En la última parte de su recorrido, desde Sevilla hasta San Fernando, la línea contaba con 12 torres en los siguientes lugares: Sevilla, Quinta de las Monjas (Dos Hermanas), Dehesa de Bujadilla (Alcalá de Guadaira), Venta Alcantarilla (Utrera), Las Cabezas de San Juan, Cornegil (Lebrija), Montegil (Jerez), Cerro de Capirete (Jerez), Cerro Cabezas (Puerto de Sta. María), Cádiz, Torregorda, San Fernando. Veamos algunas de las más cercanas a Jerez.

La torre Mathé de Las Cabezas de San Juan, ya desaparecida, estuvo ubicada en el cerro Mariana, al este del actual casco urbano, tal como puede observarse en una litografía que ilustra la Guía del Viajero por el Ferrocarril de Sevilla a Cádiz (1864) donde puede apreciarse sobre la torre la típica maquinaria óptica que las caracteriza.

Enlazaba visualmente con la siguiente torre, construida sobre el Cerro de Cornegil (próximo al Rancho de Majada Vieja), a mitad de camino entre El Cuervo y Lebrija, junto a la carretera que une ambas poblaciones y que aún muchos conocen como Cerro del Telégrafo. Ya en el término de Jerez, la red continuaba con la torre situada en el Alto de Montegil, desaparecida en la actualidad, que estuvo ubicada en el paraje donde hoy pueden verse grandes antenas de telecomunicaciones. Desde este punto se observa una inigualable perspectiva sobre las campiñas y marismas del bajo Guadalquivir.

Y, por fin, llegamos a la Torre de Capirete, también en tierras jerezanas, que estuvo ubicada en el Cerro del mismo nombre y que pasó a conocerse con los nombres de Cerro del Telégrafo, Telégrafo de Capirete o Viña El Telégrafo, como hoy se la denomina, en una feliz pervivencia del curioso topónimo que tuvo su origen cuando se construyó, allá por 1850. Aunque permaneció erguida durante muchos años, sus últimos restos se demolieron al construirse en su emplazamiento una bodega.



Desde Capirete se conectaba visualmente con la siguiente torre, ubicada en el Cerro Cabezas, ubicado a 4 km. de El Puerto de Santa María, en la margen izquierda de la carretera que une esta población con Sanlúcar. En la actualidad, enclavado en un campo de golf, sobre el cerro se ha construido un gran depósito de agua. La torre del Cerro Cabezas fue, al parecer, utilizada anteriormente en la línea de telégrafo óptico entre Jerez y Cádiz que construyó el ingeniero militar Francisco Hurtado, a la que nos hemos referido.

La siguiente torre de la red, tal vez una de las más emblemáticas era la situada en la muralla de Cádiz, elevándose sobre la Puerta de Tierra, que se conserva como uno de los símbolos de la ciudad de Cádiz. Sobre ella se situaba el mecanismo óptico de Mathe que entró en funcionamiento en 1851. La línea se prolongó posteriormente hasta San Fernando, para lo que fue necesario construir una torre de enlace (Torregorda), a mitad de camino del arrecife que une ambas poblaciones y de la que no queda sino el tópónimo que la recuerda. La última de las torres de la Línea de Andalucía, la denominada Torre Chica, se levantó junto al Real Observatorio de la Armada, en San Fernando, donde aún se conserva a los pies de otra gran torre, Torre Alta, como recuerdo permanente de esta gran iniciativa de mediados del XIX que supuso la instalación de la red de Telegrafía Óptica.



Sin embargo, el gran esfuerzo económico y de ingeniería que se realizó para la construcción de la línea de torres de Mathé, se aprovechó sólo unos años ya que, al poco de concluirse los trabajos, comenzó a desarrollarse la telegrafía eléctrica, que desplazó a la óptica en poco tiempo. Tanto es así que en 1868, el año en el que la mencionada litografía de las Cabezas de San Juan nos muestra la torre con su maquinaria óptica, una Real Orden dispuso la enajenación de las máquinas existentes en todas las torres que, ya sin funcionalidad, se fueron arruinando progresivamente.

Los restos de algunas de ellas persisten todavía e incluso otras han sido restauradas en distintos puntos del país para recordar que, en tiempos pasados, la telegrafía óptica consiguió poner en comunicación a los pueblos y los hombres, con mayor rapidez que ningún otro medio lo había hecho hasta entonces.


Para saber más:
- Antón Rodríguez, Eduardo.: Guía del Viajero por ferrocarril de Sevilla a Cádiz. Novedades. 1864
- De Castro, A.: Historia de Cádiz y su provincia, Cádiz, 1985, Diputación Provincia. Tomo II, pg. 87.
- Gutiérrez, B.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1989, vol I, p. 31.
- Martín, E.: en Caro Cancela, D. Coord.: Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval. Tomo 1. Diputación de Cádiz, 1999. p. 282.
- Sánchez Ruiz, C.: La telegrafía óptica en Andalucía. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Junta de Andalucía, 2006
- Sánchez Ruiz, C.: La torre telegráfica del Gobierno Militar de Cádiz: 1805-1820. Ubi Sunt?: Revista de historia, ,Nº. 20, 2006, pags. 76-80
- Sánchez Ruiz, C.: Los telégrafos ópticos de Jerez. Diario de Jerez, 13/10/2003.
- Sánchez Ruiz, C.: "Torre Chica: la última torre de telegrafía óptica". Actas del IX Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas. Cádiz, 2006. Tomo I, págs.591-604.
- Sánchez Ruiz, C.: "Las Líneas telegráficas de Cádiz (1805-1820)". Actas del X Congreso de la SEHCYT. I Simposio de Historia de las Telecomunicaciones. Badajoz, 10-14 de septiembre de 2008.

Para una información más detallada del telégrafo óptico Madrid Cádiz, o Línea de Andalucía, puede consultarse la magnífica web de amigos del Telégrafo, donde se facilitan textos e imágenes de todas las torres que se conservan. La página de la wiki dedicada a Telegrafía Óptica incorpora también fichas individuales de cada una de las torres.

Procedencia de las imágenes:
- Torre Chappé de telegrafía (dibujo): http://www.xatakaon.com/
- Claude Chappé (grabado): http://www.claudechappe.fr
- Agustin de Betancourt (pintura): http://www.pgups.ru/eng/abitur/a_betancourt/
- Rafael del Riego (pintura): http://ceres.mcu.es/
- Torre Mathé de telegrafía (grabado): http://pasionpormadrid.blogspot.com.es/2010/06/los-telegrafos-opticos-de-cabeza.html
- Puerta Tierra. Grabado (Cádiz): http://www.gentedecadiz.com
- Pintura de la Torre Alta y Torre Chica (San Fernando): http://www.gentedesanfernando.com
- Torre Mathé restaurada de Adanero (Avila): http://www.la-ruta-mathe.com/

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otras entradas sobre Toponimia y Paisajes con historia 


Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 19/10/2013

Por las Tablas y Añina.
Mosto, paisajes e historia.




Como ya conocen nuestros lectores, en estas páginas de “entornoajerez” nos gusta pasear sin prisas por los rincones menos transitados de la campiña, recreándonos en los paisajes y en la historia. Y para ello nada mejor que recorrer esas poco frecuentadas carreteras secundarias que se adentran por los parajes serranos, en los amplios espacios marismeños o las que, en los alrededores de la ciudad, nos permiten acercarnos a los tradicionales pagos de viñas.

Hoy les proponemos un paseo por la conocida como carretera de La Tablas (CA-3100), una vía de 4 km de recorrido perteneciente a la red provincial (1) que une la Autovía de Sanlúcar con la carretera de El Barroso, también conocida como de Bonanza, de “Las Viñas” o “del Calvario” (2). Un siglo atrás, este camino era denominado Cañada de Marihernández y por su primer tramo discurría también, desde mediados del siglo XIX -como veremos- el Ferrocarril de Jerez a Bonanza. La carretera cruza hoy un hermoso paraje dejando a sus lados afamados pagos de viña, aunque lamentablemente ya se han perdido muchas de ellas. Así, a la derecha de la ruta se extienden, por este orden, los viñedos de los pagos de San Julián, Zarzuela y Añina mientras que a la izquierda lo hacen los de Marihernández, Las Tablas y Añina (3). ¿Nos acompañan?

Tras las huellas de Roma.



Nuestro recorrido comienza tomando el desvío señalizado en la autovía de Sanlúcar que deja a la derecha la viña Santa Honorata. Pintado en los tejados de sus lagares, como era tradicional hace unas décadas, se aprecia desde la carretera el nombre de la casa propietaria de estos viñedos: Sánchez Romate. Junto a la bodega está el carril de acceso al cercano enclave diseminado de El Polila que con Las Tablas y Añina forman una misma barriada rural. Este lugar toma el nombre de un conocido ventorrillo que a comienzos de la década de los 60 del siglo pasado se abrió en la zona. Por el apodo de “El Polila” era conocido su propietario, llegado de Trebujena, en torno a cuya venta se establecieron otras viviendas (4).

Ya en la carretera de Las Tablas, sale a nuestro encuentro, a la izquierda, la antigua viña de Candelero, que cuenta hoy con un establecimiento de hostelería, un “mosto”, que figura, junto al de Añina, entre los más renombrados de la campiña. En sus accesos, el paseante podrá observar una curiosa muestra de antigua maquinaria agrícola que se utilizaba en las faenas de la viña y la bodega, entre las que destaca una singular prensa. No en balde, la viña de Candelero, cuenta con más de un siglo y medio de historia a sus espaldas siendo una de las pocas de estos pagos que no ha cambiado de nombre tal como puede comprobarse en los planos y mapas de época.

Según distintos autores, este camino por el que ahora se traza la carretera pudo ser el que recorría hace 20 siglos la Vía Augusta, una de las más importantes de cuantas cruzaban la Bética (5). Partiendo de Gades (Cádiz) y pasando por el Portus Gaditanus (El Puerto de Santa María), esta antigua vía romana atravesaba las tierras de Añina en dirección a Hasta Regia para continuar después su largo recorrido hacia Roma. En épocas no muy lejanas, a mediados del siglo XIX, el mapa provincial de Francisco Coello (1868) aún daba constancia de ello señalando en estos parajes su hipotético trazado con la leyenda “vestigios de la vía romana” (6). Todavía hoy, la fotografía aérea nos revela el trayecto que seguía entre El Barroso y el cortijo de Tabajete hasta las inmediaciones de las Mesas de Asta, donde se encontraba la ciudad romana de Hasta Regia (7).

No es de extrañar por ello la aparición en estos parajes de restos romanos. De algunos nos daba cuenta ya en el siglo XVIII el historiador Bartolomé Gutiérrez quien al hacer balance de los vestigios arqueológicos jerezanos relata: “De estas Romanas memorias tenemos otras dos lápidas halladas a una legua de Xerez, en el pago llamado de San Julián. Agostando en la viña de D. Gerónimo Mures, Presvítero, descubrieron una Bóbeda ó Sepulcro de bien labrada Arquitectura con dos lápidas en los estremos, y sobre él una piedra ó Losa grande sin rótulo pero las otras dos estaban escritas con un epitafio cada una que contenían los enterramientos de Padre e hijo” (8). Una de estas lápidas tenía grabado el nombre de LVCIUS, mientras que la otra, en caracteres latinos rezaba “En este sitio reposa Lucio Alpidio hijo de Lucio. Séate la tierra ligera” (9).

Otra posible muestra de esta antigua presencia romana en la zona es el propio topónimo “Añina”. Al igual que sucede con Balbaina, al que se pone en relación con las posesiones de la familia de los Balbo, de la Gades romana; según distintos autores el nombre de Añina, de origen latino, apunta a un posible nomen possessoris, el de un romano llamado Annius (o Anius), nombre que consta en la epigrafía gaditana y que tal vez fuera uno de los primeros propietarios de viñas de la zona (10).

Continuando con nuestro camino, y dejando atrás Candelero, la carretera inicia ahora un suave descenso que deja a la derecha las tierras del pago de San Julián. Una puerta enrejada nos anuncia el camino de acceso a la antigua viña Las Conchas. Juan Pedro Simó desvelaba como este curioso patronímico femenino era debido a cuatro mujeres de nombre “Concha”, pertenecientes a la familia Pérez-Lila, antigua propietaria de la hacienda (11), que tiene su caserío principal en El Paraíso, una hermosa estancia rodeada de una frondosa arboleda y un cuidado jardín, visible desde la Cañada de Cantarranas.



Algo más adelante, frente a las primeras casas de Las Tablas y lindando con Las Conchas, una portada reclama nuestra atención: “Phelipe Zarzana Spínola”. Se trata del acceso a los cuidados viñedos de Ximénez-Spínola que, desde el s. XVIII vienen cultivando en exclusiva la variedad Pedro Ximénez, produciendo unos vinos sencillamente excepcionales, situados ya entre los de mayor calidad del marco.

Las Tablas. Un curioso pasado ferroviario.

Como se ha dicho, el primer tramo de la carretera por la que venimos recorriendo estos paisajes, sigue la huella de la antigua Cañada de Marihernández, pero como dato curioso, hace tan sólo cincuenta años podía verse también, junto al camino, la traza del Ferrocarril de Jerez a Bonanza que, con 29 km de recorrido, tenía parada en Las Tablas, donde se construyó un apeadero en el km 11,5 de la línea. Como nos recuerda el investigador Francisco Sánchez Martínez, el mejor estudioso de nuestro pasado ferroviario, “el apeadero fue abierto al servicio cuando se inauguró el trozo de Alcubilla a Sanlúcar el 30 de agosto de 1877 y se cerró cuando fue clausurada la línea el 1 de octubre de 1965, posteriormente fue demolido” (12). Se ha cumplido por tanto el 150 aniversario de la puesta en marcha de aquella línea que permitió que, durante casi un siglo, el tren circulara por estos pagos transportando hasta el embarcadero de Bonanza las botas de los caldos jerezanos y prestando un gran servicio a los trabajadores de las viñas de estos pagos.



Recuerda el citado autor que ya desde sus inicios todos sus trenes en ambos sentidos (hasta 8 servicios en 1878) paraban en el apeadero de Las Tablas “debido posiblemente al número de viticultores que se desplazarían a trabajar en las viñas colindantes” (13). Hasta tal punto debió estar concurrido el apeadero que la Dirección de los Ferrocarriles Andaluces reclamó ya en 1878 vigilancia de una pareja de guardias de la Guardia Rural jerezana en la estación de Las Tablas para que estuviesen presentes en las horas de salidas y llegadas de los trenes, al objeto de “observar un buen orden”, como sucedió. Una muestra de la permanente utilización de esta pequeña estación-apeadero fue la construcción en 1931 por parte del Ayuntamiento de una variante que desde el camino vecinal del Barroso (actual carretera del Calvario) enlazaba con la Estación de Las Tablas, esa misma vía que se conocería después como carretera de Añina-Las Tablas (14). Como recuerdo de aquel concurrido apeadero nos queda la imagen conservada por el Club Ferroviario Jerezano (15).

El núcleo rural de Las Tablas comenzó a desarrollarse a partir de la década de los 20 del siglo pasado cuando en torno al apeadero comenzaron a construirse las primeras chozas de los jornaleros de las viñas, en el llano conocido como Descansadero de las Tablas.



Este lugar, donde hoy se levanta la barriada, era un amplio espacio público de “10 aranzadas de extensión” situado en el cruce de la Cañada de las Tablas (que venía desde Montana) con la de Marihernández (16). Sin embargo, estos parajes tuvieron ya desde antiguo una importante población diseminada. De los pagos cercanos a la ciudad, las tierras de Añina, San Julián y Las Tablas siempre se encontraron entre las que contaban con más casas de viña, muchas con población estable. Por citar sólo algunos datos, recordaremos que, en el Nomenclátor de 1850, época de expansión del viñedo, se citan para Añina 55 viviendas, 33 para San Julián y 3 para El Barroso. Las Tablas no aparece todavía como diseminado. A finales de siglo, en 1892 se cuentan ya en Añina 74 edificios diseminados con 174 habitantes. San Julián tiene 21 edificios con 144 habitantes (17). En la década de los noventa del siglo pasado, entre los tres núcleos que integran la barriada rural de las Tablas, sumaban 500 vecinos. Hoy cuenta con unos 300 habitantes que se multiplican cada fin de semana con los muchos visitantes de sus conocidas ventas para degustar el mosto, el ajo campero y la berza. No en balde aquí se celebra desde 2004 en diciembre la popular Fiesta del Mosto, cita gastronómica ineludible que atrae cada año cientos de visitantes, como ha vuelto a suceder el pasado viernes 8 de diciembre en su XIV edición.

Por el pago de Añina.



Saliendo de Las Tablas, la carretera deja a la derecha la viña La Zarzuela, una finca segregada de Las Conchas, que cuenta con renovadas instalaciones de la mano de la empresa Spirit Sherry y donde se realizan interesantes actividades de enoturismo. Junto a ella están también las tierras de la antigua viña de la Vera Cruz que hoy se presenta ante el paseante en su portada con el nombre de “G.L.”.



La carretera sube ahora, camino de Añina, por una pequeña cuesta dejando a ambos lados tradicionales viñedos. A la izquierda, casi oculta entre los cipreses la Casa Viña del Alcalde, que fuera del editor y escritor Vicente Fernández de Bobadilla. Esta viña es la "protagonista" de su primer libro: "Huésped de mi viña", publicado en 1950 y que ha conocido recientemente una reedición en cuya portada figura un hermoso dibujo de esta viña.



Su autor fue uno de los máximos responsables de la prestigiosa revista Selecciones del Reader Digest, de la que llegó a ser vicepresidente y director de la edición para España e Iberoamérica. En su obra, recoge unas deliciosas descripciones de la vida en la viña, de sus tareas y de los paisajes de estos pagos de Las Tablas y de Añina.

A la izquierda del camino, aislado entre las cepas, llama la atención del paseante un antiguo caserón (Casa de María) desde el que se observa un amplio panorama.

Llegamos así al pequeño núcleo rural de Añina, construido en el descansadero del mismo nombre donde se cruzan la carretera de Las Tablas con la Hijuela de Añina.

Como se ha comentado, el nombre de Añina puede tener origen latino, lo que podría confirmar la antigua ocupación de estas tierras de albariza para el cultivo de la vid hace ya veinte siglos.

De lo que si hay constancia documental es de la presencia de viñedos en el Pago de San Julián, al menos desde 1392 y en Añina desde finales del siglo XV, por lo que los paisajes de vides y la elaboración de mostos y vinos viene desde antiguo (18).



Una parada en Añina, que cuenta también con un famoso “mosto” donde degustar los productos de la campiña, puede ser el pretexto para pasear por el camino que conduce a la Viña El Álamo, desde cuyo tramo final puede contemplarse un hermoso paisaje con las tierras de Montana, Prunes y Tabajete en el horizonte; o mejor aún, hacerlo por la Hijuela de Añina, que arranca junto al Mosto Añina por la que el paseante puede conectar con la cañada de Cantarranas. En ambos casos podremos observar los curiosos pozos de viña que se conservan a orillas del camino. Con bóveda de ladrillo y encalados de blanco, o construidos en sillares de arenisca de la Sierra de San Cristóbal, los pozos son ya valiosas muestras del patrimonio rural de la campiña que se están perdiendo con el tiempo y que bien merecerían conservarse ya que dan valor al paisaje del viñedo donde se asientan.



Siguiendo nuestro camino, vamos dejando a los lados antiguas casas de viña de nombres populares como La Blanquita-Las Boneas, a la izquierda, o Santa Luisa a la derecha, por citar sólo algunas. Pasado el km 1, a la izquierda de la carretera, se conserva una de las más antiguas que mantiene aún la fisonomía tradicional: El Almendral. Algo más lejos, adivinamos oculta entre cipreses sobre una colina la antigua viña El Aljibe, que se cuenta también entre las más nombradas de estos pagos como atestiguan los antiguos planos y mapas.



Nuestro camino llega a su fin y frente a nosotros vemos ya las dependencias del cortijo de El Barroso donde la carretera de las Tablas se une a la de Las Viñas o del Calvario. Este lugar, donde tradicionalmente hace su parada (“rengue”) la hermandad del Rocío de Jerez, era un importante descansadero de ganado conocido como Prado del Toro. Frente a él, a la derecha de la ruta, en su tramo final la finca colindante con la carretera lleva el curioso nombre de Haza del Mármol, un topónimo que de nuevo nos remite a la historia y a la presencia romana en estas tierras de Añina. El viajero podrá observar aquí, casi llegando al cruce, dos antiquísimos pozos con abrevaderos. Junto a ellos se descubrió en 1893 una importante inscripción romana de la que sólo pudo extraerse un fragmento, tal como se relata en el escrito que el entonces archivero municipal de Jerez, D. Agustín Muñoz Gómez, remite a Fidel Fita, presidente de la Real Academia de la Historia relatando el hallazgo.



En su carta, nuestro archivero informa de una "preciosísima reliquia epigráfica del siglo IV con calco”, señalando también que ”existe otra parte, pero es muy difícil recuperar". Al parecer, había tenido conocimiento de ella en una visita a casa de D. Juan Fadrique Lassaletta y Salazar, su descubridor, en cuya finca de El Higuerón los trabajadores encontraron la inscripción (“el mármol”) que localizaron aproximadamente “…en el vallado… frente al pozo del cortijo del Barroso”. Lamentablemente sólo pudieron tomar de ella un pequeño fragmento ya que, como recuerda Muñoz y Gómez en su carta a Fita: “Respecto á la importante lápida cristiana de “Hasta Regia”…al excavar para reformar el vallado, salió en lo más hondo de la excavación la piedra; comprendiéndose que, no pudiendo los operarios quitarla, por lo grande, procuraron partirla de cualquier modo. Según nuestro archivero, el texto legible en el fragmento de lápida recuperada decía lo siguiente: “(Roma) la Sacra Roma, dióle la vida, el aliento y nombre: Así el (Dios) uno y trino conceda gozar del cielo...” (19).

Ya en el cruce de la carretera del Calvario, una vez terminado nuestro recorrido, regresamos a Jerez dejando atrás las tierras de Las Tablas y de Añina a las que volveremos de nuevo en primavera, cuando las viñas empiecen a pintar de verde las albarizas de estos hermosos paisajes cargados de historia.

Para saber más:

(1) Red de carreteras de Andalucía. Provincia de Cádiz, Consejería de Obras Públicas y Transportes, Junta de Andalucía, 2008, p. 29
(2) García Lázaro, J. y A.: Por la carretera del Calvario: buscando el Guadalquivir (1), Diario de Jerez, 1 de junio de 2014.
(3) Una visión de los pagos de viñas y del viñedo de este sector de la campiña, tal como era hace un siglo puede obtenerse consultando López-Cepero, Adolfo.: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López Cepero.- Año de 1904. Escala 1:25.000.
(4) Plan Especial de Hábitat Rural Diseminado El Polila. Área de Planeamiento, Delegación de Urbanismo, Ayuntamiento de Jerez, 2012, p. 5.
(5) Ruiz Castellanos A., Vega Geán E.J. y García Romero F.A.: Inscripciones latinas de Jerez de la Frontera. Epigrafía y contexto, Editorial UCA – Diputación de Cádiz, 2016, p. 173. Ver también, a este respecto: López Amador J.J. y Pérez Fernández E.: El Puerto Gaditano de Balbo. El Puerto de Santa María. Cádiz. Ediciones El Boletín. 2013, págs. 163-164.
(6) Coello F.: Mapa provincial de Cádiz. 1868
(7) López Amador J.J. y Pérez Fernández E.: El Puerto Gaditano de Balbo, Op. Cit., p. 164.
(8) Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. I, p 82.
(9) Ruiz Castellanos A., Vega Geán E.J. y García Romero F.A.: Inscripciones latinas… Op. Cit. p.174-175
(10) Ibidem, p. 173 y Padilla Monge, A.: La transferencia del poder de Gades a Asido. Su estudio a través de la perspectiva social. Habis, 21, 1990, pg. 249.
(11) Simó J.P.: José Luis Torres: empresario; Diario de Jerez, 21 de septiembre de 2014.
(12) Sánchez Martínez, F.: Las estaciones jerezanas, Revista de Historia de Jerez, Vol. 16-17, pp. 249-275, 2010, p. 265.
(13) Sánchez Martínez, F.: Ferrocarril de Jerez a Sanlúcar de Barrameda y Bonanza (1877-1965), Revista de Historia de Jerez, Vol. 14-15, pp. 311-330, 2008-2009, p. 320.
(14) Sánchez Martínez, F.: Las estaciones jerezanas… Op. cit. p. 265.
(15) La imagen del apeadero de Las Tablas está tomada de la magnífica página web del Club Ferroviario Jerezano, imprescindible para conocer nuestro pasado ferroviario.
(16) Clasificación de las Vías Pecuarias Término municipal de Jerez. Ayuntamiento de Jerez, 1948.
(17) Los datos han sido tomados del Nomenclátor de la provincia de Cádiz. 1850 y del Nomenclátor de las ciudades villas, lugares… de España, en 1º de Enero de 1888. Cuaderno 11, provincia de Cádiz, ambos disponibles en el Archivo Municipal de Jerez.
(18) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004, pp. 147 y 154.
(19) García Lázaro, J. y A.: Por la carretera del Calvario: buscando el Guadalquivir (1), Diario de Jerez, 1 de junio de 2014. Agradecemos a nuestro amigo, el historiador Jesús Caballero Ragel, la transcripción del documento titulado "Carta de A. Muñoz y Gómez donde informa a F. Fita del hallazgo de una "preciosísima reliquia epigráfica del siglo IV" con calco; existe otra parte, pero es muy difícil recuperar", donde se da cuenta de los restos encontrados en El Higuerón en 1893. Puede consultarse en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Paisajes con Historia, Carreteras secundarias, Cortijos, viñas y haciendas, Rutas e itinerarios

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 10/12/2017

 
Subir a Inicio