Por Las Mesas de Santiago.
Un paseo al encuentro de una leyenda.


A los amigos de la Asociación Jacobea Jerezana "Sharish" 

En una amplia meseta, elevada sobre el entorno circundante y rodeada por los pequeños valles de los arroyos que bajan desde la Sierra de Gibalbín, se encuentra el paraje de Mesas de Santiago.

Hemos llegado hasta aquí tomando la carretera que, desde la Torre de Melgarejo se dirige hasta la barriada rural de Gibalbín y en nuestro camino hemos dejado atrás las tierras de los cortijos de Arroyodulce, El Troval, Jara, Jarilla, Casablanquilla, Montecorto… La carretera discurre entre lomas sembradas de trigo o cubiertas de olivares, y va ganando altura, hasta llegar a Las Mesas, desde cuyos alrededores se divisa un amplio panorama.

En este lugar, cuyo nombre nos delata las características geomorfológicas del terreno, se ubicó la aldea y la torre medieval de Santiago de Fé, nombrada también en distintas fuentes documentales como de Fee o de Efé. Sus proximidades fueron el escenario, durante el siglo XII, de no pocas escaramuzas entre moros y cristianos, cuando estas tierras lo fueron de frontera. La historiografía jerezana elevó siempre estas inciertas refriegas a la categoría de hazañas, para mayor gloria de los caballeros que las protagonizaban. En algunos casos, como en el de las luchas fronterizas que



tuvieron por escenario los alrededores de Las Mesas, los episodios históricos fueron deformados hasta transformase en leyenda.

Con el Apóstol Santiago por los campos de Las Mesas.

Bartolomé Gutiérrez recuerda en su Historia de Xerez como durante el reinado de Fernando III el Santo, nada más y nada menos que el mismo Apóstol Santiago, acompañado de “caballeros ángeles” acudió en auxilio de las tropas cristianas cuando se batían en estos parajes con “la crecida multitud de la morisma”, a las que vencieron en desigual batalla gracias a la ayuda del cielo. Como testimonio señala que “…juraron muchos hombres de autoridad haber visto al Sto. Apóstol en un caballo blanco, en forma de un caballero con una seña blanca y una cruz roja en una mano, y en la otra una espada: y que andaban con él muchos caballeros de blanco y en el aire Ángeles; y lo mismo testificaron algunos moros” (1). El mismo autor nos indica que este milagro estuvo pintado hasta principios del siglo XVII en la fachada de la muralla de la Puerta de Santiago, hasta que se fue borrando con el tiempo.

Esté rincón de la campiña debía ser sin duda uno de los preferidos del santo Patrón de España para sus milagrosas apariciones ya que nuevamente, décadas después, volvió para socorrer a un



noble caballero de la ciudad. Gonzalo de Padilla cuenta en su Historia de Xerez de la Frontera las andanzas por estas tierras de Fernán Alonso de Mendoza, “pariente del señor rey Alfonso el Savio (sic) y su vasallo… que aviendo tenido noticia este caballero como en cierto sitio estaban cinco moros nobles y fuertes acogidos en una torre y aldea de donde salían a cavallo a hacer muchas hostilidades a los christianos que caminaban a Sevilla y otras partes, salió este dicho caballero Fernant Alfonso acompañado de otro tal cavallero a buscar estos cinco moros que lo habían llamado y desafiado”. Al parecer, su acompañante, ante lo dificultoso y arriesgado de la empresa trató de persuadirlo y se volvió a Jerez dejando solo a nuestro personaje que en su empeño de acabar con los infieles, se dirigió en su busca. “… Y llegando al sitio le salieron los dichos cinco moros armados y los recibió manejando su lanza adarga y cavallo con tal desembarazo y fortuna que de los primeros reencuentros mato los tres de ellos y a poco espacio venció los dos cayendo muertos de sus cavallos, y hallándose solo y confuso dando gracias a Dios se le apareció un caballero con armas no conocidas y una cruz roja en la mano y le dixo el daría fee de la batalla y desapareció trayéndose los cavallos y despojos ante el Rey que a la sazón estaba en la ciudad, y le dixo solo daría fee de la batalla el señor Santiago que le había ayudado y visto, por cuya razón le pusso por renombre a aquel sitio la aldea de Santiago de Fee”. (2)

Cuentan las crónicas que para conmemorar y premiar esta hazaña, el Rey don Alfonso hace entrega a Fernán Alonso de un privilegio en el que le hace donación de la aldea y le pide que levante una ermita dedicada al Apóstol Santiago…en la aldea de Fee con su titulo en sembransa e memoria de vos vencimiento e victoria Dios vos quiso conceder para vos, e vos doy la torre que en ella está e que en ella pongades vosa divisa de armas… e también vos doy treinta yugadas de tierra bagada en rodo della, lo qua vos doy para que mejor podades estar con casa poblada, con mujer e fijos e con la otra compaña que obiere…”. Este documento, fechado en 1270, es probablemente falso, según algunos autores. De lo que si hay constancia es de la existencia en estos parajes de una ermita, al menos desde 1392. (3)

       

Un cortijo centenario en un cruce antiguos caminos.



Si bien la primitiva aldea, con su torre y ermita, desapareció con el tiempo, Las Mesas de Santiago siguieron figurando como un núcleo rural con distintas edificaciones y cortijos. El lugar fue también desde antiguo una encrucijada de caminos donde confluían, entre otros, el que desde Jerez se dirigía a Bornos y a la Sierra (después de dejar atrás la Torre de Melgarejo) y el conocido como Cañada de Vicos o de Las Mesas que procedente de las tierras de Medina, cruzaba el Guadalete por La Cartuja, para pasar después por Lomopardo, Cuartillos, Vicos y Jédula y seguir luego, desde aquí, hacia la Sierra de Gibalbín. No es de extrañar que en Las Mesas, punto donde se cruzaban distintas vías pecuarias, se estableciese un descansadero para el ganado aprovechando también los diferentes pozos que en este lugar se encontraban, alimentados por las aguas que se retienen en el subsuelo, constituido aquí por estratos arenosos, ricos en calizas conchíferas, depositados durante el Plioceno.

Aún en la actualidad, puede verse alguno de estos viejos pozos, entre los olivares, herederos de aquellos que se excavaron en los siglos medievales y que sería necesario restaurar antes de su pérdida definitiva.



En esta zona de la campiña aún perviven hoy varios cortijos, entre los que destaca el de Las Mesas de Santiago, junto al cruce de caminos, cuyo caserío se emplaza, posiblemente, en el mismo paraje en el que se ubicó la aldea medieval. El topónimo de La Mesas ya figura en el amojonamiento del término de Jerez de 1274. De la misma manera, hay constancia documental de la existencia de una explotación agropecuaria en este lugar al menos desde comienzos del siglo XVI, cuando fue adquirido a sus propietarios, junto con las tierras circundantes, por el Monasterio de San Jerónimo de Bornos (3).

En torno al viejo cortijo hubo también diferentes edificaciones diseminadas, algunas de las cuales aún se conservan y que en su conjunto, debieron configurar un núcleo rural de considerable importancia. a juzgar por los datos de población del Nomenclátor estadístico de 1857, que asigna a Las Mesas de Santiago 247 habitantes figurando a la cabeza de los núcleos agrarios dispersos del término de Jerez. Progresivamente iría perdiendo población y en el Nomenclátor de 1923 su población se había reducido a la mitad (121 hab.).

A partir de la segunda mitad del siglo XX se redujo drásticamente a favor de otros núcleos cercanos como Torre de Melgarejo, Gibalbín, -cuya Sierra sirve de telón de fondo al norte- y Jédula, a los que se trasladarían sus antiguos pobladores.



Los edificios que hoy vemos en el cortijo son una muestra de la arquitectura popular del siglo XIX, con edificaciones de gran simplicidad y, a diferencia de la mayoría de las repartidas por otros rincones de la campiña, son de una sola planta. En la fachada principal, donde se encuentran las viviendas, se observan dos puertas que dan acceso a sendos patios independientes.




La primera, con unos curiosos remates, está techada por un tejadillo y coronada por una sencilla y antigua veleta.

La segunda está presidida por un azulejo devocional en el que se muestra una escena con San Isidro Labrador orando mientras unos ángeles labran la tierra.




Junto a la primera entrada, que debió ser la principal, puede observarse también una garita con funciones defensivas y de control, similar a las que hemos visto en otros cortijos del siglo XIX (Faín, San Andrés, el cercano de El Rizo…) y que aquí cobraría más sentido al tratarse de un paraje apartado (a 17 km de la ciudad) en un cruce de caminos, donde solían hacer un alto las diligencias y coches de caballos que cubrían el camino entre la Bahía, Jerez y las poblaciones de la Sierra de Cádiz. De este cortijo nos habla Frasquita Larrea, la escritora gaditana madre de Fernán Caballero, quién en su “Diario” relata como en un viaje que realiza en 1824 desde El Puerto a Bornos, descansa en el Cortijo de Las Mesas alabando también el buen estado del camino ente Jerez y este lugar. (4)

Junto a las casas principales del cortijo destaca el edificio del granero, con cubierta a dos aguas, algo más alto que los demás. En naves separadas, y más alejadas del camino, se encuentran la “casa de máquinas” y el almacén. Las gañanías se ubicaban en una nave alargada, que llama la atención en la parte trasera del cortijo, por la gran longitud de su planta (5).



Cada vez que paseamos por este rincón de la campiña, por estos caminos tan poco transitados que discurren entre sembrados de cereal y entre lomas de olivares, recordamos entre las soledades de estos hermosos paisajes las antiguas refriegas de moros y cristianos y nos parece entrever, las huestes angelicales del apóstol Santiago cabalgando entre los olivos rumbo a la leyenda.

Para saber más:
(1) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1989, vol I P. 45.
(2) Gonzalo de Padilla.: Historia de Jerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI). Ed. de Juan Abellán Pérez. Agrija Ediciones 2008., pp.. 87-89.
(3) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural de Jerez de la Frontera Territorio y poblamiento durante la Baja Edad media. Universidad de Cádiz. 2003, pg. 101
(4) Francisca Larrea. Diario. Graficas el Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asoc. de Amigos de Bornos.
(5) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes. 2002


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Sobre Cortijos Viñas y Haciendas y Paisajes con Historia "entornoajerez" hemos publicado también...

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 01/02/2015

Las “costas de Jerez”.
De “marisqueo” por Vallesequillo y la Hoyanca.




Estos días luminosos de junio, antesala del verano que se presiente ya muy cerca, invitan a pasear por la costa. Así que, sin pensarlo dos veces, hemos aprovechado la mañana del domingo para llegarnos a ese litoral marino que tenemos al lado de casa y, de paso, ejercitarnos en las artes del “marisqueo”. Para ello no ha sido preciso salir de la ciudad y el lugar elegido no ha podido ser más apropiado, ya que hemos vuelto con una cesta llena de los más variados productos del mar. Sólo había un problema: frescos, lo que se dice frescos, no estaban. Y es que algunas de las piezas recolectadas tenían ya… varios millones de años. Sí, han leído bien, algunos millones de años ya que se trata de moluscos depositados en el Plioceno cuando las “costas de Jerez” se encontraban en las laderas de Vallesequillo, de Cerrofruto y de las “hoyancas de San Telmo.

Aquí no hay playa… pero la hubo.

Una creencia popular muy arraigada que cuenta también con numerosas referencias en la historiografía tradicional jerezana, sostiene que la pequeña elevación sobre la que se alza el alcázar y una buena parte de la ciudad, estuvo bañada en épocas pretéritas por la “madre vieja del río Guadalete” y aún por el mar. Se apunta también que otros esteros cercanos a la ciudad conectaban con las marismas de este río a través de El Portal. El topónimo de “Playas de San Telmo” contribuye a alimentar esa creencia que, cuando menos parcialmente, está fundamentada en un hecho cierto: en la antigüedad el estuario del Guadalete no estaba cubierto por los sedimentos que hoy rellenan las marismas de Doña Blanca y su desembocadura se hallaba próxima al actual puente de Cartuja. Una parte de los Llanos de la Ina estaban también inundados y los esteros penetraban tierra adentro, por el cauce del arroyo del Carrillo hasta Espantarrodrigo, por el del Salado hasta los Llanos de Caulina y por el del antiguo Guadajabaque, desde El Portal, hasta las cercanías de la actual zona comercial de Luz Shoping y Área Sur. Una idea aproximada de cómo pudieron ser estas “costas de Jerez” la encontramos en los mapas trazados a mediados del siglo pasado por el prestigioso ingeniero de minas Juan Gavala Laborde, en ellos se muestra la evolución de los estuarios del Guadalquivir y el Guadalete al terminar su excavación y su posterior relleno con depósitos aluviales en época histórica (1). En ellos queda ya patente, como en la protohistoria, el mar inundaba las tierras situadas en las cotas bajas en torno a Jerez.

El profesor Juan Abellán nos informa de las pesquerías medievales en el Guadajabaque, topónimo de origen árabe que significa “el río de las redes” (2). Uno de nuestros historiadores más renombrados, Fray Esteban Rallón, recoge también un interesante testimonio sobre esta imagen Jerez como una ciudad bañada por los esteros: ”… mirada por la parte del mediodía está en una eminencia sobre una barranca, al pie de la cual está la madre vieja que fue del río Guadalete, cuya cercanía convidó con sus aguas a los vándalos que la trasladaron de Hasta para elegirle por sitio si bien hoy se halla, como dijimos, privada de sus comodidades por la razón que allí tocamos de haber el río mudado su corriente y, apartándose distancia de media legua, causando no pequeña incomodidad a sus habitadores en la parte del comercio que se funda en la navegación”. (3)

Otros historiadores como Mesa Xinete o Martín de Roa también se han referido en sus escritos a este Jerez rodeado de esteros, como lo ha hecho Bartolomé Gutiérrez quien en el capítulo V de su "Historia del estado presente y antiguo, de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera”, al ocuparse de la descripción de los ríos del termino de Jerez, hace numerosas e interesantes observaciones geográficas, algunas de las cuales tratan de demostrar esa repetida tesis de la historiografía más tradicional que sostiene que Jerez, en tiempos históricos, estuvo bañada por el mar, o cuando menos, por un brazo de las marismas en conexión directa con los estuarios del Guadalquivir y el Guadalete. Aunque Gavala y Laborde rechazó “de modo terminante” en su Geología de la Costa y Bahía de Cádiz (1959) la conexión en tiempos históricos de ambos estuarios a través de los Llanos de Caulina, quedan abiertas otras posibilidades, tal como ha publicado en un interesante trabajo sobre “Los canales de Jerez”, Alberto M. Cuadrado Román, cuya lectura recomendamos (4)

Por “las costas de Jerez”.

Dejando a un lado estas referencias históricas que apuntan esa cercanía del mar bañando “las puertas de Jerez”, lo cierto es que la Geología nos habla de una línea de costa en las en las proximidades de la ciudad… pero hace varios millones de años. Así, es sabido que durante la época geológica conocida como Plioceno (entre 5 y 1,5 millones de años atrás, aproximadamente) se produce una gran transgresión marina que en nuestro territorio hará penetrar el mar hasta Arcos y San José del Valle, ocupando también buena parte de los alrededores del actual Jerez. En muchos lugares se depositarán sedimentos arenosos y lumaquelas (conglomerados de conchas de moluscos) de carácter litoral, prolongándose este periodo durante el Plioceno Inferior y Medio. Durante el Plioceno Superior el mar se encuentra ya en franca regresión y ocupará sólo una estrecha banda más o menos paralela a la línea de costa que conocemos en la actualidad, formándose en algunos territorios del interior (El Cuervo, Lebrija, Mesas de Asta) zonas lacustres aisladas sin comunicación con el mar. Como consecuencia de estas entradas y retiradas del mar se depositaron en numerosos puntos en los alrededores de Jerez, los típicos sedimentos litorales de arenas y limos arenosos, así como los típicos conglomerados formados por las valvas (conchas) de numerosas especies de moluscos marinos, especialmente óstreidos y pectínidos (5). Y algunos de estos restos fósiles son los que hemos “mariscado” hace unos días en las cercanías de Vallesequillo, Cerrofruto y San Telmo. Pero mucho antes que nosotros, un curioso y erudito sastre jerezano, el conocido historiador Bartolomé Gutiérrez ya había estado por estos mismos lugares y también había realizado notables observaciones.

Bartolomé Gutiérrez y las “conchas marinas” de la Hoyanca.

Cuando en 1787 termina de escribir su Historia de Jerez la geología no existe todavía como ciencia y la estratigrafía o la paleontología están dando sus primeros pasos. No es de extrañar por ello que las observaciones geográficas y fisiográficas de nuestro erudito local busquen apoyo en la autoridad de los textos clásicos (Estrabón, Ptolomeo, Pomponio Mela, Plinio…). Sin embargo, a diferencia de otros historiadores locales que le precedieron en los siglos anteriores, Bartolomé Gutiérrez apunta también hipótesis y conjeturas que fundamenta en datos que extrae de la observación directa, y, como en el ejemplo que hoy traemos, de lo que él mismo estudia en sus recorridos por los alrededores de la ciudad. Dejemos que nos cuente lo que, en el último tercio del siglo XVIII, ve en un corto paseo por el “camino alto de las Puertas del Sol”, en los bordes de la “Hoyanca de San Telmo” o por el camino que conduce a la “huerta de Geraldino, tal como puede leerse literalmente en el capítulo V de su obra:

De más envejesida memoria consideramos el arroyo que oy tiene el nombre de Guadaxavaque, conservando en el idioma arábigo la denominación de Rio que, aunque este corre ahora por lomas bajo de las Playas y cercano á las marismas de torroy, en aquellos siglos venía circundando la vecindad de los muros y rodeaba el circuito por la ensenada que ay sobre la hoyanca de San Telmo, sobre el cerro del fruto, de que son buenos testimonios en lo presente, los infinitos rastros de conchas marinas, de ostras, caracoles de mar, almejas, ostiones y otros desperdicios que, vaciados de comidas, desarmados de su fábrica y amontonados sobre aquellos cerros, hazen gran cantidad de su elevación y componen profuso espacio de paredes, solo mazisadas de estos fragmentos que son propios de costas de mar ó rios de semejante pezca, venlos todos mas no todos reparan en ellos para reconocer su orígen; en el camino alto de las puertas del Sol se hallan muchos bien debajo de la superficie de su elevación y mui profundos y continuos con sucesión quasi interminable, en los derrumbios que hazen los desagües del camino de la huerta llamada de Geraldino, donde la curiosidad puede ejercitar la admiración contemplando la abundancia y su motivo”. (6)

Nuestro historiador, al observar los restos de conchas marinas que se acumulan en las cercanías de la ciudad, en esa “línea de costa” que configuran los cortados de la Hoyanca de San Telmo, Cerro Fruto y las faldas del camino de Geraldino, concluye que son la prueba evidente de que en tiempos pasados el mar estuvo ahí, “en la vezindad de los muros”. Y describe, con cierto detalle, como pudo hacer un pionero de las ciencias naturales, las especies que encuentra. Si tenemos en cuenta que en los albores de la geología, en pleno siglo XVIII, científicos que gozaban de reputado prestigio sostenían que los “fósiles” no correspondían a criaturas extinguidas sino que habían sido fruto de la “creación”, valoraremos aún más las observaciones que apunta Bartolomé Gutiérrez en 1787.



Hemos vuelto a recorrer estos mismos lugares, y de nuevo nos hemos adentrado por “el camino alto de las Puertas del Sol”, la actual zona de Estancia Barrera, aprovechando que las obras de una reciente promoción de viviendas y la adecuación de varios viales permiten observar los cortes del terreno. Hemos paseado por el camino de las Huertas de Geraldino (por la Hijuela de Pinosolete) y hemos bajado por uno de los “desagues” que menciona Bartolomé Gutiérrez, y buscado entre sus “derrumbios” los restos de moluscos marinos que citaba el historiador.

En la zona trasera de “Talleres Ramos”, puede descenderse hasta las proximidades de las vías del ferrocarril y allí, o en cualquiera de los cortados existentes en Vallesequillo, Estancia Barrera o en San Telmo, por donde discurría la traza del ferrocarril de Bonanza, pueden observarse en los estratos de arenas gran cantidad de restos de moluscos marinos. Se trata, como ya se ha dicho de los materiales fueron depositados durante la transgresión marina que tuvo lugar durante el Plioceno, en la que el mar llegó a los pies de Jerez, penetrando también por los Llanos de Caulina. Por aquí y por allá pueden verse los mismos restos de moluscos que, de una u otra forma, menciona nuestro historiador en el siglo XVIII. Allí, y en otros muchos lugares de nuestros alrededores, siguen estando bien visibles, pero como entonces sucedía “venlos todos mas no todos reparan en ellos para reconocer su orígen”.

Pero esta vez, haciendo caso a sus indicaciones, nos hemos detenido en este lugar para observar los restos de conchas marinas “donde la curiosidad puede ejercitar la admiración contemplando la abundancia y su motivo”. Y hemos recogido sólo algunas de las muchas muestras que allí se encuentran de conchas bivalvas pertenecientes a moluscos marinos de los géneros Pecten (parecidas a las vieiras), Cardium (que recuerdan a las actuales almejas y berberechos), Ostrea (ostras) o Pectunculus (bivalvos de gran tamaño)… que se cuentan entre los más representados. No faltan tampoco ejemplares de otros géneros como Chlamys (que se asemejan a pequeñas “conchas de peregrino”), Anomia (de delicadas conchas finas y amorfas con tonos iridiscentes), Monia (especie de mejillon de concha irregular), Gryphaea



Por todas partes el observador curioso encontrará restos fósiles bastante bien conservados que nos recordarán a los actuales ostiones, lapas, ostras, almejas, vieiras…esos mismos que describía en 1787 Bartolomé Gutiérrez y que más de doscientos años después les mostramos en las fotografías.

Para saber más:
(1) Juan Gavala y Laborde (1959): Geología de la Costa y Bahia de Cádiz. El Poema Ora Maritima de Avieno. Diputación de Cádiz. Ed. Facsimil. 1992. p. 71 y mapas.
(2) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004. P. 145
(3) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Ed. de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. IV, p. 127.
(4) Alberto Manuel Cuadrado Román.: Los canales de Jerez. Revista de Historia de Jerez, nº 14-15, 2008-2009, pp. 67-90
(5) Mapa Geológico de España. Hoja 1.048. Jerez de la Frontera. Instituto Geológico y Minero de España. 1988. Pp, 20-21 y 33.
(6) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsimil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol I P. 48-49

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Otros enlaces que pueden interesarte: Geología y Paisajes, Paisajes con historia, Flora y fauna.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 15/06/2014

Con Antonio Ponz en el patio de La Cartuja.
Una visita en 1791 con noticia de unos curiosos árboles.




Entre los numerosos viajeros ilustrados que visitaron Jerez, destaca sin duda Antonio Ponz Piquer (1). Nacido en 1725, nuestro personaje cursó estudios de Filosofía y Teología, sintiendo también gran atracción por el conocimiento de las lenguas extranjeras y la Historia y, especialmente, por el dibujo y la pintura. Tras una estancia en Italia, regresa a Madrid en 1765, coincidiendo con la expulsión de los jesuitas, siendo comisionado por Campomanes -ministro de Carlos III- al objeto de que estudiase las pinturas existentes en los colegios que la Compañía de Jesús había tenido en Andalucía, con el fin de seleccionar las más relevantes para su exposición en la Academia de San Fernando.

Junto a los informes sobre el patrimonio artístico y monumental que motivaron sus primeros viajes, Ponz realizará numerosas anotaciones de los más variados aspectos. De esta manera, incluye en sus escritos otras observaciones de carácter urbanístico, social y económico de las ciudades y pueblos que visita, así como numerosas referencias a las costumbres populares, la industria, la agricultura o las fuentes de riqueza de los distintos territorios que recorre. De todas estas cuestiones dará cuenta en su magna obra titulada “Viage de España o Cartas en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella”. Sus 17 tomos, publicados entre 1772 y 1794, aportan valiosos datos para conocer con gran detalle la España del último tercio del siglo XVIII.

Antonio Ponz, los árboles y Jerez.



Entre las regiones que Ponz visitó con mayor detenimiento destaca Andalucía, a la que dedicó el tomo IX de su “Viage de España” publicado en 1780 y, más adelante, los tomos XVI, XVII y XVIII, fruto de sus recorridos por nuestra tierra entre 1789 y 1791. Aunque el último de ellos está dedicado en una buena parte a la provincia de Cádiz y aparecen menciones a Jerez, es el tomo XVII el que incluye los textos relativos a las visitas que realiza a nuestra ciudad.

Como buen ilustrado, además de su interés por el arte y la cultura, muestra una gran preocupación por el fomento de la agricultura y el arbolado, encontrándose a lo largo de toda su obra numerosas referencias a la necesidad de plantar árboles y a “… los males que experimentamos por su falta”.



No es de extrañar por ello que cuando en 1791 -un año antes de su muerte- visita la ciudad, nuestro viajero ilustrado ponga el acento también en estas cuestiones. Ya en el camino desde Sevilla a Jerez, da muestras de este interés y al describir el trayecto hasta el cortijo de Torres de Alocaz, donde pernocta, apunta que “… el territorio es excelente para cosechas de granos, pero desnudo de arboledas á lo regular”. Desde Alocaz continúa camino hacia El Cuervo, anotando también que ”… se alcanzan á ver los Pueblos de los Palacios, y Las Cabezas, interpuestas grandes llanuras, la mayor parte de ellas peladas de árboles”. (2)



A su llegada a Jerez, junto a las descripción general de la ciudad, de sus calles y edificios de interés, o a los comentarios sobre su patrimonio artístico, la agricultura o las bodegas (de lo que nos ocuparemos detenidamente en otra ocasión)… Ponz comienza dando noticias de las arboledas que flanquean los accesos a la ciudad o de los árboles de calles y alamedas que en “…las entradas del lado de Utrera y del Puerto de Santa María, el corregidor José Eguiluz ha ordenado plantar”. Con respecto a la primera, viniendo de Sevilla, Ponz se recrea en la descripción: “Esta entrada de Xeréz de la Frontera se las puede apostar á las de cualquiera otro Pueblo por hermoso que sea, y juntamente es un paseo delicioso para los vecinos de la Ciudad, con asientos y verjas en ámbos lados, y entre huertas, arboledas de palmas, granados, naranjales, y otros árboles de clima suave. Aunque dichas verjas son al presente de madera dada en verde, entre pilares de fábrica, puede creerse que más adelante se vayan haciendo de hierro, según veo que piensan estos Señores Xerezanos, y su zelosísimo Corregidor, quien tuvo el encargo de dirigir este famoso camino nuevo desde una legua ántes de Xeréz hasta Cádiz. El expresado paseo y entrada tiene de largo cerca de mil pasos, con alguna elevación respecto al resto de la campiña, cultivada de dilatadísimos viñedos, de los quales y de su precioso producto hablaré luego. Empieza el paseo por una plaza circular y continúa lo demás á modo de galería hasta la Ciudad” (3).

Esta descripción de Ponz de la entrada de Sevilla, coincide en buena medida con otras que se realizaron en el siglo XIX y aún, con las imágenes del antiguo Paseo de Capuchinos de comienzos del XX que han llegado hasta nosotros.



En el monasterio de La Cartuja ante unos curiosos árboles.

Como no podía ser de otra manera, Ponz visita el monasterio de la Cartuja ofreciendo una detallada descripción de sus riquezas artísticas y monumentales de las que da cuenta en la Carta VI, Tomo XVII de su Viage de España.

En este relato hay también sitio para su interés y curiosidad por los árboles que encuentra en el camino, donde le llaman la atención



las “piteras”, las populares pitas o agaves que se nos muestran en muchos grabados del siglo XIX sobre la Cartuja: "No era cosa de marchar de aquí sin hacer una estación en la celebre cartuja, distante poco más de media legua de la ciudad, a su lado de Oriente, hasta donde se va por camino algo hondo pero frondosísimo por ambos lados de árboles y piteras, y lo mismo son otras entradas de la ciudad que llaman callejones, y en



algunos trechos lo parecen”
(4). Ponz describe el antiguo acceso desde Jerez a la Cartuja, que transcurría en parte por la actual Hijuela de Pinosolete. Eran los conocidos “callejones”, estrechos caminos entre los campos, con sus orillas flanqueadas por los árboles que les daban un aspecto umbroso y cerrado, como de galería cubierta por las copas de álamos, olmos y frutales.


Al llegar a la Cartuja, se ocupa también de describir los árboles de sus claustros, patios y alrededores: "El monasterio está rodeado de olivares y otras arboledas, con porción de huertas y nuevos plantíos que tienen por su lado de mediodía, entre el río Guadalete y dicho Monasterio…"

Sin embargo, un árbol le llama la atención por su rareza y su curiosidad de hombre ilustrado le hará después averiguar datos sobre él: “…En el primer patio del monasterio encontré algunos árboles que jamás había oído nombrar, y los llaman agriones, conocidos acaso la primera vez en Motril, de donde vino la simiente.

Crece mucho esta planta en el término de ocho años, y es de excelente madera. Echa una flor de cinco hojas muy parecida al jazmín, con su cáliz en medio: la fruta es como una avellana chica de cinco ángulos, y en cada uno hay una simientita negra muy parecida a las de las manzanas: la hoja del árbol es semejante a la del fresno. Con dichas frutillas, que son durísimas se hacen cuentas de rosarios. Este árbol convendría de infinito multiplicarlo, particularmente por estas tierras
" (5).



Este curioso árbol es sin duda el cinamomo (Melia azedarach), también conocido como melia o agraz, especie que nuestro viajero ilustrado no había visto en ninguno de sus anteriores viajes por España y Europa y que ahora, en 1791, a sus 66 años se encuentra en el patio de La Cartuja. El “agrión” era, a buen seguro toda una rareza.

Originario del sur y este de Asia, se cultiva España desde el siglo XVI y ya en 1762 lo cita el célebre botánico José Quer, si bien no será hasta el siglo XIX cuando se utilice como especie ornamental en calles y plazas. En nuestra ciudad fue especie habitual en buena parte de los jardines y paseos y aún puede ser visto en numerosos puntos (Bda. España, La Constancia, La Granja, Ronda Este…).

Las observaciones de Ponz sobre esta especie son muy acertadas tanto en la descripción de las flores como en lo referentes a las hojas, que encuentra muy parecidas a las del fresno (Fraxinus sp.). No en balde el nombre genérico de “melia” (derivado del nombre griego del fresno) fue dado por Linneo en razón de la semejanza de sus hojas con las de dicho árbol. Pero sin duda, lo que más llama la atención de Antonio Ponz son las “frutillas”, durísimas “con las que se hacen cuentas de rosario”.



No le falta razón a nuestro ilustrado y en Francia se conoce al cinamomo como “árbol de los rosarios”. Los huesos de sus frutos carnosos (pequeñas drupas globosas) tienen un estrecho conducto entre sus lóbulos soldados que posibilitan el engarce para hacer cuentas de rosario.

En el invierno, cuando las copas de las melias pierden su espeso follaje y se desnudan, los frutos, que se agrupan en racimos compactos persistentes y muy llamativos, adquieren una tonalidad amarilla, proporcionando a estos árboles una estampa inconfundible.

No es extraño que llamaran la atención de D. Antonio Ponz en aquella visita que hiciera a nuestra Cartuja a finales del siglo XVIII. Aunque sólo fuera en homenaje a este viajero ilustrado, bien pudiera plantarse un hermosa melia en los jardines de acceso al monasterio. Ahí queda nuestra propuesta.

Para saber más:
(1) Clavijo Provencio, R.: Jerez y los viajeros del XIX. B.U.C. Jerez, 1989
(2) Ponz, A.: Viage de España. Tomo XVII, Carta V. Madrid, 1792, p. 244
(3) Ponz, op. cit., pp. 245-246.
(4) Ponz, Ponz, A.: Viage de España. Tomo XVII, Carta VI. Madrid, 1792, pp. 274
(5) Ponz, op. cit., pp. 282-283


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 03/04/2016

 
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