La arquitectura del siglo XX en Jerez.


En diferentes ocasiones nos hemos ocupado en estas páginas del patrimonio histórico y monumental de la ciudad, así como del que podemos descubrir en mu-chos rincones de la campiña, “entornoajerez”. Zonas y yacimientos arqueológicos, castillos y torres medievales, ermitas e iglesias en el medio rural, cortijos, haciendas y casas de viña, elementos materiales ligados al patri-monio hidráulico, etnográfico, cultural… conforman un rico legado que debe ser resca-tado, conservado, protegido y puesto en valor.

Quizás por su carácter monumental y por su mayor pervivencia en el tiempo, el patrimonio arquitectónico sea el que más interés ha suscitado en historiadores e investigadores a juzgar por los distintos trabajos que en los últimos años han salido a la luz sobre esta materia. A todos ellos hay que añadir, en este año que termina, una publicación que viene a cubrir una importante laguna y que aporta una completa visión sobre un ámbito que estaba falto de un estudio general y de conjunto: la arquitectura del siglo XX en Jerez.

Las historiadoras Ricarda López González (textos) y Rosa María Toribio Ruiz (fotografías), son las autoras de “La arquitectura del siglo XX en Jerez. 85 obras singulares”, un cuidado trabajo que combina investigación y divulgación de manera didáctica y clara, con el apoyo de un abundante repertorio fotográfico que facilita el conocimiento de las obras más relevantes de nuestro patrimonio arquitectónico. Investigadoras y autoras de otros trabajos relacionados con el estudio y difusión de la historia del arte, Ricarda López y Rosa M. Toribio ya habían dado muestra de su buen hacer en anteriores publicaciones, entre las que destacamos “El Mudéjar en Jerez de la Frontera” (2004) o “Casas y Palacios de Jerez la Frontera” (2006), editadas ambas por La Luna Nueva en su colección La ciudad abierta.

Como señalan las autoras en la presentación de este nuevo libro, “el análisis y estudio de la arquitectura en Jerez de nuestro pasado más reciente sigue siendo en buena medida una asignatura pendiente, lo que ha impedido el conocimiento por parte de la ciudadanía de un legado patrimonial en general poco valorado. Por ello, entendemos que es primordial para evitar pérdidas irreparables, como ya de hecho ha ocurrido, identificar, dar a conocer, poner en valor, conservar y proteger estas obras del siglo XX, cuyo deterioro se explica mejor por factores como la indiferencia y la desidia que por el paso del tiempo”.

El libro se estructura en cinco capítulos que describen otros tantos ámbitos en los que se enmarcan las distintas obras analizadas: arquitectura del vino, arquitectura doméstica, arquitectura religiosa, arquitectura de servicios, infraestruc-turas y equipamientos y restauración y rehabili-tación. En sus 271 páginas se recogen, a modo de fichas monográficas, 85 obras arquitectónicas singulares, ilustradas con más de 500 fotografías que nos descubren los detalles más relevantes de cada una de ellas.

Para la elaboración del estudio, las autoras han realizado un laborioso trabajo de campo en el que han invertido cinco años “… recogiendo datos de las 85 obras arquitectónicas que conforman este catálogo. Probablemente se echará en falta alguna obra que se pueda considerar significativa y digna de formar parte de la selección, por ello es necesario señalar que no hemos pretendido agotar con este trabajo el catálogo de obras que conforman la arquitectura del siglo XX en Jerez sino solo poner un límite que, ojalá, nuevos estudios ensanchen y vuelvan a poner de manifiesto la enorme fortaleza de nuestro patrimonio arquitectónico”. De lo que no cabe duda es de que el resultado final ha merecido la pena y de que gracias a ese esfuerzo, disponemos de una visión de conjunto de lo más destacado de la arquitectura del siglo XX a través de sus obras más singulares en las que han trabajado “arquitectos de primer orden como Miguel Fisac, Darío Gazapo de Aguilera, Rafael Manzano, Eduardo y José Antonio Torroja, González, Luis Gutiérrez Soto, Manuel González Fustegueras, Ramón González de la Peña, Fernando de la Cuadra...”. De la misma manera, a lo largo de sus páginas el lector va descubriendo también los distintos movimientos arquitectónicos contemporáneos de la mano de los edificios más representativos que se enmarcan en las distintas tendencias.

El capítulo dedicado a la arquitectura del vino, incluye referencias a las bodegas más representativas de la ciudad ya que, no hay que olvidar que las bodegas jerezanas de los años 60 y 70 son pioneras en la arquitectura contem-poránea española, dentro de la arquitectura industrial, como indican las autoras. Entre otras, se estudian en el libro la Gran Bodega del Tío Pepe (E. Torroja, F. de la Cuadra y J.A. Torroja), las de Garvey (M. Fisac), La Mezquita, Las Copas, B. Croft, B. Intenacionales o las de José Estévez.

El segundo capítulo se ocupa de la arquitectura doméstica y analiza la profunda transformación social y urbanística que durante el siglo XX ha experimentado la ciudad en ese largo tránsito “de la casa de vecinos a la casa unifamiliar”, pasando por la expansión de las barriadas en la segunda mitad de la centuria. Así, se destacan en la obra algunas viviendas unifamiliares singula-res (Villa Victorina, viviendas de C/ Armas, la Casa de la Harinera, viviendas burguesas de estilo regionalista…), para estudiar seguidamente las barriadas populares (B. España, La Plata, La Constancia, La Vid, Icovesa) o los modernos bloques de viviendas de mayor interés arquitectónico (Avenida, Titánic, Pza. Monti, Pza. del Mercado…).

De gran interés es también el capítulo que describe la arquitectura religiosa ya que junto a las obras más destacadas que pueden encontrarse en la ciudad (Repara-doras, Capilla del colegio Compañía de María, Las Viñas, Fátima, Las Nieves, Perpetuo socorro, Santa Ana, San Rafael…), las autoras ponen también en valor las iglesias de los pueblos de colonización, a las que dedican un apartado especial. Nuestro patrimonio rural se ve así reforzado por estas construcciones que contribuyen a realzar la armonía de estos poblados de la zona regable del Guadalcacín, inspirados en la arquitectura popular andaluza. Las iglesias de El Torno, San Isidro, La Barca, Majarromaque, Torrecera, Guadalcacín, Nueva Jarilla y Estella del Marqués son estudiadas con detalle, resaltándose en ellas elementos de notable valor artístico. Así, por ejemplo, en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Nueva Jarilla, cuenta "con un campanil de gran belleza, un Via Crucis naif en plafones de cerámica policromada de Hernández Carpe y unas preciosas vidrieras". La iglesia de San Isidro, de La Barca, se destaca como "la más monumental de todas, con una majestuosa torre campanario y un bello juego de volúmenes de las cubiertas a dos aguas y el pórtico de acceso". La del Torno, cuenta con esculturas de José Vicent y pinturas de Justo Pagas (1949). La iglesia de San Miguel de Estella presenta “un magnífico apostolado compuesto por seis tablas… pintado por Manuel Rivera”, la de Guadalcacín, dedicada a santa Teresa y San Enrique, está presidida en su fachada por una llamativa imagen de San Francisco “de estilo expresionista, realizada en hormigón policromado, situada en el sobredintel domina el espacio de la plaza y recibe a los fieles”… Muchos y buenos motivos, en suma, para que el lector curioso realice un itinerario artístico-cultural por las iglesias de las pedanías de Jerez que, con el valioso apoyo de este libro, nos guiará a través del patrimonio arquitectónico del mundo rural.

El capítulo dedicado a la arquitectura de Servicios, Infraes-tructuras y Equipamientos nos descubre interesantes edificios y obras arquitectónicas que, gracias a este estudio, veremos ya en adelante con una nueva mirada: algunas de ellas cuentan, además de su evidente valor funcional, con relevantes méritos artísticos. Se incluyen aquí edificios relacionados con la arquitectura del Ocio y el Deporte (Castas de Feria, Pabellón Jockey Club-Sementales, Palacio Municipal de los Deportes…) o espacios educativos y culturales (colegios Al Ándalus, Isabel La Católica, El Pilar, Montealegre, Instituto Coloma, Teatro Villamarta, Biblioteca Municipal…). Entre las obras reseñadas en Infraestructuras y Equipamientos, se analizan edificios muy conocidos por todos como El Gallo Azul, la Estación de Ferrocarril, el Cementerio de N.S. de la Merced, el Palacio de Exposiciones y Congresos, el parque de Bomberos…). De gran interés son también las obras enmarcadas en la Arquitectura del Agua, entre las que destacan el Acueducto de La Barca de la Florida (obra emblemática del ingeniero E. Torroja, pionera en la utilización del hormigón pretensado, en 1925), el Puente de La Barca (representante de la “arquitectura del hierro”), el Embalse de los Hurones o la planta potabilizadora de Cuartillo, obra del ingeniero Juan Delgado Morales, incluida en el Catálogo Andaluz de Arquitectura Contemporánea que, como señalan las autoras, “combina y aúna arte, contemporáneo, belleza, naturaleza y funcionalidad”.

El último capítulo está dedicado a las obras de Restauración y Rehabilitación, y en él se subrayan algunas intervenciones que en las últimas décadas se han llevado a cabo en la ciudad. Obras como las del antiguo Convento de La Merced (actual IES Sta. Isabel de Hungría), Ayuntamiento de Jerez, Conserva-torio de Música, Zoco de Artesanía, Palacio de Bertemati (Obispado), hoteles (Palacio Garvey, Bellas Artes), Hamman andalusí, viviendas –lofts en distintos cascos de bodegas… cierran este interesante capítulo.

El libro se completa con una amplia selección bibliográfica -que incluye un centenar de referencias- y unos prácticos índices de nombres y obras que facilitan la consulta del libro para el lector que acuda a él en busca de datos concretos.

Para quienes se interesan por la historia del arte y por la historia de Jerez, para todos aquellos que quieran acercarse al conocimiento del siglo XX en nuestra ciudad a través de sus edificios más emblemáticos, “La arquitectura del siglo XX en Jerez. 85 obras singulares”, resulta un trabajo de consulta obligada y de atractiva lectura en el que descubriremos no pocas sorpresas. Un libro, en suma, al que volveremos muchas veces, cada vez que queramos reencon-trarnos con las obras arquitec-tónicas más representativas de una centuria en la que Jerez experimentó las mayores transfor-maciones sociales y urbanísticas. Uno de esos libros que son testimonio escrito y visual de una época y que, por tantos motivos, no puede faltar en nuestra biblioteca.

En Publicaciones se referencian otras obras relacionadas con nuestro entorno.

Nuevas consideraciones y nuevos documentos en torno a CERET





La ciudad turdetana- romana de Ceret existió, aunque la arqueología no ha conseguido desvelar su primitiva situación. Por un lado están las monedas, lo que denota la existencia de un punto administrativo de relativa importancia urbana como para poseer una ceca. Por otra parte está la pervivencia del topónimo Ceret-Sharish-Jerez, lo que nos hace pensar en su situación en torno a la actual Jerez. Sin duda, éste primitivo núcleo administrativo dio lugar al “ager ceretano” que nos cita Columela.

Hemos encontrado nuevos documentos que vuelven a insistir en su existencia, pese a no ser citada –como muchas otras ciudades- por fuentes literarias como Plinio o Ptolomeo. Tenemos constancia que en 1.790 el coleccionista de antigüedades, José Gutiérrez Navarrete, pretendía donar una importante colección de monedas a la Real Academia de la Historia (“Catálogo de la colección de José Gutiérrez Navarrete. Se indica el estado de conservación, el módulo, resellos y, en el caso de las monedas de colonias y municipios, la referencia bibliográfica según Flórez. Año 1.790”. Biblioteca Virtual Cervantes. Antigua. Historia y Arqueología de las Civilizaciones GN 1.790-2). Entre ellas, se hallaba ya una moneda de Ceret, que era citada entre 30 monedas de ciudades turdetanas-romanas como Carmo, Acinipo o Ebora. Se trata de una cita más de existencia de las monedas de Ceret, que comenzaron con la aparición de una de ellas por el jesuita Jerónimo de Estrada en el casco urbano jerezano a finales del siglo XVIII. Quizá, la importancia de esta nueva cita recaiga en que no procede de un entorno localista, sino de una documentación lejana a la ciudad de Jerez.

En el catálogo de las monedas existentes en la Real Academia de la Historia de 1.793 vuelve a citarse la existencia de otra moneda de Ceret, quizá por haberse hecha efectiva ya la donación de José Gutiérrez Navarrete y corresponderse a la misma moneda (“Catálogo de la moneda griega, romana, bizantina, visigoda, árabe y moderna de la Real Academia de la Historia. Se indica la disposición de las monedas en armarios y bandejas. Se indica el metal, el número de piezas de cada gobernante. Año 1.793”. Biblioteca Virtual Cervantes. Antigua. Historia y Arqueología de las Civilizaciones GN 1.793-2”). Dicha moneda puede que continúe en los propios fondos de la Real Academia de la Historia.

Sabemos por los estudios de Francisco Antonio García Romero y Eugenio Vega Geán (“El topónimo Cerit” en www.cehj.org) que se conservan dos monedas de Ceret en la Colección Numismática de la Universidad de Sevilla y otra en el Museo de Villamartín, aparte de numerosas más en colecciones particulares. También conocemos que en la relación de objetos que constituían la Colección Arqueológica Municipal en 1.953 ya existía catalogada con el número 364 “una moneda de Ceret o Serit” (Archivo Municipal de Jerez, legajo 1.650, expediente 30.904), que debe ser la que aún se conserva en el Museo Arqueológico de Jerez. Todo ello nos prueba la existencia más que fundamentada de este municipio romano en torno a la actual Jerez.

Aparte de las monedas está el interrogante de las inscripciones. En este asunto he de mencionar otro documento hasta ahora poco conocido. Se trata de una misiva dirigida por el archivero de la ciudad de Jerez, Agustín Muñoz y Gómez al padre Fidel Fita de la Real Academia de la Historia el 11 de noviembre de 1.896 (Biblioteca Virtual Cervantes. Archivo histórico de la Compañía de Jesús de Castilla). En ella, Muñoz y Gómez analiza y calca la inscripción romana sobre una gruesa columna conmemorativa o pedestal escultórico que actualmente se conserva en el patio del Museo Arqueológico jerezano. Dicha columna estuvo imbuida entre los muros islámicos de la Puerta del Arenal hasta 1.753 (C.I.L 306). Tras recoger diferentes acuerdos de cabildos y hacer referencia al estudio realizado en 1.753 por el licenciado Antonio Mateos Murillo, llega a la conclusión que se trata de una inscripción honorífica de un municipio romano. Tras rechazar que se trate de una inscripción de Asido o de Hasta, llega a la conclusión de que se podría tratar del municipio de Ceret.

Muñoz y Gómez realiza en 1.896 un calco fiel de la inscripción, que reproduce de la siguiente manera: “F.Q. FULVIO HB. SER VERNO E.L.S. D. VIR. AUG. TRIUMVIRALI POTESTATE. E. R. HONORIS ET VIRTUTIS CAUSAM C. RUF. F. CUR. D.D.F. PECUN COLUMNAM” que traduce como “Fabio Quinto Fulvio Verno, hijo de Valerio, heredero benemerente de la tribu Sergia, de Eleusis sacerdote, duunvir augustal de la triunviral potestad. Por mandato de la Republica (municipio) siendo causa el honor y la virtud.
Cayo Rufo Favio, mandó hacer por decreto de… (página cortada) esta columna”.

Analiza Muñoz y Gómez el texto y llega a la conclusión de que se trata de una inscripción conmemorativa a un cargo de un municipio republicano que él identifica con Ceret, por haber aparecido la lápida aquí, imbuida en las murallas árabes. Frente a los historiadores que pretendían magnificar la ciudad de Jerez, comparándola con Asido, con la sibilina intención de reivindicar para Jerez el antiguo obispado asidonense, o con la colonia de Hasta Regia para reivindicar un pasado más esplendoroso, Muñoz y Gómez identifica este probable municipio republicano con la desconocida Ceret. En este sentido, Muñoz y Gómez se muestra contrario a identificar los restos romanos que aparecen entre los muros de la ciudad con una ciudad de importancia por lo que su tesis va en contra de magnificar el pasado de la ciudad. No hay que olvidar que es precisamente este fiel archivero quien, al tratar una pequeña calle ya desaparecida en su tiempo llamada “Ceres”, hace una mención suburbial de apenas varias líneas dentro de un libro de más de 500 páginas haciendo alusión a la aparición de monedas de Ceret en la Plaza del Mercado a finales del siglo XIX.

En el referido documento, en una nota aparte, relaciona Muñoz y Gómez esta inscripción con otra “encontrada cerca Xerez, no puede ser de Hasta” que hace referencia a M. Popillio M-F. y que contenía las letras A.R.F.e., inscripción que curiosamente no se halla catalogada en ningún corpus epigráfico. Llega a la conclusión de que ambas lápidas pertenecían al municipio de Ceret.

En otra misiva anterior dirigida al padre Fidel Fita el 13 de enero de 1.893 (“Carta de A. Muñoz y Gómez donde informa a F. Fita del hallazgo de una preciosísima reliquia epigráfica del siglo IV con calco; existe otra parte pero es difícil de recuperar” (Biblioteca Virtual Cervantes. Archivo histórico de la Compañía de Jesús de Castilla), Muñoz y Gómez referencia una lápida imperial tardía aparecida en la finca El Higuerón, pero también alude a la inscripción que existía en las Huertas de Santo Domingo dedicada a Lucio Fabio Cordo, identificándola también con el municipio de Ceret y no con Asido, como pretendían quienes querían reivindicar para Jerez el antiguo obispado.

Sobre estas dos inscripciones que hacen relación a un municipio romano aparecidas en Jerez, se ha mantenido tradicionalmente que ambas fueron traídas de Asta Regia. Así se manifiesta el erudito alemán Emilio Hübner (“Inscripción histórica de Hasta Regia, anterior á la época del Imperio Romano”, BRAH, tomo XIII, 1.888). Aunque no deja de ser curioso que se hallen hasta dos inscripciones referentes a un municipio republicano romano en Jerez y menos inscripciones de este periodo en Asta Regia, cuya época esplendorosa fue cuando alcanzó el status de colonia.

Sobre la columna dedicada a Fabio Quinto Fulvio Verno, que se encontraba entre los muros de la Puerta Real de Jerez al menos desde que se construyeron las murallas en el siglo XII, se manifiesta Manuel Esteve aludiendo a que era una “columna miliaria dedicada por Cayo Rufo” (Archivo Municipal de Jerez, legajos 1.384 y 1.650, expediente 30.904). En este sentido, estaríamos hablando de una columna conmemorativa situada junto a una vía de comunicación. Una vía que probablemente llegase a Jerez por la antiquísima calle Empedrada, llamada tradicionalmente “Empedrada de Cartuja”, atravesase Jerez por la “Empedrada de la Puerta Real”, como antiguamente era llamada una de las calles que conformaban la calle Consistorio y saliese por la Puerta de Santiago, donde existía una “mina” con sepulturas, que podría aludir a un columbario. El nombre de “empedrada” que se da a ambas calles nos hace pensar en una antigua calzada pavimentada romana. Probablemente es la calzada que después, a través del Camino de Lebrija, llevaba a la carretera de Morabita, recorriendo las diferentes villaes rurales existentes en Jerez y que conectando con la Cañada Real Ancha llevase a Asta.

El hecho de que en Jerez no hayan aparecido restos de cimentación de época romana, a pesar de las lápidas romanas y visigodas que aparecieron imbuidas en sus muros, junto con la aparición de monedas (incluso de Ceret) nos hace descartar la presencia de un municipio romano en el actual Jerez. La tesis de Montero Vítores de la existencia del oppidum de Ceret en , basada en la presencia de restos continuados desde la edad del bronce hasta la época árabe, no soluciona por completo el problema. Quedaría el interrogante de por qué Gibalbín no pasó a ser la Sherish Sadunia, que ya sitúan aquí las fuentes árabes, habida cuenta que también fue un núcleo importante y habitado en época islámica.

Por ello, algunos consideramos que Ceret debió estar más cerca del actual núcleo de Jerez, en torno a una vía de comunicación y quizá más relacionada con Portus Gaditanus (en el tramo final del Guadalete) a donde las villaes del ager ceretanus llevarían sus productos agrícolas para la exportación a través del Guadabajaque y el Badalejo-Salado. Nunca es totalmente descartable que Ceret estuviese en la actual Jerez y su cimentación fuera completamente devorada por la ciudad del XIX, cuya intensidad de edificación fue muy fuerte y agresiva, renovándose todo el caserío urbano, y que no se detenía ante pequeños restos de cimentación más antigua. El problema de la no aparición de Ceret no es un hecho insólito. Algunas ciudades citadas por las fuentes clásicas, como Mellaria, Callet o Regina se desconocen con certeza donde estuvieron. Tampoco aparecen restos contundentes de cimentación urbana en ciudades que presumiblemente existieron como la misma Hispalis, de la que sólo se han encontrado varias columnas, que bien pudieron traerse de Itálica.

En este sentido, cuando las ciudades se abandonan (caso de Itálica, Baelo, Asta Regia o Gibalbín) la aparición de restos es relativamente más fácil. Cuando las ciudades muestran poblamientos continuados, con la superposición de una arquitectura más fuerte y agresiva es más difícil la aparición de restos de cimentación. Por otra parte, considero que tradicionalmente se ha tendido a magnificar la fortaleza de las construcciones romanas.

Aún así, hasta que la arqueología no demuestre lo contrario, Ceret no estuvo en la actual Jerez. Sin duda Ceret debió tener pocas hectáreas y pudo estar en cualquier lugar cercano a la actual Jerez, que heredó el topónimo. Fue el núcleo administrativo del “ager ceretanus” en época republicana y alto imperial y quizá desapareció ante la importancia de la cercana Asta, tras ser declarada ésta colonia. En el actual Jerez hubo villaes de producción agrícola diseminadas, que después pasaron a ser alquería islámica y sobre la cual se edificó la Sharish musulmana.

Como siempre, la arqueología tendrá su última palabra para aclarar el enigma de Ceret, aunque la falta de excavaciones (siempre ha habido crisis en este país para las campañas arqueológicas) en lugares esenciales como Asta, Gibalbín, El Tesorillo, Cartuja, Las Aguilillas, Bolaños, Vicos, etc. deja a oscuras a los historiadores que intentan aportar luz a la historia romana de la zona.
Jesús Caballero Ragel (CEHJ)

Por tierras de Espartinas, Capita-Arana y Morabita.
Por el antiguo Camino de Lebrija (2).




Siguiendo nuestra ruta por la carretera de Morabita (antiguo Camino de Lebrija) y tras cruzar el Arroyo de Zarpa, el camino inicia un ligero ascenso discurriendo entre el Cerro de Oria (64 m) a la derecha, y el de Espartinas (118 m) a la izquierda. Este vértice es el punto más alto de una suave colina que junto a la Loma de la Compañía, se extiende en dirección norte-sur y separa las marismas de Asta de los paisajes ondulados del pago de Ducha. Estas tierras lo fueron en otros tiempos de olivar, conservándose en distin-tos cortijos torres de contrapeso que atestiguan la presencia de antiguas molinos de aceite. En nuestros días crecen sobre ellas cultivos de secano y algunos viñedos, aunque lo que más llama la atención en las laderas de estos cerros, son las profundas zanjas y cárcavas labradas por la erosión de las aguas llovedizas.

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Para saber más:
(1) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes, 2002. Pg. 258.
(2) Montero Vítores, J.: “Los caminos de la Vía Augusta en torno a Ceret”. Suplemento digital de la Revista de Historia de Jerez, 2012, CEHJ.
(3) Padilla Monge, A.: La transferencia del poder de Gades a Asido. Su estudio a través de la perspectiva social. Habis, 21, 1990, pg. 249.
(4) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural de Jerez de la Frontera. Territorio y poblamiento durante la Baja Edad Media. S. de Publicaciones de la Universidad d Cádiz., 2003, Pg. 96
(5) González Rodríguez, R. y Ruiz Mata, D.: “Prehistoria e Historia Antigua de Jerez”, en D. Caro Cancela (coord.), Historia de Jerez de la Frontera I. De los orígenes a la época medieval, Cádiz, 1999, pg. 169.
(6) Martín Gutiérrrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004. Pg 141.
(7) Martín Gutiérrrez, E. y Marín Rodríguez J.A.: “La época cristiana (1264-1492) en CARO CANCELA, Diego (coord.), Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval, I, Cádiz, 1999, p. 282-283.
(8) Clasificación de las Vías Pecuarias Término municipal de Jerez 1948. Ayto. de Jerez. En este documento también se mencionan, junto a Capita, los pozos de “Arana”.
(9) Véase a tal respecto el Mapa del IGN Hoja 1034, Lebrija, edición de 1918. También la obra citada en (1), pg. 159.
(10) Citado por Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300. Pag. 263.
(11) Borrego Soto, M. A.: “La alquería de Jarana y los Banu l-Murji”, en Al-Andalus Magreb: Estudios árabes e islámicos, nº 12, 2005, págs. 19-38
(12) Abellán Pérez, J.:, El Cádiz Islámico a Través de sus Textos, 2ª ed., Cádiz, 2005. págs. 74-75. Versión de F.N. Velázquez Basanta.
(13) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004, pg. 68.
(14) Moya L.: “Jerez islámico”, en Caro Cancela D. (coord.), Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval, I, Cádiz, 1999, p. 242. Véase también Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural… Págs. 76-77
(15) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural…, pg. 96. Moya L.:Jerez islámico” …, pg. 242.
(16) Moya, L.:Jerez islámico”…, pg. 245.


Aquí puedes ver la primera parte de este artículo.
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