Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza
La Batalla de los Cueros (1)




En aquellos tiempos de grandes virtudes y grandes vicios, pero que tan rara vez, conocieron ruindades ni mezquinas pasiones; cuando el Rey Sabio acorralaba la morisma y aún no lloraba sus querellas, aparece en la historia el Jerez cristiano y caballero, como el terrible vigía de la frontera, ceñido de murallas, coronado de laureles sangrientos, enarbolando una cruz, y cobijándola con un pendón, sobre el que los siglos y la sangre han escrito una epopeya. El tiempo cubrió con su polvo de majestad aquellas glorias, y el olvido y la indiferencia las enterraron luego, sin que un epitafio las eternice, ni un poeta las cante, ni un historiador diga a los que tras nosotros vienen, que antes que rico y poderoso, fue Jerez noble, leal y heroico.

Con ese arranque “épico” da comienzo el relato “La Batalla de los Cueros. (Episodio Histórico)” de Luis Coloma, (Jerez, 1851- Madrid, 1915), escritor, periodista y jesuita, uno de los jerezanos más célebres, de quien recientemente se ha conmemorado el centenario de su muerte. Desde entornoajerez, queremos sumarnos modestamente a esta efeméride trayendo el recuerdo de una de sus obras y recorriendo los escenarios en los que la historiografía jerezana sitúa unos hechos que tuvieron lugar casi siete siglos atrás.

En “La Batalla de los Cueros”, como en otras obras, muestra Coloma su afición por los cuadros de época y la historia novelada sin renunciar al carácter moralizador que imprime a muchos de sus relatos. Aunque ha conocido muchas ediciones posteriores, vio la luz en 1872 en el diario El Porvenir de Jerez en el que colaboraba nuestro todavía joven escritor. La historia tuvo una amplia difusión tras su publicación en un cuadernillo de 36 páginas, prologado por Fernán Caballero, y editado por la Imprenta de la Revista Jerezana (1), en cuyos talleres se elaboraba el citado periódico. Con su versión de “La Batalla de los Cueros” Coloma intenta rescatar un hecho con trasfondo histórico para dar mayor lustre a las “Glorias de Xerez”, como reza en la portada.

La descripción de episodios bélicos, de batallas, refriegas y escaramuzas entre “moros y cristianos” ocupa un lugar preferente en todas las obras de carácter histórico que desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX, se han ocupado de nuestra ciudad. Especial relevancia cobra el periodo correspondiente al reinado de Alfonso XI, donde destacan las batallas de Majaceite (1314), Ayna (1339) o la de Los Cueros (1325), por citar sólo algunas. Esta última, de la que hoy nos vamos a ocupar siguiendo el relato del Padre Coloma, es también conocida como batalla de Los Potros o de La Matanza, y es una de las más referidas por todos los historiadores locales.

El marco geográfico donde tiene lugar la acción comprende los parajes situados entre el Vado de Medina (actual puente de Cartuja) y las tierras de El Mojo y Baldío Gallardo. Los llanos de Las Pachecas y de la Ina, la Laguna de Medina, el viejo camino de Vejer, las Dehesas de Martelilla, las laderas y colinas próximas al Cerro de El Mojo… son el escenario de la “batalla” que, más allá de las licencias literarias de escritores e historiadores, ha dejado para siempre su huella en la toponimia de la zona, con un nombre rotundo y esclarecedor de lo que



allí, de una otra manera sucedió: La Matanza. En estas tierras aún permanecen, siete siglos después, los topónimos de La Matanza (Cortijo, Arroyo, Pago, Cerro), La Matanzuela y La Matancilla.

Los historiadores locales relatan que en 1325 la ciudad se encuentra amenazada por un gran ejército musulmán que hostiga con sus incursiones las localidades cercanas realizando talas y saqueos en los campos de Arcos y Lebrija. Acampado entre el Guadalete y Martelilla, realiza permanentes acciones de castigo en las tierras más cercanas a Jerez llegando a las puertas de sus muros.

El alcaide, Simón de los Cameros, solicita ayuda urgente a la ciudad de Sevilla ante la evidente inferioridad de las fuerzas cristianas para no sucumbir ante los continuos embates de las tropas meriníes.



Desde Sevilla no puede prestarse el socorro reclamado y, ante la falta de respuesta es preciso actuar, por lo que se decide hacer frente al ejército musulmán utilizando una estrategia que la historiografía tradicional jerezana ha relatado con aires de leyenda.

En síntesis, ante lo menguado de las tropas cristianas, se decide salir con el amparo de la noche dando un rodeo y tomando el camino de Vejer, para sorprender al enemigo en su retaguardia, llevando con todo el sigilo posible a cuantos caballos y potros “cerriles” (sin domar) se puedan reunir. Se atarán a su cola cueros “crudos”, odres hinchados y ramas. Se persigue con ello provocar una estampida de modo que, el ruido de los cueros y la furia de los animales sorprendan al ejército musulmán causando el desconcierto y el caos entre sus filas. La acción discurre tal como ha sido planeada con el concurso, en el último momento, de las tropas de la ciudad de Córdoba que acude en auxilio de los jerezanos, al enterarse de las difíciles circunstancias por las que atravesaban. Los cordobeses llegan “justo a tiempo” por el camino de Medina para batallar con los moros que, sorprendidos en su retaguardia, se ven así entre dos frentes condenados a sufrir una gran derrota.

Estos campos de El Mojo, estos parajes de suaves colinas próximos a la dehesa de Martelilla, serán a partir de entonces conocidos como las tierras de La Matanza, nombre que ha pervivido casi siete siglos. Como consecuencia de la decisiva participación cordobesa en la refriega, se sellará la hermandad histórica existente entre Jerez y Córdoba, ciudad esta última en la que, como sucede en la nuestra, también existe una calle dedicada a la “Batalla de los Cueros.

Volvamos al relato de Luis Coloma, justo cuando los jerezanos están a punto de partir a la lucha. La tensión dramática de los preparativos de la batalla la presenta nuestro escritor con la escena de los caballeros junto a la capilla del Humilladero, en las proximidades de la Puerta Real o del Marmolejo. Es 11 de Julio de 1325.

Había en otros tiempos pegada a la puerta del Marmolejo, que se llamó luego del Real, una pequeña capilla que se amparaba a los muros, como la fe se ampara a la fortaleza. Venerábase en ella una imagen de la Virgen de la Merced, y era costumbre de los antiguos caballeros, al salir a la batalla, pedir a la Señora su amparo en la lid y su auxilio en la victoria: llamábanla por esto la capilla del Humilladero; que aquellos hombres que con soberbia pisaban la tierra, sólo humildes miraban al cielo. Hallábase abierta la histórica capilla el 11 de julio de 1325: poblaban sus alrededores confusos grupos de hombres cubiertos de hierro, que formaban acá y allá bosques de picas y lanzas, alzándose amenazadoras: flotaban por donde quiera airones y banderas de varios visos, rodeando un pendón de riquísima tela roja, cuyos anchos pliegues caían a lo largo del asta, como si no pudiese el viento agitar el peso de tanta gloria. Era el pendón de Jerez, antes que en buena lid arrancase al moro otro, en la batalla del Salado."



Coloma sigue aquí a Fray Esteban Rallón, quien escribe su Historia de la Ciudad de Xerez de la Frontera a mediados del S.XVII, y sitúa en esta puerta de la ciudad y en la citada capilla el punto de partida de las tropas (2). Prefiere esa versión a la de Bartolomé Gutiérrez (Historia de Xerez de la Frontera, 1787) quien sostiene que los caballeros salieron “… a las ocho de la noche con mucho silencio por la Puerta de Rota y a su salida se encomendaron a una devota imagen que allí los Padres mercedarios Calzados veneraban (convento inmediato a esta salida)” (3). Ni Gonzalo de Padilla en su Historia de Xerez de la Frontera. Siglos XIII-XVI, escrita en las primeras décadas del XVI, ni el Jesuita Martín de Roa en su obra “Santos Honorio, Eutichio, Estevan, Patronos de Xerez de la Frontera…, publicada en 1617, aluden en sus relatos a estos preparativos en los que Coloma, sin embargo, se recrea para dar al suyo más fuerza literaria.

Pero continuemos con Coloma. Se ha dado la voz de alerta en la ciudad ya que, desde la Laguna de Medina hasta El Sotillo, (paraje donde se construiría el Monasterio de Cartuja) se ha instalado un campamento con un poderoso ejército enemigo y “…la morisma de aquende el mar y de allende había pasado el Guadalete en número de setenta mil, plantado sus reales desde Martelilla hasta el río, y llevado sus algaras hasta las mismas puertas de Jerez el noble…



Para dar más gloria a una victoria conviene que la desproporción entre las fuerzas en combate sea lo mayor posible. Los cristianos son pocos y los moros muchos. Coloma juega también con esta idea en su relato y eleva a setenta mil, los “600 moros de a caballo y de pie” a los que alude el historiador Gonzalo de Padilla (4), o amplía la cifra de los “sesenta mil entre jinetes e infantes” que menciona el Padre Martín de Roa (5). Opta de nuevo nuestro escritor por la versión de Rallón para quien los moros “pasaban de setenta mil, así de a pie, como de a caballo”, (2) antes que con la de Bartolomé Gutiérrez, quien de manera más discreta, menciona, sin dar cifras, que “…un príncipe moro… juntando gente africana y de las costas de Granada de a caballo y de a pie… con esta gran comitiva se vino sobre los campos de los cristianos” (3).



Ni la desproporción de fuerzas, ni la falta de apoyos y refuerzos, ni la escasez de víveres, ni la inferioridad de las tropas cristianas frente al gran número de las que han desplazado los musulmanes… parece ser obstáculo para el alcaide jerezano a juzgar por el relato de Coloma:



Convocó en tamaño aprieto el alcaide Simón de los Cameros, a los ricos-homes, fijosdalgos y gentes de pro del pueblo, y ardiendo todos en deseos de venganza, sobrados de bríos y faltos de prudencia, no se avenían a templadas razones, queriendo, ya que no triunfar, morir como buenos.



Mas un gran caballero que llamaban Cosme Damián Dávila, valiente en la pelea y al razonar mesurado, les habló de esta manera: «Es verdad que son nuestras fuerzas cortas para vencer a los enemigos que tenemos a la vista. ¿Pero cuántas veces han triunfado de innumerables las armas cristianas, aunque pocas, patrocinadas de las divinas? Y así mi dictamen es, que imploremos el socorro de María Santísima de las Mercedes, y salgamos a pelear, ayudándonos de los potros cerriles que tienen los vecinos: los sacaremos en cuerdas al campo, y cuando estemos próximos a los enemigos, ataremos en las colas zarzas y cambrones, y los picaremos a un mismo tiempo: porque con este arbitrio causaremos confusión a los moros, sus escuadrones serán en parte desordenados, y nosotros lograremos la victoria dando entonces sobre ellos»
.



Con tonos épicos, describe Coloma la escena en la que, ya caída la tarde, llega “…Simón de los Cameros a la puerta del Marmolejo, seguido de los cuatro alcaides de las puertas, los caballeros del feudo y demás nobleza jerezana”. Todos se arrodillan – se “humillan”- “ante el altar que sostenía la Imagen de la Patrona” para pedir su protección al grito de “¡Señora, remédianos!”.

(Continuará en la próxima entrada)

Para saber más:
(1) Las citas textuales están tomadas de Coloma, Luis. La Batalla de los Cueros. Episodio Histórico. Imprenta de la Revista Jerezana. 1872. Otra edición de 1876 puede consultarse en la red.
(2) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, pp. 28-31.
(3) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsimil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol I P. 178-183
(4) Gonzalo de Padilla.: Historia de Jerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI). Ed. de Juan Abellán Pérez. Agrija Ediciones 2008., pp. 48-57.
(5) Martín de Roa (1617):Santos Honorio, Eutichio, Esteban, Patronos de Xerez de la Frontera”. Edición Facsimil, Ed. Extramuros Edición S.L., 2007. Cap. VIII


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Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con : Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza. La Batalla de los Cueros (y 2), El paisaje en la literatura, Paisajes con historia, Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 17/05/2015

Escenas medievales de caza en torno a Jerez.
De montería con Don Alfonso el Onceno.




Como todos los años, cada vez que salimos al campo en plena temporada de caza y escuchamos en los lugares más intrincados de nuestros montes los disparos de escopeta de los cazadores, volvemos a recordar que las sierras y bosques, los parajes montañosos y los espacios forestales están habitados por especies singulares que ahora se incluyen genéricamente bajo el nombre de “caza mayor”. Cabra montés, venado, corzo, gamo, muflón o jabalí, son las más relevantes de cuantas podemos encontrar en los parajes naturales y en los cotos de la geografía gaditana.

Desde la más remota antigüedad queda constancia de que en las tierras de la provincia de Cádiz la caza fue una actividad de gran importancia. En muchas de las pinturas rupestres de las cuevas y abrigos de las sierras del sur, pueden verse representaciones de animales y escenas relacionadas con la caza como sucede, por citar sólo algunas, en las cuevas del Ciervo o de Bacinete (Los Barrios), en la Cueva de las Palomas o en la de Atlanterra (Tarifa) y, especialmente, en la Cueva del Tajo de las Figuras en Benalup-Casas Viejas. De todo ello el lector interesado podrá encontrar magníficas imágenes en los trabajos desarrollados por Lothar Bergmann y sus colaboradores de los que hemos tomado la ilustración correspondiente a esta cueva (1).

Escenas medievales de caza en nuestras campiñas y montes.



Los testimonios escritos más sobresalientes sobre la caza en nuestra zona corresponden a los siglos medievales, teniéndose ya constancia de la importancia de las actividades cinegéticas en nuestro territorio durante la época andalusí. Tal como señala el profesor Abellán, la zona era un excelente lugar para la caza de aves, tanto es así que “…una laguna al sur de Jerez era conocida como “La laguna de las Aves”, identificándose este espacio con la actual Laguna de Medina (2). Otro testimonio citado por este autor lo ofrece Ibn Hayyan, quien recoge de las crónicas de al-Razi que el emir “Abd al Rahman II solía venir a Sidonia a cazar grullas” aves que, por cierto, ya no frecuentan en gran número nuestros humedales (3). Abellán apunta también otra referencia de la misma fuente donde se pone de manifiesto como “…el emir Abdarrhman b. Alhakam salió a cazar grullas, de lo que gustaba mucho, tras regresar de una lejana campaña que había hecho, y alargó su partida de caza, según costumbre que tenía, de modo que a veces llegaba a la cora de Sidonia o a Cádiz y otros lugares más lejos, pero esta vez se excedió, siendo época de invierno y temporada de grullas, hasta el punto de desazonarse sus compañeros, a los que causo fastidio” (4). Es muy probable que este segundo humedal pudiera ser la antigua laguna de La Janda.

Como ninguna otra fuente medieval, la Crónica de D. Alfonso el Onceno, recoge esta pasión de los poderosos por la caza y la especial predilección de este rey por su práctica. El historiador local Fray Esteban Rallón, tomando referencias de esta Crónica, nos recuerda en su Historia de Jerez que en 1342, cuando el rey Alfonso XI se dirige a cercar Algeciras “…hecha la masa del ejército, salió de nuestra ciudad a 5 de julio de este año, e hizo su primer alojamiento de la otra banda del Guadalete y el día siguiente descansó junto a la Laguna de Medina, dónde se embarcó en una laguna y fue a tirar a los cisnes, que había muchos en ella” (5). El interés por la caza y los “cazaderos” de nuestro entorno se vuelve a poner de manifiesto cuando el mismo rey, en 1349, se dirige hacia el sur con un poderoso ejército para tratar de poner cerco a Gibraltar, deteniéndose de nuevo en un lugar ya conocido para él, la Laguna de Medina, “a tirar a los cisnes como la vez pasada” (6).



Entre los numerosos testimonios sobre la caza en otros lugares próximos, mencionaremos como los Ponce de León, Duques de Arcos, utilizaban también la Sierra de Cádiz como cazadero, en especial los montes de Benamahoma en los que, en el siglo XV, se tiene constancia de la presencia de osos, amén de jabalíes, lobos, corzos y venados, por citar sólo las especies más relevantes. De entre todos ellos, como nos recuerdan los hermanos De Las Cuevas, las piezas más codiciadas eran los “puercos” o jabalíes a los que se cazaba con la ayuda de perros “…lebreles, o alanos en traíllas, luchan con los jabalíes, “como si fuesen dos hombres de armas”. Por muy lejos que queden los monteros conocen, en el silencio de la noche, que los lebreles se han agarrado a las orejas… Acudían, entonces y mataban a los jabalíes, hundiéndoles una daga en el corazón”. Las aficiones venatorias de los duques de Arcos en “el bosque de Benamahoma”, les llevará a construir un palacete o residencia de caza que dará lugar, con el paso del tiempo a la actual población de El Bosque (7).

Entre los siglos XIII y XV, buena parte de los montes y espacios forestales de la provincia quedarán como “tierra de frontera”, de modo que, como acertadamente han señalado Cueto Álvarez de Sotomayor y Sánchez García “…la provincia quedará dividida por un eje NE-SW, espacio de “tierra de nadie” consecuencia del hecho fronterizo entre dos ámbitos diferentes “castellano e islámico. En la mayor parte de nuestra geografía se produjo una coincidencia entre frontera natural y frontera política, al coincidir esta última con las zonas de contacto entre las tierras bajas y las áreas montañosas.” Ello provocará la lógica despoblación parcial de buena parte del campo que traerá consigo la aparición de grandes espacios vacíos en las zonas interiores y montañosas. De acuerdo con estos autores “…como consecuencia de este despoblamiento, durante el siglo XIII se produce un notable retroceso de los cultivos en beneficio de la vegetación espontánea… Con el avance del bosque y el matorral se produce una expansión de la fauna salvaje propia del territorio, entre las que estacan especies como el oso, el jabalí, los cérvidos (ciervo y corzo) y el lobo” (8).

De caza con don Alonso el Onceno por los montes de Jerez.

Para conocer el estado de nuestros bosques y montes en los siglos en los que fuimos “tierra de frontera”, existe una fuente de excepcional interés: el Libro de la Montería. Atribuido a Alfonso XI y escrito entre 1340 y 1350, es un testimonio de primer orden sobre la riqueza cinegética de las sierras gaditanas, haciendo especial hincapié en los montes del sur de la provincia. De su lectura, se deduce la presencia en las áreas montañosas próximas a Jerez de especies tan significativas como el oso (extinguido en el siglo XVI), jabalíes, corzos y venados o el lobo, cuyos últimos ejemplares en la provincia se cazaron en los Montes de Jerez hace casi un siglo (9). Por citar sólo algunos de estos interesantes pasajes contenidos en esa monumental obra, traemos aquí el que recoge las referencias a una parte de los términos de Arcos y de Tempul, sobre la que el lector interesado podrá encontrar más información en los trabajos de los profesores Pérez Cebada y Martín Gutiérrez:


El monte de Dos Hermanas es bueno de puerco en verano; la Foz de Guillena es buen monte de puerco en verano; el Bodonal de Gil Gómez es buen monte de puerco en verano; el Labadín es buen monte de puerco en verano; Atrera es buen monte de puerco en verano; la Xara de Algar es buen monte de osso et de puerco en verano. E es la bozería en cabo de la Foz, que no passe contra la Sierra de las Cabras, e porque es el monte grande, ha menester, que estén monteros con canes para renovar e para que dessennen, que digan a que parte quiere ir el venado. E son las armadas en la ladera del Alcornocal” (10).


El texto no puede ser más explícito y rico en información y, aunque han pasado casi siete siglos desde que fue escrito, reconocemos en él los escenarios en los que se llevaban a cabo estas monterías medievales. Para la caza del jabalí (“puerco”) ahí estaba ya, con ese mismo nombre, la Sierra de Dos Hermanas, con sus cumbres calizas gemelas a las que debe su nombre, cubiertas con una densa vegetación, como pueden verse ahora, antes de que la cantera que se explota en su base termine por desfigurar su hermosa silueta.

La Foz de Guillena es el nombre con el que en los documentos medievales se conoce a la Angostura del Majaceite (11), lugar en el que se levanta la presa de Guadalcacín. Esta estrecha hoz (“foz”), que forma el cauce del río a los pies de Sierra Valleja conformaba un embudo natural muy apto para las monterías y para canalizar las piezas de caza mayor hacia la estrecha angostura del río, donde a comienzos del siglo XX se construiría el primer pantano de la provincia.

Aún en la actualidad se mantiene el topónimo de Cañada del Puerto de Guillen que da nombre a una vía pecuaria que une los llanos de El Sotillo con la carretera que desde San José del Valle lleva hasta Guadalcacín II, a la altura de la Hacienda La Presa. Este paraje, como el anterior, de sierras abruptas próximas a un cauce fluvial, reúne los requisitos para albergar grandes mamíferos.

De más difícil ubicación es el Bodonal de Gil Gómez al que algunos autores sitúan en el entorno de Arcos o incluso en Montegil (12). Conviene recordar que la voz “bodonal” hace alusión a un terreno encenagado o a un espacio encharcado cubierto de espadañas u otras plantas palustres (13), por lo que este espacio debió situarse, a nuestro entender, en las cercanías de las vegas de Elvira, en las proximidades de El Mimbral, de la Junta de los Ríos o en otros rincones de tierras llanas y encharcables entre los términos de Tempul y Arcos cercanas al Guadalete o al Guadalcazacín o Majaceite, al igual que los otros montes y lugares a los que se hace alusión en este capítulo del Libro de la Monterías. Tal es el caso, por ejemplo, del monte de Labadín, que se corresponde con el actual paraje de El Abadín, próximo a la Junta de los Ríos, donde estuvo ubicada la aldea medieval del mismo nombre y donde aún se conserva una amplia zona cubierta de monte bajo (14).



El monte de Atrera, aún mantiene su nombre en las Dehesas de Atrera, un hermoso y agreste territorio poblado de bosques de encinas, quejigos y alcornoques que comparten los cortijos Atrera de Alcornocosa y Atrera de Santa María.



Enclavados en el Parque Natural de los Alcornocales, estos montes en los que aún hoy se cobran piezas de caza mayor, están situados entre la carretera de El Bosque-Algar y el pantano de los Hurones. La Xara de Algar no es otra que la Jara o “bosque” de Algar (15) que todavía podemos reconocer en los montes que rodean esta población, terrenos abruptos donde no faltan las masas forestales y el matorral del monte mediterráneo denso y bien conservado donde en los siglos medievales hallaban cobijo el jabalí y el oso. El cabo de la Foz se corresponde con la actual Boca de la Foz, estrecho desfiladero entre las sierras de La Sal y de Las Cabras, también citada en el Libro de la Montería. Este último paraje es donde se describe la escena que nos hace transportarnos a la Edad Media y donde se desvelan las estrategias usadas para la caza del venado.

Y es que, tras su lectura, resulta fácil imaginarse a los monteros en el cabo de la Foz, en la entrada de la garganta de Boca de la Foz, con sus canes, lebreles y alanos, dando voces para



conducir a los venados al lugar adecuado y evitar que se internaran en el denso alcornocal de las sierras cercanas. Eran las “armadas”, filas de cazadores que con sus gritos (“bozería”) y la ayuda de sus perros, espantaban a los ciervos, a los corzos y a los jabalíes, para conducirlos a la entrada de la garganta, como si de un gigantesco embudo natural se tratara, donde les aguardaban lanceros y ballesteros.

Escenas medievales de caza, en esos mismos parajes, en torno a Jerez, donde siete siglos después aún se conservan los mismos topónimos y los mismos montes poblados de corzos, venados y jabalíes (sólo en algunos cotos), aunque ya no quede en ellos más que el recuerdo de los osos y lobos que antaño vivieron en estos parajes.

Para saber más:
(1) Una excelente selección de pinturas rupestres de las cuevas y abrigos de la provincia de Cádiz y en especial de las que representan escenas de caza, puede verse en la web Arte Sureño: el arte rupestre del extremo sur de la península Ibérica. Disponible en el enlace: http://www.arte-sur.com/index.htm. De esta página hemos las imágenes de la cueva del Tajo de las Figuras.
(2) Abellán Pérez, J.: Poblamiento y administración provincial en al-Andalus. La cora de Sidonia”. Ed. Sarriá, Málaga, 2004. pp. 141.
(3) Ibidem, p. 141
(4) Abellán Pérez, J.: Poblamiento…, ob. cit., pp.141-142
(5) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, p. 72.
(6) Ibidem, p. 85
(7) De las Cuevas José y Jesús.: El Bosque. Diputación de Cádiz. 1979. pp. 11-12.
(8) Cueto Álvarez de Sotomayor. M y Sánchez García, J.M.: Cádiz. Descripción e Historia de sus masas forestales. En “Segundo Inventario Forestal 1986-1995. Cádiz”. Ministerio de Medio Ambiente. 1997, pp.: 45-46. De este segundo autor, se recomienda también la serie de tres artículos: Sánchez García, J.M.: Caza mayor en la provincia de Cádiz. Diario de Jerez, 26,28 y 29 de diciembre de 1999.
(9) García Lázaro A. y J.: Los últimos lobos de nuestros montes, http://www.entornoajerez.com/, 25 de febrero de 2009. Disponible en el siguiente enlace: http://www.entornoajerez.com/2009/02/los-ultimos-lobos-de-nuestros-montes.html. De gran interés es también el reportaje de la revista Mundo Gráfico de 14/01/1914, sobre la caza del último lobo en la provincia de Cádiz.
(10) Pérez Cebada, J.D. (2009): Regulación cinegética y extinción de especies. Jerez, siglos XV-XIX. En Revista de Historia de Jerez nº 14-15, 2008/2009. pp. 211-212.
(11) Valverde, J.A.: Anotaciones a Libro de la Montería del Rey Alfonso XI, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2010, p. 1174. En esta excelente obra, donde se analiza toda la toponimia contenida en el Libro de la Montería, se identifica la Foz de Guillena con el cortijo de Illena, junto al Guijo y al Salado en Arcos, de lo que discrepamos toda vez que está suficientemente documentada en numerosas fuentes la identificación de este lugar con la Angostura del Majaceite. Al respecto puede verse, por ejemplo, Martín Gutiérrez, E.:Los paisajes de la frontera de Arcos a finales del siglo XIII”, en González Jiménez M. y Sánchez Saus, R. (coord.), Arcos y el nacimiento de la frontera andaluza (1264-1330), Ed. UCA, Ed. USE y Ayto. de Arcos, 2016, p. 179.
(12) Valverde, J.A.: Anotaciones…, ob. cit., p. 1174.
(13) Casado de Otaola S. y Montes del Olmo C.: Guía de lagos y humedales de España. J.M. Reyero Editor. Madrid, 1995, p. 245.
(14) Martín Gutiérrez, E.:Los paisajes… ob. cit., pp. 190-191.
(15) Ibidem, p. 194.


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Flora y fauna, Parajes naturales, Paisajes con historia

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 31/12/2017

En el cortijo de El Peral con Rafael de Riego.
Un recuerdo en el bicentenario de los sucesos de 1820.




Ahorcado primero y decapitado después, arrastrado mal herido en un serón hasta el patíbulo… Este fue el trágico final de Rafael de Riego. Un final cuya cuenta atrás empezaría tres años antes con aquel “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”, con el que Fernando VII se reía del pueblo español al “jurar en falso la Constitución de 1812.
Pero esta de hoy es otra historia… Es la historia del día en el que aquél coronel, hace ahora 201 años, se ponía al frente en La Cabezas de San Juan de un pronunciamiento con el que perseguía que el rey se sometiera a la voluntad del pueblo

El viajero que en dirección a la Sierra de Cádiz toma la autovía de Arcos, puede observar poco antes de llegar a esta población, a la izquierda de la carretera, una curiosa construcción: el cortijo de El Peral. Si nos desviamos, aunque sólo sea por unos momentos, para acercarnos hasta su entrada, próxima a la última rotonda que da acceso a Arcos, veremos que un cartel anuncia la venta de “garbanzos”. Pero en El Peral, no sólo hay garbanzos. Junto a una de las muestras más notables de la arquitectura tradicional agraria de la campiña, El Peral encierra entre sus muros mucha historia. Vamos a conocerlo.

Un cortijo singular que fue molino de aceite.

Lo primero que llama la atención en este cortijo son sus curiosas y llamativas torres almenadas. Dispuestas en ambos extremos de su fachada principal, flanqueando su entrada, dan a toda la construcción un cierto aspecto de fortaleza. Se trata de las torres de contrapeso de un antiguo molino de aceite, que contaban con sendas prensas de viga, ya que El Peral fue durante muchos años una hacienda de olivar, aunque ahora esté rodeado de cultivos de cereal y girasol y los olivos más cercanos los hayamos dejado en las cercanas laderas de Macharaví.

Estas particulares torres, tienen troneras en su parte baja y en su cuerpo superior curiosos palomares con aberturas y saeteras, rematados por merlones de albardillas piramidales, que a modo de almenas con tejadillos, nos recuerdan vagamente, cuando las contemplamos por primera vez desde la lejanía, a las torres de un castillo. Los palomares, resultan aún más llamativos ya que se han pintado de almagre, ese peculiar tono rojizo que nos recuerda al óxido de hierro o a la arcilla (1).

Entre las torres se encuentra la vivienda de los caseros y la entrada principal del cortijo, presidida por un viejo azulejo devocional con la imagen el Sagrado Corazón, que da acceso a un primer patio empedrado de planta cuadrada. El patio tiene a ambos lados las naves de la antigua almazara que arrancan de las torres, donde se encontraban las prensas de viga y las bodegas de aceite.

En torno a un segundo patio, que se abre a continuación del primero, se organizan otras dependencias de la hacienda entre las que destacan las antiguas cuadras y establos, techados con bóvedas de arista en piedra de cantería que descansan sobre pilares. Sobre las cuadras se construyeron los graneros, a lo que se accedía desde el patio interior a través de una curiosa rampa.



A este “patio de labor” se abren también las nuevas caballerizas y almacenes de aperos y maquinarias, así como otras dependencias que acogieron las gañanías, a ambos lados de la puerta trasera del edificio, que da al campo.



En uno de sus laterales, el cortijo conserva aún los altos muros de una de las naves de prensa, construidos en algunos de sus lienzos con tapial y en otros con grandes sillares de cantería perfectamente escuadrados, por lo que debió tratarse de una edificación de gran solidez.

Como elementos curiosos, en el exterior del cortijo se conservan las grandes piedras bajas o soleras del molino, conocidas como alfarjes, así como uno de los rulos que giraban sobre ellas triturando la aceituna. Junto a ellas llaman también la atención los antiguos comederos y bebederos para el ganado labrados en grandes bloques de piedra.

Un cortijo con historia: El Peral, centro de operaciones de Riego.

Las tierras de El Peral aparecen ya reseñadas a finales del siglo XVII como “dehesa de baldío”. A mediados del XVIII cuentan ya con olivares y se menciona también la existencia aquí de un molino de dos piedras propiedad del colegio de Santa Catalina de Arcos.

Pero será en el siglo XIX cuando El Peral cobre mayor protagonismo. Por aquí pasó la escritora Francisca Larrea en 1826, cuando su propietario era D. Francisco Martel, rico hacendado propietario también de otras posesiones en Bornos y en la campiña de Jerez, tal y como ella misma apunta en su Diario. Madoz incluye a El Peral entre las haciendas de olivar de Arcos en 1845 (2). El Nomenclátor de 1900 hace referencia a El Peral como un cortijo de cinco edificaciones (3).

Sin embargo, será de la mano de Rafael de Riego, en 1820, cuando este cortijo-hacienda escriba sus páginas más singulares. Recordemos brevemente aquellos días.

Al objeto de hacer frente a los movimientos independentistas de las colonias americanas, se fueron concentrando en Andalucía a lo largo de 1819, contingentes militares en espera de ser embarcados a Ultramar. El cuerpo expedicionario estaba al mando del Capitán General de Andalucía, Félix Calleja del Rey, Conde de Calderón, quien tenía poderes de General en Jefe de las fuerzas españolas en América.

Ante el descontento muy extendido en amplios sectores de la milicia por la situación política, un grupo de oficiales habían decidido aprovechar esta ocasión para organizar un pronunciamiento con el que obligar a Fernando VII a proclamar la Constitución de 1812 y situar a los liberales en el gobierno. Uno de ellos era el teniente coronel Rafael de Riego, quien al frente del Batallón de Asturias, acuartelado en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan, encabezó la rebelión liberal frente a los absolutistas el 1 de enero de 1820, proclamando la Constitución de 1812.

El Pronunciamiento de Riego, se inicia de manera solemne con la emisión de un bando que promulga la Constitución Liberal de 1812, derogada hasta entonces: “… Las órdenes de un rey ingrato que asfixiaba a su pueblo con onerosos impuestos, intentaba además llevar a miles de jóvenes a una guerra estéril, sumiendo en la miseria y en el luto a sus familias. Ante esta situación he resuelto negar obediencia a esa inicua orden y declarar la constitución de 1812 como válida para salvar la Patria y para apaciguar a nuestros hermanos de América y hacer felices a nuestros compatriotas. ¡Viva la Constitución!". En la plaza del ayuntamiento de Las Cabezas de San Juan, antes de partir hacia Arcos, Riego arenga a sus tropas, pasado el mediodía y justifica su acción: “Es de precisión para que España se salve que el rey Nuestro Señor jure la Ley constitucional de 1812, afirmación legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles. ¡Viva la Constitución!”.



Los hermanos De Las Cuevas, en su monografía sobre Arcos, nos dicen lo que vino después: “A las tres de la tarde del 1-1-1820, con el Batallón de Asturias, emprende la marcha desde Las Cabezas. Llovía a todo llover. A las 2 de la mañana, en El Peral, enciende hogueras para secarse; en el barro, perdiéronse muchas botas. Riego montaba un caballo blanco”. (4)



Cruzando con su batallón los caminos embarrados durante casi doce horas, Riego atraviesa las colinas de las campiñas de Las Cabezas, Espera y Arcos. Se había dirigido a esta ciudad, junto a otros jefes militares que acudirían procedentes de poblaciones cercanas, ya que allí se encontraba el General Félix Calleja, Jefe de las fuerzas expedicionarias, a quien debían ganar para la causa o detener. Los almacenes y las naves de prensa del molino de El Peral albergaron a su fatigada tropa que utilizó las amplias dependencias de la hacienda para reponer fuerzas, guarecerse de la lluvia y secar sus ropas.

Al día siguiente, tras pasar la noche en El Peral, se entregarán a Riego en Arcos el general Calleja, los generales Fournas y Sánchez Salvador y el Brigadier Gavani, siendo trasladados a El Peral, que se convertirá por unas semanas en centro de operaciones de Riego y en prisión improvisada de quienes no quisieron secundar el pronunciamiento liberal. Tras proclamar la Constitución en Arcos, Riego enviará una columna a Medina y se traslada el mismo, al frente de 300 hombres, a Bornos, donde el Batallón de Aragón se une a su causa (5).

El pronunciamiento se extenderá progresivamente por otras ciudades hasta que el 10 de marzo de 1820, los acontecimientos obligan a Fernando VII a mostrar su apoyo a la Constitución de 1812 con aquel famoso “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Comenzará así el Trienio Liberal que había encendido su primera llama una noche lluviosa de enero en las hogueras que Riego manda hacer en El Peral para que pudieran secarse sus fatigadas tropas. Después vendrían los Cien Mil Hijos de San Luis y la ejecución de nuestro personaje, acusado de alta traición, apenas tres años después de los hechos de Las Cabezas y El Peral.

Cada vez que pasamos por El Peral, nos gusta recordar que aquí estuvo Riego, el máximo exponente de quienes defendían las libertades civiles en nuestro país y que en reconocimiento a ello, su retrato ocupa un lugar destacado en las Cortes Generales.



En El Peral nada recuerda su paso. Bien podría ponerse una placa, un monolito o, tal vez, sembrarse un olivo en su memoria, a propósito de que se ha cumplido el bicentenario de aquellos hechos.



Pese al olvido, quedan las palomas. Las mismas palomas que cada tarde regresan a sus hermosos palomares pintados de almagre. Y las torres… que continúan allí, altivas, alzando sus almenas como faros en el mar de trigales de la campiña.

Para saber más:
(1) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes. 2002. pp. 311-312.
(2) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares… p. 312.
(3) Pérez Regordán, M.: Comentario estadístico, geográfico, histórico y etimológico al nomenclátor del término municipal de Arcos Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 03/04/2016 de la Frontera (1999). Publicación del Excmo. Ayuntamiento de Arcos de la Frontera.
(4) De las Cuevas J. y J.: Arcos de la Frontera. Diputación de Cádiz. 1985. p. 50 y 79. El texto recogido por estos autores procede de “Recuerdo de R. de Riego”, de M. Chaves, p. 110.
(5) De las Cuevas J. y J.: Arcos de la Frontera…. P. 79.


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