SAN RAFAEL ARCÁNGEL

Hoy, día en el que se celebra la festividad de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. queremos compartir con los lectores una imagen muy especial.


Uno de nuestros retablos cerámicos preferidos es el conservado en el cortijo de Alijar (Jerez), junto a la carretera de Sanlúcar. Se trata de uno de los más antiguos azulejos devocionales de nuestra campiña y en él se representa a San Rafael Arcángel, en esmalte azul sobre blanco, sosteniendo un pez en la mano. De cronología no determinada (probablemente del siglo XIX) es un ejemplo único en nuestra campiña. Que ustedes lo disfruten.


Bosques-isla en los “mares” de la campiña.
Un paseo por nuestros “oasis” forestales entre tierras de cultivo.



Antes que los viñedos y los olivares, antes que el monte bajo y las dehesas, mucho antes de que las lomas y las tierras llanas se transformasen en cultivos y labrantíos, en el paisaje de nuestro entorno predominaban las formaciones vegetales propias del bosque mediterráneo. Pinares, encinares, alcornocales, quejigales, acebuchales, bosques de ribera… ocupaban aquí y allá, en función de las características del suelo y la humedad, cerros y lomas, valles y llanos.

Siglos de intervención humana sobre el medio natural, en especial desde la romanización hasta nuestros días, han provocado cambios sustanciales en el territorio y el paisaje de la mano de las progresivas roturaciones y de la imparable extensión de la agricultura y la ganadería. Ello ha traído como consecuencia que en el marco de la campiña, los espacios forestales se fueran fragmentando, alterando y reduciendo hasta llegar, casi, a desaparecer.



Pese a todo, aún se conservan reductos de vegetación, “oasis” forestales, que como auténticos “bosques-isla” permanecen a duras penas entre el “mar” de terrenos agrícolas de nuestras campiñas. Mientras que en unos casos se trata de espacios naturales en los que sobreviven especies arbóreas y arbustivas autóctonas propias de nuestro entorno, en otros encontramos bosquetes fruto de repoblaciones llevadas a cabo en los últimos cincuenta años. El caso es que allí están, resistiendo a pesar de todo, para recordarnos que en esos paisajes en los que hoy vemos grandes extensiones de cereal hubo en otro tiempo encinares, que donde hoy prospera el viñedo, crecían bosques de acebuches y algarrobos, que los llanos donde se cultiva el algodón, estuvieron un día cubiertos de frondosos pinares.

Los bosques-isla, aunque reducidos a su mínima expresión, juegan un papel ecológico fundamental al actuar como reservas y refugio de la vegetación natural, la flora y la fauna silvestre de nuestro territorio, de cuyo antiguo esplendor son fieles testigos. Junto a ello, aportan a los paisajes tantas veces monótonos de los cultivos agrícolas y a la uniformidad de los horizontes de sembrados, una vistosa diversidad, variedad y contraste de formas y colores que los enriquecen y los hacen más atractivos.

Los bosques-isla de la campiña de Jerez.

Afortunadamente, de un tiempo a esta parte, se están considerando los recursos naturales y paisajísticos de nuestro entorno como un elemento importante a conservar, proteger y potenciar y, en territorios como nuestra campiña, se han empezado a reconocer los valores que aportan los “bosques-isla”.

Una primera catalogación y estudio de los mismos se llevó a cabo con la publicación en 2001 de un estudio de gran interés que vio la luz también en formato libro: “Bosques-isla de la provincia de Cádiz” (1). En él se da cuenta de un primer inventario de estos espacios naturales, que representan auténticas “islas de vegetación rodeadas de un medio hostil y diferente, son restos interesantes de ecosistemas pretéritos que preservan en su interior las condiciones para la supervivencia de especies animales y vegetales que de otra forma ya habrían desaparecido. Su valor además se incrementa al poder servir de nexos de unión o corredores, junto con los bosques de ribera, que permitan los desplazamientos de las especies entre distintos espacios naturales protegidos" (2).

Este estudio llevado a cabo por los investigadores Carola Pérez Porras, Guillermo Ceballos y Abelardo Aparicio, aporta interesantes datos sobre 159 enclaves pertenecientes a 18 municipios de la provincia que comparten el territorio de las campiñas. De ellos, los alcornocales son los que ocupan mayor superficie (2.007 Ha), seguidos de los pinares y los acebuchales. Junto a las citadas, otras de las formaciones arbóreas descritas son los bosques mixtos (alcornoque, pino y acebuche), los encinares y finalmente los quejigales y los bosques de ribera, estas dos últimas menos representadas en los parajes campiñeses. De cada “bosque-isla” se aportan en el mencionado estudio interesantes datos sobre localización, superficie, flora y vegetación así como el listado de especies más significativas que hacen de esta publicación un valioso documento para el conocimiento de nuestro entorno.



En el término municipal de Jerez se catalogaron 30 bosques-isla entre los que encontramos una variada selección de las distintas formaciones forestales. Los más representados son los pinares, de los que han sido incluidos 14 enclaves en la campiña, seguidos de los alcornocales (6) y los acebuchales (4).

Pinares y alcornocales.



Aunque desde el siglo XVIII hay constancia de la existencia de pinares en la campiña y en las proximidades de la ciudad, buena parte de ellos ya habían desaparecido a comienzos del siglo XX (3), manteniéndose algunos bosquetes aislados, pertenecientes en su mayor parte a la especie Pinus pinea (pino piñonero) y, en menor medida, a P. halepensis (pino carrasco). A lo largo del siglo pasado, y especialmente tras la creación de los poblados de colonización de la vega del Bajo Guadalete se repoblaron con pinos distintos espacios degradados. Este es el caso de varios enclaves próximos a Estella del Marqués donde, medio siglo después, encontramos hoy dos pequeños pinares. Uno junto a la Venta de La Cueva, colindante con la carretera de Cortes y otro a las afueras de esta población en la carretera de Lomopardo en terrenos baldíos muy alterados por antiguas canteras y caleras, recuperados hoy como espacio forestal. Ambos pinares, de pequeña extensión están en los márgenes del parque de Las Aguilillas.



Muy llamativos son también los pinares del Cerro de la Harina y de Cabeza de Santa María, en Torrecera, ambos sobre cerros de margas y yesos triásicos. El primero de ellos, en Torrecera la Vieja, despunta junto al Guadalete. El segundo, en las proximidades del cortijo del mismo nombre, sobresale entre olivares junto al arroyo Salado de Paterna en el Valle de Los Arquillos.



En todos ellos la especie dominante es el pino carrasco, al igual que sucede en el pinar que crece en torno a la Potabilizadora de Cuartillos, donde también están presentes ejemplares de pino piñonero. En el parque periurbano de La Suara, hay también pinarillos de P. pinea, como en los llanos de Malabrigo y Los Isletes, próximos a aquél.



En estos parajes encontramos uno de los pinares de mayor interés y extensión de la campiña, el de La Guita, con una superficie de casi 30 Ha, donde el pino piñonero se mezcla con encinas y alcornoques.



Próximo a él están los pinares del Montecillo y el del Cerrado de Malabrigo, donde crecen estas mismas especies.



Al este de la ciudad encontramos los pinares-isla de la Sierra de San Cristóbal, o el de Las Quinientas, cuya densa arboleda cubre un cerro que se alza en los llanos del mismo nombre, junto a las antiguas caballerizas del cortijo. Ambos son de pino carrasco, a diferencia de los bosquetes de pinares de La Parra, en las proximidades del aeropuerto, donde el protagonista es el pino piñonero.


Los alcornocales, tan abundantes en la zona de los Montes de Propios, apenas forman masas puras en el territorio campiñés que puedan ser consideradas bosques-isla. Con todo destacan algunas manchas importantes, como las de Berlanguilla, donde se conservan varios bosquetes de alcornoques rodeados de cultivos de algarrobos. En los alrededores del cruce de la antigua Venta San Miguel, en la zona conocida como El Chaparrito, podemos encontrar también otros tres pequeños alcornocales catalogados.



Acebuchales y encinares.

El acebuche u olivo silvestre forma masas de gran superficie en las zonas del interior de la provincia, en los términos de Medina, Arcos o Vejer, donde llega a ser en muchos lugares la especie dominante. En Jerez hay también acebuchales de gran interés, que forman auténticos bosques-isla en distintos parajes de la campiña. Este es el caso del de La Guillena, en las faldas de la Sierra de Gibalbín próximo a la localidad sevillana de El Cuervo y a la laguna de Los Tollos, donde los árboles alcanzan gran desarrollo.

De menores dimensiones son los acebuchales de Torrecera o de Gigonza, donde en las proximidades del Castillo y de los antiguos Baños, se forman también masas forestales de gran densidad, como sucede en los Cejos del Inglés.



Este último acebuchal se extiende en los cerros próximos a la Laguna de Medina presentando laderas donde el bosque se encuentra muy desarrollado, tal como puede verse desde las proximidades de la Ermita de la Ina o del Puente de las Carretas.



De gran interés es también el bosque-isla de acebuches que crece en el Cerro del León, a orillas del Guadalete y junto a la barriada rural del Palomar de Zurita. Aunque no figura en el catálogo provincial, presenta árboles de gran tamaño y es una formación sobreviviente de los desmontes que en sus alrededores se produjeron con la extracción de gravas y arenas.



Los encinares ocuparon tiempo atrás grandes espacios en la campiña que se fueron aclarando con el paso de los siglos para su transformación en dehesas, hasta casi desaparecer. El viajero que recorra la carretera de Cortes entre Cuartillos y La Barca, puede hacerse una idea de lo que pudieron ser estos bosques y dehesas al contemplar los numerosos pies de encinas centenarias que se observan todavía entre los sembrados en tierras de Cuartillos, Las Majadillas, La Guareña o Magallanes. Sin embargo, son escasos los lugares en los que las encinas forman masas forestales de cierta entidad, como sucede en la dehesa de Garrapilos, junto a la Barca de la Florida, en terrenos que pertenecen en una buena parte a la Yeguada Militar.



Con todo, la más sobresaliente de estas formaciones es sin duda el Encinar de Vicos, situado entre la Barca y el Cortijo de Vicos, donde las encinas llegan a formar un hermoso bosque de llanura y en el que encontramos ejemplares centenarios de hermoso porte.

Bosques mixtos y formaciones antrópicas.

Junto a los bosques-isla ya mencionados, donde una especie es predominante sobre las demás, encontramos también otros espacios forestales en la campiña, donde aparecen mezcladas varias de ellas, no formando masas puras. Se trata de bosques mixtos, como el que encontramos en el Cerrado de Malabrigo, de 88 Ha, entre La Barca y san José del Valle, situado en la orilla izquierda de la carretera. Se trata de una formación forestal en llanura donde junto a un alcornocal adehesado, sin matorral, crece un pinar de pino piñonero, estando también presentes otras especies arbóreas como encinas, olivos, alcornoques, espinos… El arroyo del Zumajo atraviesa este bosque mixto, y en sus orillas no faltan tampoco quejigos, sauces y en menor medida olmos.



Más conocidos por los lectores son los bosques-isla de La Suara y Las Aguilillas. Se trata de de lo que podíamos denominar formaciones antrópicas, es decir, espacios forestales fruto de repoblaciones en lugares que estaban fuertemente degradados y que apenas conservaban restos de la vegetación natural.

La Suara, de 211 Ha, es un amplio espacio forestal situado en las cercanías de La Barca de la Florida, sobre una antigua terraza escalonada del río Guadalete. Repoblado a partir de los años 50 del pasado siglo, se trata de un eucaliptar-pinar en el que progresivamente van ganando espacio algunas de las especies propias del terreno como los acebuches o, en menor medida, los quejigos, estos últimos junto a los arroyos.

En la actualidad La Suara hace las funciones de parque periurbano, sirviendo de zona de ocio a la ciudad de Jerez y a otras poblaciones vecinas.



Algo parecido sucede con el parque de Las Aguilillas, junto a Estella del Marqués, a 5 km de Jerez por la carretera de Cortes. En este bosque-isla, predomina en distintos sectores el pino carrasco, que forma una masa forestal en la que también están presentes los eucaliptos y, en menor medida, especies que formaban parte de la vegetación natural: coscoja, lentisco, acebuche, sanguino y palmito.

Estos pinares, que por su proximidad a la ciudad son un espacio muy utilizado para paseos y comidas familiares, han sido objeto de tratamientos silvícolas de aclareo que pretenden la progresiva eliminación de los eucaliptos y la recuperación de las especies autóctonas.



Bosques-Isla: pequeñas formaciones forestales en el “mar de la campiña, lugares tranquilos en los que pasear y disfrutar de la naturaleza muy cerca de la ciudad.

Para saber más:
(1) Aparicio, A., Pérez, C. y Ceballos, G.: Bosques-isla de la provincia de Cádiz. Junta de Andalucía, Consejería de Medio Ambiente. Jerez, 2001.
(2) Ibídem, p. 15.
(3) J. y A. García Lázaro: Pinos y Pinares, Diario de Jerez, 22 de Febrero de 2017


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Otras entradas relacionadas: Flora y fauna, Parajes naturales, Patrimonio en el medio rural, Rutas e Itinerarios.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 4/06/2017

Un resplandor en la noche.
Con Zurbarán por las riberas del Guadalete en el Sotillo.

Publicada en 28/5/17
Como muchos lectores saben, la Cartuja de Jerez tuvo entre sus numerosos tesoros artísticos diferentes obras del insigne Francisco de Zurbarán, uno de los maestros de la pintura española del Siglo de Oro.

Es conocido que, tras la desamortización de Mendizábal en 1836, se dispersaron los bienes del monasterio y en especial sus cuadros y esculturas, encontrándose hoy repartidos por algunos de los museos más importantes del mundo. Buena parte de las tablas y lienzos que el célebre pintor de Fuente de Cantos realizó para la cartuja jerezana, se conservan en la actualidad en el Museo Provincial de Cádiz, mientras que cuatro de sus cuadros se exhiben en el Museo de Grenoble y en el polaco de Poznan lo hace la Virgen del Rosario, una pintura de grandes dimensiones.

Junto a todos ellos, el titulado “La batalla de Jerez”, la que fuera la pieza central del retablo de la Cartuja, es el que por muchas razones se considera una de sus obras más lograda, pudiendo admirarse hoy en el Metropolitan Museum of Art de New York. De este famoso cuadro y de su vinculación con la historia de la Cartuja y con un célebre episodio bélico ocurrido a mediados del siglo XIV a orillas del Guadalete, vamos a ocuparnos en las siguientes líneas.

Con Zurbarán por las orillas del Guadalete en El Sotillo.

En 1638, cuando Francisco de Zurbarán recibe el encargo del Monasterio de Santa María de la Defensión para pintar un retablo destinado a su altar mayor, así como otros cuadros para distintas dependencias, cuenta con 40 años de edad y es ya un reconocido maestro. Tras una estancia en Madrid en la que visita a su amigo Diego Velázquez y se relaciona con los pintores italianos que trabajan en la corte, comenzará a abandonar el tenebrismo de sus comienzos, ganado sus cuadros en claridad con tonos menos contrastados. Reconocido con el título de "Pintor del Rey", vuelve a Llerena donde tiene su taller en el que trabaja también, junto al encargo de la Cartuja jerezana, en otros cuadros de motivos religiosos para el mercado americano.



Como pieza central del retablo solicitado, nuestro pintor concibe un lienzo de grandes dimensiones (335 x 191 cm) en el que representa al óleo un motivo basado en una antigua leyenda. Con el título de “La batalla entre moros y cristianos en El Sotillo” (o también la “La Batalla de Jerez” o “La batalla del Sotillo”), el cuadro recrea un enfrentamiento bélico enmarcado en las luchas de frontera que tiene como trasfondo un hecho histórico sucedido a orillas del Guadalete, en un paraje conocido como El Sotillo en el que se había edificado el monasterio.

La pintura nos ofrece una escena nocturna, planteada con un claro y original carácter narrativo, en la que Zurbarán demuestra su maestría en el tratamiento de la luz (1). En medio de la noche, en primer plano, un soldado –que nos recuerda a los personajes del Cuadro de las lanzas de Velázquez- muestra al espectador lo que sucede en el fondo. Entre las arboledas que crecen junto al río, se desarrolla una reñida batalla.



Jinetes a caballo, portando lanzas y escudos, combaten duramente. Los cristianos -con cascos, petos y armaduras- luchan contra los moros -con turbantes- que aguardaban escondidos entre las espesuras de los sotos del Guadalete, al amparo de la oscuridad, para sorprender en una emboscada a los jerezanos que han salido en su busca. Sin embargo, el paraje se ha iluminado de pronto gracias a una milagrosa intervención de la Virgen, que ocupa la parte superior del cuadro, proyectando su luz dorada sobre las riberas del río. Los enemigos que esperaban al acecho han sido descubiertos y vencidos. Para perpetuar el recuerdo de esta batalla se construye allí una ermita, que aparece en el centro de la escena.

La Batalla de Jerez” fue pensada inicialmente, como se ha dicho, para ocupar el centro del primer cuerpo del retablo del altar mayor de la iglesia de La Cartuja, si bien parece ser que aún en época de Zurbarán, éste sufrió modificaciones siendo trasladados algunos lienzos a otras dependencias del monasterio. Entre ellos este que nos ocupa, -que fue sustituido por una escultura- así como otra pintura de idénticas dimensiones y formato, La Virgen del Rosario (2).

De ello da cuenta Antonio Ponz, quien visita el Monasterio en 1791 y deja escrito que “… en dos retablitos del Coro de los Legos, hay dos excelentes pinturas del citado Zurbarán, y de su mano son igualmente dos grandes cuadros puestos en las paredes de este recinto: el uno representa á Nuestra Señora con el Niño Dios, y a diferentes Monges de rodillas, en el otro está Nuestra Señora como auxiliando á los Xerezanos en una batalla que ganaron a los moros en estos contornos, en la qual pendieron al Régulo Aben-faha, que lo enviaron en presente a Alfonso XI, todavía niño. Á dicha pintura llaman de la Defensión” (3).

Una pintura con trasfondo histórico.

Como se ha dicho, Zurbarán debió ser informado por los cartujos de la leyenda de la aparición milagrosa de la Virgen de la Defensión en El Sotillo, lo que serviría de inspiración para la obra más emblemática del retablo. ¿Qué trasfondo histórico había en aquella historia de intervenciones sobrenaturales a favor de los cristianos?

Para acercarnos a los orígenes de la leyenda, conviene recordar que a la muerte de Alfonso XI y durante el reinado de los primeros monarcas de la dinastía Tras támara, los conflictos sucesorios y las luchas nobiliarias “impidieron de forma efectiva continuar con la política de Reconquista” y, de alguna manera, la frontera se mostró más vulnerable (4). Por esta razón, las campiñas y sierras jerezanas, situadas en un espacio inseguro, fueron a lo largo del último tercio del siglo XIV el escenario de no pocos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos.

Aunque éstos no llegaron a romper el equilibrio en la zona por no ser de gran trascendencia, quedaron recogidos por los historiadores locales quienes, en algunos casos, elevaron a la categoría de batallas épicas lo que no fueron sino pequeñas escaramuzas o refriegas de poca relevancia.

Este es el caso, por ejemplo, de las batallas de Gigonza (1371) y Vallehermoso (1372).

En la primera, las tropas de Jerez combatieron y vencieron en las cercanías de la Torre de Gigonza a “los moros de Ronda y del Estrecho, que favorecidos de todo el Reino de Granada hacían muchas entradas en nuestro término… Fue esta batalla tan durable que les cogió la noche peleando, trayendo más de mil cautivos” (5). En Vallehermoso, los jerezanos hicieron frente y derrotaron a las huestes del “moro Zaide”, alcaide de Ximena, quien “juntó 400 caballeros y muchos peones; y con esta tropa se vino a los campos de Medina, donde hizo grandes daños robando gentes, ganados y víveres… y se entraron por los xerezanos terrenos para hacer lo mismo” (6). Junto a las anteriores -y por su importancia posterior en la historiografía jerezana- hay que destacar la conocida como Batalla del Sotillo, (1370), cuyo desenlace tendría implicación indirecta en la fundación del monasterio de La Cartuja.


La batalla del Sotillo.



Este enfrentamiento fronterizo tuvo lugar en un paraje cercano a la confluencia del Arroyo Salado con el río Guadalete a escasos 4 km de la ciudad. En las alamedas del río se escondieron durante la noche “un grupo de soldados musulmanes y según cuenta la leyenda piadosa, gracias a la intervención de la Virgen se hizo la luz y las tropas cristianas pudieron ver a sus enemigos”. En este mismo lugar se levantaría, apenas un siglo después el monasterio de La Cartuja que, en recuerdo al suceso milagroso que tuvo lugar en este paraje, tomaría la advocación de Santa María de la Defensión (7).



Como es de suponer, este hecho de armas ha sido ensalzado y elevado a la categoría de épico en la historiografía tradicional jerezana. Así lo describe, a mediados del XVII, Esteban Rallón, que sitúa la historia en los días en los que el rey Pedro I (El Cruel) veía ya peligrar su reinado en las luchas con su hermano Enrique: “Los moros andaban victoriosos y les pareció que era fácil acometer a nuestras fronteras. Marcharon hacia Xerez, que salió con aviso de que un grande escuadrón de moros de Ronda, Gibraltar y Ximena, les corrían sus campos. Llegaron a donde hoy es el convento de Cartuja a cuyo sitio llamaron los antiguos El Sotillo, entre cuyas matas estaban escondidos muchos moros, para dar en los cristianos, al paso malo del Salado, que estaba sin la puentecilla que hoy tiene. Peligro de que los libró Nuestra Señora, descubriéndose a todos en una nube refulgente, cuyos resplandores descubrieron los moros emboscados y cautivaron gran número, por lo cual, reconoció Xerez a tal favor, labró en el mismo sitio una ermita y le dio por nombre Nuestra Señora de la Defensión” (8).

Esta versión, con pequeñas variaciones, fue repetida por muchos autores quienes atribuían la victoria cristiana en aquella escaramuza a la milagrosa intervención de la virgen. Pedro de Madrazo, quien sitúa este episodio bélico erróneamente en el reinado de Alfonso X, lo describe en términos similares “…habiendo salido los de Jerez contra los moros que talaban sus campos, estos les tenían dispuesta una celada en una gran mata de olivares llamada el Sotillo, donde hoy se eleva la Cartuja. Los cristianos, al llegar de noche al paraje de la emboscada, fueron favorecidos por una luz sobrenatural y repentina que les descubrió el lugar donde estaban ocultos los infieles, y cayendo sobre ellos los pusieron en completa derrota. Acercándose luego al paraje de donde salía la gran claridad, vieron una imagen de la Virgen” (9).

El historiador Manuel de Bertemati, atribuye este suceso a Abu Zeid alcaide de Jimena, “el 'moro Zaide'” de las crónicas cristianas. Protagonista de otras incursiones en las campiñas fronterizas en las que talaba las huertas y olivares, robaba ganados y cautivaba campesinos, Zaide era, a decir de Bertemati un “verdadero bandido, rara vez presentaba sus huestes en abierta lid frente al enemigo: su habilidad consistía en ofender sin ser ofendido; robaba, mataba, cautivaba y huía á uña de caballo. De la célebre emboscada del Sotillo en 1368, cuando ya el rey D. Pedro hacía sus últimos esfuerzos por salvar la corona y la vida, quedó memoria en la ermita de Nuestra Señora de la Defensión, hoy ex monasterio de la Cartuja, levantada en el sitio mismo del combate por la piedad de los que milagrosamente se salvaron de aquella pérfida acechanza". Nuestro historiador, hombre ilustrado y miembro de la Real Sociedad Económica Xerezana, de la que era su secretario, omite en su relato la intervención milagrosa de la Virgen, tratando tal vez con ello de dar una explicación “racional” a aquel suceso que en los siglos anteriores se tenía por sobrenatural. Así lo cuenta: “Escondidos entre los jarales que allí abundaban, cerca del vado del río, esperaron los moros á los xerezanos al espirar la tarde de un nebuloso día; pero el cielo, que se despejó de improviso, dando paso á los purpúreos rayos del sol poniente, iluminó senderos y matorrales, dejando descubiertos á los enemigos que, sin tener tiempo para levantarse y embestir, fueron alanceados y cautivados en gran número" (10).

La Ermita de la Defensión.



La historiografía local recuerda que para conmemorar aquella “batalla”, la ciudad mando levantar entre las alamedas de El Sotillo, donde habían tenido lugar los hechos, una ermita como exvoto a la Virgen, a cuya intervención en “defensión de los cristianos”, atribuían los jerezanos la victoria sobre los moros (11).

Como apunta Madrazo la ermita “con el título de Nuestra Señora de la Defensión, y la imagen de la Madre de Dios pintada en ella para memoria del suceso, en medio de una nube resplandeciente con los moros y caballeros jerezanos al pie, duró largos siglos atrayendo hasta nuestros días el devoto y numeroso concurso de los fieles del país, entre los cuales aún se conserva fresca memoria de los beneficios debidos a Nuestra Señora. La ermita, transformada en pequeña iglesia aneja al monasterio, quedó en cierto modo exenta, con una puerta al campo para que pudiera ser frecuentada sin ofensa para la clausura” (12).



Heredera de esta ermita, que aparece también representada simbólicamente en la parte central del cuadro de Zurbarán junto a los sotos del río, es la que hoy se conoce como Capilla de los Caminantes. Se accede a ella tras atravesar la fachada principal que da acceso al atrio. Situada junto a la antigua Hospedería del monasterio, en cuyo patio destaca una escultura de mármol de San Bruno obra de Pedro Laboria (1761), la capilla "es una construcción de mediados del siglo XVIII levantada sobre la primitiva ermita de Nuestra Señora de la Defensión... Su estructura actual presenta una sola nave y atrio de arcos de medio punto sobre columnas de mármol" (13).

En el porche de la capilla, a ambos lados de su puerta de acceso pueden verse sendos paneles cerámicos sobre la Virgen de la Merced y sobre la historia del Monasterio. En este último se recuerda también la Batalla del Sotillo.

Nos gusta acercarnos a La Cartuja y recorrer despacio el gran patio que se abre ante la fachada de la Iglesia, haciendo un alto en la Capilla de los Caminantes, siempre abierta, o pasear por los jardines de acceso al monasterio y detenernos después en la vieja Cruz de la Defensión. Y luego, cuando cae la tarde, antes de abandonar este lugar, nos gusta sobre todo asomarnos a la antigua huerta de la Cartuja, flanqueada por las alamedas del Guadalete, en las riberas del Sotillo, donde tuvo lugar aquel enfrentamiento ente moros y cristianos que recreara Zurbarán en “La Batalla de Jerez” y que ya para siempre imaginamos tal y como él la pintó.


Para saber más:
(1) Sánchez Quevedo, M.I.: Zurbarán, Ediciones Akal, 2000, p.31
(2) Ibídem, p. 33
(3) Ponz, A.: Viage de España. Tomo XVII, Carta VI. Madrid, 1792, p. 278.
(4) Martín Gutiérrez, E. y Marín Rodríguez, J.A.: “Tercera parte. La época Cristiana” (1264-1492), en Caro Cancela, D. (Coord.): Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval. Tomo 1, Diputación de Cádiz, 1999, p.269
(5) Gutiérrez, B.: Historia del estado presente y antiguo de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez 1886, Ed. facsímil de 1989, L. II, p. 234.
(6) Ibídem, p. 235
(7) Romero Bejarano, M.: De los orígenes a Pilar Sánchez. Breve Historia de Jerez. Ediciones Remedios,9, 2009, pp. 30-31.
(8) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, p. 120.
(9) Madrazo, P.: Sevilla y Cádiz, Barcelona, 1884, pp. 581-582.
(10) Bertemati y Troncoso, M.: Discurso sobre las historias y los historiadores de Xerez de la Frontera: dirigido a la Real Sociedad Económica Xerezana en noviembre de 1863, Imprenta del Guadalete, Jerez, 1883 p. 162.
(11) Pomar Rodil, P.J. y Mariscal Rodríguez, M.A.: Jerez: guía artística y monumental, Sílex Ediciones, 2004, p. 226
(12) Madrazo, P.: Sevilla y Cádiz… p. 582.
(13) Pomar Rodil, P.J. y Mariscal Rodríguez, M.A.: Jerez: guía artística… p. 229


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 28/05/2017

 
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