
Hasta hace tan sólo unas décadas, la recolección de plantas silvestres, junto con la caza menor, formaba parte de las actividades que completaban las economías de subsistencia de muchas de las personas que habitaban el mundo rural y de quienes, desde las ciudades, acudían a su entorno próximo en busca de cualquiera de las especies vegetales de las que se podía obtener algún tipo de aprovechamiento. Cunetas, bordes de caminos, márgenes de campos cultivados, baldíos, linderos de acequias y canales, vías pecuarias, setos, riberas, bordes de viñas y olivares, zonas cubiertas de monte bajo o bosque… en cualquier lugar podía encontrarse alguna especie de utilidad.



Cocidas, en tortillas y revueltos, “esparragás”, gratinadas, acompañando a las legumbres en guisos y berzas… las tagarninas encuentran múltiples formas de aprovechamiento culinario aportando un sabor auténtico que las hacen siempre apetecibles.
El periodo de recolección dura poco tiempo ya que en unas semanas, del centro de sus hojas basales -de éstas cuyas pencas recolectamos- crecerá, avanzada la primavera, un enhiesto tallo que llega a superar el metro de altura y que se ramifica en su mitad superior para florecer, cuajándose entonces de hermosos capítulos de color amarillo dorado.
Nos gusta la tagarnina, esta humilde hierba silvestre, porque pese al aspecto poco atractivo de sus hojas y tallos espinosos, encierra en sus llamativas pencas de colores verdosos y rojizos todo el sabor del campo. Y por sus hermosas flores.

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1 comentario :
Unos garbanzos con tagarninas, ¡qué ricos!
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