El Peñón de Ballesteros.
En el Puerto de Gáliz con el general Ballesteros.




Desde antiguo, el Puerto de Gáliz (o de Galis) ha sido una encrucijada de caminos. Por allí pasan los que van desde el Campo de Gibraltar por Jimena a la campiña sevillana a través de la Sierra de Grazalema. También cruzan por estos parajes los que partiendo de Alcalá de los Gazules y Jerez buscan, por el Mojón de la Víbora, las tierras de Ubrique o de Cortes de la Frontera, ya en la provincia de Málaga.

Ubicado entre la Sierra de la Gallina y la del Aljibe en pleno Parque Natural de los Alcornocales, este enclave guarda viejas historias como las de “los monfíes” (1) aquellos rebeldes indomables que en los últimos años del siglo XVI, capitaneados por Pedro Machuca, se refugiaron en la espesura de sus bosques y en los agrestes parajes de La Sauceda, siendo finalmente indultados por Felipe II. Bandoleros, contrabandistas, partidas de guerrilleros que pelearon contra los invasores franceses… han tenido como paso obligado este lugar que frecuentan en estos tiempos excursionistas y domingueros, moteros y ciclistas, y aún viajeros curiosos, que como nosotros hoy, recorremos estos rincones en busca de viejas historias.

Siempre que pasamos por aquí recordamos los trágicos sucesos que tuvieron lugar en las cercanías del Puerto de Gáliz en el verano de 1936, cuando más de 600 personas, habitantes del poblado de La Sauceda (que llegó a ser bombardeado) y de otros pueblos de la sierra, fueron fusiladas en El Marrufo por las fuerzas falangistas sublevadas. Tampoco nos olvidamos de un personaje singular, Juan “el Igualeja”, a quien conocimos hace más de treinta años. Las ruinas de la que fuera su casa-venta siguen allí, frente a la nueva Venta del Puerto de Gáliz. Sin embargo, en esta ocasión, queremos rememorar las andanzas del general Francisco Ballesteros que anduvo por estos rincones de la sierra hace dos siglos peleando contra los ejércitos franceses.

El Peñón de Ballesteros.

Quienes hayan visitado alguna vez estos parajes habrán reparado, a buen seguro, en una enorme roca de arenisca que destaca, aislada, entre los prados que se abren en el alcornocal situado frente a la actual Venta de Puerto de Galiz. Este gran bloque rocoso, al que la erosión ha dado formas redondeadas, es un hito natural de primer orden, una referencia visual en estos espacios abiertos entre montañas y es lógico pensar que, desde antiguo, no pasara desapercibido para quienes transitaban por los caminos y veredas de la sierra. A su lado se construyó la antigua venta, que hoy nos muestra sus ruinas. Desde hace unos años, se ha instalado a sus pies una improvisada “capilla” al aire libre a la “Virgen de los Milagros de Puerto de Gáliz”, una nueva advocación más pagana que religiosa, rodeada de “exvotos” y “ofrendas” de lo más kitsch, cuya hornacina de corcho ha sido instalada en una pequeña oquedad de esta mole rocosa.



Este singular mogote es conocido como Peñón de Ballesteros, debiendo su nombre –según algunos autores- al general Francisco Ballesteros, militar y político español que jugó un importante papel en la Guerra de la Independencia. Una de las primeras referencias a este lugar nos la ofrece Pascual Madoz quien en su conocido Diccionario Geográfico Estadístico Histórico (1845-50), describiendo el entorno de La Sauceda y el Puerto de Galiz, señala que: “La sierra de Marrufo… tiene como 1 leg. de long. … y forma cordillera con la de Ballesteros con uno de sus costados. Saliendo de Ballesteros hacia el ENE, se halla a dist. de 1 leg. la Piedra-arpada, que es un gran peñón sin producto alguno vegetal, encontrándose en el intermedio tierras de labor con varios cortijos grandes y suntuosos…” (2). Medio siglo después, el Plano Parcelario del término de Jerez de Adolfo López-Cepero (1904), incluye de manera nítida una referencia a esa gran roca con el nombre explícito de Peñón de Ballesteros, junto al Puerto de Gáliz, en el lugar donde se cruzan la Cañada del Marrufo, el camino de La Sauceda y la



que sería después carretera de Jerez a Cortes, que figura en el citado plano como “proyecto”. (3)

El General Francisco Ballesteros.

Hace sólo un par de años se llevaron a cabo en nuestra provincia diferentes actos para conmemorar el bicentenerario de la Constitución de 1812. Fue entonces también cuando se editó un interesante trabajo, titulado “Estudios sobre la Guerra de la Independencia Española en la Sierra de Cádiz” coordinado por Luis Javier Guerrero Misa y Fernando Sigler Silvera, donde el lector curioso podrá obtener una amplia y documentada información sobre el desarrollo de las operaciones militares que tuvieron lugar en estas sierras en muchas de las cuales tuvo un papel protagonista el General Ballesteros. (4)

Como señalan los citados autores, a finales de agosto de 1811 es nombrado comandante del Campo de Gibraltar el teniente general Francisco Ballesteros, hombre de fuerte carácter con grandes dotes de mando, habilidad e intuición en el campo de batalla que había demostrado en numerosos combates contra el ejército invasor. En septiembre de ese año, los franceses planifican una ofensiva sobre la Sierra. Yunquera, Igualeja, Benaoján, Montejaque, Ubrique, Cortes… caen en sus manos en apenas una semana de combates con las partidas de guerrilleros serranos. Ballesteros iniciará el contraataque sobre Alcalá de los Gazules enfrentándose con los franceses también en las cercanías de Jimena. A primeros del mes de octubre, Ballesteros… promulga un decreto militarizando a todas las partidas e integrándolas en batallones, quedando formando los denominados batallones de “cazadores patriotas” de Casares, Jubrique, Gaucín y Cortes. (…) desde el punto de vista militar, esta reorganización no sólo era necesaria, sino que confirió una nueva dimensión al ejército de la sierra. Esta concentración y, sobre todo, control de las hasta entonces divididas fuerzas, dio una mayor operatividad y efectividad al conjunto del ejército, dejando atrás la estrategia de debilitar al enemigo mediante el acoso de las partidas y confiriéndole así la capacidad de enfrentarse en campo abierto al ejército francés. (4).

Vendrían después distintas acciones bélicas en las que Ballesteros derrotará a los franceses en Bornos y Tarifa si bien, su carrera de éxitos militares tendría un mal desenlace ya que en octubre de 1812 fue cesado por oponerse al nombramiento de Wellington como General en Jefe de todas las tropas españolas en la península. Pero volvamos a los escenarios de la Sierra y al Puerto de Gáliz.



Ballesteros, a la cabeza de una división de 4.000 hombres, a la que se sumaron numerosas partidas de guerrilleros de los pueblos de las serranías de Cádiz y Málaga, tuvo en estos parajes de la Sierra de Cádiz que hoy visitamos, así como en los cercanos montes de Ronda, significativas victorias contra los franceses. De las andanzas del general por estos territorios y, en especial, por Ubrique y su entorno, recomendamos también al lector el interesante y completo trabajo de José María Gavira Vallejo, “200 años de Guerra de la Independencia en Ubrique: Así la vieron los franceses (1811-12)” (5). Nosotros queremos centrarnos en su presencia en este paraje de Puerto de Gáliz, de la mano de lo que cuenta sobre ello el historiador arcense Manuel Pérez Regordán y de la semblanza que de Ballesteros incluyó el historiador gaditano Adolfo de Castro en su “Historia de Cádiz y su provincia”.

Pérez Regordán, en un curioso trabajo sobre el Puerto de Gáliz publicado en Diario de Cádiz (22/06/1995), señala que: “Y, en todo lo más elevado del lugar… se alza un montículo de unos 10 o 15 metros de altura, que es el protagonista de aquellos parajes. Sobre la meseta altiva, el Peñón de Ballesteros, como es conocido, destaca en la distancia".(6). Se refiere este autor al llamativo bloque rocoso de arenisca situado frente a la venta que hemos mencionado. “¿Y por qué el nombre de Ballesteros? La defensa natural que ofrecen estas sierras, donde la vegetación es riquísima, fue el elemento principal para la guerrilla, el bandolerismo y el contrabando. Es natural que, junto con la cercana Sierra de Rogitán, fuera centro de operaciones, de instrucción y de estudio para las partidas guerrilleras contra los ejércitos napoleónicos durante nuestra Guerra de la Independencia , y que aquí se guarecieran las partidas guerrilleras de don Antonio García de Veas, la de don Pedro Zaldívar –que terminó sus días luchando contra el absolutismo de Fernando VII-, la de don Gaspar Tardío y la del general don Francisco Ballesteros, del que se ocupa el gaditano Adolfo de Castro en su obra “Cádiz y su provincia”.(6)

Por su parte, Adolfo de Castro afirma de Ballesteros que “Era hombre de valor probado: nunca supo acertar a su corazón el miedo. Tenía sin embargo como general, una reputación superior a su mérito”. Sobre la forma de actuar del general y sus hombres, reclutados en los pueblos de la serranía, escribe: “Levantó muchas guerrillas en la provincia… Allegó así a muchos de los que habiendo huido de los pueblos, vivían en las sierras peregrinos de los hombres e indignos compañeros de los brutos. Su albergue era una gruta oscura que lo fue de una fiera: su lecho pieles, su alimento no el que busca el apetito, sino el que ofrece la suerte. Sin tener camino que seguir, iban siempre a donde la voluntad los gobernaba”. (7)



Pérez Regordán, sitúa en estos parajes al general, en su idas y venidas de Bornos y Ubrique a Jimena y San Roque y, es aquí donde el gran bloque de arenisca que preside el cruce de caminos de Puerto de Gáliz, se transforma en el púlpito natural desde el que el militar se dirige a sus soldados. Así, a decir de este autor: “Cuentan los ancianos que han vivido en Puerto de Galis que, en aquel montículo se subía el General Ballesteros para arengar a sus valientes guerrilleros, y de ahí su denominación de “El Peñón de Ballesteros.(6)

Las tropas de Ballesteros.

Adolfo de Castro sigue aportando pistas -adobadas de espíritu patriótico, rayando en la leyenda- de las tropas del general, a las que se unían las partidas de hombres de la sierra: "movíase veloz Ballesteros de aquí para allí, de allí a allá, ora a esa sierra, mañana a este campo. Sorprendía a los que estaban con el azadón en las manos, el sudor en el rostro y los ojos atentamente en la tierra. Incitábalos a ofender al enemigo diciéndoles que la victoria se desdeñaba de recorrer nuestras campiñas, si primero no estaban humedecidas con sangre francesa. Para los valientes no servía la fuerza de los discursos sino la evidencia de los peligros. Juntábanse a Ballesteros jóvenes robustos, mancebos de embravecido semblante, feroz vista, manos duras, brazos musculosos y cuerpo fuerte: su vestido un rustico sayal, algunos de manchadas y blandas pieles, montera en la cabeza, zurrón al hombro, cuatro o cinco piedras en él, honda que estallaba en la mano y un mal torcido cayado en la otra. Otros más militares empuñaban un corpulenta y fuerte lanza, mientras coronaba su cabeza, si no es que abrumaba sus sienes, un morrión pesado y crespo, las armas de fuego en esperanza: el enemigo que huyese en apresurada fuga o quedase muerto en la sorpresa ese había de facilitarlas: todos con la ambición de obedecer, ninguno con la de mandar sino la muerte a los contrarios". (7)

Los franceses contra Ballesteros.

Pérez Regordán se recrea en la figura del militar subrayando la popularidad que en poco tiempo adquirió lo que motivó que tres generales franceses se distinguieran en su búsqueda Godinot, Semelé y Barroux “y hasta se cuenta que Godinot, una vez que encontró de frente a las tropas del general guerrillero, se detuvo un día entero sin atreverse a atacar con sus armas de fuego contra el improvisado ejercito que tenia por armas las hondas de los cabreros y los cayados de los campesinos. Y todos estos serranos arengados en Puerto de Galis desde "el Peñon de Ballesteros" estuvieron presentes en la batalla del Cerro, en Chiclana de la Frontera, capitaneados por el teniente general Manuel de la Peña, en la que causaron al ejército francés más de 2000 bajas y 400 prisioneros. El hecho motivo la decisión francesa de tomar la plaza de Tarifa, a la desesperada porque fue allí donde se situó Ballesteros. En la hábil estrategia de los hombres que conocen el terreno, Ballesteros cruzo de noche el Guadalete y llegó hasta Bornos (el 4 de noviembre de 1811) donde sorprendió al general Semelé y consiguió más del centenar de prisioneros”.



No le falta razón a Manuel Pérez Regordán cuando escribe que: “La Sierra de Cádiz, desde Puerto de Galis, tiene ganada una bella pagina patriótica en la independencia nacional. Ningún estamento oficial ha recordado agradecerlo, pero el pueblo, ese pueblo sencillo que guarda los recuerdos contados en las antiguas gañanías o en noches de invierno, se que se ha preocupado por levantar un monumento en la palabra al general que llevó a sus abuelos a defender nuestra provincia del invasor, conociendo para siempre al peñón de Puerto de Galis por "El Peñon de Ballesteros".



Doscientos años después, no estaría mal que junto al Peñón que lleva su nombre, se situara un panel informativo recordando los hechos históricos que protagonizaron el General Ballesteros y las partidas de guerrilleros serranos por estos parajes en la conocida como Guerra de la Independencia. A buen seguro que a la “Virgen de los Milagros de Puerto de Gáliz” no le importaría.

Para saber más:
(1) Rallón, Esteban: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. IV. En los capítulos IV, XVII, XIX, XXXI se recogen distintas referencias a los monfíes.
(2) Diccionario Geográfico Estadístico Histórico MADOZ. Tomo CADIZ. Ed. facsímil. Ámbito, Salamanca, 1986, pg. 69.
(3) López-Cepero, Adolfo: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López Cepero.- Año de 1904. Escala 1:25.000
(4) Guerrero Misa L.J. y Sigler Silvera, F: (Coord.). Estudios sobre la Guerra de la Independencia española en la Sierra de Cádiz. Consejería de Gobernación y Justicia. Junta de Andalucía 2012, pg. 102-104 y siguientes.
(5) José María Gavira Vallejo, 200 años de Guerra de la Independencia en Ubrique (4): Así la vieron los franceses (1811-12).
(6) Manuel Pérez Regordán: El Puerto de Galis. “Don Francisco Ballesteros. La provincia de Cádiz en la historia y la leyenda”. Diario de Cádiz 22/06/1995, pg. 45.
(7) Adolfo de Castro: Historia de Cádiz y su provincia desde los tiempos remotos hasta 1814. Imprenta de la revista Médica, 1858. Ver el Capítulo VI: El General Ballesteros y las guerrillas en la provincia. (pg. 755-56)

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 29/12/2013

Por los Llanos de La Ina
Los paisajes del Jerez andalusí.



A nuestra amiga Mónica Castellet, siempre trabajando por La Ina.
Oh cuán agradable es El Llano (Iŷŷāna), en primavera o en otoño.
Los arroyos de agua parecen plata sobre guijarros, que se esparcen
en el fondo como perlas relucientes…

Con estos hermosos versos se expresa el poeta andalusí Ibn Lubbāl, que vivió en el Jerez del siglo XII. “Iŷŷāna“, ese idílico paraje donde los arroyos “parecen plata” y los guijarros “perlas relucientes” podría corresponderse con los actuales Llanos de La Ina. Eso es lo que sugiere el arabista jerezano Miguel Ángel Borrego Soto, el mejor conocedor de aquel Jerez andalusí cuyas huellas perviven aún en nuestros paisajes y han perdurado en el tiempo a través de la toponimia.

A mediados del siglo XII, con la dominación almohade, Jerez es una gran ciudad en la que los primeros arrabales se extienden ya fuera de su recinto murado. Más allá de la zona de olivares que rodea la población, debieron existir casas de campo, huertas y almunias, en dirección al río Guadalete, destinadas a la producción agrícola y también al recreo de sus habitantes. Vergeles y “jardines” cantados por los poetas de la época que ensalzan en sus versos el deleite y la vida placentera. Como lo hace Ibn Lubbāl.



Esa es la visión que nos ha llegado también de la mano de Ibn Said al-Maghribí, quien en el siglo XIII describe a Jerez como una “ciudad cargada de ornato, con parterres floridos”. Ibn Said, aporta también algunos datos que nos ayudan a conocer mejor el Jerez andalusí y sus alrededores y, así nos informa que:
“Jerez es una de las ciudades de al-Andalus más graciosas por fuera y por dentro que he visitado y, con frecuencia, paseado. Cuenta con edificaciones y medios de subsistencia copiosos, con gentes principales y con ricos, y, en fin, con grandes comodidades…” (1)



Para Laureano Aguilar (2), la zona del alfoz comprendida entre la ciudad y el río, pudo ser ese rincón cubierto de huertos, jardines y espacios de recreo, pertenecientes tal vez a las “gentes principales y ricos” que Inb Said menciona en sus textos. Ya en las proximidades del río, el paisaje está dominado por las alamedas, a las que también se refiere este autor.
… Entres sus alamedas figura una llamada al-Ŷāna, de hermosa vista sobre el río (Guadalete)…
Allí están también la pradera del Brocado (marŷ al-Sundusīya) y el río Guadalete (nahr Lakk) que es un río placentero con jardines y bellos paisajes que diríase compendio del río de Sevilla.



Este paraje de sotos y arboledas, próximo al río, del que ha escrito M. Ángel Borrego Soto “En la Tierra de Sidueña” es conocido -según distintas fuentes- como Aŷŷāna, Iŷŷāna o al-Ŷāna, vocablo que, para este autor “es una probable arabización del romance "El Llano" y que, se identificaría con el paraje que actualmente conocemos como Llanos de La Ina.



A describir los encantos de este lugar han dedicado hermosos versos algunos poetas andalusíes. El ya mencionado Ibn Lubbāl, (en traducción de Borrego Soto) dice en una casida, a propósito de estas alamedas:
Oh cuán agradable es El Llano (Iŷŷāna), en primavera o en otoño.
Los arroyos de agua parecen plata sobre guijarros, que se esparcen en el fondo como perlas relucientes.
Cuando su arena no está empapada de agua, nos gusta ir allí y prescindir del ámbar y los aromas.
Y hay unos higos que parecen pezones; pechos de vírgenes negras en sus pecheras.
Diríase que hay allí alcobas fulgurantes con novias reposando sobre estrados de seda. (3)



Casi un siglo más tarde, el poeta andalusí, Ibn Giyāt (m. 619 ó 620/1222 ó 1223) abunda en otra casida en imágenes que asociamos a la vida placentera y al disfrute, como leemos en traducción de Fernando Velázquez Basanta:
Acude temprano al al-Ŷāna, de buen talante,
y echa allí un trago a los sones del laúd.
¡Cuán excelente es! Diríase una novia que aparece
arrebujada en almaizares que no han tejido los dedos.
El Sol indica ya que la mañana está avanzada,
pues el rocío se confunde con los hilos de las perlas.
Es un vergel que no por nada los camaradas frecuentan,
y me buscan, pues nadie más que yo los apiña.
Que al-Ŷāna haya enseñado al grupo de enamorados
quién es el íntimo de los bellos es un buen augurio.(4)

Los Llanos de La Ina: toponimia, historia y geografía.



Una de las tesis más sólidas es la expuesta anteriormente, que hace derivar la actual denominación de “Llanos de La Ina” del vocablo “al-Ŷāna”, probable arabización del romance “El Llano”. Junto a ello, no faltan tampoco autores que, como el profesor Emilio Martín (5),
estiman que procede del árabe dialectal “ayn”, con el significado de “fuente”, o “nacimiento de agua”.

En esta misma línea se pronuncia Vicente García de Diego en su obra Toponimia de la zona de Jerez de la Frontera, donde señala que este nombre de “La Aina”, “… se supuso de origen árabe, de ain, “las fuentes”, castellanizado”. En relación a su evolución hasta la forma actual explica que “La Aina está siempre en peligro de ser mal separada por la sinalefa e interpretarse La Ina”.(6)

Conviene recordar como los topónimos derivados del árabe “´ayn” (fuente, manantial) son bastante frecuentes en distintos puntos de nuestra geografía, como, por ejemplo en la toponimia menor granadina (Martinez Ruiz) o almeriense (Bustamante Costa y Abellán Pérez). Este último autor menciona en la localidad de Albox topónimos como Aynalbir, Aynatarfa, Anacata, Aygamique… que dan nombre a otras tantas fuentes(7). En un entorno más cercano, Martínez Ruiz, en su interesante estudio sobre Toponimia gaditana del siglo XIII, recoge en fuentes árabes algunos topónimos como ´ayn al-sajra (“fuente de la peña”, hoy arroyo Jara, próximo a Alcalá de los Gazules). Este mismo autor, estudiando los documentos de amojonamiento de los términos de Vejer, Jerez y Tempul (siglos XIII y XIV), menciona otros topónimos con el mismo origen, como “…la fuente que dicen de Aain cara” (fuente del calvo, del tiñoso), o el cerro de Ynarrimacaba”, donde descubrimos también otra “yna, o ´ayn”: una fuente que da nombre a un monte. (8)



En menor medida, otras opiniones sostienen que “La Ina” pudiera derivar del vocablo “al Yanna” (el jardín, el vergel). La identificación, con las alamedas del río y los parajes de huertas y cultivos de Los Llanos, haría igualmente factible esta derivación que encuentra, por otra parte, más dificultades en la posterior evolución lingüística para traerla en el tiempo hasta la forma actual.

Como hemos tratado de mostrar, el topónimo que en la actualidad da nombre a los Llanos de La Ina, ha conocido distintas versiones hasta que se ha fijado tal como lo conocemos hoy. Desde los siglos medievales y hasta nuestros días, y por limitarnos sólo a las reflejadas en la cartografía, mencionaremos algunas de estas variantes.

La Ina en la cartografía histórica.

En el mapa de Francisco Zarzana (1787), uno de los primeros que abarca el término de Jerez, figura la “Ermita de Ayna, e Infantado”. En el de José Cardano (1809), puede leerse el topónimo de “Bega de Laina”. El mapa provincial de Francisco Coello (1868) sitúa en este lugar la “Ermita de la Aina” y en el que unos años más tarde realizará Angel Mayo en 1877 para el trazado del acueducto de Tempul, se menciona como “Ermita de Aina”. Unas décadas después (1897) el mapa de Lechuga y Florido vuelve a nominarla como “Laina”.

Ya en el siglo XX, el Plano Parcelario de A. López Cepero (1904) lo recoge como Llanos de Aina (sin artículo). En el primer mapa topográfico del Instituto Geográfico nacional (1918), puede leerse “Ermita de Laina”, como en el de Lechuga y Florido. Sin embargo, aún habrá que esperar a la edición de 1968 de este mismo mapa para que se fije el nombre con el que conocemos ahora este paraje: “Llanos de la Ina”. Siempre, y en todo caso, ligado a la conocida Ermita de Nuestra Señora de Aina, a la que otro día volveremos para contar las andanzas de Diego Fernández de Herrera en el Siglo XIV.



Sea como fuere, lo mejor es que este paraje, próximo a las alamedas y sotos fluviales del Guadalete, sigue conservando el mismo encanto que hizo exclamar a Ibn Lubbāl:
Oh cuán agradable es El Llano (Iŷŷāna), en primavera o en otoño...


Para saber más:
-(1) y (4) Abellán Pérez, J.: El Cádiz islámico a través de sus textos. Cádiz, 1996. Pg. 79-80. Traducción de Fernando Velázquez Basanta.
(2) Aguilar Moya, L.: Jerez Islámico, en “Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval”. Tomo 1. Diputación de Cádiz. 1999, p. 40-41.
(3) Borrego Soto, M. A. (2008): "Poetas del Jerez islámico", Al-Andalus Magreb, 15: 41-78
(5) Martín Gutiérrez, E.: “Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300. Pag. 277. Cita los trabajos de los profesores Bustamante Costa y Abellán Pérez sobre toponimia hispanoárabe y mozárabe del Libro de Apeo de cantoría (Almeria)
(6) García de Diego, V.: Toponimia de la zona de Jerez de la Frontera. Centro de Estudios Históricos Jerezanos. Gráficas del Exportador. Jerez, 1972.
(7) Abellán Pérez, J.: Toponimia Hispano-Árabe y Romance: fuentes para la historia medieval. Cádiz, 1999. Pgs. 18-25.
(8) Martínez Ruiz, J.: “Toponimia gaditana del siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII, Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de la muerte de Alfonso X el Sabio. Cádiz, 1983, 93-121.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Y, en particular:

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 21/12/2013

En los “elíseos jerezanos prados” con Don Quijote.
Un recorrido por los paisajes de la campiña de la mano de Cervantes




A buen seguro que todos los lectores conocen que el primero y más grande propagandista de la bondad de nuestros caldos fue William Shakespeare cuando, a través de Fasltaff, uno de los personajes de su obra Enrique IV, dice al príncipe Harry antes de la batalla aquello que, desde entonces, es el mayor de los elogios que pueda hacerse al vino de Jerez: “Si mil hijos tuviera, el primer principio humano que les enseñaría sería abjurar de toda bebida insípida y dedicarse por entero al jerez”.

Pero si el insigne dramaturgo inglés se fijo en nuestros vinos, otra de las primeras figuras de la literatura universal, su coetáneo y no menos célebre Miguel de Cervantes, lo hizo en nuestros campos. A diferencia de lo que sucedió con la famosa frase de Shakespeare, las palabras de Cervantes sobre los campos y las tierras de Jerez, no han gozado del mismo reconocimiento y han sido mucho menos recordadas, siendo tanto o más elogiosas que aquellas.

Hace tan sólo unos años, con motivo de la celebración del cuarto centenario de la publicación de El Quijote, diferentes estudios y artículos nos ilustraron acerca de la relación de Cervantes y El Quijote con Jerez y con Andalucía. Como denominador común, junto a múltiples referencias a personajes, y lugares vinculados con esta tierra, figuraba en todos ellos una hermosa cita en la que se hace alusión a



una escena recogida en el capítulo XVIII de esta obra. Se relata aquí como Don Quijote y Sancho contemplan sobre una loma dos grandes rebaños de ovejas “que a Don Quijote se le hicieron ejércitos”. Nuestro personaje, en su delirio, comienza a dar detalles de los caballeros que componen las huestes, así como los lugares de procedencia de las tropas diciendo:

"En estotro escuadrón vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivífero Betis; los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; los manchegos ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda…”

Con esas escuetas y hermosas palabras puestas en boca de Don Quijote, está refiriéndose Cervantes a los caballeros jerezanos y definiendo nuestra tierra, diciendo de ella que es un “paraíso”. Aunque el epíteto de “elíseos” siempre se asocia a “campos”, Cervantes utiliza el sustantivo “prados”, tal vez para evitar la repetición del vocablo ya que en la misma enumeración se acaba de referir a “los tartesios campos”. Sea como fuere, el más universal de nuestros escritores está equiparando nuestra tierra, nada menos que con los Campos Elíseos.

Los Campos Elíseos y la campiña de Jerez.



En la mitología griega, los Campos Elíseos eran algo parecido al cielo, al paraíso: un lugar sagrado y apacible, un territorio afortunado, donde las almas de los hombres justos, favorecidos por los dioses, llevaban una existencia dichosa y feliz. Todo ello en medio de hermosos paisajes verdes y floridos en los que reinaba una eterna primavera y donde se disfrutaban los placeres que más se habían deseado. Estos lugares deliciosos estaban surcados por el río Leteo, cuyas aguas hacen olvidar a quienes las beben todos los males de la vida.

Al calificar de “elíseos” nuestros “prados”, Cervantes no hace sino recoger una tradición, de la que encontramos muchas referencias en la historiografía jerezana, que desde antiguo se recrea en el mito de que el río Guadalete debe su nombre a aquel Leteo (también denominado Letheo o Lete), con el que lo identificaron eruditos e historiadores locales. Los campos jerezanos por los que cruza dicho río deben ser, por esa razón, los Campos Elíseos.

A comienzos del siglo XVI, el Padre Martín de Roa ya da cuenta de ello en su obra “Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera”. Así, en el capítulo XVI que dedica al Guadalete, señala (literalmente) que : “Toda la tierra que baña es por estremo fértil, apazible, téplada en el ibierno, i no rigurosa en el estio. De aquí fue la invención de los campos Elisios, donde fingieron los Poetas, que olvidadas las almas de las miserias de la



vida pasada, gozavan de otra feliz, i bienaventurada: siendo asi… que ninguna otra cosa querian significar en esto, sino, a quien cupo en suerte la abitación de esta tierra, cuya lindeza, frescura i conmodidades tales, i tantas eran, que gustandolas los Griegos inventores destas fabulas, avian olvidado su patria, i avezindadose en esta. De aquí tomó primero el nombre de Lethe, o del olvido, que es lo mismo
”. (1)

A mediados del s. XVII, Fray Esteban Rallón en su Historia de la Ciudad de Xerez de la Frontera (2), abunda también en esta idea que la historiografía más tradicional de nuestra ciudad recoge con gran profusión. Aunque lo cita en muchos pasajes de su obra, es en el capítulo XIX de su Tratado Último, titulado “Lo que los antiguos sintieron y dijeron de esta tierra y porqué eran llamados los Campos Elísios”, donde Rallón argumenta largo y tendido sobre las bondades de nuestra tierra y ubica en nuestros campos, regados por el Guadalete, este lugar mitológico. Así es como lo narra: “Está esta tierra situada debajo de tan favorables constelaciones que la ha hecho siempre apreciable a la naturaleza humana, convidando a los hombres con sus comodidades, y atrayendo sus voluntades, con tanta violencia, que les ha hecho olvidar la tierra de su nacimiento. Y así hemos de decir que los poetas antiguos, que ignoraban la bienaventuranza juzgando lo natural y que los dioses tenían algún sitio en la tierra separado para ella, no hallando otro de mayores comodidades para premio de buenas obras que este, dijeron que en él habían de gozar de descanso los que lo mereciesen



por sus buenas obras…
(pg. 184-185). En otro pasaje de esta misma obra menciona que: “Y si por algún sitio del mundo pudieron fingir los poetas de que los hombres que llegaban a él se olvidaban de sus patrias, y se quedaban a morar en él como en paraíso de la tierra, es este (refiriéndose a la tierra de Jerez) y toda la comarca de la Andalucía,… y en ellos fingieron el paraíso porque el que llegaba a esta tierra no se acordaba de otra, por lo cual llamaron río del Olvido a nuestro Guadalete, porque , como si sus aguas lo infundieran, dijeron que ellas lo suyo citaban en los que las bebían, haciendo ficción de la verdad y atribuyendo al agua lo que obra la abundancia de la tierra, la serenidad del aire, el temple de la situación, la alegría de su suelo, mar y cielo…” (pg. 174).

El historiador Bartolomé Gutiérrez, en su Historia de Xerez de la Frontera (1787) se hace también eco de los mitos relativos a los Campos Elíseos y el Leteo: “Después de pasar el Rio Letheo, que es nuestro Guadalete, viniendo de el estrecho hacia el Betis, se colocaban los Elisios campos, hasta dar con el Rio Tarteso, que es el Guadalquivir; y en nuestro Guadalete decían estaba la Barca de Acheronte, para pasr las almas del lugar que les pertenecía, según sus obras, al que presentaba buenos méritos entraba a gozar de las fertilidades, y sosiego de los Elisios campos; pero al que llevaba malos papeles lo conducía el Barquero por el Rio abajo, y dando en la entrada del Oceano con la boca del Tarteso, lo entregaba en aquella tartárea región para que fuese a penar sus delitos”. (3)



Todos estos autores publicaron sus obras con posterioridad a la aparición de El Quijote, por lo que Cervantes se debió nutrir de las numerosas referencias que aparecen en obras anteriores, que abundaban en la extendida creencia de que los Campos Elíseos y el río Leteo se ubicaban en nuestro territorio.

En un completo estudio sobre “Jerez en El Quijote” el profesor Marciano Breña recoge también esta cita y amplía la interpretación tradicional hacia otras consideraciones de gran interés. Señala así que Cervantes “…cita a los prados, pero ¿como sinónimo de viñas o en el sentido de praderas, y campiñas en general, agradables de ver y vivir?. Los califica de elíseos, equiparándolos hiperbólicamente a los campos donde, en la mitología griega, habitan las almas de los hombres tras la muerte y, de hecho, en la literatura clásica no era rara la asimilación entre la sensación que provoca el vino y la situación del alma desligada de



materia. Sin embargo el predominio de la viña en el paisaje jerezano es posterior a la época de los libros de caballería y a la de Cervantes porque su lugar estaba ocupado por el olivar y los pastos, lo que no obsta para una inveterada fama de sus vinos; pero la expresión “alegran” alguien puede traducirla sin metáfora por “embriagan”. La explicación está en el gusto por el uso de palabras y frases con doble sentido muy propio de Cervantes cuando habla por sí mismo, como precursor del conceptismo, reservando el culteranismo como modo expresivo del ingenioso hidalgo (aunque en tal caso paradójicamente éste es el que habla)
. (4)

En esta cita repara también, el profesor Francisco Antonio García Romero quien en un interesante estudio titulado “Jerez en El Quijote (y viceversa)” señala que “...era lógico que fueran “elíseos” los “jerezanos prados”, si al Guadalete se lo identificaba tradicionalmente con el Lete, el infernal río “del olvido”.(5)



Y a nosotros ya sólo nos resta recrearnos, una vez más, en nuestros campos, en las colinas y vegas de esta tierra cruzada por el Guadalete (al que hemos sorprendido estos días transformado en el mítico Leteo), en la belleza serena de los paisajes de la campiña… para acabar pensando, como Cervantes, que estos son los auténticos “elíseos jerezanos prados”.


Para saber más:
(1) Martín de Roa (1617): Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera. Edición Facsimil, Ed.Extramuros Edición S.L., 2007.
(2) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación. Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. IV.
(3) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera. Edición facsimil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol II, pg. 142.
(4) Breña Galán, M.: Jerez en El Quijote. Celtiberia.net, 13/07/2006
(5) García Romero F.A.: Jerez en El Quijote (y viceversa). Real Academia de San Dionisio.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 14/12/2013

 
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