Los baños en el río.
Un paseo por las playas fluviales del Guadalete




Si algo caracteriza de manera inequívoca la llegada del verano, es el inicio de la temporada de baños que, desde hace ya unas semanas, viene marcada por el éxodo de los jerezanos hacia las playas cercanas. Sin embargo, cuando en tiempos pasados se hablaba de “verano” y de “baños”, en lo que de verdad se pensaba era en bañarse en el río. En el Guadalete.



Los baños en el Guadalete.

Y es que las “playas de Jerez”, durante la segunda mitad del siglo XIX no eran Valdelagrana o La Puntilla, La Ballena o El Palmar… sino la ribera del río comprendida entre la Huerta de la Cartuja -junto al Monasterio- y el Vado de los Hornos. Este último lugar se corresponde con la actual barriada rural de La Corta, donde a comienzos del siglo XX se construiría un azud para los regadíos de los Llanos de las Quinientas.



Los alrededores del Puente de Cartuja y de El Portal fueron también otros parajes fluviales a los que los jerezanos acudían para bañarse en el Guadalete. El investigador de nuestra historia ferroviaria Francisco Sánchez Martínez, nos informa que ya en el verano de 1854, recién inaugurado el primer tramo del ferrocarril entre Jerez y El Puerto de Santa María, “…la empresa ferroviaria establecía un servicio especial para llevar a la gente a tomar los baños en el río Guadalete junto al muelle del Portal, los precios de ida y vuelta eran de 3 reales/v en 3ª clase, y 5 reales/v en 2ª clase”. (1)

En la segunda mitad del siglo XIX los baños en el río debieron ser muy populares y, para regularlos, el Ayuntamiento de Jerez elaboró las correspondientes Ordenanzas Municipales de Baños Públicos en el Guadalete. Esta normativa se publicaba con la llegada del verano, época en la que los jerezanos encontraban en el río el mejor lugar de esparcimiento. Su lectura detenida nos aporta curiosas referencias sociológicas de esa época en la que todavía no estaban de moda los baños de mar. Como ejemplo de ellas, sirvan las correspondientes al año 1873 en las que se incluyen artículos realmente llamativos:

Art. 281. La temporada de baños en el río Guadalete durará desde el 16 de julio al 8 de septiembre ambos inclusive. Antes ó después de esta fecha sólo podrán bañarse los que justifiquen por certificación facultativa la necesidad de hacerlo, adquiriendo al efecto el competente permiso. El Alcalde podrá, sin embargo, anticipar el principio de la temporada ó hacerla más duradera, si la estación ó cualquiera otra circunstancia aconsejase alguna de estas variaciones.

Art. 282. Para los baños al aire libre se señala el espacio que hay entre los sitios llamados Vado de los Hornos y Huerta de la Cartuja, reservándose a toda hora para las mujeres una cuarta parte del dicho sitio, a contar desde el primer punto.

Art. 283. No podrán establecerse cajones para baños sin permiso previo de la alcaldía, siendo de cargo del que lo solicite, sufragar los gastos de reconocimiento pericial que se efectúe y hacer todo lo que se le prescriba para la debida seguridad de los bañistas.

Art. 284. Se prohíbe que se bañen los niños si no van acompañados de personas mayores: así como que lo hagan juntas personas de distinto sexo, aún cuando estén casados. Los individuos pertenecientes á establecimientos de Beneficencia necesitarán además el permiso de sus jefes.

Art. 285. Todos los bañistas quedan obligados á usar, según su sexo, el traje que la decencia prescriba, prohibiéndose además cruzar el río á nado, promover juegos ó alborotos dentro del agua, y en absoluto todo hecho ó dicho ofensivo á la moral.

Art. 288. En el Puente de Cartuja y sitio del Portal, se bañarán los caballos y demás bestias con absoluta prohibición de ejecutarlo en otro punto. En estos mismos sitios y otros no señalados para baños de personas podrán los laneros, tintoreros, etc., lavar los efectos propios de sus artes y oficios durante la temporada de baños, verificándolo en las demás épocas donde lo crean más conveniente.

Art. 289. Los que contravinieren las disposiciones de este capítulo incurrirán en la multa de 2 a 25 pesetas, según los casos
.”

La Corta y los alrededores del Puente de Cartuja, fueron lugar habitual de baños hasta la década de los 60 del siglo pasado, época en la que los vertidos urbanos e industriales convirtieron al río en una cloaca. En una de las fotografías que ilustra esta entrada, puede verse a nuestro viejo amigo Pepe Salas, disfrutando de un baño con sus amigos en el río en la década de 1950. Parajes como los de La Greduela, Bucharaque (en La Barca), Tablellina, en las cercanías de la Junta de los Ríos… fueron otros tantos lugares de baños en el Guadalete, antes de que la contaminación terminara con ellos.

Baños en el río en El Puerto de Santa María.

En El Puerto de Santa María, junto a los baños de mar en la Playa de La Puntilla, el verano se anunciaba también con los baños en el Guadalete. Como ha estudiado el historiador portuense Enríquez Pérez Fernández (3), existen ya noticias de regulación municipal de los baños en el río desde 1816, cuando se concedió en exclusiva a la Casa de Niños Expósitos la facultad de instalar barracas, cajones y aposentos para los baños "aplicando su producto al aumento del salario de las nodrizas o amas de cría y a las demás urgencias y necesidades que padece la casa y los inocentes niños".

Pero será a partir de 1860 cuando empiezan a adquirir más relevancia. La temporada se iniciaba con el verano, por San Juan, debiendo ponerse fin a la misma después de la Virgen de los Milagros, el 8 de septiembre. Como sucedía en Jerez, también en El Puerto hombres y mujeres ocupaban espacios diferenciados, estableciéndose multas de cuatro ducados a los hombres que fueran sorprendidos en la zona reservada a las mujeres. En esta época operaban tres empresas de baños en el río y una en La Puntilla, lo que da idea de la importancia de los baños en el Guadalete frente a los de mar. Para facilitar los baños en el río y evitar los peligros de las corrientes, se instalaban en la orilla barracas y una pasarela que comunicaba con una estructura de madera techada, situada en el río, donde se encontraban los baños flotantes, con cajones sumergidos que impedían que los bañistas pudieran ser vistos (4).

Entre las escasas imágenes que se conservan sobre aquellos baños en el río destacan por su espectacularidad las del arquitecto y fotógrafo jerezano Francisco Hernández-Rubio, rescatadas por Adrián Fatou y que pudimos admirar hace unos meses en la magnífica exposición “Arquitectura de una mirada”. Realizadas en los primeros años del siglo XX, se observan en ellas los bañistas en la orilla del río, a los pies del antiguo Puente de San Alejandro, con las salinas al fondo, desde el que se lanzan al Guadalete los niños y jóvenes en atrevidas piruetas (5).

También en El Puerto –como en Jerez- el Guadalete quedará vedado para el baño a partir de la década de los 60 del siglo pasado, como consecuencia de la contaminación de sus aguas. Habrá que esperar hasta julio de 1995, tras más de una década de lucha por la recuperación del río y la puesta en marcha de un Plan de Saneamiento, para que los colectivos ciudadanos y ecologistas integrados en la Federación Ecologista Pacifista Gaditana, celebren la fiesta “El Guadalete empieza a vivir” dándose un simbólico “baño popular” en las aguas del río Guadalete que empieza, por fin, un proceso de lenta recuperación.

Una bañista de excepción: Fernán Caballero.



De la mano de una de nuestras más renombradas escritoras decimonónicas, Fernán Caballero, podemos hacernos una idea muy aproximada de cómo eran aquellos baños en el ríoGuadalete a mediados del siglo XIX. Lo describe con detalle en una de sus novelas más célebres “Un verano en Bornos”, escrita en 1850.

Cecilia Böhl de Faber se deshace en elogios hacia esta localidad serrana señalando los baños en el río Guadalete como uno de sus atractivos: “Este pueblo es muy lindo y tiene un indisputable aire señorito (así traduzco el come il faut francés).

Se deja ver que la esplendidez con que Cádiz en otros tiempos esparcía, y aún tiraba el dinero, lo hizo llegar a este apartado lugar, al que vendrían aquellos millonarios que sabían serlo, á buscar el bienestar y la salud que procuran sus aires puros, sus hermosas aguas y los baños de su río, suaves y tónicos á un tiempo, por afluir a él en estas cercanías algunas fuentes minerales
”.

En su Carta VII descubrimos las “casetas” de baño de la época y la curiosa forma en que se construían y utilizaban: “Hemos empezado los baños en el río. Según la costumbre establecida aquí, nos han hecho una choza anfibia, esto es, que se asienta en la orilla y se prolonga en el río. La parte acuática está sin techar, pues nos bañamos á la caída de la tarde, cuando ya el sol ha descendido; sus cuatro paredes de cañas, castañuelas y junco vano, unidas por una tomiza de palma y sujetas á unos postes con jical de esparto, forman una florida alberca de agua corriente y tibia, muy preferible á las de alabastro con sus estancadas aguas. El buen hombre que la hizo, dejó en el fondo una puerta abierta para que la persona que quisiese pudiese salir al río; pero mi madre me había prohibido hacerlo, porque, aunque no es profundo, le habían advertido que tenía ollas, esto es, unos hoyos en que es muy fácil caer y ahogarse la persona que no sepa nadar” (6).

En las distintas cartas que componen “Un verano en Bornos”, Fernán Caballero menciona en muchas ocasiones estos baños en el Guadalete: “…el río y el aire son bienes comunes; cada cual puede disfrutarlos sin acreditarse por eso de socialista”, llega a decir en una de ellas. En su carta VIII resume lo que suponen para ella los baños, a través de uno de sus personajes: “Luisa mía: nada me prueba tanto como la benéfica influencia que sobre mi han ejercido estos aires y estos baños, como lo hace el bienestar moral de que por grados voy gozando”.

Las playas fluviales en la actualidad.



Hoy día, los baños en el Guadalete y en algunos de sus arroyos tributarios son una rareza… pero aún existen puntos donde se practican de la mano de nuevas instalaciones. Entre las pequeñas “playas fluviales” o parajes donde los vecinos acudían a bañarse mencionaremos las que existían en las riberas del Bocaleones o del Arroyomolinos. En este último arroyo encontramos la “Playita de Zahara”, nombre con el que se conoce a la adecuación recreativa instalada en su cauce hace apenas veinte años, donde la construcción de una represa en el cauce del arroyo ha dado lugar a una “piscina” natural de aguas cristalinas que cuenta con distintos servicios para facilitar el baño.

Aguas abajo de la presa de Zahara, se construyeron hace unos años pequeños azudes para crear una lámina de agua permanente en el Guadalete y facilitar el baño. Son los casos del Puente de la Nava en Algodonales y de La Toleta, en las proximidades de uno de los accesos a la Vía Verde, en Puerto Serrano. Ambos se encuentran hoy deteriorados. Atrás quedan los tiempos en los que familias enteras acampaban en las alamedas junto al puente viejo de La Nava, conocido como “el de los americanos”, para pasar unos días de “veraneo” junto al río y bañarse en sus aguas.



En la cuenca del Majaceite, uno de los rincones preferidos por los bañistas eran las inmediaciones del Puente del Arroyo del Astillero, muy cerca del poblado del Charco de los Hurones. Este lugar llegó a contar con instalaciones recreativas dependientes del Ayuntamiento de Jerez, hoy en estado de abandono. Aguas abajo, este mismo arroyo tenía otra zona para baños muy concurrida hace unas décadas, antes de que las aguas del embalse



de Guadalcacín la cubrieran: los alrededores del viejo puente del Picao, entre Tempul y Algar. El embarcadero de Bornos,  que ha estrenado playa de arena este año, y el Club Naútico del Santiscal, en el embalse de Arcos son también otras zonas donde pueden verse bañistas.



En los últimos años, han surgido dos nuevas instalaciones a orillas del embalse que nos permiten disfrutar del contacto con la naturaleza, de los deportes acuáticos y del baño. Se trata del complejo del Tajo del Águila en Algar (con embarcadero, piscina, alojamientos rurales…) y la conocida como “Playa de San José del Valle”, (actualmente se realizan mejoras) una adecuación creada en las cercanías de la presa de Guadalcacín que cuenta con playa artificial acotada para el baño y embarcadero con piraguas, canoas y barcas.

¡Qué tengan ustedes un buen verano!

NOTA: La foto que encabeza este post pertenece a la exposición de Francisco Mariscal y muestra bañistas en La Corta en el año 1937

Para saber más:
(1) Sánchez Martínez, F.: “El Portal, su muelle, el arrecife a Jerez y el Ferrocarril (II)”, Diario de Jerez, 11/06/2013.
(2) Clavero, J. García Lázaro, A. y Grupo Entorno.: El Guadalete Empieza a Vivir. F.E.P.G., Consejería de Obras Públicas. 1996.
(3) Pérez Fernández, Enrique.: El vergel del Conde y el Parque Calderón: historia de dos paseos de El Puerto de Santa María. Biblioteca de Temas Portuenses. Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, 2000.
(4) “Los baños de mar en El Puerto”. Diario de Cádiz, 20/07/2008. De este artículo hemos tomado la ilustración de las casetas de baño en el río.
(5) De la exposición “Arquitectura de una mirada. Francisco Hernández-Rubio, fotógrafo” comisariada por Adrián Fatou hemos tomado la fotografía que muestra a un joven saltando al río Guadalete desde el Puente de San Alejandro que ilustra la portada del libro-catálogo.
(6) Fernán Caballero.: Un verano en Bornos. Gráficas El Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asociación de Amigos de Bornos. Pgs.161-162, 201-211 y 215.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte: Río Guadalete, El Paisaje y su gente, El Paisaje en la literatura, Paisajes con historia

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 29/06/2014

Salinas con historia junto a Estella del Marqués.
Un paseo por Las Salinillas




A  Paco Giles y Santiago Valiente, amigos y maestros.

En estos días azules que nos regalan los primeros días del verano, cuando el calor aprieta, nos gusta visitar algunos pequeños humedales de nuestro entorno cercano para “descubrir” el pequeño tesoro que encierran sus aguas: la sal. Eso era al menos lo que pensaban nuestros convecinos cuando, en los siglos medievales, acudían a estas pequeñas lagunas salobres que se reparten por los alrededores de la ciudad para abastecerse de esta indispensable sustancia.



En próximas salidas recorreremos algunos de estos humedales salinos, centrándonos hoy en uno de los más conocidos, el de Las Salinillas, situado en los Llanos de La Catalana junto a Estella del Marqués.

Humedales salobres en torno a Jerez.

Junto a las lagunas más conocidas de nuestro entorno (Medina, Los Tollos, Canteras, Tejón, lagunas de El Puerto), la mayoría de ellas de agua “dulce” y de carácter permanente, existen en las cercanías de la ciudad no pocas lagunas o zonas encharcables de carácter estacional que, a diferencia de aquellas, presentan en sus aguas elevadas concentraciones de sal que, en algunos casos, permiten calificar a estos humedales como “salados”. El material geológico que forma su sustrato o que está presente en los terrenos circundantes de estas pequeñas cuencas endorreicas, está integrado principalmente por yesos y margas de edad triásica, con alto contenido en sales que, al ser disueltas por las aguas superficiales, confieren este “carácter salado” a numerosos arroyos y pequeñas lagunas de buena parte de la provincia (1).

Por señalar sólo algunos ejemplos de parajes donde podemos encontrar este tipo de pequeñas lagunas, mencionaremos la que puede observarse junto al Arroyo de la Loba, -al inicio de la carretera del Calvario, a mano izquierda- que en los meses de verano, apenas aprieta el calor y el agua se evapora, nos muestra su fondo blanquecino, con una película de sal que delata la naturaleza salobre de sus aguas. Este rincón entre viñas, conocido también como Las Salinillas, es quizás uno de los más representativos de los que pueden encontrarse en las cercanías de la ciudad.

Otras zonas encharcables, donde se forman pequeñas lagunas estacionales con presencia de la vegetación propia de terrenos ricos en sal las encontramos junto a la Cañada del Amarguillo, en las proximidades de los Cortijos de Roa La Bota y Fuente Suero, en el Rincón de La Tapa, junto al cortijo de Espanta Rodrigo, en la Cañada de Morales, en Doña Benita y La Matanza, en las cercanías del Cortijo de Vicos… Todas ellas tienen en común que la naturaleza del suelo sobre el que se asientan, o las laderas que forma parte de su “cuenca de recepción”, están constituidas por materiales del triásico, como se ha dicho, de carácter margoso, ricos en yesos y sales.



Sin embargo en pocos lugares queda en evidencia este alto contenido salino de las aguas como en el paraje de Las Salinillas (de similar nombre que el primero que citamos), próximo a Estella del Marqués, del que nos vamos a ocupar hoy.

Por los Llanos de La Catalana.

La mejor forma para acceder al lugar, o bien para contemplarlo desde la distancia, es tomando la carretera que une Estella del Marqués con Lomopardo. Si salimos de la primera población, al poco de abandonar el casco urbano observaremos a la derecha de la carretera una hondonada, rodeada de viñedos. En los meses de verano nos llama la atención una lámina blanca de sal que ocupa el lecho de una pequeña laguna estacional que durante buena parte del año se forma en este lugar. Tomando un carril a la derecha, (frente al que se dirige a la Venta La Dehesa) podremos llegar fácilmente hasta Las Salinillas, por cuyos llanos cruza la gran tubería del Acueducto de Abastecimiento de agua potable de la Zona Gaditana, procedente del pantano de Los Hurones después de haber pasado por la Potabilizadora de Cuartillos. Esta conducción, actualmente cubierta por un “muro” de tierra, hubo de ser reconstruida por que la naturaleza salobre de estos suelos, encharcados buena parte del año, actuaron como elemento “corrosivo” de los elementos metálicos de la misma.

Rodeado de viñedos y de tierras de labor, el fondo de este pequeño valle -por el que discurre también el Arroyo Salado de Caulina, en paralelo a la Autopista Sevilla Cádiz-, ha formado una pequeña cuenca donde se embalsa el agua sobre el sustrato “impermeable” de las margas y arcillas triásicas, ricas en sales, que ha dado origen a esta pequeña laguna salada. Estos materiales pueden apreciarse, por ejemplo, en el cercano parque periurbano de Las Aguilillas. Las laderas sobre las que se desarrolla el viñedo (hacia Lomopardo) son de tierras albarizas (Mioceno), mientras que los materiales geológicos que encontramos en el otro lado de la vaguada, hacia Estella del Marqués, son de origen más moderno (Plioceno) y de consistencia más arenosa. Un curioso “corte geológico” que nos permite apreciar la naturaleza de estos últimos materiales puede verse en las paredes rocosas, cortadas a pico, junto a la entrada de la Venta La Cueva, en Estella (2).

Unas salinas con historia.



Una vez en Las Salinillas, observaremos que las zonas más encharcadas, mantienen la típica vegetación lagunar (tarajes, juncos, carrizos…), mientras que las que se secan en verano, más ricas en sal, presentan algunas de las especies propias de los terrenos salobres, entre las que sobresalen las salicornias (Salicornia ramosissima) (3).


Es también frecuente la presencia de aves propias de terrenos inundados destacando por su fidelidad al lugar las cigüeñuelas que pueden verse casi con total seguridad cuando visitamos el humedal.



Entre los fangos cuarteados de las orillas o la zona central de esta pequeña laguna, se forma, cuando se evapora el agua, una lámina de sal que lo cubre todo y que justifica claramente el topónimo con el que desde la Edad Media es conocido este paraje: Las Salinillas.



La utilización de las aguas, fangos y sales para diversos fines está documentada ya desde el siglo XV. El profesor Emilio Martín Gutiérrez, recoge varias citas referidas a Las Salinillas.

En una de ellas, fechada en 1434, se menciona un amojonamiento realizado por Alfonso Núñez, juez de términos, en el que se alude a esta laguna salada, ubicada en las cercanías de Jerez que era utilizada por los vecinos “para echar las ruedas de las carretas en el agua de las dichas salinas”. Se conseguía así el doble efecto de ajustar mejor las piezas, al “hincharse con el agua” y conservar mejor la madera por efecto de la sal.

En otra cita, referida a un amojonamiento realizado por el licenciado Francisco Cano en 1524, se hace también alusión a unas “salinas” en la zona de la “Dehesa de la Catalana o del Salado”, en las proximidades de la “pasada del Salado”, que se identifican con este paraje de Las Salinillas, donde se también se extraía sal para su consumo en la población (4).



Para quienes se acerquen a este paraje, conviene recordar que pese a la apariencia firme del suelo del lecho de esta pequeña laguna cubierta por algunos rincones de una costra de sal, los fangos son muy superficiales y su aspecto puede llamar a engaño, ya que es fácil que se se nos hundan los zapatos en el barro húmedo que se esconde bajo la película de sal, en especial en las cercanías de los manantiales a los que no conviene acercarse mucho. Los lugareños cuentan como no faltan ejemplos de animales atrapados en los fangos salobres e incluso relatan como un burrillo se hundió en la boca de uno de los manantiales debido a la fragilidad del suelo. Sean o no ciertos estos comentarios, conviene tenerlos en cuenta.

Las Salinillas es un paraje singular muy cercano a la ciudad, cargado también de historia, que bien merece una visita.

Para saber más:
(1) Gutiérrez Mas, J.M. et al.: Introducción a la Geología de la Provincia de Cádiz. Universidad de Cádiz. 1991
(2) Mapa Geológico de España. Hoja 1.048. Jerez de la Frontera. Instituto Geológico y Minero de España. 1988.
(3) Sánchez García I. et al. : Guía de las plantas acuáticas de las reservas naturales de las lagunas de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Cultura y Medio Ambiente. 1992
(4) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otras entradas sobre Paisajes con historia y Lagunas y humedales "entornoajerez"...

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 28/06/2015


Los árboles de la ciudad se visten de verano.




En el campo, en los montes y en las zonas más agrestes de nuestras sierras, el inicio del verano se manifiesta en la vegetación arbustiva y arbórea con la aparición de los primeros frutos y, en general, con las señales, ya evidentes de la sequedad de la tierra y del ambiente. Sin embargo, en la ciudad, muchos de los árboles ornamentales que pueblan nuestras calles, plazas y parques, se muestran en estas semanas, cuando un nuevo verano comienza, con sus mejores “galas”. ¿Nos acompañan a comprobarlo?

A la sombra de las tipuanas en flor.

Las tipuanas (Tipuana tipu) tan abundantes en calles y avenidas, provistas ya sus copas de un denso follaje, nos ofrecen ahora su espectacular floración. Exhiben estos árboles sus pequeñas y hermosas flores amarillas que contrastan con el verde intenso de sus hojas y alfombran el suelo cuando caen, dando color a las aceras. Por el contrario, las jacarandas (Jacaranda mimosaefolia), que un mes atrás se vestían de gala y cubrían el suelo con sus corolas azulinas, apenas muestran ya sus últimas flores mientras sus copas se van poblando de hojas nuevas, entre las que llaman la atención sus peculiares frutos, aún verdes.

Los jaboneros de la China (Koelreuteria paniculata y K. bipinnata), están también presentes en muchas de nuestras calles, y apuntan ya los primeros “farolitos”, esos peculiares frutos formados por tres valvas, que cuelgan del árbol en numerosos ramilletes y en cuyo interior se formarán las semillas. No es de extrañar que esta especie sea también conocida como “árbol de los farolitos”, por la singular forma de sus “frutos”. En algunos ejemplares (junto a Sementales, por ejemplo) aún pueden verse también sus grandes panículas, inflorescencias de más de treinta centímetros de longitud formadas por numerosas flores de color amarillo, que despuntan en su copa y que durante los meses de mayo y junio, hacen de estos árboles uno de los más llamativos de nuestros paseos.

Más escasas, pero igualmente llamativas, son las parkinsonias (Parkinsonia aculeata). Su copa presenta un aspecto ligero y poco denso, debido al diminuto tamaño de los foliolos de sus hojas compuestas, que cuelgan de sus ramillas espinosas y, por lo general, péndulas, dando un aspecto casi transparente a su follaje. En estos días de comienzo del verano, las parkinsonias se muestran más hermosas que nunca, exhibiendo en sus copas sus racimos de flores con corolas de un intenso color amarillo salpicado de pequeñas manchas rojas.

La fragancia de las sóforas.

Una mención especial merecen las sóforas (Sophora japonica), árboles que jalonan muchas de nuestras calles y que crecen en casi todos los parques de la ciudad. Durante buena parte del año, estos árboles caducifolios que nos recuerdan a la falsa acacia, pasan desapercibidos. Sin embargo, desde primeros de junio, sus copas se cubren de pequeñas y delicadas flores de color crema amarillento, dispuestas en inflorescencias (panículas) que despiden un delicado y agradable perfume, mostrándose realmente hermosos.

Bajo las copas de estos árboles, el suelo de las aceras o de los paseos se alfombra literalmente de estas pequeñas flores, cuyos colores contrastan con el verde intenso de las hojas, ofreciendo así una hermosa combinación en estos días de comienzos del verano. En las aceras de la Ronda Este, o en las de la calle Santo Domingo (entre otras muchas) puede verse esta “alfombra de flores” y disfrutar de su aroma bajo el techo sombreado de las copas de las sóforas.



gualmente llamativos resultan en estos días los aligustres (Ligustrum japonicum, L. lucidum), que pueden verse también en toda la ciudad.

Desde comienzos de junio se visten con sus llamativas y olorosas inflorescencias, compuestas de cientos de diminutas flores de color blanco amarillento. En algunos árboles llegan a cubrir toda la copa, despidiendo una suave fragancia.



Distintas especies de acacias (“mimosas”) muestran también sus llamativas inflorescencias amarillas que, en ocasiones, llegan a cubrir literalmente la copa, ofreciendo entonces un aspecto espectacular. Así sucede, por ejemplo, en la Acacia karroo, también conocida como carambuco, que junto a la “fiereza” de las estípulas espinosas que posee en sus ramas, se cubre de densos ramilletes de flores amarillas. Más frecuentes en los alrededores de la ciudad y más raras en nuestros parques, estas acacias, junto a otras “mimosas” que crecen en los jardines y paseos arbolados (A. retinodes y A. cyanophylla, sobre todo) ponen una nota de color en estos días de verano.

Albizias, lagunarias, tilos…



Pocos árboles pueden presumir de flores tan vistosas y llamativas como la acacia de Constantinopla, especie también conocida como árbol de la seda (Albizia julibrissin). Sus flores, que alcanzan su máxima belleza a finales de mayo, están dispuestas en umbelas terminales y muestran sus numerosos estambres de un llamativo color rosa que va perdiendo intensidad a medida que maduran. En estos primeros días de verano, la mayoría de estos árboles muestran ya las flores con un aspecto menos vistoso y dejarán paso, progresivamente a unas legumbres que nos recuerdan a las del árbol del amor. Las lagunarias (Lagunaria patersonii), que eran muy escasas en nuestras calles, están siendo plantadas en los últimos años en muchos de los nuevos paseos. Esta especie, conocida también vulgarmente como “árbol del pica-pica”, podemos verla, por ejemplo, en la calle Porvenir, en Madre de Dios o frente a la Ermita del Cristo de la Expiración. Su copa es piramidal y densa y sus hojas son de un color verde pálido, con envés tomentoso entre las que resaltan, en estos días de inicio del verano, sus flores rosadas. Muy llamativas, estas flores son de mediano tamaño y se presentan solitarias. Por su forma nos recuerdan, salvando las distancias, a las del hibisco. En muchos de estos árboles las flores han dejado ya paso a los primeros frutos.



Espectaculares se muestran también en estos días los sauzgatillos (Vitex agnus-castus), un arbusto de la familia de las verbenáceas que llena su copa con hermosos racimos terminales de flores azules en estos días de comienzos del verano. Los vemos en San Joaquín, en la C/ José Cádiz o en el Parque de Puertas del Sur. En este mismo lugar las copas del pino carrasco (Pinus halepensis) muestran ya sus nuevas piñas, aún verdes que conviven junto a las del verano anterior. Pero sin duda, lo que más llama la atención en este parque, son los contados ejemplares de árbol de las llamas (Brachychiton acerifolius) que el paseante puede localizar desde la lejanía, entre la confusión del ramaje de la densa arboleda de este parque, por lo impactante de su floración que transforma su copa en una espectacular explosión de color. Las flores de este curioso árbol, traído a comienzos de los 90 del siglo pasado de los viveros de la Expo de Sevilla, son muy vistosas, de un intenso color rojo carmín, creciendo en racimos axilares que aparecen, habitualmente, cuando el árbol está casi sin follaje. Las pequeñas flores, acampanadas, de 1 cm de diámetro y con su cáliz glabro, tapizan literalmente el suelo del parque y de los paseos ofreciendo una hermosa escena.



Muy llamativos resultan también en estos días, los olmos de bola (Ulmus minor var. Umbraculífera) que crecen en muchas calles de la ciudad (Ronda del Pelirón, calle Fresa…) y que llaman la atención del paseante por la forma globosa. Si en invierno nos mostraba sus numerosas ramas delgadas, a comienzos de verano lo vemos vestido con un denso y apretado follaje que realza su llamativa copa esférica. Acabamos, para no hacer interminable esta relación, con los tilos (Tilia sp.) que aunque más escasos, están representados en las calles de la ciudad por distintas especies. Los de la calle Pizarro (Tilia x vulgaris), junto a la barriada de La Plata, nos muestran ahora las brácteas de color blanco verdoso que contrastan con el verde más intenso y oscuro de sus hojas y que aparecen una vez que ya se han perdido las flores. De estas brácteas cuelgan sus característicos frutillos globosos.

Volveremos en otoño a recorrer los campos, los bosques y las riberas “en torno a Jerez” para recrearnos en los frutos y en los colores con los que las hojas de los árboles y arbustos se cubren en esta estación.

Que pasen ustedes un buen verano.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otras entradas sobre Flora y fauna, Árboles singulares, Miscelánea "entornoajerez"...

 
Subir a Inicio