Por las riberas de La Greduela.
Rosalinas y “capas rojas” en un singular paraje junto al Guadalete.



En los Llanos de la Ina el Guadalete discurre lento, trazando su curso meandriforme por una extensa vega aluvial formada por los sedimentos que, a lo largo de los siglos, el río ha ido depositando en cada crecida, en cada desbordamiento. Tras pasar el Puente de La Greduela, el río enfila hacia los cercanos cerros que limitan al norte su amplio valle y al llegar a sus pies, en las cercaníass del Cortijo y Palomar de La Greduela, cambia bruscamente de dirección describiendo un gran meandro que deja en su seno las tierras conocidas como Haza del Calvo.

El paseante que desde el Puente de Cartuja toma la carretera en dirección a La Ina, divisará a la izquierda, apenas cuando ha recorrido un km, los cortados que el río ha tallado al encontrarse en su marcha con los cerros de la Greduela y de Los Yesos.

La acción erosiva de sus aguas ha socavado la base de estas lomas dando lugar a unos pequeños pero llamativos escarpes que entrevemos tras la alameda desde la lejanía, en los que nos llama la atención la singular coloración de sus laderas, con tonos blancos y asalmonados.



La naturaleza de los materiales geológicos que constituyen estos cerros queda en evidencia en este paraje donde se observan unos llamativos estratos de margas y margocalizas de tonalidades blancas y rosadas. Estas curiosas rocas, pertenecientes al Cretácico Superior, son conocidas también como “capas rojas” o “capas de Rosalinas”. En ellas, la erosión fluvial y las aguas de arroyada han labrado profundos surcos y curiosas formas. Los estratos, alternan capas bien definidas, en grosores que varían desde unos centímetros a varios decímetros, como puede apreciarse en numerosos puntos de estos escarpes.



Por la singularidad geológica de este paraje, bien merecería algún tipo de protección antes de que pudieran ser destruidos por futuras canteras para la extracción de áridos, como ha sucedido con otros enclaves cercanos, apenas unos cientos de metros Guadalete abajo.

Donde da la vuelta el río.



Este lugar, que a nuestro juicio pasa por ser uno de los rincones con mayor encanto paisajístico de la vega baja del Guadalete, está escondido literalmente tras las arboledas del río. Apartado de los caminos habituales, podremos llegar hasta él cruzando el Puente de La Greduela y caminando sobre la mota de la orilla derecha del río hasta la base de los cerros, en un corto paseo de quince minutos en el que recorreremos poco menos de kilómetro y medio. Si se prefiere, desde las cercanías de Lomopardo puede tomarse el carril que lleva a las antiguas canteras, en un recorrido algo más largo y que, al atravesar en parte por una finca privada, requiere permiso. Los escarpes, visibles desde la mencionada carretera de La Ina, están coronados por manchas de monte bajo con la típica vegetación mediterránea donde predominan acebuches, lentiscos y palmitos.



El pequeño paseo que proponemos recorre la ribera escoltado por álamos, sauces y fresnos en su primer tramo. Una vez que dejamos atrás el Palomar de La Greduela, siguiendo la mota junto al río, llegaremos a los pies de los cerros en una cómoda y corta caminata. En este paraje “donde da la vuelta el río”, nos llama la atención la peculiar coloración de los estratos margosos y margocalizos, que alternan capas blancas y rojas.



Si las primeras recuerdan en su textura a la albariza, sobre la que crecen nuestros viñedos, las segundas nos sorprenden con sus rocas de aspecto terroso de suaves tonos rosas, rojizos, y asalmonados que, como en una paleta de pintor, las aguas de arroyada han mezclado con las tierras blancas dando lugar a toda una curiosa gama de colores en los que unos y otros se confunden.

La acción erosiva de las aguas superficiales que bajan desde los cerros cercanos ha abierto en los escarpes cárcavas, surcos, embudos, canalillos, pequeñas oquedades, entrantes y salientes… creando así formas redondeadas de suaves perfiles y variados colores que, a la sombra de los sotos fluviales o con los claroscuros de la luz tamizada por los árboles, hacen de este paraje y de estos cortados, un rincón con un encanto especial.



Buena parte de ello se debe, sin duda, a esta alternancia de capas blancas y rojas y en especial a la presencia de estas últimas. Las “capas rojas” son sedimentos muy extendidos por toda la región mediterránea que sin embargo, en los alrededores de Jerez, pueden verse en pocos lugares. Junto a estos cerros, afloran también en las proximidades de Baldío Gallardo, en unos cortados junto al cortijo del mismo nombre de los que se extrajeron materiales para la construcción de la autovía Jerez Los Barrios. Estas rocas sedimentarias están formadas por la agrupación de restos fósiles de caparazones de “rosalinas”, animales microscópicos pertenecientes al orden de los foraminíferos. Los geólogos han estudiado la microfauna asociada a estos materiales, entre la que desatacan especies como Globotruncana conica, G. contusa, G. stuarti o G. arca, entre otros. Sus restos, fueron depositados en el Cretácico Superior (entre 70 y 65 millones de años atrás) en fondos marinos alejados de la costa. El lento, pero inexorable trabajo de los agentes geológicos, ha dado lugar a estas llamativas capas que hoy afloran superficialmente.

Entre los sotos fluviales.



A los pies de estos pequeños escarpes, el río Guadalete discurre mansamente y hay puntos en los que su cauce se estrecha a menos de 10 m. En la parte cóncava del meandro, junto a este paraje, desagua por la derecha el Arroyo de Morales, que recoge las aguas superficiales de una pequeña cuenca formada entre los cerros de Lomopardo, Los Yesos, La Sierrezuela y la zona de la Cañada de Morales donde aún se conservan laderas con restos de monte bajo en conexión con la ribera. Las huellas de la capacidad erosiva y de arrastre de este pequeño arroyo, así como de otras torrenteras menores que desaguan en este punto, pueden verse aquí en forma de grandes depósitos de cantos, amontonados entre la arboleda.

En el punto en el que uno de estos arroyos se une al río se ha formado una flecha de gravas y cantos rodados que se adentra en su cauce, estrechándolo y rellenando su fondo. En el estiaje, cuando los caudales del Guadalete disminuyen, casi puede cruzarse a la orilla izquierda por este punto debido a que el fondo del lecho fluvial aparece relleno de cantos rodados aportados por el arroyo formándose un vado natural.



Aguas arriba y abajo de este lugar se han formado también pequeños islotes en el centro del río, en forma de huso, originados por el depósito de sedimentos sobre las gravas y por la posterior colonización de los mismos por tarajes, sauces y álamos.



Si nos apartamos de la orilla del río y subimos a cualquiera de los pequeños promontorios que se asoman a la ribera, tendremos como recompensa magníficas vistas sobre los sotos fluviales del Guadalete, que discurre aquí escoltado por una frondosa alameda.



Estos parajes de nuestro río, tan cercanos a la ciudad y tan desconocidos, son de gran belleza y a su singularidad geológica, suman la existencia de unas riberas bien conservadas y llenas de vida.



Por eso nos gustan tanto y por eso reclamamos para ellos una mayor protección y el mayor de los cuidados.

Localización


Ver mapa más grande

Para saber más:
- Mapa Geológico de España. Hoja 1.062. Paterna de Rivera. Instituto Geológico y Minero de España. 1987. pg. 18-19
- Fuente de la ilustración de Globotruncana s.p.

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Otros enlaces que pueden interesarte: Geología y Paisajes, Parajes naturales, Río Guadalete.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 25/10/2015

Viejos puentes en viejos caminos (y II).
Los puentes del Guadaxabaque y el Matarrocines




En el artículo anterior hacíamos un recorrido por los viejos puentes y alcantarillas del Arroyo Salado, un curso fluvial que desde la Sierra de Gibalbín drena los Llanos de Caulina, al este de Jerez, para unirse al Guadalete en las cercanías del Monasterio de La Cartuja.



Hoy vamos a ocuparnos de los arroyos de Guaxabaque y Matarrocines que discurren por las tierras situadas al oeste y al sur de la ciudad y que, por tanto, debían ser cruzados por los caminos que conducían a Rota, los Puertos o el Portal.

No es de extrañar que fuese necesario construir sobre ellos pequeños puentes de los que ya nos da cuenta el Bartolomé Gutiérrez, en su “Historia de Jerez” (1756) donde relata que “… de los otros arroyos que ay en las Playas de San Telmo y camino del Puerto, tenemos en cada uno dos puentes, dos en Guadaxavaque, y dos en Mata Rosines, las unas para el camino del Puerto y las otras para el transito de las Playas por el nuevo arrezife que oy se esta haziendo como también un famoso muelle para el embarcadero y descarga de Naves y Carruages que allí concurren” (1). Este mismo historiador da cuenta de que en 1755 comenzaron las obras del arrecife o camino que unía la ciudad con el embarcadero de El Portal y el Puerto de Santa María, a través de las playas de San Telmo, noticia que recoge también Joaquín Portillo. Esta obra fue de gran importancia y contó con la autorización y respaldo real “…para cuyo efecto vino de la Corte don Tomás Geraldino; y para costearlo, dio el rey don Fernando VI, hermano de don Carlos III, facultad para que vendieran 450 caballerías de tierras de los baldios de esta ciudad; y con efecto se ejecutó con asistencia del corregidor que lo era el marqués de Alcocébar. Dicho arrecife se acabó por octubre de 1756”, como señala Portillo. (2)

Aquellos puentes del Guadajabaque y el Matarrocines.



El camino atravesaba los terrenos del actual “Polígono Industrial El Portal” cruzando el arroyo de Guadajabaque en un paraje próximo a la actual Estación Depuradora de Aguas Residuales, para llegar después al embarcadero de El Portal. Posteriormente continuaba hacia el Puerto de las Cruces, en dirección a El Puerto de Santa María debiendo cruzar antes el arroyo de Matarrocines en el punto que hoy lo vemos, procedente de las faldas de la Sierra de San Cristóbal, discurriendo en paralelo a la Cañada del Carrillo. En este mismo lugar se construiría a mediados del siglo XIX un sólido puente de cantería, con sillares de arenisca de las canteras de la cercana sierra de San Cristóbal, sobre el que cruzaba la carretera general Madrid-Cádiz antes de que se le diese el nuevo trazado por la conocida cuesta de “Matajaca”. Este puente del Matarrocines aún puede verse bajo el renovado tablero que se colocó sobre él, estando ubicado junto a otro nuevo, de rasante más elevada, que se construyó recientemente para evitar las inundaciones que este caudaloso arroyo sigue provocando en los años lluviosos.

Otro de los antiguos puentes mencionados por el historiador Bartolomé Gutiérrez, es el que aún se mantiene sobre el arroyo Matarrocines en las proximidades de la viña de Matacardillo y el cortijo de Espanta Rodrigo. El puente se encuentra en la actualidad en un preocupante estado de conservación, pero aún sigue “prestando servicios” ya que sobre él discurre hoy día una vía pecuaria, a modo de camino de servicio de la autovía de El Puerto. Este puentecillo se construyó en el siglo XIX y, probablemente, sustituyó a otro de factura anterior para acoger el nuevo camino que, por la conocida “Trocha” acortaba la distancia entre Jerez y el Puerto a través de la cuesta de Matajaca y el Puerto de Buenavista.



Madoz, describiendo los caminos entre Jerez y El Puerto en 1843, y después de señalar que el principal es el que pasaba por El Portal, se refiere igualmente a esta última vía de comunicación y apunta que “también hay otro camino carretero, aunque sin concluir, desde el Puerto a Jerez, que pasa por el puerto de Buena-vista, y disminuye la distancia en unos ¾ de legua”. Por este mismo autor conocemos que “...como proyecto de nuevo camino en esta provincia puede considerarse la modificación, propuesta hace más de 6 años, en la línea de carretera general comprendida entre Jerez y el Puerto de Santa María. Consiste en la ejecución de un trozo de carretera de más de 1 ¼ de legua de long. Desde la primera de aquellas dos ciudades, hasta empalmar con la carretera general en el punto llamado Revuelta de Buenavista a 1 y media legua de distancia de El Puerto de Santa María; con lo cual se conseguiría tener la comunicación directa más corta entre estas dos poblaciones; evitando el considerable rodeo que da la carretera general, con el objeto de que pase por El Portal… Esta obra fue propuesta a la Dirección general de caminos y aprobada por el Gobierno, bajo el presupuesto de 1.036.700 rs. e que se reguló su costo; pero hasta ahora no se ha puesto en ejecución por carecer sin duda de los fondos necesarios para ello” (3).

El camino se trazó en los años posteriores y el puente de Matarrocines, que sufrió diferentes reparaciones, queda como testimonio de la importancia de esta vía de comunicación que desplazó definitivamente a la que pasaba por El Portal. El viejo puente, al que sería necesario proteger antes de que se arruine (ya se han desplomado y perdido sus pretiles), nos muestra todavía su sólido arco de doble rosca de ladrillos colocados de canto o “a sardinel”, esto es, mostrando su lado mayor y unidos por sus caras anchas y en disposición radial.



Semioculto por los tarajes y los carrizos, con el telón de fondo de la Sierra de San Cristóbal, las viñas de Matacardillo y las tierras bajas encharcables de Espanta Rodrigo, el modesto puente del arroyo de Matarrocines ha sobrevivido al paso de los tiempos y a los embates de las arroyadas.



A lo que no podrá vencer otra vez será a los ataques de las excavadoras que en una reciente limpieza del cauce del arroyo han destruido parte de su arcada. A eso y a la desidia de quienes debieran protegerlo.

El “Puente Romano” de la Cañada de la Isla.

Otro antiguo puente que se conserva en las cercanías de Jerez es el conocido como “Puente romano” de la Cañada de la Isla. La mayoría de los viajeros que desde El Portal se dirigen a Puerto Real o al área recreativa de la Dehesa de La Yeguas por la llamada “Carretera de Bolaños”, reparan en un llamativo cartel que puede verse a la altura del km. 7, a la izquierda de la vía: “Cocodrilos Kariba”. Muchos conocen que se trata del indicador que anuncia los accesos a la única Granja de Cocodrilos de Europa. Más desapercibido, sin embargo, pasa un panel informativo que en este mismo lugar indica la presencia de los restos de un “puente romano”.



A juzgar por el aspecto de la construcción, el viejo puente de la Cañada Real de Arcos a Puerto Real como señala el cartel, nos recuerda más a una obra medieval o a un puente de los siglos XVIII o XIX, similares a los que hemos visto en Arcos en el arroyo Salado de Espera, o al ya mencionado del Matarrocines. Conocido también como “Alcantarilla del Salado”, el puente conserva todavía la embocadura así como buena parte de sus pretiles y su arcada principal, formada por dos roscas de ladrillo que se asientan firmemente en estribos de sillares de cantería. En su parte superior, todavía se aprecian los restos de la última reforma que quiso reforzar con hormigón su tablero, señal inequívoca de la utilidad que, hasta hace sólo unas décadas, prestó este viejo puente.

Esta alcantarilla permitía el cruce del Arroyo Salado de Puerto Real, que corre por entre las tierras de La Carrascosa, el Cerro de La Tinaja y La Zarza, buscando el Río San Pedro, en las cercanas marismas del antiguo estuario del Guadalete. Formaba parte de la Cañada de Arcos a Puerto Real, cuyo tramo jerezano es conocido como “Cañada Real de la Isla o de Cádiz y Puerto Franco” que arranca en el Puente de Cartuja, para seguir hasta aquí un trazado muy similar al de la actual carretera de Bolaños. Si bien hoy tiene un papel secundario, este camino fue, en otros tiempos, de gran importancia para la comunicación de nuestra ciudad con las poblaciones de la Bahía, ya que hasta la construcción de los primeros puentes sobre el Guadalete y el San Pedro en el Puerto de Santa María, ésta era la principal vía terrestre para llegar a Cádiz, a través del Puente Suazo, bordeando el estuario y las marismas (4).

Algunos autores sostienen que, un trazado parecido al que lleva en este tramo la Cañada Real de la Isla, era el que posiblemente seguía una calzada romana (tal vez un ramal de la Vía Augusta) que procedente de Gades y Ad Pontem (Puente Zuazo) bordeaba la marisma y cruzaba el Guadalete, camino de la campiña. Conviene recordar que en las proximidades de este viejo puente, se han encontrado diferentes enclaves con restos de alfarerías romanas (El Tesorillo, Barja, Bolaños, La Zarza)… que nos permiten imaginar que, efectivamente, esto fuese así.

¿”Puente romano”? Los restos que se conservan apuntan a una obra más reciente, que tal vez tuvo pudo tener su origen en los primeros siglos de nuestra era, cuando la presencia romana en estas tierras está más que confirmada. En todo caso, el paraje bien merece una visita para observar los restos de la vieja alcantarilla, escondida entre lentiscos y acebuches, que podremos completar con un paseo por los senderos señalizados en las cercanías del puente. Desde aquí podemos enlazar con la Cañada Real del Camino Ancho. Esta vía forma parte del Parque de las Cañadas de Puerto Real, integrado en la red Andaluza de Vías Pecuarias. Viejos caminos que discurren por parajes donde se conserva el matorral típico del monte mediterráneo, entre pinos, lentiscos y acebuches que nos esperan para ser recorridos y en los que estos antiguos puentes son uno de sus principales alicientes.



Para saber más:
(1) Gutiérrez, B.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol. I P. 47-48.
(2) Portillo, Joaquín.: Noches Jerezanas. Tomo I, p. 153. Jerez. 1839.
(3) Diccionario Geográfico Estadístico Histórico. MADOZ. Tomo CADIZ. Edición facsímil. Ámbito Ediciones. Salamanca, 1986. pp. 79 y 85.
(4) González Rodríguez, R. y Ruiz Mata, D.:Prehistoria e Historia Antigua de Jerez”, en Caro Cancela, D. Coord.: “Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval”. Tomo 1. Diputación de Cádiz. 1999, p. 135-136 y 153-154.
Para todo lo relacionado con las obras públicas en el Siglo XVIII recomendamos la lectura de Arquitectura y Urbanismo en el jerez del Siglo XVIII, de Fernando Aroca Vicenti. C.U.E.S.-Caja San Fernando. Jerez 2002 y en especial el Cap. III, 4. pp. 149-159.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 18/10/2015

Viejos puentes en viejos caminos.
Un recorrido por antiguos puentes y alcantarillas en torno a Jerez.



Hace unos días, la inauguración del Puente de la Constitución de 1812 en la bahía de Cádiz ha sido noticia nacional e internacional por la magnitud y grandiosidad de esta gran obra pública que figura ya entre las más destacables de su género a nivel mundial.

Sirva esta breve referencia al mayor de nuestros puentes para proponerles un recorrido en la historia por otros mucho más modestos. Lamentablemente, entre los diferentes elementos singulares que integran el patrimonio de nuestro entorno rural, apenas quedan ya vestigios de aquellos viejos puentes que durante siglos, cumplieron un papel fundamental en la red de vías de comunicación que conectaba Jerez con las ciudades vecinas. Caminos y puentes son, probablemente, los primeros y más básicos nexos de unión entre territorios y pueblos, razón por la cual han sido construidos y mantenidos en buen estado de conservación desde la más remota antigüedad. Sin embargo, pocas obras públicas han estado expuestas a tantas vicisitudes como los puentes y, salvo excepciones (como el puente de Cartuja, obra del siglo XVI) la mayoría de ellos no han resistido el paso del tiempo.

Los puentes son, como acertadamente han dejado escrito distintos autores, unas de las primeras “víctimas civiles” que toda guerra trae consigo. Sin embargo no ha sido esta la principal razón por la que apenas queden ya restos de antiguos puentes y alcantarillas en nuestros ríos y arroyos.



El motivo principal de la ruina y destrucción de muchos de ellos hay que buscarlo en el carácter torrencial de los cursos fluviales que discurren por nuestro entorno y en el abandono de los caminos tradicionales. Con el trazado de nuevas vías, se dejó de mantener y reparar estas obras que un día fueron tan necesarias. El lamentable olvido y la falta de protección de estos elementos singulares de nuestro patrimonio, han hecho el resto del trabajo y, en algunos casos, han contribuido más a su deterioro que siglos de arroyadas y avenidas.

Puentes y alcantarillas con historia.

A través de la historiografía local podemos seguir el rastro del legado de la caminería medieval y la pequeña historia de algunos pequeños puentes que permitían salvar los arroyos cercanos a la ciudad. Muchos de ellos se siguieron utilizando, con las necesarias reparaciones, hasta los siglos XVIII y XIX en los que se inicia la renovación de la extensa red de caminos de la comarca que, en lo sustancial de sus trazados, ha llegado hasta nuestros días.



Puentes, alcantarillas, pontones, tajeas… eran todas obras de diferente naturaleza y finalidad que posibilitaban cruzar ríos, arroyos y otros cauces menores, como lo permitían también las “barcas”, de las que nos ocuparemos en otra ocasión, o los peligrosos vados y pasadas, por los que atravesaremos otro día nuestros ríos. De algunos de estas obras medievales da cuenta el profesor Juan Abellán en un interesante estudio sobre los puentes y caminos del Jerez del siglo XV (1). Se mencionan en él la alcantarilla que sobre el arroyo Guadaxabaque mando construir la ciudad a comienzos del siglo XV a expensas del molinero Simón Ruiz de Torres, quien había edificado una casa molino sobre dicho arroyo. El azud construido para retener las aguas provocaba inundaciones río arriba que impedían el cruce de los vecinos para ir desde la ciudad a sus propiedades situadas en los actuales pagos de Torrox, Anaferas y Parpalana por lo que se hizo preciso levantar aquel puente. En dicho estudio se informa también de la construcción de otro puente de madera para cruzar el arroyo Salado en dirección hacia Arcos “por el camino que va a las caleras”. La obra se llevó a cabo en un lugar que en la actualidad se corresponde, aproximadamente, con el paraje donde se sitúa el puente de la carretera de Cortes que cruza este arroyo a la altura de la Venta Las Cuevas en Estella del Marqués.



Muy cercano a la ciudad, otro pequeño puente del que tenemos noticia es el que permitía el paso del arroyo de Curtidores en el entorno de la Ermita de Guía, en las proximidades de la Puerta Nueva del Arroyo, tal como puede apreciarse en diferentes grabados del siglo XIX en los que se conserva testimonio gráfico de su aspecto y de su emplazamiento. Una parte de la calzada que lo cruzaba salió a la luz en los trabajos arqueológicos que se realizaron cuando se construyó un enorme edificio residencial en este mismo emplazamiento. Esta obra permitía salvar el arroyo al camino que desde Jerez conducía a las cercanas poblaciones de El Puerto de Santa María, Sanlúcar y Rota. Existen también sospechas fundadas de que bajo la Alameda Cristina puedan existir los restos de un pequeño puente que permitiría sortear el arroyo que discurría por los alrededores de los muros y que trazaba su curso en el Jerez medieval por las actuales calles Porvera, Honda y Arcos (2).



Las alcantarillas del Salado.

Dejando a un lado las referencias al más célebre de nuestros puentes, el de Cartuja, al que volveremos en otra ocasión de la mano del completísimo estudio que sobre él ha realizado Manuel Romero Bejarano, tal vez sea el arroyo Salado de Caulina (conocido también con los nombres de Salado de Cuenca, Badalejo, Badalac, Badalae, Albadalejo…) el más citado en las fuentes documentales. Refiriéndose a este arroyo, que desemboca en el Guadalete junto al Monasterio de la Cartuja, el historiador Bartolomé Gutiérrez (1756) señala que: “Tiene este referido Badalae dos puentes, una dilatada por el passo del Hato de la Carne; y otra en la atraviesa desde Cartuxa al Puente Grande, que es indispensable camino de toda la costa desde Puerto Real y Cádiz hasta Alcalá, Ximena y toda la Serranía y costas del mediterráneo, por ser este tránsito el alambique por donde deben pasar quantos fueren y vinieren de una y otra marina Atlántica y Mediterranea” (3).



El primero de los puentes mencionados permitía el paso del Salado en el Hato de la Carne, paraje situado en los Llanos de Caulina, en las proximidades del actual cruce de las autovías de Arcos y Sevilla. Por este lugar pasaban el río los caminos que se dirigían a la Torre de Melgarejo, Arcos y Bornos, casi por el mismo lugar en el que hoy se cruza este arroyo que, en años lluviosos ha llegado a arrastrar sólidos puentes (ver fotografía). El segundo de los citados, quizás el más conocido después del de Cartuja (“el Puente Grande”), era la llamada “alcantarilla del Salado”, que estuvo situada en un punto muy próximo al lugar por el que en la actualidad cruza este arroyo el puente por el que se accede a Viveros Olmedo. Desde este mismo puente, aguas abajo, se aprecian aún los estribos de dos de esos viejos puentecillos, uno de los cuales estuvo en servicio hasta comienzos del siglo XX.



Esta alcantarilla del Salado, que aparece también reflejada en antiguos mapas y planos, era para la ciudad de Jerez de una gran importancia estratégica, por ser de paso obligado para acceder también al puente de Cartuja y a los caminos que se dirigían a Medina, Vejer, La Puente y Cádiz. No es de extrañar por ello que a lo largo de los últimos seis siglos existan abundantes referencias documentales acerca de las numerosas reparaciones de las que fue objeto.



El profesor Abellán, en el estudio anteriormente mencionado, informa que ya en la sesión concejil del 10 de junio de 1457, se dan instrucciones para que el regidor Íñigo López, junto al jurado Alfonso de Trujillo, acompañen a los “alcaldes de los alarifes de esta ciudad que vean la dicha alcantarilla e vean lo que es menester para reparar bien la dicha alcantarilla e lo traygan por escripto para que ellos lo vean” (4). La ruina del puente debió de continuar al menos un año más, a juzgar por las noticias que de él nos da el historiador Bartolomé Gutiérrez quien informa al respecto que “en 14 de septiembre se trató de componer la Alcantarilla del salado que va a Medina y destinaron para ello por Diputados a Pedro de Sepúlveda y a Alfonso de Trujillo, que fue el que dio el aviso para que con los Alarifes entendiesen en su fábrica. Era obrero de los muros de Xerez Fernan Ruiz Cabeza de Vaca 24 de Sevilla y Regidor de Xerez su Patria” (5). Tras numerosas vicisitudes, en las que se narra como el puente estuvo en ruina durante unos años en los que los vecinos arrancaban sus piedras para “enriar lino”, parece que, como indica Abellán, la obra se había reparado ya en 1466.

En los siglos posteriores se siguieron realizando numerosas obras de mantenimiento y reformas. De algunas de ellas nos da cuenta el historiador Joaquín Portillo en su obra “Noches Jerezanas”, donde se apunta que “… el año 1706, siendo corregidor don Andrés Santo de Rosas, y diputado del pósito don Diego Suárez de Toledo y Torres,… se reedificó la alcantarilla del Salado… y últimamente, por acuerdo del constitucional Ayuntamiento de 1837, siendo alcalde 1º don Juan Esteban Apalategui, se renovaron las alcantarillas del antedicho Salado y se consumó su arrecife. Empezó la obra el 17 de agosto, y se concluyó el 9 de noviembre, gastándose en tan preciosa y útil alcantarilla que tiene 80 pasos de largo, 83.193 ½ reales, siendo director el arquitecto don Manuel Zayas, y diputados don Juan Antonio Zalazar y don Sebastián Benítez…” (6). En esta última referencia parece apuntarse la existencia de dos puentecillos, los mismos de los que aún se conservan los arranques en el cauce del Salado, junto a Viveros Olmedo.



En el Museo Arqueológico de Jerez se conserva una lápida que recuerda la reedificación de la alcantarilla del Salado en 1706 a la que aludía Joaquín Portillo. La transcripción de la misma es la siguiente:



“REINANDO EN ESPAÑA LA MAG(ESTAD) DE D(ON) FHELIPE 5 POR AC(UER)DO DE LA M(VY) N(OBLE) I M(VY) L(EAL) CIV(DAD) DE XEREZ DE LA FRA S(IEN)DO SV COREXIDOR EL SR D(O)N ANDRES ANTO(N) DE ROZAS MARQ(VE)S DE AÑAVETE COM(ENDAD)OR DE TOROBA DEL ORDEN DE CALATRABA CAVA(LLERI)ZO DE S(V) MAG(ESTAD) SVPERINT(ENDEN)TE E REN(TA)S R(EALE)S DE ESTA z(IVDAD) I PARTIDO CAV(ALLER)O 24 DIP(VTA)DO DE POSITO EL SR D(ON) DIEGO SVAREZ DE TOLEDO I TOR(R)ES SE REDIFICARON ALMAZ(ENES) AZUDAS CANNALES MPLINO PVENTE I LA DE LA ALCANTARIL(LA) DEL SALADO AÑO DE 1706”.



El próximo domingo, continuaremos en nuestro recorrido por los viejos puentes y alcantarillas en torno a Jerez, visitando (o recordando) los que se levantaron en en los arroyos de Matarrocines y Guadaxabaque, o en la cañada de la Isla para salvar el Salado de Puerto Real.

Para saber más:
(1) Abellán Pérez, J.:Construcción y reparación de estructuras viales. Jerez de la Frontera en el siglo XV”. Estudios sobre Patrimonio, Cultura y Ciencias Medievales, nº 3, vol 1, pp. 7-21, 2002.
(2) Montero, V.:La historia de Jerez, a golpe de “click””. Diario de Jerez, 14/11/09/. Recogiendo declaraciones de la directora del Museo Arqueológico de Jerez, Rosalía González
(3) Gutiérrez, B.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol. I P. 47-48.
(4) Abellán Pérez, J.:, obra citada, pg. 15.
(5) Gutiérrez, B.: Obra citada, T.II, p. 29.
(6) Portillo, Joaquín.: Noches Jerezanas. Tomo I, p.98 y p. 153. Jerez. 1839.
Para todo lo relacionado con las obras públicas en el Siglo XVIII recomendamos la lectura de Arquitectura y Urbanismo en el jerez del Siglo XVIII, de Fernando Aroca Vicenti. C.U.E.S.-Caja San Fernando. Jerez 2002 y en especial el Cap. III, 4. pp. 149-159.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 12/10/2015

 
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