Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza.
La Batalla de los Cueros (y 2).




Como contribución a la conmemoración del centenario de la muerte de nuestro gran escritor, el Padre Coloma (1851-1915) iniciamos la semana pasada un recorrido por las tierras comprendidas entre el Guadalete y el cerro de El Mojo de la mano de uno de sus relatos, “La Batalla de los cueros”, que recrea un episodio bélico que tuvo lugar en 1325 en las Dehesas de Martelilla. Los benimerines se enfrentan aquí a los jerezanos que, con el auxilio de los cordobeses, resultarían vencedores en un desigual combate que a punto estuvieron de perder. La historiografía tradicional jerezana se refiere a este enfrentamiento con el nombre de Batalla de los Potros, de los Cueros o de La Matanza, nombre este último que ha pervivido en la toponimia de la zona.

Retomamos el relato que comenzamos en nuestra anterior entrega en el momento en el que los caballeros jerezanos se disponen a partir para la batalla. Aunque en ninguna de las “Historias de Jerez” más célebres, se hace alusión a personajes ligados a esta acción de armas más allá del alcaide Simón de los Cameros, Coloma llena de “nombres” la escena e incluye en la nómina de ilustres que acuden a la contienda a lo más granado de la nobleza jerezana del momento: Diego Pavón, Herrera, Fernán Núñez-Dávila, Alonso Fernández de Valdespino -el del Salado-... No faltaban tampoco a la cita caballeros como Garci-Pérez de Burgos, Juan Gaitán Carrillo, el hijo de Pérez Ponce de León, Mateo –“el de los buenos fijuelos”… Aunque si alguna presencia subraya nuestro escritor en este momento épico es la de Gutiérrez Ruiz de Orbaneja, quien ya de avanzada edad, se presentaba a la batalla sin armadura “por no poder soportar su peso”. (1)

Con Simón de los Cameros por el camino de Vejer.

La salida de la ciudad de las tropas jerezanas se realiza por la Puerta Real (“la del Marmolejo”) y de acuerdo a la treta estudiada, evitan el camino de Medina, ocupado ya en las inmediaciones del río por el campamento enemigo. Sigamos, con Coloma, el itinerario de los jerezanos:



Caminaban, en gran silencio los de Jerez, siguiendo el camino de Vejer, para tomar luego el de Medina y coger al moro por la espalda. Marchaba delante el alcaide, montando un trotero, que por caparazón llevaba una gran piel de tigre, despojo de un jeque moro, cuyas manos pendían anudadas en las cadenas del pretal, con garras de oro; seguíanle en dos alas los de a caballo, guardando en medio los peones que llevaban el recuaje de potros cerriles, que por consejo de Dávila, habían de tomar parte en la batalla. Hallábanse los moros en su real, allá junto a la laguna de Medina, tan confiados en su valor o desdeñosos del ajeno, que no se dieron cuenta del enemigo que llegaba ya al alcance de sus azagayas".

Una vez llegadas las tropas al paraje donde pueden sorprender por la retaguardia a los benimerines, acampados en las inmediaciones del actual cerro de El Mojo, deben mantener una tensa espera hasta el amanecer como bien relata Coloma: “Pedía la prudencia treguas al valor de los nuestros, y sólo bramando de coraje pudieron mantenerse en sosiego hasta el cuarto del alba, que se aprestaron a la pelea atando a los potros cerriles, no zarzas y cambrones, sino cueros crudos que a prevención llevaban.



En la ciudad, es noche cerrada cuando llegan a la Puerta de Sevilla, sin ser esperadas “…gran número de gentes de guerra, que llegaban a la barbacana refuerzo del muro… -¡Córdoba por Jerez! -sonó una voz hidalga al pie del muro. Eran las gentes de Córdoba, que sin ser llamadas, venían en auxilio de sus hermanos en Dios, en Patria y en Rey.”

Coloma se recrea aquí en la actitud valerosa de la alcaidesa y en la generosidad de los cordobeses que, en mitad de la noche, cansados y fatigados, rechazando el descanso que los jerezanos les ofrecen “… piden un adalid que los guíe, porque no admite la guerra espera: pasan el río al trote del peonaje, y hacen alto en un cerro, desde donde atalayan al moro, esperando den señal de la pelea los nuestros que del lado de allá se hallaban”.

El auxilio de los cordobeses.

Ya está a punto de amanecer. Los cordobeses en las inmediaciones del Cerro del Viento, junto a la Laguna de Medina, los meriníes en la Dehesa de Martelilla, los jerezanos en las tierras de El Mojo. Dejemos que lo cuente Coloma:

De repente rompe el traidor silencio una tremenda algazara de trompetas y vocerío, atabales y rugidos, y con tal furia y empuje arremeten los nuestros al moro, que por tres cuartos de hora prolonga la polvareda las sombras de la noche: huyen los potros cerriles arrastrando con estrépito los cueros que los azotan y espantan; créceles el asombro con la carrera, y tal pavor infunden en los caballos agarenos, que con su propio espanto descomponen el real.

-¡Santiago! -gritan los nuestros; y al despertar despavorido el moro, no acierta a proferir su antiguo grito de guerra.

Trábase al fin la lucha con tal ventaja del cristiano, que ya muerden el polvo siete sarracenos, sin que Dávila saque la lanza de la cuja. Más lejos se revuelve Herrera como bueno; da un tajo y se abre camino, y por un quijote que le arrancan, arranca al moro tres banderas y mil vidas.



Aterrada la morisma huye hacia Jerez sin tino, y va a dar en las lanzas cordobesas, que con tal furia la reciben, que no parece causa ajena, sino propia la que mueve sus bríos. Cejan luego hacia Margarigut el antiguo, aldea entonces de Pedro Gallegos, propia de Valdespino; mas allí los siguen cordobeses y jerezanos, que aun no se conocen, pero que con rabia igual los alancean.

Allí cayó, roto el pecho y la jacerina, el hijo de Juan Gaitán, que aun el bozo no le apunta: diole el polvo de la batalla mortaja de caballero, y no faltó quien guardase a su madre la Sarmiento, la lanza rota del mancebo; y a su dama Inés Zurita, unas tranzaderas verdes que hizo la sangre rojas.

Crece el furor mientras más cerca halla la victoria, y tanta sangre corre en aquellos sitios, que borra para siempre su antiguo nombre, grabando en su vez el terrible de Matanza. Vencida, pero astuta siempre la morisma, huye a guarecerse en unos arroyos secos: mas allí la alcanza la rabia del cristiano, y corre aún bastante sangre para dar corriente al cauce vacío, y a aquella tierra, ebria de sangre mora, el nombre de Matanzuela.

La noche corre aterrada a contar a otras naciones las proezas de la nuestra, y cuando el día asoma medroso, encuentra el pendón de Ismael roto, la Cruz en alto, y sembrado el campo de cadáveres, que cubrían, puesta de pie, la lanza más larga que había en el campo: la de aquel buen López de Mendoza, que tuvo luego, en sus armas la gloria del Ave-María.

Y allá más tarde, cuando cordobeses y jerezanos, jurándose hermandad eterna, arrojan a los pies de la Virgen de la Merced, que desde entonces lo fue de los Remedios, un puñado de banderas moras, cubiertas de sangre cristiana como de reliquias, y de sangre agarena como de trofeos, escribe la fama en su libro la batalla de los Cueros, y grita al mundo con sus cien trompetas. Todo lo alcanza el valor si la fe lo mantiene.


Por las tierras de La Matanza.



Con los ecos del relato del Padre Coloma, hemos vuelto a recorrer en estos días, cuando se cumple el centenario de su muerte, estos parajes.

No soplan ya vientos de guerra en las tierras de La Matanza, sino los vientos de levante que mueven las aspas de los enormes aerogeneradores instalados en el parque eólico de Doña Benita. Lentiscos, palmitos y acebuches crecen en la Cañada Real de Lomopardo o de Medina, que sigue todavía recordando el antiguo camino por donde circulaban las tropas.



No vienen ya por El Mojo y por Baldío Gallardo las mesnadas de los benimerines, ni amenazan algaras los llanos de La Ina.



No se talan ya los olivares y encinares de las dehesas de Martelilla, donde pace plácidamente, ajena a los sangrientos episodios de la historia, la vacada que lleva el nombre de este afamado hierro por toda la geografía taurina.



Nada queda ya de la aldea de Margarihut (la alquería del “prado de los judíos”), la que pasó a denominarse después de la batalla Aldea de Pero Gallegos. Nada salvo los apacibles prados de La Matancilla, salpicados de aerogeneradores.



Nadie acampa ya, sino las aves migratorias, en las laderas de la Laguna de Medina, en las arboledas de El Sotillo, junto al Saldado y al Vado de Medina.



Y en el Cerro de la Cabeza del Real y las colinas de Lomopardo, donde un día se plantaron las tiendas de los benimerines, se cubren hoy sus albarizas de girasoles, de trigos y de vides.

Para saber más:
(1) Las citas textuales están tomadas de Coloma, Luis. La Batalla de los Cueros. Episodio Histórico. Imprenta de la Revista Jerezana. 1872. Otra edición de 1876 puede consultarse en la red.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con : Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza. La Batalla de los Cueros (1), El paisaje en la literatura, Paisajes con historia, Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 24/05/2015

Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza
La Batalla de los Cueros (1)




En aquellos tiempos de grandes virtudes y grandes vicios, pero que tan rara vez, conocieron ruindades ni mezquinas pasiones; cuando el Rey Sabio acorralaba la morisma y aún no lloraba sus querellas, aparece en la historia el Jerez cristiano y caballero, como el terrible vigía de la frontera, ceñido de murallas, coronado de laureles sangrientos, enarbolando una cruz, y cobijándola con un pendón, sobre el que los siglos y la sangre han escrito una epopeya. El tiempo cubrió con su polvo de majestad aquellas glorias, y el olvido y la indiferencia las enterraron luego, sin que un epitafio las eternice, ni un poeta las cante, ni un historiador diga a los que tras nosotros vienen, que antes que rico y poderoso, fue Jerez noble, leal y heroico.

Con ese arranque “épico” da comienzo el relato “La Batalla de los Cueros. (Episodio Histórico)” de Luis Coloma, (Jerez, 1851- Madrid, 1915), escritor, periodista y jesuita, uno de los jerezanos más célebres, de quien recientemente se ha conmemorado el centenario de su muerte. Desde entornoajerez, queremos sumarnos modestamente a esta efeméride trayendo el recuerdo de una de sus obras y recorriendo los escenarios en los que la historiografía jerezana sitúa unos hechos que tuvieron lugar casi siete siglos atrás.

En “La Batalla de los Cueros”, como en otras obras, muestra Coloma su afición por los cuadros de época y la historia novelada sin renunciar al carácter moralizador que imprime a muchos de sus relatos. Aunque ha conocido muchas ediciones posteriores, vio la luz en 1872 en el diario El Porvenir de Jerez en el que colaboraba nuestro todavía joven escritor. La historia tuvo una amplia difusión tras su publicación en un cuadernillo de 36 páginas, prologado por Fernán Caballero, y editado por la Imprenta de la Revista Jerezana (1), en cuyos talleres se elaboraba el citado periódico. Con su versión de “La Batalla de los Cueros” Coloma intenta rescatar un hecho con trasfondo histórico para dar mayor lustre a las “Glorias de Xerez”, como reza en la portada.

La descripción de episodios bélicos, de batallas, refriegas y escaramuzas entre “moros y cristianos” ocupa un lugar preferente en todas las obras de carácter histórico que desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX, se han ocupado de nuestra ciudad. Especial relevancia cobra el periodo correspondiente al reinado de Alfonso XI, donde destacan las batallas de Majaceite (1314), Ayna (1339) o la de Los Cueros (1325), por citar sólo algunas. Esta última, de la que hoy nos vamos a ocupar siguiendo el relato del Padre Coloma, es también conocida como batalla de Los Potros o de La Matanza, y es una de las más referidas por todos los historiadores locales.

El marco geográfico donde tiene lugar la acción comprende los parajes situados entre el Vado de Medina (actual puente de Cartuja) y las tierras de El Mojo y Baldío Gallardo. Los llanos de Las Pachecas y de la Ina, la Laguna de Medina, el viejo camino de Vejer, las Dehesas de Martelilla, las laderas y colinas próximas al Cerro de El Mojo… son el escenario de la “batalla” que, más allá de las licencias literarias de escritores e historiadores, ha dejado para siempre su huella en la toponimia de la zona, con un nombre rotundo y esclarecedor de lo que



allí, de una otra manera sucedió: La Matanza. En estas tierras aún permanecen, siete siglos después, los topónimos de La Matanza (Cortijo, Arroyo, Pago, Cerro), La Matanzuela y La Matancilla.

Los historiadores locales relatan que en 1325 la ciudad se encuentra amenazada por un gran ejército musulmán que hostiga con sus incursiones las localidades cercanas realizando talas y saqueos en los campos de Arcos y Lebrija. Acampado entre el Guadalete y Martelilla, realiza permanentes acciones de castigo en las tierras más cercanas a Jerez llegando a las puertas de sus muros.

El alcaide, Simón de los Cameros, solicita ayuda urgente a la ciudad de Sevilla ante la evidente inferioridad de las fuerzas cristianas para no sucumbir ante los continuos embates de las tropas meriníes.



Desde Sevilla no puede prestarse el socorro reclamado y, ante la falta de respuesta es preciso actuar, por lo que se decide hacer frente al ejército musulmán utilizando una estrategia que la historiografía tradicional jerezana ha relatado con aires de leyenda.

En síntesis, ante lo menguado de las tropas cristianas, se decide salir con el amparo de la noche dando un rodeo y tomando el camino de Vejer, para sorprender al enemigo en su retaguardia, llevando con todo el sigilo posible a cuantos caballos y potros “cerriles” (sin domar) se puedan reunir. Se atarán a su cola cueros “crudos”, odres hinchados y ramas. Se persigue con ello provocar una estampida de modo que, el ruido de los cueros y la furia de los animales sorprendan al ejército musulmán causando el desconcierto y el caos entre sus filas. La acción discurre tal como ha sido planeada con el concurso, en el último momento, de las tropas de la ciudad de Córdoba que acude en auxilio de los jerezanos, al enterarse de las difíciles circunstancias por las que atravesaban. Los cordobeses llegan “justo a tiempo” por el camino de Medina para batallar con los moros que, sorprendidos en su retaguardia, se ven así entre dos frentes condenados a sufrir una gran derrota.

Estos campos de El Mojo, estos parajes de suaves colinas próximos a la dehesa de Martelilla, serán a partir de entonces conocidos como las tierras de La Matanza, nombre que ha pervivido casi siete siglos. Como consecuencia de la decisiva participación cordobesa en la refriega, se sellará la hermandad histórica existente entre Jerez y Córdoba, ciudad esta última en la que, como sucede en la nuestra, también existe una calle dedicada a la “Batalla de los Cueros.

Volvamos al relato de Luis Coloma, justo cuando los jerezanos están a punto de partir a la lucha. La tensión dramática de los preparativos de la batalla la presenta nuestro escritor con la escena de los caballeros junto a la capilla del Humilladero, en las proximidades de la Puerta Real o del Marmolejo. Es 11 de Julio de 1325.

Había en otros tiempos pegada a la puerta del Marmolejo, que se llamó luego del Real, una pequeña capilla que se amparaba a los muros, como la fe se ampara a la fortaleza. Venerábase en ella una imagen de la Virgen de la Merced, y era costumbre de los antiguos caballeros, al salir a la batalla, pedir a la Señora su amparo en la lid y su auxilio en la victoria: llamábanla por esto la capilla del Humilladero; que aquellos hombres que con soberbia pisaban la tierra, sólo humildes miraban al cielo. Hallábase abierta la histórica capilla el 11 de julio de 1325: poblaban sus alrededores confusos grupos de hombres cubiertos de hierro, que formaban acá y allá bosques de picas y lanzas, alzándose amenazadoras: flotaban por donde quiera airones y banderas de varios visos, rodeando un pendón de riquísima tela roja, cuyos anchos pliegues caían a lo largo del asta, como si no pudiese el viento agitar el peso de tanta gloria. Era el pendón de Jerez, antes que en buena lid arrancase al moro otro, en la batalla del Salado."



Coloma sigue aquí a Fray Esteban Rallón, quien escribe su Historia de la Ciudad de Xerez de la Frontera a mediados del S.XVII, y sitúa en esta puerta de la ciudad y en la citada capilla el punto de partida de las tropas (2). Prefiere esa versión a la de Bartolomé Gutiérrez (Historia de Xerez de la Frontera, 1787) quien sostiene que los caballeros salieron “… a las ocho de la noche con mucho silencio por la Puerta de Rota y a su salida se encomendaron a una devota imagen que allí los Padres mercedarios Calzados veneraban (convento inmediato a esta salida)” (3). Ni Gonzalo de Padilla en su Historia de Xerez de la Frontera. Siglos XIII-XVI, escrita en las primeras décadas del XVI, ni el Jesuita Martín de Roa en su obra “Santos Honorio, Eutichio, Estevan, Patronos de Xerez de la Frontera…, publicada en 1617, aluden en sus relatos a estos preparativos en los que Coloma, sin embargo, se recrea para dar al suyo más fuerza literaria.

Pero continuemos con Coloma. Se ha dado la voz de alerta en la ciudad ya que, desde la Laguna de Medina hasta El Sotillo, (paraje donde se construiría el Monasterio de Cartuja) se ha instalado un campamento con un poderoso ejército enemigo y “…la morisma de aquende el mar y de allende había pasado el Guadalete en número de setenta mil, plantado sus reales desde Martelilla hasta el río, y llevado sus algaras hasta las mismas puertas de Jerez el noble…



Para dar más gloria a una victoria conviene que la desproporción entre las fuerzas en combate sea lo mayor posible. Los cristianos son pocos y los moros muchos. Coloma juega también con esta idea en su relato y eleva a setenta mil, los “600 moros de a caballo y de pie” a los que alude el historiador Gonzalo de Padilla (4), o amplía la cifra de los “sesenta mil entre jinetes e infantes” que menciona el Padre Martín de Roa (5). Opta de nuevo nuestro escritor por la versión de Rallón para quien los moros “pasaban de setenta mil, así de a pie, como de a caballo”, (2) antes que con la de Bartolomé Gutiérrez, quien de manera más discreta, menciona, sin dar cifras, que “…un príncipe moro… juntando gente africana y de las costas de Granada de a caballo y de a pie… con esta gran comitiva se vino sobre los campos de los cristianos” (3).



Ni la desproporción de fuerzas, ni la falta de apoyos y refuerzos, ni la escasez de víveres, ni la inferioridad de las tropas cristianas frente al gran número de las que han desplazado los musulmanes… parece ser obstáculo para el alcaide jerezano a juzgar por el relato de Coloma:



Convocó en tamaño aprieto el alcaide Simón de los Cameros, a los ricos-homes, fijosdalgos y gentes de pro del pueblo, y ardiendo todos en deseos de venganza, sobrados de bríos y faltos de prudencia, no se avenían a templadas razones, queriendo, ya que no triunfar, morir como buenos.



Mas un gran caballero que llamaban Cosme Damián Dávila, valiente en la pelea y al razonar mesurado, les habló de esta manera: «Es verdad que son nuestras fuerzas cortas para vencer a los enemigos que tenemos a la vista. ¿Pero cuántas veces han triunfado de innumerables las armas cristianas, aunque pocas, patrocinadas de las divinas? Y así mi dictamen es, que imploremos el socorro de María Santísima de las Mercedes, y salgamos a pelear, ayudándonos de los potros cerriles que tienen los vecinos: los sacaremos en cuerdas al campo, y cuando estemos próximos a los enemigos, ataremos en las colas zarzas y cambrones, y los picaremos a un mismo tiempo: porque con este arbitrio causaremos confusión a los moros, sus escuadrones serán en parte desordenados, y nosotros lograremos la victoria dando entonces sobre ellos»
.



Con tonos épicos, describe Coloma la escena en la que, ya caída la tarde, llega “…Simón de los Cameros a la puerta del Marmolejo, seguido de los cuatro alcaides de las puertas, los caballeros del feudo y demás nobleza jerezana”. Todos se arrodillan – se “humillan”- “ante el altar que sostenía la Imagen de la Patrona” para pedir su protección al grito de “¡Señora, remédianos!”.

(Continuará en la próxima entrada)

Para saber más:
(1) Las citas textuales están tomadas de Coloma, Luis. La Batalla de los Cueros. Episodio Histórico. Imprenta de la Revista Jerezana. 1872. Otra edición de 1876 puede consultarse en la red.
(2) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, pp. 28-31.
(3) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsimil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol I P. 178-183
(4) Gonzalo de Padilla.: Historia de Jerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI). Ed. de Juan Abellán Pérez. Agrija Ediciones 2008., pp. 48-57.
(5) Martín de Roa (1617):Santos Honorio, Eutichio, Esteban, Patronos de Xerez de la Frontera”. Edición Facsimil, Ed. Extramuros Edición S.L., 2007. Cap. VIII


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con : Con el Padre Coloma por las tierras de La Matanza. La Batalla de los Cueros (y 2), El paisaje en la literatura, Paisajes con historia, Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 17/05/2015

Cuando todo esto que veis eran viñas

"CUANDO TODO ESTO QUE VEIS ERAN VIÑAS"

Ese es el subtítulo de la conferencia que expondré mañana viernes, 24 de mayo, en el marco de las XXV Jornadas de Historia de Jerez, destinadas en esta ocasión al tema "Jerez y el jerez: Huellas de una relación histórica".

En mi intervención, (que lleva por título "El viñedo jerezano, un recorrido por los paisajes y la historia") abordaremos algunos aspectos generales sobre el paisaje del viñedo jerezano y su huella en la literatura, la pintura y la cartografía, para hacer después un repaso a su evolución histórica. Finalmente, realizaremos un recorrido por nuestros pagos de viña más significativos destacando sus aspectos paisajísticos, históricos y etnográficos, con el apoyo de más de 300 imágenes que nos nos trasladaran a lo más hermoso de nuestros viñedos.

Las jornadas son organizadas por el Centro de Estudios Históricos Jerezanos y el Centro de Profesorado y se desarrollan en el "marco incomparable" de la bodega del Consejo Regulador (Avda. alcalde Álvaro Domecq, 2).  La conferencia comienza a las 19:30 y la asistencia es libre hasta completar aforo.

Si os apetece venir, allí nos vemos.



Con Ramón de Cala por las gañanías de la campiña.


Uno de los políticos jerezanos más destacados en el siglo XIX fue sin duda Ramón de Cala (1827-1902). Organizador del Partido Republicano en nuestra comarca, participó activamente en “La Gloriosa”, la Revolución de 1868, siendo nombrado Presidente de la Junta Revolucionaria de Jerez. Diputado y senador por la ciudad en las Cortes Constituyentes de 1869-1871, y en las de la Primera República de 1873-1874, llegó a ser vicepresidente del Congreso (1).

Destacado fourierista, mostró siempre un gran interés a lo largo de su vida política por los aspectos sociales. La instrucción pública, las cuestiones sanitarias, la defensa de los derechos de las clases más desfavorecidas y la denuncia de las condiciones de vida de los trabajadores de la ciudad y, especialmente, de los obreros del campo, estuvieron entre sus preocupaciones constantes durante su actividad política.

Una de sus obras más conocidas es la publicada en 1884 con el título de El problema de la miseria resuelto por La harmonía de los intereses humanos (2). En ella recoge sus respuestas y sus propuestas a un amplio cuestionario elaborado en 1883, durante el gobierno liberal presidido por Sagasta. Se crearon entonces comisiones provinciales “con el objeto de estudiar todas las cuestiones que directamente interesan a la mejora y bienestar de las clases obreras, tanto agrícolas como industriales” y Ramón de Cala, quien había destacado en su ya por entonces amplia trayectoria política en la defensa de las clases trabajadoras, fue una de las personas consultadas por dicha comisión (3).

Veamos en lo que sigue, algunas de las reflexiones que el político jerezano dejó recogidas en su libro y que sirven de testimonio para conocer cómo era la vida en el Jerez de finales del último cuarto del siglo XIX.

Las condiciones de vida en las casas de vecinos.



¿Cómo visten los trabajadores?: Con pobreza”, esa escueta respuesta al cuestionario de la comisión, sin entrar en detalles, no puede ser más elocuente de lo que observa a su alrededor Ramón de Cala. Sin embargo en las que proporciona en relación con la alimentación y la habitación de los obreros se extiende en argumentos. Con respecto a la comida que de ordinario toman los obreros apunta lo siguiente: “Lleguemos a un taller cualquiera, si nos repugna asomarnos á lo escondido del hogar, y descubriremos que se alimentan con pan no abundante, sardinas ó queso, y como gollería un poco de café hervido en agua copiosa. Y aun así, no les alcanza el jornal, y dejan de pagar la casa y quedan debiendo el vestido; todo esto á cambio de sonrojo, de resultas de las reclamaciones; sonrojos que principian mortificando y concluyen pervirtiendo”.

Las condiciones de vida en las casas de vecinos, la morada más habitual de los trabajadores, quedan descritas en toda su crudeza por nuestro político con la contundencia de la realidad: “Esas miserables casas llamadas de vecindad, por cuyas puertas pasamos indiferentes, y que algunos bien hallados no conocen siquiera. Hacinamiento de salas y cuartos apretados por el interés de aprovechar el terreno y aumentar la renta. Como en una pieza sola ó en dos cuando mas, se



amontona una familia entera, no se inutilizan las paredes con ventanas, aunque la higiene las reclame; y también porque un hueco supone una puerta y la puerta un gasto para el dueño; aun sin la demasía y el lujo de cristales, poco usados en las casas de los pobres
” (4).

Con Ramón de Cala por las gañanías de los cortijos.

Pero si la situación de los obreros en las ciudades era mala, “la de los campesinos… es si cabe más desdichada todavía”. Los “cortijeros”, como los denomina, “viven en el cortijo en el departamento nombrado la Gañanía, no tan ventilado, ni tan higiénico como el establo de los bueyes, ni como la zahúrda de los cerdos. Desván en lo grande, no en lo alto, con poyetes de piedra corridos a lo largo de las paredes, que a la vez sirven de asiento y de cama, y por muelle colchón una estera. En medio, ó en un extremo, está el fogarín, donde arde rara vez leña, y de ordinario excremento de los bueyes. Que expide una humareda asfixiante. Algún respiradero para que el aire se modifique, ya que no se renueve".

Apenas un cuarto de siglo después, las condiciones habían variado muy poco a juzgar por el retrato que de las gañanías realiza Vicente Blasco Ibáñez en una de sus obras más conocidas: La Bodega. Por la gran similitud en las descripciones, de los ambientes pensamos que el político valenciano pudo conocer los escritos de Ramón de Cala casi con toda seguridad. Pero si las condiciones de habitabilidad de las gañanías son pésimas, la alimentación de los trabajadores del campo no se queda atrás: “El cortijero come un pan hecho



con lo peor de los almacenes, en que entra tanto como el trigo, variedad de granos, que ni los animales aprovechan, y algunos pedruscos desbaratados en el molino para formar un compuesto semejante á harina, que amasada dá por resultado un pan en teleras, plomizo e indigesto. Por la mañana el ajo, especie de sopa con aceite, que ni para los candiles, sal, pimiento y agua caliente. Al medio día gazpacho con los mismos ingredientes en frio, y la agregación de vinagre, que parece legía, según está de turbio y mal formado. A la noche se repite el ajo. Y así un día y otro día, y todos los del año que no sea que la suerte depare en alguno el festín de una res muerta de enfermedad ó por accidente, cuya res se guisa y se devora en perjuicio de los buitres (5).

Como señala el historiador Diego Caro Cancela, al estudiar la vida en Jerez durante el Sexenio Revolucionario, en la campiña jerezana, los trabajos del campo podían clasificarse en tres grandes grupos: de viña, de cortijos y en la “guardería” de ganados. De los tres, el que ocupaba durante todo el año a un mayor número de trabajadores, era el que se realizaba en los cortijos, fundamentalmente, en el cultivo de los cereales. El prototipo, por excelencia, del trabajador agrícola andaluz y jerezano era el “gañán”. “Se trataba de un jornalero que pasaba largas temporadas en el cortijo, realizando distintas faenas, para recibir a cambio tres reales diarios y la comida. Era éste, por tanto, el salario más bajo que se pagaba en la España de la segunda mitad del siglo XIX, con la paradoja de que coincidía también precisamente con el grupo de trabajadores que realizaba la jornada de trabajo más larga….llegada la recolección, solía abandonarse el trabajo a jornal, para sustituirlo por el destajo, en el que se cobraba, no en función del tiempo, sino según el rendimiento del propio trabajador. Se formaban cuadrillas de segadores que cobraban una determinada cantidad por la superficie de tierra segada. En 1872, por ejemplo, era al precio de veinte a veintitrés pesetas la hectárea” (6).

En estas mismas ideas, así como en las duras condiciones de vida de los gañanes abunda Ramón de Cala en sus respuestas que no son sino un retrato de la pobreza que padecen los jornaleros y de la que parece difícil escapar: “Dos o tres veces en el año van los cortijeros á la población. Como naturalmente se deduce, el gañán no puede formar familia; y si por excepción comete la imprudencia de formarla, vive siempre separado de ella, y allá se las compone como pueden en el poblado la mujer y los hijos. El cortijero gana de dos á tres y medio reales de jornal al día, según las labores y las costumbres de la localidad. Tal es la situación económica de los obreros de las ciudades y la de los campesinos… Viven entre penalidades, y mueren de pobreza. Pocas veces el hambre mata como un puñal; pero muchas, innumerables, la mala alimentación de todos los días los venenos de la viciada atmósfera que los pobres respiran, las frecuentes abstinencias, seguidas de extemporáneas harturas, van engendrando la muerte poco á poco, y el fatal desenlace se achaca después, según la ciencia, á la gastritis, á las tifoideas y á otros males de variados nombres, que debían llamarse sencillamente hambre y privaciones; en una palabra, pobreza”. (7)

La Mano Negra, huelgas, ocupación de cañadas y la utopía del falansterio.



Entre los distintos y variados temas de los que se ocupa Ramón de Cala en El problema de la miseria, muchos están relacionados con el mundo rural, con el trabajo en el campo y con los sueños del socialismo utópico como solución.

En lo relativo a las penosas condiciones de trabajo, apunta el político jerezano como los segadores prefieren el trabajo por peonadas al trabajo a destajo “como medio de no equivocarse en la apreciación de aquella cosecha difícil de estimar por extraordinaria”. Estas peticiones fueron uno de los principales motivos de enfrentamiento en el Jerez de la época y como cuenta nuestro autor: “Los labradores rechazan la exigencia y la huelga sobreviene. No hay que averiguar quiénes tienen más razón, pues que unos y otros están en su derecho; los capitalistas para negar, los trabajadores para pedir, y todos para abstenerse”. Cala, critica el desenlace de estos conflictos acusando de falta neutralidad a las autoridades y apuntando las graves consecuencias de ello: “¿Pero que hacen en estas circunstancias las autoridades? … Recurren al arbitrio de traer soldados para la siega, y los ponen á disposición de los labradores. Y los obreros pierden en el juego de esta huelga, porque la autoridad se ha puesto de parte de los capitalistas. Así se agravan los males y se pierde la fé en todo remedio pacífico” (8).

El trabajo de los niños en el campo y la ciudad, la falta de instrucción y recursos educativos, la usurpación de cañadas, la práctica del rebusco, el nacimiento de las primeras asociaciones agrarias, o la Mano Negra, son otros tantos temas sobre los que Ramón de Cala realiza agudas críticas. En relación a este último asunto afirma de manera taxativa: “… después



de haber visto y estudiado los hechos, declaro por mi honra y con toda sinceridad, que la Mano Negra es un mito, que no ha existido, ni existe, y que es una invención desdichada del interés y del pánico, que vive solo en la fantasía, pero que por mala suerte toma realidad en lo de ahondar los abismos que á las clases separan y en alimentar sus rencores. Es posible que se admire de mi afirmación rotunda quien esto lea; pero la repito y repetiré mil veces: la Mano Negra es una invención, calumniosa si intencionada” (9).

Dejamos para otra ocasión su apuesta por la creación de Falansterios, las comunidades agrícolas autosuficientes que, basándose en las ideas del socialismo utópico, ya habían adelantado los fourieristas gaditanos Joaquín Abreu y Manuel Sagrario de Beloy con la propuesta de creación del Falansterio de Tempul.

Como ya hemos escrito en otras ocasiones, cada vez que recorremos la campiña en torno a Jerez y estamos ante una gañanía… sentimos un profundo respeto en recuerdo de aquellos jornaleros del campo, de su explotación y de las penosas condiciones de vida que sufrieron. Que no se olviden y que no se repitan.

Para saber más:
(1) Caro Cancela, D.: Ramón de Cala: republicanismo y fourierismo, en Serrano García, R. (Coord) “Figuras de “La Gloriosa”. Aproximación biográfica al Sexenio Democrático”, Valladolid, 2006, págs 49-72.
(2) Ramón de Cala: El problema de la miseria resuelto por la harmonía de los intereses humanos (1884) Edición Facsímil (2002), pp. 92-94.
(3) Ravina Martón, M.: Ramón de Cala y un plano del Falansterio (1884) en Ramón de Cala: El problema de la miseria… págs. XXXIV-XXXVII.
(4) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 91-92
(5) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 92-94
(6) Caro Cancela D.: Burguesía y jornaleros. Jerez de la Frontera en el Sexenio Democrático (1868-1874). Caja de ahorros de Jerez, 1990. Págs. 268-270
(7) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 94-95
(8) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 128-129
(9) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 146-147


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar El paisaje y su gente, El paisaje en la literatura, Paisajes con historia

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 15/05/2016

 
Subir a Inicio