Todas las Santas.
Un recorrido por la hagiotoponimia de la campiña de Jerez.


Cada 1 de noviembre, la Iglesia católica celebra la festividad de Todos los Santos, una fecha en la que se honra a “todos los santos del cielo”, sean conocidos o desconocidos. Desde hace siglos, esta conmemoración está muy arraigada en la tradición cristiana y cuenta con numerosas manifestaciones religiosas, culturales y festivas en la devoción popular.

Como no podía ser de otra manera, los santos están también presentes en nuestros paisajes más cercanos a través de la toponimia, dando nombre a muchos lugares y rincones de nuestra campiña. Son los conocidos como “hagiotopónimos” (1), a través de los cuales podemos acercarnos también al conocimiento de la historia religiosa y devocional de nuestra ciudad. Y es que, junto a las imágenes de nuestras iglesias, capillas y ermitas rurales, o los azulejos devocionales de cortijos y casas de viña, huellas materiales de la religiosidad popular, los hagiotopónimos suponen también un patrimonio inmaterial que nos ayuda a conocer mejor algunos rasgos de nuestra historia local (2).



Como sucede con las construcciones o los paisajes, los nombres de lugar también se van perdiendo con el tiempo. O se cambian por otros, abandonándose ya las viejas denominaciones con las que eran conocidas algunas casas de viña, cortijos, pagos o parajes de la campiña jerezana. Por nuestra parte, hemos recopilado más de dos centenares de estos curiosos topónimos relacionados con el nombre de santos que han sido utilizados al menos en los dos últimos siglos. De ellos, aproximadamente un tercio ya han desaparecido o apenas se conocen. Buena parte de estos nombres los encontramos en las tierras que tradicionalmente se han dedicado al cultivo de la vid, o en lugares más cercanos a la ciudad y de la periferia urbana. La mayoría tienen su origen en el siglo XIX, coincidiendo con la gran expansión de la vitivinicultura jerezana.





Las razones por la que viñas y haciendas, cortijos o tierras de secano fueron bautizados o conocidos con nombres de santos son muy variadas. En algunos casos se justifica por la devoción familiar o personal de sus propietarios. En otros hay constancia de que el nombre de familiares (hijos, esposas, padres…) influía también en esa elección. En menor medida, el nombre de un santo o una santa dado a una finca estaba relacionado con su vinculación histórica a determinadas órdenes religiosas o militares, iglesias o conventos quienes habían sido sus antiguos propietarios.



En nuestro paseo de hoy, y a modo de modesta contribución para rescatar esa herencia cultural de siglos que supone la toponimia, les proponemos un recorrido por nuestro término municipal en busca de aquellos parajes y lugares que aún conservan estos hagiotopónimos. Para no hacer demasiada larga esta relación, vamos a centrarnos en esta ocasión en los referidos a nombres de santas, de los que hemos seleccionado algo más de medio centenar entre los que encontramos una treintena de nombres distintos.

Santa María, Santa Teresa, Santa Isabel.

Entre los más repetidos figuran los de Santa Teresa, con 12 referencias, Santa Isabel, con 7 y Santa María con 6. Santa María, en su advocación de la Defensión, da nombre a nuestra célebre Cartuja, levantada en el paraje de El Sotillo a orillas del Guadalete, lugar en el que según la leyenda su intercesión fue decisiva en una batalla contra los musulmanes y donde se levantó una ermita a su nombre en el siglo XIV. Santa María da también nombre a un paraje, casas, cortijo, vega y cerro –Cabeza de Santa María- situado a medio camino entre Torrecera y Paterna, a orillas del arroyo Salado de Paterna y de la carretera que une ambas poblaciones. El Rancho Santa María, y el haza del mismo nombre se emplazan en el cruce de las carreteras de Sanlúcar y Rota junto a la conocida Venta Antonio. Santa María del Pino es también el nombre de una finca situada entre el Camino de Espera, la Cañada Ancha y la carretera de Sevilla, ocupada en parte en la actualidad por el barrio del mismo nombre de la pedanía de Guadalcacín, si bien en tiempos pasados albergó viñedos pertenecientes al pago de Lima. De la antigua Viña Santa María, situada en la confluencia de las Hijuelas de Pinosolete y Geraldino, apenas queda ya uno de los pilares de su puerta de acceso.

Santa Teresa es el hagiotopónimo más representado en nuestra campiña y llevan su nombre más de una docena de lugares, casas de viña, fincas… Uno de los más conocidos es la conocida Granja de Santa Teresa, citada ya por Madoz a mediados del siglo XIX. Desde 1826 perteneció a la familia Domecq, que tenía en estos parajes próximos al río Guadalete, una finca de recreo. En 1995 fue adquirida por el Ayuntamiento de Jerez y en la actualidad alberga un parque periurbano y un Aula de la Naturaleza que acoge al recién creado Centro de Interpretación del Río Guadalete.



Junto a ella se ubica también la Torre de Santa Teresa, un curioso mirador visible desde La Corta, desde el que se divisa la Bahía de Cádiz y el curso del Guadalete. Con este mismo nombre existió también otra viña junto a la Hijuela de Pinosolete cuya casa está hoy arruinada, una finca de recreo en la carretera de Cartuja, que aún pervive, al igual que la Viña Santa Teresa, en el pago de Tizón, colindante con la del Dulce Nombre. También se conserva la finca Santa Teresa, entre el cruce de las carreteras de Rota y Sanlúcar y la antigua traza del ferrocarril de Bonanza.

En el Camino de Albadalejo (junto a la conocida Venta La Cuchara, ya desaparecida), frente a la Harinera de la Avenida de Europa o en el Camino de Espera, junto a las 4 Norias, Santa Teresa dio nombre a otras tantas fincas, que se han ido incorporando a la trama urbana. No han desaparecido, pero han cambiado de nombre, otras antiguas casas de viña que llevaban por nombre Santa Teresa o Santa Teresa de Jesús. Este es el caso de la que perteneció a las bodegas Valdespino y estuvo dedicada a viñedo, pero que en la actualidad se conoce como El Serrallo, al inicio de la hijuela homónima, y hoy aparece rodeada de naranjos. También el de otras dos viñas del pago de Balbaína. Una de ellas, junto a la Viña La Esperanza permutó su antigua denominación de Santa Teresa por la de La Guita. La otra, próxima a la carretera de Rota, lleva ahora por nombre Las Puentes.



Santa Isabel da también nombre a diferentes casas de viñas y viñedos, algunos de los cuales se dedican hoy a otros cultivos. Una de las más conocidas se encuentra en la carretera de Trebujena, frente al cortijo de Romanito, y que perteneció en su día a D. José de Soto. En la actualidad, aún puede leerse su nombre en los pilares de su singular puerta de entrada. Los pagos de Canaleja y Montealegre también tuvieron sendas viñas conocidas como Santa Isabel. La primera en el camino de Pedro Díaz, colindante con Montesierra, la segunda junto a la carretera de Cartuja, frente al actual depósito de aguas; ambas ya desaparecidas. En El Carrascal, frente al Corregidor, otra viña lleva el nombre de Santa Isabel, al igual que otra situada en el pago de Corchuelo, frente a Las Salinillas. La que existió hace unas décadas junto al actual polígono industrial Santa Cruz, ya ha sido absorbida por el crecimiento urbano. Los Llanos de Santa Isabel, conocidos también como de Mirabal, se extienden junto a la cañada del Carrillo en el lugar donde se unen la ronda Oeste con la carretera de El Puerto.

Santa Rosa, Santa Ana, Santa Lucía, Santa Julia, Santa Inés.

Santa Ana, además de en la toponimia urbana, está presente en nuestro entorno rural con varias referencias, algunas de ellas ya olvidadas. En el pago de viñas de Valdepajuela, hoy integrado en la ciudad, la finca Santa Ana estuvo situada junto a la Cañada del Hato de la Carne (actual avenida de Europa) que unía el González Hontoria con Caulina, y ocupó una parte de los terrenos del actual centro comercial Carrefour Norte. En el mismo pago, corrió idéntica suerte la viña Santa Ana, ubicada junto a la carretera de Arcos en cuyas tierras, pasado el tiempo, se levantaría la barriada de Torresblancas. Otra pequeña viña del pago de Montealegre, situada junto al último tramo de la hijuela del Serrallo, frente a la actual finca San Joaquín, llevó también este nombre. En nuestros días aún mantiene la denominación de Viña Santa Ana, la ubicada en la barriada rural de Polila, a los pies de Cerro Obregón, justo al inicio de la Cañada de Cantarranas.



Más alejadas de la ciudad estuvieron las tierras del Olivar de Santa Ana, situado entre las del Cortijo del Sotillo Nuevo y las de la Dehesa de Malduerme, junto al cruce de la carretera de Cortes con la cañada de la Pasada del Rayo. En la actualidad forman parte de la Dehesa de Giles, un hermoso rincón de la campiña donde prospera un magnífico alcornocal.

Con menor número de referencias que los anteriores, también se repiten en la toponimia de la campiña los lugares con el nombre de Santa Rosa. El más conocido es el de la barriada rural Mesas de Santa Rosa, situada al norte de la ciudad, entre el Camino de Ducha y la carretera de Sevilla, apenas a un km del parque empresarial.

El  enclave pudo tomar su nombre de la antigua Haza de Doña Rosa, perteneciente al cortijo de Carrizosa y colindante, junto con el cortijo de La Norieta de estos parajes de Las Mesas. Así mismo, hubo sendas viñas con el nombre de Santa Rosa, ya integradas en el núcleo urbano y que estuvieron situadas tras la Huerta de las Oblatas y en el actual espacio del “botellódromo”, respectivamente. También en la Hijuela de Pozo Nuevo, que une la Laguna de Torrox con la Cañada del Carrillo, encontramos la viña Santa Rosa.



En las proximidades de la laguna de Los Tollos y separada de las tierras de Romanina por la autopista Sevilla Cádiz, la Viña Santa Lucía alberga hoy uno de los mayores viñedos del marco pertenecientes a las bodegas sanluqueñas de Barbadillo. Visibles desde la carretera, llama la atención del viajero el camino de acceso al caserío, escoltado de grandes adelfas que recorre las lomas entre las vides. Santa Lucía da también nombre a una antigua viña del pago de la Carrahola, situada junto a la Cañada de las Huertas cuyo caserío aún se conserva, si bien las tierras se dedican a cultivos de cereal. En el pago de San Julián, en las proximidades de la barriada rural de Polila encontramos la viña Santa Julia, que mantiene este nombre desde hace más de un siglo, colindante con los de la conocida viña Las Conchas. Frente al Cuco, y colindante con la Huerta de las Oblatas, en la actual avenida del Duque de Abrantes, existió en tiempos pasados otra viña con el nombre de Santa Julia, frente al Recreo de Rivero, tierras todas que fueron absorbidas por el núcleo urbano en la década de los 60 del pasado siglo. Un caso curioso es también el de Santa Inés, que da nombre a un antiguo molino, ya semiderruido, a orillas del arroyo Zumajo, cerca de La Barca de la Florida. De la misma manera bautiza también a un camino y a un barrio construido en sus cercanías, por la antigua Hijuela de Geraldino.

Todas las Santas.



Como puede verse, la relación de hagiotopónimos relacionados con santas que dan aún nombre a muchos rincones de la campiña es muy extensa. Para no cansar a los lectores terminaremos señalando algunos otros que, en menor proporción que los anteriores, encontramos también repartidos en los alrededores de la ciudad o diseminados por el término. El genérico de La Santa, da nombre a una pequeña viña ubicada en el cruce de las carreteras de Sanlúcar y Rota, junto a la vía de Servicio. En la carretera de Cartuja, donde desde el siglo XIX se construyeron casas de recreo en estas fincas enclavadas en el pago de Montealegre, aún permanecen los nombres de Santa Bibiana, Santa Genoveva, Santa Teresa o Santa Amalia, esta última muy cerca del monasterio.

Santa Bárbara es una conocida viña que encontramos en la carretera del Calvario, situada en el Cerro de Orbaneja, cuyo caserío puede verse desde la carretera al pasar el puertecillo de los Olivos. El Haza de Santa Bárbara, perteneciente al cortijo de Tabajete, guarda también el recuerdo de esta santa. En la hijuela de las Anaferas, frente al actual campo de golf estuvo la viña de Santa Basilia, y al igual que sucede con la de Santa Matilde, junto a Ducha, sólo nos quedan de ellas los restos de su caserío.




Por el contrario, aún perviven las viñas de Santa Emilia, Santa Petronila y Santa Cecilia. Las dos primeras en el pago de Tizón, a las que llegamos por la cañada del Amarguillo, en un rincón de la campiña que tanto nos gusta. Santa Cecilia, en el pago de Balbaína, junto al parque eólico de La Rabia, perdió parte de su espléndida casa de viña, pero conserva aún sus viñedos y parte de sus dependencias.

Santa Cristina, en el Pago de San Julián, cercano a Añina; Santa Marta, en Macharnudo Bajo; Santa Rosalía, en el pago de Lima, junto a Guadalcacín; Santa Juana, en tierras de la actual Avenida de Europa, frente a Carrefour; Santa Victoria, en Torrox, junto a la Hijuela de Pozo Dulce… son algunos ejemplos de viñas que perdieron sus vides, sus casas y sus nombres.



A diferencia de las anteriores, Santa Honorata, propiedad de Sánchez Romate, con casa, viñedos y lagares, aún luce en la fachada y en la puerta de acceso, su llamativo nombre, visible desde la autovía de Sanlúcar, en el cruce de la carretera de Las Tablas. En este mismo enclave rural, la viña Santa Luisa, al pie de la carretera que conduce al cortijo del Barroso, mantiene también su antigua casa entre sus renovadas vides.

Volveremos el próximo año, por “Todos los Santos”, a pasear nuevamente por la campiña jerezana para rescatar esos curiosos hagiotopónimos, esta vez referidos a los “santos”, que forman parte del rico patrimonio inmaterial de nuestro entorno rural.

Para saber más:
(1) Albaigés Olivart, J.M.:La toponimia, ciencia del espacio”. Prólogo de la Enciclopedia de los topónimos españoles. Ed. Planeta, 1998.
(2) Molina Díaz, F.: De los hagiónimos a los hagiotopónimos: la toponimia como instrumento para la historia religiosa. Indivisa. Boletín de Estudios e Investigación, 2014, nº 14, pp. 30-43.


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Cortijos, viñas y haciendas, Toponimia, Paisajes con historia, Patrimonio en el mundo rural.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 30/10/2016

La Venta del tío Basilio.
Con Fernán Caballero por los caminos de Jerez a Algar.




En estos días de otoño, cuando empieza ya a refrescar, renace cada año la vieja costumbre de salir al campo los fines de semana en busca de las ventas.

Desde hace unas décadas las ventas se identifican con esos establecimientos de hostelería a medio camino entre los restaurantes y los bares de carretera, a los que acudimos para “reparar
fuerzas” en nuestras excursiones por los alrededores de la ciudad (los populares “mostos”), o cuando realizamos otras rutas por el interior de la provincia, la costa o la sierra. Sin embargo, en sus orígenes, las ventas jugaron un papel aún más importante, cuando los viajes eran largos y las veredas tardaban en recorrerse varias jornadas. Estos establecimientos, que se levantaban en los cruces de caminos, en parajes perdidos en la mitad del campo o en los despoblados, servían fundamentalmente para facilitar comida, refugio u hospedaje a los viajeros. Con frecuencia se convertían también en lugares de reunión de los habitantes del lugar y como punto de intercambio de productos de la tierra, jugando también un papel importante en la difusión de las noticias relacionadas con las poblaciones cercanas.

Aunque en próximos artículos nos ocuparemos de algunas de las ventas más renombradas, hoy queremos recordar a una de las más humildes y modestas de la mano de la conocida escritora costumbrista Fernán Caballero: “la venta del Tío Basilio”. En su sencilla descripción se ilustra cómo pudo ser el origen de cualquiera de las pequeñas ventas que salpicaban los caminos rurales del siglo XIX.

La del “tío Basilio”, es una venta creada para la literatura, un escenario imaginado por la autora, ubicado en la ruta entre Jerez y Algar, en un paraje indeterminado, “a los pies de una vereda”, un lugar en el que “se extiende una dehesa solitaria”.



Lo narra Fernán Caballero en un cuento que aparece en su libro Relaciones (1862), y que lleva por título “Más largo es el tiempo que la fortuna”. (1)

Aquellas antiguas ventas.

Si existió o no en realidad la “ventilla del tío Basilio” o una con otro nombre de sus mismas características no es ahora lo relevante, aunque estamos seguros que a nuestra escritora, destacada representante del “realismo”, no le faltarían para inspirarse ejemplos similares al que describe, pues fue también reconocida viajera y recorrió desde su infancia los caminos de muchos rincones del interior de la provincia de los que nos ha dejado en sus libros pintorescas escenas.

Como ya hiciera su madre, la escritora gaditana Frasquita Larrea, Fernán Caballero pasó algunos veranos en Bornos desde donde hacía excursiones a parajes cercanos, visitando también los pueblos de Arcos, Ubrique y otros muchos lugares de la Sierra de Cádiz. En estos relatos, en los que el viaje y las descripciones del paisaje ocupan siempre un especial protagonismo, no podían faltar las referencias a las populares “ventas”.



Por citar sólo algunas, Francisca Larrea menciona en su viaje de Bornos a Ubrique, en 1824, la Venta de Tavizna, “situada a la orilla de río Majaceite… en un enorme peñasco”, o la Venta de la Albujera, en las cercanías de Ubrique, que la autora describe en un entorno idílico rodeado de frondosa vegetación (1).

Puesto que Fernán Caballero conoce bien los caminos y las ventas donde en tantas ocasiones habría parado a descansar mientras la diligencia o los coches cambiaban sus caballos, no es difícil imaginar que en su relato literario haya un poso de vivencias personales y de observaciones reales que nos ayudan a conocer o imaginar cómo pudieron ser aquellos modestos establecimientos.

En su relato se hace mención a que la “Venta del tío Basilio” se encuentra en algún punto del camino entre Jerez y la sierra de Algar, una vía de comunicación que ha existido desde los siglos medievales. Este camino, conocido, entre otros nombres, como Cañada de la Sierra, cruzaba el río por los vados (y después por las barcas) de la Florida y Berlanguilla para dirigirse después al Convento de El Valle. Desde este lugar, siguiendo el curso del Majaceite, se llegaba hasta la Ermita del Mimbral y Tempul, desde donde se bifurcaba en dirección a Algar y a los Montes de Propios de Jerez. A lo largo de su recorrido contó desde antiguo con numerosos ventorrillos, ventas, posadas y “paradas”, habida cuenta de lo despoblado de este extenso territorio situado en al este del término municipal de Jerez.

Algunos de estos viejos ventorrillos pueden ya encontrarse en el mapa de Tomás López (1787), o en otros más cercanos en el tiempo al relato de Fernán Caballero, como el de Francisco Coello (1866), el de Ángel Mayo (1877) o el de Antonio Lechuga y Florido (1897). Por citar sólo las ventas más nombradas y las que se encuentran recogidas en los mencionados mapas y planos junto al Camino de la Sierra, citaremos aquí la de Nepomuceno (en Cuartillo, donde todavía se conserva en parte la casa que la albergaba) o la de La Barca de la Florida, junto al vado, en el cruce de caminos de la Cañada de Albardén. Tras pasar el Guadalete, el viajero se encontraba la Venta del Zumajo (junto al arroyo del mismo nombre) y algo más adelante, en los Llanos del Sotillo, la Venta de la Cañada, en la vereda que se desviaba hacia Arcos. En estos mismos parajes se encontraba la casa de la Diligencia, donde hacían un alto los primeros coches de caballos que circularon por estos caminos.

Junto a las anteriores, una de las de más renombre fue La Parada del Valle, de la que aún se conserva una parte del viejo caserío que la albergaba y que era también conocida como Parador del Valle. El camino continuaba desde aquí por las laderas de las sierras del Valle, Dos Hermanas y Alazar, pasando por la Ermita del Mimbral donde también se ubicaba una popular venta con el mismo nombre. Tras cruzar la garganta de Bogas en las proximidades de la Boca de la Foz, el camino hacía un alto en el Molino y Venta de Tempul, situado junto a los manantiales. Más adelante, en la dehesa de Rojitán, donde se desviaba el camino de la Sierra hacia Ubrique, estuvo la Venta de la Papicha, como se refleja en el mapa de F. Coello de 1868. La Ventilla del Puerto de Galiz o la Venta de Lleja (la conocida “Ventalleja”), ya cerca del Mojón de la Víbora, cerraban este itinerario de ventas y ventorrillos que a lo largo del siglo XIX existieron junto a esta importante vía de comunicación que, en sentido oeste-este, unía las campiñas gaditanas con las sierras de Cádiz y Málaga.



La venta del tío Basilio.

A todas ellas habremos de añadir también, con todos los honores que se derivan de su mención en una obra literaria, la “venta del tío Basilio”. Esto es lo que nos refiere de ella Fernán Caballero, en su cuento “Más largo el tiempo que la fortuna”:



Entre Jerez y la sierra de Algar se extiende una dehesa solitaria. Veíase en ella, hace años, al lado de una vereda un sombrajo, a cuyo amparo se había establecido un hombre que sobre una mesa despachaba alguna bebida. Andando el tiempo, había labrado cuatro paredes y cubiértolas con enea: había compartido en su interior dos mitades, destinada una a cocina y despacho, y la otra a dormitorio, y se había llevado allí a su mujer y dos hijos.

Detrás de la casa había levantado un vallado, que formaba un corral cuadrado, en que de noche recogía unas cabras que de día llevaba a pastar a la sierra su hijo menor y había hincado una estaca de olivo al frente de su casa, con el fin de que pudiesen atarse en ella las caballerías de los escasos transeúntes de aquella vereda…
”.

Esta estampa que nos describe Fernán Caballero nos recuerda a la imagen de un ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque que el antropólogo alemán Wilhelm Giese recogió, en la década de los 30 del siglo pasado, en su libro “Sierra y Campiña de Cádiz” (3). Pero volvamos al relato…

…La estaca se había coronado a la primavera siguiente de una verde guirnalda, y pasando años, cuidada por su dueño, se había hecho un olivo frondoso, que proporcionaba al ventero una bonita cosecha de aceitunas, que aliñaba, y eran, con el queso de sus cabras, los ramos de más despacho de su establecimiento. Muchos caballeros de Jerez que solían ir a cazar, descansaban en la ventilla del tío Basilio, haciendo un consumo, cuyo valor pagaban quintuplicado”. (4)



Cada vez que recorremos la carretera de Cortes – el antiguo Camino de la Sierra- y cruzamos por alguna de las muchas “dehesas solitarias” que a lo largo del camino pueden verse todavía en Magallanes y La Guareña, en Malabrigo o en Berlanguilla, en El Sotillo, en El Parralejo… esperamos encontrarnos, en una vereda que aún no conocemos, escondida tal vez entre un bosquete de alcornoques, la “venta del Tío Basilio”.

Para saber más:
(1) Fernán Caballero:Más largo el tiempo que la fortuna”: http://www.biblioteca.org.ar/libros/70835.pdf
(2) Francisca Larrea.: Diario. Graficas el Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asociación de Amigos de Bornos. Pgs.63 y 94.
(3) Wilhelm Giese.: Sierra y Campiña de Cádiz. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996, p. 429. De este libro ha sido tomada la imagen del ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque.
(4) A esta venta, y a esta escena, se refiere también Francisco Montero Galvache en un delicioso artículo “Fernán Caballero frente a Jerez”, ABC, 16/08/1952, donde estudia las opiniones de Fernán Caballero con respecto a los jerezanos y portuenses.
Nota: La imagen de Fernán Caballero se ha obtenido de 'http://www.alquiblaweb.com/2013/11/10/la-novela-realista-en-la-gaviota-de-fernan-caballero/'

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 21/12/2014

“Por los campos de Jerez” con Pedro I el Cruel.
Un romance para una desdichada reina.



“Por los campos de Jerez / a caza va el rey don Pedro;
allegóse a una laguna, / allí quiso ver un vuelo.”
Con estos versos, situando con claridad y desde el comienzo el lugar donde transcurren los hechos que describe, comienza un antiguo romance poco conocido con “los campos de Jerez” como telón de fondo.

Una laguna, escenas de caza, un rey malvado, una desdichada reina encerrada en un castillo con la muerte como destino irremediable, una misteriosa aparición, una trágica profecía y una historia fantástica. Estos son los ingredientes de un curioso romance que tiene por protagonistas a al rey Pedro I y a su esposa, la reina Doña Blanca de Borbón y como escenario una laguna situada entre Jerez y Medina.

Un rey cruel.

En 1350, tras la muerte de su padre Alfonso XI, llega al trono de Castilla y León Pedro I, conocido para la historia con los sobrenombres de el Justiciero, el Severo… y El Cruel.

Mucho se ha escrito sobre este personaje que accedió al reinado a la edad de dieciséis años, cuando las circunstancias políticas y económicas de Castilla eran ciertamente complejas. Son tiempos en los que el reino se resiente de los estragos de la peste negra y de los problemas ocasionados por el descenso de la producción, el aumento de precios y las tensiones creadas por las rebeliones de la nobleza. Tres años más tarde contrae matrimonio con Blanca de Borbón, nieta del rey de Francia, una joven que a sus 18 años llega a Valladolid para sus esponsales después de una larga travesía de siete meses. El enlace había sido pactado para consolidar la alianza castellano-francesa.

No abundaremos en la desgraciada vida que aguarda a la reina, abandonada por su marido dos días después de la boda tras acusarla de amores falsos durante el viaje (1), cuando al parecer las razones fueron el impago de la dote acordada, así como la relación que el rey mantenía con María de Padilla, su amante y madre de cuatro de los nueve hijos que tuvo.
Sea como fuere, Doña Blanca empezara un triste peregrinar de presidio en presidio que la llevará a estar cautiva durante siete años hasta que su marido “mandola matar y era de edad de 25 años cuando murió y era blanca y rubia y de buen donaire, y de buen seso y rezaba cada día sus oras muy devotamente" (2).



Pedro I tuvo también, como su esposa, una corta vida, muriendo en 1369 a los treinta y cinco años. En 1353, cuando el rey dicta orden de prisión sobre doña Blanca anda enfrentado en permanentes luchas con la nobleza cuyas ambiciones consigue frenar. Tres años después, los nobles se levantarán de nuevo contra el rey aprovechando la guerra que entabla con Aragón. Su hermano bastardo Enrique de Trastamara, quien le disputa el trono castellano y está exiliado en Francia, acudirá junto a las tropas aragonesas y francesas a combatir contra Pedro I, quien finalmente caerá asesinado en la famosa batalla de Montiel. En estos últimos años de su reinado, exacerbado por la inestabilidad política, llevó a cabo una sangrienta persecución contra buena parte de la nobleza en su guerra civil con los partidarios de su hermanastro dejando un reguero de víctimas que acrecentarían su fama de cruel. Ordenó decapitaciones en Toledo y Soria, mandó matar a su hermano don Fadrique, maestre de Santiago y al hijo de Alfonso IV de Aragón así como a la madre del monarca, Leonor de Castilla. La amante de su padre Alfonso XI, Leonor de Guzmán, corrió la misma suerte al igual que otros muchos de sus contendientes a quienes ajustició.

No  es de extrañar que tanto por el trato que dio a sus rivales, como por los crímenes que cometió y por los asesinatos que ordenó, exista una leyenda negra en torno a Pedro I, acrecentada por lo relatado en la Crónica de su reinado. El canciller Pedro López de Ayala, su autor, estuvo durante muchos años al servicio del rey, para pasarse posteriormente al bando de Enrique de Trastamara en 1366, pues al decir del propio cronista “…viendo que los fechos de don Pedro no iban de buena guisa, determinaron partirse dél”. López de Ayala llegó dejó escrito de Pedro I que “Por el rey matar omnes, non llaman justiçiero, ca sería nombre falso: más propio es carnicero” (3). De esta manera, frente al apelativo de “El Justiciero” que le atribuyeron sus seguidores, la historia se ha decantado por el de “El Cruel” para calificar a este rey, del que el romancero tradicional se ha hecho eco representándolo como una uno de las figuras más perversas de nuestros siglos medievales.



El romancero y la leyenda negra de Pedro I.

Como registro de la memoria colectiva de un pueblo, los romances han rescatado no sólo los personajes protagonistas de los hechos históricos más destacados, sino que también “nos han acercado a los sentimientos y a la vida de la gente corriente, expresados con una frescura que aún hoy nos sorprende” (4). No cabe duda de que en su día fueron un poderoso instrumento de propaganda, y que por esta razón, un personaje como Pedro I El Cruel no podía salir bien parado en los relatos que de él ha transmitido el romancero histórico castellano, en el que los romances relativos a su reinado y a los hechos que protagonizó ocupan un lugar destacado siendo, en su inmensa mayoría, contrarios a su figura.

Como ejemplo, hemos traído el que tiene por título “Romance del rey don Pedro el Cruel” que se centra en la desdichada suerte de doña Blanca y que tiene “los campos de Jerez “como marco en el que se desenvuelve un fantástico suceso.

En él se cuenta como el rey sale de caza por los alrededores de Jerez y en las cercanías de una laguna se le aparece un pastor quien le profetiza toda clase de desgracias si no vuelve con Doña Blanca, su legítima esposa, a quien mantiene presa. El romance está plagado de elementos fantásticos y prodigiosos, como la muerte de un ave que cae a los pies del rey, la aparición del pastor en el interior de un bulto negro que cae del cielo, su extraño aspecto… En la mano el pastor lleva una serpiente (animal que se asocia al diablo) y un puñal, como anunció a don Pedro de la muerte que tendrá a manos de su hermanastro don Enrique en Montiel. La mortaja en el hombro, la calavera en el cuello y el perro aullando que trae de la mano, son también avisos de



muerte. La profecía se cierra con la amenaza –de no volver con Doña Blanca, quien le daría una heredera- de males para las hijas que había tenido con María de Padilla, su amante, y con el anunció de su propia muerte. Finalmente el pastor desaparece (5). El romance dice así:

“Por los campos de Jerez a caza va el rey don Pedro:
en llegando a una laguna, allí quiso ver un vuelo.
Vido volar una garza, desparóle un sacre nuevo,
remontárale un neblí, a sus piés cayera muerto.
A sus piés cayó el neblí, túvolo por mal agüero.
Tanto volaba la garza, parece llegar al cielo.
Por donde la garza sube vió bajar un bulto negro;
mientras mas se acerca el bulto, más temor le va poniendo:
con el abajarse tanto, parece llegar al suelo
delante de su caballo a cinco pasos de trecho:
dél salió un pastorcico, sale llorando y gimiendo,
la cabeza desgreñada, revuelto tráe el cabello,
con los piés llenos de abrojos y el cuerpo lleno de vello;
en su mano una culebra y en la otra un puñal sangriento;
en el hombro una mortaja, una calavera al cuello:
a su lado de trailla traia un perro negro:
los aullidos que daba a todos ponian gran miedo,
y a grandes voces decia: Morirás, el rey don Pedro,
que mataste sin justicia los mejores de tu reino:
mataste tu propio hermano el Maestre, sin consejo,
y desterraste a tu madre: a Dios darás cuenta de ello.
Tienes presa a doña Blanca, enojaste ha Dios por ello,
que si tornas a quererla darte ha Dios un heredero,
y si no, por cierto sepas te vendrá desman por ello;
serán malas las tus hijas por tu culpa y mal gobierno,
y tu hermano don Henrique te habrá de heredar el reino:
morirás a puñaladas: tu casa será el infierno.
Todo esto recontado, despereció el bulto negro”
El romance, incluido en la monumental “Antología de poetas líricos castellanos. Romances Viejos”, editado a mediados del XIX (6), corresponde a la versión de Juan de Timoneda en su Rosa española (1573), incluyéndose también en esta misma antología otra versión anterior que figura en la “Silva de romances” (Zaragoza, 1550), que aunque se asemeja mucho a la primera presenta un trágico final, ya que termina con la muerte de Doña Blanca:

…Quieres mal a doña Blanca,—a Dios ensañas por ello;
perderás por ello el reino. Si quieres volver con ella,
darte ha Dios un heredero. El rey fué mucho turbado,
mandó el pastor fuese preso; mandó hacer gran pesquisa
si la reina fuera en esto. El pastor se les soltara,
nadie sabe qué se ha hecho. Mandó matar a la reina
ese día a un caballero, pareciéndole acababa
con su muerte el mal agüero.
Una fantástica aparición.

En ambos casos el romance parece tomar como referencia un suceso recogido en la Crónica del rey don Pedro I de Castilla del Canciller Pedro López de Ayala donde se cuenta que: «E acaesció que un día, estando ella en la prisión do murió, llegó un ome que parescía pastor, e fué al rey Don Pedro donde andaba a caza en aquella comarca de Xerés e de Medina, do la Reyna estaba presa, e díxole que Dios le enviaba a decir que fuese cierto que el mal que él facía a la reyna Doña Blanca su mujer que le avía de ser muy acaloñado, e que en esto non pusiese dubda... E el Rey fue muy espantado, e fizo prender al ome que esto le dixo, e tovo que la reyna Doña Blanca le enviaba decir estas palabras: e luego envió a Martín López de Córdoba, su camarero, e a Mateos Fernandez, su chanciller del sello de la puridad, a Medina Sidonia, do la Reyna estaba presa, e que ficiesen pesquisa cómo veniera aquel ome, e si le enviara la Reyna. E llegaron sin sospecha a la villa, e fueron luego a do la Reyna yacía en prisión en una torre, e falláronla que estaba las rodillas en tierra e faciendo oración; e cuidó que la iban a matar, e lloraba, e acomendóse a Dios. E ellos le dixeron que el Rey quería saber de un ome que le fuera a decir ciertas palabras, cómo fuera e por cuyo mandado: e preguntáronle si ella le enviara; e ella dixo que nunca tal ome viera. Otrosí las guardas que estaban y que la tenían presa dixeron que non podría ser que la Reyna enviase tal ome, ca nunca dexaron a ningund ome estar do ella estaba. E según esto, paresce que fué obra de Dios, e así lo tovieron todos os que lo vieron e oyeron. E el ome estovo preso algunos días, e después soltáronle, e nunca más dél sopieron» (7). Como puede comprobarse, el contenido de ambos romances con lo referido en la Crónica es más que evidente.

El suceso es recogido también, de estas mismas fuentes, por nuestros historiadores locales. Rallón, con algunas incorporaciones, recoge también este suceso del encuentro con del rey Pedro I con el pastor quien le advierte “… que por el mal que hacía a la reina doña Blanca su mujer, que él había de ser muy expiado por ello… aunque si él quisiese tornarse a ella y hacer vida con ella como estaba en razón, que habría de ella hija que heredase a Castilla…”. Esta versión es similar a lo relatado en romance original (1550) en el que ya se apunta el hecho de que si el rey volvía con Doña Blanca, Dios le daría un heredero. En el texto de Rallón en lugar de un varón se menciona a una hija, apareciendo también cambiado el nombre del canciller real y, así, se cuenta que el rey, “mandó llamar a Juan Fernández, su chanciller, a Medina Sidonia, donde la reina estaba, para que hiciese pesquisa y supiesen la verdad, como hubiese venido aquel hombre y si lo enviaba la reina…” (8). Bartolomé Gutiérrez lo incluye también en su “Historia de Xerez de la Frontera” (9) en similares términos.

No hace falta especular mucho para afirmar que la “laguna” del romance y la Crónica de Ayala situada entre Medina y Jerez, debe ser la que hoy conocemos como Laguna de Medina. Más confusión existe en la identificación del lugar que sirvió de prisión a la reina Doña Blanca, que en un largo itinerario de cautiverios, paso por el Castillo de Arévalo, el Alcázar de Toledo y el Castillo episcopal de Sigüenza, de donde sería trasladada a Jerez en 1359. El castillo de Medina Sidonia, el Alcázar de Jerez y la torre de Sidueña, se “disputan” haber sido la prisión de la reina. Este último lugar, conocido hoy como “Castillo de Doña Blanca”, se encuentra a medio camino entre Jerez y El Puerto de Santa María. Más seguro parece que murió a manos del ballestero del rey Juan Pérez de Rebolledo. De lo que no hay duda es de que la infortunada esposa de don Pedro I El Cruel fue enterrada en el convento de San Francisco de Jerez. De todo ello ha dado cuenta en un reciente trabajo Antonio Mariscal Trujillo (10).

La trama del romance ha inspirado también obras de teatro así como alguna novela de literatura fantástica que, al igual que aquel, sitúan la escena principal “por los campos de Jerez” (11). Esos campos donde ya no cabalgan reyes crueles y justicieros, pero en los que todavía permanece la “laguna” del romance. Ya no sobrevuelan sus cielos el halcón sacre o el halcón neblí, pero en esta misma laguna, la de Medina, aún pueden verse volar garzas.

Para saber más:
(1) Ortiz de Zúñiga escribe en sus Anales a este respecto , “El Lunes 3 de Junio de 1353 celebró el Rey sus bodas en Valladolid con la Reyna Doña Blanca de Borbón , que con tardo viage habia sido traída de Francia , en cuya espaciosa venida algunos hallaron tiempo á agravios, del honor Real, que motiváron su aborrecimiento , dexada el dia siguiente”. Ortiz de Zúñiga, D.: Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, Tomo II, Lib. VI, pg. 135. Edición de 1795
(2) Rallón E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, pp. 104.
(3) La cita está tomada del Rimado de Palacio de Pedro López de Ayala, estrofa 347. Tomada del Esbozo de edición crítica de Rafael Lapesa, Biblioteca Valenciana, Generalitat Valenciana, 2010
(4) Anónimo: Romancero Viejo, Edición y prólogo de María de los Hitos Hurtados, Edaf, 2005, p. 9.
(5) Romancero. Edición de Paloma Díaz-Mas, 1994 Editorial Crítica, p. 97.
(6) Menéndez Pelayo, M.: Antología de poetas líricos castellanos. Romances Viejos castellanos (Primavera y flor de romances) T.3., p. 67. El mismo romance se recoge en Silva de 1550, t. II, f. 78.
(7) Este pasaje está citado en la Crónica del rey don Pedro (Año XII, Cap. III) de Pedro López de Ayala
(8) Rallón E.: Historia… Obra citada, p. 104.
(9) Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. II, p 220.
(10) Mariscal Trujillo. A.: Doña Blanca, Jerez en el Recuerdo, Diario de Jerez, 30 de mayo de 2016.
(11) Por ejemplo, la obra de teatro El Rey Don Pedro el Cruel. Tragedia en cuatro actos de Santiago Sevilla, o la novela Los malos años, de León Arsenal, Edhasa 2007, están ambientadas en el Romance del Rey don Pedro El Cruel.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 11/12/2016

 
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