Los sifones de la Junta de los Ríos.
Una obra de ingeniería centenaria del Patrimonio Hidráulico Andaluz.




Los sistemas de captación de aguas de Baelo Claudia y su factoría de salazones (Tarifa), el Molino de Mareas del Río Arillo (Cádiz), la Fábrica de Mantas de Mario, en la Ribera de Gaidovar (Grazalema), el acueducto atirantado de Tempul en La Barca (Jerez), los aljibes árabes del Castillo y el canal del Hozgarganta para la real Fábrica de Artillería (ambos en Jimena), los restos del acueducto romano de Tempul, el Puente Zuazo (San Fernando) y los Baños del Alcázar de Jerez son elementos del patrimonio histórico, monumental, arqueológico e industrial que tienen una característica común: forman parte del selecto grupo de la decena de obras e ingenios de la provincia de Cádiz incluidos en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de Andalucía (1). Con este reconocimiento la Consejería de Medio Ambiente, a través de la Agencia Andaluza del Agua, ha querido distinguir de manera destacada, entre otros muchos ejemplos repartidos por toda nuestra geografía, antiguas obras hidráulicas singulares o construcciones más recientes, ejemplo de aplicaciones industriales del agua o notables muestras de la arquitectura popular, industrial o de las obras públicas. A la lista anterior hay que añadir uno más: los sifones en arco del Guadalete y Majaceite en la Junta de los Ríos a los que dedicamos hoy nuestro paseo “en torno a Jerez”. Veamos sus orígenes y su pequeña historia.

Un sueño llamado pantano

En el comienzo de todo estuvo la plaga de filoxera que en junio de 1894 se detectó en nuestra campiña y que en pocos años asoló el viñedo jerezano. La comarca atravesó entonces una grave crisis y como consecuencia del declive del campo y de la falta de trabajo se acentuaron los conflictos sociales. No es de extrañar por ello que, en estos turbulentos años de finales del XIX, se alzaran voces que clamaban por buscar alternativas al monocultivo de la vid. Todas las propuestas pasaban, invariablemente, por la puesta en regadío de las mejores tierras del término, para lo que sería necesario construir un pantano, un viejo sueño de la sociedad jerezana.

Tras la autorización definitiva del gobierno de la nación para levantar una presa sobre el cauce del río Majaceite, se encargó el proyecto al ingeniero Pedro González Quijano, quien en 1905 lo presentó para su aprobación por la administración. En 1906 comienzan las obras del embalse que se prolongarían durante más de una década, entrando finalmente en servicio en 1917. Junto a la presa, González Quijano proyectó también una amplia red de canales para llevar el agua a todos los rincones de la extensa Zona Regable cuya superficie prevista era de casi 12.000 hectáreas.

Según explica en 1916 el propio ingeniero en uno de sus artículos: “Para el riego de esta zona se proyectan los canales principales… Parte el más importante de la Angostura misma, siguiendo la margen izquierda… llega a la confluencia (de los ríos), donde se bifurca en dos: el más caudaloso atraviesa el Guadalete mediante un sifón, y el otro continúa su desarrollo por las laderas de la izquierda, hasta los llanos de Aina y vertiendo los sobrantes en el arroyo de Bocanegra. A la salida del sifón a la Junta de los Ríos, y al llegar al arroyo de los Charcos se divide de nuevo, marchando un ramal a regar las vegas del río y siguiendo otro en dirección a Gédula, remontando el arroyo de este nombre en trinchera cada vez más profunda, hasta internarse al fin en túnel por debajo de Gedulilla, para reaparecer de nuevo a cielo abierto en el arroyo de Montecorto, cuyo curso sigue hasta llegar a la vista de los llanos de Caulina”. (2)

Los sifones en arco: una obra de ingeniería centenaria.



El problema mayor que suponía este diseño de red de canales era sin duda el paso de los ríos Majaceite y Guadalete. Para ello, el ingeniero había proyectado aprovechar el viejo puente de la carretera Arcos-Vejer que cruzaba el Guadalete, apenas unas decenas de metros, aguas abajo, del punto donde se une al Majaceite. La gran tubería del sifón, se alojaría así en un cajón de hormigón armado que se apoyaría en las pilas del puente y sobre él se situaría la calzada (ver ilustraciones). Este proyecto inicial, realizado en 1915, aprovechaba las cinco pilas con las que el puente se apoyaba en el cauce del río, salvando vanos de 18 metros. La idea, sin embargo, no acababa de convencer al ingeniero porque obligaba a elevar mucho la rasante de la carretera y porque, a su juicio, “… el emplazamiento del puente era poco afortunado. Situado en la misma confluencia, estaba expuesto a las avenidas de una u otra corriente, no siempre completamente concordantes, lo que podría hacer variar y reforzar, en condiciones difíciles de prever, la fuerza de socavación”. Prueba de ello es que el río ya había destruido uno de los arcos del antiguo puente, que hubo de reconstruirse en 1906. Sus intuiciones estaban bien fundamentadas y en marzo de 1917, una extraordinaria avenida del Guadalete, con una fuerza y un caudal que no se recordaba, arrastró el primitivo puente de la Junta de los Ríos, así como los de Villamartín y Arcos y el que cruzaba el río en La Florida, hacia Jerez, con la tubería de abastecimiento del manantial del Tempul (3).

Así las cosas, la opción adoptada era tan novedosa como atrevida para la ingeniería de la época: construir una gruesa tubería formando dos grandes arcos sobre ambos ríos, a modo de puente, para salvar con ellos el valle. El propio González Quijano lo explica en un artículo que escribe para la Revista de Obras Públicas (1923) dando cuenta de los pormenores de la obra: “el paso de los ríos ha exigido así dos arcos: el del Majaceite situado en la dirección general del sifón, que atraviesa normalmente el río, y el del Guadalete, un poco desviado, aunque ligándose al resto del trazado por amplias curvas… Entre los ríos, y a uno y otro lado, el sifón se apoya sobre el terreno natural, por intermedio de una cama…” (4).



Antes de ser encauzada en los sifones, el agua llega hasta este lugar procedente de la presa de Guadalcacín, 8 km río arriba, a través del canal principal que discurre literalmente “colgado” en las laderas de la orilla izquierda del Majaceite a algo más de 23 m de altura sobre el nivel del río. En ese punto se construyó la boca de carga del sifón, en un ensanchamiento del canal que fue regulado por grandes compuertas. El ingeniero, describiendo las características de su obra señala que “la sección interior del tubo es de 2,50 m., con una velocidad media de 1,43 m, por segundo da paso a un caudal de 7 metros cúbicos/segundo



El espesor de las paredes que reposa sobre las camas es de 0,30 m.
” Este espesor de los tramos horizontales se ve engrosado en los arcos, cuya armadura interior está constituida por aros transversales unidos longitudinalmente por gruesas varillas de hierro recubiertos de hormigón. Los arcos tienen una luz de 40 m. salvando así el cauce de los ríos sin apoyos centrales. El espesor de la gruesa tubería de hormigón que forma los sifones varía de 46 cm. en los arranques, hasta 28 en la clave, el punto más alto de los arcos. Sobre ellos se alza una caseta o castillete que protege las ventosas, que no son sino tubos verticales colocados sobre los arcos que permiten la salida del aire que pudiera almacenarse en el interior de la conducción, evitando así, el “golpe de ariete” que pudiera producir en la estructura. Hasta estas casillas, visibles hoy entre las copas de los sauces y álamos que forman la galería del bosque de ribera, se accede través de una singular y empinada escalinata “defendida por barandillas”.

Una solución técnica novedosa.



La construcción de los sifones, conocidos popularmente como “las morcillas”, supuso en su época una importante innovación técnica, puesto que la forma tradicional de “U” que adoptan este tipo de obras para salvar el cauce de los ríos apoyando sus tuberías en un puente (“venter”), fue aquí desechada por el ingeniero. La solución novedosa por la que se optó fue la contraria, utilizar para la disposición de la conducción la forma de “U” invertida, con lo que las tuberías describen un “puente-arco” (5). Proyectados en 1915, se iniciaron sus cimentaciones en 1916, siendo necesario utilizar en esta obra el “tren de aire comprimido del Servicio Central Hidráulico”, que permitió inyectar el hormigón, a través de la gruesa capa de acarreos de arena y grava del río, hasta llegar a la roca de base de “arcillas azules”.



Las obras sufrieron un parón de más de tres años por “las dificultades experimentadas en los años posteriores para obtener el regular suministro de hierros y cemento, debidas a las perturbaciones acarreadas por la guerra (I Guerra Mundial)”. Reanudadas en 1920 se terminaron en 1921 y se pusieron en servicio en 1922. Para la construcción de los arcos fue preciso instalar una enorme cimbra (ver ilustración) en la que se apoyaron los encofrados de las tuberías, lo que permitió que en poco más de mes y medio se terminara esta fase del proyecto.

Tras su construcción, los sifones fueron un lugar de visita por lugareños y vecinos de los pueblos cercanos, así como por técnicos e ingenieros de toda España. Las excursiones y visitas a la Junta de los Ríos a conocer a conocer los puentes-arco, denominados popularmente como “morcillas” fueron muy frecuentes, existiendo numerosas fotografías de grupos, familias y excursionistas, al pie de las escaleras o en las inmediaciones de los sifones, que fueron también objeto de reportajes en las revistas especializadas de distintos países.

González Quijano, quien fuera también ingeniero y director de la presa de Guadalcacín, obtuvo por esta obra un gran reconocimiento. En su glosa sobre los ingenieros hidráulicos de la España del Siglo XX, el profesor Mendoza Gimeno destaca de González Quijano que fue “profesor de Hidráulica Teórica de la Escuela de Ingenieros de Caminos y hombre de tal sabiduría científica en todos los órdenes que transcendió más allá de nuestras fronteras; autor del notable sifón invertido en el río Guadalete, maravilloso ejemplo de lo que la técnica hidráulica alcanza cuando se pone al servicio de una potente imaginación como la suya” (6). La novedosa solución adoptada por nuestro ingeniero estuvo fundamentada técnicamente en laboriosos cálculos, de los que ofrece curiosos apuntes en un segundo artículo sobre la obra que escribe para la Revista de Obras Públicas, en 1924. González Quijano da en él prolijas explicaciones matemáticas sobre los cálculos realizados para la elección de la curva que adoptan los arcos, o para determinar el grosor de las paredes y la estructura de la armadura interna de los sifones (7).



Más allá de su inclusión en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de la provincia de Cádiz, esta obra, de cuyo inicio se cumple este año un siglo y que mereció en su día todos los elogios de la comunidad técnica y científica, ha obtenido el mayor de los reconocimientos: su pervivencia en el tiempo.



Aquí están hoy, prestando los mismos servicios para los que fue diseñada hace cien años, las populares “morcillas, los sifones en arco del Majaceite y Guadalete, asomando los castilletes de sus claves por entre las copas de la alameda en el hermoso paraje de la Junta de los Ríos.

Nota: El sifón del Guadalete se encuentra dentro de las instalaciones de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, junto a la conocida Venta de la Junta de los Ríos, siendo necesario solicitar permiso para acceder a ellas. El Sifón del Majaceite es visible desde los accesos al antiguo puente de hierro y podemos aproximarnos hasta sus cercanías a través de un sendero que corre en paralelo a la ribera. En todo caso, el acceso sin permiso no está permitido.

Para saber más:
(1) Bestué Cardiel, I. y González Tascón, I.: Breve Guía del Patrimonio Hidráulico de Andalucía. Agencia Andaluza del Agua. Consejería de Medio Ambiente. Sevilla, 2006.
(2) González Quijano, P.: Alrededor del Pantano. Revista de Obras Públicas. 1916, Tomo I, p. 19.
(3) García Lázaro, A.: El Guadalete, Cuadernos de Jerez. Cuaderno del profesor. Ayuntamiento de Jerez, 1989.
(4) González Quijano. P.: “Sifón del Guadalete”. Revista de Obras Públicas. 1923 pp. 231-236
(5) Bestué Cardiel, I. y González Tascón,I.: Breve Guía… pp. 86-87
(6) Mendoza Gimeno, J.L.: Los Ingenieros Hidráulicos en España. Revista de Obras Públicas, junio, 1961, pp. 364-367
(7) González Quijano, P.: “Sifón del Guadalete II”. Revista de Obras Públicas. 1924, Febrero, pp. 37-40.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Rio Guadalete, Patrimonio en el medio rural, Obras Públicas

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 21/02/2016

Elogio de las “malas hierbas”.
Ya está aquí la primavera.




Fiel al ritmo de los días y al cotidiano repetirse de las estaciones, con esa precisión con la que los sabios calculan el incesante movimiento de los astros, la primavera de 2020 ha comenzado, según los cálculos de nuestro Observatorio Astronómico Nacional, el viernes 20 de marzo a las 4h 50m hora oficial peninsular. En su rigor teórico, los astrónomos han previsto que durará 92 días y 18 h y que terminará el 20 de junio para dar paso al verano. ¡Ojalá que en su "reinado" termine también con el coronavirus".
Pero en la práctica, la primavera lleva ya entre nosotros unas semanas desde que las últimas lluvias regaron generosamente la tierra y el sol ha hecho renacer todo lo vegetal.


Por los carriles de las viñas.

Ya está aquí la primavera y de nuevo los brotes de los árboles y arbustos, las hierbas y las flores van cambiando el aspecto del campo, del paisaje. Recorremos los caminos de la campiña y sale la primavera a nuestro encuentro en todos los rincones. De esta hermosa manera lo expresaba hace unos años, en su sección A cepa revuelta, de Diario de Jerez, el abogado y escritor Jesús Rodríguez Gómez:



Esta mañana he estado paseando por la Cañada de la Loba. Los verdes tenían belleza y vitalidad de adolescentes y se paseaban por las besanas, fatigándolo todo. He tomado la vereda que lleva a la viña de mi amigo Frasquito… ¡Las veredas del campo! Sendas humildes hechas con pasos ajenos… En la albarrada que hace linde con el trigal se agolpaban amapolas, jacintos, lavandas, labiérnagos, coscojas, aulagas, torviscos… Y entre ellas, subrepticias, las flores anónimas que se prende abril en sus mañanas. Esas que lo inundan todo con su color y su nombre clandestino. Sólo sabemos de ellas su lozanía y su querencia por lindes y ribazos, pero desconocemos cómo se llaman. La gente del campo las nombra, como si nada: carmentinas, todabuenas, sanchecias, algazules, escarchadas, hierba doncellas, mocos de pavo, palos de cochino, aguaturmas, ombligos de venus, dividivis, amormíos…"; y nosotros, los de ciudad, nos quedamos asombrados con ese santoral de la modestia. Estas flores de nombres ignorados, se pierden, como las monjas, por la humildad, y por eso agarran en lo menos evidente. Vamos andando entre los pasiles del roquedo y las vemos emerger de entre sus fisuras y gravillas, haciendo del aire, con su breve olor, una cañada de hermosura.



Cuando las descubrimos, hacemos una parada en nuestro paseo para admirar aquellas piedras florecidas, y después, agradecemos de corazón a la primavera que colonice con frutos de belleza hasta lo más inhóspito. En su humildad, sin embargo, llevan también su desgracia, porque no saber cómo se llaman quita a los hombres apego y nadie se lamenta si una de esas flores desconocidas es tronchada por el pie, la rueda o los cascos de la yegua…
” (1).

A nosotros también nos gusta pasear por los caminos que se trazan entre los campos en torno a Jerez, por las antiguas cañadas que se ramifican en hijuelas y padrones, en veredas y sendas entre los sembrados de cereal, entre las huertas, entre los viñedos… Y allí descubrimos ese esplendor generoso de humildes y desconocidas plantas que transforman las cunetas y linderos en hermosos parterres floridos. Un buen conocedor de nuestra campiña, Juan Luis Vega Cordero, pone nombre a buena parte de ese cortejo vegetal:

En primavera las cunetas de los carriles de las viñas de Jerez es el jardín natural más impresionante que uno se pueda imaginar, un mundo botánico lleno de vida y color. Todo tipo de plantas de espigas, como las avenas locas, los alpistillos o la cebadillas de ratón; ramilletes inmensos de flores azules, como las viboreras o chupamieles; de las comestibles borrajas, que brotan ya en el invierno; los blancos de las manzanillas y margaritones, los traviesos pepinillos del diablo, las peligrosas cicutas, hierbalocas o perejil de burro o de las viznagas, de elegantes pompones blancos…, inundan los campos jerezanos al final de mayo y junio, antes de enroscarse para el verano. Gamas de amarillos de todas las clases, vinagretas para chupar, jaramagos para los canarios, hinojos para el guiso de caracoles o para el aliño de aceitunas y tagarninas para esparragar; los tonos rosados de las corregüelas, campanillas y de los conejitos o bocas de dragón, que a veces crecen hasta en mismos tejados de las iglesias del centro. Morados de las tristes malvas y de las duras achicorias y el rojo impresionante de las zullas, que derraman su 'sangre' por los campos jerezanos cuando llega la Semana Santa…” (2).



Entre trigales.



Si la primavera se deja sentir entre las lomas de albariza donde crecen los viñedos, en otros rincones de la campiña se hace aún más patente y los trigales se nos muestran con un verde intenso que alegra los sentidos. Manuel Romero Bejarano, en un hermoso artículo publicado hace unos años en estas páginas de Diario de Jerez con el título de Trigales Verdes hace este hermoso llamamiento ante el inicio de la primavera: “Llegó el tiempo de volver a los cerros, el día soñado de abandonar Jerez para subir a la tierra blanca. Hace meses que la flor del almendro comenzó a desvanecer el frío. El perfume del azahar acudió en su ayuda… Quedarse quietos con los ojos abiertos días enteros. Junto a parras retorcidas que renacen tras el invierno. Junto a casas vacías en las que ya nadie se alegra de ver crecer la cosecha. Al lado de pozos de edad inmemorial. Campos arrugados que se asombran cada año de ver el trigo granar. … Peregrinar por reinos míticos que no dejan de sorprenderse al llegar la primavera. Volver a pronunciar nombres antiguos que se adentran en lo más profundo de la memoria. Alfaraz. Balbaína. Cantarranas. Macharnudo. Orbaneja. Tabajete. Valcargado. Almocadén. Los Tercios. Capirete. Marihernández. Tizón. Añina. Cerronuevo. Burujena. Carrahola…



Cientos de primaveras. Miles de jerezanos que nacieron y murieron en estos pagos esperando alcanzar un abril más. Deseando otear el horizonte y contemplar con júbilo cómo una vez más el trigo verde estaba granado...
” (3).



Los viñedos, los trigales, los sotos y alamedas del río, los linderos del bosque… cualquier lugar depara no pocas sorpresas en este renacer de lo vegetal. Pero nosotros, entre todos los regalos con los que la primavera nos obsequia, sentimos especial predilección por estas flores silvestres, humildes, discretas, “vulgares”, con nombres apenas conocidos, esas que crecen en las cunetas, en los bordes de los campos y de los caminos, las que, como los jaramagos, tapizan los baldíos. Esas que pasan desapercibidas y a las que muchos califican como “malas hierbas”. A buen seguro, algunas de estas especies vegetales resultan poco recomendables y causan perjuicios a agricultores y viñistas, a jardineros y a quienes se ocupan del mantenimiento de caminos y carreteras… pero no puede ya concebirse el paisaje sin ellas. Con la primavera, estas “malas hierbas”, esas que crecen “donde no deben”, donde no se las quiere, se hacen presentes en todos los rincones y, pese a las molestias que causan a algunos, nos compensan a todos con la belleza de sus flores.

En cierta ocasión, paseando por la Cañada de Espera, un hombre que llevaba en la mano una bandera, cubierto con un impermeable, nos hizo señas desde unas decenas de metros, en medio de un campo. Al poco se nos acercó y nos previno de las pasadas que una avioneta que volaba a lo lejos: “está fumigando para matar las malas hierbas”. Macizos de margaritas y amapolas, de viboreras y malvas, de borrajas y vinagretas, de zullas, de azureas, de jaramagos… llenaban las cunetas, ocultando los palmitos, y crecían también entre un olivar cercano y en los linderos de una loma sembrada de cereal. Malas hierbas…

Nos alejamos entonces del camino y en esas divagaciones ociosas que entretienen el paso lento de los caminantes, pensamos si estas “malas hierbas”, si estas hierbas que hermoseaban con sus flores los bordes de las hijuelas y los campos, estás que formaban parte de esa “lista negra” para la agricultura, serían consideradas “buenas hierbas” en algún lugar. Y allí, a buen seguro, que lejos de fumigarlas y rozarlas para acabar con ellas, se las trataría con el mimo que se dispensa a las flores que aquí cultivamos en los jardines.



“Es seguro, -pensamos-, que en algún remoto paisaje, las mejores praderas estarán tapizadas por estas “malas hierbas” que aquí tratamos de eliminar de nuestros campos con herbicidas. Es de justicia que así sea, -pensábamos mientras se acercaba la avioneta-, y de que puedan gozar allí de una lluvia de agua fina, de rocío limpio cada mañana y de que sean bien tratadas y admiradas”. Rescatamos, a modo de divertimento, aquellas disquisiciones en estos días de marzo cuando vuelven de nuevo a brotar con fuerza todas las hierbas (las “buenas” y las “malas”), algunas de cuyas flores les dejamos, junto a estas líneas para que los lectores valoren su condición.

Un hermoso y premiado poemario de nuestra admirada Josefa Parra lleva por título “Elogio de la mala yerba” (4) y nosotros, modestamente, lo tomamos prestado para dar la bienvenida a esta nueva estación que ahora comienza. Nos vamos recordando de nuevo la palabras de Jesús Rodríguez para decir que, paseando estos días por cualquier cañada de nuestra campiña, admirando los prodigios que obra la primavera en los ribazos de los campos, en los setos de los caminos, en las laderas incultas, en las orillas de los arroyos… disfrutando del renacer y el empuje de la naturaleza, sentimos “…lo mismo que debió sentir Dios aquel día tercero en que creó las cosas vegetales y vio que eran buenas”.

¡Ya está aquí la primavera, y ojalá que haya venido para llevarse al coronavirus!


Para saber más:
(1) Rodríguez Gómez, Jesús:A cepa revuelta: La primera visita al campo”. Diario de Jerez, 21/03/2010.
(2) Vega Cordero, Juan Luis:Primavera en los viñedos jerezanos”, Diario de Jerez, 11/05/2013.
(3) Romero Bejarano, Manuel:Trigales Verdes”, Diario de Jerez, 18/04/2010.
(4) Parra Ramos, Josefa:Elogio de la mala yerba”, Visor Libros, 1996.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 22/03/2015


PAISAJES CON HISTORIAS EN TORNO A JEREZ: Nuestro libro. Presentación cancelada




Muchos lectores de este blog y muchos amigos, nos habían animado hace ya tiempo a recoger en un libro algunas de las historias que aquí traemos. Siguiendo su consejo, y alentados por Manuel Romero Bejarano preparamos ese libro en el último trimestre de 2019. Bajo el paraguas de Ediciones Remedios, la editorial de Manuel, el libro entró en prensas a finales de febrero y, ya listo, estaba previsto presentarlo hoy mismo, en los Claustros de Santo Domingo...

El dichoso "coronavirus" ha dado al traste con esta presentación que tendrá que esperar tiempos mejores en los que podremos invitaros de nuevo a compartir con nosotros estos PAISAJES CON HISTORIAS EN TORNO A JEREZ.

Muchas gracias a tantos amigos que nos lo han recordado. Nos vemos cuando, entre todos, venzamos al virus. Mientras tanto NOS QUEDAMOS EN CASA.


 
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