Por las tierras de Rojitán.
Un curioso topónimo y un alcornoque monumental.




En los recorridos que realizamos por la campiña siempre reclaman poderosamente nuestra atención los árboles aislados que, como hitos en el paisaje, obligan a dedicarles una mirada o, como en el caso que nos ocupa, a detener nuestro camino para admirarlos. No siempre tenemos la suerte de que estos hermosos ejemplares estén en lugares accesibles o en rincones en los que puedan al menos contemplarse desde una corta distancia, como sucede con el alcornoque de Rojitán que, por méritos propios forma parte del selecto grupo árboles singulares que gozan ya de alguna figura de protección o de reconocimiento.

El viajero que desde Jerez se dirige hacia el Puerto de Gáliz por la carretera de Cortes, fijará a buen seguro la vista, en un soberbio ejemplar de alcornoque que, por su armoniosa silueta, llama la atención en las proximidades del punto kilométrico 58.



Falta poco para llegar a la entrada del Cortijo de La Jarda, uno de los principales accesos a los Montes de Propios de Jerez, cuando a la izquierda de la carretera destaca aislado, en medio de un pastizal este árbol excepcional.

El alcornoque se localiza en el paraje conocido como Llanos de La Jarda, en terrenos pertenecientes a la finca de Rojitán, que forma parte de los Montes de Propios de Jerez que están enclavados en el Parque Natural de Los Alcornocales.



Los Llanos de La Jarda son un conjunto de praderías donde se aclaró el bosque que se extiende por todos estos valles, para favorecer sí el desarrollo de pastos con los que alimentar al ganado. Están cruzados por el Arroyo de Las Palas que nos habrá acompañado junto a la carretera en el último tramo de nuestro recorrido, en cuyas orillas sobresalen las copas de los fresnos y de los quejigos que forman parte de la vegetación arbórea que acompañan a estos pequeños cursos fluviales. Según testimonios orales, en la zona de cabecera de este arroyo, en el “corazón” de los Montes de Jerez, se dio caza al “último lobo” de la provincia en la década de los veinte del siglo pasado.



Rojitán un curioso topónimo.

Antes de que nos detengamos para admirar el monumental alcornoque de Rojitán queremos ocuparnos del llamativo y sonoro topónimo que designa a estos parajes, que ha sufrido no pocas variaciones a lo largo de los siglos. Una de las referencias más antiguas, del siglo XVI, la aporta el profesor E. Martín Gutiérrez y está recogida en un interesante documento fechado en 1577 sobre Señalamiento de las dehesas de Montes de Propios. Al referirse a las lindes de la Dehesa de Lajarón ubicada en la zona de los Montes de Jerez, se cita como uno de los límites el “Buhedo de Rusitan” (1). Otra pista nos la aporta un curioso pergamino conservado en el Archivo Municipal de Jerez en el que se representan los fragmentos de un mapa del sector oriental del término municipal de Jerez. De autor desconocido, fue realizado en el siglo XVIII y en él aparece el topónimo de “Roxitan”, con una tachadura y una posterior corrección para reubicarlo en otro lugar próximo, anotándose ya la forma de “Rojitan” (2). Esta misma denominación (con “j”) aparece ya en la segunda mitad de ese siglo tal como comprobamos en los estudios del profesor Jiménez Blanco (3). De la misma manera lo encontramos citado en el Diccionario Geográfico de Madoz (1848) y en el primer mapa provincial confeccionado por Francisco Coello en 1868.

A mediados del XIX encontramos también la forma “Rogitán” en el Nomenclator oficial del gobierno de España de 1850. Con esta misma denominación (que sustituye la “j” por la “g”) figura en el Plano del Término Municipal de Jerez de Antonio Lechuga y Florido (1898) y en el Plano Parcelario de Adolfo López Cepero de 1904. El primer Mapa Topográfico Nacional del Instituto Geográfico (1917) incluye la forma de “Rojitán”, que se mantendrá también en los mapas de la Diputación Provincial de la segunda mitad del pasado siglo y que ha perdurado hasta nuestros días. En la actualidad, Rojitán da nombre a un cortijo y a la Dehesa que lo alberga, incluida en los Montes de Propios de Jerez y, por tanto, de propiedad municipal. El cortijo, de fácil acceso desde el desvío que conduce al poblado del Charco de los Hurones, fue restaurado hace dos décadas y desde entonces se dedica a alojamiento rural para grupos y colectivos ciudadanos que lo solicitan.



Por nuestra parte planteamos la hipótesis de que este curioso topónimo, pueda estar vinculado en su origen con la forma latina “russus” (rojo) de la que, a través de diferentes modificaciones a lo largo de más de cuatro siglos, se habría podido llegar a la denominación actual. La evolución del vocablo podría haber sido la de Rusitán (o Rusitano) => Roxitán => Rojitán/Rogitán. La justificación del nombre inicial de estos parajes, requiere ya aventurarse en los territorios de la especulación… ¿Tal vez por el color pardo o rojizo de los roquedos de arenisca del Aljibe que constituyen estos montes? ¿Quizás por el apelativo de un antiguo propietario, “Rusitano”, que aludiese a alguna característica personal como su color del pelo? Sea como fuere, todavía es posible rastrear el antiguo origen de este nombre ya que los mapas topográficos actuales incluyen en la Dehesa del Charco de los Hurones la "Majada de Rosita". Se trata de una errata que hace alusión a la antigua Majada de "Rositán" -forma antigua del topónimo- que de la mano de una errata, aún se mantiene en algunos mapas.

No queremos terminar este breve recorrido histórico por el topónimo de Rojitán sin apuntar otro posible nombre vinculado a él. Así, en el ya citado Señalamiento de las dehesas de Montes de Propios (1577), estudiado por el profesor E. Martín, al referirse a los límites de la Dehesa de la Jarda, se menciona “el alcornoque de las Mentiras, questá junto al Arriyitan fuera de toda la Jarda…”. Por nuestra parte pensamos que este nuevo topónimo hace alusión al mismo lugar donde, curiosamente, encontramos uno de nuestros alcornoques más monumentales y tan singular como debió ser aquel Alcornoque de las Mentiras.

Un alcornoque de excepción.



Pero volvamos de nuevo a la carretera donde habremos parado para admirar este extraordinario ejemplar de alcornoque de la dehesa de Rojitán, que tiene bien ganada su fama de “singular” por muchos motivos. Además de ser un ejemplar centenario, destaca por el grosor de su tronco y de sus ramas principales, así como por la armoniosa composición de su copa, de porte aparasolado, que puede contemplarse en toda su magnitud al presentarse el árbol aislado en medio de un prado. En sus tiempos, debió estar al pie de la “Colada de la Jarda”, vía pecuaria desdibujada ya por la carretera, que en tiempos pasados discurría por estos parajes buscando el Puerto de Gáliz.



Las características morfológicas más sobresalientes, de las que se nos da cuenta en el catálogo de Árboles y arboledas singulares de la provincia de Cádiz (4), en el que el alcornoque de Rojitán se encuentra registrado, no dejan lugar a dudas de que nos encontramos ante un ejemplar muy especial. Este árbol tiene 16 m. de altura total y un diámetro de copa que supera los 20 m. La altura del fuste (o tronco principal) es de 2,5 m. punto en el cual parten cuatro grandes ramas maestras. El perímetro del tronco (medido a 1,30 m. del suelo) es de 4,50 m., que alcanzan en su base casi 8 metros. La sombra que proyecta su enorme copa supera los 340 m2 y a sus pies hemos visto en los meses más calurosos de veranos no pocas vacas buscando algo de frescor.

La copa presenta una forma aparasolada y extendida, y su follaje, no muy denso, deja ver las grandes ramas maestras que la conforman. El paso de las estaciones nos ofrece también diferentes estampas del árbol, ganando sus hojas en lustre y verdor a medida que se acerca el verano, a diferencia de lo que sucede con la cobertura del prado donde se asienta, que se torna más pajiza, contrastando así con los colores del árbol que ve realzada aún más su silueta.

Como rareza, ya que no es habitual por estos parajes en los que el aprovechamiento del corcho es una de las principales fuentes de riqueza, cabe destacar que el ejemplar no ha sido nunca descorchado. Ello da a entender que, puesto que se halla en un paraje accesible y bien comunicado, ha debido existir sobre él algún tipo de protección “no escrita”, derivada tal vez de su singular porte, que ha permitido que llegue así hasta nuestros días. Suponemos que a medida que el bosque se fue adehesando en estos parajes y se fue eliminando la vegetación arbustiva, se mantuvieron los pies de los alcornoques más sobresalientes para aprovechar sus frutos en las montaneras. Los sucesivos aclareos de la dehesa para su transformación en pastizal, irían a su vez seleccionando para el descorche los ejemplares más accesibles y entregando al hacha y al carboneo los árboles menos productivos. Se respetan así, como sucede en otros lugares, árboles como este alcornoque que, a modo de monumentos naturales, encierran también muchas claves de la relación del hombre con el bosque a lo largo de los siglos.

Como consecuencia de que este ejemplar no haya sido nunca descorchado, la capa de corcho bornizo o “virgen” que presenta su tronco es de un calibre excepcional, a juzgar por lo que dejan ver algunas de las grietas que se muestran en él y que en algunos puntos alcanzan los veinte centímetros de profundidad. Esta gruesa capa de corcho -que presenta grandes hendiduras y llamativas irregularidades y asperezas, infrecuentes en otros grandes ejemplares que son descorchados periódicamente- se aprecia también en sus grandes ramas e incluso en algunas de las raíces, que asoman parcialmente en el suelo y que también han desarrollado esta especial cobertura.

El alcornoque de Rojitán es uno de ese selecto grupo de árboles singulares que pueblan nuestros montes y que son auténticos monumentos naturales que merecen ser conservados y protegidos. Es tan sólo un árbol… pero que árbol tan hermoso.

Para saber más:
(1) Martín Gutiérrrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004, pg. 258-259.
(2) Fragmentos de un mapa de las sierras del término de ciudad de Jerez. Anónimo en pergamino. S. XVIII, AMJF. C.12, nº 4 Bis.
(3) Jiménez Blanco, J. I.: Privatización y apropiación de tierras municipales en la Baja Andalucía. Jerez de la frontera 1750-1885.
(4) Árboles y arboledas singulares de andalucía. Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Medio ambiente, Sevilla, 2004, Pg. 44.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 25/01/2015

Elefantes, hipopótamos y rinocerontes en el Guadalete.
Un paseo en el tiempo por El Palmar del Conde.




A Francisco Giles Pacheco, maestro de arqueólogos.

Una banda de cazadores nómadas ha instalado su campamento en una pequeña elevación a orillas de un río, sin nombre todavía. En estos parajes, próximos a su desembocadura, su corriente es muy caudalosa y sus aguas se extienden por la llanura formando un gran pantano.



Por el lugar han avistado algunos caballos y ciervos que salen de entre los bosques cercanos y acuden aquí a beber y a pastar. Pero sobre todo han puesto sus ojos en los grandes elefantes que merodean por las orillas, a los que han observado moviéndose torpemente por estos aguazales.



Han realizado un largo viaje desde la parte alta del valle, donde la caza es menos abundante y han decidido establecerse por un tiempo para cazar, construyendo sus cabañas temporales con ramas y pieles en un lugar protegido entre los árboles desde donde se divisa el río.

Los más hábiles del grupo han comenzado a preparar sus armas y herramientas. Para ello han elegido entre los abundantes cantos de caliza que encuentran en las cercanías, los más apropiados para dar la forma deseada a los instrumentos que precisan. Con sus martillos de piedra (percutores) golpearan los cantos seleccionados para fabricar sus hachas de mano, las bifaces, tallándolos por las dos caras, esbozando sus formas primarias y perfilando después, con pericia, sus bordes ayudados de un martillo de hueso.

Estas excepcionales herramientas les serán útiles para cortar, cavar, perforar, fracturar… Tallarán también hendedores, raspadores, raederas… y no desperdiciarán tampoco las lascas y esquirlas que se producen al golpear los cantos, ya que les pueden ser útiles para desollar sus piezas, para cortar la carne, para curtir sus pieles… Así lo han hecho siempre: se procuran lo que precisan en el lugar donde se establecen. La próxima estación, cuando la caza escasee, partirán a otro lugar y sólo llevarán con ellos lo imprescindible porque en un largo viaje hay que ir ligero de equipaje…


Un yacimiento arqueológico y paleontológico junto a El Portal.



Esta singular escena, u otra parecida, era posible observarla en las cercanías de El Portal, junto al río. Donde hoy corretean entre los lentiscos y los acebuches los conejos, las perdices y algún meloncillo, en el mismo lugar donde pastan actualmente los caballos de la yeguada de El Palmar, hace tan “sólo” 200.000 años (milenio más, milenio menos), cuando el clima era más cálido y húmedo en nuestras latitudes, podían verse en estos mismos parajes de la vega baja del Guadalete hipopótamos, elefantes, rinocerontes, grandes ciervos o caballos salvajes.

Estos y otros muchos datos de gran interés, fueron aportados por los hallazgos que, hace ya 25 años, llevaron a cabo un equipo de arqueólogos dirigido por Francisco Giles Pacheco, en el marco de un ambicioso programa de Investigación titulado “Prospecciones Arqueológicas Sistemáticas en la cuenca fluvial del río Guadalete”. La lectura de estos trabajos nos atrapó hace ya muchos años y hemos querido volver a ellos cuando se cumple un cuarto de siglo de la publicación de aquellos estudios sobre las excavaciones realizadas en un paraje singular que hoy pasa desapercibido. En 1989, cuando el equipo del Proyecto Guadalete realizaba el estudio arqueológico de los paquetes de arenas y cantos rodados que iban a ser explotados en la gravera de El Palmar del Conde, en las proximidades de El Portal, salieron a la luz numerosos cantos tallados así como algunos restos fósiles de grandes mamíferos.

El yacimiento arqueológico y paleontológico de El Palmar del Conde se sitúa en la margen izquierda del río Guadalete, en una pequeña elevación próxima al núcleo de El Portal, junto la subestación eléctrica y al conocido cruce de “Las Quinientas”. Esta loma, que pasa desapercibida al viajero, se encuentra hoy cubierta parcialmente con la típica vegetación de monte bajo (acebuches, lentiscos, coscojas…) y en parte cultivada, se corresponde con una antigua terraza del Guadalete situada a + 20 m sobre el nivel actual del río.

Para el lector curioso, recordaremos que estas formaciones geomorfológicas se asientan sobre un substrato de materiales arcillosos (a los que delatan su característico color rojizo) en el que también están presentes yesos de edad triásica, que los fenómenos erosivos han dejado hoy a la luz, siendo visibles desde la carretera que une El Portal con la fábrica de Cementos.

Sobre estos materiales se depositaron paquetes de gravas y arenas en unas formaciones conocidas como “barras de canal”. Su origen se debe a la sedimentación de las fracciones más gruesas de la carga de fondo que transportaba la corriente en la parte central del canal del río, cuando su cauce era mucho más ancho que en la actualidad y su inmenso caudal era capaz de arrastrar los grandes cantos rodados que hoy vemos depositados en las terrazas alejadas de la actual orilla del río. Cuando la corriente encontraba estas pequeñas elevaciones sobre el amplio estuario, se acumulaban sedimentos sobre ellas, y la estructura se alzaba llegando a emerger sobre el nivel de agua. Así surgieron las pequeñas “islas” o “penínsulas” de El Palmar del Conde, o las cercanas de El Tesorilllo, Los Potros o Las Pachecas, próximas también a este lugar y que aún hoy es fácil imaginar emergiendo sobre la llanura de inundación que en su día debió ocupar plenamente el río y que en la actualidad es una gran extensión de campos de cultivos entre los que sobresalen estos pequeños cerros.

La fauna del paleolítico.

Las diferentes publicaciones del equipo dirigido por F. Giles Pacheco sobre las excavaciones realizadas en este lugar, permiten aventurar el aspecto que ofrecerían estos parajes varios cientos de miles de años atrás, durante el Pleistoceno Medio. Así, desde esta pequeña loma, veríamos una gran laguna o marisma con pequeños islotes o penínsulas como esta elevación de El Palmar del Conde, donde se habían depositado ya numerosos cantos rodados y a los que acudían los grandes mamíferos que poblaban los bosques y los claros que se abrían junto al estuario del Guadalete. Los hombres del Paleolítico encontraban en estos enclaves la materia prima para sus herramientas líticas y los animales a los que daban caza.

Entre los restos de fauna hallados en este lugar, han aparecido molares de rinocerontes (Stephanorhinus hemitoechus), caballo (Equus sp.), hipopótamo (Hippopotamus amphibius), un metatarso de ciervo (Cervus sp.) y restos de otros molares que tal vez pudieron pertenecer a un gran elefante (Palaeoloxodom antiquus), todos ellos en conexión estratigráfica con los cantos tallados, por lo que puede afirmarse que los hombres del Paleolítico y estos animales estuvieron presentes en este territorio durante un mismo periodo de tiempo. Estos restos ayudan también reconstruir e imaginar cómo era el paisaje y los biotopos en torno al Guadalete y a las zonas colindantes con su estuario. Las condiciones medioambientales requeridas por las especies de grandes mamíferos citadas en el yacimiento permiten deducir, a juicio de los investigadores “…una alternancia de espacios de bosques y zonas abiertas de clima cálido con cierta tendencia a la humedad”.

Bifaces y otras herramientas líticas.


Al gran interés de los restos paleontológicos hallados en El Palmar, hay que sumar un numeroso conjunto lítico de piezas talladas (más de 400), encontradas también en este yacimiento. En función de sus características, los arqueólogos las encuadran en el Achelense Pleno, estadio cultural del Paleolítico inferior, caracterizado, entre otras muchas cuestiones, por el alto porcentaje de bifaces que suelen aparecer entre sus restos arqueológicos.

Del estudio de este valioso conjunto de piezas, los informes apuntan que la mayoría de los soportes son de cantos de caliza (85%) seguidos en menor medida de “…sílex y protocuarcita y esporádicamente dolomía y cuarcita respondiendo a grandes rasgos a la proporción que se presenta en los paquetes detríticos”. Entre las piezas halladas abundan las raederas, raspadores, hendedores y perforadores, no faltando tampoco las típicas bifaces, esas “hachas de mano” tan características de este periodo cultural, algunas de cuyas piezas están expuestas en los museos arqueológicos de Jerez, El Puerto de Santa María y Cádiz. No es difícil imaginar que la mayoría de estas herramientas estarían destinadas al aprovechamiento de la fauna que pudieran cazar en las inmediaciones.

Todavía hoy, aún podemos ver en la parte oriental del pequeño cerro de El Palmar del Conde, en contacto con los campos de cultivo, los potentes estratos de cantos rodados en los que se hallaron las piezas arqueológicas y los restos paleontológicos, aunque la mayor parte de estos paquetes de gravas se explotaron hace un cuarto de siglo por una cantera.

A nosotros, cada vez que pasamos por aquí o cuando paramos para observar el paisaje, junto a la finca La Llave o en El Puente de la Herradura, nos gusta imaginar a aquellos hombres del Paleolítico, junto a sus cabañas construidas en las laderas de este pequeño cerro, dominando el amplio estuario del Guadalete, tallando sus bifaces y sus raspadores para dar cuenta de los animales que acababan de cazar. En este mismo lugar donde hoy pastan plácidamente los caballos blancos de la yeguada de El Palmar.


Para saber más:
-Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Aguilera, L.; (1990): “Un tecnocomplejo del Pleistoceno Medio en la desembocadura del río Guadalete: el yacimiento achelense del Palmar del Conde”, F.. Revista de Historia de El Puerto, 5.11-30.

-Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Rodríguez, V.; (1990): “Aproximación a un complejo técnico del Pleistoceno Medio en lacuenca baja del río Guadalete. Casa del Palmar del Conde (Jerez de la Frontera, Cádiz)”. Xábiga. Revista de Cultura, 6. 83-97.
-Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Aguilera, L.; (2001): “El registro arqueológico de los primeros grupos humanos en la comarca de Jerez y su contexto en el sur de la península. Resultados de un proyecto de investigación. Revista de Historia de Jerez, Nº 7. Cuaderno de arqueología. 2001, pgs. 14-16.
Procedencia de las ilustraciones: Elefantes y rinoceronte: www.phancocks.pwp.blueyonder.co.uk/naturalhis

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 18/01/2015

Con Chapman y Buck por los humedales en torno a Jerez.


Entre los muchos viajeros y visitantes ilustres que a lo largo de los últimos tres siglos han dejado referencias en sus libros sobre Jerez y su entorno, tal vez sea al célebre naturalista y cazador inglés Abel Chapman, a quien debemos las mejores reseñas sobre la fauna salvaje presente en nuestros montes y marismas, en nuestros bosques y humedales.

De la mano de su amistad con Walter J.Buck, quien se había establecido en Jerez en 1868 como exportador de vinos y con quien compartía su afición a la caza y su interés por la naturaleza, Chapman visitará en numerosas ocasiones nuestro país y nuestra ciudad siendo huésped del Sr. Buck y su esposa en el Recreo de las Cadenas, donde residían y, posteriormente, cuando ambos mueren, de su hija Violet Buck en su castillo de Arcos de la Frontera.

Ambos amigos dejaron testimonio de sus andanzas naturalistas y cinegéticas en dos libros de obligada consulta para quienes quieran conocer los aspectos más sobresalientes del medio natural de finales del siglo XIX y de principios del XX: La España Agreste (1899) y La España Inexplorada (1910). De esta última obra, dimos cuenta en un anterior artículo en el que se relataba la excursión de sus autores por los Cerros de Chipipi (el actual Peñón de La Batida), ubicado en las cercanías de Torrecera, junto al río Guadalete. (1)

En esta ocasión vamos a volver a acompañarlos en un paseo por los humedales cercanos a nuestra ciudad, que realizan una mañana de febrero en los primeros años del siglo XX, cuyas referencias hemos extraído también de su obra La España Inexplorada.

Un paseo vespertino desde Jerez”.



La ruta comienza, como todas las que tienen como destino nuestros montes y campiñas, partiendo del Recreo de las Cadenas y en su descripción, lo primero que llama la atención de los citados autores es la estrecha conexión ciudad-campo que se da en nuestro territorio, lo que nos



permite la posibilidad de disfrutar de la naturaleza sin largos y costosos desplazamientos. Y ello, incluso en grandes ciudades como Jerez que se cuenta entre las más pobladas de Andalucía y que en 1900 ocupa el decimoquinto lugar de las españolas.

Esta es la reflexión inicial de nuestros naturalistas: “Los pueblos y aldeas españolas se hallan aisladas como las “ciudades amuralladas” de los tiempos bíblicos. Los Pueblecitos de la sierra parecen una mancha de blanco en la falda marrón de la montaña. Una vez que se atraviesan las puertas se está ya en el campo. Incluso Jerez, con sus 60.0000 habitantes, no tiene una zona suburbana. Con un paseo de media hora se pueden presenciar escenas de la avifauna agreste por las que los naturalistas de nuestro país (Inglaterra) suspiran en vano”.

Nos encontramos ahora en nuestro “pantano local” a una milla o dos de distancia; es a mediados de febrero. A quince yardas una docena de cigüeñuelas avanzan con pasos majestuoso en el agua; cerca hay un grupo de agujas, algunas de ellas escarbando en el cieno y el resto arreglándose las plumas con el pico en excéntricas poses.
Más allá, la orilla más seca se halla adornada con garcillas bueyeras (Ardea bubulcus), blancas como la nieve, algunas de ellas posadas sobre el ganado, librándoles de las garrapatas que tanto le atormentan. De esta forma, a menos de cincuenta yardas, hemos podido contemplar tres de las aves más raras y exquisitas en Gran Bretaña. Y la lista puede ser ampliada. Un aguilucho lagunero, con vuelo amenazante y barriendo con sus amplias alas los aneales, cruza el pantano, espantando a un ánade real y a varias agachadizas. Hay cigüeñas y zarapitos trinadores a la vista (aunque estos últimos posiblemente sean zarapitos finos) y hay una banda de sisones agazapados entre los palmitos a 500 yardas. De un sumidero de la ciénaga salta un andarríos grande; y cuando tomamos el camino de vuelta, ambientados por el sonido de las ranas toro y alacranes cebolleros, resuena sobre nuestras cabezas el trompeteo de las grullas que surcan el cielo en su camino hacia el norte
”. (2)



A diferencia de otras salidas que realizan por las cercanías de la ciudad, en esta ocasión no concretan el lugar que visitan, refiriéndose a él, como “pantano local”. El sentido que aquí tiene esta expresión es el de un lugar, situado en una hondonada, donde se recogen de manera natural las aguas de lluvia.



Aunque existe la tentación de identificar esta zona húmeda con la Laguna de Medina, extraña que no se hagan referencias a otros lugares de gran interés (La Cartuja, el Puente, el río Guadalete, los llanos de las Pachecas y Zarandilla…) por los que habrían tenido que pasar y de los que nuestros naturalistas, curiosos y precisos observadores, hubiesen hecho, a buen seguro, alguna mención. A juzgar por los datos que se desprenden de la narración (proximidad a la ciudad, “paseo de media hora”, “una milla o dos de distancia”…), no parece tampoco que la Laguna de Medina sea el lugar visitado en esta ocasión. Otras antiguas lagunas como las de Rajamancera, Mesas de Asta, La Isleta, Bocanegra, del Rey, Las Quinientas, quedan descartadas al encontrarse a una mayor distancia de la que apuntan los naturalistas.

Los humedales próximos a la ciudad.

Algunos pequeños humedales más cercanos al casco urbano pueden responder con mayores posibilidades a las características que apuntan los naturalistas. Estamos en febrero y, con las lluvias, se encharcan las zonas bajas próximas a Jerez como los amplios terrenos colindantes con la Cañada de la Loba, entre la carretera de Sanlúcar y la del Calvario o las tierras de Las Salinillas, junto a esta última carretera. Todos estos aguazales aún se siguen formando los años más lluviosos en la trasera de los centros comerciales de Área Sur y Luz Shopping siguiendo el curso del Guajabaque.



Las proximidades del arroyo del Zorro, a los pies de Cerro Viejo, son zonas en las que habitualmente pueden aparecer también otras pequeñas lagunas estacionales, al igual que sucede en las llanadas encharcables existentes junto al arroyo del Carrillo, en las proximidades del cortijo Espanta Rodrigo -donde abundan las garzas- y que son visibles desde la autovía de El Puerto. Todos estos lugares quedan “a mano” del Recreo de las Cadenas, lugar desde el cual pueden visitarse estos “pantanos” en poco tiempo y en un corto paseo. Pese a las claras opciones de cualquiera de ellos, nos inclinamos a pensar, sin embargo, que el rincón descrito pudiera haber sido la antigua Laguna de Torrox. Este humedal, muy cercano a la ciudad, presentaba, hasta su desaparición y transformación en el actual estanque, encharcamientos más permanentes y duraderos en el tiempo que los anteriores.



Sea como fuere, lo sorprendente es que todavía hoy, “a una o dos millas de distancia de la ciudad”, a menos de media hora de paseo, la naturaleza se nos sigue mostrando en todo su esplendor, y todavía es posible presenciar muchas de las escenas descritas por Chapman y Buck. Casi, casi,… como cien años atrás.



Para saber más:
(1) García Lázaro A. y J.: “Con Buck y Chapman por los Cerros de Chipipe, Un paseo al encuentro de la vida salvaje en torno a Jerez”. Diario de Jerez, 06/04/2014.
(2) Chapman, A. y Buck, W.J..: La España Inexplorada. Junta de Andalucía y Patronato del Parque Nacional de Doñana. Sevilla, 1989. pp. 424-424.
Nota: Las acuarelas de aves que ilustran este artículo han sido tomadas de: W.H. Riddell. Pintor y Naturalista (1880-1946). Catálogo de la exposición organizada por la Asociación de Amigos de Parque Natural de Los Alcornocales. Jerez, 2002. Debemos recordar que William Hutton Riddell fue gran amigo de Abel Chapman, amistad que le permitió conocer a Violet Buck – hija de su amigo W.J. Buck- con quien se casaría años más tarde y con quien residiría en el castillo de Arcos desde 1928 hasta su muerte en 1946.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 11/01/2015

 
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