Todas las Santas.
Un recorrido por la hagiotoponimia de la campiña de Jerez.


Cada 1 de noviembre, la Iglesia católica celebra la festividad de Todos los Santos, una fecha en la que se honra a “todos los santos del cielo”, sean conocidos o desconocidos. Desde hace siglos, esta conmemoración está muy arraigada en la tradición cristiana y cuenta con numerosas manifestaciones religiosas, culturales y festivas en la devoción popular.

Como no podía ser de otra manera, los santos están también presentes en nuestros paisajes más cercanos a través de la toponimia, dando nombre a muchos lugares y rincones de nuestra campiña. Son los conocidos como “hagiotopónimos” (1), a través de los cuales podemos acercarnos también al conocimiento de la historia religiosa y devocional de nuestra ciudad. Y es que, junto a las imágenes de nuestras iglesias, capillas y ermitas rurales, o los azulejos devocionales de cortijos y casas de viña, huellas materiales de la religiosidad popular, los hagiotopónimos suponen también un patrimonio inmaterial que nos ayuda a conocer mejor algunos rasgos de nuestra historia local (2).



Como sucede con las construcciones o los paisajes, los nombres de lugar también se van perdiendo con el tiempo. O se cambian por otros, abandonándose ya las viejas denominaciones con las que eran conocidas algunas casas de viña, cortijos, pagos o parajes de la campiña jerezana. Por nuestra parte, hemos recopilado más de dos centenares de estos curiosos topónimos relacionados con el nombre de santos que han sido utilizados al menos en los dos últimos siglos. De ellos, aproximadamente un tercio ya han desaparecido o apenas se conocen. Buena parte de estos nombres los encontramos en las tierras que tradicionalmente se han dedicado al cultivo de la vid, o en lugares más cercanos a la ciudad y de la periferia urbana. La mayoría tienen su origen en el siglo XIX, coincidiendo con la gran expansión de la vitivinicultura jerezana.





Las razones por la que viñas y haciendas, cortijos o tierras de secano fueron bautizados o conocidos con nombres de santos son muy variadas. En algunos casos se justifica por la devoción familiar o personal de sus propietarios. En otros hay constancia de que el nombre de familiares (hijos, esposas, padres…) influía también en esa elección. En menor medida, el nombre de un santo o una santa dado a una finca estaba relacionado con su vinculación histórica a determinadas órdenes religiosas o militares, iglesias o conventos quienes habían sido sus antiguos propietarios.



En nuestro paseo de hoy, y a modo de modesta contribución para rescatar esa herencia cultural de siglos que supone la toponimia, les proponemos un recorrido por nuestro término municipal en busca de aquellos parajes y lugares que aún conservan estos hagiotopónimos. Para no hacer demasiada larga esta relación, vamos a centrarnos en esta ocasión en los referidos a nombres de santas, de los que hemos seleccionado algo más de medio centenar entre los que encontramos una treintena de nombres distintos.

Santa María, Santa Teresa, Santa Isabel.

Entre los más repetidos figuran los de Santa Teresa, con 12 referencias, Santa Isabel, con 7 y Santa María con 6. Santa María, en su advocación de la Defensión, da nombre a nuestra célebre Cartuja, levantada en el paraje de El Sotillo a orillas del Guadalete, lugar en el que según la leyenda su intercesión fue decisiva en una batalla contra los musulmanes y donde se levantó una ermita a su nombre en el siglo XIV. Santa María da también nombre a un paraje, casas, cortijo, vega y cerro –Cabeza de Santa María- situado a medio camino entre Torrecera y Paterna, a orillas del arroyo Salado de Paterna y de la carretera que une ambas poblaciones. El Rancho Santa María, y el haza del mismo nombre se emplazan en el cruce de las carreteras de Sanlúcar y Rota junto a la conocida Venta Antonio. Santa María del Pino es también el nombre de una finca situada entre el Camino de Espera, la Cañada Ancha y la carretera de Sevilla, ocupada en parte en la actualidad por el barrio del mismo nombre de la pedanía de Guadalcacín, si bien en tiempos pasados albergó viñedos pertenecientes al pago de Lima. De la antigua Viña Santa María, situada en la confluencia de las Hijuelas de Pinosolete y Geraldino, apenas queda ya uno de los pilares de su puerta de acceso.

Santa Teresa es el hagiotopónimo más representado en nuestra campiña y llevan su nombre más de una docena de lugares, casas de viña, fincas… Uno de los más conocidos es la conocida Granja de Santa Teresa, citada ya por Madoz a mediados del siglo XIX. Desde 1826 perteneció a la familia Domecq, que tenía en estos parajes próximos al río Guadalete, una finca de recreo. En 1995 fue adquirida por el Ayuntamiento de Jerez y en la actualidad alberga un parque periurbano y un Aula de la Naturaleza que acoge al recién creado Centro de Interpretación del Río Guadalete.



Junto a ella se ubica también la Torre de Santa Teresa, un curioso mirador visible desde La Corta, desde el que se divisa la Bahía de Cádiz y el curso del Guadalete. Con este mismo nombre existió también otra viña junto a la Hijuela de Pinosolete cuya casa está hoy arruinada, una finca de recreo en la carretera de Cartuja, que aún pervive, al igual que la Viña Santa Teresa, en el pago de Tizón, colindante con la del Dulce Nombre. También se conserva la finca Santa Teresa, entre el cruce de las carreteras de Rota y Sanlúcar y la antigua traza del ferrocarril de Bonanza.

En el Camino de Albadalejo (junto a la conocida Venta La Cuchara, ya desaparecida), frente a la Harinera de la Avenida de Europa o en el Camino de Espera, junto a las 4 Norias, Santa Teresa dio nombre a otras tantas fincas, que se han ido incorporando a la trama urbana. No han desaparecido, pero han cambiado de nombre, otras antiguas casas de viña que llevaban por nombre Santa Teresa o Santa Teresa de Jesús. Este es el caso de la que perteneció a las bodegas Valdespino y estuvo dedicada a viñedo, pero que en la actualidad se conoce como El Serrallo, al inicio de la hijuela homónima, y hoy aparece rodeada de naranjos. También el de otras dos viñas del pago de Balbaína. Una de ellas, junto a la Viña La Esperanza permutó su antigua denominación de Santa Teresa por la de La Guita. La otra, próxima a la carretera de Rota, lleva ahora por nombre Las Puentes.



Santa Isabel da también nombre a diferentes casas de viñas y viñedos, algunos de los cuales se dedican hoy a otros cultivos. Una de las más conocidas se encuentra en la carretera de Trebujena, frente al cortijo de Romanito, y que perteneció en su día a D. José de Soto. En la actualidad, aún puede leerse su nombre en los pilares de su singular puerta de entrada. Los pagos de Canaleja y Montealegre también tuvieron sendas viñas conocidas como Santa Isabel. La primera en el camino de Pedro Díaz, colindante con Montesierra, la segunda junto a la carretera de Cartuja, frente al actual depósito de aguas; ambas ya desaparecidas. En El Carrascal, frente al Corregidor, otra viña lleva el nombre de Santa Isabel, al igual que otra situada en el pago de Corchuelo, frente a Las Salinillas. La que existió hace unas décadas junto al actual polígono industrial Santa Cruz, ya ha sido absorbida por el crecimiento urbano. Los Llanos de Santa Isabel, conocidos también como de Mirabal, se extienden junto a la cañada del Carrillo en el lugar donde se unen la ronda Oeste con la carretera de El Puerto.

Santa Rosa, Santa Ana, Santa Lucía, Santa Julia, Santa Inés.

Santa Ana, además de en la toponimia urbana, está presente en nuestro entorno rural con varias referencias, algunas de ellas ya olvidadas. En el pago de viñas de Valdepajuela, hoy integrado en la ciudad, la finca Santa Ana estuvo situada junto a la Cañada del Hato de la Carne (actual avenida de Europa) que unía el González Hontoria con Caulina, y ocupó una parte de los terrenos del actual centro comercial Carrefour Norte. En el mismo pago, corrió idéntica suerte la viña Santa Ana, ubicada junto a la carretera de Arcos en cuyas tierras, pasado el tiempo, se levantaría la barriada de Torresblancas. Otra pequeña viña del pago de Montealegre, situada junto al último tramo de la hijuela del Serrallo, frente a la actual finca San Joaquín, llevó también este nombre. En nuestros días aún mantiene la denominación de Viña Santa Ana, la ubicada en la barriada rural de Polila, a los pies de Cerro Obregón, justo al inicio de la Cañada de Cantarranas.



Más alejadas de la ciudad estuvieron las tierras del Olivar de Santa Ana, situado entre las del Cortijo del Sotillo Nuevo y las de la Dehesa de Malduerme, junto al cruce de la carretera de Cortes con la cañada de la Pasada del Rayo. En la actualidad forman parte de la Dehesa de Giles, un hermoso rincón de la campiña donde prospera un magnífico alcornocal.

Con menor número de referencias que los anteriores, también se repiten en la toponimia de la campiña los lugares con el nombre de Santa Rosa. El más conocido es el de la barriada rural Mesas de Santa Rosa, situada al norte de la ciudad, entre el Camino de Ducha y la carretera de Sevilla, apenas a un km del parque empresarial.

El  enclave pudo tomar su nombre de la antigua Haza de Doña Rosa, perteneciente al cortijo de Carrizosa y colindante, junto con el cortijo de La Norieta de estos parajes de Las Mesas. Así mismo, hubo sendas viñas con el nombre de Santa Rosa, ya integradas en el núcleo urbano y que estuvieron situadas tras la Huerta de las Oblatas y en el actual espacio del “botellódromo”, respectivamente. También en la Hijuela de Pozo Nuevo, que une la Laguna de Torrox con la Cañada del Carrillo, encontramos la viña Santa Rosa.



En las proximidades de la laguna de Los Tollos y separada de las tierras de Romanina por la autopista Sevilla Cádiz, la Viña Santa Lucía alberga hoy uno de los mayores viñedos del marco pertenecientes a las bodegas sanluqueñas de Barbadillo. Visibles desde la carretera, llama la atención del viajero el camino de acceso al caserío, escoltado de grandes adelfas que recorre las lomas entre las vides. Santa Lucía da también nombre a una antigua viña del pago de la Carrahola, situada junto a la Cañada de las Huertas cuyo caserío aún se conserva, si bien las tierras se dedican a cultivos de cereal. En el pago de San Julián, en las proximidades de la barriada rural de Polila encontramos la viña Santa Julia, que mantiene este nombre desde hace más de un siglo, colindante con los de la conocida viña Las Conchas. Frente al Cuco, y colindante con la Huerta de las Oblatas, en la actual avenida del Duque de Abrantes, existió en tiempos pasados otra viña con el nombre de Santa Julia, frente al Recreo de Rivero, tierras todas que fueron absorbidas por el núcleo urbano en la década de los 60 del pasado siglo. Un caso curioso es también el de Santa Inés, que da nombre a un antiguo molino, ya semiderruido, a orillas del arroyo Zumajo, cerca de La Barca de la Florida. De la misma manera bautiza también a un camino y a un barrio construido en sus cercanías, por la antigua Hijuela de Geraldino.

Todas las Santas.



Como puede verse, la relación de hagiotopónimos relacionados con santas que dan aún nombre a muchos rincones de la campiña es muy extensa. Para no cansar a los lectores terminaremos señalando algunos otros que, en menor proporción que los anteriores, encontramos también repartidos en los alrededores de la ciudad o diseminados por el término. El genérico de La Santa, da nombre a una pequeña viña ubicada en el cruce de las carreteras de Sanlúcar y Rota, junto a la vía de Servicio. En la carretera de Cartuja, donde desde el siglo XIX se construyeron casas de recreo en estas fincas enclavadas en el pago de Montealegre, aún permanecen los nombres de Santa Bibiana, Santa Genoveva, Santa Teresa o Santa Amalia, esta última muy cerca del monasterio.

Santa Bárbara es una conocida viña que encontramos en la carretera del Calvario, situada en el Cerro de Orbaneja, cuyo caserío puede verse desde la carretera al pasar el puertecillo de los Olivos. El Haza de Santa Bárbara, perteneciente al cortijo de Tabajete, guarda también el recuerdo de esta santa. En la hijuela de las Anaferas, frente al actual campo de golf estuvo la viña de Santa Basilia, y al igual que sucede con la de Santa Matilde, junto a Ducha, sólo nos quedan de ellas los restos de su caserío.




Por el contrario, aún perviven las viñas de Santa Emilia, Santa Petronila y Santa Cecilia. Las dos primeras en el pago de Tizón, a las que llegamos por la cañada del Amarguillo, en un rincón de la campiña que tanto nos gusta. Santa Cecilia, en el pago de Balbaína, junto al parque eólico de La Rabia, perdió parte de su espléndida casa de viña, pero conserva aún sus viñedos y parte de sus dependencias.

Santa Cristina, en el Pago de San Julián, cercano a Añina; Santa Marta, en Macharnudo Bajo; Santa Rosalía, en el pago de Lima, junto a Guadalcacín; Santa Juana, en tierras de la actual Avenida de Europa, frente a Carrefour; Santa Victoria, en Torrox, junto a la Hijuela de Pozo Dulce… son algunos ejemplos de viñas que perdieron sus vides, sus casas y sus nombres.



A diferencia de las anteriores, Santa Honorata, propiedad de Sánchez Romate, con casa, viñedos y lagares, aún luce en la fachada y en la puerta de acceso, su llamativo nombre, visible desde la autovía de Sanlúcar, en el cruce de la carretera de Las Tablas. En este mismo enclave rural, la viña Santa Luisa, al pie de la carretera que conduce al cortijo del Barroso, mantiene también su antigua casa entre sus renovadas vides.

Volveremos el próximo año, por “Todos los Santos”, a pasear nuevamente por la campiña jerezana para rescatar esos curiosos hagiotopónimos, esta vez referidos a los “santos”, que forman parte del rico patrimonio inmaterial de nuestro entorno rural.

Para saber más:
(1) Albaigés Olivart, J.M.:La toponimia, ciencia del espacio”. Prólogo de la Enciclopedia de los topónimos españoles. Ed. Planeta, 1998.
(2) Molina Díaz, F.: De los hagiónimos a los hagiotopónimos: la toponimia como instrumento para la historia religiosa. Indivisa. Boletín de Estudios e Investigación, 2014, nº 14, pp. 30-43.


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Cortijos, viñas y haciendas, Toponimia, Paisajes con historia, Patrimonio en el mundo rural.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 30/10/2016

La Venta del tío Basilio.
Con Fernán Caballero por los caminos de Jerez a Algar.




En estos días de invierno, cuando empiezan a llegar los primeros fríos, renace cada año la vieja costumbre de salir al campo los fines de semana en busca de las ventas.

Desde hace unas décadas las ventas se identifican con esos establecimientos de hostelería a medio camino entre los restaurantes y los bares de carretera, a los que acudimos para “reparar
fuerzas” en nuestras excursiones por los alrededores de la ciudad (los populares “mostos”), o cuando realizamos otras rutas por el interior de la provincia, la costa o la sierra. Sin embargo, en sus orígenes, las ventas jugaron un papel aún más importante, cuando los viajes eran largos y las veredas tardaban en recorrerse varias jornadas. Estos establecimientos, que se levantaban en los cruces de caminos, en parajes perdidos en la mitad del campo o en los despoblados, servían fundamentalmente para facilitar comida, refugio u hospedaje a los viajeros. Con frecuencia se convertían también en lugares de reunión de los habitantes del lugar y como punto de intercambio de productos de la tierra, jugando también un papel importante en la difusión de las noticias relacionadas con las poblaciones cercanas.

Aunque en próximos artículos nos ocuparemos de algunas de las ventas más renombradas, hoy queremos recordar a una de las más humildes y modestas de la mano de la conocida escritora costumbrista Fernán Caballero: “la venta del Tío Basilio”. En su sencilla descripción se ilustra cómo pudo ser el origen de cualquiera de las pequeñas ventas que salpicaban los caminos rurales del siglo XIX.

La del “tío Basilio”, es una venta creada para la literatura, un escenario imaginado por la autora, ubicado en la ruta entre Jerez y Algar, en un paraje indeterminado, “a los pies de una vereda”, un lugar en el que “se extiende una dehesa solitaria”.



Lo narra Fernán Caballero en un cuento que aparece en su libro Relaciones (1862), y que lleva por título “Más largo es el tiempo que la fortuna”. (1)

Aquellas antiguas ventas.

Si existió o no en realidad la “ventilla del tío Basilio” o una con otro nombre de sus mismas características no es ahora lo relevante, aunque estamos seguros que a nuestra escritora, destacada representante del “realismo”, no le faltarían para inspirarse ejemplos similares al que describe, pues fue también reconocida viajera y recorrió desde su infancia los caminos de muchos rincones del interior de la provincia de los que nos ha dejado en sus libros pintorescas escenas.

Como ya hiciera su madre, la escritora gaditana Frasquita Larrea, Fernán Caballero pasó algunos veranos en Bornos desde donde hacía excursiones a parajes cercanos, visitando también los pueblos de Arcos, Ubrique y otros muchos lugares de la Sierra de Cádiz. En estos relatos, en los que el viaje y las descripciones del paisaje ocupan siempre un especial protagonismo, no podían faltar las referencias a las populares “ventas”.



Por citar sólo algunas, Francisca Larrea menciona en su viaje de Bornos a Ubrique, en 1824, la Venta de Tavizna, “situada a la orilla de río Majaceite… en un enorme peñasco”, o la Venta de la Albujera, en las cercanías de Ubrique, que la autora describe en un entorno idílico rodeado de frondosa vegetación (1).

Puesto que Fernán Caballero conoce bien los caminos y las ventas donde en tantas ocasiones habría parado a descansar mientras la diligencia o los coches cambiaban sus caballos, no es difícil imaginar que en su relato literario haya un poso de vivencias personales y de observaciones reales que nos ayudan a conocer o imaginar cómo pudieron ser aquellos modestos establecimientos.

En su relato se hace mención a que la “Venta del tío Basilio” se encuentra en algún punto del camino entre Jerez y la sierra de Algar, una vía de comunicación que ha existido desde los siglos medievales. Este camino, conocido, entre otros nombres, como Cañada de la Sierra, cruzaba el río por los vados (y después por las barcas) de la Florida y Berlanguilla para dirigirse después al Convento de El Valle. Desde este lugar, siguiendo el curso del Majaceite, se llegaba hasta la Ermita del Mimbral y Tempul, desde donde se bifurcaba en dirección a Algar y a los Montes de Propios de Jerez. A lo largo de su recorrido contó desde antiguo con numerosos ventorrillos, ventas, posadas y “paradas”, habida cuenta de lo despoblado de este extenso territorio situado en al este del término municipal de Jerez.

Algunos de estos viejos ventorrillos pueden ya encontrarse en el mapa de Tomás López (1787), o en otros más cercanos en el tiempo al relato de Fernán Caballero, como el de Francisco Coello (1866), el de Ángel Mayo (1877) o el de Antonio Lechuga y Florido (1897). Por citar sólo las ventas más nombradas y las que se encuentran recogidas en los mencionados mapas y planos junto al Camino de la Sierra, citaremos aquí la de Nepomuceno (en Cuartillo, donde todavía se conserva en parte la casa que la albergaba) o la de La Barca de la Florida, junto al vado, en el cruce de caminos de la Cañada de Albardén. Tras pasar el Guadalete, el viajero se encontraba la Venta del Zumajo (junto al arroyo del mismo nombre) y algo más adelante, en los Llanos del Sotillo, la Venta de la Cañada, en la vereda que se desviaba hacia Arcos. En estos mismos parajes se encontraba la casa de la Diligencia, donde hacían un alto los primeros coches de caballos que circularon por estos caminos.

Junto a las anteriores, una de las de más renombre fue La Parada del Valle, de la que aún se conserva una parte del viejo caserío que la albergaba y que era también conocida como Parador del Valle. El camino continuaba desde aquí por las laderas de las sierras del Valle, Dos Hermanas y Alazar, pasando por la Ermita del Mimbral donde también se ubicaba una popular venta con el mismo nombre. Tras cruzar la garganta de Bogas en las proximidades de la Boca de la Foz, el camino hacía un alto en el Molino y Venta de Tempul, situado junto a los manantiales. Más adelante, en la dehesa de Rojitán, donde se desviaba el camino de la Sierra hacia Ubrique, estuvo la Venta de la Papicha, como se refleja en el mapa de F. Coello de 1868. La Ventilla del Puerto de Galiz o la Venta de Lleja (la conocida “Ventalleja”), ya cerca del Mojón de la Víbora, cerraban este itinerario de ventas y ventorrillos que a lo largo del siglo XIX existieron junto a esta importante vía de comunicación que, en sentido oeste-este, unía las campiñas gaditanas con las sierras de Cádiz y Málaga.



La venta del tío Basilio.

A todas ellas habremos de añadir también, con todos los honores que se derivan de su mención en una obra literaria, la “venta del tío Basilio”. Esto es lo que nos refiere de ella Fernán Caballero, en su cuento “Más largo el tiempo que la fortuna”:



Entre Jerez y la sierra de Algar se extiende una dehesa solitaria. Veíase en ella, hace años, al lado de una vereda un sombrajo, a cuyo amparo se había establecido un hombre que sobre una mesa despachaba alguna bebida. Andando el tiempo, había labrado cuatro paredes y cubiértolas con enea: había compartido en su interior dos mitades, destinada una a cocina y despacho, y la otra a dormitorio, y se había llevado allí a su mujer y dos hijos.

Detrás de la casa había levantado un vallado, que formaba un corral cuadrado, en que de noche recogía unas cabras que de día llevaba a pastar a la sierra su hijo menor y había hincado una estaca de olivo al frente de su casa, con el fin de que pudiesen atarse en ella las caballerías de los escasos transeúntes de aquella vereda…
”.

Esta estampa que nos describe Fernán Caballero nos recuerda a la imagen de un ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque que el antropólogo alemán Wilhelm Giese recogió, en la década de los 30 del siglo pasado, en su libro “Sierra y Campiña de Cádiz” (3). Pero volvamos al relato…

…La estaca se había coronado a la primavera siguiente de una verde guirnalda, y pasando años, cuidad por su dueño, se había hecho un olivo frondoso, que proporcionaba al ventero una bonita cosecha de aceitunas, que aliñaba, y eran, con el queso de sus cabras, los ramos de más despacho de su establecimiento. Muchos caballeros de Jerez que solían ir a cazar, descansaban en la ventilla del tío Basilio, haciendo un consumo, cuyo valor pagaban quintuplicado”. (4)



Cada vez que recorremos la carretera de Cortes – el antiguo Camino de la Sierra- y cruzamos por alguna de las muchas “dehesas solitarias” que a lo largo del camino pueden verse todavía en Magallanes y La Guareña, en Malabrigo o en Berlanguilla, en El Sotillo, en El Parralejo… esperamos encontrarnos, en una vereda que aún no conocemos, escondida tal vez entre un bosquete de alcornoques, la “venta del Tío Basilio”.

Para saber más:
(1) Fernán Caballero:Más largo el tiempo que la fortuna”: http://www.biblioteca.org.ar/libros/70835.pdf
(2) Francisca Larrea.: Diario. Graficas el Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asociación de Amigos de Bornos. Pgs.63 y 94.
(3) Wilhelm Giese.: Sierra y Campiña de Cádiz. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1996, p. 429. De este libro ha sido tomada la imagen del ventorrillo entre Benaocaz y El Bosque.
(4) A esta venta, y a esta escena, se refiere también Francisco Montero Galvache en un delicioso artículo “Fernán Caballero frente a Jerez”, ABC, 16/08/1952, donde estudia las opiniones de Fernán Caballero con respecto a los jerezanos y portuenses.
Nota: La imagen de Fernán Caballero se ha obtenido de 'http://www.alquiblaweb.com/2013/11/10/la-novela-realista-en-la-gaviota-de-fernan-caballero/'

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 21/12/2014

Las puertas del campo.
Un recorrido por la Puerta Verde de Jerez




Es conocido el viejo dicho popular que afirma que “no se pueden poner puertas al campo”. Pese a todo, las campiñas en torno a Jerez parecen contradecir al refranero y así, el caminante encuentra en cada rincón puertas y cancelas, rejas y angarillas de todo tipo que le franquean los senderos, veredas y carriles por los que había salido con la pretensión de dar un sencillo paseo.



Desde hace unos años, sin embargo, quienes gustan de salir al encuentro de nuestros paisajes cercanos tienen una nueva puerta muy especial, esta vez abierta de par en par, para el disfrute de la naturaleza. Se trata de la Puerta Verde de Jerez una iniciativa que desarrolló en su día la Consejería de Medio Ambiente. El principal objetivo del proyecto “Puertas Verdes” es acercar el entorno natural a los residentes en las ciudades andaluzas de más de 50.000 habitantes, a través de la recuperación de las antiguas vías pecuarias que, a modo de corredores ecológicos, conectan los núcleos urbanos con espacios naturales cercanos. Esta iniciativa, vinculada también en su día al Plan de Recuperación de las Vías Pecuarias pretende, en última instancia, convertir a estos viejos caminos que un día se utilizaron para el tránsito de ganado, en elementos de vertebración ecológica del territorio. Las actividades de ocio en la naturaleza (ciclismo, rutas a caballo, senderismo…) cuentan así con renovados caminos en los que realizar estas actividades que podrían ser también nuevas



vías para el desarrollo rural de la mano del ecoturismo, al mismo tiempo que diversifican el paisaje y se convierten en auténticos corredores ecológicos para la fauna y la flora. Hasta aquí la idea. Lástima que en la práctica, haya faltado el necesario mantenimiento de los espacios reforestados, del firme de los senderos, de la reposición de algunos vallados… Ha bastado algo menos de cinco años para que el trazado de la Puerta Verde de Jerez haya sufrido ya signos de deterioro que habrán de ser corregidos. Pese a ellos, merece la pena este paseo al encuentro de la naturaleza más cercana.

Un camino centenerario.

La ruta que hoy proponemos pretende acercarnos a esta Puerta Verde de Jerez, un itinerario de 13,3 km., que tiene la pretensión de unir la Laguna de Medina con el parque de Las Cañadas de Puerto Real cuando se solucionen algunos litigios que impiden la continuidad del trazado en unos centenares de metros en La Carrascosa. Nosotros recorreremos el camino sólo en el primero de sus tramos, el que partiendo de dicha laguna nos lleva en un cómodo paseo de algo más de 6 km. hasta la barriada rural de El Mojo.



El recorrido se realiza a través de un carril que discurre por el trazado de la Cañada Real de Lomopardo o de Medina, una de las vías pecuarias más transitadas del término. Esta cañada tiene una longitud aproximada de 23 km. y arranca del Descansadero de Albadalejo, junto a Estella del Marqués. Discurre junto a la actual autopista Sevilla-Cádiz para cruzar el río Guadalete por el Puente de Cartuja y continuar por Las Pachecas hasta la Laguna de Medina y el Mojo. A partir de este lugar, la cañada pasa al pie del castillo de Berroquejo y se cruza con otra que une Puerto Real y Paterna, penetrando ya en el término municipal de Medina Sidonia. Su dirección es de Norte a Sur y su anchura legal de 75,22 metros, si bien en la mayoría de su recorrido se nos presenta hoy más estrecha al haber sido invadida por las fincas agrícolas o por viviendas ilegales.

En la Laguna de Medina.



Iniciamos nuestro paseo en la Laguna de Medina, donde unos paneles informativos nos muestran las características de la ruta. En su primer tramo discurre junto a la orilla de la laguna durante algo más de un kilómetro. Para salvar las zonas encharcables se ha habilitado un sendero peatonal con pasarelas de madera escoltado en todo momento por los tarajes, carrizos y eneas que crecen a la izquierda junto a la lámina de agua, y por los acebuches, lentiscos y algarrobos que, a la derecha forman una “pantalla vegetal” que separa la laguna de los campos de cultivo colindantes en los que crece un olivar.

En este primer tramo del recorrido el paseante puede observar de cerca, durante los meses primaverales, un amplio catálogo de flores silvestres en las que están representadas las típicas especies del matorral mediterráneo.

Apenas hemos caminado 900 m., cuando a la izquierda del sendero un observatorio de aves nos invita a hacer un alto en el paseo. Camuflado entre la vegetación, como si de un palafito sobre la laguna se tratase, esta pequeña construcción de madera tiene en su interior una serie de paneles que nos informan de las especies de aves más frecuentes en las distintas estaciones. Con esta ayuda, no nos será difícil identificar a las más representativas de cuantas viven habitualmente en la laguna o visitan cada año esta Reserva Natural, declarada también Zona de Especial Protección para las Aves.



La riqueza ornitológica de este paraje es conocida desde antiguo. Las fuentes documentales árabes mencionan ya que un importante humedal al sur de Jerez era conocido como “la laguna de las Aves”. Ibn-Hayyan recoge de al-Razi que el emir Abd al-Rahman II solía venir a Sidonia a cazar grullas en una laguna que distintos autores identifican con la de Medina y otros sitúan en La Janda. De lo que no cabe duda es que este espacio que ahora atravesamos en nuestro paseo era uno de los cazaderos de Alfonso XI de Castilla. En su Crónica se narra cómo en 1342, cuando pretendía el cerco de Algeciras, pasa por Jerez y acampa “en la otra banda del Guadalete” esperando varios días las incorporaciones para hacer la “masa de su ejército”. Refiere el historiador Fray Esteban Rallón que en esta ocasión “el rey descansó junto a la Laguna de Medina, donde se embarcó en una barquilla y fue a tirar a los cisnes, que había muchos en ella”. Ese mismo año vuelve el rey, repitiendo el itinerario, acampando dos noches mientras reagrupa el ejército y volviendo a cazar.



Estos mismos paisajes en los que nos recreamos en nuestro paseo son también los escenarios de un curioso romance que con el título “Por los campos de Jerez”, tiene por protagonistas a Pedro I “El Cruel” y a su esposa, la reina Doña Blanca de Borbón. “Por los campos de Jerez / a caza va el rey don Pedro / allegose a una laguna /allí quiso ver un vuelo…” es el arranque de este romance en el que de nuevo la laguna es testigo de las historias fantásticas relatadas por el romancero.



Por la Cañada de Medina.



Tras un breve descanso y después de “recrearnos en los paisajes de la historia y la literatura”, retomamos el sendero. Algo más adelante, cuando ya hemos recorrido 1300 m, el camino dobla hacía el sur apartándose de la orilla de la laguna que quedará ya a nuestra espalda. Discurre ahora entre lentiscos y acebuches, dejando a su izquierda el arroyo de Fuente Bermeja, pequeño curso fluvial que alimenta este histórico humedal. Al poco, la ruta se ve cortadas por una carretera secundaria que sigue el trazado de la Cañada del León o Cuerpo de Hombre y que conduce hasta Rajamancera. Tras cruzar la carretera, nuestro camino inicia ahora un suave ascenso, y la cañada presenta a ambos lados una orla de vegetación donde podemos ver las típicas especies del monte mediterráneo, con predominio de lentiscos, palmitos y acebuches. No faltan tampoco en estas espesas bandas de monte bajo, carrascas, perales silvestres, jaras, torviscos, matagallos, tomillos…



Continuando nuestro paseo, llegaremos a un pequeño collado y, como habremos ido ganado altura, a nuestras espaldas podremos observar bonitas vistas de la laguna, que desde aquí vemos rodeada de vegetación, con el Cerro del Viento (108 m.), próximo a la fábrica de cemento, despuntando a su izquierda. El cerro nos muestra desde hace unos años las cicatrices de la cantera que, en unos años, terminará por cambiar la fisonomía de este hito paisajístico al que se hace ya referencia en documentos de los siglos XV y XVI. La cañada discurre ahora por una zona llana en la que se acotaron parcelas con un “cerramiento provisional para repoblación”, como indican los carteles que figuran en los vallados instalados para proteger los plantones de encinas, acebuches y algarrobos que se plantaron hace unos años. Lamentablemente, la falta de un adecuado mantenimiento y el vandalismo, han ocasionado que buena parte de estos plantones se hayan perdido, siendo necesaria su reposición, la instalación de tutores y la reparación de los cerramientos.

En el interior de una finca, a la derecha en el sentido de la marcha, veremos la casa del cortijo de Las Caballerías. Algo más adelante, a la izquierda, donde la cañada da un giro de 90 grados, aparece otra construcción rodeada por un cercado levantado en terrenos de la cañada. Esta misma práctica se observa en los campos de la derecha, donde los hitos que marcan los límites de la vía pecuaria, de un llamativo color verde, están dentro de una finca privada. Lamentablemente, estas ocupaciones de terreno público se dan en otros muchos puntos del camino.



Tras un cómodo paseo por este tramo, que discurre por zona llana y donde podremos ver nuevos cerramientos para repoblación que muestran también signos de falta de mantenimiento (y aún de abandono), la cañada inicia un suave descenso para llegar a un pequeño vado. Hasta este punto hemos recorrido 4200 m. desde que iniciamos nuestro paseo. Por el vado cruza la vía pecuaria un arroyuelo tributario del de Fuentebermeja, procedente de las tierras de Martelilla, que quedan a nuestra derecha, en las que es fácil ver pastando las reses de su afamada ganadería de bravo. Dentro de las fincas, a ambos lados del camino, seguimos observando los hitos (postes de color verde) y los antiguos mojones de piedra colocados en el último tercio del siglo XIX, que delimitan claramente la anchura de la vía pecuaria, prueba evidente de la ocupación de parte de su trazado.

Por la Cañada de Las Caleras en tierras de El Mojo.

Tras pasar el vado, se sube una pequeña cuesta a cuyo término ya empiezan a verse, a ambos lados del camino, las construcciones de la barriada rural de El Mojo, levantadas dentro del trazado de la vía pecuaria. Al poco, nuestra ruta da un giro de noventa grados al cruzarse con otra vía pecuaria: la Cañada de Los Arquillos o de la Cuesta del Infierno. A la altura de este cruce hemos recorrido ya algo más de 5 km. El fin de nuestro paseo ya está cerca, y cuando llegamos al antiguo Ventorrillo de El Mojo, al pie de la vieja carretera de Medina, podremos por fin descansar tomando un refrigerio en cualquiera de las ventas de esta barriada rural dando por terminado nuestro paseo.



Si se desea, se puede continuar por la cañada otros quinientos metros hasta el depósito de agua ubicado en lo más alto del Cerro de El Mojo. Este tramo fue conocido hace un siglo como la Cañada de las Caleras ya que en las laderas y, especialmente al pie del cerro, los afloramientos rocosos que aún se aprecian escondidos entre higueras, se explotaron en su día para la extracción de piedra caliza. La Casa de la Calera, una antigua construcción al inicio del camino, nos recuerda que en estos parajes existieron hornos de cal.

Si llegamos a lo más alto del cerro, este último esfuerzo habrá merecido la pena porque tendremos como premio una de las mejores vistas panorámicas de toda la campiña. ¡Que ustedes lo disfruten!



Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 4/05/2014

 
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