Gibalbín: “el monte del pozo”.
Un recorrido por la toponimia andalusí.




Publicado el 1/03/2015

En diferentes ocasiones nos hemos ocupado en estas páginas de algunos topónimos de
resonancias árabes, que guardan memoria de los más de cinco siglos de presencia andalusí en nuestro territorio. Después de 750 años, aún se mantienen no pocos vestigios de su prolongada estancia en los nombres de nuestros ríos, nuestros campos, nuestros montes.

Esta pervivencia no es de extrañar ya que, desde las primeras décadas inmediatamente posteriores a la llegada de los musulmanes a la península y durante casi ocho siglos, Jerez y su extenso alfoz han tenido una marcada influencia andalusí de la que aún quedan testimonios en su cultura, en su paisaje y en la toponimia. Como ha escrito el profesor Juan Abellán, el topónimo “se erige no solo como espectador de la Historia de su entorno más inmediato, sino que la vive y le afecta, quedando las huellas del pasado incrustadas en sus formas gráficas y en sus significados, aunque, con relativa frecuencia, es observable el cambio de las primeras, permaneciendo, no obstante, inalterable su significación”. (1)

Gibalbín: un nombre para un monte.



Junto a la cercana sierra de San Cristóbal, pequeña elevación de 125 m al SW de la ciudad que cierra el horizonte hacia El Puerto de Santa María, el relieve más destacable en las proximidades de Jerez es sin duda la Sierra de Gibalbín. Situada a 20 km en línea recta, en dirección NE, presenta un relieve de suaves pendientes, fruto del modelado superficial, a pesar de la naturaleza caliza y margocaliza de su roquedo. Con sus 410 m es un hito sobresaliente en el paisaje de un amplio territorio, a caballo entre las provincias de Sevilla y Cádiz, siendo también un referente visual de primer orden desde el que se dominan las amplias llanuras del antiguo estuario del Guadalquivir, las campiñas jerezanas y de Arcos y las comarcas cercanas a la Sierra de Cádiz.



No es de extrañar que, por estas razones, fuera desde antiguo un enclave estratégico como atestiguan los testimonios arqueológicos hallados en sus laderas y cumbres, que informan del paso de las diferentes culturas a lo largo de la historia. Por sus alrededores han discurrido (y se trazan todavía) las principales vías de comunicación que, desde al menos dos milenios atrás, han unido las tierras gaditanas con las de Sevilla.

Para rastrear el origen y posible significado de este orónimo hemos revisado los diferentes nombres con los que se cita a este monte las fuentes documentales árabes, así como nuestra historiografía tradicional y los estudios sobre toponimia, lo que nos ha permitido conocer su evolución a lo largo del tiempo hasta su fijación en la forma “Gibalbín”, tal como hoy la conocemos.



Gibalbín, “el monte del pozo”.

Diremos ya, de entrada, que el topónimo de Gibalbín tiene su origen, muy probablemente en el Yabal al-bi´r de los árabes, con el significado de “monte del pozo”. Las referencias que encontramos en las fuentes árabes a esta enclave geográfico se remontan, cuando menos, al siglo XII. Así, al describir el itinerario entre Algeciras y Sevilla, el geógrafo al-Idrisi (mediados del s. XII), menciona los lugares más destacados por los que discurre el camino. Tras dejar atrás Medina (Ibn al Salim) y cruzar el Río Guadalete, se pasa por Yabal Munt, para seguir después hasta la alquería de Asluca, la actual Torres de Alocaz (2). Este Yabal Munt o “cerro del monte” de la vía idrisiana, que vemos mencionado también en otras fuentes como Gebalmont, no puede ser otro que Gibalbín. En ambas formas aparece de manera redundante el vocablo “monte”, combinándose los sustratos árabe y romance. Se subraya así la importancia de este hito orográfico como referencia en un paisaje donde predominan suaves colinas y llanuras y donde Gibalbín se yergue en esta región por la que cruzan los caminos más importantes entre el Estrecho y el Valle del Guadalquivir como “el monte” por antonomasia.



Ibn Abi Zar nos da también posibles referencias de esta montaña en su obra Rawd al-Qirṭās, una historia de Marruecos escrita en árabe a comienzos del siglo XIV, en la que relata los asaltos meriníes a la zona. Así, en una de las intervenciones militares de castigo que se llevaron a cabo en la primavera de 1285 por la comarca, el “Emir de los Musulmanes”, Abu Yusuf, desde su campamento en las cercanías de Jerez, envía una expedición al mando de uno de sus jefes, hacia Alcalá de Guadaira y Sevilla: “El Emir de los Musulmanes cabalgó, acompañándolo, hasta que lo despidió… Al separarse de él, apretó el emir Abu Mu´arrif la marcha aquel día hasta que llegó a la montaña de Ibrir, donde se detuvo a hacer la oración de media tarde; cabalgó de nuevo con ardor hasta la puesta del sol, dio pienso a los caballos a orillas del Wadi Lakka y anduvo toda la noche hasta que amaneció… ”.



En este topónimo de “la montaña de Ibrir” se reconoce de nuevo el Yabal al-bi´r, “el monte del pozo”, tanto por su forma gráfica como por las referencias espaciales que se aportan en la crónica y el itinerario seguido por las tropas (3). Apenas unas semanas más tarde, Abu Ya´qub, hijo de Abu Yusuf, emprenderá otra campaña de castigo por tierras sevillanas desde Jerez, tomando Gibalbín como lugar de descanso. El profesor M.A. Manzano Rodríguez da cuenta en su libro “La intervención de los benimerines en la Península Ibérica” (4) del papel como base de operaciones militares desempeñado por la sierra de Gibalbín en estos episodios bélicos y señala que en las fuentes árabes el topónimo presenta diferentes problemas textuales, de modo que unas veces aparece citado como Yabal Abrir /Ayrin (pg. 85), otras con las variantes Yabal



Ibriz / Ibrid
(pg. 91) y en otras ocasiones bajo las formas de Yabal Ibrir / Ibril / Ibriz (pg. 95). Esta y otras muchas referencias a Gibalbín pueden encontrarse en las crónicas árabes, debido sin duda a la posición estratégica que le proporcionaba su altura.



El profesor E. Martín Gutiérrez recuerda también el papel destacado que jugó la Sierra de Gibalbín durante la década 1274-1284, cuando los invasores benimerines realizaron múltiples correrías, como las descritas por Ibn Abi Zar, por la comarca jerezana.



Desde esta Sierra se realizaron expediciones punitivas por toda la comarca, llegando incluso hasta las inmediaciones de Carmona” (5). Como ejemplo señala también que “durante el asalto de Jerez “Abu´Ali llegó hasta la sierra de Gibalbín en donde acampó hasta la tarde”.

Dejamos para otro momento la posible identificación de Gibalbín con el “Montebur” que se menciona en la crónica del al-Razi, tal como sostiene Abellán (6) y que a juicio de otros autores como el arabista Borrego Soto podría referirse a la Sierra de San Cristóbal (7), o a la Sierra del Pinar, en Grazalema, como sugiere Rallón (8). Más cercanas al “yabal bir”, del que deriva el actual Gibalbín, encontramos las formas “Motebir” y “Montebir” que menciona la Crónica general de España de 1344 (6) y que también recoge el jesuita Martín de Roa (1617). Este autor transcribe parte de un códice de la catedral de Toledo, que el presume “no bien copiado”, que contiene una versión de la crónica del “Moro Rasis” donde al hablar de Xerez-Saduña se dice “…e ai un monte que a nombre monte Bir”. (9)

Gibalbín: otros posibles significados.

Como ya se ha dicho, la tesis más aceptada es la que sostiene el profesor Juan Martínez Ruiz (10) quien toma como referencia el topónimo que consta en el Privilegio del rey Alfonso X, de 1274, estableciendo los términos de Jerez y en el que se señala que uno de los mojones está “… en la sierra de Xibralbir, do es el departimiento de los términos de las aldeas de Grañina e de Cariecas” (11). Para Martínez Ruiz, el primer término “Xibral” es el árabe “yabal” (monte). El segundo, “bir” procede “del árabe “bi´r”, hispanoárabe “bir”, “pozo”. Literalmente “el monte del pozo”.



El profesor Juan Abellán (12), ha señalado como este vocablo está también presente en las fuentes documentales, formando parte de varios topónimos localizados en otros lugares del término como en el Pozo de Alhoçen (bi´r al-Husayn) o en el Almanzor (bi´r al-Mansur), ambos en la zona de Torrecera y Los Arquillos.



La forma Xibralbir, aparece con la variante de “Gibralvir” (13) en el deslinde de términos entre Jerez, Lebrija y Arcos, efectuado por Alfonso Fernández, hijo de Alfonso X (1274). Como Gibialvir” es mencionado también por el historiador jerezano Bartolomé Gutiérrez (1787) al transcribir el amojonamiento del término de Jerez recogido en el Privilegio de Cuéllar (14).

Este autor puso ya su atención en el origen árabe el topónimo y fue el primero en especular sobre su posible significado. Así, al enumerar las torres y fortalezas repartidas por el alfoz jerezano señala que “en la cumbre de la Sierra de Gibelvir, que suena monte grande en Arábigo, ay un famoso y grande castillo, cuya elevada fortaleza pudo ser ten tiempo de estos árabes, el más seguro asilo…”. Le asigna así un primer significado de “monte grande”, tal vez al establecer la similitud fonética con Guadalquivir, el “río grande” de los árabes. Este mismo autor describe las dimensiones de la montaña a la que le asigna “una legua de largo y media de ancho”. (15)



Vicente García de Diego (1972), primer autor que aborda un amplio estudio de la toponimia jerezana (16) apunta el origen de varias formas relativas a este mismo lugar: Ajibalbin, Gibalbín y Gebalmont. Sobre la primera de ellas, presente en diversas fuentes cristianas propone su derivación de “al-Gibalbín”, híbrido de Gibal, Gebel “monte” y alba “blanco”. Aunque pudo ser de Gebel-almina, “la altura” (pg. 43). En relación a Gebalmont sugiere que “parece la forma antigua de Gibalbín que debió vacilar con Gebal almina”. (pg. 49)

Por el historiador Fr. Esteban Rallón hemos sabido de otros nombres con los que esta sierra era también conocida en la historiografía clásica. Según nos cuenta este autor, Fr. Juan de Spínola y Torres, religioso de la Orden de Santo Domingo, apunta en una historia de Jerez escrita en el s. XVI, de cuyos manuscritos existen referencias por las menciones de otros historiadores, que “en la Sierra de Gibalbín se encontraba la ciudad de Turdeto”. Se apoya para ello en la autoridad de Florián de Ocampo quien “pone en su sitio alto a Turdeto, que es la gran ciudad que vemos dispoblada sobre el famosso Gabasolin o Jibalbín, cuyos muros, puertas, baños y anfiteatros nos muestran en su ruinas su grandessa” (17). A partir del siglos XVII la forma Gibalbin cobra fuerza si bien todavía convivirá con las de Gibralvir con otras menos frecuentes como Giberbin (18) tal como se muestra en el mapa de Tomás López (1787).

Gibalbín es, como hemos podido comprobar, un término cargado de historia que da nombre a un monte y un territorio que guarda en cada uno de sus rincones la memoria de aquel Jerez andalusí que le dio nombre.



Para saber más:
(1) ABELLÁN PÉREZ, J.: Toponimia Hispano-Árabe y Romance: fuentes para la historia medieval, Cádiz, 1999, pg. 7.
(2) ABELLÁN PÉREZ, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004, pg. 35
(3) ABELLÁN PÉREZ, J.: El Cádiz islámico a través de sus textos, Cádiz, 2006, pg. 141-143
(4) MANZANO RODRÍGUEZ, M. ANGEL.: La intervención de los benimerines en la Península Ibérica, Madrid, 1992, p. 85, 91 y 95.
(5) MARTÍN GUTIÉRREZ, E.: Aproximación al repartimiento rural en Jerez de la Frontera: la aldea de Grañina. En la España medieval, 1999, nº 22, pg. 360
(6) ABELLÁN PÉREZ, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004. Pg. 100
(7) BORREGO SOTO, M.A.:De “Asidon” a Sidueña: localización de "Madinat Siduna" en el yacimiento de Doña Blanca”, Revista de historia de El Puerto, Nº 42, 2009. Pg. 23
(8) RALLÓN, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, pg. 5
(9) MARTÍN DE ROA (1617):Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera”. Edición Facsímil, Ed. Extramuros Edición S.L., 2007. Cap. VI, pg. 20
(10) MARTINEZ RUIZ, J.: “Toponimia gaditana del siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII, Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de la muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pg. 107 y 119.
(11) CARTA DE PREVILLEXIO DE ALFONSO X (Estableciendo los términos de Jerez). Cuéllar, 3 de agosto, 1274. Archivo de la Catedral de Cádiz. Manuscrito, cortijo de los Siletes. Fols 214r-230r. (Citado por Martínez Ruiz, J.)
(12) ABELLÁN PÉREZ, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004. Pg. 138
(13) MARTÍN GUTIÉRREZ, E.: Aproximación al repartimiento rural en Jerez de la Frontera: la aldea de Grañina. En la España medieval, 1999, nº 22, pg. 365
(14) GUTIÉRREZ, B.: Historia y Anales de la muy noble y muy leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. Tomo I. BUC .Jerez, 1989, vol I, pg 129.
(15) GUTIÉRREZ, B.: Historia y Anales de la muy noble y muy leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. Tomo I. BUC .Jerez, 1989, vol I, pp.32 y 24.
(16) GARCIA DE DIEGO, V.: Toponimia de la zona de Jerez de la Frontera. Centro de Estudios Históricos Jerezanos. Gráficas del Exportador. Jerez, 1972. Pgs, 42 y 49
(17) RALLÓN, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, pp. 20-21.
(18) LÓPEZ, T.: Mapa Geográfico de los Términos de Xerez de la Frontera, Algar, Tempul y despoblados y pueblos confinantes….1787. AMJF, C. 13, nº 27. 33 x 42 cms.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 1/03/2015

Un resplandor en la noche.
Con Zurbarán por las riberas del Guadalete en el Sotillo.

Publicada en 28/5/17
Como muchos lectores saben, la Cartuja de Jerez tuvo entre sus numerosos tesoros artísticos diferentes obras del insigne Francisco de Zurbarán, uno de los maestros de la pintura española del Siglo de Oro.

Es conocido que, tras la desamortización de Mendizábal en 1836, se dispersaron los bienes del monasterio y en especial sus cuadros y esculturas, encontrándose hoy repartidos por algunos de los museos más importantes del mundo. Buena parte de las tablas y lienzos que el célebre pintor de Fuente de Cantos realizó para la cartuja jerezana, se conservan en la actualidad en el Museo Provincial de Cádiz, mientras que cuatro de sus cuadros se exhiben en el Museo de Grenoble y en el polaco de Poznan lo hace la Virgen del Rosario, una pintura de grandes dimensiones.

Junto a todos ellos, el titulado “La batalla de Jerez”, la que fuera la pieza central del retablo de la Cartuja, es el que por muchas razones se considera una de sus obras más lograda, pudiendo admirarse hoy en el Metropolitan Museum of Art de New York. De este famoso cuadro y de su vinculación con la historia de la Cartuja y con un célebre episodio bélico ocurrido a mediados del siglo XIV a orillas del Guadalete, vamos a ocuparnos en las siguientes líneas.

Con Zurbarán por las orillas del Guadalete en El Sotillo.

En 1638, cuando Francisco de Zurbarán recibe el encargo del Monasterio de Santa María de la Defensión para pintar un retablo destinado a su altar mayor, así como otros cuadros para distintas dependencias, cuenta con 40 años de edad y es ya un reconocido maestro. Tras una estancia en Madrid en la que visita a su amigo Diego Velázquez y se relaciona con los pintores italianos que trabajan en la corte, comenzará a abandonar el tenebrismo de sus comienzos, ganado sus cuadros en claridad con tonos menos contrastados. Reconocido con el título de "Pintor del Rey", vuelve a Llerena donde tiene su taller en el que trabaja también, junto al encargo de la Cartuja jerezana, en otros cuadros de motivos religiosos para el mercado americano.



Como pieza central del retablo solicitado, nuestro pintor concibe un lienzo de grandes dimensiones (335 x 191 cm) en el que representa al óleo un motivo basado en una antigua leyenda. Con el título de “La batalla entre moros y cristianos en El Sotillo” (o también la “La Batalla de Jerez” o “La batalla del Sotillo”), el cuadro recrea un enfrentamiento bélico enmarcado en las luchas de frontera que tiene como trasfondo un hecho histórico sucedido a orillas del Guadalete, en un paraje conocido como El Sotillo en el que se había edificado el monasterio.

La pintura nos ofrece una escena nocturna, planteada con un claro y original carácter narrativo, en la que Zurbarán demuestra su maestría en el tratamiento de la luz (1). En medio de la noche, en primer plano, un soldado –que nos recuerda a los personajes del Cuadro de las lanzas de Velázquez- muestra al espectador lo que sucede en el fondo. Entre las arboledas que crecen junto al río, se desarrolla una reñida batalla.



Jinetes a caballo, portando lanzas y escudos, combaten duramente. Los cristianos -con cascos, petos y armaduras- luchan contra los moros -con turbantes- que aguardaban escondidos entre las espesuras de los sotos del Guadalete, al amparo de la oscuridad, para sorprender en una emboscada a los jerezanos que han salido en su busca. Sin embargo, el paraje se ha iluminado de pronto gracias a una milagrosa intervención de la Virgen, que ocupa la parte superior del cuadro, proyectando su luz dorada sobre las riberas del río. Los enemigos que esperaban al acecho han sido descubiertos y vencidos. Para perpetuar el recuerdo de esta batalla se construye allí una ermita, que aparece en el centro de la escena.

La Batalla de Jerez” fue pensada inicialmente, como se ha dicho, para ocupar el centro del primer cuerpo del retablo del altar mayor de la iglesia de La Cartuja, si bien parece ser que aún en época de Zurbarán, éste sufrió modificaciones siendo trasladados algunos lienzos a otras dependencias del monasterio. Entre ellos este que nos ocupa, -que fue sustituido por una escultura- así como otra pintura de idénticas dimensiones y formato, La Virgen del Rosario (2).

De ello da cuenta Antonio Ponz, quien visita el Monasterio en 1791 y deja escrito que “… en dos retablitos del Coro de los Legos, hay dos excelentes pinturas del citado Zurbarán, y de su mano son igualmente dos grandes cuadros puestos en las paredes de este recinto: el uno representa á Nuestra Señora con el Niño Dios, y a diferentes Monges de rodillas, en el otro está Nuestra Señora como auxiliando á los Xerezanos en una batalla que ganaron a los moros en estos contornos, en la qual pendieron al Régulo Aben-faha, que lo enviaron en presente a Alfonso XI, todavía niño. Á dicha pintura llaman de la Defensión” (3).

Una pintura con trasfondo histórico.

Como se ha dicho, Zurbarán debió ser informado por los cartujos de la leyenda de la aparición milagrosa de la Virgen de la Defensión en El Sotillo, lo que serviría de inspiración para la obra más emblemática del retablo. ¿Qué trasfondo histórico había en aquella historia de intervenciones sobrenaturales a favor de los cristianos?

Para acercarnos a los orígenes de la leyenda, conviene recordar que a la muerte de Alfonso XI y durante el reinado de los primeros monarcas de la dinastía Tras támara, los conflictos sucesorios y las luchas nobiliarias “impidieron de forma efectiva continuar con la política de Reconquista” y, de alguna manera, la frontera se mostró más vulnerable (4). Por esta razón, las campiñas y sierras jerezanas, situadas en un espacio inseguro, fueron a lo largo del último tercio del siglo XIV el escenario de no pocos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos.

Aunque éstos no llegaron a romper el equilibrio en la zona por no ser de gran trascendencia, quedaron recogidos por los historiadores locales quienes, en algunos casos, elevaron a la categoría de batallas épicas lo que no fueron sino pequeñas escaramuzas o refriegas de poca relevancia.

Este es el caso, por ejemplo, de las batallas de Gigonza (1371) y Vallehermoso (1372).

En la primera, las tropas de Jerez combatieron y vencieron en las cercanías de la Torre de Gigonza a “los moros de Ronda y del Estrecho, que favorecidos de todo el Reino de Granada hacían muchas entradas en nuestro término… Fue esta batalla tan durable que les cogió la noche peleando, trayendo más de mil cautivos” (5). En Vallehermoso, los jerezanos hicieron frente y derrotaron a las huestes del “moro Zaide”, alcaide de Ximena, quien “juntó 400 caballeros y muchos peones; y con esta tropa se vino a los campos de Medina, donde hizo grandes daños robando gentes, ganados y víveres… y se entraron por los xerezanos terrenos para hacer lo mismo” (6). Junto a las anteriores -y por su importancia posterior en la historiografía jerezana- hay que destacar la conocida como Batalla del Sotillo, (1370), cuyo desenlace tendría implicación indirecta en la fundación del monasterio de La Cartuja.


La batalla del Sotillo.



Este enfrentamiento fronterizo tuvo lugar en un paraje cercano a la confluencia del Arroyo Salado con el río Guadalete a escasos 4 km de la ciudad. En las alamedas del río se escondieron durante la noche “un grupo de soldados musulmanes y según cuenta la leyenda piadosa, gracias a la intervención de la Virgen se hizo la luz y las tropas cristianas pudieron ver a sus enemigos”. En este mismo lugar se levantaría, apenas un siglo después el monasterio de La Cartuja que, en recuerdo al suceso milagroso que tuvo lugar en este paraje, tomaría la advocación de Santa María de la Defensión (7).



Como es de suponer, este hecho de armas ha sido ensalzado y elevado a la categoría de épico en la historiografía tradicional jerezana. Así lo describe, a mediados del XVII, Esteban Rallón, que sitúa la historia en los días en los que el rey Pedro I (El Cruel) veía ya peligrar su reinado en las luchas con su hermano Enrique: “Los moros andaban victoriosos y les pareció que era fácil acometer a nuestras fronteras. Marcharon hacia Xerez, que salió con aviso de que un grande escuadrón de moros de Ronda, Gibraltar y Ximena, les corrían sus campos. Llegaron a donde hoy es el convento de Cartuja a cuyo sitio llamaron los antiguos El Sotillo, entre cuyas matas estaban escondidos muchos moros, para dar en los cristianos, al paso malo del Salado, que estaba sin la puentecilla que hoy tiene. Peligro de que los libró Nuestra Señora, descubriéndose a todos en una nube refulgente, cuyos resplandores descubrieron los moros emboscados y cautivaron gran número, por lo cual, reconoció Xerez a tal favor, labró en el mismo sitio una ermita y le dio por nombre Nuestra Señora de la Defensión” (8).

Esta versión, con pequeñas variaciones, fue repetida por muchos autores quienes atribuían la victoria cristiana en aquella escaramuza a la milagrosa intervención de la virgen. Pedro de Madrazo, quien sitúa este episodio bélico erróneamente en el reinado de Alfonso X, lo describe en términos similares “…habiendo salido los de Jerez contra los moros que talaban sus campos, estos les tenían dispuesta una celada en una gran mata de olivares llamada el Sotillo, donde hoy se eleva la Cartuja. Los cristianos, al llegar de noche al paraje de la emboscada, fueron favorecidos por una luz sobrenatural y repentina que les descubrió el lugar donde estaban ocultos los infieles, y cayendo sobre ellos los pusieron en completa derrota. Acercándose luego al paraje de donde salía la gran claridad, vieron una imagen de la Virgen” (9).

El historiador Manuel de Bertemati, atribuye este suceso a Abu Zeid alcaide de Jimena, “el 'moro Zaide'” de las crónicas cristianas. Protagonista de otras incursiones en las campiñas fronterizas en las que talaba las huertas y olivares, robaba ganados y cautivaba campesinos, Zaide era, a decir de Bertemati un “verdadero bandido, rara vez presentaba sus huestes en abierta lid frente al enemigo: su habilidad consistía en ofender sin ser ofendido; robaba, mataba, cautivaba y huía á uña de caballo. De la célebre emboscada del Sotillo en 1368, cuando ya el rey D. Pedro hacía sus últimos esfuerzos por salvar la corona y la vida, quedó memoria en la ermita de Nuestra Señora de la Defensión, hoy ex monasterio de la Cartuja, levantada en el sitio mismo del combate por la piedad de los que milagrosamente se salvaron de aquella pérfida acechanza". Nuestro historiador, hombre ilustrado y miembro de la Real Sociedad Económica Xerezana, de la que era su secretario, omite en su relato la intervención milagrosa de la Virgen, tratando tal vez con ello de dar una explicación “racional” a aquel suceso que en los siglos anteriores se tenía por sobrenatural. Así lo cuenta: “Escondidos entre los jarales que allí abundaban, cerca del vado del río, esperaron los moros á los xerezanos al espirar la tarde de un nebuloso día; pero el cielo, que se despejó de improviso, dando paso á los purpúreos rayos del sol poniente, iluminó senderos y matorrales, dejando descubiertos á los enemigos que, sin tener tiempo para levantarse y embestir, fueron alanceados y cautivados en gran número" (10).

La Ermita de la Defensión.



La historiografía local recuerda que para conmemorar aquella “batalla”, la ciudad mando levantar entre las alamedas de El Sotillo, donde habían tenido lugar los hechos, una ermita como exvoto a la Virgen, a cuya intervención en “defensión de los cristianos”, atribuían los jerezanos la victoria sobre los moros (11).

Como apunta Madrazo la ermita “con el título de Nuestra Señora de la Defensión, y la imagen de la Madre de Dios pintada en ella para memoria del suceso, en medio de una nube resplandeciente con los moros y caballeros jerezanos al pie, duró largos siglos atrayendo hasta nuestros días el devoto y numeroso concurso de los fieles del país, entre los cuales aún se conserva fresca memoria de los beneficios debidos a Nuestra Señora. La ermita, transformada en pequeña iglesia aneja al monasterio, quedó en cierto modo exenta, con una puerta al campo para que pudiera ser frecuentada sin ofensa para la clausura” (12).



Heredera de esta ermita, que aparece también representada simbólicamente en la parte central del cuadro de Zurbarán junto a los sotos del río, es la que hoy se conoce como Capilla de los Caminantes. Se accede a ella tras atravesar la fachada principal que da acceso al atrio. Situada junto a la antigua Hospedería del monasterio, en cuyo patio destaca una escultura de mármol de San Bruno obra de Pedro Laboria (1761), la capilla "es una construcción de mediados del siglo XVIII levantada sobre la primitiva ermita de Nuestra Señora de la Defensión... Su estructura actual presenta una sola nave y atrio de arcos de medio punto sobre columnas de mármol" (13).

En el porche de la capilla, a ambos lados de su puerta de acceso pueden verse sendos paneles cerámicos sobre la Virgen de la Merced y sobre la historia del Monasterio. En este último se recuerda también la Batalla del Sotillo.

Nos gusta acercarnos a La Cartuja y recorrer despacio el gran patio que se abre ante la fachada de la Iglesia, haciendo un alto en la Capilla de los Caminantes, siempre abierta, o pasear por los jardines de acceso al monasterio y detenernos después en la vieja Cruz de la Defensión. Y luego, cuando cae la tarde, antes de abandonar este lugar, nos gusta sobre todo asomarnos a la antigua huerta de la Cartuja, flanqueada por las alamedas del Guadalete, en las riberas del Sotillo, donde tuvo lugar aquel enfrentamiento ente moros y cristianos que recreara Zurbarán en “La Batalla de Jerez” y que ya para siempre imaginamos tal y como él la pintó.


Para saber más:
(1) Sánchez Quevedo, M.I.: Zurbarán, Ediciones Akal, 2000, p.31
(2) Ibídem, p. 33
(3) Ponz, A.: Viage de España. Tomo XVII, Carta VI. Madrid, 1792, p. 278.
(4) Martín Gutiérrez, E. y Marín Rodríguez, J.A.: “Tercera parte. La época Cristiana” (1264-1492), en Caro Cancela, D. (Coord.): Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval. Tomo 1, Diputación de Cádiz, 1999, p.269
(5) Gutiérrez, B.: Historia del estado presente y antiguo de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez 1886, Ed. facsímil de 1989, L. II, p. 234.
(6) Ibídem, p. 235
(7) Romero Bejarano, M.: De los orígenes a Pilar Sánchez. Breve Historia de Jerez. Ediciones Remedios,9, 2009, pp. 30-31.
(8) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, p. 120.
(9) Madrazo, P.: Sevilla y Cádiz, Barcelona, 1884, pp. 581-582.
(10) Bertemati y Troncoso, M.: Discurso sobre las historias y los historiadores de Xerez de la Frontera: dirigido a la Real Sociedad Económica Xerezana en noviembre de 1863, Imprenta del Guadalete, Jerez, 1883 p. 162.
(11) Pomar Rodil, P.J. y Mariscal Rodríguez, M.A.: Jerez: guía artística y monumental, Sílex Ediciones, 2004, p. 226
(12) Madrazo, P.: Sevilla y Cádiz… p. 582.
(13) Pomar Rodil, P.J. y Mariscal Rodríguez, M.A.: Jerez: guía artística… p. 229


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 28/05/2017

 
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