Con Dios y con el Diablo por los viñedos de Jerez.




En estos paseos a los que les invitamos cada semana en torno a Jerez, solemos hacer referencia al poso cultural que se esconde tras la toponimia de nuestra tierra. Hoy, para seguir comprobándolo, vamos a realizar de nuevo una “incursión” en los paisajes de las viñas.

Julián Pemartín, en su Diccionario del vino de Jerez (1965), apunta ya, sólo en la relación de nombres de los pagos de viña de la zona, hasta 285 topónimos, de los que 135 corresponden a la campiña de Jerez. Esta relación se ve incrementada hasta la cifra de 394 pagos si, como señala Alberto García de Luján en La Viticultura del Jerez (1997), se incluyen los controlados a través del Consejo Regulador. Basta pensar que cada pago puede incluir en su territorio varias casas de viña -y hasta decenas de ellas en los de mayor superficie- para hacernos una idea de la “densidad” y riqueza toponímica que ofrecen los viñedos del marco. Si a estas listas añadimos también los nombres que han dejado de utilizarse (muchas de estas casas están ya en ruinas, han desaparecido o son conocidas con otra denominación) y que podemos rastrear en los viejos mapas o en las fuentes documentales de los pasados siglos, convendremos que la toponimia del viñedo jerezano es un tesoro cultural de primer orden, del que nos iremos ocupando en otros trabajos.



Buena parte de estos nombres tienen su origen en los siglos XVIII y XIX y entre ellos abundan los relacionados con la naturaleza del terreno y, muy especialmente, los hagiotopónimos esto es, las viñas, haciendas o casas bautizadas con nombres de santos y vírgenes o, en general, con el de otros nombres vinculados a la religión católica y la Iglesia. Entre todos ellos llaman poderosamente la atención dos topónimos antagónicos y rotundos. Dos nombres precisos, sonoros y categóricos: DIOS y el DIABLO.

Tras la Viña de Dios por el pago de Ducha.



En el afamado pago de Ducha, situado a unos 10 km al norte del casco urbano. en dirección a Sevilla, aún se mantienen vivos los topónimos de Viña de Dios y Viña del Diablo. Ambas se sitúan en las cercanías del Cortijo de Ducha, hasta el que hemos venido para acercarnos a estos parajes de la campiña.



Sin entrar en el nuevo complejo hostelero en el que ahora se ha trasformado este antiguo cortijo, continuamos por el carril que lo rodea y que, en un suave descenso entre sembrados, cruza por una pequeña olmeda buscando el antiguo Camino de Ducha, que antaño fue una de las principales vías del Jerez rural. Este camino (que aún puede recorrerse desde el actual parque Empresarial), arrancaba del norte de la población, junto al que conducía a Lebrija, y llegaba hasta las Marismas de Casablanca, pasando a los pies de Montegil.



Ya en el camino, en dirección norte, se suceden a ambos lados suaves lomas en las que en otros tiempos crecieron renombrados viñedos que hoy han dejado paso a cultivos de cereal. En estos parajes se conservan todavía lo restos de algunas casas de viña. Para rescatar su memoria y recuperar aquellos paisajes de viñedos de finales del XIX en ese tiempo en los que la filoxera está a punto de arruinarlos, hemos acudido al testimonio que ofrece el Plano de Los Viñedos de Jerez, (Lit. y Tip. Hurtado) que se incluyen también en el Plano del Término Municipal de Jerez de Lechuga y Florido (1897).

Allí están ya la Viña de Dios y la Viña del Diablo, una frente a otra, al igual que otras casas de viña que hoy nos muestran sus ruinas a ambos lados del Camino de Ducha.



En estos mismos parajes, algo más arriba, a la izquierda de esta vía, descubrimos hoy lo que queda de la que fuera la monumental casa de la Viña La Paz, que nos muestra aún los soberbios arcos ojivales, que un día sujetaron su techumbre, apuntando hacia el cielo.



Continuando en esa dirección, también a la izquierda del camino, rodeadas de arbustos, como protegidas por una orla vegetal, se adivinan las ruinas de la casa de viña de la Montañesa, con su balcón asomado a los sembrados.



Frente a ella, a los pies del carril, a la derecha, aún nos sorprenden, por su armonía y solidez, los muros de la que fuera una de las casas de viña más grande de estos contornos: la de La Francesa.

Desde este lugar seguimos nuestra ruta y, al poco, se divisan ya frente a nosotros, coronando un pequeño cerro a la izquierda del camino, las ruinas de la casa de la Viña de Dios, que aún mantiene en pie buena parte de sus muros. Entre ellos asoman los grandes arcos de mampostería que sostuvieron su tejado a dos aguas, desplomados hoy en su mayor parte. Levantada en la segunda mitad del XIX, la Viña de Dios fue una sólida edificación, a juzgar por lo que aún queda de ella, construida con sillaretes de arenisca que llegó a contar con bodega y lagar.

La casa estuvo en uso hasta la década de los sesenta del pasado siglo, si bien fue perdiendo su estampa



tradicional al añadirse nuevas dependencias en las que los cantos dejaron paso a los ladrillos. Aún hoy, vemos sus ruinas coronando la loma más alta (78 m.) de estos parajes del pago de Ducha, junto a Cerro Oria, aunque en sus laderas no queda ni una cepa de aquellos viñedos para los que se eligió, nada menos, que el nombre de “Viña de Dios”, un topónimo a imitación del célebre “Monte Carmelo”, que ya encierra en sí mismo una poderosa imagen.

Por la Viña del Diablo.

Frente a la “Viña de Dios” en una pequeña loma, a la derecha, llama la atención un conjunto de edificaciones de nueva planta. Se trata de las casas, bodegas, lagares y almacenes de la Viña San Patricio, levantados a mediados de los 60 del siglo pasado, en el lugar donde se alzaba la Viña del Diablo, por cuyas laderas paseamos ahora entre sembrados de trigo. Nada queda ya de aquellos horizontes de cepas que llegaban hasta las tierras del cortijo de La Zangarriana, en las proximidades de la carretera de Sevilla, al que volveremos en otra ocasión para hablar de una de las cunas del flamenco de gañanía.



El guarda de esta viña nos cuenta que conoció las ruinas de la antigua casa y la pequeña historia de sus primeros propietarios y de cómo este lugar cambió su primitiva denominación por la actual. Mientras charlamos, recordamos aquel escueto anuncio que publicaba el ABC de Sevilla en su edición del 17/12/1076: “Se necesita un casero para la finca de labor “Viña del Diablo” (Jerez), Carretera de Madrid-Cádiz. Kilómetro 626,5”. A buen seguro que con ese inquietante nombre, más de un interesado se lo pensó dos veces. Cuando le preguntamos por el origen de ambas viñas surge la duda, como si de una discusión teológica se tratase: ¿Cuál de ellas fue la primera? Tiene oído que fue la del Diablo… Tal vez sea cierto. Puede ser que aquel primer propietario que bautizó a su viña con el nombre del Diablo, provocara la reacción de sus vecinos de pago que, para salvar irónicamente la “afrenta”, dieran el nombre de “Viña de Dios” a la suya… O puede que fuera al revés.

Pero este “Diablo” del pago de Ducha no era el único que anduvo dando nombres de parajes en la campiña gaditana y así, el Mapa de F. Coello (1868) nos confirma la existencia de una “Casa del Diablo” frente a la Ermita de Nuestra Señora de Aina, en un paraje que hoy identificamos con los Cejos del Inglés o los cerros de La Aina. Otra vez las “fuerzas del mal” enfrentadas con las del “bien”, también en la geografía de la campiña…



Por la Zangarriana y el Cortijo Viña de Dios.

Lo que sí es cierto es que, aunque la casa de la Viña de Dios dejo de habitarse hace casi medio siglo, sus antiguos propietarios, al cambiar de finca, no quisieron desprenderse de su singular nombre y bautizaron con él una de las propiedades de su familia que hoy se mantiene como “Cortijo Viña de Dios”, en las proximidades de La Zangarriana. Mientras dejamos atrás este lugar recordamos que, junto a los de Torrox, los viñedos del pago de Ducha fueron los primeros de la campiña jerezana en ser atacados por la filoxera, en julio de 1894. ¿Acaso la Viña del Diablo, situada más al norte y más próxima a Lebrija, de donde al parecer llegó, fue la primera en ser arrasada por aquella plaga de proporciones casi bíblicas? Sea como fuera, lo que sí sabemos es que la Viña de Dios tampoco se libró de ella ya que en poco tiempo acabó arruinando todo el viñedo jerezano.

Hemos tomado ahora la carretera de Sanlúcar y, desviándonos por la vía servicio, a la altura de Las Tablas, el camino discurre –esta vez sí- entre viñas. Son las tierras de los pagos de Cerro Obregón, de San Julián y, sobre todo, de Balbaina, que se encuentran entre las mejores del marco. Las casas de viña están aquí, en su mayor parte, bien conservadas y guardan aún, en la mayoría de los casos, el sabor de los mejores tiempos del viñedo jerezano.

Venimos hasta aquí para visitar los parajes de otra Viña de Dios, ubicada en este caso en el pago de Balbaina Alta, junto a la autovía de Sanlúcar, a la izquierda en dirección a esta población. El Plano Parcelario del término de Jerez de Adolfo López Cepero (1904), ubica aquí, con el escueto y rotundo nombre de “Dios”, un sector de la campiña colindante con otros predios cargados también de significación religiosa. Allí están Los Judíos, Las Ánimas, Santa Teresa de Jesús, Santa Cecilia, San Ginés… Allí también Santa Julia, Santa Cristina, San Julián, La Santa… Diríase que todo el santoral, hecho viñas, custodia a “DIOS”.



Esta otra “Viña de Dios” figura ya en el primer mapa del IGN de 1918 (Hoja 1047 de Sanlúcar) como “Casa de Dios” denominación que cambiaría luego a la de “Viña de Dios” o “Casa de la Viña de Dios”.

Este topónimo, de perfiles casi místicos y sobrenaturales, se mantiene asociado hoy día, en los mapas del IGN, a lo poco que queda de la antigua casa de viña. En la actualidad sólo se conserva una pequeña parte del primitivo edificio, al que se fueron agregando otras dependencias que han roto la típica estampa de la casa de viña tradicional aunque, esta vez sí, está rodeada de viñedos. Junto a ella se conserva un viejo pozo y en sus cercanías aún pueden visitarse otras viñas de renombre como las de Las Cañas (frente a la Viña de Dios), la de El Cuadrado, La Soledad (algo más lejos, El León, La Cruz del Husillo... Entre todas ellas merece especial atención, pese a su deterioro, la de Plantalina, una magnífica casa de viña, con aspecto de palacete decimonónico, que conserva todavía sus muros, labrados en piedra de arenisca y sus techumbres en buen estado.

De vuelta a casa, nada no gustaría más que tomarnos una copita de un oloroso “Viña de Dios” o de un amontillado “Divino”… Aunque, al parecer, deberemos conformarnos con un “cognac español” “El Diablo”, como el que figura en esa singular etiqueta de 1830, de los productores jerezanos “Gutiérrez Hermanos” que nos ha facilitado gentilmente José Luis Jiménez.

El refranero tradicional nos recuerda aquello de que “hay que poner una vela a Dios y otra al diablo”. En Jerez nos pasamos de precavidos y, por si acaso, hemos puesto en nuestros viñedos, dos “Viñas de Dios” y una “del Diablo”.




Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros artículos relacionados: Un recorrido por los viñedos de Jerez. Al encuentro de la primavera, Cortijos, viñas y haciendas, y sobre Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 27/04/2014

El Castillo de Berroquejo.
Un sobreviviente de las luchas de frontera.




A mitad de camino entre Jerez y Medina, la autopista -y la antigua carretera, reutilizada como vía de servicio- ciñe los pies de un mogote de roca caliza sobre el que se alzan, resistiendo el paso de los siglos, las ruinas del Castillo de Berroquejo. Conocido también, como del Berrueco o Barrueco, poco queda ya de este enclave medieval levantado en un lugar estratégico por el que atravesaban los caminos que desde tiempo inmemorial enlazaban el norte y el sur de la provincia, las tierras del Estrecho con las campiñas. Junto al cerro del castillo, aún discurre la vía pecuaria conocida como Cañada de Lomopardo o Medina que unía esta última poblacíón con el río Guadalete pasando también por El Mojo y la Laguna de Medina.

El topónimo de Berroquejo o Berrueco hace referencia a un “peñasco elevado que tiene semejanza con un gran hito o mojón” y que se presenta aislado sobre las tierras que lo rodean, tal como sucede con el montículo en el que se levanta el castillo.



Es nombre muy común en la geografía española y en la provincia de Cádiz encontramos también otros “berruecos”, como el cerro que se encuentra entre Medina y Chiclana, en el que se explotó una gran cantera, o el Peñón del Berrueco, en las proximidades del Mojón de la Víbora, entre Ubrique y Cortes, que es una referencia en el paisaje serrano y, como los citados, está constituido por un mogote calizo que emerge aislado en el terreno circundante.



El paraje del castillo de Berroquejo está situado en las proximidades de otros lugares que han sido también escenario de episodios singulares de nuestra historia como Fuente Rey, La Matanza, La Matanzuela, el Cerro de la Mezquita… Por sus cercanías discurría el acueducto romano de Tempul a Cádiz, que atravesaba tierras cercanas en uno de sus tramos menos conocido: el comprendido entre Las Piletas, El Pedroso y los Llanos de Guerra.

Una construcción mudéjar.



El Castillo de Berroquejo, “presenta la fisonomía de una típica construcción militar cristiana de tipo mudéjar de época alfonsí y su atribución principal era la de controlar las razzias que… realizaban tanto los benimerines del rey de Fez, como los más cercanos ejércitos del reino nazarí de Granada” (1).

Aunque carecemos de datos sobre la fecha de su construcción, ésta habría que situarla en torno al último cuarto del siglo XIII, tiempos de gran inestabilidad en la región. Conviene tener



en cuenta que este espacio central de la provincia de Cádiz fue tierra de frontera hasta bien entrado el siglo XIV, por lo que el enclave de Berroquejo debió jugar un papel importante en la estrategia defensiva de los castellanos, junto a otras fortalezas cercanas como las de Torrestrella (denominada también en algunas fuentes como del Berrueco), Alcalá de los Gazules y Medina. Todas ellas pertenecían, por donación real, a la Orden de Santa María de España u Orden de la Estrella, fundada por Alfonso X el Sabio en 1270 para la defensa naval de la corona de Castilla, si bien tendría una corta duración al integrarse sus miembros en la Orden de Santiago en 1280.



El castillo de Berroquejo conectaba visualmente con los citados, así como con otros hitos relevantes en el entorno próximo como el cerro de El Mojo y la Sierrezuela, estando vinculado también, posiblemente, al control de las vías de comunicación cercanas.

Hoy día, las ruinas del castillo despuntan entre lo acebuches y lentiscos que cubren la falda del cerro y casi ocultan el torreón y algunos de los lienzos de la cerca que aún se mantienen en pie coronando el peñasco. Esta pequeña elevación de roca caliza de edad jurásica, constituye una auténtica ventana tectónica (2), rodeada de materiales margosos y yesíferos.

La naturaleza rocosa del cerro ha permitido la sólida cimentación de la pequeña fortaleza y le ha proporcionado también las especiales condiciones de inaccesibilidad gracias a la verticalidad de los paredones naturales de roca. Debido a ello, sólo a través de profundas y estrechas grietas escondidas entre la vegetación, que se nos antojan secretas entradas, se puede hoy llegar hasta la torre con grandes dificultades.



Desde sus cercanías, el viajero puede observar –pese a la ruina del edificio- buena parte de su fisonomía. En lo más alto del promontorio destaca la torre de planta cuadrada y en sus laderas, a un nivel inferior, se aprecia parte de la cerca que rodeaba la fortaleza, con algunos lienzos construidos, al igual que la torre, con bloques y sillaretes de piedra caliza entre la que se intercalan a veces hiladas de ladrillos.



Las esquinas están protegidas con sillares de mayores proporciones y, en algunos casos, parecen haber sido “restauradas” con ladrillos para reforzar los ángulos de la torre y de la pequeña muralla que circundaba la peña y que aún se conserva en distintos puntos de su perímetro y, especialmente, en sus caras sur y oeste.



Una vez en el interior de la torre cuadrada, cuya techumbre se ha desplomado, podremos observar un hueco, a modo de ventana, enmarcado en un arco de ladrillo. En las esquinas de los muros de la torre se aprecian los arranques de las bóvedas y, en algunas de ellas puede



adivinarse los restos de lo que pudo haber sido una trompa, así como los de la antigua cubierta abovedada que estuvo sostenida por arcos de ladrillo cruzados, de los que se aprecia su traza.


Desde la torre, por los huecos abiertos en sus muros, obtendremos magníficas vistas de los alrededores y al observar los amplios horizontes que se aprecian hacia los cuatro puntos cardinales o el control visual que se obtiene sobre las vías de comunicación actuales, entenderemos el papel estratégico que debió jugar el castillo de Berroquejo en el pasado. En medio de las ruinas, llama la atención la vegetación que cubre los muros y las piedras, entre las que abundan las lustrosas matas de acanto, cuyas hojas fueron inmortalizadas en las columnas corintias.



A los pies del castillo, entre la maraña impenetrable que forman las copas de los acebuches, es fácil encontrar las piedras que un día debieron formar parte de sus muros así como restos cerámicos de época medieval. Algo más lejos, en la vía pecuaria que conduce hasta el peñasco, se aprecian montones de piedras que debieron pertenecer a construcciones medievales o tal vez más antiguas, a juzgar por los restos cerámicos de época romana que aparecen entre ellos.


La historia en torno a Berroquejo.

Aunque algunos autores sostienen que la Torre de Berroquejo fue uno de los lugares donde sufrió prisión Doña Blanca de Borbón, junto al Castillo de Medina, el Alcázar de Jerez y la torre de Sidueña, no existe constancia documental firme de dicha opinión (3). De lo que no cabe duda es que El Berroquejo era paso obligado en los itinerarios entre Jerez y Algeciras, por lo que no es de extrañar que buena parte de las idas y venidas de los ejércitos musulmanes y cristianos tomaran estos caminos, siendo estos parajes, en cuyas proximidades existían fuentes y manantiales, un lugar ideal de reposo y descanso. Así sucede, por ejemplo, con Alfonso XI, quien hasta en cinco ocasiones partió de Sevilla hacia las tierras de Tarifa y Algeciras y quien, al menos en una de ellas, descansa con sus tropas en El Berroquejo, pasando otras tres veces más por este lugar y sus alrededores. En 1340, cuando el rey emprende su segunda expedición para intentar conquistar las tierras del Estrecho, planta sus tiendas durante tres días junto al Guadalete, en espera de reunir sus tropas que acuden desde distintos puntos del territorio, mientras se abastece para la empresa militar que pretendía. El 25 de octubre harán las huestes un alto en Berroquejo, un lugar con agua (Fuente Rey) y abundantes pastos en sus alrededores como para permitir la acampada (4). Así recoge este episodio la Crónica de D. Alfonso el Onceno: “…Et otro día partieron luego dende, et fueron posar los reyes con sus huestes cerca de Medina Sidonia, dó dicen el Berrueco: et otro día fueron á un arroyo que dicen Barbate” (5). El Poema de Alfonso el Onceno (1348), confirma igualmente el paso del rey por este lugar, camino del sur: “Por El Berrueco pasaron /con sus pendones aína / a mano ezquierda dexaron / el castiello de Medina” (6). Una vez más, se utiliza también el nombre de Berrueco o Barrueco para referirse a este castillo.

Las condiciones especiales que estos parajes al abrigo de la torre del Berroquejo, reunían para la agricultura y la ganadería, no pasaron desapercibidas para la nobleza jerezana, deseosa de roturar nuevas tierras con las que engrandecer sus haciendas. Así, en el último cuarto del siglo XV, nos recuerda el historiador Fray Esteban Rallón que “… por este tiempo hizo merced el rey a Martín de Vera, hijo del valiente alcaide de Jimena Pedro de Vera, del castillo y casa del Berrueco de Medina y de cien caballerías de tierra en su contorno. Presentó esta gracia en el cabildo y la ciudad se opuso a ello, como perniciosa a sus vecinos” (5).

Y no es de extrañar la reacción del concejo jerezano ante la gran superficie entregada por Enrique IV a Martín Gómez de Vera (equivalente a 2.640 hectáreas). Por más que su padre hubiese prestado importante servicios a la corona y ganase luego la isla de Gran Canaria para los Reyes Católicos, las quejas del cabildo lograron que finalmente se “rebajara” la donación



a 20 caballerías (unas 528 hectáreas) en 1478, pese a que dos años antes, Pedro de Vera había logrado para su hijo la confirmación de la merced de Enrique IV. Con todo, lo que queda claro es que el castillo de Berroquejo y las tierras circundantes pasaron a manos de Vera para que, como señalaba la primera concesión real, “... podades labrar, en dicho Berrueco e Torre, qualesquier hedeficios que quisieredes e por bien touieredes; e a fortalecer la dicha Torre en la forma e manera que quisieredes, para lo cual vos do licencia por la presente". (8) Tal vez, las reparaciones que se aprecian en algunos paredones de la cerca o en las esquinas de la torre, reforzadas con ladrillo, puedan corresponder a esta época en las que la familia de Pedro de Vera se hace cargo del castillo. Sea como fuere, en los siglos siguientes, alejado ya para siempre el peligro de las invasiones meriníes, la pequeña fortaleza de Berroquejo perdió su valor defensivo y se fue arruinando poco a poco. En el “Mapa Geográfico de los Términos de Xerez de la Frontera, Tempul y despoblados y pueblos confinantes” (1787), obra de Tomás López, uno de los primeros que se traza sobre este territorio, figura la torre de Berroquejo con esta leyenda: “Barrueco castillo antiguo” (9).

Por su estratégico emplazamiento, este lugar continuó siendo un hito en las rutas medievales y de la edad moderna. Así lo demuestra, por ejemplo, la descripción del itinerario ente Medina y Jerez que encontramos en una “guía” de “Caminos y Pueblos de Andalucía. Siglo XVIII” fechada en 1744. En ella, al describir el camino, partiendo de Medina, se indica que “Saliendo… por el barrio de San Juan de Dios, se toma el camino Real seguido por olivares y viñas que hay a un lado y otro hasta una torre llamada el Barrueco, donde poco más allá entra el término de Xerez, cuya torre queda a la izquierda” (10).



Y aún hoy, pese al acoso de autopistas y carreteras, al cerco al que le han sometido los vallados y líneas de alta tensión que lo rodean, pese a los zarpazos en el paisaje de una cercana cantera, pese a todo y a todos… el Castillo de Berroquejo, declarado B.I.C. en 1985, sigue sobre su peñasco calizo reclamando la atención del viajero, casi arruinado sí, pero en pie. Igual que un sobreviviente que vuelve de la guerra.

Localización del Castillo de Berroquejo.


Ver El Castillo de Berroquejo en un mapa más grande

Para saber más:
(1) Ruiz Serrano F. y Rodríguez Andrade F.J.: Berroquejo. Un lugar, una fortaleza, una referencia en el paisaje interior de la Bahía de Cádiz. http://torrestrella.blogspot.com.es/2007/05/berroquejo-un-lugar-una-fortaleza-una.html
(2) Mapa Geológico de España. Hoja 1.062. Paterna de Rivera. Instituto Geológico y Minero de España. 1987. p 17
(3) Antón Solé, P. y Orozco Acuaviva, A.: Historia medieval de Cádiz y su provincia a través de sus castillos.I.E.G.-Diputación Provincial, Cádiz, 1976. pp.248-250
(4) López Fernández, M.: De Laguna de Tollos al Campo de Gibraltar: la vía mas frecuentada por Alfonso XI. Euphoros, 2004, nº 7. pp.: 35-48.
(5) Crónica de D. Alfonso el Onceno, Cap. CCLI, p. 438, 10-15. Edición de F. Cerdá y Rico, 1787.
(6) Martínez Ortega, Ricardo.: El poema de Alfonso Onceno y la documentación latina y castellana. Acerca de su toponimia. Revista de Filología Románica, 1998, nº 15, pg. 311.
(7) E. RALLÓN, Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, 4 vols, edición de E. MARTÍN y A. MARÍN. Jerez de la Frontera, 1997, vol II p. 390.
(8) Martín Gutiérez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edada media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004. Pgs 116-117
(9) “Mapa Geográfico de los Términos de Xerez de la Frontera, Tempul y despoblados y pueblos confinantes”. Dedicado al Excmo. Señor Conde de Florida-Blanca. Caballero de la Real Orden de Carlos III. Consejero de Estado de S.M., su primer Secretario de Estado y del Despacho... Por los Cabildos Eclesiástico y Secular de dicha Ciudad y por mano del Ilmo. Señor Baylio Don Francisco Zarzana, Mariscal de Campo de los Reales Exercitos.” “Don Tomás López, Geógrafo y Pensionista de S.M., compuso é hizo grabar este mapa, en Madrid á 4 de Noviembre de 1787." Agradecemos a F. Zuleta Alejandro que nos haya facilitado una copia de la versión editada a imprenta del mapa de Tomás López, y que laboriosamente ha digitalizado.
(10) Jurado Sánchez, J.: Caminos y pueblos de Andalucía (s. XVIII). Ed. Andaluzas Unidas S.A. 1989. pg. 132. Recoge copia de un Manuscrito Anónimo de la Biblioteca Nacional.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 20/04/2014

 
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