Por Las Mesas de Santiago.
Un paseo al encuentro de una leyenda.


A los amigos de la Asociación Jacobea Jerezana "Sharish" 

En una amplia meseta, elevada sobre el entorno circundante y rodeada por los pequeños valles de los arroyos que bajan desde la Sierra de Gibalbín, se encuentra el paraje de Mesas de Santiago.

Hemos llegado hasta aquí tomando la carretera que, desde la Torre de Melgarejo se dirige hasta la barriada rural de Gibalbín y en nuestro camino hemos dejado atrás las tierras de los cortijos de Arroyodulce, El Troval, Jara, Jarilla, Casablanquilla, Montecorto… La carretera discurre entre lomas sembradas de trigo o cubiertas de olivares, y va ganando altura, hasta llegar a Las Mesas, desde cuyos alrededores se divisa un amplio panorama.

En este lugar, cuyo nombre nos delata las características geomorfológicas del terreno, se ubicó la aldea y la torre medieval de Santiago de Fé, nombrada también en distintas fuentes documentales como de Fee o de Efé. Sus proximidades fueron el escenario, durante el siglo XII, de no pocas escaramuzas entre moros y cristianos, cuando estas tierras lo fueron de frontera. La historiografía jerezana elevó siempre estas inciertas refriegas a la categoría de hazañas, para mayor gloria de los caballeros que las protagonizaban. En algunos casos, como en el de las luchas fronterizas que



tuvieron por escenario los alrededores de Las Mesas, los episodios históricos fueron deformados hasta transformase en leyenda.

Con el Apóstol Santiago por los campos de Las Mesas.

Bartolomé Gutiérrez recuerda en su Historia de Xerez como durante el reinado de Fernando III el Santo, nada más y nada menos que el mismo Apóstol Santiago, acompañado de “caballeros ángeles” acudió en auxilio de las tropas cristianas cuando se batían en estos parajes con “la crecida multitud de la morisma”, a las que vencieron en desigual batalla gracias a la ayuda del cielo. Como testimonio señala que “…juraron muchos hombres de autoridad haber visto al Sto. Apóstol en un caballo blanco, en forma de un caballero con una seña blanca y una cruz roja en una mano, y en la otra una espada: y que andaban con él muchos caballeros de blanco y en el aire Ángeles; y lo mismo testificaron algunos moros” (1). El mismo autor nos indica que este milagro estuvo pintado hasta principios del siglo XVII en la fachada de la muralla de la Puerta de Santiago, hasta que se fue borrando con el tiempo.

Esté rincón de la campiña debía ser sin duda uno de los preferidos del santo Patrón de España para sus milagrosas apariciones ya que nuevamente, décadas después, volvió para socorrer a un



noble caballero de la ciudad. Gonzalo de Padilla cuenta en su Historia de Xerez de la Frontera las andanzas por estas tierras de Fernán Alonso de Mendoza, “pariente del señor rey Alfonso el Savio (sic) y su vasallo… que aviendo tenido noticia este caballero como en cierto sitio estaban cinco moros nobles y fuertes acogidos en una torre y aldea de donde salían a cavallo a hacer muchas hostilidades a los christianos que caminaban a Sevilla y otras partes, salió este dicho caballero Fernant Alfonso acompañado de otro tal cavallero a buscar estos cinco moros que lo habían llamado y desafiado”. Al parecer, su acompañante, ante lo dificultoso y arriesgado de la empresa trató de persuadirlo y se volvió a Jerez dejando solo a nuestro personaje que en su empeño de acabar con los infieles, se dirigió en su busca. “… Y llegando al sitio le salieron los dichos cinco moros armados y los recibió manejando su lanza adarga y cavallo con tal desembarazo y fortuna que de los primeros reencuentros mato los tres de ellos y a poco espacio venció los dos cayendo muertos de sus cavallos, y hallándose solo y confuso dando gracias a Dios se le apareció un caballero con armas no conocidas y una cruz roja en la mano y le dixo el daría fee de la batalla y desapareció trayéndose los cavallos y despojos ante el Rey que a la sazón estaba en la ciudad, y le dixo solo daría fee de la batalla el señor Santiago que le había ayudado y visto, por cuya razón le pusso por renombre a aquel sitio la aldea de Santiago de Fee”. (2)

Cuentan las crónicas que para conmemorar y premiar esta hazaña, el Rey don Alfonso hace entrega a Fernán Alonso de un privilegio en el que le hace donación de la aldea y le pide que levante una ermita dedicada al Apóstol Santiago…en la aldea de Fee con su titulo en sembransa e memoria de vos vencimiento e victoria Dios vos quiso conceder para vos, e vos doy la torre que en ella está e que en ella pongades vosa divisa de armas… e también vos doy treinta yugadas de tierra bagada en rodo della, lo qua vos doy para que mejor podades estar con casa poblada, con mujer e fijos e con la otra compaña que obiere…”. Este documento, fechado en 1270, es probablemente falso, según algunos autores. De lo que si hay constancia es de la existencia en estos parajes de una ermita, al menos desde 1392. (3)

       

Un cortijo centenario en un cruce antiguos caminos.



Si bien la primitiva aldea, con su torre y ermita, desapareció con el tiempo, Las Mesas de Santiago siguieron figurando como un núcleo rural con distintas edificaciones y cortijos. El lugar fue también desde antiguo una encrucijada de caminos donde confluían, entre otros, el que desde Jerez se dirigía a Bornos y a la Sierra (después de dejar atrás la Torre de Melgarejo) y el conocido como Cañada de Vicos o de Las Mesas que procedente de las tierras de Medina, cruzaba el Guadalete por La Cartuja, para pasar después por Lomopardo, Cuartillos, Vicos y Jédula y seguir luego, desde aquí, hacia la Sierra de Gibalbín. No es de extrañar que en Las Mesas, punto donde se cruzaban distintas vías pecuarias, se estableciese un descansadero para el ganado aprovechando también los diferentes pozos que en este lugar se encontraban, alimentados por las aguas que se retienen en el subsuelo, constituido aquí por estratos arenosos, ricos en calizas conchíferas, depositados durante el Plioceno.

Aún en la actualidad, puede verse alguno de estos viejos pozos, entre los olivares, herederos de aquellos que se excavaron en los siglos medievales y que sería necesario restaurar antes de su pérdida definitiva.



En esta zona de la campiña aún perviven hoy varios cortijos, entre los que destaca el de Las Mesas de Santiago, junto al cruce de caminos, cuyo caserío se emplaza, posiblemente, en el mismo paraje en el que se ubicó la aldea medieval. El topónimo de La Mesas ya figura en el amojonamiento del término de Jerez de 1274. De la misma manera, hay constancia documental de la existencia de una explotación agropecuaria en este lugar al menos desde comienzos del siglo XVI, cuando fue adquirido a sus propietarios, junto con las tierras circundantes, por el Monasterio de San Jerónimo de Bornos (3).

En torno al viejo cortijo hubo también diferentes edificaciones diseminadas, algunas de las cuales aún se conservan y que en su conjunto, debieron configurar un núcleo rural de considerable importancia. a juzgar por los datos de población del Nomenclátor estadístico de 1857, que asigna a Las Mesas de Santiago 247 habitantes figurando a la cabeza de los núcleos agrarios dispersos del término de Jerez. Progresivamente iría perdiendo población y en el Nomenclátor de 1923 su población se había reducido a la mitad (121 hab.).

A partir de la segunda mitad del siglo XX se redujo drásticamente a favor de otros núcleos cercanos como Torre de Melgarejo, Gibalbín, -cuya Sierra sirve de telón de fondo al norte- y Jédula, a los que se trasladarían sus antiguos pobladores.



Los edificios que hoy vemos en el cortijo son una muestra de la arquitectura popular del siglo XIX, con edificaciones de gran simplicidad y, a diferencia de la mayoría de las repartidas por otros rincones de la campiña, son de una sola planta. En la fachada principal, donde se encuentran las viviendas, se observan dos puertas que dan acceso a sendos patios independientes.




La primera, con unos curiosos remates, está techada por un tejadillo y coronada por una sencilla y antigua veleta.

La segunda está presidida por un azulejo devocional en el que se muestra una escena con San Isidro Labrador orando mientras unos ángeles labran la tierra.




Junto a la primera entrada, que debió ser la principal, puede observarse también una garita con funciones defensivas y de control, similar a las que hemos visto en otros cortijos del siglo XIX (Faín, San Andrés, el cercano de El Rizo…) y que aquí cobraría más sentido al tratarse de un paraje apartado (a 17 km de la ciudad) en un cruce de caminos, donde solían hacer un alto las diligencias y coches de caballos que cubrían el camino entre la Bahía, Jerez y las poblaciones de la Sierra de Cádiz. De este cortijo nos habla Frasquita Larrea, la escritora gaditana madre de Fernán Caballero, quién en su “Diario” relata como en un viaje que realiza en 1824 desde El Puerto a Bornos, descansa en el Cortijo de Las Mesas alabando también el buen estado del camino ente Jerez y este lugar. (4)

Junto a las casas principales del cortijo destaca el edificio del granero, con cubierta a dos aguas, algo más alto que los demás. En naves separadas, y más alejadas del camino, se encuentran la “casa de máquinas” y el almacén. Las gañanías se ubicaban en una nave alargada, que llama la atención en la parte trasera del cortijo, por la gran longitud de su planta (5).



Cada vez que paseamos por este rincón de la campiña, por estos caminos tan poco transitados que discurren entre sembrados de cereal y entre lomas de olivares, recordamos entre las soledades de estos hermosos paisajes las antiguas refriegas de moros y cristianos y nos parece entrever, las huestes angelicales del apóstol Santiago cabalgando entre los olivos rumbo a la leyenda.

Para saber más:
(1) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1989, vol I P. 45.
(2) Gonzalo de Padilla.: Historia de Jerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI). Ed. de Juan Abellán Pérez. Agrija Ediciones 2008., pp.. 87-89.
(3) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural de Jerez de la Frontera Territorio y poblamiento durante la Baja Edad media. Universidad de Cádiz. 2003, pg. 101
(4) Francisca Larrea. Diario. Graficas el Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asoc. de Amigos de Bornos.
(5) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes. 2002


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 01/02/2015

Las Salinas de Fortuna.
Un rincón desconocido de nuestra campiña.




A los maestros Francisco Giles y Santiago Valiente, desde la admiración por su trabajo.

Desde la antigüedad, la sal ha sido considerada como un elemento fundamental en la vida de los hombres y su extracción y disponibilidad ha condicionado, en buena medida, la disposición de asentamientos humanos y la ocupación de muchos de los rincones del territorio provincial. En el caso de la sal marina, está muy documentada y estudiada su utilización desde la antigüedad y especialmente en las factorías de salazones romanas de distintos puntos de la costa gaditana, siendo imprescindible para la elaboración de las conservas de pescado. Para todas las culturas la sal ha sido también indispensable como condimento culinario y como ingrediente en la conservación de muchos alimentos, además de como complemento en la producción ganadera, en ritos y ceremonias. A pesar de la relativa facilidad para la obtención de este producto en la zona por la proximidad de las salinas costeras, para los habitantes de los espacios serranos y campiñeses han sido de vital importancia las salinas de interior, ligadas a la presencia de manantiales salobres, presentes en muchos lugares de nuestro entorno cercano.

En otras ocasiones, en estas páginas de entornoajerez nos hemos ocupado de algunas de estas salinas, como Las Salinillas de Estella del Marqués, próximas al Arroyo Salado de Caulina o Las Salinillas del cortijo de Santo Domingo, junto a la carretera del Calvario.



Hoy vamos a visitar otras menos conocidas pero que han sido, tal vez, las de mayor interés de cuantas llegaron a explotarse en las cercanías de la ciudad: las antiguas Salinas de Fortuna, ubicadas junto al Arroyo Salado, en el paraje de Los Entrechuelos.

Conocidas también como Salinas de Doña Benita o de La Matanza, estuvieron en uso, según testimonios orales, hasta comienzos de la década de los cincuenta. Al tratarse de un enclave situado en fincas privadas, es preciso solicitar permiso para acceder a él y así, llegamos hasta este lugar desde el cortijo de La Matanza, a través de las pistas interiores del parque eólico Doña Benita-Cuéllar, que nos acercan hasta la Casa de la Matanza. Los 22 aerogeneradores del parque nos acompañarán por todos los rincones de estos parajes como auténticos colosos mecánicos, con rotores tripala de 88 m de diámetro. En otras ocasiones hemos accedido a las salinas desde Doña Benita La Alta en cuyas inmediaciones parte un camino que nos conduce también hasta la Casa de la Matanza. Desde aquí puede bajarse por la pista abierta en su día para la explotación de una antigua cantera –hoy sin actividad- hasta el mismo lecho del arroyo Salado.



El Salado: un arroyo singular.

Las antiguas salinas se encuentran, como se ha dicho, junto al Arroyo Salado, un cauce tributario del Guadalete al que se une en los Tajos del Infierno, entre El Cerro del Castillo de



Torrecera y el Peñón de La Batida. Pese a ser un riachuelo modesto y secundario, puede llegar a tener grandes crecidas que en épocas de lluvias intensas han llegado a cortar la carretera que une La Ina con Torrecera.

El Salado se forma por la unión de otros dos arroyos, el de Fuente Rey y el La Matanza, que drenan a su vez las tierras de los cortijos que les dan nombre. El de Fuente Rey se represa en un embalse aguas arriba de su unión con el de La Matanza. Ambos arroyos suman ya sus aguas en el cauce del Salado en los campos de La Matancilla, a los pies del cerro de la Sierrezuela (160 m). Desde este lugar, el arroyo se abre paso entre empinados cerros, por un rincón de la campiña conocido como Los Entrechuelos Altos. En su margen derecha destaca el Cerro de la Harina, un mogote cónico cubierto con una densa vegetación de monte bajo que con 116 m es el de mayor altitud de la zona. A la izquierda escoltan su cauce las Lomas del Cuartel y los cerros de Doña Benita la Alta, desde los que baja un modesto arroyo en cuya confluencia con el Salado se encuentran las salinas. Paralelo a este pequeño curso de agua discurría el antiguo Camino de Jerez a Paterna que, procedente de las cercanías de La Ermita de la Ina, llegaba hasta este lugar pasando por la Laguna del Rey (hoy desecada, en tierras de El Mojo) y por el cortijo de Doña Benita La Alta, para seguir después por Fuente de Rey y Las Piletas hasta Paterna. El trazado de esta vía de comunicación, ya en desuso, puede seguirse en el Plano Parcelario de A. López Cepero de 1904 (1).



Dejando atrás las salinas, el arroyo Salado discurre encajado entre los cerros de los Entrechuelos Bajos, recibiendo por la izquierda las aguas del arroyo de la Mimbre, que corre paralelo a la Cañada de la Cuesta del Infierno y, por la derecha, el de los Fosos, que cruza por las lomas de la finca de Torrecera donde es embalsado.



En su tramo final, el Salado forma una pequeña vega que cruza la carretera de Torrecera, a los pies del Cerro del Castillo, para unirse al Guadalete en los Tajos del Infierno.



Como ocurre en tantos otros rincones de las campiñas gaditanas, donde encontramos otros “arroyos salados”, el carácter salobre de sus aguas se debe a causas geológicas.



Los materiales que forman el sustrato de estos parajes y que están también presentes en los terrenos circundantes de estas pequeñas cuencas endorreicas, está integrado principalmente por yesos y margas de edad triásica, con alto contenido en sales que, al ser disueltas por las aguas superficiales, confieren “carácter salado” a las aguas de este arroyo (2).

Un poco de historia.

Aunque se desconoce su origen, existen motivos para pensar que son conocidas desde la antigüedad, al igual que sucede con otras salinas y salinillas de interior como las de Iptuci, Peña Arpada, Vicos o Gigonza. A falta de un estudio arqueológico que pueda aportar datos más precisos, en sus cercanías se han encontrado en superficie materiales que apuntan ya a la presencia romana en estos parajes: fragmentos de ánforas, tégulas y de otros recipientes cerámicos.

También existen noticias de su posible explotación en los siglos medievales. El profesor Juan Abellán recuerda la existencia en las cercanías de estas salinas de la alquería andalusí de Margalihud (3). De esta alquería ya tenemos constancia por Fray Esteban Rallón (mediados del s. XVII) quien sitúa en sus proximidades los enfrentamientos que los jerezanos tuvieron con los moros, en 1325 en las conocidas batallas de La Matanza y La Matancilla. Sobre ello escribe que “el sitio de La Matanza se llamó primero Margarihud; nombre arábigo, y después que fue de los cristianos se llamaba la aldea de Pedro Gallego” (4). Un siglo más tarde, el historiador Bartolomé Gutiérrez también menciona la menciona “llamábase este sitio que ocupaban los moros en su lengua arábiga Margarihud” (5).

El topónimo de esta alquería o alcaría de Margalihud apunta a que estaba situada "en lo que habría sido una propiedad de la comunidad hebraica xericiense, en los siglos XII-XIII. La voz Margalihud, es un compuesto de dos vocablos árabes: marŷ, "prado", y al-yahūd, "los judíos". El topónimo pues procedería de una hipotética qaryat marŷ al-yahūd, "alquería del prado de los judíos" (6)

El profesor Abellán ha estudiado cómo los deslindes realizados en 1435 en estos parajes permiten reconocer ciertos puntos de la geografía del entorno de esta alquería y así, "el aludido río Salado no es otro que el que recibe, antes de desembocar en el Guadalete, las aguas del arroyo de los Fosos; las mentadas salinas se corresponden con las que en la actualidad conocemos como Salinas de Doña Benita, y la Matanza, la actual cortijada del mismo nombre. En consecuencia, pensamos que el centro de la alquería hispano-musulmana de Margalihud debió situarse entre la Matanza y las Salinas” (7). Actualmente, el caserío de La Matanza está a menos de 1,5 km. del paraje de las Salinas,



siendo el punto que permite un mejor acceso a ellas, por lo que cabe pensar, siguiendo a este autor, que en los siglos medievales la alquería de Margalihud estuviera en un lugar aún más cercano, siendo muy factible el aprovechamiento por sus habitantes de la sal. A este enclave andalusí habría que sumar en las proximidades de las salinas al menos otros dos situados a unos 3 km: la alquería de al–Husayn, en el actual cortijo de Alhocén (8), y el Cerro del Castillo, donde se conservan los restos de la torre almohade de Torrecera.

Tras la conquista cristiana la salinas, pese a la despoblación de muchas alquerías, es probable que también fueran explotadas por la continuidad de la aldea de Margalihud con la denominación de Pedro Gallego. El profesor Emilio Martín apunta en este sentido, que en el Jerez medieval las fuentes documentales revelan la existencia de varias salinas de interior como las denominadas Salinas Mayores (en las proximidades de Torrox), Las Salinillas (en la dehesa de la Fuente del Suero), las de la Dehesa de Gigonza y las situadas en la Dehesa de La Matanza (9) “que se corresponden con la actual Salina de Fortuna” (10) denominadas en otras fuentes como de Doña Benita.

Pocos datos existen de estas salinas en los siglos posteriores. El Catastro de Ensenada (1755) no las menciona aunque se hace en él alusión a la figura del Administrador de Salinas de la ciudad (11). Un siglo después, ni el diccionario Madoz, ni el mapa provincial de Francisco Coello (1848), ni las Minutas Cartográficas o los Planos Catastrales de finales del XIX dan cuenta de ellas. Tampoco el Plano de Lechuga y Florido (1897) recoge referencia alguna a estas salinas aunque si señala las de la carretera del Calvario. Hay que pensar que durante el siglo XVIII y, especialmente el XIX, las salinas de la Bahía de Cádiz estaban ya en plena explotación y la sal pasó a ser un producto relativamente asequible en nuestra zona, por lo que muchas de las salinas de interior quedaron sólo para el pequeño consumo de los habitantes de los cortijos cercanos a ellas. Un dato de interés es el aportado por la Estadística Minera de España de 1896 donde se informa que la producción de sal en la provincia fue de 282.410 toneladas de las que 280.000 correspondieron a las salinas de la Bahía de Cádiz, y el resto a las de Sanlúcar. Con respecto a las de interior, tan sólo las salinas de Hortales constan en esta estadística con una producción simbólica, mencionándose en Jerez una única explotación La Salinilla (en el Cortijo de Santo Domingo, a la que ya hicimos alusión) que produce anualmente 3 toneladas, no haciéndose mención de las Salinas de Fortuna (12).



Habrá que esperar a 1904 para que el Plano Parcelario de López Cepero incluya la primera referencia a estas salinas que situa en el lecho mismo del Arroyo Salado, en un punto a la derecha del Camino de Jerez a Paterna y en los límites de las Dehesas de los Entrechuelos Bajos y Doña Benita la Alta. El Plano recoge también una construcción junto a las Salinas, que fue conocida como la “Casa del Salinero” y de la que todavía quedan los cimientos.

La primera edición del Mapa Topográfico Nacional de 1917 incluye por primera vez el nombre de Salinas de Fortuna, repitiéndose en la de 1918, con los cristalizadores ubicados en el margen derecho del Salado. Una referencia a estas salinas la encontramos también en 1940, cuando aún estaban activas, de la mano del geógrafo Juan Dantín. En su estudio sobre la aridez en España, ofrece casi los últimos datos sobre su funcionamiento. Al referirse a la pequeña Laguna de los Fosos, próxima a la carretera de El Pedroso a Paterna escribe que de ella “efiere el arroyo de los Fosos, no en todo tiempo fluente, pero que cuando corre vierte al arroyo Salado, en cuyo cauce se halla la Salina de Fortuna” (13). En la edición de 1968 de la hoja del MTN de Paterna (1062), aparecen con su antigua denominación de Salinas de Doña Benita, mientras que en la del año 2000 y siguientes se las denomina como Salinar de Fortuna.






El paraje de las salinas hoy.

De acuerdo a lo comentado, y con una larga historia detrás, creemos que el último episodio de la historia de estas salinas arranca a comienzos del siglo XX cuando se reflejan ya en la cartografía y cuando, tal vez se renuevan o construyen las balsas de evaporación o cristalizadores que existieron en la margen derecha el cauce del Salado, como reflejan los mapas.



Estas pequeñas balsas, que bien pudieron tener su origen en la antigüedad o en los siglos medievales, no se aprecian hoy en superficie pudiendo haber sido arrastradas por sus aguas o cubiertas por los sedimentos del arroyo, aunque en distintos lugares se adivinan lo que pudieran ser hiladas de piedras.

Lo que si han llegado hasta nuestros días son los restos de la denominada “Casa del salinero”, que vemos sobre una pequeña elevación en la margen izquierda del arroyo, en el lugar donde se le une un pequeño cauce que baja desde Doña Benita la Alta, paralelo al cual discurría el antiguo camino de Jerez a Paterna. Por testimonios orales de vecinos del Mojo, Baldío Gallardo, Torrecera y el cortijo de La Matanza sabemos que estuvo habitada hasta finales de los 40 o comienzos de los 50 del siglo pasado, fechas en las que aún se recogía sal que se guardaba en grandes tinajones. La sal era demandada por los cortijos cercanos y requerida por los ganaderos y pastores. Algunos arrieros de Paterna la distribuían también en el entorno de esta población.



En las proximidades de la casa, bajo un espolón rocoso, un manantial de aguas sulfurosas aporta un pequeño caudal al arroyo que en verano presenta una modesta corriente que alimenta las pozas que encontramos en su cauce.



En invierno, la lámina de agua del arroyo llega a inundar las riberas, escoltadas de tarajes, que en la zona de las salinas se llegan a ensanchar hasta 30 o 40 m. En verano, debido a la evaporación, todo este paraje presenta en las orillas del Salado un increible aspecto ya que se forma una fina capa de sal en las riberas, formándose un hermoso manto blanco que cubre las arenas, guijarros y rocas del cauce a lo largo de casi 300 m y que nos desvela la singularidad de este desconocido rincón de la campiña de Jerez.



Algo más alejado de la orilla, en la margen izquierda del arroyo, llama la atención del visitante un gran pino piñonero que según testimonios orales fue plantado en 1947, cuando se repoblaron también los cerros próximos a Torrecera. En sus cercanías se aprecián también lo que pudieron ser restos de otra construcción, a los pies del Cerro de la Harina, junto al camino de Paterna.



Salinas de Fortuna o de Doña Benita, un incrible paraje de nuestra campiña cargado de historia.

Para saber más:
(1) López-Cepero, A.: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López Cepero.- Año de 1904. Escala 1:25.000
(2) Gutiérrez Mas, J.M. et al.: Introducción a la Geología de la Provincia de Cádiz. Universidad de Cádiz. 1991
(3) Abellán, J.: Aproximación al espacio rural jerezano en la Edad Media: la alquería de Margalihud, Al-Andalus Magreb, 7 (1999) 13-20.
(4) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los Reyes que la dominaron desde su primera fundación. Ed. Ángel Marín y Emilio Martín. Cádiz: Universidad-Excmo. Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, 1998, II, 31.
(5) Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, (Jerez, 1886. Edición facsimilar de 1989, t. I, p. 182. También se refiere a este lugar en las pp. 35 y 184, confirmando que existía unos años después de la batalla en 1330.
(6) Abellán, J.: Aproximación al espacio rural… p. 17.
(7) Ibídem, p. 19.
(8) Abellán, J.: Nuevos datos sobre la organización espacial del Jerez islámico: el pozo y la alquería de al-Husayn o Husayn, en Qurtuba. Estudios andalusíes, 5 (2000), 7-15
(9) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz, 2004, p. 92.
(10) Ibídem, p. 195. Otras referencias a estas salinas en las páginas 92 y 179. En esta última, con el nombre de Salinas de Doña Benita
(11) Orellana González, C.:El Catastro de Ensenada en Jerez de la Frontera”, Revista de Historia de Jerez nº 8, 2002, colección de monografías, nº 2. p. 38.
(12) Dirección General de Agricultura, Industria y Comercio.: Estadística Minera de España correspondiente al año de 1896, Madrid, 1897, p.75.
(13) Dantín Cereceda, J.:La aridez y el endorreismo en España. El endorreismo bético” .Estudios Geográficos,año 1, nº 1, Octubre de 1940, pp. 75-117. Las referencias a las Salinas de Fortuna en p. 110


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 2/07/2017

 
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