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Majarromaque.
Un paseo por sus paisajes y su historia.




Entre los poblados de colonización y las barriadas rurales repartidos por la Vega del Guadalete, siempre hemos sentido una especial atracción por Majarromaque y los paisajes de su entorno. El río, procedente de la Vega de Albardén, cambia aquí su curso al llegar a un pequeño promontorio sobre el que se emplaza el blanco y ordenado caserío de esta población.

Levantada en 1954 sobre las tierras del antiguo cortijo de Majarromaque, se le dio oficialmente el nombre de “José Antonio”, si bien este nunca llegó a cuajar ya que desde sus orígenes convivió con el antiguo y sonoro nombre del lugar que ha terminado por imponerse.

Los primeros habitantes de estos parajes.

A medio camino entre La Barca de la Florida y la Junta de los Ríos, este enclave rural se sitúa sobre una antigua terraza fluvial del Guadalete de la que dan testimonio los numerosos cantos rodados que se aprecian en los campos de cultivo próximos a la carretera o junto a las riberas del río, donde se explotaron en su día varias graveras para la extracción de áridos.



En los depósitos de estas misma terrazas, un equipo de arqueólogos dirigido por Francisco Giles (1) localizó en 1990 varios yacimientos del Paleolítico Inferior y del Paleolítico Medio con materiales líticos. En el tramo superior del yacimiento atribuido a este último periodo se obtuvieron también fragmentos óseos de bóvido (Bos primigenius), de cérvido (Cervus elaphus), y de elefante (Paleoloxodon antiquus) que nos ayudan a reconstruir el antiguo ecosistema de este territorio. El nulo rodamiento de las piezas líticas, la buena conservación de la serie dental superior del bóvido en conexión anatómica y de piezas más frágiles como vértebras y fragmentos de extremidades junto a otras que, como molares y defensas, se erosionan menos por el transporte fluvial, llevaron a concluir a los arqueólogos la posición primaria del yacimiento, lo que supone que pudiendo ser un sitio de ocupación.

En su estudio apuntan que este yacimiento de Majarromaque “ha retenido entre sus sedimentos una instantánea de la más remota historia del hombre en estas tierras. En su momento el yacimiento se colocaba en un meandro con aguas someras alejado del cauce principal del antiguo Guadalete, un sitio ideal para la aguada de los herbívoros. Un grupo de individuos que portaban consigo sus herramientas de trabajo…bien abatió o aprovechó las carcasas de un elefante, un bóvido y un ciervo” (2). Los restos encontrados nos relatan cómo después se abandonaron las dentaduras del bóvido y el cérvido y los fragmentos de los colmillos del elefante, partes todas ellas con menor aprovechamiento para el hombre del paleolítico. Una fascinante historia que nos hace recrear como pudieron ser, entre 40.000 y 100.000 años atrás, estos parajes.

Majarromaque: un paseo por la historia.



Más cercanos en el tiempo, hay que recordar que en las proximidades de Majarromaque, en un paraje junto al río conocido como cerro de Alcolea situado en la Vega de Albardén, se hallaron vestigios ibero-turdetanos y romanos. Entre los últimos, junto a los restos cerámicos, se hallaron varias tumbas así como otros elementos constructivos y una estructura abovedada de notables dimensiones relacionada con la captación y recogida de agua que actualmente se encuentra cegada (3).

Todo ello viene a confirmar la existencia de asentamientos para la explotación de estas ricas vegas ya desde la antigüedad, tal como lo atestiguan también otros enclaves rurales cercanos, habitados ya en la época romana, como Casablanca y Casinas -en la cercana Junta de los Ríos-, Vicos o Jédula.





A falta de que la arqueología lo confirme, creemos también que en estos parajes debió existir un enclave andalusí del que, como principal referencia ha persistido hasta nuestros días el topónimo de Majarromaque. Su sonoridad y su rareza encierran un hermoso origen ya que se trata de un topónimo árabe que procede de la adición de las voces “maysar” (cortijo o cortijada) y “rummak” (yegüero): “el cortijo del yegüero” (4). No deja de ser curioso que, hace ya un milenio, este rincón de la campiña era conocido por que aquí se criaban caballos, como sucede hoy en Vicos y en Garrapilos, colindantes con Majarromaque.

A propósito de este apelativo, conviene recordar que los árabes usaban la voz “maysar” para referirse a este tipo de propiedades rústicas. El vocablo ha dado origen, entre otras, a las formas “machar” o



“majar” presentes en muchos de los nombres de antiguas aldeas y caseríos diseminados por nuestras campiñas, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días como este de Majarromaque o los de Macharnudo, Majarrazotán o Macharaví. Como señala el profesor V. Martínez Enamorado, “distintos autores han interpretado el machar como un tipo de explotación agraria que no es suficientemente amplia para confundirla como un núcleo de población o también como una unidad agraria elemental” (5). A diferencia de la alquería (“qarya”), para la que se propone una cierta entidad de población y una unidad de propiedad, el cortijo árabe (“maysar”) es un núcleo de orden inferior, dependiente de una ciudad o alquería, destinado básicamente a la producción agropecuaria. (6)

No nos debe extrañar la presencia andalusí en este lugar ya que la explotación de los recursos agrícolas y ganaderos de la vega del Guadalete y de los secanos y dehesas de la campiña, trajo de la mano la ocupación de numerosos enclaves en las cercanías del río.



Entre ellos destacó Qalsāna (Calsena), ciudad árabe que estuvo ubicada en la cercana Junta de los Ríos, en las proximidades del cortijo de Casinas. Esta ciudad llegó a ser capital de la Cora de Sidonia y cobró importancia, como Šarīš (Jerez), a partir del declive de Šidūna (Castillo de Doña Blanca) tras las incursiones normandas del año 844, trasladándose posteriormente la capitalidad al interior de la provincia, a Calsena, que fue por este motivo una gran ciudad desde mediados del s. IX y durante el s. X (7).



Es posible que en el entorno de Calsena, al calor de su pujanza y de su protección, se establecieran en esos siglos alquerías y pequeñas explotaciones rurales como la de Jédula y, tal vez, la de Majarromaque. Y ahí están también los topónimos de origen andalusí Albardén y Alcolea (“el castillejo” o la pequeña fortaleza…) dando pistas de las que nos ocuparemos en otra ocasión.

Macharrama, Matharrami, Marrumaque.

Sea como fuere, lo cierto es que ya desde los siglos XIII y XIV, encontramos en las fuentes documentales referencias a Majarromaque en formas castellanizadas. Así, en la “Carta de previllexio de Alfonso X” (1274), estableciendo los términos de Jerez, aparecen las primeras menciones: “do parte término Matharrami, que finca a Jerez” (8).



Como Macharrama se menciona ya en el s. XIV en la “Carta de previlexio donando el castillo de Tenpul” (9) donde se señalan los mojones entre Jerez y Tempul que en esta zona se trazaban “…fasta la Torrecilla que está sobre el Rio del Sotillo é caba adelante el Aldea del Alvadin atraviesa el Rio de Guadalete y va á mojon cubierto de Macharrama” (10). En los siglos medievales la aldea de Majarrocán se encontraba en el donadío y dehesa de Majarromaque, repartida entre los castellanos en 1269 (11).



Durante los siglos medievales, predominaban en el entorno de Majorramaque las dehesas de encinas y el monte bajo, y ya con este nombre nos lo encontramos a comienzos del siglo XVII en la relación de los primeros seis grandes cotos de caza mayor y menor que el Ayuntamiento de Jerez crea y por los que consigue considerables rentas para las arcas municipales. Este coto abarcaba “desde Majarromaque hasta los molinos del Sotillo” (12) aprovechando las buenas condiciones para el refugio de los animales de caza que proporcionaban las espesuras vegetales de las riberas del Guadalete y los escarpes a ambos lados del río.

Con diferentes formas según las fuentes documentales se recoge también el nombre en los siglos XIX y comienzos del XX. Así, como Marramaque o Marramaqui aparece en los planos catastrales de 1897 (13). Pero sin duda, el más popular y conocido ha sido el nombre de Marrumaque, que aún es usado por muchos y que es el que figura en el primer mapa topográfico oficial de 1917 (14). Curiosamente, esta forma es la que mejor enlaza con el primitivo topónimo andalusí derivado de “rummak” (el yegüero).

Con la construcción del poblado de colonización a comienzos de los 50 del siglo pasado, se le dio a este enclave el nombre de José Antonio, si bien nunca ha dejado de conocerse por su hermoso nombre de origen andalusí: Majarromaque, el cortijo del yegüero.



Majarromaque en la literatura.

Tal vez por la sonoridad de su nombre o tal vez por la curiosidad que despierta el mismo, lo cierto es que Majarromaque, este peculiar y llamativo topónimo, ha sido llevado también a la literatura en diferentes obras.

La referencia más reciente la hallamos en la magnífica novela Llamé al cielo y no me oyó, publicada en 2015, de la que es autor el abogado y escritor jerezano Juan Pedro Cosano. En uno de sus capítulos se relata la historia de Isabel Ruiz Vela, sirvienta de uno de los personajes de ficción de este relato que transcurre en el Jerez de mediados del S. XVIII: don Juan Bautista Basurto y Espinosa de los Monteros, señor de Majarromaque, caballero veinticuatro de Jerez y regidor perpetuo de su concejo (15).

También el escritor Sebastián Rubiales, en un hermoso libro titulado Los lugares prohibidos –lugares, que en palabras del propio autor, son más bien “imaginariamente deseados”- dedica uno de los capítulos a Majarromaque:

"Hay nombres rotundos. Palabras cuyos sonidos tienen en sí mismos significados; como si la sucesión de letras y fonemas, su orden exacto, fuera indicando la naturaleza del lugar al que se refieren. Majarromaque suena como un tiroteo que espanta una bandada de palomas torcaces. Evoca un revuelo de plumas blancas y pólvora seca. Alpiste, cebada y panizo…“.

En este mismo capítulo, el autor evoca sus recuerdos de infancia, dejándonos unas bellas imágenes en las que describe las sensaciones que, en una visita a Majarromaque, le produce su encuentro con un pozo:

"El camino de entrada al caserío se eleva poco a poco y, en su costado derecho, aprovechando el desnivel, se acomoda una construcción cilíndrica, rematada por un techo semicircular, en cuyo interior hay una fuente. Una tarde de chicharra entré por una abertura parecida a un ventanuco. La fuente murmuraba sobre el depósito que retenía el agua. Cuatro o cinco carpas rojas y grises se movían despacio abriendo la boca para coger oxígeno. Lentamente. En la oscuridad del pequeño recinto el frescor de la humedad acariciaba la piel y se concentraba un olor de romero y de lavanda. Cuando introduje los pies en el agua, la frescura me inundó el alma. Como un descendimiento de la conciencia hacia los territorios en los que no se sufre. Un sedante para los sentidos.

Las carpas se movían despacio, ignorantes y confiadas. Las carpas, rojas y grises. Grises y rojas. La emoción serena, casi alegría, que comencé a sentir estuvo a punto de arrojarme al agua. Me refresqué la cara y los brazos. Bebí el agua clara. Evoqué el encuentro con la Verónica, cuando la mujer le ofrece, al Cristo, un paño para enjugarle el sudor y las lágrimas.



Sobre un poyete me quedé dormido, soñando con la luz de la luna en un bosque de álamos blancos junto al río y aromas de lavanda y romero, y con una bandada de palomas torcaces. Soñé que no me despertaba. Y no me desperté. Desde entonces jamás he regresado de este sueño en el que permanezco voluntariamente. Al abrigo de las horas, y del sol, y del viento.” (16)


…Un pozo. Un humilde y viejo pozo. Aunque ahora no nadan las carpas en sus aguas secretas, este pozo de Majarromaque, que resiste al tiempo al pie de la carretera, nos traerá ya siempre las hermosas imágenes que en “Los lugares prohibidos” nos ha dejado Sebastián Rubiales.

Para saber más:
(1) Equipo de Investigación Proyecto Guadalete 1984-1994. Integrado por Francisco Giles Pacheco, Esperanza Mata Almonte, Antonio Santiago Pérez, José María Gutiérrez López y Luis Aguilera Rodríguez.
(2) Equipo de Investigación Proyecto Guadalete 1984-1994: Antonio Santiago Pérez, José María Gutiérrez López, Francisco Giles Pacheco, Esperanza Mata Almonte y Luis Aguilera Rodríguez: Cuaderno de Arqueología: El Registro arqueológico de los primeros grupos humanos en la comarca de Jerez y su contexto en el sur de la península. Resultados de un Proyecto de Investigación. Centro de Estudios Históricos Jerezanos, Diputación Provincial de Cádiz y Ayuntamiento de Jerez. Educación y Cultura. Separata de la Revista de Historia de Jerez, nº 7, 2001, p. 19-20
(3) Carta Arqueológica de Arcos. Ayuntamiento de Arcos, 2009, Vol. III, pp. 223-230. El yacimiento de El Albardén es citado también por G. Chic García en “Lacca” . Habis, 10-11, 1979-1980, pp. 255-276.
(4) Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300, p. 279,
(5) Gutiérrez López, J.Mª y Martínez Enamorado, V.: “Matrera (Villamartín): una fortaleza andalusí en el alfoz de Arcos”. I Congreso de Historia de Arcos de la Frontera. Ayuntamiento de Arcos, 2003, p. 114-115.
(6) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004. P. 78.
(7) Borrego Soto, M.A.: La capital itinerante: Sidonia entre los siglos VIII y X. Presea ediciones, Jerez, 2013.
(8) CARTA DE PREVILLEXIO DE ALFONSO X (Estableciendo los términos de Jerez). Cuéllar, 3 de agosto, 1274. Archivo de la Catedral de Cádiz. Manuscrito, cortijo de los Siletes. Fols 214r-230r. Citado por: MARTINEZ RUIZ, J.: “Toponimia gaditana del siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII, Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de la muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pg. 118.
(9) “Y ba al moxón cubierto de Macharrama” Carta de previlexio donando el castillo de Tenpul. Sevilla, 30 de diciembre de 1351. Archivo de la Catedral de Cádiz. Citado por: MARTINEZ RUIZ, J.: “Toponimia gaditana del siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII, Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de la muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pg. 120
(10) Gutiérrez, B.: Historia y Anales de la muy noble y muy leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. Tomo I. BUC .Jerez, 1989, vol. I, pg. 192.
(11) Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), 257-300, pág. 279
(12) Pérez Cebada, J.D. (2009): Regulación cinegética y extinción de especies. Jerez, siglos XV-XIX. En Revista de Historia de Jerez nº 14-15, 2008/2009. pp. 211-212.
(13) Archivo Histórico Provincial de Cádiz.: Trabajos Topográficos. Provincia de Cádiz. Ayuntamiento de Jerez de la Frontera. Escala 1:25.000, 1897
(14) Mapa del IGN, Hoja 1048, edición de 1917.
(15) Juan Pedro Cosano: Llamé al cielo y no me oyó. Ed. Martínez Roca, 2015
(16) Sebastián Rubiales Bonilla: Los lugares prohibidos. Ed. Renacimiento. 2006


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar en Paisajes con Historia, Toponimia, El paisaje en la literatura, Fuentes, manantiales y pozos.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 24/01/2016

Elefantes, hipopótamos y rinocerontes en el Guadalete.
Un paseo en el tiempo por El Palmar del Conde.




A Francisco Giles Pacheco, maestro de arqueólogos.

Una banda de cazadores nómadas ha instalado su campamento en una pequeña elevación a orillas de un río, sin nombre todavía. En estos parajes, próximos a su desembocadura, su corriente es muy caudalosa y sus aguas se extienden por la llanura formando un gran pantano.



Por el lugar han avistado algunos caballos y ciervos que salen de entre los bosques cercanos y acuden aquí a beber y a pastar. Pero sobre todo han puesto sus ojos en los grandes elefantes que merodean por las orillas, a los que han observado moviéndose torpemente por estos aguazales.



Han realizado un largo viaje desde la parte alta del valle, donde la caza es menos abundante y han decidido establecerse por un tiempo para cazar, construyendo sus cabañas temporales con ramas y pieles en un lugar protegido entre los árboles desde donde se divisa el río.

Los más hábiles del grupo han comenzado a preparar sus armas y herramientas. Para ello han elegido entre los abundantes cantos de caliza que encuentran en las cercanías, los más apropiados para dar la forma deseada a los instrumentos que precisan. Con sus martillos de piedra (percutores) golpearan los cantos seleccionados para fabricar sus hachas de mano, las bifaces, tallándolos por las dos caras, esbozando sus formas primarias y perfilando después, con pericia, sus bordes ayudados de un martillo de hueso.

Estas excepcionales herramientas les serán útiles para cortar, cavar, perforar, fracturar… Tallarán también hendedores, raspadores, raederas… y no desperdiciarán tampoco las lascas y esquirlas que se producen al golpear los cantos, ya que les pueden ser útiles para desollar sus piezas, para cortar la carne, para curtir sus pieles… Así lo han hecho siempre: se procuran lo que precisan en el lugar donde se establecen. La próxima estación, cuando la caza escasee, partirán a otro lugar y sólo llevarán con ellos lo imprescindible porque en un largo viaje hay que ir ligero de equipaje…


Un yacimiento arqueológico y paleontológico junto a El Portal.



Esta singular escena, u otra parecida, era posible observarla en las cercanías de El Portal, junto al río. Donde hoy corretean entre los lentiscos y los acebuches los conejos, las perdices y algún meloncillo, en el mismo lugar donde pastan actualmente los caballos de la yeguada de El Palmar, hace tan “sólo” 200.000 años (milenio más, milenio menos), cuando el clima era más cálido y húmedo en nuestras latitudes, podían verse en estos mismos parajes de la vega baja del Guadalete hipopótamos, elefantes, rinocerontes, grandes ciervos o caballos salvajes.

Estos y otros muchos datos de gran interés, fueron aportados por los hallazgos que, hace ya 25 años, llevaron a cabo un equipo de arqueólogos dirigido por Francisco Giles Pacheco, en el marco de un ambicioso programa de Investigación titulado “Prospecciones Arqueológicas Sistemáticas en la cuenca fluvial del río Guadalete”. La lectura de estos trabajos nos atrapó hace ya muchos años y hemos querido volver a ellos cuando se cumple un cuarto de siglo de la publicación de aquellos estudios sobre las excavaciones realizadas en un paraje singular que hoy pasa desapercibido. En 1989, cuando el equipo del Proyecto Guadalete realizaba el estudio arqueológico de los paquetes de arenas y cantos rodados que iban a ser explotados en la gravera de El Palmar del Conde, en las proximidades de El Portal, salieron a la luz numerosos cantos tallados así como algunos restos fósiles de grandes mamíferos.

El yacimiento arqueológico y paleontológico de El Palmar del Conde se sitúa en la margen izquierda del río Guadalete, en una pequeña elevación próxima al núcleo de El Portal, junto la subestación eléctrica y al conocido cruce de “Las Quinientas”. Esta loma, que pasa desapercibida al viajero, se encuentra hoy cubierta parcialmente con la típica vegetación de monte bajo (acebuches, lentiscos, coscojas…) y en parte cultivada, se corresponde con una antigua terraza del Guadalete situada a + 20 m sobre el nivel actual del río.

Para el lector curioso, recordaremos que estas formaciones geomorfológicas se asientan sobre un substrato de materiales arcillosos (a los que delatan su característico color rojizo) en el que también están presentes yesos de edad triásica, que los fenómenos erosivos han dejado hoy a la luz, siendo visibles desde la carretera que une El Portal con la fábrica de Cementos.

Sobre estos materiales se depositaron paquetes de gravas y arenas en unas formaciones conocidas como “barras de canal”. Su origen se debe a la sedimentación de las fracciones más gruesas de la carga de fondo que transportaba la corriente en la parte central del canal del río, cuando su cauce era mucho más ancho que en la actualidad y su inmenso caudal era capaz de arrastrar los grandes cantos rodados que hoy vemos depositados en las terrazas alejadas de la actual orilla del río. Cuando la corriente encontraba estas pequeñas elevaciones sobre el amplio estuario, se acumulaban sedimentos sobre ellas, y la estructura se alzaba llegando a emerger sobre el nivel de agua. Así surgieron las pequeñas “islas” o “penínsulas” de El Palmar del Conde, o las cercanas de El Tesorilllo, Los Potros o Las Pachecas, próximas también a este lugar y que aún hoy es fácil imaginar emergiendo sobre la llanura de inundación que en su día debió ocupar plenamente el río y que en la actualidad es una gran extensión de campos de cultivos entre los que sobresalen estos pequeños cerros.

La fauna del paleolítico.

Las diferentes publicaciones del equipo dirigido por F. Giles Pacheco sobre las excavaciones realizadas en este lugar, permiten aventurar el aspecto que ofrecerían estos parajes varios cientos de miles de años atrás, durante el Pleistoceno Medio. Así, desde esta pequeña loma, veríamos una gran laguna o marisma con pequeños islotes o penínsulas como esta elevación de El Palmar del Conde, donde se habían depositado ya numerosos cantos rodados y a los que acudían los grandes mamíferos que poblaban los bosques y los claros que se abrían junto al estuario del Guadalete. Los hombres del Paleolítico encontraban en estos enclaves la materia prima para sus herramientas líticas y los animales a los que daban caza.

Entre los restos de fauna hallados en este lugar, han aparecido molares de rinocerontes (Stephanorhinus hemitoechus), caballo (Equus sp.), hipopótamo (Hippopotamus amphibius), un metatarso de ciervo (Cervus sp.) y restos de otros molares que tal vez pudieron pertenecer a un gran elefante (Palaeoloxodom antiquus), todos ellos en conexión estratigráfica con los cantos tallados, por lo que puede afirmarse que los hombres del Paleolítico y estos animales estuvieron presentes en este territorio durante un mismo periodo de tiempo. Estos restos ayudan también reconstruir e imaginar cómo era el paisaje y los biotopos en torno al Guadalete y a las zonas colindantes con su estuario. Las condiciones medioambientales requeridas por las especies de grandes mamíferos citadas en el yacimiento permiten deducir, a juicio de los investigadores “…una alternancia de espacios de bosques y zonas abiertas de clima cálido con cierta tendencia a la humedad”.

Bifaces y otras herramientas líticas.


Al gran interés de los restos paleontológicos hallados en El Palmar, hay que sumar un numeroso conjunto lítico de piezas talladas (más de 400), encontradas también en este yacimiento. En función de sus características, los arqueólogos las encuadran en el Achelense Pleno, estadio cultural del Paleolítico inferior, caracterizado, entre otras muchas cuestiones, por el alto porcentaje de bifaces que suelen aparecer entre sus restos arqueológicos.

Del estudio de este valioso conjunto de piezas, los informes apuntan que la mayoría de los soportes son de cantos de caliza (85%) seguidos en menor medida de “…sílex y protocuarcita y esporádicamente dolomía y cuarcita respondiendo a grandes rasgos a la proporción que se presenta en los paquetes detríticos”. Entre las piezas halladas abundan las raederas, raspadores, hendedores y perforadores, no faltando tampoco las típicas bifaces, esas “hachas de mano” tan características de este periodo cultural, algunas de cuyas piezas están expuestas en los museos arqueológicos de Jerez, El Puerto de Santa María y Cádiz. No es difícil imaginar que la mayoría de estas herramientas estarían destinadas al aprovechamiento de la fauna que pudieran cazar en las inmediaciones.

Todavía hoy, aún podemos ver en la parte oriental del pequeño cerro de El Palmar del Conde, en contacto con los campos de cultivo, los potentes estratos de cantos rodados en los que se hallaron las piezas arqueológicas y los restos paleontológicos, aunque la mayor parte de estos paquetes de gravas se explotaron hace un cuarto de siglo por una cantera.

A nosotros, cada vez que pasamos por aquí o cuando paramos para observar el paisaje, junto a la finca La Llave o en El Puente de la Herradura, nos gusta imaginar a aquellos hombres del Paleolítico, junto a sus cabañas construidas en las laderas de este pequeño cerro, dominando el amplio estuario del Guadalete, tallando sus bifaces y sus raspadores para dar cuenta de los animales que acababan de cazar. En este mismo lugar donde hoy pastan plácidamente los caballos blancos de la yeguada de El Palmar.


Para saber más:
-Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Aguilera, L.; (1990): “Un tecnocomplejo del Pleistoceno Medio en la desembocadura del río Guadalete: el yacimiento achelense del Palmar del Conde”, F.. Revista de Historia de El Puerto, 5.11-30.

-Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Rodríguez, V.; (1990): “Aproximación a un complejo técnico del Pleistoceno Medio en lacuenca baja del río Guadalete. Casa del Palmar del Conde (Jerez de la Frontera, Cádiz)”. Xábiga. Revista de Cultura, 6. 83-97.
-Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Aguilera, L.; (2001): “El registro arqueológico de los primeros grupos humanos en la comarca de Jerez y su contexto en el sur de la península. Resultados de un proyecto de investigación. Revista de Historia de Jerez, Nº 7. Cuaderno de arqueología. 2001, pgs. 14-16.
Procedencia de las ilustraciones: Elefantes y rinoceronte: www.phancocks.pwp.blueyonder.co.uk/naturalhis

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 18/01/2015

 
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