Los baños en el río.
Un paseo por las playas fluviales del Guadalete




Si algo caracteriza de manera inequívoca la llegada del verano, es el inicio de la temporada de baños que, desde hace ya unas semanas, viene marcada por el éxodo de los jerezanos hacia las playas cercanas. Sin embargo, cuando en tiempos pasados se hablaba de “verano” y de “baños”, en lo que de verdad se pensaba era en bañarse en el río. En el Guadalete.



Los baños en el Guadalete.

Y es que las “playas de Jerez”, durante la segunda mitad del siglo XIX no eran Valdelagrana o La Puntilla, La Ballena o El Palmar… sino la ribera del río comprendida entre la Huerta de la Cartuja -junto al Monasterio- y el Vado de los Hornos. Este último lugar se corresponde con la actual barriada rural de La Corta, donde a comienzos del siglo XX se construiría un azud para los regadíos de los Llanos de las Quinientas.



Los alrededores del Puente de Cartuja y de El Portal fueron también otros parajes fluviales a los que los jerezanos acudían para bañarse en el Guadalete. El investigador de nuestra historia ferroviaria Francisco Sánchez Martínez, nos informa que ya en el verano de 1854, recién inaugurado el primer tramo del ferrocarril entre Jerez y El Puerto de Santa María, “…la empresa ferroviaria establecía un servicio especial para llevar a la gente a tomar los baños en el río Guadalete junto al muelle del Portal, los precios de ida y vuelta eran de 3 reales/v en 3ª clase, y 5 reales/v en 2ª clase”. (1)

En la segunda mitad del siglo XIX los baños en el río debieron ser muy populares y, para regularlos, el Ayuntamiento de Jerez elaboró las correspondientes Ordenanzas Municipales de Baños Públicos en el Guadalete. Esta normativa se publicaba con la llegada del verano, época en la que los jerezanos encontraban en el río el mejor lugar de esparcimiento. Su lectura detenida nos aporta curiosas referencias sociológicas de esa época en la que todavía no estaban de moda los baños de mar. Como ejemplo de ellas, sirvan las correspondientes al año 1873 en las que se incluyen artículos realmente llamativos:

Art. 281. La temporada de baños en el río Guadalete durará desde el 16 de julio al 8 de septiembre ambos inclusive. Antes ó después de esta fecha sólo podrán bañarse los que justifiquen por certificación facultativa la necesidad de hacerlo, adquiriendo al efecto el competente permiso. El Alcalde podrá, sin embargo, anticipar el principio de la temporada ó hacerla más duradera, si la estación ó cualquiera otra circunstancia aconsejase alguna de estas variaciones.

Art. 282. Para los baños al aire libre se señala el espacio que hay entre los sitios llamados Vado de los Hornos y Huerta de la Cartuja, reservándose a toda hora para las mujeres una cuarta parte del dicho sitio, a contar desde el primer punto.

Art. 283. No podrán establecerse cajones para baños sin permiso previo de la alcaldía, siendo de cargo del que lo solicite, sufragar los gastos de reconocimiento pericial que se efectúe y hacer todo lo que se le prescriba para la debida seguridad de los bañistas.

Art. 284. Se prohíbe que se bañen los niños si no van acompañados de personas mayores: así como que lo hagan juntas personas de distinto sexo, aún cuando estén casados. Los individuos pertenecientes á establecimientos de Beneficencia necesitarán además el permiso de sus jefes.

Art. 285. Todos los bañistas quedan obligados á usar, según su sexo, el traje que la decencia prescriba, prohibiéndose además cruzar el río á nado, promover juegos ó alborotos dentro del agua, y en absoluto todo hecho ó dicho ofensivo á la moral.

Art. 288. En el Puente de Cartuja y sitio del Portal, se bañarán los caballos y demás bestias con absoluta prohibición de ejecutarlo en otro punto. En estos mismos sitios y otros no señalados para baños de personas podrán los laneros, tintoreros, etc., lavar los efectos propios de sus artes y oficios durante la temporada de baños, verificándolo en las demás épocas donde lo crean más conveniente.

Art. 289. Los que contravinieren las disposiciones de este capítulo incurrirán en la multa de 2 a 25 pesetas, según los casos
.”

La Corta y los alrededores del Puente de Cartuja, fueron lugar habitual de baños hasta la década de los 60 del siglo pasado, época en la que los vertidos urbanos e industriales convirtieron al río en una cloaca. En una de las fotografías que ilustra esta entrada, puede verse a nuestro viejo amigo Pepe Salas, disfrutando de un baño con sus amigos en el río en la década de 1950. Parajes como los de La Greduela, Bucharaque (en La Barca), Tablellina, en las cercanías de la Junta de los Ríos… fueron otros tantos lugares de baños en el Guadalete, antes de que la contaminación terminara con ellos.

Baños en el río en El Puerto de Santa María.

En El Puerto de Santa María, junto a los baños de mar en la Playa de La Puntilla, el verano se anunciaba también con los baños en el Guadalete. Como ha estudiado el historiador portuense Enríquez Pérez Fernández (3), existen ya noticias de regulación municipal de los baños en el río desde 1816, cuando se concedió en exclusiva a la Casa de Niños Expósitos la facultad de instalar barracas, cajones y aposentos para los baños "aplicando su producto al aumento del salario de las nodrizas o amas de cría y a las demás urgencias y necesidades que padece la casa y los inocentes niños".

Pero será a partir de 1860 cuando empiezan a adquirir más relevancia. La temporada se iniciaba con el verano, por San Juan, debiendo ponerse fin a la misma después de la Virgen de los Milagros, el 8 de septiembre. Como sucedía en Jerez, también en El Puerto hombres y mujeres ocupaban espacios diferenciados, estableciéndose multas de cuatro ducados a los hombres que fueran sorprendidos en la zona reservada a las mujeres. En esta época operaban tres empresas de baños en el río y una en La Puntilla, lo que da idea de la importancia de los baños en el Guadalete frente a los de mar. Para facilitar los baños en el río y evitar los peligros de las corrientes, se instalaban en la orilla barracas y una pasarela que comunicaba con una estructura de madera techada, situada en el río, donde se encontraban los baños flotantes, con cajones sumergidos que impedían que los bañistas pudieran ser vistos (4).

Entre las escasas imágenes que se conservan sobre aquellos baños en el río destacan por su espectacularidad las del arquitecto y fotógrafo jerezano Francisco Hernández-Rubio, rescatadas por Adrián Fatou y que pudimos admirar hace unos meses en la magnífica exposición “Arquitectura de una mirada”. Realizadas en los primeros años del siglo XX, se observan en ellas los bañistas en la orilla del río, a los pies del antiguo Puente de San Alejandro, con las salinas al fondo, desde el que se lanzan al Guadalete los niños y jóvenes en atrevidas piruetas (5).

También en El Puerto –como en Jerez- el Guadalete quedará vedado para el baño a partir de la década de los 60 del siglo pasado, como consecuencia de la contaminación de sus aguas. Habrá que esperar hasta julio de 1995, tras más de una década de lucha por la recuperación del río y la puesta en marcha de un Plan de Saneamiento, para que los colectivos ciudadanos y ecologistas integrados en la Federación Ecologista Pacifista Gaditana, celebren la fiesta “El Guadalete empieza a vivir” dándose un simbólico “baño popular” en las aguas del río Guadalete que empieza, por fin, un proceso de lenta recuperación.

Una bañista de excepción: Fernán Caballero.



De la mano de una de nuestras más renombradas escritoras decimonónicas, Fernán Caballero, podemos hacernos una idea muy aproximada de cómo eran aquellos baños en el ríoGuadalete a mediados del siglo XIX. Lo describe con detalle en una de sus novelas más célebres “Un verano en Bornos”, escrita en 1850.

Cecilia Böhl de Faber se deshace en elogios hacia esta localidad serrana señalando los baños en el río Guadalete como uno de sus atractivos: “Este pueblo es muy lindo y tiene un indisputable aire señorito (así traduzco el come il faut francés).

Se deja ver que la esplendidez con que Cádiz en otros tiempos esparcía, y aún tiraba el dinero, lo hizo llegar a este apartado lugar, al que vendrían aquellos millonarios que sabían serlo, á buscar el bienestar y la salud que procuran sus aires puros, sus hermosas aguas y los baños de su río, suaves y tónicos á un tiempo, por afluir a él en estas cercanías algunas fuentes minerales
”.

En su Carta VII descubrimos las “casetas” de baño de la época y la curiosa forma en que se construían y utilizaban: “Hemos empezado los baños en el río. Según la costumbre establecida aquí, nos han hecho una choza anfibia, esto es, que se asienta en la orilla y se prolonga en el río. La parte acuática está sin techar, pues nos bañamos á la caída de la tarde, cuando ya el sol ha descendido; sus cuatro paredes de cañas, castañuelas y junco vano, unidas por una tomiza de palma y sujetas á unos postes con jical de esparto, forman una florida alberca de agua corriente y tibia, muy preferible á las de alabastro con sus estancadas aguas. El buen hombre que la hizo, dejó en el fondo una puerta abierta para que la persona que quisiese pudiese salir al río; pero mi madre me había prohibido hacerlo, porque, aunque no es profundo, le habían advertido que tenía ollas, esto es, unos hoyos en que es muy fácil caer y ahogarse la persona que no sepa nadar” (6).

En las distintas cartas que componen “Un verano en Bornos”, Fernán Caballero menciona en muchas ocasiones estos baños en el Guadalete: “…el río y el aire son bienes comunes; cada cual puede disfrutarlos sin acreditarse por eso de socialista”, llega a decir en una de ellas. En su carta VIII resume lo que suponen para ella los baños, a través de uno de sus personajes: “Luisa mía: nada me prueba tanto como la benéfica influencia que sobre mi han ejercido estos aires y estos baños, como lo hace el bienestar moral de que por grados voy gozando”.

Las playas fluviales en la actualidad.



Hoy día, los baños en el Guadalete y en algunos de sus arroyos tributarios son una rareza… pero aún existen puntos donde se practican de la mano de nuevas instalaciones. Entre las pequeñas “playas fluviales” o parajes donde los vecinos acudían a bañarse mencionaremos las que existían en las riberas del Bocaleones o del Arroyomolinos. En este último arroyo encontramos la “Playita de Zahara”, nombre con el que se conoce a la adecuación recreativa instalada en su cauce hace apenas veinte años, donde la construcción de una represa en el cauce del arroyo ha dado lugar a una “piscina” natural de aguas cristalinas que cuenta con distintos servicios para facilitar el baño.

Aguas abajo de la presa de Zahara, se construyeron hace unos años pequeños azudes para crear una lámina de agua permanente en el Guadalete y facilitar el baño. Son los casos del Puente de la Nava en Algodonales y de La Toleta, en las proximidades de uno de los accesos a la Vía Verde, en Puerto Serrano. Ambos se encuentran hoy deteriorados. Atrás quedan los tiempos en los que familias enteras acampaban en las alamedas junto al puente viejo de La Nava, conocido como “el de los americanos”, para pasar unos días de “veraneo” junto al río y bañarse en sus aguas.



En la cuenca del Majaceite, uno de los rincones preferidos por los bañistas eran las inmediaciones del Puente del Arroyo del Astillero, muy cerca del poblado del Charco de los Hurones. Este lugar llegó a contar con instalaciones recreativas dependientes del Ayuntamiento de Jerez, hoy en estado de abandono. Aguas abajo, este mismo arroyo tenía otra zona para baños muy concurrida hace unas décadas, antes de que las aguas del embalse



de Guadalcacín la cubrieran: los alrededores del viejo puente del Picao, entre Tempul y Algar. El embarcadero de Bornos,  que ha estrenado playa de arena este año, y el Club Naútico del Santiscal, en el embalse de Arcos son también otras zonas donde pueden verse bañistas.



En los últimos años, han surgido dos nuevas instalaciones a orillas del embalse que nos permiten disfrutar del contacto con la naturaleza, de los deportes acuáticos y del baño. Se trata del complejo del Tajo del Águila en Algar (con embarcadero, piscina, alojamientos rurales…) y la conocida como “Playa de San José del Valle”, (actualmente se realizan mejoras) una adecuación creada en las cercanías de la presa de Guadalcacín que cuenta con playa artificial acotada para el baño y embarcadero con piraguas, canoas y barcas.


Ver La "Playa de Jerez": baños en el Guadalete en un mapa más grande

¡Qué tengan ustedes un buen verano!

Para saber más:
(1) Sánchez Martínez, F.: “El Portal, su muelle, el arrecife a Jerez y el Ferrocarril (II)”, Diario de Jerez, 11/06/2013.
(2) Clavero, J. García Lázaro, A. y Grupo Entorno.: El Guadalete Empieza a Vivir. F.E.P.G., Consejería de Obras Públicas. 1996.
(3) Pérez Fernández, Enrique.: El vergel del Conde y el Parque Calderón: historia de dos paseos de El Puerto de Santa María. Biblioteca de Temas Portuenses. Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, 2000.
(4) “Los baños de mar en El Puerto”. Diario de Cádiz, 20/07/2008. De este artículo hemos tomado la ilustración de las casetas de baño en el río.
(5) De la exposición “Arquitectura de una mirada. Francisco Hernández-Rubio, fotógrafo” comisariada por Adrián Fatou hemos tomado la fotografía que muestra a un joven saltando al río Guadalete desde el Puente de San Alejandro que ilustra la portada del libro-catálogo.
(6) Fernán Caballero.: Un verano en Bornos. Gráficas El Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asociación de Amigos de Bornos. Pgs.161-162, 201-211 y 215.

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Otros enlaces que pueden interesarte: Río Guadalete, El Paisaje y su gente, El Paisaje en la literatura, Paisajes con historia

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 29/06/2014


Los árboles de la ciudad se visten de verano.




En el campo, en los montes y en las zonas más agrestes de nuestras sierras, el inicio del verano se manifiesta en la vegetación arbustiva y arbórea con la aparición de los primeros frutos y, en general, con las señales, ya evidentes de la sequedad de la tierra y del ambiente. Sin embargo, en la ciudad, muchos de los árboles ornamentales que pueblan nuestras calles, plazas y parques, se muestran en estas semanas, cuando un nuevo verano comienza, con sus mejores “galas”. ¿Nos acompañan a comprobarlo?

A la sombra de las tipuanas en flor.

Las tipuanas (Tipuana tipu) tan abundantes en calles y avenidas, provistas ya sus copas de un denso follaje, nos ofrecen ahora su espectacular floración. Exhiben estos árboles sus pequeñas y hermosas flores amarillas que contrastan con el verde intenso de sus hojas y alfombran el suelo cuando caen, dando color a las aceras. Por el contrario, las jacarandas (Jacaranda mimosaefolia), que un mes atrás se vestían de gala y cubrían el suelo con sus corolas azulinas, apenas muestran ya sus últimas flores mientras sus copas se van poblando de hojas nuevas, entre las que llaman la atención sus peculiares frutos, aún verdes.

Los jaboneros de la China (Koelreuteria paniculata y K. bipinnata), están también presentes en muchas de nuestras calles, y apuntan ya los primeros “farolitos”, esos peculiares frutos formados por tres valvas, que cuelgan del árbol en numerosos ramilletes y en cuyo interior se formarán las semillas. No es de extrañar que esta especie sea también conocida como “árbol de los farolitos”, por la singular forma de sus “frutos”. En algunos ejemplares (junto a Sementales, por ejemplo) aún pueden verse también sus grandes panículas, inflorescencias de más de treinta centímetros de longitud formadas por numerosas flores de color amarillo, que despuntan en su copa y que durante los meses de mayo y junio, hacen de estos árboles uno de los más llamativos de nuestros paseos.

Más escasas, pero igualmente llamativas, son las parkinsonias (Parkinsonia aculeata). Podemos verlas, por ejemplo, escoltando la Avenida de Arcos, entre la rotonda de los Juegos Olímpicos y la de Biarritz. Su copa presenta un aspecto ligero y poco denso, debido al diminuto tamaño de los foliolos de sus hojas compuestas, que cuelgan de sus ramillas espinosas y, por lo general, péndulas, dando un aspecto casi transparente a su follaje. En estos días de comienzo del verano, las parkinsonias se muestran más hermosas que nunca, exhibiendo en sus copas sus racimos de flores con corolas de un intenso color amarillo salpicado de pequeñas manchas rojas.

La fragancia de las sóforas.

Una mención especial merecen las sóforas (Sophora japonica), árboles que jalonan muchas de nuestras calles y que crecen en casi todos los parques de la ciudad. Durante buena parte del año, estos árboles caducifolios que nos recuerdan a la falsa acacia, pasan desapercibidos. Sin embargo, desde primeros de junio, sus copas se cubren de pequeñas y delicadas flores de color crema amarillento, dispuestas en inflorescencias (panículas) que despiden un delicado y agradable perfume, mostrándose realmente hermosos.

Bajo las copas de estos árboles, el suelo de las aceras o de los paseos se alfombra literalmente de estas pequeñas flores, cuyos colores contrastan con el verde intenso de las hojas, ofreciendo así una hermosa combinación en estos días de comienzos del verano. En las aceras de la Ronda Este, o en las de la calle Santo Domingo (entre otras muchas) puede verse esta “alfombra de flores” y disfrutar de su aroma bajo el techo sombreado de las copas de las sóforas.



gualmente llamativos resultan en estos días los aligustres (Ligustrum japonicum, L. lucidum), que pueden verse también en toda la ciudad.

Desde comienzos de junio se visten con sus llamativas y olorosas inflorescencias, compuestas de cientos de diminutas flores de color blanco amarillento. En algunos árboles llegan a cubrir toda la copa, despidiendo una suave fragancia.



Distintas especies de acacias (“mimosas”) muestran también sus llamativas inflorescencias amarillas que, en ocasiones, llegan a cubrir literalmente la copa, ofreciendo entonces un aspecto espectacular. Así sucede, por ejemplo, en la Acacia karroo, también conocida como carambuco, que junto a la “fiereza” de las estípulas espinosas que posee en sus ramas, se cubre de densos ramilletes de flores amarillas. Más frecuentes en los alrededores de la ciudad y más raras en nuestros parques, estas acacias, junto a otras “mimosas” que crecen en los jardines y paseos arbolados (A. retinodes y A. cyanophylla, sobre todo) ponen una nota de color en estos días de verano.

Albizias, lagunarias, tilos…



Pocos árboles pueden presumir de flores tan vistosas y llamativas como la acacia de Constantinopla, especie también conocida como árbol de la seda (Albizia julibrissin). Sus flores, que alcanzan su máxima belleza a finales de mayo, están dispuestas en umbelas terminales y muestran sus numerosos estambres de un llamativo color rosa que va perdiendo intensidad a medida que maduran. En estos primeros días de verano, la mayoría de estos árboles muestran ya las flores con un aspecto menos vistoso y dejarán paso, progresivamente a unas legumbres que nos recuerdan a las del árbol del amor. Las lagunarias (Lagunaria patersonii), que eran muy escasas en nuestras calles, están siendo plantadas en los últimos años en muchos de los nuevos paseos. Esta especie, conocida también vulgarmente como “árbol del pica-pica”, podemos verla, por ejemplo, en la calle Porvenir, en Madre de Dios o frente a la Ermita del Cristo de la Expiración. Su copa es piramidal y densa y sus hojas son de un color verde pálido, con envés tomentoso entre las que resaltan, en estos días de inicio del verano, sus flores rosadas. Muy llamativas, estas flores son de mediano tamaño y se presentan solitarias. Por su forma nos recuerdan, salvando las distancias, a las del hibisco. En muchos de estos árboles las flores han dejado ya paso a los primeros frutos.



Espectaculares se muestran también en estos días los sauzgatillos (Vitex agnus-castus), un arbusto de la familia de las verbenáceas que llena su copa con hermosos racimos terminales de flores azules en estos días de comienzos del verano. Los vemos en San Joaquín, en la C/ José Cádiz o en el Parque de Puertas del Sur. En este mismo lugar las copas del pino carrasco (Pinus halepensis) muestran ya sus nuevas piñas, aún verdes que conviven junto a las del verano anterior. Pero sin duda, lo que más llama la atención en este parque, son los contados ejemplares de árbol de las llamas (Brachychiton acerifolius) que el paseante puede localizar desde la lejanía, entre la confusión del ramaje de la densa arboleda de este parque, por lo impactante de su floración que transforma su copa en una espectacular explosión de color. Las flores de este curioso árbol, traído a comienzos de los 90 del siglo pasado de los viveros de la Expo de Sevilla, son muy vistosas, de un intenso color rojo carmín, creciendo en racimos axilares que aparecen, habitualmente, cuando el árbol está casi sin follaje. Las pequeñas flores, acampanadas, de 1 cm de diámetro y con su cáliz glabro, tapizan literalmente el suelo del parque y de los paseos ofreciendo una hermosa escena.



Muy llamativos resultan también en estos días, los olmos de bola (Ulmus minor var. Umbraculífera) que crecen en muchas calles de la ciudad (Ronda del Pelirón, calle Fresa…) y que llaman la atención del paseante por la forma globosa. Si en invierno nos mostraba sus numerosas ramas delgadas, a comienzos de verano lo vemos vestido con un denso y apretado follaje que realza su llamativa copa esférica. Acabamos, para no hacer interminable esta relación, con los tilos (Tilia sp.) que aunque más escasos, están representados en las calles de la ciudad por distintas especies. Los de la calle Pizarro (Tilia x vulgaris), junto a la barriada de La Plata, nos muestran ahora las brácteas de color blanco verdoso que contrastan con el verde más intenso y oscuro de sus hojas y que aparecen una vez que ya se han perdido las flores. De estas brácteas cuelgan sus característicos frutillos globosos.

Volveremos en otoño a recorrer los campos, los bosques y las riberas “en torno a Jerez” para recrearnos en los frutos y en los colores con los que las hojas de los árboles y arbustos se cubren en esta estación.

Que pasen ustedes un buen verano.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 3/07/2016

Las aguas del olvido.
Un paseo con Antonio Muñoz Molina por el Guadalete y sus mitos.



Nadie cruzaba el río, aunque estaba muy cerca la otra orilla, tal vez porque la mirada no podía encontrar en ella nada que no hubiera a este lado, y porque quien cruza un río parece que deba exigir alguna compensación simbólica, que en este caso quedaba descartada por la cercanía y la similitud. Todo era igual a ambos lados, las mismas dunas y yerbazales tendidos por el viento del mar, el mismo brillo salino en las crestas de arena. El perro, Saúl, cruzó el río por la mañana, persiguiendo algo que Márquez había arrojado a la otra orilla con un rápido ademán en el que entonces no advertí premeditación, sino una de esas decisiones baldías que dicta el tedio. Saúl nadó ávida y ruidosamente, alzando el hocico sobre el agua revuelta, y cuando emergió al otro lado pareció que se hubiera extraviado. Sacudiéndose la pelambre empapada deambuló por la orilla y estuvo ladrando un rato con quejidos de lobo, sin atender al silbido ni a las voces de Márquez. A media tarde me di cuenta de que aún no había regresado.

Esta mañana, mientras tomábamos el aperitivo en la penumbra de la biblioteca, Márquez me dijo el nombre del río, Guadalete, y apeló a un par de diccionarios geográficos para explicarme su etimología. Siento no haberlo escuchado entonces; supongo que si lo hubiera hecho no habría sabido evitar nada. Márquez abrió uno de sus diccionarios y buscó la palabra, deteniendo en ella su dedo índice, pero yo casi no le hice caso; atento a mi martini, a la ventana que da a la pista de tenis, a las dunas de este lado, al río. “Palabra compuesta de una doble raíz griega y árabe”, dijo Márquez, leyendo


Con este misterioso comienzo arranca el relato “Las aguas del olvido”, del escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), una de las piezas más sugerentes que integran Nada del otro mundo (1993) obra de recopilación de distintos textos de narrativa breve de este autor, uno de los mejores novelistas de nuestros tiempos (1).

Publicado por primera vez el 5 de agosto de 1987 en la edición impresa del diario El País, en la sección de Lecturas de Verano, guardábamos en nuestros archivos este relato puesto que en el cobra un especial protagonismo nuestro río, el Guadalete, y los mitos que en torno a él y al origen de su nombre se han tejido a lo largo de los siglos.

Guadalete: el río del olvido. Los ecos de un mito.



En uno de los pasajes del relato, Muñoz Molina, en boca de uno de sus personajes recuerda que etimológicamente Guadalete significa “el río del olvido”, dejándose así arrastrar por la plácida corriente de los mitos.

Y es que el nombre de nuestro río no cuenta todavía con explicaciones convincentes y fuentes documentales que confirmen su origen cierto, por lo que resulta mucho más sugerente adentrarse en ese paisaje difuso que la mitología y las leyendas se han encargado de dibujar a lo largo de los siglos y que ha estado presente en la historiografía clásica. Así, nuestros eruditos empiezan y no terminan en lo que a la atribución de nombres fabulosos a nuestro río se refiere: Eumenio, Tanagra, Belo o Belión (por la celeridad o velocidad con que corre, como decía Gamaza). Avieno lo identifica con el Chryso o Chrysauro por ser tierra rica en metales, que tomara su nombre de Gera Chrysaor, padre de Gerión, como recuerdan también Bartolomé Gutiérrez y Francisco Mesa Xinete. (2). Sin embargo, el nombre que cuenta con más adeptos es el de Lete (o el de sus formas Lethe, Leteo o Letheo), que encierra tras de sí no pocas leyendas de las que no dudaron en apropiarse los historiadores locales.

Como bien recuerda Parada y Barreto, el nombre del nuestro río fue el “culpable” de esta inevitable tendencia a situar en nuestra tierra numerosos escenarios de la mitología clásica ya



que “todo lo que se cuenta en los antiguos escritores sobre la ciudad y los campos de Tartesia, se ha aplicado á Jerez como se le ha aplicado también todos los cuentos mitológicos de la Bética, y cuanto la antigüedad nos ha transmitido de esta rica y fértil comarca: no habiendo contribuido poco a estas suposiciones el nombre del Guadalete que ha servido para suponerlo el famoso Lethe mitológico ó río del olvido" (3).

Conviene recordar que, en la mitología griega, el Lete, río del olvido, es uno los que fluye por el Hades, el inframundo donde también se encuentra el Tártaro, nuestro Infierno. El Lete o Leteo recorre los Campos Elíseos y en sus plácidas orillas vagan las almas de los muertos que, bebiendo de sus tranquilas aguas, se olvidan de todo lo que fueron en su vida terrestre. Beber las aguas del Leteo hace olvidar el pasado.



Desde antiguo, numerosos autores aluden a la vinculación de nuestro Guadalete con el mítico río Leteo. Suarez de Salazar (1610), refiriéndose a él, señala que “a este río llamaron Lethe, que es lo mismo que olvido, o muerte” (4), y Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana (1611) escribe que Guadaletevale tanto como el río del olvido” (5).

El jesuita Martín de Roa (1617), en una deliciosa descripción geográfica del Guadalete, se deja llevar de la mano del nombre del río relacionando nuestra comarca con los escenarios de los mitos griegos. Así, refiriéndose al territorio que recorre escribe que: “Toda la tierra que baña es por estremo fertil, apazible, templada en el ibierno, i no rigurosa en el estio. De aquí fue la invención de los Campos Elisios, donde fingieron los Poetas, que olvidadas las almas de las miserias de la vida pasada, gozavan de otra feliz, y bienaventurada: siendo asi… que ninguna otra cosa querían significar con esto, sino que eran dichosos i bienaventurados aquellos, a quien cupo en suerte la abitacion desta tierra: cuya lindeza, frescura i conmodidades, tales, i tantas eran, que gustandolas los Griegos inventores destas



fabulas, avian olvidado su patria, i avezindadose en esta. De aquí tomó primero el nombre de Lethe, o de olvido, que es lo mismo. Confirmole después, según escriven algunos de nuestros Autores, con las pazes que allí juraron los Cartagineses, i andaluzes de la costa, anegando en sus aguas la memoria de las injurias pasadas
” (6).

En este breve relato, apunta ya Martín de Roa las distintas variantes a las que se atribuye el nombre de “río del olvido”. La primera es su mítica vinculación con el Leteo que atraviesa los Campos Elíseos que hace olvidar el pasado a quien bebe sus aguas. La segunda interpretación apunta a como las bondades del territorio que baña, retienen a sus visitantes haciéndoles olvidarse de sus familias y de su tierras. La tercera, las treguas y acuerdos de paz que en sus orillas establecieron los cartagineses y los antiguos pobladores de la región, lo que supuso el “olvido” de las guerras y contiendas mantenidas por el dominio del territorio. Estas versiones se repetirán, con diferentes variantes y añadidos, en todos los autores que desde el siglo XVI se refirieron al “río del olvido”.

Uno de los muchos testimonios que abundan en estas versiones es el que aporta, casi por las mismas fechas, el escritor y mitógrafo franciscano Baltasar de Vitoria en su Teatro de los dioses de la gentilidad (1620). Refiriéndose a Caronte escribe que “El río en que este fiero Barquero trae su Barca se llama Leteo: es nombre Griego, y en Latín corresponde a oblivio, que quiere decir olvido”. Tras señalar las distintas localizaciones apuntadas por autores clásicos se inclina por que “la más cierta opinión de todas, es que el río de Guadalete, que entra en la baya del Puerto de Santa María, y Cádiz, es el Leteo; y esto se confirma con la etymología del vocablo, que antiguamente no se llamaba sino Lete, que quiere decir olvido, a la qual palabra, los Árabes Moros que ocuparon España, le añadieron esta palabra, Guada, que quiere dezir río; y así Guadalete quiere dezir Rio Leteo…. El mencionado autor apunta también otra fuente de autoridad, haciendo alusión del relato del historiador romano Lucio Aneo Floro: “Y confirma bien esta opinión lo que dize Lucio Floro que los soldados de Decio Bruto rehusaron pasar el Río Guadalete, temiendo olvidarse de su patria Roma, de sus hijos y mugeres; y llámale este autor refiriendo esto Flumen oblivionis” (7).

En las orillas del Leteo.



Junto a los testimonios de muchos autores que identifican por la similitud fonética nuestro Guadalete con aquel mítico Lete o Leteo, no faltan tampoco quienes reservan este nombre para el Limia, río gallego a cuyas aguas se atribuyen también las mismas propiedades de hacer olvidar el pasado a quien las cruza y bebe y en cuyas orillas sitúan también el episodio descrito por Lucio Floro. Éste, por su fuerte carácter simbólico, ha sido uno de los más repetidos por los historiadores. En él se alude a un hecho protagonizado por el general romano Décimo Junio Bruto (siglo II a.C.) quien en sus acciones militares contra los rebeldes indígenas, llegó hasta las orillas del legendario Leteo (nuestro Guadalete para unos o el Limia para otros). Los soldados se negaron entonces a cruzar sus aguas por temor a olvidarse de su identidad, de sus mujeres e hijos y de su patria. Junio Bruto tomó entonces el estandarte de la legión, cruzó las aguas del Leteo y, desde la otra orilla comenzó a llamar uno a uno a sus soldados. Mencionó sus nombres y sus lugares de origen, convenciéndolos de que no tenían que temer olvidar nada al cruzar sus aguas, con lo que, libres de los prejuicios del mito, así lo hicieron (8).

Otra de las leyendas ligadas a nuestro Guadalete y a la vinculación de su etimología con el olvido, es la que hace alusión al hecho de que en sus orillas firmaron paces y treguas, olvidando las rencillas pasadas los cartagineses y sus aliados afincados en las Islas Gaditanas, con los Menesteos e indígenas, ocupantes de los territorios situados en la orilla derecha del río. Muy repetida en la historiografía clásica, traemos aquí el relato recogido por Rallón, en su Historia de Xerez, donde la descripción de la escena alcanza tintes épicos.

Comenzaron a marchar los dos campos por las dos orillas de el Guadalete. El de los cartagineses salió de Cadiz por tierra, y ocupó la ribera oriental de este río, hasta llegar en frente de la sierra que hoy llamamos de San Cristóbal. Los del Puerto (Menesteos) salieron por la opuesta, y llegaron a donde están hoy las huertas de Sidueña, y se pusieron los dos ejércitos a la vista, teniendo el río en medio, y aguardando cada uno a que el enemigo lo esguazase para comenzar la batalla. Los cartagineses, que no entendieron que el negocio llegara a aquel estado, ni que los menesteos pudieran agregar tan poderoso ejército,



trataron de tregua por algunas horas, en las cuales comenzaron a moverse tratos de paz; y quebrado el primer furor, se concertaron sin llegar a las manos. Hiciéronse las paces… y para que fueran firmes, juraron los unos y los otros que en general olvidarían las injurias, ofensas y agravios pasados, sin que quedase memoria, ni rencor, ni satisfaccion; quedando tan sin acuerdo, como si no hubieran sucedido
”. A partir de entonces, escribe Rallón, llamaron al río “con el nombre Letes… que quiere decir agua de olvido, el cual le dura hasta nuestro tiempo, con el adito de Guada, que los moros le pusieron en su lengua arábiga, llamandole Guadalete" (9).

Las aguas del olvido: con Antonio Muñoz Molina por el Guadalete.



El Guadalete fluye en la actualidad placido y lento a su paso por Jerez y al dejar atrás El Portal, divaga por una extensa marisma antes de llegar a El Puerto de Santa María para unirse al océano. En sus aguas navegan también los mitos y leyendas que se han ido creando en veinticinco siglos de historia y que ya para siempre lo asocian al “Río del olvido”. El simbolismo de esta idea (quien lo cruza y bebe sus aguas olvida su pasado) inspiró sin duda a Antonio Muñoz Molina para escribir el relato “Las aguas del Olvido”, con el que iniciamos este artículo, y en el que se recrea en nuestro río y sus mitos.

Con un trasfondo de suspense, el autor logra crear una atmósfera envuelta por un aire de misterio donde el narrador descubre que en su origen etimológico, el nombre del Guadalete guarda una grave advertencia: quien cruce sus aguas perderá la memoria de cuanto ha sido. Y eso es lo que les sucede inexorablemente, uno tras otro, a sus personajes. El perro Saúl, al lanzarse al río persiguiendo un objeto que su dueño ha lanzado a la otra orilla, saldrá del agua desorientado y extraviado. Una sirvienta del hotel donde transcurre la historia, nadará una noche hasta la ribera opuesta del Guadalete para un encuentro amorosa y, a la vuelta, regresará habiendo olvidado todo lo que sabía. Un marido celoso, Márquez, encontrará la forma de deshacerse del amante de su mujer haciéndole cruzar el río, consiguiendo así que deje atrás su memoria y no reconozca a nadie… El propio Márquez, protagonista del relato –junto al Guadalete- atraviesa finalmente “las aguas del olvido” en una suerte de suicidio, para desprenderse así de sus desdichas y su anodina vida, consciente de que cuando vuelva no recordará nada de su vida anterior….

Y es que, al identificar el Guadalete con el Leteo y recrearse en su etimología de “río del olvido”, Muñoz Molina pone la clave de su relato en la fuerte carga simbólica del mito porque, como escribe: “el río del olvido…era la frontera entre el reino de los vivos y el de los muertos. Quien lo cruza pierde la memoria”.



No dejen ustedes de leer este hermoso relato, mejor a orillas de nuestro Guadalete. Pero por si acaso absténganse de cruzarlo…

Para saber más:
(1) Muñoz Molina, A.: “Las aguas del olvido”, en Nada del otro mundo, Seix Barral, Biblioteca Breve, 1993. Publicado por primera vez en El País, Relatos de verano, 05/08/1987.
(2) De las Cuevas, J. y J.: Puerto Serrano, Departamento de Publicaciones de la Diputación provincial de Cádiz, 1964, pp. 23-24
(3) Parada y Barreto D.I.: Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera. Imprenta del Guadalete, Jerez, 1878, pg. IV.
(4) Suarez de Salazar, J.B.: Grandezas y antigüedades de la ciudad de Cádiz, 1610, lib. I, cap. V, pg. 62-63., disponible en internet.
(5) Covarrubias, S.: Tesoro de la lengua castellana, 1611, pg. 452, voz Guadalete
(6) Martín de Roa (1617): “Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera”. Edición Facsímil, Ed. Extramuros Edición S.L., 2007. Cap XVI, pp. 54-55.
(7 ) Baltasar de Vitoria: Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Edición de 1646, Libro 4, Cap. 7, pp. 396-397. Citado también en Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, (Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. I, p. 144.
(8) Así lo cuenta también, con algunas variaciones, Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, (Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. I, pp. 144-145.
(9) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Ed. de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. I, p. 40.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 27/11/2016

 
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