Las Salinillas de Vicos.
Un paraje singular entre cerros de albariza.




A Paco Giles y Santiago Valiente, “maestros salineros”

En estas páginas en las que recorremos los rincones de la campiña “en torno a Jerez”, nos hemos ocupado en distintas ocasiones de las pequeñas lagunas o humedales salobres, donde “cuaja la sal”, que encontramos repartidas por nuestro término. Para ello hemos dedicado artículos a las Salinillas de Estella del Marqués, a las Salinas de Fortuna situadas entre los cortijos de Doña Benita y La Matanza o las Salinillas de Santo Domingo, junto a la carretera del Calvario (1), por citar sólo algunas. Hoy, en este recorrido por la geografía de las pequeñas salinas de interior, les proponemos una visita a un lugar poco conocido donde se encuentran las Salinillas de Vicos, también conocidas como Salinillas de Jédula.

Un escondido paraje.

Si bien las fuentes documentales que se refieren a él son escasas, este paraje con el nombre de Salinillas de Vicos, figura ya en el Plano Parcelario del término de Jerez, elaborado en 1904 por A. López-Cepero (4). Aunque está situado en las proximidades de Vicos y Jédula no se



muestra fácilmente a los ojos del paseante. Y ello es debido a que se encuentra rodeado por pequeños cerros que ocultan su vista a quienes transitan por la carretera de Arcos o por la Cañada de Vicos o de las Mesas, que discurren a penas a 1 km de este lugar.

Al norte lo protegen las lomas de albarizas del cerro de Monte Corto (117 m) y Cerro Blanco (154 m), donde se encuentra el cortijo de Monte Corto Alto. Al oeste, el de Rodahuevos (118 m) y al sur los cerros de Totanlán (117 m) y Totanlancillo (118 m) colindantes con la carretera de Arcos junto a la que despuntan frente a los llanos del cortijo de Vicos. Tan sólo hacia levante se abre un poco este rincón dejando paso al arroyo que cruza las salinillas, un pequeño curso sin nombre que se forma por la confluencia de los que bajan de los citados cerros y se explaya a los pies de la pequeña garganta que se forma entre los mencionados cerros. Se trata, en todo caso, de pequeños cursos de agua tributarios del Arroyo de Montecorto que lo es a su vez del Salado de Caulina, en el que desagua junto al cortijo de Jarilla Jareta.

Las Salinillas de Vicos o de Jédula.



Llegamos a las Salinillas desde la autovía de Jerez-Arcos, tomando la salida que conduce al cortijo de Vicos. Una rotonda nos desvía entonces hacia Jédula y a la Vía Pecuaria, dirección esta última que será la que tomemos. Se trata de la Cañada de Vicos o de las Mesas, un camino -tal vez milenario, como veremos- que conduce hacia Gibalbín pasando por las Mesas de Santiago.

Lamentablemente, en muchos de sus tramos, los márgenes de la cañada han sido ocupados, para instalar huertos y casetas que se extiende casi hasta el cortijo de Campo Real. En su tramo inicial, el camino deja a la derecha antiguas instalaciones de la Yeguada Militar, hoy abandonadas, y a la izquierda las pronunciadas laderas de la falda este del Cerro de Totanlán en el que se han venido realizando, años atrás, trabajos de repoblación forestal -sin mucho éxito-para frenar la fuerte erosión de estas lomas.



A unos 600 m nos llama la atención a la izquierda, en las laderas del cerro, una profunda cárcava excavada por las aguas de lluvia que por aquí se canalizan y que llegan a formar a sus pies una gran lámina de agua que inunda el camino, cuando aquellas son copiosas. En sus proximidades, en el lado derecho de la cañada, aflora una pequeña surgencia en el interior de los terrenos militares, en torno a la cual está presente la vegetación propia de los suelos húmedos.

Delatada por el color blanquecino de su fondo y por las plantas propias de los suelos salobres que crecen en su perímetro, como las salicornias, esta pequeña laguna estacional es también conocida como La Salinilla de Vicos o de Jédula, aunque nosotros preferimos reservar este nombre para el siguiente paraje -menos conocido- que visitaremos.

En los meses del estío, los limos blanquecinos de la albariza arrastrada por las escorrentías de las laderas del cerro que constituyen su fondo, se cubren de un delgado velo de sal que desaparece con las primeras lluvias. En el lecho de esta pequeña laguna y en sus laderas, “se han documentado fragmentos cerámicos del Bronce Final y Orientalizante junto a otros a torno de época medieval” lo que testimonia la utilización de los recursos que proporcionaba este espacio desde tiempos remotos (3).



Siguiendo nuestro camino por la vía pecuaria y dejando atrás este paraje, observaremos que unos 300 m más adelante, el paisaje se abre a la izquierda mostrándonos el pequeño valle por el que discurre en dirección oeste el Arroyo de Monte Corto Bajo. En este punto, abandonaremos la cañada desviándonos a la izquierda por un estrecho sendero que discurre a los pies del cerro de Totanlán. Tras superar un pequeño collado veremos frente a nosotros el paraje de Las Salinillas, al que llegaremos tras recorrer apenas un km. desde que dejamos la cañada.

En nuestro camino se divisa a la derecha, entre cerros sembrados de girasol y cereal, el cortijo de Montecorto Bajo, que da nombre al arroyo. Bajo las lomas de su margen derecha se trazó el conocido como “túnel de Jédula”, una obra de más de 4 km que atraviesa un canal de riego que asoma en el cortijo de Montecorto, y que permitió llevar el agua del pantano de Guadalcacín a los llanos de Caulina a través de los sifones de la Junta de los Ríos (4).

Después de un corto paseo, el paisaje se abre formándose un llano entre los cerros en el que desaguan varios arroyos que bajan desde Cerro Blanco y desde las laderas de los cerros de Totanlán y Totanlancillo, a cuyos pies nos encontramos. Si visitamos estos parajes en primavera, disfrutaremos del verdor de estas lomas, donde crecen también espinos, acebuches, coscojas, aladiernos, peruétanos… y, sobre todo, del de las orillas de estos arroyos, pobladas de tarajes que por algunos lugares llegar a formar pequeños bosquetes.

En verano, apenas un hilo de agua corre por su cauce que, por algunos rincones, se extiende en amplias zonas llanas y nos muestra en la base de los cerros curiosas formas erosivas en la



roca albariza
en las que los amantes de la geología podrán realizar curiosas observaciones. Caminando por la orilla, aguas arriba, podemos remontar el arroyo hasta su cabecera en un corto paseo de algo más de un km, donde una pequeña surgencia aporta en verano un mínimo caudal. A medida que avanzamos, el valle se encajona entre los cerros y se estrecha, formando pequeños meandros en los que la erosión fluvial ha labrado caprichosas formas en sus laderas.



En la estación seca, una lámina blanquecina cubre los depósitos de lodos que se extienden a las orillas del cauce, delatando el carácter salobre de sus aguas. Con todo, la concentración salina de estos arroyos es menor que la que apreciamos en otros parajes salinos de la campiña jerezana (Las Salinillas de Santo Domingo, Las Salinillas de Estella del Marqués, Las Salinas de Fortuna…) y de las que nos hemos ocupado en estas páginas (5). Por esta razón, aunque una tenue película blanca recubra las orillas y el lecho del arroyo, solo cuaja la sal de una manera llamativa en algunos puntos donde se ha retenido mayor cantidad de agua. En todo caso, el paseante curioso, podrá observar cómo se visten de blanco los tallos de la vegetación de las orillas o como se forman curiosas figuras en el lecho cuarteado del arroyo cubiertas por una delicada capa blanca.



La sal forma pequeños grumos sobre antiguas traviesas de ferrocarril que llaman la atención desperdigadas por distintos rincones de este paraje. Proceden del desmontaje de la antigua traza del Ferrocarril de la Sierra que pasaba por el cercano cortijo de Monte Corto Bajo, y fueron utilizadas para los cercados de las viñas de Cerro Blanco, siendo arrastradas por las aguas torrenciales tras erosionar las laderas.

Esta circunstancia -la erosión tras la puesta en cultivo de estas lomas que antaño estuvieron cubiertas de monte bajo- ha hecho también que, en las últimas décadas, según testimonios orales de vecinos y pastores de la zona, los arrastres de tierra por el arroyo hayan disminuido y enmascarado los depósitos salinos.

Con respecto a su posible explotación no poseemos datos, pero dudamos de que, por las razones comentadas, la sal pudiera ser extraída de manera regular como si se hizo en las Salinillas de la carretera del Calvario o en las de Fortuna, junto a Doña Benita.



Creemos que, en todo caso, tal vez se pudo hacer un uso muy puntual de los pequeños depósitos de sal para la extracción ocasional de pequeñas cantidades por parte de los habitantes de enclaves rurales cercanos, así como para uso ganadero. Aunque no han quedado testimonios documentales de ello, es posible que en tiempos remotos Las Salinillas tuviesen algún tipo de aprovechamiento a juzgar por los restos de cerámica que se observan en sus alrededores, y por los diferentes asentamientos rurales que desde la antigüedad y los siglos medievales se hallaban en su entorno cercano.

Un paraje con historia.



En las cercanías de Las Salinillas de Vicos, existen no pocos enclaves de interés, algunos de los cuales han sido ocupados desde la antigüedad. Por citar sólo los más cercanos, en un radio de 2 km se encuentran los cortijos de Vicos, Montecorto, Campo Real o la población de Jédula, lugar este último con yacimientos romanos y huellas de presencia andalusí (6). A 3 km se ubica La Peñuela, con restos romanos y tardo-romanos (7), y a unos 5 Km Mesas de Santiago, cortijo de Jara y Encinar de Vicos, todos ellos con importantes vestigios de época antigua y medieval.

El enclave de Vicos, muy cercano a Las Salinillas, de donde toma su nombre, tiene ya en su topónimo sugerentes vinculaciones con la posible presencia romana en la zona. Derivado del sustantivo latino Vicus, y con el significado de pago, aldea o cortijo, apunta ya a la ocupación antigua de este territorio, cuyo nombre se ha mantenido desde los primeros días de la conquista tal como queda recogido en las fuentes escritas castellanas (8).

Junto a la presencia romana, destaca especialmente la ocupación andalusí de este territorio en el que debieron existir distintas alquerías de las que dependían las pequeñas propiedades rústicas (“maysar”): los machares o cortijos andalusíes (9). Algunos de sus nombres han llegado hasta nosotros y figuran ya en el documento de deslinde de términos entre Jerez y Arcos, aprobado por Alfonso X en 1274. Son los de Machar Xebut, Machar Almidax (“camino trillado”) y Machar Allha, (próximos todos a la zona del actual cortijo de Vicos y a Jédula), así como el de Machar Haní (“lugar verdeante, o de color verde intenso”) más cercano al término de Arcos y en el mismo sector (10). Junto a la aldea de Vicos, el más cercano a Las Salinillas debió ser el de Machar Almidax del sabemos que lindaba con Vicos al que estaba estaba unido por un camino: “la carrera que ba de Mathaz Almida por Vico”. Luis Iglesias García plantea su posible emplazamiento en el actual cortijo de Campo Real (11). Con respecto a Machar Xebut, Astillero Ramos sugiere su ubicación en las cercanas tierras de los actuales cortijos de Casa Blanca y Albardén (12).



Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que estos parajes estuvieron poblados y bien comunicados. Por sus cercanías pasaba también una importante vía de comunicación en la época andalusí que unía Algeciras con Sevilla, tal como describe al-Idrisi en el siglo XII. Procedente de Medina Sidonia, cruzaba el Guadalete y se dirigía hacia Gibalbín para llegar después a Torres de Alocaz, desde donde continuaba hasta Sevilla (13). Un camino similar al seguido cuatro siglos antes por Musa Ibn Nusayr que, a decir del historiador F. Hernández, entre Medina y Alocaz, iría por el camino viejo de Arcos, yendo a cruzar el Guadalete por el Vado de Sera (Torrecera), desde el que se proseguiría hasta el Puerto de Las Palmas (entre Las Salinillas y Jédula), para dirigirse desde aquí por la antigua Venta del Cantero (Gibalbín) hasta Alocaz (14).



Cuando regresamos de nuestra visita a Las Salinillas, dejando atrás los paisajes y la historia de este poco conocido rincón de nuestra campiña, subimos hasta el Cerro de Totanlán desde el que obtenemos unas magníficas vistas de este singular paraje. Que tengan ustedes buen verano.

Para saber más:
(1) Sobre otras salinas y salinillas en la campiña de jerez puede consultarse: García Lázaro, J. y A.:Las Salinillas de la carretera del Calvario”. Diario de Jerez, 19 de junio de 2016. "Salinas con historia junto a Estella del Marqués", Diario de Jerez, 28 de junio de 2015; "Las Salinas de Fortuna. Un rincón desconocido de nuestra campiña", Diario de Jerez, 2 de julio de 2017.
(2) López-Cepero, Adolfo.: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López-Cepero, Año de 1904. Escala 1:25.000.
(3) Santiago Valiente Cánovas, S., Giles Pacheco, F., Gutiérrez López, J.M., Reinoso del Río, Mª C. y Giles Guzmán, F.:Humedales salobres como fuente de extracción de sal en jerez de la frontera y su entorno: Cortijo de Salinillas y “Las Salinillas” de Estella del Marqués”, en línea [https://www.academia.edu/35517485/Humedales_salobres_como_fuente_de_extracci%C3%B3n_de_sal_en_Jerez_de_la_Frontera_y_su_entorno_Cortijo_de_Salinillas_y_Las_Salinillas_de_Estella_del_Marqu%C3%A9s]; consulta realizada el 04/07/2018.
(4) Sobre el túnel de Jédula puede verse García Lázaro, J. y A.:El acueducto de la Canaleja: una pequeña obra con un gran valor, Diario de Jerez, 22 de febrero de 2014. De los mismos autores, véase también "Tras las huellas de una histórica "Matanza". Por tierras de Jédula", Diario de Jerez, 5 de febrero de 2017.
(5) Ver referencias en nota 1.
(6) Sobré los yacimientos arqueológicos de Jédula puede consultarse Carta Arqueológica del término municipal de Arcos de la frontera, 2009, Vol. I, pp. 51 y 58. Véase también, Astillero Ramos J.M.: “La formación del término de Arcos de la Frontera: 1249-1544”, en M. González Jiménez y R. Sánchez Saus (coord.), Arcos y el nacimiento de la frontera andaluza (1264-1330), Ed. UCA, Ed. Universidad de Sevilla, Ayuntamiento de Arcos de la Frontera, 2016, p.134.
(7) Rodríguez Oliva, P.: La caja de sarcófago decorada de "La Peñuela". Museo Arqueológico Municipal de Jerez/Asociación de Amigos del Museo. La pieza del mes, 21 de marzo de 2015. En línea [http://www.jerez.es/fileadmin/Image_Archive/Museo/LA_CAJA_DE_SARCOFAGO_DE_LA_PENUELA.pdf], consulta realizada el 04/07/2018.
(8) Martínez Ruiz, Juan: “Toponimia gaditana del siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII. Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de a muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pp. 100-101; Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), p. 282.; Gordón Peral. Mª D.: “Toponimia e Historia. Estudio histórico-lingüístico de los nombres de lugar de Marchena”. En Actas de las XIII Jornadas Sobre Historia de Marchena. Marchena. Ayuntamiento de Marchena. 2009, p.27; González Jiménez, M. (Ed), Diplomatario andaluz de Alfonso X, El Monte, Caja de Huelva y Sevilla, 1991. Doc. 416, pp. 440-443.
(9) Gutiérrez López, J.Mª y Martínez Enamorado, V.: “Matrera (Villamartín): una fortaleza andalusí en el alfoz de Arcos”. I Congreso de Historia de Arcos de la Frontera. Ayuntamiento de Arcos, 2003, p. 114-115.
(10) González Jiménez, M. (Ed), Diplomatario… pp. 440-443.; Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia… op. cit., pp. 278-279; Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004. Pp. 171, 278-279.
(11) Iglesias García, L.: Jerez durante la baja Edad Media: transformaciones territoriales. Revista de Historia de Jerez, 19 (2016) 37-70. p 51.
(12) Astillero Ramos J.M.: “La formación del término de Arcos de la Frontera: 1249-1544”, en M. González Jiménez y R. Sánchez Saus (coord.), Arcos y el nacimiento de la frontera andaluza (1264-1330), Ed. UCA, Ed. Universidad de Sevilla, Ayuntamiento de Arcos de la Frontera, 2016, p.135.
(13) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004, p.34-35 Abellán Pérez, J.: “Las vías de comunicación gaditanas en el siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII. Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de a muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pp. 128-129.
(14) Abellán Pérez, J.: La cora… p. 40; Abellán Pérez, J.: “Las vías de comunicación… p.132.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Geología y paisajes, Lagunas y humedales, Paisajes con historia, Parajes naturales.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 8/07/2018


Los árboles de la ciudad se visten de verano.




En el campo, en los montes y en las zonas más agrestes de nuestras sierras, el inicio del verano se manifiesta en la vegetación arbustiva y arbórea con la aparición de los primeros frutos y, en general, con las señales, ya evidentes de la sequedad de la tierra y del ambiente. Sin embargo, en la ciudad, muchos de los árboles ornamentales que pueblan nuestras calles, plazas y parques, se muestran en estas semanas, cuando un nuevo verano comienza, con sus mejores “galas”. ¿Nos acompañan a comprobarlo?

A la sombra de las tipuanas en flor.

Las tipuanas (Tipuana tipu) tan abundantes en calles y avenidas, provistas ya sus copas de un denso follaje, nos ofrecen ahora su espectacular floración. Exhiben estos árboles sus pequeñas y hermosas flores amarillas que contrastan con el verde intenso de sus hojas y alfombran el suelo cuando caen, dando color a las aceras. Por el contrario, las jacarandas (Jacaranda mimosaefolia), que un mes atrás se vestían de gala y cubrían el suelo con sus corolas azulinas, apenas muestran ya sus últimas flores mientras sus copas se van poblando de hojas nuevas, entre las que llaman la atención sus peculiares frutos, aún verdes.

Los jaboneros de la China (Koelreuteria paniculata y K. bipinnata), están también presentes en muchas de nuestras calles, y apuntan ya los primeros “farolitos”, esos peculiares frutos formados por tres valvas, que cuelgan del árbol en numerosos ramilletes y en cuyo interior se formarán las semillas. No es de extrañar que esta especie sea también conocida como “árbol de los farolitos”, por la singular forma de sus “frutos”. En algunos ejemplares (junto a Sementales, por ejemplo) aún pueden verse también sus grandes panículas, inflorescencias de más de treinta centímetros de longitud formadas por numerosas flores de color amarillo, que despuntan en su copa y que durante los meses de mayo y junio, hacen de estos árboles uno de los más llamativos de nuestros paseos.

Más escasas, pero igualmente llamativas, son las parkinsonias (Parkinsonia aculeata). Su copa presenta un aspecto ligero y poco denso, debido al diminuto tamaño de los foliolos de sus hojas compuestas, que cuelgan de sus ramillas espinosas y, por lo general, péndulas, dando un aspecto casi transparente a su follaje. En estos días de comienzo del verano, las parkinsonias se muestran más hermosas que nunca, exhibiendo en sus copas sus racimos de flores con corolas de un intenso color amarillo salpicado de pequeñas manchas rojas.

La fragancia de las sóforas.

Una mención especial merecen las sóforas (Sophora japonica), árboles que jalonan muchas de nuestras calles y que crecen en casi todos los parques de la ciudad. Durante buena parte del año, estos árboles caducifolios que nos recuerdan a la falsa acacia, pasan desapercibidos. Sin embargo, desde primeros de junio, sus copas se cubren de pequeñas y delicadas flores de color crema amarillento, dispuestas en inflorescencias (panículas) que despiden un delicado y agradable perfume, mostrándose realmente hermosos.

Bajo las copas de estos árboles, el suelo de las aceras o de los paseos se alfombra literalmente de estas pequeñas flores, cuyos colores contrastan con el verde intenso de las hojas, ofreciendo así una hermosa combinación en estos días de comienzos del verano. En las aceras de la Ronda Este, o en las de la calle Santo Domingo (entre otras muchas) puede verse esta “alfombra de flores” y disfrutar de su aroma bajo el techo sombreado de las copas de las sóforas.



gualmente llamativos resultan en estos días los aligustres (Ligustrum japonicum, L. lucidum), que pueden verse también en toda la ciudad.

Desde comienzos de junio se visten con sus llamativas y olorosas inflorescencias, compuestas de cientos de diminutas flores de color blanco amarillento. En algunos árboles llegan a cubrir toda la copa, despidiendo una suave fragancia.



Distintas especies de acacias (“mimosas”) muestran también sus llamativas inflorescencias amarillas que, en ocasiones, llegan a cubrir literalmente la copa, ofreciendo entonces un aspecto espectacular. Así sucede, por ejemplo, en la Acacia karroo, también conocida como carambuco, que junto a la “fiereza” de las estípulas espinosas que posee en sus ramas, se cubre de densos ramilletes de flores amarillas. Más frecuentes en los alrededores de la ciudad y más raras en nuestros parques, estas acacias, junto a otras “mimosas” que crecen en los jardines y paseos arbolados (A. retinodes y A. cyanophylla, sobre todo) ponen una nota de color en estos días de verano.

Albizias, lagunarias, tilos…



Pocos árboles pueden presumir de flores tan vistosas y llamativas como la acacia de Constantinopla, especie también conocida como árbol de la seda (Albizia julibrissin). Sus flores, que alcanzan su máxima belleza a finales de mayo, están dispuestas en umbelas terminales y muestran sus numerosos estambres de un llamativo color rosa que va perdiendo intensidad a medida que maduran. En estos primeros días de verano, la mayoría de estos árboles muestran ya las flores con un aspecto menos vistoso y dejarán paso, progresivamente a unas legumbres que nos recuerdan a las del árbol del amor. Las lagunarias (Lagunaria patersonii), que eran muy escasas en nuestras calles, están siendo plantadas en los últimos años en muchos de los nuevos paseos. Esta especie, conocida también vulgarmente como “árbol del pica-pica”, podemos verla, por ejemplo, en la calle Porvenir, en Madre de Dios o frente a la Ermita del Cristo de la Expiración. Su copa es piramidal y densa y sus hojas son de un color verde pálido, con envés tomentoso entre las que resaltan, en estos días de inicio del verano, sus flores rosadas. Muy llamativas, estas flores son de mediano tamaño y se presentan solitarias. Por su forma nos recuerdan, salvando las distancias, a las del hibisco. En muchos de estos árboles las flores han dejado ya paso a los primeros frutos.



Espectaculares se muestran también en estos días los sauzgatillos (Vitex agnus-castus), un arbusto de la familia de las verbenáceas que llena su copa con hermosos racimos terminales de flores azules en estos días de comienzos del verano. Los vemos en San Joaquín, en la C/ José Cádiz o en el Parque de Puertas del Sur. En este mismo lugar las copas del pino carrasco (Pinus halepensis) muestran ya sus nuevas piñas, aún verdes que conviven junto a las del verano anterior. Pero sin duda, lo que más llama la atención en este parque, son los contados ejemplares de árbol de las llamas (Brachychiton acerifolius) que el paseante puede localizar desde la lejanía, entre la confusión del ramaje de la densa arboleda de este parque, por lo impactante de su floración que transforma su copa en una espectacular explosión de color. Las flores de este curioso árbol, traído a comienzos de los 90 del siglo pasado de los viveros de la Expo de Sevilla, son muy vistosas, de un intenso color rojo carmín, creciendo en racimos axilares que aparecen, habitualmente, cuando el árbol está casi sin follaje. Las pequeñas flores, acampanadas, de 1 cm de diámetro y con su cáliz glabro, tapizan literalmente el suelo del parque y de los paseos ofreciendo una hermosa escena.



Muy llamativos resultan también en estos días, los olmos de bola (Ulmus minor var. Umbraculífera) que crecen en muchas calles de la ciudad (Ronda del Pelirón, calle Fresa…) y que llaman la atención del paseante por la forma globosa. Si en invierno nos mostraba sus numerosas ramas delgadas, a comienzos de verano lo vemos vestido con un denso y apretado follaje que realza su llamativa copa esférica. Acabamos, para no hacer interminable esta relación, con los tilos (Tilia sp.) que aunque más escasos, están representados en las calles de la ciudad por distintas especies. Los de la calle Pizarro (Tilia x vulgaris), junto a la barriada de La Plata, nos muestran ahora las brácteas de color blanco verdoso que contrastan con el verde más intenso y oscuro de sus hojas y que aparecen una vez que ya se han perdido las flores. De estas brácteas cuelgan sus característicos frutillos globosos.

Volveremos en otoño a recorrer los campos, los bosques y las riberas “en torno a Jerez” para recrearnos en los frutos y en los colores con los que las hojas de los árboles y arbustos se cubren en esta estación.

Que pasen ustedes un buen verano.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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