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Cicatrices en el paisaje.
Un recorrido por las explotaciones mineras.




A diferencia de otras provincias andaluzas, la de Cádiz no destaca por poseer en su territorio grandes explotaciones mineras, que asociamos tradicionalmente y en la mayoría de los casos a los yacimientos, “minas”, de los que se extraen minerales metálicos. La razón básica de que esto suceda se debe a la especial naturaleza geológica de los materiales que afloran en nuestro entorno, en su inmensa mayoría de carácter sedimentario. Este es el motivo fundamental por el cual las actividades mineras en la zona se limitan, en una gran mayoría de los casos, a la extracción de rocas industriales y minerales no metálicos.

En nuestro recorrido por el litoral, las campiñas y las serranías gaditanas nos han llamado poderosamente la atención estas explotaciones, las más de las veces por la gravedad de los impactos ambientales que causan y por las huellas irreparables que ocasionan en el paisaje. En las últimas décadas, la actividad minera trae ya
de la mano planes de restauración y reforestación del terreno que obligan a que, tras el cese de las concesiones autorizadas, se lleve a cabo una regeneración del paisaje que resultó alterado por la extracción de rocas y minerales. Ello obliga a la progresiva naturalización de escarpes y cantiles en las canteras de material rocoso o al relleno total o parcial de huecos y fosos que, en algunos casos, pueden llegar a convertirse en pequeñas lagunas. Sin embargo, estos planes de restauración ambiental no siempre se ejecutan correctamente quedando ya, inevitablemente, “cicatrices en el paisaje”.



Los procedimientos de extracción y sistemas de laboreo más usuales en nuestro entorno son los habituales en la minería “a cielo abierto” y condicionan también, en función de su correcta ejecución, las posibles huellas en el paisaje. Veamos los más extendidos.

Canteras.



Las canteras son uno de los métodos de explotación más utilizados para la obtención de rocas industriales y ornamentales. Para ello se suelen realizar grandes desmontes en el terreno mediante banqueo, es decir, formando grandes planos escalonados a medida que se extrae el material.

Se han explotado o explotan así las grandes rocas calizas en la Sierra del Valle (San José del Valle), en la Sierra de Aznar (entre Arcos y Algar) o en Peñón Amarillo (Sierra Valleja, Arcos). En las proximidades de Gigonza, se explota también la cantera de Las Salinillas, a los pies del Puntal del Valle. En Las fuentes documentales de los siglos medievales se citan ya las “pedreras” cercanas al Castillo de Gigonza o las de la Sierra de Gibalbín. Todas estas canteras proporcionan rocas de grandes dimensiones, además de piedras calizas de diferentes tamaños con las que se han realizado las grandes obras de infraestructuras portuarias, diques y espigones de nuestro litoral. La ampliación del puerto de Cádiz o la construcción de la Base de Rota reclamaron en su día gran cantidad de materiales como lo harían después las autovías y autopistas.



Algunas de estas canteras, como la del Monte de la Cruz, en la Sierra del Valle, dejaron de explotarse hace décadas pero han marcado ya para siempre su actividad con una huella imborrable en la ladera de la montaña, visible desde la Bahía de Cádiz, a más de 40 km. de distancia en línea recta.



Como materia prima para la industria cementera se han explotado desde hace más de cuatro décadas las colinas margosas próximas a la Laguna de Medina por su cercanía a la fábrica. Así, la extracción de margas en Lomopardo dejó también, tras su abandono, grandes escalones sin restaurar en la ladera de estos parajes conocidos como Cerros del Real, tan vinculados a la historia de Jerez. En la actualidad, se siguen extrayendo margas en las proximidades de Las Pachecas, si bien se están restaurando parcialmente las pendientes y fosos originados. Muy activas son también las canteras de este mismo material en el Cerro del Viento, junto a la Laguna de Medina, en cuyas cumbres se tiene constancia de la existencia de un asentamiento turdetano, del que desconocemos si ha sido puesto a salvo ante el intenso trabajo de desmonte y extracciones masivas que se llevan a cabo en la actualidad.



Para la fabricación de cal y yeso fueron explotadas en las centurias pasadas pequeñas canteras en Torremelgarejo, Las Aguilillas, Salto al Cielo, El Mojo… de las que nos han quedado también huellas en el paisaje, que nos recuerdan estas actividades. De mayor impacto son las producidas por la última de las explotaciones de yeso en nuestro entorno en el conocido como Cerro de la Batida o de los Yesos, en las proximidades de Torrecera, donde se muestran en sus faldas grandes escalones y montones de roca que nunca llegó a ser tratada en la fábrica –hoy semidestruída- que se construyó a sus pies. El cerro, ubicado en un paraje junto al Guadalete de



gran valor ecológico e histórico, fue profundamente alterado por la actividad de la cantera y aún aguarda la restauración ambiental que se le debe.

Junto a las rocas anteriormente mencionadas, también fueron objeto de explotación en nuestro territorio las ofitas. Las ofitas son rocas ígneas subvolcánicas y sus afloramientos en la campiña son bastante frecuentes, estando asociados a materiales triásicos. Utilizadas como áridos para base de las carreteras y del ferrocarril, se usan también en la fabricación de adoquines. Canteras de ofitas hubo en el Puerto de las Palomas, en las cercanías de Paterna, junto a Peña Arpada, en La Nava, en el Cortijo de la Sierra, a los pies de Gibalbín, y en otros puntos en los alrededores de este enclave rural.

Cortas y graveras.



Las cortas son el sistema más frecuente en la minería metálica ocasionando grandes impactos ambientales en el paisaje. Son muy conocidos, por sus extraordinarias dimensiones, los ejemplos de las minas de Río Tinto o Las Cruces. A través de ellas se avanza de manera descendente en el terreno del que se extraen los minerales mediante bancos en espiral. En nuestro entorno se emplea este sistema para la extracción de arenisca cuando la roca forma estratos de gran potencia o profundidad, como en el caso de la Sierra de San Cristóbal, donde también se ha extraído material por el sistema tradicional de canteras a través de planos escalonados en las laderas de los montes.



En este mismo paraje aún se conservan las canteras subterráneas de las que se extrajeron, ya desde el siglo XV los sillares con los que se construyeron las catedrales de Sevilla y, posteriormente, la de Jerez. También existen en superficie numerosos fosos de las extracciones llevadas a cabo en los siglos XIX y XX.



En los últimos cincuenta años, las calcarenitas (arenisca calcárea) de la Sierra de San Cristóbal han proporcionado el material que se ha usado como subbase para la construcción de carreteras. El gran foso que dejaron las más cercanas a Jerez está siendo utilizado desde hace dos décadas como veredero de residuos de obra.



Las más cercanas a El Puerto de Santa María, frente al complejo del Madrugador, están todavía en activo y han dejado en este paraje –conocido desde antiguo como Buenavista- una huella imposible ya de restaurar, como sucede con otra de las grandes explotaciones de arenisca de la provincia ubicada en la Sierra del Calvario, entre Arcos y Bornos que ha dejado también grandes cicatrices en el paisaje.



El procedimiento minero más utilizado en la Vega del Guadalete es el de graveras. Se conocen con este nombre las explotaciones de materiales detríticos (arenas, gravas…) depositados en grandes bancos horizontales por procesos sedimentarios ligados a los ríos o a la acción del viento. Normalmente, los materiales se encuentran a una profundidad en torno a los 10 o 15 m y se van extrayendo a medida que se excava. Posteriormente se va rellenando el hueco creado con materiales estériles que deben recubrirse con una capa de tierra vegetal para restaurar así el suelo y el paisaje.

Es el método usado para extraer arenas, gravas y cantos rodados en las numerosas graveras a lo largo del río Guadalete (que tanto impacto han causado), que después se utilizarán como materiales de construcción.



También es el sistema empleado para explotar los grandes bancos de arenas silíceas, utilizadas en la fabricación de vidrio, que pueden verse en los Llanos del Sotillo, en Las Arenosas (San José del Valle) en Peñas del Cuervo o en las cercanías del embalse de Arcos, a los pies de la Sierra de Barrancos, por citar sólo algunas de las concesiones más cercanas.

Barreros y salinas.



La minería de transferencia es el procedimiento de extracción empleado en el caso de yacimientos que se disponen de manera horizontal, como el que se utilizaba en las explotaciones de la Laguna de los Tollos, donde se obtenían arcillas de características especiales (sepiolita y, sobre todo, attapulgita).

El caso de las actividades mineras en esta laguna es un claro ejemplo de destrucción de una zona natural con graves impactos ambientales y el de su posterior recuperación gracias a las complejas tareas de restauración y regeneración que están a punto de concluir felizmente.



Este tipo de minería de transferencia es el que se ha venido utilizando también en otras zonas de la campiña donde se extraen margas y arcillas para la fabricación de ladrillos, tejas y materiales cerámicos, si bien, con la crisis de la construcción, estas actividades se han frenado drásticamente. Este sistema rellena simultáneamente los huecos generados al retirar el material a extraer con los estériles y recubrimientos sobrantes de fases anteriores, de manera parecida a lo que se hace en algunas graveras. Esto es al menos lo que debería realizarse “en teoría”, ya que en la práctica, encontramos numerosos rincones repartidos por toda la geografía de la campiña, donde las extracciones de arcillas y margas han dejado su huella en el paisaje en forma de profundas cárcavas y laderas erosionadas por las torrenteras que forman en ellas las aguas llovedizas. Son los clásicos “barreros” que vemos en algunos puntos de los alrededores de la ciudad, como las cercanías de la Laguna de Torrox, la Hijuela de las Coles, el pago de Anaferas, las cercanías del Balneario, o el pago de Parpalana, donde se establecieron tradicionalmente los tejares y ladrilleras.



A todas estas actividades mineras hay que sumar una muy peculiar: el sistema utilizado tradicionalmente en las salinas, en nada parecido a los anteriores, ya que no hay que olvidar que el cloruro sódico, la sal, es quizás el mineral más representativo de la provincia. A diferencia de los anteriores sistemas de extracción, las explotaciones salineras han causado un menor impacto ambiental y han contribuido a la formación de un paisaje cultural de gran valor.

De rocas y minerales, de canteras y explotaciones mineras de nuestro entorno, de sus impactos, restauración y aprovechamiento, nos iremos ocupando en próximos recorridos “entornoajerez”.

Para saber más:
(1) Estudio general de las actividades extractivas en la provincia de Cádiz. Consultora G-3. Sevilla. 1991
(2) Gutiérrez Mas, J.J. et alt.: Int. la Geología de la provincia de Cádiz. Universidad de Cádiz. 1991


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con : Geología y Paisajes.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 10/05/2015

Con Buck y Chapman por los cerros de Chipipe.
Un paseo al encuentro de la vida salvaje en torno a Jerez




Jerez, primeros años del siglo XX. Dos hombres, Walter J. Buck y Abel Chapman, dos amigos naturalistas y cazadores casi a partes iguales, se disponen a salir una mañana de comienzos de mayo a un paraje situado en las cercanías de la ciudad para disfrutar de una agradable jornada de campo. Vamos a acompañarles a los cerros de Chipipe (también nombrados como Chipipi o Chipepe), para disfrutar del contacto con la vida salvaje y asomarnos con ellos a los tajos del Peñón de La Batida, cercano a Torrecera, junto al Guadalete.


Walter J. Buck –Don Gualterio- se había establecido en Jerez en 1868 como exportador de vinos, asociándose unos años más tarde con la familia Sandeman. Agente consular británico y reconocido naturalista, tuvo su residencia desde 1879 en el Recreo de las Cadenas, donde en sus jardines mantenía una apreciable colección de animales en semilibertad y grandes pajareras. Entre otros, destacaba un lince al que tenía como “animal de compañía”, tal como nos recuerdan las fotografías de la época (1).


En el Recreo de las Cadenas recibirá en muchas ocasiones a su buen amigo Abel Chapman, padrino de su hija Violet, prestigioso ornitólogo y cazador, toda una autoridad en caza mayor africana, con quien realizó numerosas expediciones cinegéticas y naturalistas por toda España.

Algunas de estas correrías tienen por escenario parajes de nuestro entorno como las marismas y pinares de Doñana, la Sierra de Grazalema, la Sierra de las Cabras y del Valle, la Boca de la Foz… Buena parte de sus andanzas se recogerán después en dos libros, La España Agreste (1899) y La España Inexplorada (1910), que con el paso de los años se han convertido en una pieza clave de la “memoria naturalista” del territorio peninsular de aquella época. Con independencia de que algunos de sus relatos de caza -especialmente aquellos donde resultan abatidas especies actualmente protegidas- puedan resultar hoy llamativos y aún condenables por su crudeza, el valor de los mismos como testimonio de la riqueza natural y paisajística de nuestro entorno, resulta indiscutible. Pero dejemos que sus protagonistas nos cuenten una de sus salidas, tal como la relatan en La España Inexplorada (2):

Un paraíso para la avifauna.



Cabalgando cómodamente durante medio día desde Jerez se llega a los riscos de Chipipi, que se levantan como niveles almenados desde el sinuoso río que está en su base. Es una bella mañana de mayo. Espantamos a docenas de palomas cuando cabalgamos por los bosquecillos de álamos blancos, y el aire suave está lleno de su coro de murmullos; las orillas cubiertas de arbustos resuenan con el canto de oropéndolas y ruiseñores, cucos y una veintena de mosquiteros, ruiseñores bastardos y currucas mirlonas, currucas cabecinegras, carriceros políglotas, mosquiteros papialbos. El bello alzacolas, aun cuando no muy buen cantor, es visible por todas partes, jugando con su cola fuertemente listada en forma de abanico que tanto llama la atención. Hay alcaudones, verdecillos, abubillas; chillan las azules carracas y los brillantes abejarucos se ciernen y parlotean sobre nosotros; sus nidos se hallan escondidos en la orilla del río, como si se tratara de una colonia de aviones zapadores. En las orillas cubiertas de sauces anidan los chorlitos carambolos y las nutrias toman el sol; mientas que en las oscuras profundidades bajo los mimbres ribereños los barbos se hallan al acecho, atento para saltar sobre los saltamontes o grillos rezagados”.



Buck y Chapman nos describen con todo lujo de detalles la rica avifauna de los sotos ribereños del Guadalete que se extienden entre la Vega de El Torno y la Vega de Espínola, a los pies del actual Cerro de los Yesos, también conocido como Peñón de la Batida.



Estos parajes conservan aún buena parte de la vegetación descrita (álamos, sauces, algunos fresnos y olmos…) si bien muchos ejemplares de aquellas especies autóctonas del bosque galería han sido desplazados por los eucaliptos. De la misma manera, algunas de las especies animales citadas ya no son tan frecuentes en las alamedas.



En el mismo relato, los autores nos describen después una “cruenta” escena silvestre en la que un alcaudón real captura a un lagarto, o nos cuentan como dieron caza a “una culebra que tenía 5 pies y medio de largo y contenía en su interior dos conejos que habían sido tragados enteros por la cabeza; uno había sido digerido en parte”: ¡Naturaleza salvaje en estado puro en las cercanías de la ciudad!.



De su interés científico por confirmar las diferentes especies que desconocen da prueba el siguiente hecho: ”otra serpiente, bastante pequeña, nos sorprendió pues no la habíamos visto nunca. La embotellamos en alcohol y la mandamos al British Museum, Posteriormente llegó la respuesta agradeciéndonos el “lagarto Blanus cinereus”. ¿Un lagarto? En fin, aprendimos la lección. Hay lagartos sin patas y éste era uno de ellos, la culebrilla ciega”.

Águilas, búhos, alimoches… y mariposas.



El paraje, aún depara más novedades zoológicas y nuevas escenas de caza, como aquella en la que una mantis religiosa se da un festín de mariposas: “en un sombreado claro se ven por doquier las alas de las mariposas. Si se examina de cerca algún arbusto, se descubrirá un ojo sin iris, tan inexpresivo como una perla gris. Se trata de una Santa Teresa, un insecto práctico pero no esteta pues devora los feos cuerpos y desecha las bellas alas”. Afortunadamente, en el lugar abundan los lepidópteros y Buck y Chapman relatan cómo “entre las mariposas nos encontramos aquí con la rara Thaïs polixena con ala de golondrina (que había aparecido el 3 de abril), la Vanessa polychloros, una gran fritilaria de alas delanteras con un fondo de color rojo sangre (Argynnis maia, Cramer), Euchloëbelia (marzo) y el curioso insecto que aquí hemos dibujado, que no sabemos lo que es”. Como nos indica nuestro amigo, el naturalista José Manuel Amarillo Vargas, es comprensible que nuestros personajes desconocieran esta curiosa "mariposa", endémica de la península ibérica  y de ciertas regiones de Francias y por tanto inexistente en las Islas Británicas. Se trata de Nemoptera bipennis, un insecto que morfológicamente recuerda a la vez a las mariposas y a las libélulas. La fotografía que aquí aparece, muy semejante al dibujo que de ella hacen Buck y Chapman, ha sido tomada por J.Manuel en la cercana Sierra de San Cristóbal..

Después de estas descripciones los autores fijarán su atención en las rapaces ya que acuden a estos cortados rocosos de yeso, que caen a plomo sobre el Guadalete, atraídos por la presencia de las águilas a las que han venido observando desde hace varias décadas: “Durante más de treinta años, que nosotros sepamos (y probablemente desde muchos siglos antes) estos riscos han constituido el hogar del águila perdicera. Dos enormes nidos hechos de palos se proyectan visiblemente desde las grietas de las rocas, a unas cuarenta yardas de distancia. Hoy, 3 de abril, la ocupada aguilera contenía en su interior una cría cubierta de plumón, cuatro perdices y medio conejo, además de un huevo intacto de perdiz y unos cuantos pedazos de carne, todo bastante fresco. El nido estaba tapizado de ramitas verdes de olivo; enjambres de moscas carroñeras zumbaban alrededor, y un gran mariposa ortiguera se posó en el borde mientras estábamos todavía dentro. Los padres se cernían sobre nosotros, trayendo la hembra medio conejo, e, impaciente, empezó a devorarlo, posados ambos en una encina seca, permitiéndonos de este modo hacer este boceto… Su pecho blanco brillaba al sol con un destello satinado”.

De gran interés es también el relato de su encuentro con el guarda de la finca, quien vigila ese territorio rico en caza que constituyen los cerros que se extienden entre la Dehesa de Espínola y el cortijo de Chipipe y el río. Esos mismos cerros que hoy en día se hayan cubiertos de una densa vegetación arbustiva (acebuche, coscoja, lentisco, carrasca…) que da cobijo a un buen número de especies animales. Así es como lo describen: “Las colinas cubiertas de matorral ralo que se levantan sobre nuestro cantil están protegidas, y habiéndonos encontrado al poco con el guardabosques intentamos (pues aquel total diario de cuatro perdices más unos cuantos conejos nos había impresionado mucho) defender a nuestras amigas las águilas, asegurándole que le prestaban un buen servicio al matar serpientes y lagartos (lo cual no es cierto). “Sí señor”, contestó, añadiendo “¡y los insectos!



Más allá de aquellos riscos encontramos dos nidos de alimoche, cada uno de los cuales contenía dos bellos huevos. Esta ave se construye un agradable hogar, cuya base es de ramas, pero cuyo huevo central está confortablemente protegido, adornado con antiguos huesos, vértebras de serpiente, cráneos de conejos, y ornamentos similares. Los nidos se hallaban en repisas salientes de una pared vertical, y al igual que los de las águilas, solo podía accederse a ellos por medio de una cuerda. Había una rata bastante grande, en uno de ellos. A los restantes habitantes de estos riscos no podemos sino nombrarlos. Un par de búhos reales (tenían crías completamente desarrolladas hacia el 10 de junio) en una profunda fisura de la roca, así mismo había muchos cuervos, muchos cernícalos primillas, y una colonia de ginetas

El Peñón de la Batida hoy.



El viajero que circula desde la Ina hacia Torrecera, tras atravesar la Vega de Espínola, descubrirá las ruinas de la que, hace décadas, fuera la fábrica de “Yesos del Guadalete”, una planta de molienda y tratamiento de las rocas de este mineral que se extraían del Cerro de los Yesos, que se alza en este paraje junto al río. Las labores de la cantera han destruido buena parte de este mogote rocoso aislado, conocido también como Peñón o Cerro de La Batida, cuyas laderas se alzan verticales sobre las alamedas del Guadalete. Es el mismo paraje que Buck y Chapman describen como los “riscos de Chipipi”, aunque las casas del cortijo del mismo nombre se encuentran algo más alejadas, entre los cerros colindantes con este enclave.

Todavía en nuestros días, se conservan en estos lugares interesantes manchas de monte mediterráneo, como las que crecen a ambos lados del canal de riego que atraviesa las lomas cubiertas de acebuches, lentiscos y coscojas. No es de extrañar que, amparados por la densidad de la vegetación, estos parajes representen un importante espacio de refugio para la fauna (aves de roca, córvidos, rapaces, pequeños mamíferos…).



En las escabrosas paredes verticales del Cerro de la Batida (o de los Yesos), ya no hay aguileras, pero siguen anidando diferentes especies de aves entre las que cabe destacar una colonia de cernícalo primilla y una pareja de búho real, y si bien ya no se ven ginetas por aquí, aún es muy frecuente la presencia de meloncillos entre el matorral o de las nutrias, en las riberas casi inaccesibles del Guadalete. Entre los invertebrados se ha descrito aquí un endemismo del suroeste español, Macrothele calpeiana, una de las mayores arañas de Europa. Por todas estas razones, que hacen de este enclave un lugar con grandes valores naturales, desde el que se obtienen además magníficas vistas sobre el valle del Guadalete, pensamos que bien pudiera adoptarse alguna medida de protección (3).



A ser posible antes de que este hermoso rincón se degrade para siempre, ya que en las últimas décadas han empezado a aparecer aquí vertidos de escombros en las laderas del cerro que caen al río. Algo que, a buen seguro denunciarían hoy, con todas sus fuerzas Walter J. Buck y Abel Chapman-

Para saber más:
(1) La fotografía que muestra un lince en el Recreo de las Cadenas la hemos tomado de FOTOTECA FORESTAL ESPAÑOLA DGB-INIA: http://wwwx.inia.es/fototeca/index.jsp
(2) Chapman, A. y Buck, W.J..: La España Inexplorada. Junta de Andalucía y Patronato del Parque Nacional de Doñana. Sevilla, 1989. pp. 425-428. De estas páginas proceden todas las citas entrecomilladas así como los dibujos en negro.
(3) Ecologistas en Acción-Jerez: Estudio de impactos ambientales en el Río Guadalete. Jerez, 2008.

NOTA: Las imágenes de aves que ilustran esta entrada han sido tomadas de la obra VV.AA.: W.H. Riddell. Pintor y Naturalista 1880-1946. Caja San Fernando, Diputación de Cádiz y Asociación de amigos del parque Natural de los Alcornocales. 2002. Conviene recordar que W.H. Riddell estuvo casado con Violet Buck, hija de Walter J. Buck, con quien residió hasta su muerte en el Castillo de Arcos de la Frontera. Riddell fue también buen amigo de Abel Chapman.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte: El paisaje y su gente, Flora y Fauna, http://www.entornoajerez.com/2009/07/rutas-e-itinerarios.html

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 6/04/2014

 
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