Las "otras Torres de Melgarejo"... de las que nadie habla.




La polémica suscitada por el desplome de uno de los ángulos de los muros del castillo de Melgarejo y la  reciente colocación de unas grandes chapas de galvanizado en las paredes destruidas, ha llamado la atención de la ciudadanía y de los medios de comunicación nacionales. Junto a los diarios locales, distintas cadenas de televisión (Antena 3 TV, La Sexta TV)  o los diarios Público o El País, por citar sólo algunos, han publicado reportajes sobre este asunto centrando la atención en las chocantes y  llamativas intervenciones realizadas.

Sin conocer los pormenores de las mismas, puesto que, además, la información aparecida en los distintos medios de comunicación es incompleta, y aún contradictoria, parece que en el caso de la Torre de Melgarejo, la propiedad ha apuntalado las bóvedas de las salas colindantes a la esquina del muro desplomado para evitar su ruina y ha protegido las cubiertas y los huecos producidos en los muros por el desplome para evitar que la lluvia pueda seguir deteriorando el edificio. Imaginamos que también se ha tratado con ello de evitar los riesgos que supone tener a la intemperie el edificio al que, según algunos vecinos, habrían ya intentado acceder por el hueco del desplome algunas personas "ajenas a la obra" con evidente riesgo para su integridad... y para lo que pudiera existir en las dependencias afectadas.

A corto plazo, parece que se va a presentar a las administraciones competentes un plan para consolidar y restaurar los elementos dañados. En todo caso, conviene recordar y recordarnos a todos, que se trata de proyectos complejos (y muy costosos) en los que intervienen profesionales cualificados (al menos arquitectos y arqueólogos...) que requieren el visto bueno de las administraciones con competencias en el asunto. Es de esperar que la burocracia no frene, como en tantas ocasiones, las intervenciones de urgencia que haya que realizar y los proyectos que se presenten.

A la "alarma social" que el desplome y la posterior colocación de las chapas de galvanizado ha causado en los habitantes de la barriada rural de Torremelgarejo, que tienen en esta fortaleza un claro referente identitario, se ha sumado la "alarma cultural" (si se nos permite la expresión), suscitada en numerosos colectivos y ciudadanos de Jerez de la que se han hecho eco también, como se ha dicho, diferentes medios informativos locales y nacionales.



Como muchos lectores conocen, la normativa que regula los derechos y deberes de los propietarios de elementos patrimoniales catalogados como Bienes de Interés Cultural, son los recogidos -principalmente por la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español, que se complementa además en nuestra comunidad por la Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del Patrimonio Histórico de Andalucía.

La obligación de conservación de los propietarios se contempla en el art. 15.1. de la norma andaluza en el que se especifica claramente que "Los propietarios, titulares de derechos o simples poseedores de bienes integrantes del Patrimonio Histórico Andaluz, se hallen o no catalogados, tienen el deber de conservarlos, mantenerlos y custodiarlos de manera que se garantice la salvaguardia de sus valores" pudiendo estos firmar posibles convenios con la administración, acogerse a posibles subvenciones , si procede, para la realización de las obras. Por parte de la administración existe también la obligación de que esto se lleve a cabo, así como de colaborar y ayudar en distintos supuestos a que los B.I.C. no desaparezcan.



Con todo, si alguna cosa hay que sacar de positivo de todo esto es que al menos por unos días, se ha puesto el foco en el deterioro de nuestro patrimonio rural..., aunque nos tememos que este interés pasará pronto... tan pronto como deje de ser noticia. Y lo decimos con tristeza porque desde hace diez años venimos denunciando y dando a conocer en está página de ENTORNOAJEREZ, el abandono y el deterioro, las amenazas y los problemas que afectan a una parte de nuestro patrimonio rural.

Sin ser exhaustivos, queremos recordar que hay "OTRAS TORRES DE MELGAREJO" en las que nadie ha puesto una "chapa de hierro galvanizado" pero que deben también reclamar nuestra atención porque lamentablemente forman parte de ese triste catálogo de PATRIMONIO RURAL AMENAZADO. Estos son tan solo algunos ejemplos:

YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE MESAS DE ASTA




YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE GIBALBÍN





YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE LAS CUMBRES (Sierra de San Cristóbal)




CASTILLO DE BERROQUEJO



TORRE DE GIBALBÍN




TORRE DE TORRECERA




CASTILLO DE TEMPUL




HUMILLADERO DE LA CARTUJA



ANTIGUOS PUENTES Y ALCANTARILLAS
(Patrimonio histórico)






PALOMAR DE ZURITA (Patrimonio etnográfico)





CUEVAS - CANTERA (Sierra de San Cristóbal)



















CASA DE LAS AGUAS DE TEMPUL



PUENTE DEL BOLLO (Acueducto de Tempul)




ESTACIÓN DE EL PORTAL (Patrimonio ferroviario)




AZUCARERA JEREZANA (Patrimonio industrial)




ACUEDUCTO DE LA CANALEJA (Patrimonio hidráulico)



Elogio de las “malas hierbas”.
Otra vez la primavera.




Fiel al ritmo de los días y al cotidiano repetirse de las estaciones, con esa precisión con la que los sabios calculan el incesante movimiento de los astros, la primavera de 2019 comienza puntualmente, según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional, el“miércoles 20 de marzo a las 22h 58m hora oficial peninsular”. En su rigor teórico, los astrónomos han previsto que durará 92 días y que terminará el 21 de junio para dar paso al verano. Pero en la práctica, la primavera lleva ya entre nosotros unas semanas desde que las lluvias regaron generosamente la tierra y el sol ha hecho renacer todo lo vegetal.

Por los carriles de las viñas.

Ya está aquí la primavera y de nuevo los brotes de los árboles y arbustos, las hierbas y las flores van cambiando el aspecto del campo, del paisaje. Recorremos los caminos de la campiña y sale la primavera a nuestro encuentro en todos los rincones. De esta hermosa manera lo expresaba hace unos años, en su sección A cepa revuelta, de Diario de Jerez, el abogado y escritor Jesús Rodríguez Gómez:



Esta mañana he estado paseando por la Cañada de la Loba. Los verdes tenían belleza y vitalidad de adolescentes y se paseaban por las besanas, fatigándolo todo. He tomado la vereda que lleva a la viña de mi amigo Frasquito… ¡Las veredas del campo! Sendas humildes hechas con pasos ajenos… En la albarrada que hace linde con el trigal se agolpaban amapolas, jacintos, lavandas, labiérnagos, coscojas, aulagas, torviscos… Y entre ellas, subrepticias, las flores anónimas que se prende abril en sus mañanas. Esas que lo inundan todo con su color y su nombre clandestino. Sólo sabemos de ellas su lozanía y su querencia por lindes y ribazos, pero desconocemos cómo se llaman. La gente del campo las nombra, como si nada: carmentinas, todabuenas, sanchecias, algazules, escarchadas, hierba doncellas, mocos de pavo, palos de cochino, aguaturmas, ombligos de venus, dividivis, amormíos…"; y nosotros, los de ciudad, nos quedamos asombrados con ese santoral de la modestia. Estas flores de nombres ignorados, se pierden, como las monjas, por la humildad, y por eso agarran en lo menos evidente. Vamos andando entre los pasiles del roquedo y las vemos emerger de entre sus fisuras y gravillas, haciendo del aire, con su breve olor, una cañada de hermosura.



Cuando las descubrimos, hacemos una parada en nuestro paseo para admirar aquellas piedras florecidas, y después, agradecemos de corazón a la primavera que colonice con frutos de belleza hasta lo más inhóspito. En su humildad, sin embargo, llevan también su desgracia, porque no saber cómo se llaman quita a los hombres apego y nadie se lamenta si una de esas flores desconocidas es tronchada por el pie, la rueda o los cascos de la yegua…
” (1).

A nosotros también nos gusta pasear por los caminos que se trazan entre los campos en torno a Jerez, por las antiguas cañadas que se ramifican en hijuelas y padrones, en veredas y sendas entre los sembrados de cereal, entre las huertas, entre los viñedos… Y allí descubrimos ese esplendor generoso de humildes y desconocidas plantas que transforman las cunetas y linderos en hermosos parterres floridos. Un buen conocedor de nuestra campiña, Juan Luis Vega Cordero, pone nombre a buena parte de ese cortejo vegetal:

En primavera las cunetas de los carriles de las viñas de Jerez es el jardín natural más impresionante que uno se pueda imaginar, un mundo botánico lleno de vida y color. Todo tipo de plantas de espigas, como las avenas locas, los alpistillos o la cebadillas de ratón; ramilletes inmensos de flores azules, como las viboreras o chupamieles; de las comestibles borrajas, que brotan ya en el invierno; los blancos de las manzanillas y margaritones, los traviesos pepinillos del diablo, las peligrosas cicutas, hierbalocas o perejil de burro o de las viznagas, de elegantes pompones blancos…, inundan los campos jerezanos al final de mayo y junio, antes de enroscarse para el verano. Gamas de amarillos de todas las clases, vinagretas para chupar, jaramagos para los canarios, hinojos para el guiso de caracoles o para el aliño de aceitunas y tagarninas para esparragar; los tonos rosados de las corregüelas, campanillas y de los conejitos o bocas de dragón, que a veces crecen hasta en mismos tejados de las iglesias del centro. Morados de las tristes malvas y de las duras achicorias y el rojo impresionante de las zullas, que derraman su 'sangre' por los campos jerezanos cuando llega la Semana Santa…” (2).



Entre trigales.



Si la primavera se deja sentir entre las lomas de albariza donde crecen los viñedos, en otros rincones de la campiña se hace aún más patente y los trigales se nos muestran con un verde intenso que alegra los sentidos. Manuel Romero Bejarano, en un hermoso artículo publicado hace unos años en estas páginas de Diario de Jerez con el título de Trigales Verdes hace este hermoso llamamiento ante el inicio de la primavera: “Llegó el tiempo de volver a los cerros, el día soñado de abandonar Jerez para subir a la tierra blanca. Hace meses que la flor del almendro comenzó a desvanecer el frío. El perfume del azahar acudió en su ayuda… Quedarse quietos con los ojos abiertos días enteros. Junto a parras retorcidas que renacen tras el invierno. Junto a casas vacías en las que ya nadie se alegra de ver crecer la cosecha. Al lado de pozos de edad inmemorial. Campos arrugados que se asombran cada año de ver el trigo granar. … Peregrinar por reinos míticos que no dejan de sorprenderse al llegar la primavera. Volver a pronunciar nombres antiguos que se adentran en lo más profundo de la memoria. Alfaraz. Balbaína. Cantarranas. Macharnudo. Orbaneja. Tabajete. Valcargado. Almocadén. Los Tercios. Capirete. Marihernández. Tizón. Añina. Cerronuevo. Burujena. Carrahola…



Cientos de primaveras. Miles de jerezanos que nacieron y murieron en estos pagos esperando alcanzar un abril más. Deseando otear el horizonte y contemplar con júbilo cómo una vez más el trigo verde estaba granado...
” (3).



Los viñedos, los trigales, los sotos y alamedas del río, los linderos del bosque… cualquier lugar depara no pocas sorpresas en este renacer de lo vegetal. Pero nosotros, entre todos los regalos con los que la primavera nos obsequia, sentimos especial predilección por estas flores silvestres, humildes, discretas, “vulgares”, con nombres apenas conocidos, esas que crecen en las cunetas, en los bordes de los campos y de los caminos, las que, como los jaramagos, tapizan los baldíos. Esas que pasan desapercibidas y a las que muchos califican como “malas hierbas”. A buen seguro, algunas de estas especies vegetales resultan poco recomendables y causan perjuicios a agricultores y viñistas, a jardineros y a quienes se ocupan del mantenimiento de caminos y carreteras… pero no puede ya concebirse el paisaje sin ellas. Con la primavera, estas “malas hierbas”, esas que crecen “donde no deben”, donde no se las quiere, se hacen presentes en todos los rincones y, pese a las molestias que causan a algunos, nos compensan a todos con la belleza de sus flores.

En cierta ocasión, paseando por la Cañada de Espera, un hombre que llevaba en la mano una bandera, cubierto con un impermeable, nos hizo señas desde unas decenas de metros, en medio de un campo. Al poco se nos acercó y nos previno de las pasadas que una avioneta que volaba a lo lejos: “está fumigando para matar las malas hierbas”. Macizos de margaritas y amapolas, de viboreras y malvas, de borrajas y vinagretas, de zullas, de azureas, de jaramagos… llenaban las cunetas, ocultando los palmitos, y crecían también entre un olivar cercano y en los linderos de una loma sembrada de cereal. Malas hierbas…

Nos alejamos entonces del camino y en esas divagaciones ociosas que entretienen el paso lento de los caminantes, pensamos si estas “malas hierbas”, si estas hierbas que hermoseaban con sus flores los bordes de las hijuelas y los campos, estás que formaban parte de esa “lista negra” para la agricultura, serían consideradas “buenas hierbas” en algún lugar. Y allí, a buen seguro, que lejos de fumigarlas y rozarlas para acabar con ellas, se las trataría con el mimo que se dispensa a las flores que aquí cultivamos en los jardines.



“Es seguro, -pensamos-, que en algún remoto paisaje, las mejores praderas estarán tapizadas por estas “malas hierbas” que aquí tratamos de eliminar de nuestros campos con herbicidas. Es de justicia que así sea, -pensábamos mientras se acercaba la avioneta-, y de que puedan gozar allí de una lluvia de agua fina, de rocío limpio cada mañana y de que sean bien tratadas y admiradas”. Rescatamos, a modo de divertimento, aquellas disquisiciones en estos días de marzo cuando vuelven de nuevo a brotar con fuerza todas las hierbas (las “buenas” y las “malas”), algunas de cuyas flores les dejamos, junto a estas líneas para que los lectores valoren su condición.

Un hermoso y premiado poemario de nuestra admirada Josefa Parra lleva por título “Elogio de la mala yerba” (4) y nosotros, modestamente, lo tomamos prestado para dar la bienvenida a esta nueva estación que ahora comienza. Nos vamos recordando de nuevo la palabras de Jesús Rodríguez para decir que, paseando estos días por cualquier cañada de nuestra campiña, admirando los prodigios que obra la primavera en los ribazos de los campos, en los setos de los caminos, en las laderas incultas, en las orillas de los arroyos… disfrutando del renacer y el empuje de la naturaleza, sentimos “…lo mismo que debió sentir Dios aquel día tercero en que creó las cosas vegetales y vio que eran buenas”.


Para saber más:
(1) Rodríguez Gómez, Jesús:A cepa revuelta: La primera visita al campo”. Diario de Jerez, 21/03/2010.
(2) Vega Cordero, Juan Luis:Primavera en los viñedos jerezanos”, Diario de Jerez, 11/05/2013.
(3) Romero Bejarano, Manuel:Trigales Verdes”, Diario de Jerez, 18/04/2010.
(4) Parra Ramos, Josefa:Elogio de la mala yerba”, Visor Libros, 1996.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 22/03/2015

 
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