“Al pasar la barca”.
Una pequeña historia de las barcas que cruzaban el río Guadalete (1).



Antes de que se instalaran pontones, o se construyeran alcantarillas y puentes, los ríos y los arroyos se atravesaban por vados, vaderas y “pasadas”. Sin embargo, cuando los caudales andaban crecidos no quedaba más remedio que recurrir a las barcas. Ubicadas en los lugares donde confluían los caminos, en los que también solían existir vados, las barcas permitían dar continuidad al tráfico de personas y mercancías y como pequeños trasbordadores, servían por igual a caminantes y viajeros, a trajinantes y carreteros, a pastores y ganados.

En nuestro recorrido de hoy por la historia y por los paisajes de la campiña, les proponemos cruzar nuestros ríos en aquellas barcas de antaño y en especial en las que franqueaban el Guadalete y el Majaceite.

Algunas barcas célebres en la provincia.

En la provincia de Cádiz, las barcas jugaron un papel insustituible en las comunicaciones entre distintas poblaciones, especialmente entre finales del XVIII y mediados del XIX. Así, por referirnos sólo algunas de las muchas que existieron, mencionaremos la barca que cruzaba el río San Pedro, entre Puerto Real y El Puerto de Santa María, hasta la construcción de un puente colgante en 1846.



Ya desde finales del siglo XV, como indica el historiador Bartolomé Gutiérrez, Puerto Real contaba con “dos barcas de pasage… de que el rey les fizo merced, la una es en el Saladillo que está entre medias de Puerto Real é del Puerto de Sta. María; esta gana renta; la otra es en el Puntal de la Matagorda para pasar a Cádiz” (1).

Grandes servicios prestaron las barcas del río Guadiaro, debido al considerable incremento de caudales de este río en invierno, que contaba a mediados del XIX, según Madoz, con barcas para su paso en Jimena, Cortes, Benadalid, Gaucín, Casares y San Roque (2). Muy célebre fue también la “barca de soga” de Villamartín, instalada para cruzar el Guadalete tras el arrastre del puente en la avenida del Guadalete de 1917, que dio lugar a la conocida terminación con la que se completaba el dicho popular “En Villamartín te espero… si la soga no se rompe”. Pero sin duda, la única que junto a la de La Florida ha dejado su recuerdo en



la toponimia ha sido la de Vejer. Madoz señala que el río Barbate, además de la conocida “Barca de Vejer”, al pie de esta población, contaba también con “una barca cerca de su desembocadura en el mar” (3).

Pieza clave para el tránsito por el Campo de Gibraltar fueron las barcas de los ríos Palmones (en el camino de Algeciras a Gibraltar) y Guadarranque (en el de Algeciras a San Roque) que, según informa Madoz, generaban a mediados del XIX importantes “derechos de pasages” proporcionando su arriendo 40.000 reales anuales al Ayuntamiento de Algeciras. En Chiclana, “cerca del empalme con la carretera general” (lo que hoy conocemos como nudo de Tres Caminos) encontramos también en esta época un puente de barcas sobre la ría del Zurraque que “fue establecido con el objeto de atender a las reparaciones de este tramo del camino y al de la barca de pasage que anteriormente había en este punto” (4).

Trebujena, Puerto Serrano, Arcos, Sanlúcar… contaron también con barcas para cruzar el Guadalete o el Guadalquivir, pero sin duda, el mayor número de ellas se concentraba en el término de Jerez, de las que hemos localizado información de más de una docena en los últimos cinco siglos.



Las barcas del Guadalete.

En un trabajo publicado hace ya casi treinta años Juan de la Plata, daba cuenta de localización en nuestro Archivo Municipal de referencias sobre cinco de las barcas existentes en el Guadalete entre los siglos XVII y XIX a lo largo de su recorrido por la Campiña: la del vado de la Torre de Martín Dávila (la más antigua, en 1652), la de la Florida (1725), la de Florindas (1767) y la del Alamillo (1768) (5). Madoz, en 1846, mencionado los aspectos destacables del Guadalete señala que “en los términos de su tránsito, tiene 4 barcas en el de Jerez, que procediendo de arriba abajo, son; la de la Angostura, en el camino de Jerez a Arcos; la de Berlanga, en el de Jerez a Algar, la del Alamillo, en el de Jerez a Paterna, y la de Florinda en el de Jerez a Puerto Real” (6).

Vamos a ocuparnos ahora de algunas de estas barcas que cruzaban el Guadalete y de su afluente principal el Majaceite, a su paso por el término de Jerez. Para ello remontaremos el río desde El Puerto de Santa María hasta la sierra, visitando los parajes donde se ubicaban y conociendo algunos datos de las pequeñas historias que guardan.

Barca de Florinda o de Florindas.

El recordado compañero del CEHJ Alberto M. Cuadrado Román, quien investigó como pocos las claves geográficas e históricas de nuestro río, vinculaba en uno de sus artículos, la tradicional leyenda de la Cava y de Don Rodrigo (recurriendo a la versión de Theophile Gautier) con la toponimia de los alrededores del Guadalete.

Apunta en relación con ello que “el que tal vez, sea el único lugar cartográficamente documentado de la referida Leyenda de la Cava, se encuentra en el mapa del año 1811 Map of the Country round Cadiz comprehending St. Lucar de Barrameda, Xerez, Medina, Conil, Chiclana &c. from the Spanish Map of Jose Cardona, de Faden, Cardano y Thompson. Se encuentra en la Biblioteca Nacional y aquí lo adjuntamos. Ahí aparece la leyenda ‘Barca de Florenda’ (Barca de Florinda), que por su descripción y ubicación en dicho mapa, no puede ser la pedanía jerezana de La Barca de la Florida (el poblado de La Florida se creó en 1935 y el pueblo actual en 1948)” (7).



El citado topónimo de “Barca de Florenda” (o Florinda, pues se lee con dificultad) figuraba ya en un mapa anterior al citado, en el que en gran medida se basa aquel, como su mismo autor indica: el de José Cardano, de 1809 (8). De la misma manera lo podemos encontrar en otros aún más antiguos. El más significativo de ellos es el Mapa geográfico de los términos de Xerez de la Frontera Tempul Algar sus despoblados y pueblos confinantes del geógrafo Tomas López, compuesto en 1787 (9). En él puede leerse, esta vez sin errores, el topónimo de ”Barca de Florinda”, en un punto situado certeramente frente a las “Huertas de Sidueña” donde estuvo ubicada esta conocida barca del Guadalete que, en buena medida, vino a sustituir a la vieja barca de Puerto Franco que cruzaba también el río en un paraje cercano.

Aunque pueda resultar sugerente la relación entre el Guadalete, la Barca de Florinda, Don Rodrigo y el personaje de Florinda y la leyenda de la Cava, como planteaba A. Cuadrado, nos tememos que se trata sólo de una feliz coincidencia. En ella también reparó Adolfo de Castro. El erudito y escritor gaditano rechaza esta posible vinculación en su obra “Historia de Cádiz y su provincia” (1858). Señala en ella al dilucidar por el posible itinerario de las tropas musulmanas invasoras que “…Hay un pasaje del Guadalete entre Jerez y Puerto Real llamado la Barca de Florinda. Ignoro el tiempo en que se le impuso. Sea como quiera no puede significar que en aquel sitio ocurrió la batalla (de Guadalete). Sabido es que con razón se tiene por novela arábiga la violencia que a la hija del conde D. Julián hizo el rey Rodrigo, de la cual se originó la pérdida de España, conseja semejante á la de Lucrecia” (10).

El topónimo de Florinda (o Florindas) está a buen seguro relacionado, como apuntará ya Agustín Muñoz y Gómez con el nombre patronímico de una conocida familia jerezana, la de los Florindas. De ella era miembro el célebre jesuita D. Diego de Florindas (del que también nos habla Parada y Barreto en sus Hombres ilustres de la ciudad de Jerez), quien fue “rector de varios conventos de Andalucía y Visitador de parte de los de América”, que falleció en 1730, siendo rector del convento de Córdoba y a quien se debe el nombre de la jerezana calle Florinda, junto a la plaza Cocheras (11). Muñoz y Gómez recuerda también como “en el Guadalete hay una barca llamada de Florindas, con el disfrute de ciertas tierras, pero con la obligación de pasaje á los viajeros y traginantes” (12). Otros miembros de esta misma familia dieron nombre a la mencionada barca y como ya publicó Juan de la Plata, “…en 1767, se autoriza una tercera barca, llamada de Florindas, ya que fueron sus promotores y encargados de manejarla, el jerezano Juan de Florindas y sus hermanos" (13).



Una referencia de autoridad es la que nos proporciona el ilustrado Antonio Ponz, quien recorre en su Viage de España (1792) estos parajes de las marismas del Guadalete y menciona la “afamada Barca de Florinda”. Así, como relata en la Carta Sexta del Tomo XVII de dicha obra, tras visitar el Monasterio de la Cartuja y describir el Puente, toma el camino de La Isla de León siguiendo la ruta de la actual Cañada Real de La Isla o de Cádiz y Puerto Franco diciendo lo siguiente: “…Después de haber salido de entre estos pinares desmedrados se descubre á cortas distancias los bellísimos Pueblos del Puerto de Santa María, de Puerto Real, que quedan a mano derecha: y al mismo lado queda el paso del Guadalete por la que llaman Barca de Florinda” (14).

La barca de Florindas figura en un buen número de mapas editados entre los siglos XVIII y XX, por lo que debió estar activa hasta bien entrado el siglo XIX. En la 1ª edición de la hoja 1016 del Mapa Topográfico del IGN de 1917 puede verse aún la leyenda de “barca” en el meandro del río en el que tuvo su emplazamiento. Hoy día, los viajeros que transitan por la carretera que une el puente de Cartuja con Puerto real, bordeando las marismas del Guadalete, aún pueden divisar donde se encontraba el emplazamiento de la Barca de Florinda a orillas del río, a unos quinientos metros frente a la curva del canal de riego.

La barca de Puerto Franco.

Entre el extremo más meridional de la sierra de San Cristóbal y el Guadalete, se encuentra el paraje conocido como “Puerto Franco” donde ya desde el siglo XV se estableció un pequeño asentamiento dedicado a la pesca en el río. En este lugar, donde viene a desembocar en el Guadalete el arroyo del Carrillo (o Matarrocines), vadeaba el río la prolongación de la Cañada del Carrillo también conocida como Cañada de Puerto Franco, por lo que este punto constituía además una encrucijada de caminos. La llamada “barca de Puerto Franco” posibilitaba la continuidad de la mencionada vía pecuaria (15).

Al cruzar el Guadalete se pasaba a través de la barca a las tierras que fueron del Haza de Florinda y de La Tapa y se enlazaba con la Cañada Real de la Isla o de Cádiz y Puerto Franco que, partiendo del Puente de Cartuja se dirigía por los bordes de la marisma hacia Puerto Real y Cádiz. Como nos recuerda Esperanza de los Ríos, en 1612 el ingeniero de la Corte, Cristóbal de Rojas, señala en un informe que realiza para mejorar la navegabilidad del río, la citada “barca de Puerto Franco” como el lugar donde habría que realizar uno de los cortes para enderezar el cauce del Guadalete (16). De la misma manera, como ha escrito Cuadrado Román, el ingeniero Leonardo Turriano hace también alusión a la citada barca al señalar el emplazamiento donde se encuentra como el punto por el que sería más fácil trazar un canal de unión con el río San Pedro (17). Un lugar, el del emplazamiento de la barca, a lo que se ve, estratégico por muchos motivos. Como se deduce de las fuentes documentales, este barca cayó en desuso y tiempo después la “barca de Florindas” sustituiría, de alguna forma, la función que cumplía la vieja barca de Puerto Franco al encontrarse ambas en parajes cercanos.
(Continuará...)
Para saber más:
(1) Gutiérrez B.: Historia y Anales de la muy noble y muy leal ciudad de Xerez de la Frontera, Edición facsímil. BUC, Jerez, 1989, T. II. Libro 3º, págs. 220-223. Sobre la barca del río san Pedro entre Puerto Real y El Puerto de Santa María véase también, Madoz, P.: Diccionario… p. 85.
(2) Madoz, P.: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. “Cádiz”. Edición facsímil, 1986, p. 86
(3) Madoz, P.: Diccionario… p. 236
(4) Madoz, P.: Diccionario… p. 85
(5) Juan de la Plata.:Las cinco barcas del río”. Diario de Jerez, 10/12/1989
(6) Madoz, P.: Diccionario… p. 76
(7) Cuadrado Román, Alberto M.: La profecía de Don Rodrigo. Diario de Jerez 8/06/2010.
(8) Cardano, José.: Plano topográfico de las inmediaciones de Cádiz comprendidas entre S.Lucas de Barrameda, Conyl, Medina, Xerez y Campyña inmediata. Sacado de los mejores Planos y noticias que se han podido adquirir. Biblioteca nacional de España R.9744. 1809.
(9) López, Tomas: Mapa geográfico de los términos de Xerez de la Frontera Tempul Algar sus despoblados y pueblos confinantes : Dedicado al Excmo. Señor Conde de Florida Blanca... Por los cabildos Eclesiástico y secular de dicha ciudad y por mano del Ilmo. Señor Baylio Don Francisco Zarzana. Madrid 1787.
(10) De Castro y Rossi, Adolfo.:Historia de Cádiz y su provincia”. Imprenta de la Revista Médica. Cádiz, 1858, pg. 214
(11) Parada y Barreto D. I.: Hombres ilustres de la ciudad de Jerez de la Frontera . Edición facsímil. Extramuros, Sevilla, 2007.Pg. 180
(12) Muñoz y Gómez, Agustín.: Calles y Plazas de Xerez de la Frontera. Edic. Facsímil 1903, BUC. pg. 44-45
(13) Juan de la Plata.:Las cinco barcas del río”…
(14) Ponz, Antonio.:Viage de España”. Tomo XVII, Carta sexta, pg. 298. 1792
(15) Clasificación de las Vías Pecuarias Término municipal de Jerez 1948.
(16) De los Ríos Martínez, E.: Los informes de Cristóbal de Rojas y Julio César Fontana para hacer un muelle y un puente sobre el rio Guadalete en Jerez de la Frontera. Laboratorio de Arte: Revista del Departamento de Historia del Arte, Nº. 14, 2001, pags. 13-26
(17) Cuadrado Román, Alberto M.: Proyecto y obra hidráulica en el Jerez de los siglos XVI y XVII (yII). Diario de Jerez 19/05/2009


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Río Guadalete, El Guadalete se desborda, Paisajes con historia, Al pasar la barca (2). Las barcas de El Portal, La Greduela y el Alamillo., “Al pasar la barca” (y 3). Las barcas de La Florida, Berlanga, el Majaceite y Tempul.


Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 29/05/2016


Hay caracoles




Hay caracoles. Así de expresivo, de conciso y de claro es el mensaje que, cada año, en estos meses, anuncia que ha empezado el tiempo de saborear uno de los más sencillos y típicos productos de nuestra tierra: los caracoles.

Junto a la recolección de hierbas y frutos silvestres y a la caza menor, los caracoles han sido uno de los recursos naturales ligados a la economía de subsistencia de los habitantes del medio rural y a una precaria dieta a la que, ocasionalmente, aportaban su rico contenido en proteínas. Distintas especies de caracoles terrestres ya eran consumidas en la prehistoria y, en numerosas cuevas, yacimientos arqueológicos y fondos de cabañas , han aparecido acumulaciones de restos de estos moluscos que se incorporaron a la dieta humana, hace al menos 30.000 años, a inicios del Paleolítico superior.

Los caracoles: un producto preciado.

Sea como fuere, hoy han pasado a ser un producto de consumo generalizado, asociado a la gastronomía estacional que, en primavera y verano, se degusta en numerosos bares, chiringuitos y restaurantes.

De aquellos recolectores que, en los bordes de campos y caminos, en los baldíos y espacios abiertos, buscaban caracoles para consumo propio, hemos pasado, debido al crecimiento de la demanda, a un auténtico negocio comercial entorno a estos pequeños moluscos terrestres. Y así, junto a quienes buscan caracoles aprovechando una salida al campo para asegurarse un guiso, encontramos también a los recolectores temporeros, a quienes comercializan el producto en puestos callejeros o de venta ambulante, en tiendas y mercados, o a los que, desde los negocios de hostelería, lo preparan para el consumo bajo múltiples formas.



A todos ellos, impulsados por el incremento de la demanda y la sobreexplotación de nuestros recursos locales, se han sumado en los últimos años quienes importan, distribuyen y comercializan las partidas que vienen de Marruecos, como hemos podido ver en ocasiones –por ejemplo- junto a la conocida Venta Andrés en El Pedroso o en las cercanías de Medina, lugares que pueden calificarse como auténtico mercado provincial del caracol y punto de encuentro de recolectores y distribuidores. Conviene recordar que la recolección abusiva y con escasa regulación, puede estar dañando ya las poblaciones de determinadas especies en distintos puntos de nuestra geografía, por lo que convendría ordenar esta práctica para garantizar así su conservación.



La fragilidad de las poblaciones de caracoles.

Aunque hay caracoles durante todo el año, es en este tiempo, entre los meses de abril y julio, cuando más se dejan ver. Sin embargo, cuando las condiciones de humedad y temperatura o el ambiente externo son desfavorables, los caracoles se ocultan en lugares escondidos o se muestran inactivos, refugiados en el interior de su concha donde pueden permanecer largo tiempo, reduciendo al máximo sus constantes vitales, en espera de que mejoren las condiciones ambientales. La inactividad implica periodos que los animales pasan enterrados o semienterrados en el suelo o bien refugiados debajo de piedras, troncos, ramas caídas, plásticos, cartones y, en general, bajo cualquier superficie que les cobije y proteja. Hay casos en los que el animal selecciona posiciones elevadas (vallas, troncos, plantas, etc.) para evitar a los depredadores del suelo y/o en busca de microambientes más favorables. Durante la estivación o la hibernación "tapan" las conchas por medio de uno o varios epifragmas y frecuentemente se adhieren a alguna superficie con una sustancia mucosa que se solidifica” (1).

Por lo general, son animales nocturnos, más visibles en los meses de primavera y verano cuando la vegetación de la que se alimentan está más disponible, llegando a hibernar, como se ha dicho, en las épocas más frías. A veces, especialmente en la época más calurosa, los vemos apiñados en los extremos de los palos de acebuche o los postes metálicos que sujetan los vallados de los campos, o en los cardos –uno de sus emplazamientos favorito- donde se refugian de sus muchos depredadores naturales. Ratas y ratones, topos y erizos, tejones y lirones, incluyen en su dieta a los caracoles, como lo hacen también ciertas aves (garcillas, mirlos, cigüeñas, zorzales…), reptiles como las lagartijas o el lagarto ocelado, anfibios como sapos o salamandras, así como algunos insectos y miriápodos…. Y los hombres, uno de sus principales recolectores y consumidores (2).

No es de extrañar por ello que, aunque los caracoles pueden llegar a vivir más de una decena de años, la mayoría de ellos no pase de los primeros años de vida ya que a todos sus predadores naturales se suman las capturas humanas y los perniciosos efectos de los agro tóxicos, que ocasionan auténticas mortandades masivas. Los herbicidas que algunas administraciones aplican a las cunetas y los pesticidas de uso agrícola contaminan a muchos de nuestros caracoles terrestres (con los riesgos que ello acarrea para su consumo) o los eliminan. Cuando ello sucede, conviene no olvidar que, como contrapartida, “…los moluscos terrestres dejan de desempeñar importantes funciones ecológicas en el medio natural, con el importante desequilibrio potencial que esto ocasiona. Entre otras, no hay que olvidar que los caracoles forman parte de la dieta de otros animales, contribuyen a la aireación, fertilización y formación del suelo, transportan y dispersan polen o esporas de hongos adheridos a su cuerpo o forman parte del ciclo biológico de ciertos parásitos de mamíferos“ (3).

Las especies comestibles en nuestro territorio.

De las 125 especies caracoles terrestres existentes en Andalucía, (incluidas en más de veinte familias y más de 60 géneros), 49 de ellas están presentes en la provincia de Cádiz (pertenecientes a 34 géneros y 13 familias) como se recogen en diferentes estudios publicados por el profesor J.R. Arrébola (4) y otros autores (5). Al igual que sucede en otras provincias de Andalucía, en nuestra tierra las especies más conocidas son las que habitualmente se utilizan para el consumo, por más que con el nombre genérico de “caracoles”, nos refiramos a todas ellas en conjunto sin distinguir así su rica variedad.

En nuestro entorno, la más codiciadas son los tradicionales “caracoles” o “caracoles chicos”, pertenecientes a la especie Theba pisana, que tomamos en taza o en vaso saboreando también su sabroso caldo. En menor proporción, pero también muy consumidas, siguen a la anterior las populares “cabrillas”, pertenecientes a la especie Otala lactea, y los caracoles “burgaos” (Cantareus aspersus = Cornu aspersum), de mayor tamaño que los anteriores (6).

Los caracoles se preparan con poleo, con hinojo y con tomillo, con orégano y laurel, con “hierbas de caracoles”, a la cazuela, en salsa, con tomate y jamón, con cebolla… Hay caracoles, si, y hay mil y una formas de cocinarlos. Carlos Spínola, en su afamada obra Gastronomía y Cocina Gaditana, recoge una cita de Dionisio Pérez quien en su Guía del Buen Comer (1929), dice de los caracoles en el capítulo dedicado a la provincia de Cádiz: “Llegado junio, sobre estos baldíos de plantas silvestres, sobre vallado, parece haber llovido del cielo millonadas de unos caracolillos, entre rubios y entre blancos, que se cogen a espuertas y a serones. Se les prepara, después de hacerlos ayunar bien, con un caldillo, en que sobresale el hinojo clásico, que es delicia para los aficionados a los caracoles” (7).

Como hemos señalado, aunque las preferencias de consumo en nuestra zona se centran en tres o cuatro especies, en la provincia existe una gran variedad -49 especies-, algunas de las cuales debieran ser protegidas por encontrarse sometidas a graves amenazas. Es el caso, por ejemplo, de otras especies entre las que citamos Trochoidea zaharensis, Oestophora calpeana, O. dorotheae o Xeroleuca vatonniana. Especial vulnerabilidad, por su rareza y escasez, presenta el caso de Theba pisana arietina, subespecie del muy conocido T. pisana, ya que en la Península Ibérica sólo ha sido citada en una localización al Sur de Portugal y en nuestra Sierra de San Cristóbal. Este curioso caracolillo, como muestran las fotografías, se diferencia de T. pisana en que casi nunca tiene bandas en su concha y en que esta presenta forma muy deprimida, casi plana, con una quilla periférica, lo que le confiere un aspecto muy peculiar (8).

Hay caracoles… pero si seguimos abusando y sobreexplotando sus poblaciones, pueden llegar escasear y, en algunos casos como los citados, desaparecer.



Para saber más:
(1) Ruiz Ruiz, A. et al.: Caracoles terrestres de Andalucía. Guía y manual de identificación. Junta de Andalucía, Consejería de Medio Ambiente y Fundación Gypaetus. 2006, pp. 42-43
(2) Ruiz Ruiz, A. et al.: Caracoles terrestres de Andalucía… p. 43
(3) Ruiz Ruiz, A. et al.: Caracoles terrestres de Andalucía… p. 44
(4) Arrébola, J.R.: 1995. Caracoles terrestres (Gastropoda, Stylommatophora) de Andalucía, con especial referencia a las provincias de Sevilla y Cádiz. Tesis Doctoral. Univ. de Sevilla
(5) Arrébola, J.R., Cárcaba, A., Ruiz, A.: 2006: Los caracoles terrestres de Andalucía. Revista Medioambiente, nº 55, pp.22-25.
(6) Arrébola, J.R., Cárcaba, A., Moreno, R., Ruiz, A. y López, R.: 2004. Bases para la conservación y explotación sostenible de los caracoles terrestres en la provincia de Cádiz. Revista de la Sociedad Historia Natural de Cádiz, IV: 63-81.
(7) Spínola Bruzón, C.: 1990. Gastronomía y cocina gaditana. Universidad de Cádiz. P. 109.
(8) Arrébola, J.R., Cárcaba, A., Moreno, R., Ruiz, A. y López, R.: 2004. Bases… p. 66.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar El medio y sus productos, Flora y Fauna

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 22/05/2016


Con Ramón de Cala por las gañanías de la campiña.


Uno de los políticos jerezanos más destacados en el siglo XIX fue sin duda Ramón de Cala (1827-1902). Organizador del Partido Republicano en nuestra comarca, participó activamente en “La Gloriosa”, la Revolución de 1868, siendo nombrado Presidente de la Junta Revolucionaria de Jerez. Diputado y senador por la ciudad en las Cortes Constituyentes de 1869-1871, y en las de la Primera República de 1873-1874, llegó a ser vicepresidente del Congreso (1).

Destacado fourierista, mostró siempre un gran interés a lo largo de su vida política por los aspectos sociales. La instrucción pública, las cuestiones sanitarias, la defensa de los derechos de las clases más desfavorecidas y la denuncia de las condiciones de vida de los trabajadores de la ciudad y, especialmente, de los obreros del campo, estuvieron entre sus preocupaciones constantes durante su actividad política.

Una de sus obras más conocidas es la publicada en 1884 con el título de El problema de la miseria resuelto por La harmonía de los intereses humanos (2). En ella recoge sus respuestas y sus propuestas a un amplio cuestionario elaborado en 1883, durante el gobierno liberal presidido por Sagasta. Se crearon entonces comisiones provinciales “con el objeto de estudiar todas las cuestiones que directamente interesan a la mejora y bienestar de las clases obreras, tanto agrícolas como industriales” y Ramón de Cala, quien había destacado en su ya por entonces amplia trayectoria política en la defensa de las clases trabajadoras, fue una de las personas consultadas por dicha comisión (3).

Veamos en lo que sigue, algunas de las reflexiones que el político jerezano dejó recogidas en su libro y que sirven de testimonio para conocer cómo era la vida en el Jerez de finales del último cuarto del siglo XIX.

Las condiciones de vida en las casas de vecinos.



¿Cómo visten los trabajadores?: Con pobreza”, esa escueta respuesta al cuestionario de la comisión, sin entrar en detalles, no puede ser más elocuente de lo que observa a su alrededor Ramón de Cala. Sin embargo en las que proporciona en relación con la alimentación y la habitación de los obreros se extiende en argumentos. Con respecto a la comida que de ordinario toman los obreros apunta lo siguiente: “Lleguemos a un taller cualquiera, si nos repugna asomarnos á lo escondido del hogar, y descubriremos que se alimentan con pan no abundante, sardinas ó queso, y como gollería un poco de café hervido en agua copiosa. Y aun así, no les alcanza el jornal, y dejan de pagar la casa y quedan debiendo el vestido; todo esto á cambio de sonrojo, de resultas de las reclamaciones; sonrojos que principian mortificando y concluyen pervirtiendo”.

Las condiciones de vida en las casas de vecinos, la morada más habitual de los trabajadores, quedan descritas en toda su crudeza por nuestro político con la contundencia de la realidad: “Esas miserables casas llamadas de vecindad, por cuyas puertas pasamos indiferentes, y que algunos bien hallados no conocen siquiera. Hacinamiento de salas y cuartos apretados por el interés de aprovechar el terreno y aumentar la renta. Como en una pieza sola ó en dos cuando mas, se



amontona una familia entera, no se inutilizan las paredes con ventanas, aunque la higiene las reclame; y también porque un hueco supone una puerta y la puerta un gasto para el dueño; aun sin la demasía y el lujo de cristales, poco usados en las casas de los pobres
” (4).

Con Ramón de Cala por las gañanías de los cortijos.

Pero si la situación de los obreros en las ciudades era mala, “la de los campesinos… es si cabe más desdichada todavía”. Los “cortijeros”, como los denomina, “viven en el cortijo en el departamento nombrado la Gañanía, no tan ventilado, ni tan higiénico como el establo de los bueyes, ni como la zahúrda de los cerdos. Desván en lo grande, no en lo alto, con poyetes de piedra corridos a lo largo de las paredes, que a la vez sirven de asiento y de cama, y por muelle colchón una estera. En medio, ó en un extremo, está el fogarín, donde arde rara vez leña, y de ordinario excremento de los bueyes. Que expide una humareda asfixiante. Algún respiradero para que el aire se modifique, ya que no se renueve".

Apenas un cuarto de siglo después, las condiciones habían variado muy poco a juzgar por el retrato que de las gañanías realiza Vicente Blasco Ibáñez en una de sus obras más conocidas: La Bodega. Por la gran similitud en las descripciones, de los ambientes pensamos que el político valenciano pudo conocer los escritos de Ramón de Cala casi con toda seguridad. Pero si las condiciones de habitabilidad de las gañanías son pésimas, la alimentación de los trabajadores del campo no se queda atrás: “El cortijero come un pan hecho



con lo peor de los almacenes, en que entra tanto como el trigo, variedad de granos, que ni los animales aprovechan, y algunos pedruscos desbaratados en el molino para formar un compuesto semejante á harina, que amasada dá por resultado un pan en teleras, plomizo e indigesto. Por la mañana el ajo, especie de sopa con aceite, que ni para los candiles, sal, pimiento y agua caliente. Al medio día gazpacho con los mismos ingredientes en frio, y la agregación de vinagre, que parece legía, según está de turbio y mal formado. A la noche se repite el ajo. Y así un día y otro día, y todos los del año que no sea que la suerte depare en alguno el festín de una res muerta de enfermedad ó por accidente, cuya res se guisa y se devora en perjuicio de los buitres (5).

Como señala el historiador Diego Caro Cancela, al estudiar la vida en Jerez durante el Sexenio Revolucionario, en la campiña jerezana, los trabajos del campo podían clasificarse en tres grandes grupos: de viña, de cortijos y en la “guardería” de ganados. De los tres, el que ocupaba durante todo el año a un mayor número de trabajadores, era el que se realizaba en los cortijos, fundamentalmente, en el cultivo de los cereales. El prototipo, por excelencia, del trabajador agrícola andaluz y jerezano era el “gañán”. “Se trataba de un jornalero que pasaba largas temporadas en el cortijo, realizando distintas faenas, para recibir a cambio tres reales diarios y la comida. Era éste, por tanto, el salario más bajo que se pagaba en la España de la segunda mitad del siglo XIX, con la paradoja de que coincidía también precisamente con el grupo de trabajadores que realizaba la jornada de trabajo más larga….llegada la recolección, solía abandonarse el trabajo a jornal, para sustituirlo por el destajo, en el que se cobraba, no en función del tiempo, sino según el rendimiento del propio trabajador. Se formaban cuadrillas de segadores que cobraban una determinada cantidad por la superficie de tierra segada. En 1872, por ejemplo, era al precio de veinte a veintitrés pesetas la hectárea” (6).

En estas mismas ideas, así como en las duras condiciones de vida de los gañanes abunda Ramón de Cala en sus respuestas que no son sino un retrato de la pobreza que padecen los jornaleros y de la que parece difícil escapar: “Dos o tres veces en el año van los cortijeros á la población. Como naturalmente se deduce, el gañán no puede formar familia; y si por excepción comete la imprudencia de formarla, vive siempre separado de ella, y allá se las compone como pueden en el poblado la mujer y los hijos. El cortijero gana de dos á tres y medio reales de jornal al día, según las labores y las costumbres de la localidad. Tal es la situación económica de los obreros de las ciudades y la de los campesinos… Viven entre penalidades, y mueren de pobreza. Pocas veces el hambre mata como un puñal; pero muchas, innumerables, la mala alimentación de todos los días los venenos de la viciada atmósfera que los pobres respiran, las frecuentes abstinencias, seguidas de extemporáneas harturas, van engendrando la muerte poco á poco, y el fatal desenlace se achaca después, según la ciencia, á la gastritis, á las tifoideas y á otros males de variados nombres, que debían llamarse sencillamente hambre y privaciones; en una palabra, pobreza”. (7)

La Mano Negra, huelgas, ocupación de cañadas y la utopía del falansterio.



Entre los distintos y variados temas de los que se ocupa Ramón de Cala en El problema de la miseria, muchos están relacionados con el mundo rural, con el trabajo en el campo y con los sueños del socialismo utópico como solución.

En lo relativo a las penosas condiciones de trabajo, apunta el político jerezano como los segadores prefieren el trabajo por peonadas al trabajo a destajo “como medio de no equivocarse en la apreciación de aquella cosecha difícil de estimar por extraordinaria”. Estas peticiones fueron uno de los principales motivos de enfrentamiento en el Jerez de la época y como cuenta nuestro autor: “Los labradores rechazan la exigencia y la huelga sobreviene. No hay que averiguar quiénes tienen más razón, pues que unos y otros están en su derecho; los capitalistas para negar, los trabajadores para pedir, y todos para abstenerse”. Cala, critica el desenlace de estos conflictos acusando de falta neutralidad a las autoridades y apuntando las graves consecuencias de ello: “¿Pero que hacen en estas circunstancias las autoridades? … Recurren al arbitrio de traer soldados para la siega, y los ponen á disposición de los labradores. Y los obreros pierden en el juego de esta huelga, porque la autoridad se ha puesto de parte de los capitalistas. Así se agravan los males y se pierde la fé en todo remedio pacífico” (8).

El trabajo de los niños en el campo y la ciudad, la falta de instrucción y recursos educativos, la usurpación de cañadas, la práctica del rebusco, el nacimiento de las primeras asociaciones agrarias, o la Mano Negra, son otros tantos temas sobre los que Ramón de Cala realiza agudas críticas. En relación a este último asunto afirma de manera taxativa: “… después



de haber visto y estudiado los hechos, declaro por mi honra y con toda sinceridad, que la Mano Negra es un mito, que no ha existido, ni existe, y que es una invención desdichada del interés y del pánico, que vive solo en la fantasía, pero que por mala suerte toma realidad en lo de ahondar los abismos que á las clases separan y en alimentar sus rencores. Es posible que se admire de mi afirmación rotunda quien esto lea; pero la repito y repetiré mil veces: la Mano Negra es una invención, calumniosa si intencionada” (9).

Dejamos para otra ocasión su apuesta por la creación de Falansterios, las comunidades agrícolas autosuficientes que, basándose en las ideas del socialismo utópico, ya habían adelantado los fourieristas gaditanos Joaquín Abreu y Manuel Sagrario de Beloy con la propuesta de creación del Falansterio de Tempul.

Como ya hemos escrito en otras ocasiones, cada vez que recorremos la campiña en torno a Jerez y estamos ante una gañanía… sentimos un profundo respeto en recuerdo de aquellos jornaleros del campo, de su explotación y de las penosas condiciones de vida que sufrieron. Que no se olviden y que no se repitan.

Para saber más:
(1) Caro Cancela, D.: Ramón de Cala: republicanismo y fourierismo, en Serrano García, R. (Coord) “Figuras de “La Gloriosa”. Aproximación biográfica al Sexenio Democrático”, Valladolid, 2006, págs 49-72.
(2) Ramón de Cala: El problema de la miseria resuelto por la harmonía de los intereses humanos (1884) Edición Facsímil (2002), pp. 92-94.
(3) Ravina Martón, M.: Ramón de Cala y un plano del Falansterio (1884) en Ramón de Cala: El problema de la miseria… págs. XXXIV-XXXVII.
(4) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 91-92
(5) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 92-94
(6) Caro Cancela D.: Burguesía y jornaleros. Jerez de la Frontera en el Sexenio Democrático (1868-1874). Caja de ahorros de Jerez, 1990. Págs. 268-270
(7) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 94-95
(8) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 128-129
(9) Ramón de Cala: El problema de la miseria…, págs. 146-147


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar El paisaje y su gente, El paisaje en la literatura, Paisajes con historia

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 15/05/2016

 
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