Jerez y los elefantes.
Un curioso paseo por la historia con los elefantes como protagonistas en recuerdo a BUBA.


Hoy hemos conocido que ha muerto BUBA, la famosa elefanta que durante muchos años vivió en el Zoo de Jerez y fue la delicia de los niños. En su recuerdo les proponemos un curioso paseo por la historia y los paisajes de Jerez y sus alrededores de la mano de los elefantes. Si, aunque les suene extraño, vamos a tomar la figura de este singular animal como hilo conductor de pequeñas historias que tienen como protagonistas a los elefantes que, de una u otra manera, tuvieron algún vínculo con la ciudad y su territorio. ¿Nos acompañan?

Los primeros elefantes. Una “visita” al Paleolítico.

En una pequeña elevación a orillas de un río, sin nombre todavía, una banda de cazadores nómadas ha instalado su campamento. En estos parajes, próximos a su desembocadura, su corriente es muy caudalosa y sus aguas se extienden por la llanura formando un gran pantano.

Por el lugar han avistado algunos caballos y ciervos que salen de entre los bosques cercanos y acuden aquí a beber y a pastar. Pero sobre todo han puesto sus ojos en los grandes elefantes que merodean por las orillas, a los que han observado moviéndose torpemente por estos aguazales. Han realizado un largo viaje desde la parte alta del valle, donde los animales son menos abundante y deciden establecerse por un tiempo para cazar, construyendo sus cabañas temporales con ramas y pieles en un lugar protegido entre los árboles desde donde se divisa el río.

Esta singular escena, u otra parecida, era posible observarla en tiempos remotos, durante el Paleolítico, en diferentes puntos de nuestra campiña, junto al Guadalete. Donde hoy sólo corretean entre los lentiscos y los acebuches los conejos, las perdices y algún meloncillo, en el mismo lugar donde pastan actualmente los caballos de la yeguada de El Palmar del Conde entre Las Quinientas y El Portal, podían verse en estos mismos parajes de la vega baja del Guadalete hipopótamos, rinocerontes, grandes ciervos o caballos salvajes… y elefantes. Hace de ello “sólo” 200.000 años (milenio más, milenio



menos), cuando el clima era más cálido y húmedo en nuestras latitudes. Estas mismas escenas, también con la presencia de grandes elefantes, se repetían durante el Paleolítico inferior en las laderas de Garrapilos (1) donde hoy se aloja la Yeguada Militar, en las proximidades de La Barca, o durante el Paleolítico Medio en Majarromaque, junto a las riberas del río.

Estos y otros muchos datos de gran interés, fueron aportados por los hallazgos que, hace ya un cuarto de siglo, llevaron a cabo un equipo de arqueólogos dirigido por Francisco Giles Pacheco, en el marco de un ambicioso programa de Investigación titulado “Prospecciones Arqueológicas Sistemáticas en la cuenca fluvial del río Guadalete” en el que, entre la paleo fauna de nuestro entorno cercano destaca la presencia en los parajes ribereños de los primeros elefantes de los que tenemos constancia en nuestro territorio (2). En 1989, cuando el equipo del Proyecto Guadalete realizaba el estudio arqueológico de los paquetes de arenas y cantos rodados que iban a ser explotados en la gravera de El Palmar del Conde (3), en las proximidades de El Portal, salieron a la luz numerosos cantos tallados, así como algunos restos fósiles de grandes mamíferos, entre ellos de elefantes.

Estos enormes paquidermos, de tamaño superior a los actuales, pertenecían a la especie Paleoloxodon antiquus y se extinguieron hace aproximadamente 30.000 años. Podían alcanzar los 4 m de altura y llegar a pesar entre 6 y 7 toneladas. Sus largos colmillos eran más rectos que los de los elefantes actuales, curvándose ligeramente hacia arriba.

Noticia de elefantes en la antigüedad.



Otra curiosa referencia a los elefantes en relación con nuestro entorno cercano nos la ofrece la numismática. En este caso no se trata de su presencia real en nuestros paisajes sino de su imagen, muy repetida, en las monedas de la antigua Lascuta, una ciudad estipendaria del imperio romano que acuño monedas de tipo libio-fenicio.

Aunque no está clara todavía la localización de este enclave (que pudo hallarse en Alcalá de los Gazules o en la Torre del Esparragal, en las proximidades de Gigonza…) lo cierto es que este territorio fue ya desde la antigüedad dependiente de “nuestra” Asta Regia, tal como se desprende del conocido Bronce de Lascuta. Se trata de un excepcional documento epigráfico fechado en el 189 a.C. (el más antiguo referido a la presencia romana en Hispania) en el que el general romano Lucio Paulo Emilio decreta que “los siervos hastenses que habitaban en la Torre Lascutana fueran libres y, así mismo, ordenó que tomaran y mantuvieran el campo y la plaza fuerte que en aquel momento poseían mientras así lo quisiera el pueblo y el senado romano” (4).



Sea como fuere, lo que aquí nos interesa destacar es que, entre las monedas atribuidas a la ceca de Lascuta, son frecuentes las que muestran en el reverso la silueta de un elefante. Una buena selección de ellas puede verse en la ya clásica obra de D. Antonio Delgado, “Medallas Autónomas de España” en la que figuran distintos ejemplares de monedas procedentes del entorno de Alcalá de los Gazules y de Mesas del Esparragal, procedentes de la antigua Lascuta. Muchas de estas monedas, con inscripciones en caracteres libio-fenices, muestran en su reverso la silueta de un elefante que simboliza a África, continente de procedencia de sus primeros habitantes, tal como apunta Francisco Mateos Gago, autor del capítulo dedicado a Lascuta (5)

Elefantes en Jerez en los siglos XV y XVIII.

A falta de nuevos datos que puedan desmentirlo, casi podemos afirmar que hubo que esperar hasta finales del siglo XV para que en nuestra ciudad pudiera verse un elefante. Este singular suceso tuvo lugar en el año 1480 como puede leerse en la obra Cronicón de Benito de Cárdenas, transcrita y publicada por el profesor Juan Abellán y en la que se da cuenta de los sucesos más importantes ocurridos en Jerez entre los años 1471 y 1483.

Entre la relación de hechos del año 1480 encontramos este curioso apunte: “Truxeron un elefante a esta çibdad de Xeres que nunca vino tal cosa a ella, vino de toda Castilla, que ganavan dineros por que lo viesen. Vino sábado a dies dias del mes de março de IVCCCCLCCC.” (6).

En aquel año, se viven en Jerez momentos de tensión y algunos caballeros veinticuatro han denunciado ante el rey al corregidor Juan de Robles, a quien acusan de haber vendido trigo a Portugal en la guerra que hasta octubre de 1479 había mantenido con Castilla. Son también los días en los que el jerezano Pedro de Vera, acaba de ser nombrado por los Reyes Católicos Gobernador de Gran Canaria para impulsar la conquista de las islas, y en los que se prepara la gran armada que para tal fin, partirá en agosto desde El Puerto de Santa María.

Y a ese Jerez llegó por primera vez un elefante el sábado 10 de marzo de 1480. A juzgar por la noticia, debía formar parte de alguna atracción ambulante que en su periplo habia recorrido “toda Castilla” despertando la admiración allá por donde pasaba como lo haría en nuestra ciudad. En el Jerez medieval no debieron ser muchos los entretenimientos públicos y junto a los juegos de cañas y lanzas que se celebraban en el Arenal, se hacían también pequeñas representaciones teatrales. A buen seguro que debió contarse para el ocio de las clases populares con las actuaciones de juglares, cómicos y saltimbanquis que de manera itinerante acudían por pueblos y ciudades. Sin embargo, la presencia del elefante, tuvo que suponer una atracción muy singular y muy rentable para sus propietarios “que ganavan dineros por que lo viesen” y para lo que debieron de contar con un recinto cerrado o con algún corral cercado donde presentar este fantástico animal.

La exhibición de animales exóticos, monstruosos o que presentaban algún rasgo fuera de lo común, fue siempre motivo de interés. De ello encontramos en nuestra ciudad algunos curiosos ejemplos que llamaron la atención de historiadores y cronistas. Este es el caso de un enorme cerdo que en el año 1674 fue mostrado en un privilegiado escenario y del que tenemos noticia por Sebastian Marocho quien en sus “Cosas notables ocuridas en Xerez de la Frontera desde 1647 a 1729” nos informa, entre los hechos destacados de ese año, que “trajeron a Jerez un marrano que pesó 430 libras; estuvo en la casa de las Comedias” (8). Ya en el siglo XVIII el mismo autor da cuenta de otra de estas exhibiciones muy del gusto de las clases populares y en esta ocasión cuenta como en 1737 “se vió este año un caballo blanco, comprado en Villamartín, con la natura en la cola como si fuera hembra” (9).

Pero si el primer elefante que visitó la ciudad en 1480 causo expectación, no debió ser menor la que provocó el segundo del que queda constancia documental. Y es que casi tres siglos después, volvemos a tener noticia de otro elefante en Jerez.



Sabemos de él por un curioso libro de Juan de Trillo y Borbóndonde están apuntadas todas las novedades acaecidas en esta ciudad… desde el año 1753” hasta 1836. En una escueta noticia fechada el viernes 12 de agosto de 1773 se dice que “pasó por esta ciudad, para regalo que llevaban al Rey, el elefante, y se fue al día siguiente” (10).

La visita debió suponer también una enorme atracción en una ciudad que en aquellos tiempos no ganaba para tragedias. Apenas unos meses antes, el lunes 5 de abril de ese mismo año, a las cinco de la mañana, Jerez se había visto sacudida por un terremoto que había despertado grandes temores, por lo que tres días después “salió en procesión de penitencia Nuestra Sra. de las Angustias, y fue al Calvario; y al sábado siguiente salió el Sto. Cristo de la Espiración y fue a la Iglesia Mayor”. Para colmo de desdichas “se quemó la casa de Comedias que estaba en la bajada de la Cárcel". Aunque para suceso desafortunado el que tuvo lugar el último día de ese año, cuando “pusieron la Cruz en la media naranja de la Iglesia Mayor y hubo un gran repique. Y al día siguiente 1º de Enero del año 74, cantando el Tedeum laudamus, estando en el repique el esquilón grande cogió a Antonio Orellana, y lo tiró a la calle, donde cayó muerto, rotos todos sus huesos” (11).

Este segundo elefante que pudo ser visto en Jerez tiene una curiosa historia que ha sido estudiada en distintas publicaciones (12). En ella se relata como a finales de julio de 1773 la fragata Venus de la Real Armada española, que procedente de Manila había realizado una larga travesía, desembarco en la Isla de León “un elefante asiático adulto que el gobernador de Filipinas don Simón de Anda remitía al rey Carlos III” (13). El elefante fue conducido hasta la corte por una partida militar y de operarios encargados de los cuidados del animal que recorrió a pie durante 42 días en etapas de 2/3 leguas, el largo itinerario que separaba San Fernando de la Granja de San Ildefonso, donde se encontraba el rey. En este largo viaje pasó por Jerez, Écija, La Carlota, Córdoba, Andújar, Bailén, Valdepeñas, Aranjuez o Carabanchel, hasta llegar a la Corte en La Granja. Partieron de la Isla de León la tarde del 16 de agosto, llegando a Jerez la mañana del 18. En este primer tramo del recorrido, el elefante y la partida que lo conducía, tomaron la Cañada de la Ysla y de Cádiz, llegando a Jerez procedente de Puerto Real después de rodear el estuario del Guadalete, por un camino que coincide con la actual “carretera de Bolaños”. El elefante cruzó el puente del río pasando por La Cartuja (14), acercándose a la ciudad para continuar después su ruta hacia Las Cabezas de San Juan por el camino de Sevilla y seguir después por El Arahal, Marchena y Écija hasta Córdoba.

Aunque no conocemos testimonios documentales de la respuesta de los jerezanos a su paso, más allá de la cita de Trillo y Borbón, suponemos que la expectación creada fue grande, como sucedió por todos los lugares por los que pasaba. En Córdoba, por ejemplo, un gran gentío seguía al elefante, debiéndose cortar los accesos al puente para evitar problemas. Tras su muerte en 1977 este elefante que pasó por Jerez fue naturalizado por el célebre taxidermista Juan Bautista Bru, pasando a los fondos del Museo de Ciencias Naturales donde desde entonces está expuesto, tal como muestran las fotografías que hemos incluido en esta página.

Este curioso episodio nos recuerda a la deliciosa novela de José SaramagoEl viaje del elefante”, en el que recrea un suceso parecido, cuando a mediados del siglo XVI el rey Juan II de Portugal ofrece a su primo, el archiduque Maximiliano de Austria, un elefante asiático como regalo que deberá recorrer media Europa hasta llegar a su destino (15).

Y la elefanta Buba…

Junto a los ya mencionados, otros muchos elefantes vinieron a la ciudad ya desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX de la mano del circo. El historiador Jesús Caballero Ragel menciona incluso algún espectáculo (¡qué horror!) de lucha de elefantes contra toros, que tuvo lugar en el coso jerezano, a partir de su reedificación por F. Hernández Rubio en 1894 (16). Aunque tenemos constancia de espectáculos de este tipo en Madrid, no hemos podido encontrar referencias documentales de los celebrados en Jerez a los que hace alusión este autor.

No podíamos cerrar este recorrido por los elefantes vinculados a Jerez sin mencionar a Buba, la elefanta africana que durante casi 24 años vivió en nuestro parque zoológico haciendo las delicias de grandes y mayores. Este entrañable animal, llegó al zoo jerezano en marzo de 1988, cuando era todavía una cría de cinco años, al ser adquirida a un zoológico de Lisboa donde había llegado desde Namibia, gracias “a una colecta de los niños jerezanos” con la ayuda de otros patrocinadores (17). Desde el primer momento, Buba fue una de las principales atracciones del parque, por lo que su marcha a comienzos de octubre de 2011 al zoo húngaro de Sóstó supuso una gran tristeza. Y a la vez una gran alegría al saber que el largo viaje que emprendía tenía como objetivo formar parte de “un grupo de elefantes amplio en el que va a tener la posibilidad de reproducirse” (18). Hace unos años, dos trabajadoras de nuestro parque zoológico tuvieron ocasión de visitar a Buba, “la última elefanta de Jerez”, en la reserva húngara de Sóstó. El encuentro fue emocionante y el animal reaccionó a las llamadas de sus antiguas cuidadoras reconociendo sus voces y mostrándose atenta a sus palabras… (19). Hoy, que hemos conocido su muerte, le rendimos también nosotros un pequeño homenaje.



Ojalá que dentro de unos años pudiese volver a nuestro “Tempul”, ya con su familia, donde a buen seguro sería de nuevo la atracción del zoo y donde todos aguardan su regreso, un retorno que nos gusta pensar que tendrá lugar algún día. Y es que, como escribe José Saramago al comienzo de su delicioso El viaje del elefante: “Siempre acabamos llegando a donde nos esperan”.

Para saber más:
(1) Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Aguilera, L.; (2001): “El registro arqueológico de los primeros grupos humanos en la comarca de Jerez y su contexto en el sur de la península. Resultados de un proyecto de investigación. Revista de Historia de Jerez, N.º 7. Cuaderno de arqueología. 2001, págs. 14-19.
(2) Giles, F..; Gutiérrez, J.M.; Santiago, A.; Mata, E. y Gracia, F.J. (1993): “Prospecciones Arqueológicas y análisis geocronológicos y sedimentológicos en la cuenca del río Guadalete. Secuencia fluvial y paleolítica del río Guadalete (Cádiz). Resultados de las investigaciones hasta 1993”. Investigaciones Arqueológicas de Andalucía 1985-1992. Proyectos. 211-227. Huelva.
(3) Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Aguilera, L.; (1990): “Un tecnocomplejo del Pleistoceno Medio en la desembocadura del río Guadalete: el yacimiento achelense del Palmar del Conde”, Revista de Historia de El Puerto, 5.11-30. Sobre este mismo yacimiento: Giles, F.; Santiago, A.; Gutiérrez, J.M.: Mata, E.; Rodríguez, V.; (1990): “Aproximación a un complejo técnico del Pleistoceno Medio en la cuenca baja del río Guadalete. Casa del Palmar del Conde (Jerez de la Frontera, Cádiz)”. Xábiga. Revista de Cultura, 6. 83-97.
(4) González Rodríguez L. y Ruiz Mata, D.: Prehistoria e Historia Antigua de Jerez, en “Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época medieval”. Tomo 1. Diputación de Cádiz. 1999, pp. 113-114.
(5) Delgado, A.: Nuevo método de clasificación de las medallas autónomas de España, Sevilla, 1873, T. II, pp. 160-171 y láminas XLVI y XLVII.
(6) Abellán Pérez, J.: Cronicón de Benito de Cárdenas, Peripecias Libros, 2014, p. 47 y siguientes.
(7) Trillo y Borbón, J.: Libro en donde están apuntadas todas las novedades acaecidas en esta ciudad de Xerez de la Frontera desde el año 1753 y algunas otras que han ocurrido fuera de ella. Curiosidad observada por D. Juan de Trillo y Borbón, desde el referido año, en el cual comenzó a tener uso y retensión para ello. Jerez: 1890, Imprenta de Melchor García Ruiz, pp. 9-11.
(8) Marocho, S.: Cosas notables ocurridas en Xerez de la Frontera desde 1647 a 1729, Transcripción y notas de José Soto y Molina, Larache, Sociedad de Estudios Históricos Jerezanos y Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, 1939, pp. 26.
(9) Ibidem, p. 38.
(10) Trillo y Borbón, J. de: Libro…, p. 10.
(11) Ibidem, pp. 9-11.
(12) Una síntesis completa puede verse en Sánchez Espinosa, G.:Un episodio en la recepción cultural dieciochesca de lo exótico: la llegada del elefante a Madrid en 1773”, en Goya, 295-296, Madrid, 2003, pp. 269-285. Las referencias a Jerez en la p. 270.
(13) Ibidem p. 270
(14) Torrejón Chaves, J.: El elefante que llegó a la Isla de León, Diario de Jerez, 6 de diciembre de 2016.
(15) Saramago, J.: El viaje del elefante, Alfaguara, 2008.
(16) Caballero Ragel, J.: La Feria de Ganados de Caulina, Diario de Jerez, 23 de marzo de 2010.
(17) “El Zoo contará con un elefante comprado por los niños de Jerez”, Diario de Jerez 29 de agosto de 1987.
(18) Miró, J.: Buba viaja camino de su nuevo hogar en un zoológico de Hungría. Diario de Jerez, 4 de octubre de 2011, p. 17.
(19) “Un emocionante encuentro con Buba cinco años después”, La Voz del Sur, 18 de octubre de 2016.


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Miscelánea, Paisajes con historia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 15/10/2017

Elogio de las “malas hierbas”.
Ya está aquí la primavera.




Fiel al ritmo de los días y al cotidiano repetirse de las estaciones, con esa precisión con la que los sabios calculan el incesante movimiento de los astros, la primavera de 2023 ha comenzado, según el Observatorio Astronómico Nacional, el lunes 20 de marzo a las 16h 33m hora oficial peninsular. 
Pero en la práctica, la primavera lleva ya entre nosotros unas semanas desde que las últimas lluvias regaron generosamente la tierra y el sol ha hecho renacer todo lo vegetal.


Por los carriles de las viñas.

Ya está aquí la primavera y de nuevo los brotes de los árboles y arbustos, las hierbas y las flores van cambiando el aspecto del campo, del paisaje. Recorremos los caminos de la campiña y sale la primavera a nuestro encuentro en todos los rincones. De esta hermosa manera lo expresaba hace unos años, en su sección A cepa revuelta, de Diario de Jerez, el abogado y escritor Jesús Rodríguez Gómez:



Esta mañana he estado paseando por la Cañada de la Loba. Los verdes tenían belleza y vitalidad de adolescentes y se paseaban por las besanas, fatigándolo todo. He tomado la vereda que lleva a la viña de mi amigo Frasquito… ¡Las veredas del campo! Sendas humildes hechas con pasos ajenos… En la albarrada que hace linde con el trigal se agolpaban amapolas, jacintos, lavandas, labiérnagos, coscojas, aulagas, torviscos… Y entre ellas, subrepticias, las flores anónimas que se prende abril en sus mañanas. Esas que lo inundan todo con su color y su nombre clandestino. Sólo sabemos de ellas su lozanía y su querencia por lindes y ribazos, pero desconocemos cómo se llaman. La gente del campo las nombra, como si nada: carmentinas, todabuenas, sanchecias, algazules, escarchadas, hierba doncellas, mocos de pavo, palos de cochino, aguaturmas, ombligos de venus, dividivis, amormíos…"; y nosotros, los de ciudad, nos quedamos asombrados con ese santoral de la modestia. Estas flores de nombres ignorados, se pierden, como las monjas, por la humildad, y por eso agarran en lo menos evidente. Vamos andando entre los pasiles del roquedo y las vemos emerger de entre sus fisuras y gravillas, haciendo del aire, con su breve olor, una cañada de hermosura.



Cuando las descubrimos, hacemos una parada en nuestro paseo para admirar aquellas piedras florecidas, y después, agradecemos de corazón a la primavera que colonice con frutos de belleza hasta lo más inhóspito. En su humildad, sin embargo, llevan también su desgracia, porque no saber cómo se llaman quita a los hombres apego y nadie se lamenta si una de esas flores desconocidas es tronchada por el pie, la rueda o los cascos de la yegua…
” (1).

A nosotros también nos gusta pasear por los caminos que se trazan entre los campos en torno a Jerez, por las antiguas cañadas que se ramifican en hijuelas y padrones, en veredas y sendas entre los sembrados de cereal, entre las huertas, entre los viñedos… Y allí descubrimos ese esplendor generoso de humildes y desconocidas plantas que transforman las cunetas y linderos en hermosos parterres floridos. Un buen conocedor de nuestra campiña, Juan Luis Vega Cordero, pone nombre a buena parte de ese cortejo vegetal:

En primavera las cunetas de los carriles de las viñas de Jerez es el jardín natural más impresionante que uno se pueda imaginar, un mundo botánico lleno de vida y color. Todo tipo de plantas de espigas, como las avenas locas, los alpistillos o la cebadillas de ratón; ramilletes inmensos de flores azules, como las viboreras o chupamieles; de las comestibles borrajas, que brotan ya en el invierno; los blancos de las manzanillas y margaritones, los traviesos pepinillos del diablo, las peligrosas cicutas, hierbalocas o perejil de burro o de las viznagas, de elegantes pompones blancos…, inundan los campos jerezanos al final de mayo y junio, antes de enroscarse para el verano. Gamas de amarillos de todas las clases, vinagretas para chupar, jaramagos para los canarios, hinojos para el guiso de caracoles o para el aliño de aceitunas y tagarninas para esparragar; los tonos rosados de las corregüelas, campanillas y de los conejitos o bocas de dragón, que a veces crecen hasta en mismos tejados de las iglesias del centro. Morados de las tristes malvas y de las duras achicorias y el rojo impresionante de las zullas, que derraman su 'sangre' por los campos jerezanos cuando llega la Semana Santa…” (2).



Entre trigales.



Si la primavera se deja sentir entre las lomas de albariza donde crecen los viñedos, en otros rincones de la campiña se hace aún más patente y los trigales se nos muestran con un verde intenso que alegra los sentidos. Manuel Romero Bejarano, en un hermoso artículo publicado hace unos años en estas páginas de Diario de Jerez con el título de Trigales Verdes hace este hermoso llamamiento ante el inicio de la primavera: “Llegó el tiempo de volver a los cerros, el día soñado de abandonar Jerez para subir a la tierra blanca. Hace meses que la flor del almendro comenzó a desvanecer el frío. El perfume del azahar acudió en su ayuda… Quedarse quietos con los ojos abiertos días enteros. Junto a parras retorcidas que renacen tras el invierno. Junto a casas vacías en las que ya nadie se alegra de ver crecer la cosecha. Al lado de pozos de edad inmemorial. Campos arrugados que se asombran cada año de ver el trigo granar. … Peregrinar por reinos míticos que no dejan de sorprenderse al llegar la primavera. Volver a pronunciar nombres antiguos que se adentran en lo más profundo de la memoria. Alfaraz. Balbaína. Cantarranas. Macharnudo. Orbaneja. Tabajete. Valcargado. Almocadén. Los Tercios. Capirete. Marihernández. Tizón. Añina. Cerronuevo. Burujena. Carrahola…



Cientos de primaveras. Miles de jerezanos que nacieron y murieron en estos pagos esperando alcanzar un abril más. Deseando otear el horizonte y contemplar con júbilo cómo una vez más el trigo verde estaba granado...
” (3).



Los viñedos, los trigales, los sotos y alamedas del río, los linderos del bosque… cualquier lugar depara no pocas sorpresas en este renacer de lo vegetal. Pero nosotros, entre todos los regalos con los que la primavera nos obsequia, sentimos especial predilección por estas flores silvestres, humildes, discretas, “vulgares”, con nombres apenas conocidos, esas que crecen en las cunetas, en los bordes de los campos y de los caminos, las que, como los jaramagos, tapizan los baldíos. Esas que pasan desapercibidas y a las que muchos califican como “malas hierbas”. A buen seguro, algunas de estas especies vegetales resultan poco recomendables y causan perjuicios a agricultores y viñistas, a jardineros y a quienes se ocupan del mantenimiento de caminos y carreteras… pero no puede ya concebirse el paisaje sin ellas. Con la primavera, estas “malas hierbas”, esas que crecen “donde no deben”, donde no se las quiere, se hacen presentes en todos los rincones y, pese a las molestias que causan a algunos, nos compensan a todos con la belleza de sus flores.

En cierta ocasión, paseando por la Cañada de Espera, un hombre que llevaba en la mano una bandera, cubierto con un impermeable, nos hizo señas desde unas decenas de metros, en medio de un campo. Al poco se nos acercó y nos previno de las pasadas que una avioneta que volaba a lo lejos: “está fumigando para matar las malas hierbas”. Macizos de margaritas y amapolas, de viboreras y malvas, de borrajas y vinagretas, de zullas, de azureas, de jaramagos… llenaban las cunetas, ocultando los palmitos, y crecían también entre un olivar cercano y en los linderos de una loma sembrada de cereal. Malas hierbas…

Nos alejamos entonces del camino y en esas divagaciones ociosas que entretienen el paso lento de los caminantes, pensamos si estas “malas hierbas”, si estas hierbas que hermoseaban con sus flores los bordes de las hijuelas y los campos, estás que formaban parte de esa “lista negra” para la agricultura, serían consideradas “buenas hierbas” en algún lugar. Y allí, a buen seguro, que lejos de fumigarlas y rozarlas para acabar con ellas, se las trataría con el mimo que se dispensa a las flores que aquí cultivamos en los jardines.



“Es seguro, -pensamos-, que en algún remoto paisaje, las mejores praderas estarán tapizadas por estas “malas hierbas” que aquí tratamos de eliminar de nuestros campos con herbicidas. Es de justicia que así sea, -pensábamos mientras se acercaba la avioneta-, y de que puedan gozar allí de una lluvia de agua fina, de rocío limpio cada mañana y de que sean bien tratadas y admiradas”. Rescatamos, a modo de divertimento, aquellas disquisiciones en estos días de marzo cuando vuelven de nuevo a brotar con fuerza todas las hierbas (las “buenas” y las “malas”), algunas de cuyas flores les dejamos, junto a estas líneas para que los lectores valoren su condición.

Un hermoso y premiado poemario de nuestra admirada Josefa Parra lleva por título “Elogio de la mala yerba” (4) y nosotros, modestamente, lo tomamos prestado para dar la bienvenida a esta nueva estación que ahora comienza. Nos vamos recordando de nuevo la palabras de Jesús Rodríguez para decir que, paseando estos días por cualquier cañada de nuestra campiña, admirando los prodigios que obra la primavera en los ribazos de los campos, en los setos de los caminos, en las laderas incultas, en las orillas de los arroyos… disfrutando del renacer y el empuje de la naturaleza, sentimos “…lo mismo que debió sentir Dios aquel día tercero en que creó las cosas vegetales y vio que eran buenas”.

¡Ya está aquí la primavera, y ojalá que haya venido para llevarse al coronavirus!


Para saber más:
(1) Rodríguez Gómez, Jesús:A cepa revuelta: La primera visita al campo”. Diario de Jerez, 21/03/2010.
(2) Vega Cordero, Juan Luis:Primavera en los viñedos jerezanos”, Diario de Jerez, 11/05/2013.
(3) Romero Bejarano, Manuel:Trigales Verdes”, Diario de Jerez, 18/04/2010.
(4) Parra Ramos, Josefa:Elogio de la mala yerba”, Visor Libros, 1996.


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Jaramagos.
Las más humildes de la flores




A pesar de estos tiempos raros, del frio invierno y del cambio climático que todo lo trastoca, nadie puede detener la primavera y sus signos. Basta comprobar como desde hace ya semanas, los JARAMAGOS ya están aquí de nuevo, llenando el campo y sus confines recordándonos, como una premonición, que la vida es imparable.






ELOGIO DEL JARAMAGO.

Entre las más humildes de las flores, pocas tan hermosas como el jaramago. Apenas el invierno dobla el mes de febrero y si las lluvias han sido oportunas, los jaramagos empiezan a pintar de amarillo los linderos de los campos, los bordes de los caminos, los ribazos de los arroyos. En pocas semanas, anunciando ya la primavera, su tenue follaje y sus vistosas y diminutas flores, como si de un cuadro impresionista se tratara, visten de color los baldíos, los terrenos incultos, las laderas y cunetas de los carriles, los setos, los solares abandonados, los viejos muros…

En un alarde de aérea ligereza, se enseñorean en los tejados de las viejas casas y, aún con cierto descaro irreverente, lo hacen también en las cornisas de las iglesias mostrando sus tenues y delicados colores. A nuestro entender, su sencilla belleza los rescata del reino de las “malas yerbas” al que se les había condenado, por su persistente omnipresencia y por esa forma obstinada con la que se instalan, más que como invasores, como auténticos supervivientes que resisten entre las ruinas y los escombros.



Los sencillos y hermosos jaramagos ya habían sido ganados para la literatura y elevados a los altares de las letras gracias a Rodrigo Caro, quien hace más de cuatro siglos, los inmortalizara en su célebre Canción a las Ruinas de Itálica como imagen viva de la decadencia:
“Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
renueva el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo!, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.”



Un mismo nombre para muchas flores distintas.

El jaramago, o mejor dicho los jaramagos, así en plural, es el nombre común de diferentes especies de plantas herbáceas, pertenecientes también a distintos géneros de la familia de las Crucíferas. Sus matas, con tallos, muy ramificados, llegan a alcanzar los 60 u 80 cm de altura, destacando en ellos sus pequeñas flores amarillas (o blancas en algunas especies), que se caracterizan por tener cuatro pétalos en forma de cruz, lo que da nombra a la mencionada familia. Las flores se disponen en largas espigas terminales. Sus frutos pasan también desapercibidos, y presentan el aspecto de unas diminutas vainas casi cilíndricas, torcidas ligeramente en las puntas, conteniendo muchas semillas que garantizaran su presencia y dispersión en años sucesivos. De ellas se alimentan numerosas especies de aves granívoras.

En nuestras campiñas comparten este nombre, como se ha dicho, diferentes especies, siendo las más conocidas Diplotaxis siifolia, Sisymbrium irio o S. officinale, de tallo piloso. Junto a ellas son también muy comunes Diplotaxis cathólica, D. virgata o D. erucoides, esta última de pequeñas flores de color blanco.



Entre otras especies de jaramago que podemos ver en torno a Jerez mencionaremos también a Hirschfeldia incana, jaramago de pequeñas flores blancas, o Sinapis alba, conocido también como mostaza blanca, de delicadas flores amarillas (1).



Volviendo a la literatura, nuestro gran poeta Manuel Ríos Ruiz, acudió también a esta humilde flor (“flor mínima”) para dar título a una de sus obras Los predios del jaramago, con la que fue galardonado con el premio “José María Lacalle 1978”. En muchos de los poemas de este hermoso libro, por su fuerza evocadora, se hace alusión al jaramago, como por ejemplo en el titulado Travesía de la celda: “…Este jaramago crece/ del puro escombro, cenicienta carne, cuerpo/ en pena de una historia creada en su camino” (2).

Otros muchos poetas han tenido presente al jaramago en sus obras, como el arcenés Julio Mariscal, Antonio Machado, Rafael Alberti o Juan Ramón Jiménez quien dedica a su amigo Javier de Intuyesen el hermoso texto titulado Trigo y Jaramago (3).



Sin embargo, nada mejor para expresar la serena belleza que para nosotros encierran estas humildes flores que recordar lo que otro gran escritor de esta tierra, Sebastián Rubiales, dice de ellas en su novela Del viento al infinito:

Recuerda la existencia humana a la flor del jaramago, tan escasa de dones, sin olor, sin vistosidad, sin delicadeza, tan poca cosa, y, sin embargo, tan fieramente constante, tan inquebrantable, rebrota una y mil veces en las condiciones más hostiles para una planta. Su acerada voluntad nace entre escombros y supera, una tras otras, todas las adversidades de una manera sorprendente. Del mismo modo, el hombre” (4).

Imagina el lector que, por estas razones, ya no podemos pensar que los jaramagos, los hermosos jaramagos que nos anuncian cada año la primavera son “malas hierbas”. Feliz primavera.




Para saber más:
(1) Íñigo Sánchez García y José Carlos Moreno Fernández.: Flora Silvestre Gaditana. Colabora Junta de Andalucía, Consejería de Medio Ambiente, Jerez, 2008
(2) Manuel Ríos Ruiz: Los predios del Jaramago, Editorial Oriens, Madrid, 1970, p, 70.
(3) Juan Ramón Jiménez: “Trigo y Jaramago”, dedicado a Javier de Winthuysen, en “Diario de un poeta recién casado” Calleja, 1917, p, 231
(4) Sebastián Rubiales.: Del viento al infinito, Pre-Textos, 2000.

Nota: agradecemos a nuestro amigo José Manuel Amarillo Vargas, autor del Blog Naturaleza, sitios y gentes, sus magníficos macros sobre jaramagos que ilustran este capítulo.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Flora y fauna, Paisaje y Literatura, Miscelánea

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 20/03/2016

 
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