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Humedales en torno a Jerez (y 3).
Un recorrido por las lagunas salobres, marismas y balsas.




Para terminar este recorrido que iniciamos hace dos semanas por la geografía de los humedales en torno a Jerez, vamos a ocuparnos hoy de las pequeñas lagunas salobres, así como de las zonas de marismas cercanas a la ciudad. Junto a ellas mencionaremos también algunas de las balsas y pantanetas que en las últimas décadas se han construido en toda la campiña y que, pese a ser “humedales artificiales”, se han ido naturalizando progresivamente.

Las pequeñas lagunas salobres.



Entre las más conocidas destaca la de Las Salinillas junto a Estella del Marqués. Ubicada en los llanos de La Catalana, esta pequeña laguna se encuentra junto al Arroyo Salado, permaneciendo su lámina de agua durante casi todo el año. En los meses del estío puede verse desde la carretera que une Estella con Lomopardo, en una hondonada entre viñedos, la capa blanca de la sal que cubre su cubeta. Estas pequeñas lagunas saladas -como los arroyos “salados” que proliferan por toda nuestra geografía- están repartidas por muchos rincones de la campiña y delatan, incluso con sus nombres, la peculiar característica de sus aguas. Por señalar sólo algunos otros parajes donde también podemos encontrarlas, mencionaremos la que puede observarse junto al Arroyo del Zorro, al inicio de la carretera del Calvario, a mano izquierda.



En los meses de verano, cuando el agua se evapora, nos muestra su fondo blanquecino, cubierto por una delgada capa de sal que delata la naturaleza salobre de sus aguas. Este rincón entre viñas, conocido también como el de Estella con el nombre de Las Salinillas, es quizás uno de los más representativos de los que pueden visitarse en los alrededores de Jerez. Otra zona donde se forman pequeñas lagunas estacionales con presencia de la vegetación propia de terrenos ricos en sal, las encontramos junto a la Cañada del Amarguillo, en las proximidades del cortijo El Barroso, en la zona de Puerto Escondido, o a los pies de las Viñas de La Polanca y La Constancia. Las Salinillas de Jédula, junto al cortijo de Vicos, la Cañada de Morales, en las proximidades de Cuartillo, las hondonadas de Salto al Cielo, el Rincón de La Tapa, o la Cañada




del Carrillo
muy cerca del cortijode Espanta Rodrigo, son otros tantos lugares donde podremos ver pequeñas lagunas estacionales de carácter salobre. Todas ellas tienen en común que la naturaleza del suelo sobre el que se asientan, o las laderas que forma parte de su cuenca de recepción, están constituidas por materiales de edad triásica, de carácter margoso, ricos en yesos y sales que confieren a las aguas su especial característica.

Las albinas.

De gran interés son también las pequeñas lagunas o charcas que se forman en los parajes montanos del



sector oriental del término de Jerez. Enclavada en el parque Natural de los Alcornocales, la zona de los Montes de Propios y el conjunto de pequeñas sierras colindantes, en las que predominan los suelos silíceos, guarda celosamente entre sus bosques de quejigos y alcornoques pequeños reductos aguanosos, de gran importancia para la vida animal. Aunque hay también algunas balsas y represas artificiales, nos referimos aquí a las



charcas naturales, de apenas unos centenares de metros cuadrados, conocidas con el nombre de albinas. Este hidrónimo, como nos recuerda el diccionario de la RAE, se aplica también a los “esteros y lagunas que se forman con las aguas del mar en las tierras bajas que están inmediatas a él”, así como a la “sal que queda en estas lagunas” que confiere ese color blanco o “albino” a su superficie cuando el agua se evapora. Sin embargo, en los parajes serranos, se conoce también con el nombre de “albinas”, a las pequeñas zonas encharcadas que se concentran en las vaguadas de las vegas y en los llanos que se abren en el bosque, cuyo suelo arcilloso actúa como base impermeable que permite la acumulación de agua. Situadas en la mayoría de los casos al pie de la falda de un monte, “estas pequeñas hondonadas recogen las aguas de escorrentía, o aquellas que se desbordan desde algún nacimiento cercano. Denominadas genéricamente vallicares,... pueden funcionar eficazmente debido a la importante concentración de arcilla que impermeabiliza el terreno. Cuando la concentración es alta y la pluviosidad abundante, el agua se acumula. De esta manera se forma una charca, casi siempre somera y de contorno irregular, que se mantendrá durante varios meses del año, para, finalmente, desaparecer por evaporación o lento drenaje” (1). Mientras persiste el agua, estas zonas de prados encharcados son impracticables para el ganado. Sin embargo, cuando el agua desaparece, “de su superficie brota un pasto blanquecino. Debido a esta peculiaridad es por lo que en el lugar se conozca al vallicar con el nombre de albina”. Si en los esteros era la capa blanca de sal que quedaba en las charcas la que justificaba el nombre de “albinas”, en la sierra, son las flores blancas y el pasto blanquecino de gramíneas (vallico) que brota en estas praderas encharcadizas, el que bautiza a estas pequeñas lagunas de aguas someras que se forman durante el invierno y la primavera. Por citar solamente algunas, mencionaremos la charca de El Picacho, al pie de este monte, o la de La Jarda. También son conocidas otras charcas artificiales como la de “Los Establos”, y “La Presilla”. Esta última se alimenta de las aguas de los arroyos de La Gallina y de El Parral. La conocida como “Laguna de Las Moreras”, recoge el agua de varios torrentes que corren por las laderas de Montenegro y está flanqueda por hermosos fresnos.



La Albina de Las Flores, evoca ya en su nombre un hermoso paraje. La laguna del Quejigal es sin duda nuestra preferida por encontrarse en un paraje idílico, en medio de un bosque mixto de alcornoques y quejigos a los pies de los imponentes Tajos del Sol.

Por las marismas de Jerez.



Si de la campiña fuimos a la sierra, de los Montes de Propios volvemos ahora hasta las cercanías del Guadalquivir y de la Bahía de Cádiz, al extremo más occidental del término municipal para visitar, en este rápido recorrido geográfico, las zonas de marismas que se extienden en torno a Jerez. Junto a la desembocadura y el estuario del Guadalete, encontramos los amplios horizontes marismeños de La Tapa, Doña Blanca, Cetina, Vega de



los Pérez
, Las Aletas… donde las tierras de Puerto Real, El Puerto de Santa María y Jerez se confunden. Más al norte, lindando ya con Lebrija y Trebujena, los humedales son aquí los conocidos caños y esteros, inmensas láminas de agua por las que el mar penetra, a través del Guadalquivir, hasta los pies del cerro de Las Mesas de Asta, donde hace ya más de dos mil años, los antiguos pobladores pescaban y navegaban por estos brazos de agua



salada. Las marismas son nombradas aquí con los topónimos de los lugares que bañan. Hablamos así de las marismas de Mesas de Asta, de las de Rajaldabas, Morabita, Maritata, Tabajete, Bujón, Capita… Hermosos nombres que conforman una geografía de humedales de gran valor ecológico y paisajístico. Entre ellas sobresalen las marismas de Casablanca, próximas a la localidad de El Cuervo y al cortijo del mismo nombre, que por sus rasgos sobresalientes, fueron incorporadas en 2008 al inventario de Humedales de Andalucía.



Balsas y pantanetas: los nuevos “humedales artificiales”.



Y para terminar este recorrido, no queremos dejar de mencionar los que podríamos denominar como “humedales artificiales”.

Incluimos aquí esos espacios que deben su origen a la inundación de lechos de canteras y graveras abandonadas o a la construcción de pequeños embalses para regar los secanos de la campiña transformados ya en hermosos viñedos y olivares.

Casi un centenar de estos enclaves húmedos aparecen repartidos por todos los rincones de nuestros campos, algunos de los cuales se han “naturalizado” y, funcionalmente, actúan casi como pequeñas lagunas siendo refugio de no pocas especies animales (2). En las orillas del Río Guadalete encontramos algunos de estos nuevos humedales que, de manera permanente o estacional, se han formado al inundarse los lechos de antiguas graveras. Es el caso de las “lagunas” de los Caños de Aduzar o de las Villas, que ocupan el seno de dos meandros en los llanos de Las Villas y Las Quinientas y, al encontrarse en conexión con el río, conservan durante todo el año su lámina de agua acogiendo una variada avifauna.



Junto al río están también el Tarajal de El Portal, o las zonas encharcadas (en épocas de lluvia) de Berlanguilla, el Albardén, Lomopardo o Las Veguetillas, por citar sólo algunas, ocupando todas ellas los lechos de antiguas graveras que no fueron restauradas adecuadamente.



Entre los embalses de uso agrícola presentes en todos los rincones de la campiña, destaca el de Jarilla-Jareta. Esta pantaneta, visible desde la carretera que de La Torre de Melgarejo conduce a Gibalbín, se encuentra incluida en el PGMOU dentro de los espacios “naturales” calificados como Unidades de Alto Interés Paisajístico y Ambiental. Y es que en la práctica, actúa funcionalmente como un humedal natural, donde no faltan las típicas especies de aves propias de estos enclaves. En el cinturón perilagunar crecen también carrizos y eneas, tarajes y juncos e incluso una pequeña olmeda que da al lugar el aspecto de un auténtico humedal. Muy próxima a la anterior, al otro lado de la carretera se ubica en el cortijo de Jara otra laguna que ocupa el foso de una antigua cantera y con la que se riegan los olivares de la finca. La de Jara guarda grandes similitudes con la



Laguna del Cuadrejón, pequeño humedal naturalizado en el lecho de la que fuera una explotación de arenisca. Próxima a Nueva Jarilla y a la autopista de Sevilla, está rodeada de un cinturón de vegetación palustre donde destacan los tarajes.



Entre las pantanetas de mayor superficie de la campiña se encuentran la de Fuente Rey, situada entre el cortijo del mismo nombre y el de Campanero, visible desde la Autovía de Medina, y la del cortijo de Torrecera. Esta última, represa en una hondonada al pie del cerro del Castillo, entre la Bodega Entrechuelos y el caserío del cortijo, las aguas de escorrentía de varios arroyos que son utilizadas para el regadío de viñedos y olivares. Esta misma finca posee un segundo embalse de menores proporciones en el Arroyo de los Fosos. De medianas dimensiones es también el ubicado en el cortijo de la Torre de Pedro Díaz, que recoge las aguas de los arroyos del Cotero y Los Nacimientillos y constituye un punto húmedo de gran interés a mitad de camino entre Gibalbín y los llanos de Caulina, en cuyas arboledas halla refugio una interesante comunidad de aves. La pantaneta del cortijo de Los Ballesteros retiene las aguas del Arroyo del Chivo.



El embalse del Gato, en las proximidades del Circuito de Velocidad y del campo de golf de Montecastillo, es uno de los mayores, represando las aguas del conocido Arroyo del Gato que viene desde el cortijo de Alcántara y Cuartillos.



Otros de estos pequeños embalses son el del arroyo de las Cruces, junto al Cortesano; el de La Greduela, que recoge las escasas aguas del arroyo de Morales en la finca de Salto al Cielo; el de Chipipe, junto al cortijo del mismo nombre; el del Pellejero, en el Cortijo de la Sierra, junto a Romanina; el de Los Comuneros, próximo a la laguna del Tejón o el del cortijo Doñana, en las proximidades de la Junta de los Ríos. De gran encanto eran también las pequeñas lagunetas del centro ecuestre Los Lagos, junto a la laguna de Medina, que hoy presentan un estado de dejadez en las instalaciones de sus orillas. Si como señalábamos en las anteriores entradas, la desaparición de antiguas lagunas fue un hecho durante los “años duros” del desarrollismo, también es cierto que estos nuevos enclaves húmedos “artificiales” han adquirido ya una relativa importancia como hábitat para muchas especies de aves y, con sus limitaciones, suponen ya una contribución importante en el paisaje de la campiña.

Para saber más:
(1) VV.AA.: Guía de los Montes de Propios de Jerez de la Frontera. Biblioteca de Urbanismo y Cultura. Ayuntamiento de Jerez, 1989. Págs. 105-107.
(2) Atlas Hidrogeológico de la provincia de Cádiz. Diputación Provincial de Cádiz. 1985.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar en Lagunas y Humedales, Toponimia, Rutas e itinerarios, Parajes Naturales, Humedales en torno a Jerez (1). Un recorrido por las principales lagunas cercanas a la ciudad. y Las lagunas “perdidas”. Humedales en torno a Jerez (2).

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 14/02/2016

Curiosos topónimos en la campiña de Jerez.
Un recorrido por algunos parajes con llamativos nombres (II).




En el paseo que les propusimos el domingo pasado, visitamos algunos rincones de la campiña con llamativos nombres bajo los que se escondían no pocas historias. Matajaca, Matarrocines, Matavacas, Matacardillo, Matasanos, Matamoros... eran algunos de estos topónimos que atraen la atención del lector cuando se descubren en un mapa o cuando los vemos escritos en un cartel, junto a la carretera. Hoy vamos a completar este itinerario recorriendo otros lugares que cuentan también con extraños nombres que, como los anteriores, guardan memoria de épocas pasadas.

Rajamancera, Rajaldabas, Rompeserones.

Si muchos de estos curiosos y sonoros topónimos tienen como protagonistas a los animales de carga o de labor, otros apuntan a la naturaleza del suelo y a las malas condiciones de los caminos.



Es el caso, por ejemplo, de Rajamancera, el nombre de un conocido enclave rural situado entre La Ina y Torrecera y ubicado en las inmediaciones de la Cañada del León, en una loma que se alza sobre el río Guadalete. Estas pequeñas elevaciones están constituidas por antiguas terrazas fluviales y en las laderas afloran los depósitos de gravas y arenas característicos de estas formaciones geológicas. Como muchos lectores saben, la mancera era la pieza corva y trasera de los viejos arados, concretamente la que iba unida a la reja. El labrador debía sujetarla con fuerza para dirigir la reja y apretarla para que penetrara en la tierra. Quienes conocen este rincón de la campiña saben de la abundancia de cantos rodados en la superficie de los campos que tienen su origen en los sedimentos de aquellas antiguas terrazas del Guadalete. Como puede imaginarse, su presencia dificultaba enormemente las labores agrícolas, por lo que antaño se rompían y “rajaban” con facilidad las manceras de los arados.

Algo parecido nos sugiere el topónimo de Rajaldabas que da nombre a un cortijo y a una extensa zona de marismas que se extienden al noroeste de Mesas de Asta, conformando un amplio paraje de terrenos encharcadizos. En tiempos remotos formaron parte de los esteros del amplio estuario del Guadalquivir y hasta comienzos del siglo pasado eran también conocidas como “Marismas Baldías de Rajaldabas” por lo improductivo del terreno debido al alto grado de salinidad de estas tierras. Desde mediados del siglo pasado fueron drenados a través de un gran colector que desagua en el Guadalquivir en el Codo de la Esparraguera. Las dificultades que estos suelos presentaban para el cultivo y para las tareas agrícolas están en el origen de este curioso nombre en el que se hace mención a las “aldabas”, las barras metálicas con las que se aseguraban después de cerrados los postigos o puertas y las argollas de hierro en las que se ataban los caballos, dando a entender con este curioso nombre, que la dureza y sequedad del suelo de estos parajes ofrecía grandes dificultades a su laboreo.



Muy llamativo también es el topónimo Rompeserones. La hijuela de Rompeserones (también llamada de Maricuerda o de Rompecerones en algunas fuentes) era una antigua vía pecuaria que aún conserva buena parte de su trazado, que partía de Jerez en las inmediaciones de la ermita del Calvario, buscando la Cañada de Cantarranas tras cruzar las tierras del cortijo de Santo Domingo. Hoy la ciudad se ha adentrado en el campo y su tramo inicial se ha integrado en el casco urbano, arrancando en la actualidad de la rotonda de acceso a Área Sur, para cruzar la Cañada de Guadajabaque y atravesar después por entre lomas de viñedos del pago de El Corchuelo. Este curioso nombre hace alusión a los serones, aquellas espuertas que servían para llevar cargas a lomos de las caballerías y que, a buen seguro transitaron por las empinadas cuestas de esta vía pecuaria cargadas de uvas, trigo, cebada… Lo dificultoso del camino y lo cerrado de los callejones de las antiguas hijuelas harían que, en más de una ocasión, la carga de aquellos inestables serones se viniera abajo, popularizando así este singular topónimo que ha pervivido hasta nuestros días.



Espanta Rodrigo, Capaperros, Cortadedos…

Al igual que los anteriores, otros topónimos de la campiña resultan también muy llamativos, como el de Espanta Rodrigo, que da nombre a un cortijo situado entre Jerez y El Puerto de Santa María, a los pies de la Sierra de San Cristóbal, junto a la Cañada del Carrillo y la autovía.

Este famoso cortijo pertenece desde mediados del siglo pasado a la familia Terry Merello. En sus tierras, los herederos de Don Fernando C. de Terry y del Cuvillo e Isabel Merello, han venido criando los magníficos caballos cartujanos procedentes de la mítica ganadería del Hierro del Bocado que el viajero puede ver pastando en los alrededores del caserío.



Sobre el origen del topónimo de Espanta Rodrigo existen no pocas versiones. Una de ellas es que se debe al nombre de un caballo de esta afamada ganadería, si bien carece de fundamento ya que con anterioridad al establecimiento de sus actuales propietarios, estas tierras ya eran conocidas por este nombre como se refleja en el Plano Parcelario del Término de Jerez de la Frontera de 1904. Desconocemos desde cuándo y por qué se denomina así a este cortijo y al paraje en el que se enclava, aunque tal vez el nombre no sea tan antiguo como algunos pretenden, como parece deducirse al consultar los diferentes Nomenclátor de los siglos XIX y XX, en los que no aparecen referencias a este nombre, o el Plano Catastral de 1897 en el que figura como Cortijo de Diego Vega (1). Otra de las versiones populares sobre el origen de este topónimo, como cuentan los lugareños, apunta a un antiguo propietario del cortijo, de nombre Rodrigo, que salió huyendo espantado ante el ataque de bandoleros o salteadores de caminos. Pero sin duda, una de las más curiosas explicaciones, que enlaza ya con la leyenda, es la que ofrece J.J. Zaldívar Ortega en su libro Las morismas de Bracho: investigación histórica de la fiesta de moros y cristianos”, relacionando este sonoro y extraño topónimo, nada menos que con Don Rodrigo y la batalla del Guadalete, donde escribe que “Los musulmanes..., al mando de su jefe Tarik, vencieron a las mal organizadas y reducidas tropas de Don Rodrigo, último rey visigodo de España; victoria que tuvo lugar en el área geográfica que hoy ocupa el célebre cortijo "Espantarrodrigo" de don Fernando Terry, donde se crían los famosos caballos cartujanos” (2).



Sea como fuere, este topónimo de Espanta Rodrigo, no es el único que infunde cierto “temor” o “miedo” y ahí está el no menos llamativo de Casa de Espantaperros, que se recoge en el Nomenclátor de 1950, o el de Rancho de Capaperros, que se emplaza frente al de la Montejaqueña, en las proximidades del cortijo del Algarrobillo en San José del Valle.



Pero si los perros deben andarse con cuidado por ciertos parajes de la campiña, aún más inquietante resulta el antiguo topónimo de Casa de Cortadedos, en la viña del mismo nombre, que se encuentra en Cerro Obregón, frente a la barriada rural de Polila, en la Cañada de Cantarranas. En la actualidad ha cambiado su nombre por el de Cibeles.



Pierde Capa, Vacía Bolsa, Malabrigo, Malduerme, La Fantasma.



Otros curiosos topónimos que aún perviven dando nombre a distintos rincones de la campiña jerezana o han quedado fijados en los mapas y planos, guardan memoria de los múltiples peligros a los que debían enfrentarse los viajeros que transitaban por los caminos en torno a Jerez. Así parece reflejarlo el de Pierdecapa, que da nombre a un paraje junto al Cortijo del Pino, donde se ubicaba el célebre Pino de la Legua, en el antiguo camino de Sevilla y que permanece aún junto a la vía de servicio por la que se llega a Ducha.

Muy elocuente es también el nombre de Haza de Vacía Bolsa, junto al Guadabajaque, que forma parte del Cortijo de Santo Domingo y que se recoge en el citado Plano Parcelario de 1904, guardando memoria de los peligros de los caminos en épocas pasadas. Se trata de tierras próximas a la antigua Trocha del Puerto, junto al



Camino de La Carrahola. Actualmente se sitúan junto a la autovía de El Puerto, en las cercanías de la Residencia Escolar del Rancho de los Colores. Creemos que este mismo topónimo, con las modificaciones propias del paso del tiempo, es el que ya se recoge en documentos del siglo XV como Cabezo de Vazía Alforjas y al que hace alusión el profesor Emilio Martín, ubicándolo en los Buhedos de Garciagos, junto al Guadajabaque, en tierras que hoy se corresponderían con los parajes cercanos al Cortijo de Santo Domingo y al Pozo de La Astera (3).



Entre La Barca de la Florida y San José del Valle, la carretera cruza por una extensa llanura arenosa, cubierta en épocas pasadas por un gran alcornocal del que ya sólo quedan bosquetes aclarados en las dehesas que ocupan este territorio. Algunas de ellas tienen también nombres curiosos, como las de Malabrigo o la de Malduerme, cortijos que figuran ya en el Nomenclátor de 1850 y que se mantienen en la actualidad. Su origen, tal vez hay que hay que buscarlo en la naturaleza del suelo y en las características topográficas de estos parajes que, tras los progresivos desmontes que estos llanos sufrieron desde el siglo XVIII, quedaron desprotegidos al perder buena parte de la cubierta arbórea, quedando expuestos a las inclemencias y carentes del refugio que el bosque ofrecía. Hoy, en las llanuras de Malabrigo crecen los cultivos de algarrobo y en la Dehesa de Malduerme se está recuperando el alcornocal.



Para terminar nuestro recorrido por estos curiosos topónimos de la campiña jerezana queremos también recordar el de Malas Pasadas, que da nombre a un paraje situado junto a la Cañada de Rogitán, en la Dehesa del Charco de los Hurones, y que, probablemente hace alusión a los peligros de los antiguos vados que, por estos rincones de la sierra, cruzaban el Majaceite. Muy explícito es también el nombre de Haza de Mal Año, tierras pertenecientes al cortijo de Mesas de Santiago, junto al antiguo descansadero de ganados.



Pero sin duda, uno de los topónimos más enigmáticos es el de La Fantasma, que da nombre a una dehesa y a un arroyo próximo al Mojón de la Víbora, en los confines orientales del término municipal de Jerez. En las laderas cubiertas de monte alcornocal de La Fantasma, pastan hoy bucólicamente las ovejas que, en los días de niebla, apenas se vislumbran y se nos antojan como inquietantes manchas blancas que se mueven entre los árboles…

Para saber más:
(1) Archivo Histórico Provincial de Cádiz.: Trabajos Topográficos. Provincia de Cádiz. Ayuntamiento de Jerez de la Frontera. Escala 1:25.000, Hoja 3, 1897
(2) Zaldívar Ortega, Juan J.: Las morismas de Bracho: investigación histórica de la fiesta de moros y cristianos, vol. 1, Zacatecas, Fondo de Cultura Zacatecana, 1998, p. 6.
(3) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz, 2004, p. 240


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte: Toponimia, Paisajes con historia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 20/12/2015

 
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