Por la Serranía de Grazalema tras los escenarios de la Batalla de Guadalete


Serranía de Grazalema desde 'Las Anderas'
Siguiendo con los artículos en conmemoración de los XIII siglos de la Batalla de Guadalete traemos aquí una curiosa versión que sitúa el lugar de la contienda en los parajes serranos donde se encuentra el nacimiento del río y de sus principales afluentes. Rafael Vargas Villalón, en su blog “Setenil Rural”, dio cuenta de las propuestas de los historiadores Ricardo Burguete y Jerónimo Bécker, quienes hace casi cien años defendieron el emplazamiento de aquella trascendental batalla de 711 en “las fuentes del Guadalete”.
Durante el siglo XIX, las tesis tradicionales sobre el lugar de la confrontación entre las tropas de Rodrigo y Tariq van a verse cuestionadas. Tras la traducción de la obra de Al-Maqqari, el Pascual de Gayangos y Arcehistoriador y arabista español Pascual Gayangos fue el primero –ya en 1840- en apuntar dudas acerca de que la famosa batalla hubiese tenido lugar a orillas del Guadalete, tal como la historiografía clásica había ya asentado. En esta misma línea se pronunciaron años después el arabista holandés Reinhart Dozy (1860), en sus estudios de la crónica bereber del s. XI conocida como Ajbar Machmua, así como Emilio Lafuente (1867), o los hermanos José y Manuel Oliver Hurtado, quienes basándose en distintas fuentes árabes plantean abiertamente que la famosa batalla se libró junto a la laguna de la Janda y el río Barbate, en su conocido trabajo “La batalla de Vejer o del lago de la Janda, comúnmente llamada del Guadalete” (1869), de cuyos argumentos nos ocuparemos en un próximo artículo. Esta misma opinión fue sostenida por el prestigioso ingeniero y arabista Eduardo Saavedra (al que debemos el faro de Chipiona) quien, con la publicación de su obra “Estudio sobre la invasión de los árabes en España” (1891), dio el espaldarazo definitivo a la tesis del emplazamiento de La Janda para la batalla entre musulmanes y visigodos.

Ricardo Burguete ReparazNo es de extrañar por ello que, cuando el mundo académico ya apostaba abiertamente por estos planteamientos resultara, cuando menos llamativa, la publicación de una nueva propuesta para la localización de la Batalla de Guadalete. Su autor, el prestigioso militar e historiador Ricardo Burguete Reparaz, héroe de la Guerra de África y condecorado con la cruz laureada de San Fernando, aportaba una visión original sumando a las fuentes literarias e históricas la visión de la estrategia militar, de los probables planteamientos bélicos de la contienda, realizados tras recorrer buena parte de la provincia de Cádiz y de las serranías de Málaga y Sevilla en busca de los posibles escenarios de la batalla.

En 1915 publica sus ideas en un trabajo que lleva por título “Rectificaciones históricas de Guadalete á Covadonga, y primer siglo de la reconquista de Asturias. Ensayo de un nuevo método de investigación é instrumento de comprobaciones para el estudio de la historia”, donde se apunta a la zona de cabecera de la cuenca del Guadalete, en el entorno de las serranías de Grazalema, Ronda y Algámitas como los probables lugares donde e enfrentaron Tariq y Rodrigo.

Jerónimo Bécker y GonzálezLas tesis de Burguete encontraron un significado propagandista en el historiador y diplomático Jerónimo Bécker y González, quien como miembro de la Real Academia de la Historia, defendió en un argumentado artículo que publica en el Boletín de esta institución (1916), la opinión de Burguete a favor de considerar las serranías donde nace el Guadalete y sus principales afluentes como un escenario mucho más acorde con la lógica militar que el propuesto por los defensores de la Laguna de la Janda como emplazamiento de la batalla. Dejemos que Becker desgrane estas ideas de Burguete:

“Tras hacer un estudio detenido de las crónicas latinas… y árabes… señalando las diferencias y las contradicciones que entre unas y otras se advierten, el Sr. Burguete ha recorrido el terreno, y tratando de ajustar á éste los relatos de los hechos, ha sacado la consecuencia de que el encuentro entre el monarca visigodo y el caudillo musulmán debió tener lugar, y tuvo lugar, seguramente, en las orillas de uno de los tres brazos del Guadalete, que es el camino más accesible, y por tanto el más militar, para penetrar en el enorme macizo montañoso conocido con el nombre de Serranía de Ronda, que forma un formidable baluarte constituido por la naturaleza…”
Al comentar Becquer la opinión de Burguete, guiado por la lógica militar, descartando la posibilidad de que el escenario fuese la Laguna de la Janda y los alrededores del Barbate, apunta:

Sierra de Grazalema-Algodonales desde 'El Terril'
“Desembarcado Tarik en Gibraltrar, si su objetivo era abrir la campaña en dirección recta á Córdoba, habría sido un desatino el encaminarse hacia el Barbate y lago de la Janda, porque dejando á su derecha y á retaguardia en parte el macizo montañoso de la Serranía, se exponía á que lo ocupase Don Rodrigo, en cuyo caso se habría visto aquél precisado á retroceder y se hubiese encontrado bloqueado en el Peñón. Gibraltar sólo carece de valor, si la Serranía está ocupada y fortificada; pero si la Serranía está abandonada y desmantelada, Gibraltar tiene un valor incalculable.

Mesas de 'Ronda La ViejaQue Tarik, al encontrar abandonada la Serranía se apresuró á ocuparla, lo demuestra el camino que siguió luego Don Rodrigo. Si aquél hubiese situado su ejército en las orillas del lago de la Janda, los visigodos, al llegar á término de Medinasidonia, no hubieran tenido más que tomar el camino alto de todos los tiempos que conduce á Alcalá de los Gazules y á Algeciras, envolviendo y rebasando la línea de Tarik, el cual se hubiese visto obligado á retirarse precipitadamente y á encerrarse en Algeciras ó en Gibraltar. Pero como Tarik estaba en la Serranía, Don Rodrigo no tenía más remedio que atacarlo en ésta; y como para apoderarse de un macizo montañoso no hay otro recurso que el de asediarlo por sus más anchas entradas y atacarlo ascendiendo con diversas columnas combinadas para obligar al enemigo á extender el frente, debilitándolo, Don Rodrigo, viniendo de Córdoba, no podía aventurarse á forzar el paso por los desfiladeros que desde El Margen (Almargen), por Teba y Cañete, conduce á las Mesas de Setenil; ni a Peñón de Algamitaatravesar los Gaitanes para embestir el frente oriental de la ciudadela de Ronda, y no le quedaba otro recurso que operar por el frente occidental en su parte norte, utilizando el amplio y accidentado portillo existente entre la prolongación del Peñón de Algamita por las sierras dé las Veguas (Yeguas) y de Algodonales, y la Sierra de Grazalema, en cuyo portillo nace, en tres brazos, el famoso Guadalete. "


Después de recorrer detenidamente el terreno, Burguete, gran estratega militar además de historiador concluye que: “Y esto es, indudablemente, lo que hizo Don Rodrigo, atacando por ese portillo, que le permitía operar con tres columnas en combinación que se apoyasen y flanqueasen para atacar, envolver y romper á un tiempo por un flanco y por el centro la línea de defensa de Tarik, que se extendía, sin duda alguna, desde las mesetas de Setenil al cerro de San Cristóbal, en Grazalema, es decir la línea de fuentes del Guadalete; y debía estar ahí la línea de defensa, porque los musulmanes no podían esperar ser atacados por otra parte viniendo Don Rodrigo desde Córdoba. Así se explica también que Tarik pidiese urgentemente refuerzos á Muza, pues la defensa de las altas mesetas de la Serranía de Ronda exige una guarnición proporcionada á su magnitud.”

Vista panorámica de Setenil de las Bodegas
“Realizándose así por parte de Don Rodrigo la operación, que en el lenguaje de la ciencia militar moderna podría llamarse «ruptura operativa», se explica que diversas crónicas arábigas digan que la batalla duró de cuatro á ocho días, pues indudablemente al ascender los visigodos por las orillas de los tres brazos del Guadalete, se verían precisados á sostener durante varios días diversos combates, porque Tarik saldría á cerrarles el paso en las estrechuras para ceder lentamente con defensa obstinada en los recuestos de la montaña, hasta que se produjo la traición que ocasionó la derrota de Don Rodrigo.

Pico de San Cristóbal - Sierra de GrazalemaPero la batalla no habría podido durar, no ya ocho días, como dicen algunos cronistas, ni siquiera cuatro, como afirman otros, si se hubiese librado en las inmediaciones de la laguna de la Janda, terreno ligeramente ondulado en el cual, sobre ser pequeño para el número de combatientes, las armas que entonces se usaban y la diferencia de fuerzas entre moros y cristianos, hacían imposible un combate de semejante duración. Y no se diga, como he oído afirmar á persona muy competente, que el encuentro comenzó en la laguna de la Janda, y que Don Rodrigo se fué retirando hasta sufrir la derrota definitiva en las orillas del Guadalete; porque esto contradice un aserto en el cual convienen todos: que la batalla se iba desarrollando en sentido favorable á los visigodos, hasta que se produjo la traición de los witizianos. Para que Don Rodrigo se hubiese ido retirando desde la laguna de la Janda, pretendiendo buscar refugio en la Serranía por el portillo del Guadalete, era preciso que desde el primer momento la suerte de las armas le hubiese sido adversa, pues nadie se bate

Grazalema
en retirada cuando va venciendo. Además, se olvida que en las inmediaciones de la laguna de la Janda todo favorecía á Don Rodrigo, que no sólo tenía fuerzas mucho más numerosas que las de Tarik, sino que contaba con abundante caballería, de la que carecían los musulmanes, y que éstos no eran árabes, sino bereberes, más acostumbrados á la guerra de montañas que á luchar en campo abierto: otra razón para creer que Tarik, en cuanto desembarcó, debió apresurarse á ocupar la Serranía.

No se sabe de ciencia cierta en qué parte de la línea de batalla cumplieron los witizianos su compromiso de abandonar á Don Rodrigo y revolverse contra él, y no parece verosímil que se El Peñón de Zaframagón visto desde la Sierra de Líjarconfiase á parientes cercanos de Witiza el mando de las columnas que formaban las alas derecha é izquierda del ejército real; pero el terreno dice que la columna que avanzaba por Zaframagón, que correspondía al brazo tercero del Guadalete, debió ser la que consumó la traición, pues siendo aquélla la destinada á envolver, se explicaría perfectamente que al trocarse en enemiga los visigodos fuesen rechazados en la hondonada que forma el río entre Puerto Serrano y Villamartín.

De este modo, acoplando á los accidentes del terreno la versión por unos y otros aceptada, procura el Sr. Burguete demostrar su tesis; y si, como dice Saavedra, donde falta el hecho positivo y comprobado, debe llenar el hueco la conjetura racional, dejando á un lado entusiasmos patrióticos, armonías sistemáticas ú opiniones admitidas por autoridad constante, si ha de ser desechado lo imposible ó contradictorio, pero buscando el sitio adecuado de donde lo haya arrancado la vulgar inadvertencia, claro es que, cuando menos, hay que otorgar a los asertos del Sr. Burguete una gran consideración. Lógica y racionalmente pensando, con un criterio estrictamente geográfico-militar, hay que admitir que la batalla se dio en el tercer brazo del Guadalete, y no debió darse en ninguna otra parte; pero ¿tenemos la seguridad de que Tarik y Don Rodrigo se atuvieron á los dictados de la estrategia? No, esa seguridad no existe, y no existiendo puede sospecharse que Tarik, encontrando abandonada la Serranía, no la ocupó, y que teniendo fuerzas muy nferiores á las

Sierra del Tablón - El Terril
de su adversario, no vaciló en aceptar el combate en un terreno que le era desfavorable; como puede sospecharse también, que Don Rodrigo, pudiendo realizar, un movimiento envolvente, que hubiese obligado á retirarse á los moros, prefirió atacar de frente. Porque toda esta serie de errores, cometidos por una y otra parte, es preciso admitir para creer que la batalla se dio en el lago de la Janda.

Y no se diga, para justificar esa supuesta ó efectiva conducta de Tarik, que éste contaba con la traición: un caudillo medianamente prudente no puede arriesgar su ejército por la esperanza de que una parte de los enemigos abandone sus banderas. En la Serranía, si la traición no se consumaba, habría podido irse retirando poco á poco hasta encerrarse en Gibraltar: en la Janda, sin la traición de Sisberto, estaba perdido. Sin embargo, admitimos que esos errores pudieron cometerse, y por tanto no aceptamos de plano la explicación del Sr. Burguete. Nos parece muy verosímil, muy lógica, pero nada más de momento.”

Vista de la Sierra Líjar desde Zahara
Como ven, la Batalla de Guadalete y su escenario, fueron objeto de numerosos estudios y debates académicos que en buena parte no han sido resueltos todavía, XIII siglos después, como veremos en otros artículos.

Otros artículos sobre La Batalla de Guadalete publicados en "entornoajerez"

Caminos milenarios en torno a Jerez. Un recorrido por la "Ruta Jacobea Jerezana"


En el marco e las I Jornadas Jacobeas en Jerez que se están celebrando en estos días de julio , organizadas por la Asociación Jacobea de Jerez "Sherihs", el próximo miércoles 24 de Julio tendrá lugar una charla presentación de la propuesta del Camino Jacobeo Jerezano.

El acto tendrá lugar en la sala Salvador Díez del palacio de Villavicencio, en el Alcázar de Jerez, a las 20:00 horas. Con el título de Caminos Milenarios en torno a Jerez, presentaremos  en la charla, junto a mis compañeros del Centro de Estudios Históricos Jerezanos Jesús Caballero y Jesús Montero, un recorrido por los caminos antiguos y medievales que dan en parte soporte a esta propuesta de la asociación Jacobea Jerezana.

En mi exposición me centraré en la última parte recorriendo el trayecto de Jerez a El Cuervo, tomando como referencia un tramo del antiguo Camino de Lebrija o carretera de Morabita, presentando los numerosas atractivos paisajísticos, históricos, etnográficos y culturales de este antiguo camino.

La asistencia es libre hasta completar aforo. ¡Estáis todos invitados!


Algunas de las imágenes que proyectaremos en la charla.




En el 150 aniversario de la traída de aguas a Jerez.




Con más pena que gloria, entre el olvido institucional y ciudadano, hemos dejado pasar una de esas FECHAS HISTÓRICAS para nuestra ciudad como la del ciento cincuenta aniversario de la traída de las aguas del Tempul.

La fuente del Arenal, construida para la ocasión, abrió sus surtidores en un acto oficial celebrado el 16 de Julio de 1869, simbolizando en él la ansiada llegada de las aguas desde el manantial de Tempul hasta Jerez. Sin embargo, conviene recordar que fue el 22 de junio de 1869 a las cinco de la tarde cuando el agua comenzó a fluir por el acueducto, llegando a los depósitos instalados en el cerro del Calvario (que desde entonces se llamarían de Tempul) a las nueve y cincuenta minutos de la mañana del 23 de junio de 1869, tardando así en recorrer los 45.600 m de longitud de la obra un tiempo aproximado de 17 horas, coincidiendo con los cálculos efectuados por el ingeniero.



La ciudad celebró aquel acontecimiento por todo lo alto ya que suponía un logro verdaderamente histórico tal como quedó plasmado en las medallas, memorias, artículos y poemas, recogidos muchos de ellos en "El álbum de las aguas". El ingeniero Ángel Mayo, autor del proyecto recibió por esta magna obra los máximos honores bautizándose con su nombre una de las calles de la ciudad.

Pero este es el final de una historia que empezó, hace ahora ciento cincuenta años, en una ciudad sedienta: el Jerez de mediados del XIX. Vamos a recordarla.

    


Una ciudad sedienta.

Desde el siglo XVI, de manera recurrente, el concejo jerezano anduvo embarcado en dos grandes empresas: la traída de aguas y la canalización del Guadalete y su unión con el Guadalquivir. Si bien la mejora de la navegación por el Guadalete y, el sueño de acercar el río y el mar a los pies de la ciudad ha conocido tantas frustraciones como proyectos se han sucedido en todos estos siglos, el abastecimiento de agua potable se convirtió en uno de los mayores logros de la historia de Jerez.

A mediados del XIX Jerez era ya una de las grandes ciudades del país. En plena expansión y con más de 60.000 habitantes, no había resuelto todavía el problema del abastecimiento de agua potable llegando a afirmarse que era más fácil conseguir un vaso de vino que uno de agua. Desde los pozos y manantiales ubicados en las cercanías del casco urbano, el agua llegaba a las escasas fuentes públicas de Jerez, dependientes del Ayuntamiento o de particulares, que la distribuían y vendían por la ciudad a través de los aguadores. Estos menguados recursos proporcionaban poco más de cuatro litros por habitante y día, cuando las necesidades que reclamaba una ciudad como la nuestra se estimaban en unos ciento cincuenta litros.

No es exagerado afirmar que la necesidad de dotar a la ciudad con un suministro estable era uno de los principales sueños colectivos. Un sueño que se había visto frustrado en los siglos anteriores, debido a que los proyectos planeados tropezaban con dificultades técnicas y económicas insalvables. Como señalaba la Revista de Obras Públicas (1869) “El abastecimiento que se hacía en los algibes y el caudal de algunas fuentes particulares no eran a veces suficientes para llenar las necesidades del vecindario, y a consecuencia de ello resentíase la salud pública, y la vegetación en los alrededores de la localidad, y en los paseos eran tan escasas, que no sin gran trabajo se salvaban los árboles plantados para mejorar las condiciones higiénicas y climatológicas de la ciudad”

Consciente de esta gran necesidad, el Gobernador Civil de la provincia Sr. Méndez Vigo, se propuso retomar las iniciativas y solicitó la colaboración de la Real Sociedad Económica. El propósito que se planteaba entonces era llevar a cabo una obra que permitiera el abastecimiento conjunto de las ciudades de Jerez y Cádiz, de manera mancomunada, tomando el agua en la confluencia de los ríos Majaceite y Guadalete. Sin embargo, en 1861, la Real Sociedad Económica desestimó la propuesta al no considerar adecuado el lugar de la toma (Junta de los Ríos), de dudosas condiciones sanitarias. A ello había que añadir además que se dañaban los intereses de los agricultores ribereños y de los molinos instalados en sus cauces. Como alternativas se plantearon la traída de aguas desde los manantiales de la Sierra de Gibalbín, de los situados en Mesas de Asta o de los pozos de La Piedad, en el valle de Sidueña, junto a Doña Blanca.

Los primeros proyectos.

Será a mediados del siglo XIX, cuando ingenieros de diferentes empresas nacionales y extranjeras realicen estudios en la zona al objeto de tratar de resolver el problema de abastecimiento de las principales ciudades de la provincia. Así, el 19 de enero de 1861, el diario local “El Guadalete” publicaba los datos de los aforos del manantial de Tempul que había realizado el ingeniero francés Pablo Roaulht de Fleury. Las mediciones, tomadas de su caudal “…por orden y en presencia del señor alcalde corregidor era muy reducido por la escasez de agua de los años anteriores y del verano de 1852 daba 54 pulgadas fontaneras. El agua de Tempul deposita mucha toba o sea carbonato de cal”. La escasez de estos caudales (medidos en un año especialmente seco) y la “mala calidad” de las aguas, descartaban este manantial, a juicio del ingeniero francés, quien en el mismo informe daba cuenta también de la visita que realizó a los manantiales de la Sierra de Gibalbín.

Al ser un tema de interés público, la prensa escrita del momento se hacía eco de estos debates, apostando por una solución “local”, que pasaba por realizar la traída de aguas desde los ríos Guadalete o Majaceite o de los manantiales del Tempul, de la mano de una Sociedad que contara con la participación del Ayuntamiento y de las “fuerzas vivas” de la ciudad. Así las cosas, se constituye la Sociedad Anónima de Abastecimiento de Aguas potables y Riego de Jerez de la Frontera, bajo la presidencia de Rafael Rivero de la Tixera, encargándose al prestigioso ingeniero Ángel Mayo los estudios necesarios que comenzará, sin demora, en el mes de agosto de 1861. En su “Memoria relativa a las Obras el Acueducto de Tempul” estima que el volumen de agua que llegaba a Jerez procedente de fuentes y pozos era de 216 m3 diarios, cantidad a todas luces insuficiente. Era necesario, por tanto, conocer detenidamente los recursos del entorno y analizar todas las opciones posibles que permitieran dotar a la ciudad de un abastecimiento estable y en cantidad suficiente para las crecientes necesidades de su población y de una industria vinatera en clara expansión.

En busca del agua con el ingeniero Ángel Mayo.

Desde agosto de 1861 y durante varios meses, Ángel Mayo recorre el término de Jerez y los de otras poblaciones de la provincia aforando fuentes y manantiales para estudiar las posibilidades de la conducción de sus aguas a la ciudad. En su periplo visitará los manantiales y pozos de Mesas de Asta, de la Sierra de Gibalbín (La Torre, Las Navas, Romanina, …), así como los de San Andrés, en las cercanías del cortijo del mismo nombre, entre Arcos y Bornos.

También estudiará la posibilidad de realizar tomas, mediante la construcción de azudes, en el Río Guadalete, en el lugar conocido como Cerrada o Angostura de Bornos (donde casi un siglo después se construiría la presa), en el propio río Majaceite a la altura de la Angostura de Arcos, o en el Guadalete en la zona del Puente de La Cartuja, el punto más próximo a Jerez, con aguas de peor calidad que sería necesario elevar mediante bombeo utilizando máquinas de vapor.

En su afán por asegurar el abastecimiento, Ángel Mayo exploró también fuentes y manantiales de localidades próximas, como los de La Piedad, en el Puerto de Santa María, los diferentes manaderos de la sierra del Calvario en Bornos, o la copiosa fuente del Nacimiento, en Benamahoma, que aunque muy alejada de nuestra ciudad era y es la más caudalosa de la provincia. Ya en nuestro término, pero en puntos mucho más alejados de Jerez, aforó los manantiales de la sierra del Aljibe o los de Ortela, en las faldas de Montifarti, frente a la Jarda. En su periplo no de dejó de visitar el conocido manantial de Tempul, cuyas virtualidades había descartado ese mismo año el ingeniero francés P. Rouaulth que apostaba por traer a la ciudad el agua desde el río Guadalete en el Puente de Cartuja, mediante una estación de bombeo movida por una máquina de vapor que elevaría el agua hasta un depósito ubicado en el Cerro del Real (Lomopardo), desde donde llegaría a la ciudad por gravedad.

Junto a estos manantiales, Ángel Mayo aportó también en su Memoria nuevos estudios de otros puntos de abastecimiento próximos a la ciudad como las Fuentes de La Canaleja, La Teja, el Clérigo, La Vaquera o Pedro Díaz, ubicadas en el Pago de Montealegre, en las vertientes de Albadalejo y Los Albarizones.

El manantial de Tempul como solución

En este periplo “en busca del agua” Mayo fue descartando, por razones muy diversas, la mayoría de los puntos estudiados. Si bien los manantiales del Aljibe, Ortela y Benamahoma presentaban aguas de buena calidad, en la práctica quedaban demasiado lejos de Jerez, lo que encarecía notablemente su posible conducción. Otros como los de Bornos y La Piedad, abastecían ya a otras poblaciones y se utilizaban para el riego de huerta, por lo que planteaban un posible conflicto de intereses. Los manantiales de Gibalbín, Mesas de Asta, San Andrés o la Canaleja, eran irregulares y tenían caudales escasos, como los pozos y fuentes de las proximidades de la población…

Así las cosas, las opciones finales se centraron en tres posibles puntos: el río Majaceite en la Angostura de Arcos (donde se levantaría medio siglo después la presa de Guadalcacín), el Río Guadalete en una zona próxima al Puente de La Cartuja, y el manantial del Tempul, al que en caso de necesidad, se podían sumar las aguas de los manantiales del Aljibe.

Después de estudiar los presupuestos económicos y los proyectos técnicos de las tres opciones, se apostó por las fuentes de Tempul, situadas a 46 km. de la ciudad en la falda de la Sierra de Las Cabras, en razón de la potabilidad de sus aguas certificadas por la Academia de Medicina de Madrid, a las que no sería necesario aplicar los costosos filtros requeridos para las otras opciones. Junto a ello, la altura adecuada del manantial, que permitiría su conducción rodada por gravedad hasta la ciudad, sin necesidad de maquinaria para su elevación, supondría también un ahorro de costes. A todo esto había que añadir la suficiencia de su caudal que, aunque menor del que podía tomarse de los ríos, bastaba para las necesidades calculadas. Después de su largo periplo, ángel mayo había llegado a la misma solución que los ingenieros romanos habían adoptado casi dos mil años atrás cuando se construyó el acueducto de Tempul a Gades, una de las obras públicas más notables de la antigüedad.

Sin mucho tiempo que perder, en Junio de 1863 se autorizan las obras y en mayo de 1864 se iniciarán los trabajos de acuerdo al proyecto de Ángel Mayo que, no sin dificultades, posibilitarían finalmente que “el día 16 de julio de 1869, coincidiendo con la fiesta en honor de la Santísima madre del Carmelo, las aguas del rico e inagotable manantial de Tempul se elevaron a gran altura, y corrieron por primera vez por nuestras calles y plazas…”.



La ciudad contrajo una deuda de gratitud con el célebre ingeniero que en esos mismos años también intervino en el proyecto de la primera línea de ferrocarril de Andalucía de Jerez al Trocadero. No es de extrañar por ello que se sintiera con gran pesar la noticia de su muerte, el 24 de Agosto de 1884, tras las graves heridas sufridas en un accidente ferroviario en las proximidades de Astorga, cuando contaba con 57 años de edad.



Su periplo por nuestras tierras “en busca del agua”, y los frutos de sus proyectos y de su riguroso trabajo, bien merecen ser recordados ahora que se cumplen ciento cincuenta años de aquella magna obra que fue la traída de las aguas del manantial de Tempul a la ciudad.


Para saber más:
- Arcila Garrido, M.Luis.: La figura de Ángel Mayo vista por la prensa de la época" en Aguas de Jerez. Tempul: entre el medio natural y la técnica hidráulica. Coord. J. M.Barragán Muñoz, Ed. Ajemsa. Jerez de la Frontera, 1993. Las ilustraciones de los aguadores en la fuente de Los Albarizones y de los planos de Proyecto del Acueducto del Tempul, han sido tomados de esta obra.
- Barragán Muñoz, M. Coord.: Agua, ciudad y territorio. aproximación geohistórica al abastecimiento de agua a Cádiz. Ed. Servicio de Publicaciones de la UCA, Cádiz, 1993.
- Barragán Muñoz, M. Coord.: Aguas de Jerez. Evolución del abastecimiento urbano. Ed. Ajemsa. Jerez de la Frontera, 1993.
-Inauguración de las Aguas de Tempul. Revista de Obras Públicas. 1869. Tomo 15-2, pg. 177


Otras entradas sobre Fuentes, manantiales y pozos...

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 05/10/2013

La pesca en el Guadalete.
Una mirada ciento cincuenta años atrás.




Publicada el 5 de julio de 2015

La fauna piscícola en el Guadalete y sus afluentes se limita en la actualidad a muy pocas especies. Al margen de las exóticas introducidas en los embalses, las tres más representativas de nuestro río son el barbo, la boga y el cachuelo. La colmilleja, un pequeño pez alargado que vive asociado al fondo del lecho fluvial, se ha detectado también en los tramos más bajos, al igual que el fartet, un pez de pequeño tamaño en peligro de extinción. Este endemismo de la fauna ibérica, que está presente en algunos arroyos y caños del estuario del Guadalete, esta adaptado tanto a la vida en agua dulce como a las aguas salobres próximas al litoral (1).

Sin embargo, antes de la construcción de las presas y azudes, auténticas barreras infranqueables para la mayoría de los peces, en las aguas del Guadalete existía una gran variedad de especies piscícolas migradoras que a través del estuario remontaban el curso del río para desovar aguas arriba y llegaban también hasta alguno de sus principales afluentes. La anguila era frecuente en las aguas del Majaceite, Guadalporcún y en el propio Guadalete, donde quizás fueran también esporádicas las lampreas y diferentes especies como lisas y róbalos. (1)



Una rica fauna piscícola que se ha perdido.

Una pista aproximada de la rica variedad de peces que poblaban las aguas de nuestro río podemos obtenerla en algunos textos del historiador jerezano Joaquín Portillo, quien en varias de sus obras apunta las que se pescaban a mediados del siglo XIX cuando el curso bajo, desde el puente de Cartuja hasta el Puerto de Santa María, se encontraba libre de presas y azudes y la carrera de la marea llegaba hasta aguas arriba del Monasterio. En sus Noches Jerezanas (1839), describiendo los frutos que aporta el campo a los mercados apunta también que “…y para que nada falte a sus apetitos, el Guadalete abunda en sábalos, róbalos, albures, barbos, bogas y anguilas, con que muchas veces suple la falta de pescados que niega el mar en sus grandes alteraciones y temporales” (2). Se mencionan aquí, junto a las especies autóctonas propias de agua dulce (barbos y bogas), otras que llegan desde el mar que, como los sábalos, constituían el principal aporte en la dieta de pescado de la población local.

En otra de sus obras, Joaquín Portillo amplía esta nómina de especies piscícolas y nos proporciona, además, algunos datos sobre las artes de pesca más habituales utilizadas en el río. Así, en sus Concisos Recuerdos de Jerez de la Frontera (1847), señala que: “Tan antiguo Río, abunda en sábalos o trisas, cogiéndose un año con otro unos 6.000 con velos y zarampañas con el llamado tablonazo, que ponen en el molino denominado del Puente de Cartuja; a más cría la delicada y sabrosa trucha, la cabezuda liza, el gustoso aunque espinoso barbo, la larga, ligera y delgada anguila, el suave, sano y sumamente blanco albur, y la poca espinosa boga, con que infinitas ocasiones, suplen la falta de pescados, que niega el mar, en sus grandes alteraciones y temporales” (3). Aunque como vemos, la “coletilla” final es la misma, su descripción es de un inestimable valor, en cuanto que apunta la existencia en el curso bajo del Guadalete, en las inmediaciones del Puente y del Monasterio de La Cartuja, de especies que desde la década de los sesenta del siglo pasado ya no han vuelto a poblar sus aguas.



La pesca del sábalo y las zarampañas.

No cabe duda, leyendo a Portillo, de que el Guadalete fue en otros tiempos un río lleno de vida, con una rica fauna piscícola que desapareció de su curso bajo con la contaminación y la construcción de azudes y presas.

Por esta razón, la pesca, actividad tradicional a la que hasta finales de la década de los sesenta del siglo pasado se dedicaban muchos vecinos de La Corta y El Portal, ha dejado de ser una fuente de ingresos complementaria con la que contaban las familias que residían en estos lugares. La estampa que Joaquín Portillo nos presenta en 1847 pudo contemplarse también hasta hace algo apenas medio siglo, cuando se pescaban en el Guadalete lisas, sábalos, róbalos, anguilas y angulas… incluso corvinas, lenguados y palometas.

Atrás quedan los tiempos en los que más de 150 personas vivían directamente de la pesca. A mediados de los sesenta del siglo pasado treinta y seis familias tenían a su cargo otras tantas zarampañas (o zalampañas).

Este arte de pesca tradicional consistía en una gran red rectangular, dos de cuyos extremos se amarraban con cabos a sendos postes o árboles de una orilla del río, mientras que los otros dos eran elevados por medio de tornos situados en la orilla opuesta, cuando la red estaba llena. Los peces quedaban retenidos en una especie de bolsa en el centro de la red (zambullo). Colocando las barcas debajo de la misma y abriéndola, se recogía la “cosecha” de pescado. Lo recuerda el escritor Manuel Ruiz Lagos en Guadalete espejo oscuro: “…Guadalete, en sus efímeras y planas aguas, era el tiempo retenido en el reflejo, musitado en su leve oleaje que traía, de vez en vez, el aroma de la alta marea y el olor de los barros yodados de la bajamar. El crujir de la zarampaña, en cuyo vientre saltaban los sábalos futuros del adobo casero, atrapados junto a la vieja azucarera que, allá en el Portal, levantaba sus escuálidos muros, desmonte de una fábrica que quiso ser y no pudo”.



Los puestos donde se tendían las zarampañas (36 a partir de La Corta y hasta la desembocadura) eran subastados entre los pescadores por un periodo comprendido de noviembre a marzo, mientras duraba la veda. Durante esta época no faltaban en los mercados de Jerez pescados procedentes del Guadalete, que eran capturados, además de con la mencionada zarampaña, con otras artes como trasmallos, e incluso con cañas (4).

Con la construcción del azud móvil hace unos años se perdió la oportunidad de instalar escalas de peces que posibilitaran el remonte, río arriba, de las especies del estuario que ya no pueblan sus aguas. En todo caso, existe la posibilidad física de que la apertura de las compuertas pueda permitir que la fauna piscicola llegue al menos hasta La Corta, donde ya la represa existente supone una barrera infranqueable.



¿Volveremos a ver en el río las especies que mencionaba Joaquín Portillo en 1847? ¿Será el Guadalete, de nuevo, un bullir de lisas y sábalos, de anguilas y albures? Esperemos que así sea.

Para saber más:
(1) Clavero Salvador, Juan.: El Guadalete empieza a vivir. Campaña ciudadana para la recuperación de un río. Sevilla, 2004.
(2) Portillo, Joaquín.: Noches Jerezanas. Tomo Segundo. Imprenta de D. Juan Mallén. Jerez, 1839. pp. 165
(3) Portillo, Joaquín.: Concisos Recuerdos de Jerez de la Frontera. Año de 1847. Edición facsimil. B.U.C. Ayuntamiento de Jerez, 1992, p. 42.
(4) García Lázaro, A. : El Guadalete, Cuadernos de Jerez. Cuaderno del Profesor. Ayuntamiento de Jerez, 1989. pp.55-57.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 5/07/2015

 
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