Por los Llanos del Valle.
Al encuentro de la berrea




Las carreteras secundarias, esas “carreteras con encanto”, poco transitadas, por las que podemos circular a velocidad moderada o parar en cualquier recodo del camino para disfrutar del paisaje, han tenido siempre para nosotros una especial atracción. Hoy les proponemos pasear por la que desde San José del Valle conduce al Puerto de las Palomas a través de un hermoso rincón: los Llanos del Valle.



Se trata de la CAP-0567, una carretera que hasta 1997 apenas tenía asfaltados cuatro kilómetros y que fue remodelada como alternativa a los caminos que quedaron inundados tras la entrada en servicio de la presa de Guadalcacín II. La ruta sigue, en su mayor parte, el trazado de una antigua vía pecuaria: un ramal de la Cañada de Albadalejo y Cuartillos conocido como “Cañada Real del Boquete o Llanos del Valle".

El Boquete y la Garganta del Valle.



La conocida Venta de “El Boquete” es la puerta de entrada a estos apartados parajes de los Llanos del Valle. En sus primeros kilómetros la carretera discurre por un terreno quebrado a través de la angostura que ha labrado el Arroyo del Valle entre los Cerros de El Boquete (izquierda) y Gurugú (derecha). Este arroyo, también conocido como Garganta del Valle o arroyo Jondo (en el mapa de Tomás López, 1787), es tributario del Majaceite y se forma por la unión de las aguas de otros cauces menores que discurren por los pequeños valles que se abren entre las sierras cercanas: arroyos de La Mirla, de Bujalance, de los Toreros, del Moro, del Majadal, de los Llanos del Valle…



Los topónimos de “El Boquete”, y de “Garganta del Valle” pueden estar relacionados con la estrechez del paso entre estos montes en cuyas laderas, junto a la cuneta de la carretera, afloran en muchos puntos los estratos rocosos de materiales cretácicos, fuertemente fracturados y plegados, que han dado lugar a estos relieves y que han sido erosionados por las aguas de estos pequeños cursos fluviales y quedan al descubierto.

Apenas hemos recorrido dos kilómetros cuando a la izquierda dejamos la entrada del hotel y restaurante El Acebuchal, donde se ha instalado también un campo de tiro. Se trata de nuevas actividades que van dando forma a la oferta de turismo rural a la que San José del Valle se está incorporando desde hace unos años. Frente a él, quedan las tierras del antiguo Rancho del Contrabandista. Por estos parajes veremos diseminadas entre el monte adehesado casas de labor, “ranchos”, pequeños cortijos...




Si hasta aquí el camino ha discurrido por entre lomas cubiertas de monte bajo, a partir del km 3 el paisaje se abre, especialmente en la margen derecha de la ruta, donde aparecen las suaves laderas de Sierra Labrada, topónimo que nos apunta el ya antiguo uso agrícola de estas tierras.

A la altura del Km. 4, llama nuestra atención a la derecha de la carretera, la entrada a la finca de Los Llanos del Valle.

En los pilares de la cancela, unos curiosos azulejos en los que puede leerse “Llanos del Valle, 1918”, dan pistas claras del origen de esta explotación agropecuaria, cuyo caserío se encuentra algo más alejado del camino, en las laderas de la Loma de los Poyales. Como dato significativo diremos que en el primer mapa topográfico de la zona editado en 1917 por el I.G.N., no figuran ni las casas ni el topónimo de esta finca que da nombre a todo el valle.


La carretera discurre ahora por un paisaje abierto, una gran llanada, que justifica el nombre de la Dehesa de Los Llanos del Valle. En ambos lados, y en especial a la derecha, en las faldas de la Loma de los Poyales, crecen extensos prados sobre los que pasta el ganado. Entre los km. 5 y 6 junto al camino, algunas casas de los colonos que tiempo atrás residían estas tierras, resisten el natural deterioro del paso del tiempo y guardan el sabor propio de la arquitectura popular. Décadas atrás, el antiguo IRYDA realizó parcelaciones en los Llanos para mejorar la explotación agrícola de estos terrazgos como indican los carteles, ya oxidados y descoloridos, que aún pueden verse junto a la carretera.

Por las faldas de Alazar.

En los pequeños cerros que por este lugar salpican el paisaje no faltan algarrobos, acebuches, lentiscos, o encinas, así como la vegetación propia del monte mediterráneo entre la que pueden verse también, criándose entre los prados y las arboledas, vacas, caballos, ovejas, cabras o toros de lidia. Estos últimos llamarán a buen seguro la atención del viajero al pasar junto a los campos de la Dehesa del Romero, (a la altura del km. 7, a la izquierda) donde un buen número de reses pastan entre acebuches y encinas entre las que se adivina también un tentadero.



A la altura del Km. 8 reclama nuestra mirada, a la izquierda de la carretera, una estrecha garganta que se forma entre las faldas de la Sierra de la Sal (cuyo nombre original era Alazar) y la de Las Cabras.



Se trata de dos formaciones calizas de edad jurásica cuya línea de cumbres es prácticamente horizontal debido a la peculiar disposición de los estratos rocosos que las constituyen. La Sierra de la Sal nos ha venido acompañando a la izquierda desde los inicios de nuestro recorrido, mientras que la de La Cabras nos escoltará a partir de este punto hasta las cercanías del Puerto de Las Palomas.



La garganta se conoce con el nombre Boca de la Foz (o de la Fox), angosto desfiladero labrado por el Arroyo de Bogas entre los estratos calizos de este gran lomo rocoso en forma de arco, que ha sido cortado a pico por las aguas. Llegados a este punto hacemos un alto en la carretera, junto a la entrada de las casas del antiguo cortijo de La Cortés Baja donde arranca la Cañada de Bogas o de Boca de la Foz.



Aprovechamos así para disfrutar del paisaje y dar un corto paseo de apenas un kilómetro por esta vía pecuaria que cruza toda la garganta y que en tiempos pasados era la vía de comunicación entre la Ermita del Mimbral (nudo de confluencia de otros caminos rurales) y Alcalá de los Gazules.



La cañada sirve de límite al Parque Natural de los Alcornocales, como indican los carteles que encontraremos en su recorrido, y que encierra en su perímetro el macizo rocoso de la Sierra de las Cabras, que queda frente a nosotros a la derecha.



Paseando por este antiguo camino, entre encinas y acebuches, cruzaremos el arroyo por antiguas “pasadas” y llegaremos hasta un descansadero donde aún se conserva el Pozo de la Fox, con sus tradicionales pilares labrados en piedra. En sus inmediaciones afloran los estratos calizos que nos revelan la naturaleza geológica de esta sierra y cuya orientación, casi vertical, dan a estos relieves su carácter abrupto.

A partir de este punto la vegetación se hace más densa y a medida que nos aproximamos a la angostura de la garganta apreciamos ya los farallones pétreos que se alzan en las paredes de la Boca de la Foz, donde no es extraño observar grandes rapaces y buitres sobrevolando estos parajes.

(Continuará...)

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros temas relacionados en nuestro blog enlazando con Entornoajerez. Rutas y Paseos y Por los Llanos del Valle y el Puerto de las Palomas. Una carretera secundaria con “encanto” (y II)

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 20/09/2015

Con Antonio Ponz en el patio de La Cartuja.
Una visita en 1791 con noticia de unos curiosos árboles.




Entre los numerosos viajeros ilustrados que visitaron Jerez, destaca sin duda Antonio Ponz Piquer (1). Nacido en 1725, nuestro personaje cursó estudios de Filosofía y Teología, sintiendo también gran atracción por el conocimiento de las lenguas extranjeras y la Historia y, especialmente, por el dibujo y la pintura. Tras una estancia en Italia, regresa a Madrid en 1765, coincidiendo con la expulsión de los jesuitas, siendo comisionado por Campomanes -ministro de Carlos III- al objeto de que estudiase las pinturas existentes en los colegios que la Compañía de Jesús había tenido en Andalucía, con el fin de seleccionar las más relevantes para su exposición en la Academia de San Fernando.

Junto a los informes sobre el patrimonio artístico y monumental que motivaron sus primeros viajes, Ponz realizará numerosas anotaciones de los más variados aspectos. De esta manera, incluye en sus escritos otras observaciones de carácter urbanístico, social y económico de las ciudades y pueblos que visita, así como numerosas referencias a las costumbres populares, la industria, la agricultura o las fuentes de riqueza de los distintos territorios que recorre. De todas estas cuestiones dará cuenta en su magna obra titulada “Viage de España o Cartas en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella”. Sus 17 tomos, publicados entre 1772 y 1794, aportan valiosos datos para conocer con gran detalle la España del último tercio del siglo XVIII.

Antonio Ponz, los árboles y Jerez.



Entre las regiones que Ponz visitó con mayor detenimiento destaca Andalucía, a la que dedicó el tomo IX de su “Viage de España” publicado en 1780 y, más adelante, los tomos XVI, XVII y XVIII, fruto de sus recorridos por nuestra tierra entre 1789 y 1791. Aunque el último de ellos está dedicado en una buena parte a la provincia de Cádiz y aparecen menciones a Jerez, es el tomo XVII el que incluye los textos relativos a las visitas que realiza a nuestra ciudad.

Como buen ilustrado, además de su interés por el arte y la cultura, muestra una gran preocupación por el fomento de la agricultura y el arbolado, encontrándose a lo largo de toda su obra numerosas referencias a la necesidad de plantar árboles y a “… los males que experimentamos por su falta”.



No es de extrañar por ello que cuando en 1791 -un año antes de su muerte- visita la ciudad, nuestro viajero ilustrado ponga el acento también en estas cuestiones. Ya en el camino desde Sevilla a Jerez, da muestras de este interés y al describir el trayecto hasta el cortijo de Torres de Alocaz, donde pernocta, apunta que “… el territorio es excelente para cosechas de granos, pero desnudo de arboledas á lo regular”. Desde Alocaz continúa camino hacia El Cuervo, anotando también que ”… se alcanzan á ver los Pueblos de los Palacios, y Las Cabezas, interpuestas grandes llanuras, la mayor parte de ellas peladas de árboles”. (2)



A su llegada a Jerez, junto a las descripción general de la ciudad, de sus calles y edificios de interés, o a los comentarios sobre su patrimonio artístico, la agricultura o las bodegas (de lo que nos ocuparemos detenidamente en otra ocasión)… Ponz comienza dando noticias de las arboledas que flanquean los accesos a la ciudad o de los árboles de calles y alamedas que en “…las entradas del lado de Utrera y del Puerto de Santa María, el corregidor José Eguiluz ha ordenado plantar”. Con respecto a la primera, viniendo de Sevilla, Ponz se recrea en la descripción: “Esta entrada de Xeréz de la Frontera se las puede apostar á las de cualquiera otro Pueblo por hermoso que sea, y juntamente es un paseo delicioso para los vecinos de la Ciudad, con asientos y verjas en ámbos lados, y entre huertas, arboledas de palmas, granados, naranjales, y otros árboles de clima suave. Aunque dichas verjas son al presente de madera dada en verde, entre pilares de fábrica, puede creerse que más adelante se vayan haciendo de hierro, según veo que piensan estos Señores Xerezanos, y su zelosísimo Corregidor, quien tuvo el encargo de dirigir este famoso camino nuevo desde una legua ántes de Xeréz hasta Cádiz. El expresado paseo y entrada tiene de largo cerca de mil pasos, con alguna elevación respecto al resto de la campiña, cultivada de dilatadísimos viñedos, de los quales y de su precioso producto hablaré luego. Empieza el paseo por una plaza circular y continúa lo demás á modo de galería hasta la Ciudad” (3).

Esta descripción de Ponz de la entrada de Sevilla, coincide en buena medida con otras que se realizaron en el siglo XIX y aún, con las imágenes del antiguo Paseo de Capuchinos de comienzos del XX que han llegado hasta nosotros.



En el monasterio de La Cartuja ante unos curiosos árboles.

Como no podía ser de otra manera, Ponz visita el monasterio de la Cartuja ofreciendo una detallada descripción de sus riquezas artísticas y monumentales de las que da cuenta en la Carta VI, Tomo XVII de su Viage de España.

En este relato hay también sitio para su interés y curiosidad por los árboles que encuentra en el camino, donde le llaman la atención



las “piteras”, las populares pitas o agaves que se nos muestran en muchos grabados del siglo XIX sobre la Cartuja: "No era cosa de marchar de aquí sin hacer una estación en la celebre cartuja, distante poco más de media legua de la ciudad, a su lado de Oriente, hasta donde se va por camino algo hondo pero frondosísimo por ambos lados de árboles y piteras, y lo mismo son otras entradas de la ciudad que llaman callejones, y en



algunos trechos lo parecen”
(4). Ponz describe el antiguo acceso desde Jerez a la Cartuja, que transcurría en parte por la actual Hijuela de Pinosolete. Eran los conocidos “callejones”, estrechos caminos entre los campos, con sus orillas flanqueadas por los árboles que les daban un aspecto umbroso y cerrado, como de galería cubierta por las copas de álamos, olmos y frutales.


Al llegar a la Cartuja, se ocupa también de describir los árboles de sus claustros, patios y alrededores: "El monasterio está rodeado de olivares y otras arboledas, con porción de huertas y nuevos plantíos que tienen por su lado de mediodía, entre el río Guadalete y dicho Monasterio…"

Sin embargo, un árbol le llama la atención por su rareza y su curiosidad de hombre ilustrado le hará después averiguar datos sobre él: “…En el primer patio del monasterio encontré algunos árboles que jamás había oído nombrar, y los llaman agriones, conocidos acaso la primera vez en Motril, de donde vino la simiente.

Crece mucho esta planta en el término de ocho años, y es de excelente madera. Echa una flor de cinco hojas muy parecida al jazmín, con su cáliz en medio: la fruta es como una avellana chica de cinco ángulos, y en cada uno hay una simientita negra muy parecida a las de las manzanas: la hoja del árbol es semejante a la del fresno. Con dichas frutillas, que son durísimas se hacen cuentas de rosarios. Este árbol convendría de infinito multiplicarlo, particularmente por estas tierras
" (5).



Este curioso árbol es sin duda el cinamomo (Melia azedarach), también conocido como melia o agraz, especie que nuestro viajero ilustrado no había visto en ninguno de sus anteriores viajes por España y Europa y que ahora, en 1791, a sus 66 años se encuentra en el patio de La Cartuja. El “agrión” era, a buen seguro toda una rareza.

Originario del sur y este de Asia, se cultiva España desde el siglo XVI y ya en 1762 lo cita el célebre botánico José Quer, si bien no será hasta el siglo XIX cuando se utilice como especie ornamental en calles y plazas. En nuestra ciudad fue especie habitual en buena parte de los jardines y paseos y aún puede ser visto en numerosos puntos (Bda. España, La Constancia, La Granja, Ronda Este…).

Las observaciones de Ponz sobre esta especie son muy acertadas tanto en la descripción de las flores como en lo referentes a las hojas, que encuentra muy parecidas a las del fresno (Fraxinus sp.). No en balde el nombre genérico de “melia” (derivado del nombre griego del fresno) fue dado por Linneo en razón de la semejanza de sus hojas con las de dicho árbol. Pero sin duda, lo que más llama la atención de Antonio Ponz son las “frutillas”, durísimas “con las que se hacen cuentas de rosario”.



No le falta razón a nuestro ilustrado y en Francia se conoce al cinamomo como “árbol de los rosarios”. Los huesos de sus frutos carnosos (pequeñas drupas globosas) tienen un estrecho conducto entre sus lóbulos soldados que posibilitan el engarce para hacer cuentas de rosario.

En el invierno, cuando las copas de las melias pierden su espeso follaje y se desnudan, los frutos, que se agrupan en racimos compactos persistentes y muy llamativos, adquieren una tonalidad amarilla, proporcionando a estos árboles una estampa inconfundible.

No es extraño que llamaran la atención de D. Antonio Ponz en aquella visita que hiciera a nuestra Cartuja a finales del siglo XVIII. Aunque sólo fuera en homenaje a este viajero ilustrado, bien pudiera plantarse un hermosa melia en los jardines de acceso al monasterio. Ahí queda nuestra propuesta.

Para saber más:
(1) Clavijo Provencio, R.: Jerez y los viajeros del XIX. B.U.C. Jerez, 1989
(2) Ponz, A.: Viage de España. Tomo XVII, Carta V. Madrid, 1792, p. 244
(3) Ponz, op. cit., pp. 245-246.
(4) Ponz, Ponz, A.: Viage de España. Tomo XVII, Carta VI. Madrid, 1792, pp. 274
(5) Ponz, op. cit., pp. 282-283


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar:
Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 03/04/2016


Un rico patrimonio en torno a Jerez




Habitualmente, cuando nos referimos al patrimonio histórico o monumental de Jerez, tendemos a pensar en clave urbana, limitando así los elementos que integran nuestro rico legado a aquellos edificios, iglesias, monumentos, o jardines históricos que podemos admirar en la ciudad. Junto a ellos, conviene recordar que entre los Bienes Catalogados de nuestro municipio y de los de las localidades vecinas, aparecen otros muchos que se encuentran dispersos en distintos rincones de las campiñas y sierras cercanas. Una parte de ellos están amparados bajo el régimen de protección de Bien de Interés Cultural (B.I.C.), constituyendo en muchos casos un referente de primer orden en el paisaje en el que se enclavan y al que se encuentran vinculados por razones históricas y culturales. Así, a modo de ejemplo, no se conciben ya lo sotos y riberas del Vado de Medina sin los perfiles del Monasterio y del viejo Puente de Cartuja.

Al encuentro del patrimonio y de la historia.

Sin lugar a dudas, el más conocido de estos elementos relevantes de nuestro patrimonio es el Monasterio de La Cartuja, que fue ya declarado Monumento Nacional en 1856, el primero de nuestra provincia en gozar de esta calificación y con planes - por fin- de apertura a las visitas ciudadanas. De gran interés son también las torres, atalayas y castillos repartidos por la campiña, incluidos todos ellos en la categoría de “Monumento” y entre los que destacan el castillo de Berroquejo, el torreón de Torre Cera, las torres de Macharnudo, Gibalbín o Melgarejo (en proceso de consolidación, tras el derrumbe de uno de sus muros), todas ellas en Jerez. Muy ligados a nuestra historia están también los castillos de Tempul y Gigonza, en San José del Valle, o el de Doña Blanca en las tierras portuenses de Sidueña. Por su singularidad, destaca en esta relación de Bienes Catalogados la Cueva de las Motillas, complejo de cavidades kársticas que albergan pinturas rupestres del paleolítico superior, ubicada en las proximidades de La Sauceda, en los confines más orientales del término municipal jerezano,

La base de datos del patrimonio inmueble del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, incluye un buen número de yacimientos en los alrededores de Jerez y otras localidades cercanas entre los que figuran apasando por la Edad del Cobre, la Época romana o la andalusí.

Entre todos ellos merecen subrayarse Zonas Arqueológicas como la de Mesas de Asta, el Poblado de las Cumbres (en la Sierra de San Cristóbal) , o el Castillo de Doña Blanca, estas dos últimas en El Puerto. El yacimiento de Asta Regia, ubicado en la barriada rural de Mesas de Asta, duerme el sueño de los justos desde 1956, año en el que D. Manuel Esteve llevara a cabo la última campaña de excavaciones. Con presencia ininterrumpida desde el neolítico hasta el periodo califal de la época islámica, Mesas de Asta es un enclave de primer orden para conocer nuestra propia historia. Lo mismo puede decirse de la Sierra de Gibalbín, en cuyas laderas y cumbres se encuentran también importantes vestigios arqueológicos (La Mazmorra), al igual que sucede en otros muchos puntos del término. Como ejemplo mencionaremos los restos del antiguo acueducto romano de Tempul a Gades, una de las más notables obras de ingeniería de la antigüedad, que aún se conservan en algunos parajes de nuestras sierras y campiñas. Estos yacimientos merecerían ser investigados, conocidos y puestos en valor para que, como ya sucede en otros lugares de nuestro país, contribuyeran también al desarrollo de los núcleos rurales y el territorio donde se ubican.

Un singular patrimonio etnográfico y cultural.

Junto a los ya mencionados, queremos recabar la atención del lector sobre otros elementos de nuestro legado histórico y etnográfico disperso en la zona rural que, a nuestro modesto entender, debiera también contar con algún tipo de protección por sus valores singulares. Nos referimos, por ejemplo, al rico patrimonio ligado a la cultura del vino, a las viñas y las bodegas. Convendría a tal respecto, promover iniciativas como la que hace unos años planteara Casto Sánchez Mellado -“Jerez, Ciudad del Vino”- que incluía un completo estudio para que se declarase Bien de Interés Cultural, de manera genérica, al conjunto patrimonial, etnográfico y cultural ligado al vino.





En relación con estas cuestiones, consideramos también de gran interés las numerosas construcciones repartidas por la campiña (cortijos, casas de viña, haciendas de olivar…), magníficos ejemplos de arquitectura popular en unos casos, o edificios de gran valor arquitectónico en otros. Por citar sólo algunos de ellos, mencionaremos la casa de la Viña de Cerro Nuevo, el cortijo y Ermita de Salto al Cielo, vinculada en su día a La Cartuja, la Viña El Majuelo y el conjunto de edificaciones en torno a la torre de Macharnudo, o los cortijos de El Marrufo y La Alcaría, ya en el ámbito serrano de nuestro término.

Perdida ya la Ermita del Mimbral bajo las aguas de la presa de Guadalcacín, sería necesario proteger y restaurar como se merece la Ermita de La Ina, del siglo XIV y de traza mudéjar, que se encuentra muy alterada, fruto de diferentes intervenciones “urgentes” ante el estado de deterioro y abandono que padecía.



Muy ligadas también a la ciudad, las viejas Canteras de la Sierra de San Cristóbal, auténticas “catedrales subterráneas” como las definiera César Manrique, por su vinculación histórica a obras arquitectónicas de gran valor (catedrales de Sevilla y Jerez, casas señoriales del entorno de la Bahía…) y por sus propios valores, bien merecerían un mayor cuidado y una mejor protección antes de que acaben enterradas por escombros y basuras.

Desde nuestro interés por lo “pequeño” y por esos elementos que a veces pasan desapercibidos, no queremos olvidarnos del rico patrimonio etnográfico disperso en los cortijos, haciendas, casas de viñas y lagares repartidos por el entorno de la campiña. Muchas de estas edificaciones rurales conservan elementos singulares como forjados, rejas, veletas, paneles cerámicos y azulejos devocionales, pozos y abrevaderos, plazas tentaderos y plazas de toros, palomares,… que encierran también un notable interés patrimonial y etnográfico que conviene preservar y conocer.

Patrimonio hidráulico y obras públicas singulares.

Relativamente cercanos en el tiempo, pero no por ello de menor importancia histórica y cultural, los elementos patrimoniales ligados a obras de ingeniería o a la arquitectura industrial, están siendo protegidos en numerosos puntos del país. Tal vez, con esta misma consideración, debieran dotarse de algún tipo de protección a los distintos elementos del Acueducto de Tempul (1864-69) que se conservan a lo largo de sus 46 km. de recorrido (manantiales, estanques, depósitos, minas, puentes-acueductos, puentes-sifones, casetas de registro,..). Conviene recordar que pronto se cumplirán ciento cincuenta años de su construcción. Proyectado por Ángel Mayo, fue considerada durante décadas una obra de ingeniería ejemplar y tomada como modelo para otras obras de abastecimiento y traída de aguas. Uno de los puentes del acueducto, el de San Patricio en La Barca de La Florida (1925), se debe al ingeniero Eduardo Torroja, y fue la primera obra de nuestro país en la que se utilizó el hormigón pretensando. Aunque sólo fuera por esa razón, que la hace figurar en todos los trabajos de historia de la arquitectura, merecería ya su inclusión en el inventario de Bienes Catalogados como lo ha conseguido otra obra del mismo autor: la gran Bodega Tío Pepe, proyectada en 1960, un año antes de su muerte.

Construidos en el siglo XX, tienen también gran interés patrimonial los canales, puentes, sifones y acueductos vinculados a los regadíos del Guadalcacín; o las conducciones de agua potable del acueducto de Los Hurones, que pueden verse en muchos puntos de la campiña. Los sifones del Majaceite y Guadalete en la Junta de los Ríos, son sin duda las obras más notables y, como el puente atirantado de Torroja, están incluidos en el catálogo de Patrimonio Hidráulico de Andalucía. Aunque menos
relevantes, el puente-acueducto de los Llanos de la Ina, o los de Arroyodulce, el Zumajo y El Alamillo, el puente-arco de La Barca… son también algunas de estas obras a proteger por su estrecha vinculación con los paisajes de la campiña.

Junto a estas manifestaciones de la ingeniería y de la arquitectura industrial, no podemos dejar de subrayar los puentes sobre el


Guadalete y el Majaceite. Entre los más antiguos, figuran aquellos de hierro, construidos con vigas en celosía y piezas unidas mediante roblones remachados y que aún sobreviven, luchando contra el óxido, el olvido y el vandalismo en Villamartín o en la Junta de los Ríos. Estos puentes (nuestros “Puentes de Madison”, si se nos permite la expresión) debieran ser protegidos o “salvados” como el que se rescató “in extremis” en el Puerto de Santa María sobre el Guadalete que proyectara Ángel Mayo para la línea del ferrocarril al Trocadero. El Puente de San Miguel en Arcos o el Puente de Hierro en La Barca, auténtico símbolo de esta localidad, han corrido mejor suerte y han sido objeto de restauraciones en estos últimos años, que debieran completarse mediante alguna medida de protección patrimonial.

Y dejamos para el final el Puente de Cartuja. Levantado en la primera mitad del siglo XVI, es el más antiguo que se conserva en la cuenca y el único construido con cantos. Auténtico monumento cuajado de historia, historia en sí mismo, del que se cumple este año el V centenario del inicio de su construcción y para el que distintos colectivos y asociaciones de la ciudad solicitan la declaración de B.I.C.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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