Además del valor testimonial que tienen sus apuntes sobre la flora de nuestro entorno, vistos un siglo después, la aportación del padre Vicente Martínez tiene un marcado carácter pedagógico que conecta con las corrientes más innovadoras del momento. La utilización del medio como elemento didáctico estuvo presente en los movimientos educativos renovadores de finales del siglo XIX representados en España por la Institución Libre de Enseñanza. De la mano de su creador, D. Francisco Giner de los Ríos, el estudio de la naturaleza, las excursiones geológicas y botánicas y la observación científica, cobraron un inusitado protagonismo. Las experiencias de D. Vicente Martínez, así como la de otros profesores del Instituto de Jerez, entroncan con esta misma línea renovadora. Como apoyo práctico a los programas de Ciencias Naturales organiza excursiones por los alrededores de la ciudad al objeto de estudiar la flora y vegetación, los minerales, los animales... Entre los lugares destino de esas salidas se encuentran La Sierra de San Cristóbal, Cerro
Frutos, Los Albarizones, La Cartuja, Los Garciagos, La Torre de Melgarejo, La Alcubilla, los llanos de Caulina, la Laguna de Torrox, o las playas de San Telmo. De todas ellas el padre Martínez ofrece amenos relatos salpicados de los datos científicos de sus hallazgos y de consideraciones pedagógicas acerca del valor de la observación directa. Junto a las salidas al campo se aborda también el estudio de la naturaleza en la ciudad: "También pusimos empeño, por creerlo de interés, en que nuestros alumnos conociesen los árboles de los arrecifes, parques, jardines
azotea es un huerto, un jardín cada balcón y cada patio un edén. No de otro modo podrían darse cuenta del sinnúmero de plantas raras, de otras regiones, que saltan a la vista de un mediano observador en plazas, parques y jardines". Más de cincuenta especies de árboles y arbustos presentes en nuestras calles y plazas son mencionadas en sus trabajos (casuarina, aracauria, magnolio, aromo, acacia, árbol del amor, jacarandá,…). Mención especial merecen los tejos, los cedros del Líbano o varias especies de eucaliptos (E. rostrata, E. amygdalina), hoy ausentes en nuestros jardines. En su librito, el padre Vicente Martínez, se lamenta del poco eco que han tenido entre sus paisanos, los trabajos del célebre botánico jerezano José María Pérez Lara, a quien debemos la primera gran obra sistemática de la flora de la provincia “Florula gaditana”, y del que nos ocuparemos en próximas entradas.
En sus excursiones, realizadas durante la primera quincena de abril de 1915, el padre Martínez Gámez menciona más de setenta especies de plantas herbáceas silvestres que crecen en torno a la ciudad. Sin embargo, las que más atraen su atención, a juzgar por las descripciones que les dedica, son las Orquídeas: “las pertenecientes al género Ophrys llevan ese nombre, porque dicha palabra significa en griego, entre otras acepciones, arrogancia, lujo, fastuosidad…”. A estas especies dedicará no pocas observaciones realizando también
pasadas Las Cruces a la izquierda de la carretera de Jerez al Puerto de Santa María, y también cogimos un ejemplar… por encima de la fuente de Los Albarizones, próxima a Cartuja. En este mismo sitio recolectamos diez o doce ejemplares de la bombyflora, que luego recogimos en mayor cantidad en los Garciagos, pasada la llamada Torre de Melgarejo, así como también la Ophrys lutea, único punto donde pudimos estudiarla. La Ophrys fusca, la encontramos en las canteras de la mencionada Sierra de San Cristóbal, y solamente recogimos tres ejemplares en buen estado.” Nosotros hemos vuelto a recorrer casi cien años después, también durante la primera quincena de abril, estos mimos lugares en busca de las especies descritas por el padre Vicente Martínez. Buena parte de estos lugares que se encontraban en
ambientes rurales, han sido “colonizados” por la ciudad o afectados por obras públicas. Junto a Las Cruces, se conserva todavía un pinar y en sus proximidades, en S. Cristóbal hemos visto la llamativa Ophrys apifera. En el cerro de Lomopardo, aún pueden observarse algunas de las especies que se mencionan en esta publicación, como Ophrys fusca, junto a otra que no figura en sus listados pero que es verdaderamente hermosa, Orchis italica. El entorno de Los Garciagos ha sido urbanizado, aunque en sus cercanías, junto al Cerro Naranja, hemos fotografiado también O. apifera. En Los Cejos, junto a la Laguna de Medina, hemos encontrado otra de las orquídeas mencionadas por el padre V. Martínez: O. speculum.
Como nuestro botánico, “no terminaremos sin consignar, en honor suyo, los nombres de los alumnos que nos acompañaron en las excursiones, de las cuales, a decir de ellos mismos, conservarán siempre gratísimo recuerdo: Manuel Sandoval, Pedro Máximo Ruiz, Vicente Chamorro Latorre, Eduardo Bohorquez Lacave, Pedro Ruiz-Berdejo, José Pomar Atienza, J.A. Fernández Azpitarte, Manuel Peñalver Ávila, José Mato soto, J. María García Figueras, Ramón Pérez Más y Manuel García Pelayo.” En otra ocasión, “saldremos de excursión” con el Padre Vicente Martínez para observar rocas y minerales en torno a Jerez.Para saber más:
- Martínez Gámez, V.: Recuerdo de unas excursiones botánicas. Imprenta y Litografía Jerezana, Jerez, 1915.
- Las fotografías de Ophrys bombyliflora y O. lutea han sido tomadas de Flora Silveste Gaditana, a cuyos autores agradecemos la cesión para este artículo
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han cegado progresivamente sus arcos, cómo se han aplicado en los mismos penosos pegotes de mortero, cómo la valiosa lápida en la que se da cuenta de su construcción está semioculta, cubierta por sedimentos, basura y vegetación. Una edificación contigua ha realizado obras en uno de sus extremos y en el otro, se ha construido un corral, “integrando” sus barandillas como cerca. Entre sus sillares, en los tajamares o en el arranque de sus arcos, crecen eucaliptos e higueras que amenazan también sus centenarias piedras y han hecho mella en sus barandillas que se presentan rotas, oxidadas y dobladas en muchos puntos. Y los tubos, esos tubos que por delante y por detrás, por arriba y por abajo, han roto su estética y sus sillares…
Esta obra es, ante todo, un “ensayo fotográfico” en la que sus autores, naturalistas y fotógrafos, han “escrito” las más bellas páginas que puedan imaginarse sobre el rico patrimonio natural y la avifauna de la Bahía de Cádiz. Pero es algo más que un libro de fotos. Como escriben sus autores “las fotografías llenan nuestras vidas y las aves llenan nuestras fotografías, si no fuéramos naturalistas no seríamos fotógrafos; por lo tanto, que mejor que ensalzar las aves que utilizan este mismo lugar que nosotros para vivir.” En la presentación del libro Juan Manuel Fornel, Director-Conservador del Parque Natural Bahía de Cádiz, expresa muy acertadamente que este trabajo recoge “…fotos de pájaros como les gusta decir a sus autores, pero fotos llenas de vida, de movimiento, que nos acercan a la intensa actividad que se desarrolla en el Parque Natural, al tiempo que nos aproximan a la biodiversidad que el mismo acoge”.
La Bahía de Cádiz es ese espacio natural tan cercano y tan desconocido, rodeado de grandes ciudades (Cádiz, El Puerto, San Fernando, Puerto Real, Chiclana, Jerez..), de carreteras y autovías por las que circulamos sin que la prisa nos deje disfrutar y apreciar los hermosos parajes de marismas y playas, las redes intrincadas de caños y esteros, las casas salineras, los molinos de marea, la singular vegetación… y las aves. Porque el Parque Natural de la Bahía de Cádiz es un auténtico paraíso de las aves.
Libros como “La Aves de la Bahía de Cádiz” ponen de relieve estos valores que comentamos, centrando su mirada en la avifauna. No en balde, junto a los peces, las aves son las principales protagonistas de este espacio natural que en sus más de 10.000 hectáreas, ofrecen amplias zonas de marismas y humedales de aguas someras en las que se alimentan especies tan singulares como los inconfundibles flamencos, o las llamativas espátulas, las pequeñas cigüeñuelas, las gaviotas, los charrancitos… así como otras muchas especies de limícolas, anátidas o láridos, que pueblan salinas, esteros, caños marismas y playas. Más de 80.000 aves de 62 especies distintas se contabilizaron en el censo de invernada de 2008, cifras que en nuestra Comunidad sólo supera el parque Nacional de Doñana. De toda esta gran riqueza natural, a través de imágenes de gran belleza, es exponente esta obra.


Casi siempre era posible recolectar alguna planta para ser usada como condimento o por su valor ornamental, como verdura para consumo humano o como forraje para los animales, para aplicaciones medicinales, infusiones, bebidas refrescantes, perfumes o esencias, para usos tintóreos, como aromatizantes, para la utilización de sus fibras vegetales en trabajos artesanales… La lista era muy variada: hinojo, tomillo, cardo, manzanilla, higo chumbo, laurel, palmito, piña, borrajas, hoja de palma, mimbre, caña,… De muchas de ellas, así como de sus aplicaciones etnobotánicas, nos iremos ocupando en próximas entradas.
Hoy queremos fijarnos en una de las plantas silvestres que, junto a los espárragos, se encuentra entre las más recolectadas en nuestra campiña: la tagarnina. Tagarnina es el nombre común de la especie Scolymus hispanicus, (aunque también puede confundirse con S. maculatus, muy parecida y de idéntico aprovechamiento). Desde mediados del invierno y hasta bien entrada la primavera, sus primeras hojas que crecen dispuestas en una característica roseta pegada al suelo, poblarán los baldíos, los bordes de los caminos y los terrenos sin cultivar. De estas hojas, con márgenes rizados y espinosos, se aprovecharán únicamente las pencas, tan
utilizadas en la cocina popular de nuestra tierra.

































