El acueducto de la Canaleja:
una pequeña obra con un gran valor.

Un lamentable accidente ha causado su destrucción parcial.



A nuestros amigos Gonzalo Ortiz Dorda -ingeniero en tierras zamoranas-
y Mª Carmen Pérez Baz
.

El pasado miércoles 19 de febrero, un aparatoso accidente en el que afortunadamente no ha habido que lamentar víctimas, ha tenido como consecuencia la destrucción parcial de un elemento singular de nuestro Patrimonio Hidráulico: el Acueducto de la Canaleja.

Como otras obras públicas relacionadas con el agua, el pequeño Acueducto de la Canaleja había atraído nuestro interés hace ya mucho tiempo. Nos llamaban en él la atención la sobria elegancia de sus formas y la grácil estructura de sus pilares y canales de hormigón, que aquí parecían reducir su pesadez, salvando el pequeño valle del arroyo de la Canaleja con aérea ligereza.

El acueducto quedaba al resguardo de todas las miradas, casi oculto, hasta que hace quince años, con la construcción de la Ronda Este, quedó expuesto a la vista de todos. Fue en aquellas fechas cuando muchos lo descubrieron, apenas sin uso, mostrando ya los signos de deterioro que amenazaban seriamente sus forjados. Fue también entonces cuando en sus alrededores comenzaron a levantarse bloques de pisos, a realizarse movimientos de tierras, a trazarse nuevos colectores y redes de alcantarillado, a aparecer montones de escombros y basura. Y lo que era una hermosa estampa, emergiendo entre huertos y arboledas, en la que podía verse una discreta, antigua y –como veremos- valiosa obra pública, empezó a perder buena parte de su encanto. Tras el accidente del pasado miércoles ha quedado seriamente “tocado de muerte”… si entre todos no impedimos que así sea.

Breve historia de una “pequeña gran obra”.

Hace ya más de diez años, nuestro amigo Gonzalo Ortiz Dorda, Ingeniero de Caminos en tierras zamoranas, nos había puesto en la pista de la importancia de esta pequeña obra que, por méritos propios, aparece ya recogida en un artículo de la Revista de Obras Públicas titulado “Un siglo de Hormigón Armado en España”, publicado en 1953. Su autor, el prestigioso ingeniero Alfonso Peña Boeuf, destacaba en él algunas de las obras que, por distintos motivos, habían sido pioneras en la aplicación del hormigón armado. De sus páginas ha sido tomada la antigua fotografía de la construcción del acueducto que ilustra este artículo y en la que sus técnicos nos muestran la cimentación de sus pilares centrales. (1)

Su historia comienza hace más de un siglo cuando el prestigioso ingeniero de caminos Pedro Manuel González Quijano, proyecta en los primeros años del siglo XX el Pantano de Guadalcacín, así como la extensa red de canales de riego que habría de llevar el agua a los más alejados rincones de las campiñas de Jerez y Arcos. En el verano de 1906 comienzan las obras de la presa que se termina siete años después. Sin embargo, los canales tendrían un accidentado desarrollo. Como señala el propio González Quijano en una conferencia pronunciada en 1915 en el Instituto de Ingenieros Civiles sobre “El Pantano y las Obras Hidráulicas” en 1913, terminada la obra de la presa “…empezaron por contrata los canales, contrata que ha sido preciso rescindir después de cerca de dos años perdidos…” (2). Se lamenta el ingeniero de la lentitud con la que progresan las obras de los canales que retrasarían, en la práctica, la puesta en riego de los Llanos de Caulina en más de dos décadas (3). Aunque en un próximo artículo recrearemos aquellas vicisitudes, lo cierto es que, poco a poco se van trazando los tramos principales de la red de canales, los sifones en arco del Guadalete y del Majaceite, -obras pioneras de la utilización del hormigón armado con una perspectiva novedosa en España- y otra obras singulares, que aunque menos llamativas fueron también de gran importancia, como túneles y acueductos.

Del lento progreso de estas obras nos da cuenta también el ingeniero Francisco González Quijano, hijo del autor del proyecto, quien en un artículo escrito a la memoria de su padre, en el aniversario de su muerte ocurrida en 1958, señala como “…en 1922 estaban ya terminados la presa, los canales principales con algunos acueductos de cierta consideración para la época, el túnel de Jédula y el sifón del Guadalete. Fue entonces cuando Pedro M. González Quijano vino de profesor de Hidráulica a la Escuela de Caminos y más tarde como consejero especialista al Consejo de Obras Públicas, y a partir de entonces la atonía de los poderes públicos y la falta de colaboración de los particulares interesados, retardaron la óptima cosecha que, afortunadamente, es ya una realidad, y puede decirse que los cincuenta años transcurridos son paralelos a la titánica lucha mantenida en sus campañas por el autor del proyecto”. (4)

El túnel de Jédula, determinante para que el agua llegase a la zona de Montecorto y desde aquí a Nueva Jarilla y los Llanos de Caulina, tardaría aún muchos años en terminarse después de la terminación de la presa, a juzgar por la petición que el alcalde de Arcos hace en noviembre de 1930 al gobierno para que se reanuden las obras de dicho túnel y se de así trabajo al gran número de obreros desocupados existente en el municipio (Diario ABC. 2/11/1930). Sea como fuere las obras avanzan con más lentitud de la debida y la red de canales se extiende progresivamente por toda la Zona Regable del Guadalcacín. Para salvar cerros y valles será preciso excavar túneles y construir sifones y acueductos, como el de La Canaleja, que se levantó en la década de los veinte del siglo pasado. ¡Hace casi un siglo!

El Acueducto de La Canaleja: una obra hidráulica singular.



Este acueducto formaba parte del canal de riego que en su largo itinerario desde la Junta de los Ríos hasta los mismos pies del Monasterio de La Cartuja, atravesaba el túnel de Jédula, cruzaba las tierras de Nueva Jarilla, regaba los Llanos de Caulina y las tierras de Guadalcacín y penetraba en las huertas y fincas de de la zona Este de la ciudad, en las cercanías del casco urbano.

El acueducto de 'La Canaleja' a su entrada en la ciudad.

Tras cruzar el arroyo de la Canaleja, el canal progresaba por la barriada de La Teja para “colgarse” literalmente, en los cortados que limitan el trazado de la autopista Sevilla-Cádiz sobre la orilla derecha del arroyo Salado, terminando junto al Monasterio de La Cartuja en las cercanías de Viveros Olmedo. Detengámonos ahora en las características más relevantes de esta obra.

La parte aérea del acueducto está formada por 13 grandes cajones de unos 22 m. de largo, aunque los dos de los extremos son de menores dimensiones. Uno de estos cajones, el situado en su extremo de salida de aguas es el que se ha sido derribado por un tráiler el pasado miércoles 19 de febrero. En el estudio que hace unos años pudimos hacer de la obra comprobamos que estas secciones que forman el canal presentan un perfil en “U” con una anchura total de 83 cm y un grosor de las paredes laterales de 10 cm, lo que deja libre una sección interior de 63 cm. La altura de los cajones es de 1,25 m.

Los apoyos se resuelven con estilizados pilares de hormigón armado de sección en “H”, que tienen en su perfil un grosor constante de 60 cm. La anchura de su base varía en función de su altura, y en los pilares centrales llega a tener 1,40 m. Esta anchura se va estrechando hasta reducirse a 90 cm. en la parta más alta de los pilares, en el punto donde se apoyan los cajones.

El acueducto salva los desniveles propios del valle del Arroyo de la Canaleja recorriendo una distancia aproximada de 260 metros entre su cabecera y su salida. Para ello fue necesario levantar 23 pilares de desigual altura, que están separados entre si a distancias también variables. La forma en la que descansan en los apoyos las distintas secciones del acueducto aéreo, de 22 m. de longitud cada una, fue resuelta por de manera ingeniosa por González Quijano.

Así, cada uno de estos cajones es soportado por dos pilares, separados entre si unos 12 m., sobresaliendo otros 5 m. de canal por cada lado del apoyo, a modo de voladizo. En cada unión se aprecian las juntas de dilatación que, sin un adecuado mantenimiento a lo largo de estos años, se han ido transforman en puntos por los que se han venido produciendo fugas y pérdidas de agua y, lo que es más importante, lentas y progresivas roturas del hormigón que dejan ver los forjados.



A consecuencia de esta peculiar disposición de los pilares, los tramos intermedios donde se unen dos secciones y en los que se aprecian las juntas de dilatación, son más cortos. La distancia entre cada pareja de pilares que sujetan a una misma sección disminuye así a 10 metros, de manera que alternativamente, se aprecia esta desigual separación entre ellos.

Hay que reconstruir el acueducto. Y ponerlo en valor.



Con motivo de la inauguración del Parque de la Canaleja, hace ya cuatro años, se limpiaron parcialmente los terrenos de las márgenes del arroyo que se había canalizado en su tramo superior.

Sin embargo no se intervino en los espacios más cercanos al acueducto que presentan desde hace una década un aspecto manifiestamente mejorable, donde no faltan los montones de tierra con los que habían de rellenarse las orillas del arroyo y las escombreras que, algunos ciudadanos desaprensivos se encargan de ampliar día tras día por más de que el ayuntamiento las limpia en ocasiones.

Todos esperábamos que, cuando definitivamente se urbanizasen las parcelas colindantes y se recuperase las márgenes del arroyo con nuevas zonas verdes, llegaría el momento en el que el Acueducto de la Canaleja se integraría definitivamente en este nuevo paisaje urbano. Y que lo haría de manera relevante, como el elemento sobresaliente y valioso de nuestro patrimonio hidráulico que es.

Secuencia de imágenes cedidas por José Trujillo Martínez.

Esperábamos ese día, y lo seguiremos esperando porque estamos seguros llegará y que este fatal accidente servirá para que, de una vez por todas, se reconstruya el tramo derribado y se restaure el Acueducto de la Canaleja y su entorno como se hace con toda obra valiosa en una ciudad normal de cualquier país normal.




Para saber más:
(1) Peña Boeuf, Alfonso.: Un Siglo de Hormigón Armado en España. Revista de Obras Públicas, 1953. Tomo I. Pg. 23-328
(2) González Quijano. P.M.: El pantano de Guadalcín y las Obras Hidráulicas. Revista de Obras Públicas. 1915. nº 2071. pg. 27
(3) VV.AA.: Historia y Geografía del Hábitat Rural de Jerez. Asociación para el Desarrollo rural de la comarca de Jerez. Ayuntamiento de Jerez. 1997.
(4) González-Quijano y González de la Peña, Francisco.: Realidades del Pantano de Guadalcín. Revista de Obras Públicas. 1959 Tomo I. nº 2935 pgs. 655-661.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Si te interesa puedes ver más artículos en este blog relacionados con El río Guadalete, Patrimonio en el medio rural, Puentes y obras públicas.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 22/02/2014

2 comentarios :

Anónimo dijo...

De niño lo cruzavamos y por ahí ibamos a la Barriada de la Teja. A mí me daba algo de vertigo cruzarlo pero me lo callaba y lo cruzaba con mis amigos. Buen trabajo Agustin.

Ángel dijo...

Efectivamente, cruzar el acueducto era algo habitual. Yo me crié en El Rocío y era típico en verano ir a bañarnos al canal, en el eucaliptal de La Milagrosa. Hacíamos presas en la zona anterior al acueducto. También se ponía como prueba a los mas jovencitos, cruzar el acueducto por arriba para poder entrar en el "mundo" de los mayores. Me ha encantado leer esta entrada.

 
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