Por El Portal y El Tesorillo con el siervo Marcial.




Martiali L(uci) Corneli Pusionis ser(vo): “A Marcial, siervo de Lucio Cornelio Pusíón”. Este sencillo epitafio inscrito en una pequeña lápida funeraria de 13 X 15 cm., hallada junto a un grupo de tumbas romanas en los cerros de El Tesorillo, en las proximidades de El Portal, es todo cuanto conocemos de Marcial, un romano que vivió hace dos mil años y llevándose su condición de siervo hasta la sepultura (1). Desconocemos cuando murió, pero a juzgar por el tipo de ánforas que se encontraron en el lugar, debió vivir entre los siglos I y II de nuestra era. Tampoco sabemos a ciencia cierta cual era su trabajo, pero existen muchas posibilidades de que, por el contexto donde fue hallada su lápida junto a otras muchas tumbas rodeadas de una gran cantidad de fragmentos de cerámica romana, Marcial fuese alfarero y que el alfar donde debió trabajar toda su vida pudiera ser una de las propiedades de Lucio Cornelio Pusión, (L. Cornelius Pusio Annius Mesalla) un acaudalado gaditano emparentado con los Balbo (2).

Dejando a un lado estas licencias especulativas, les proponemos hoy un viaje en el tiempo. De la mano de este personaje que vivió veinte siglos atrás, queremos acercarnos a un rincón de la Bética romana situado frente al Portus Gaditanus, en las cercanías de ese otro enclave que, con el nombre de Ad Portum, pudo ser una estación aduanera de la Vía Augusta en el entorno del estuario del Guadalete. Vamos a conocer mejor lo que pudo ser un enclave relevante, sin nombre cierto todavía, tal vez una importante villa romana con un alfar asociado (3) que debía encontrarse en ese territorio que abarca las laderas de las Mesas de Bolaños, el Cortijo de Barja, los cerros de Las Calandrias y de El Tesorillo y El Portal. Esa zona donde a comienzos del siglo XX se encontró la sencilla lápida funeraria de un humilde siervo: “Marcial el alfarero”.

Pequeña historia de un hallazgo arqueológico.

Como muchos hallazgos, el de la inscripción funeraria a la que nos referimos fue también casual. En 1897 la Sociedad Agrícola Industrial del Guadalete obtuvo del Gobierno de la nación una concesión para poner en regadío con las aguas del río unas dos mil hectáreas, destinadas al cultivo de la remolacha. Para su molturación se construyó en El Portal una fábrica azucarera de la que aún se mantienen en pié sus muros. Colindantes con esas tierras, en los cerros de El Palmar del Conde, Las Calandrias y El Tesorillo, la Sociedad puso en explotación unas canteras de arena, grava, yeso y, en menor medida, piedra, materiales destinados a las obras de los canales de riego que aún podemos ver en los llanos de Las Quinientas y Las Pachecas. Y es en este lugar, en las canteras, donde en 1901 se producen los hallazgos.

Sabemos de ellos y de la importancia que tuvieron por las cartas e informes (4) que se cruzaron tras su descubrimiento D. Victorio Molina, correspondiente de la Real Academia de la Historia en Cádiz y D. Fidel Fita y Colomer, sacerdote jesuita, arqueólogo y epigrafista, quien algunos años después sustituiría a Menéndez Pidal como Director de la Real Academia de la Historia y quien publicaría en el Boletín de dicha institución estos hallazgos (5). Según relata Fita, los numerosos restos cerámicos así como tumbas romanas hallados en El Tesorillo, junto a El Portal, pondrían en la pista de la localización de algunos de los enclaves cuyos nombres aparecían en los restos de ánforas del Monte Testaccio y que seguían sin localización cierta. Algunas de las marcas estampilladas (…“Portense, at Portus, Port(u), Por(tu), Porto Lucidí, Porto populi…) podían corresponder, según Fita, “…al Portus Gaditanus, que abarcaría todo el trayecto del río que va desde El Portal al Puerto de Santa María” . Los hallazgos arqueológicos de la cantera de El Tesorillo podían ayudar a confirmar esta hipótesis. Dejemos que nos lo cuente:

La resolución del problema geográfico ha dado, un paso más con los notables descubrimientos verificados cerca del Portal por el Dr. D. Victorio Molina, muy benemérito de la Academia. «A corta distancia del Portal, me dice, sobre un ribazo á la margen izquierda, hay una loma, denominada La Cantera, compuesta de sedimentos de arena y chinas alisadas por la acción de las aguas, que sirvieron primitivamente de cauce o margen á un brazo del río, como las bifurcaciones y marismas, que aún subsisten antes de su desembocadura. La formación geológica del terreno queda visible por las excavaciones que la, Sociedad Agrícola Industrial del Guadalete actualmente practica para el aprovechamiento de sílice y grava. Cubierta la ribera por sucesivas capas de tierra, sobre éstas se fijaron muchas sepulturas romanas que han aparecido, una de ellas epigráfica del primer siglo, que fueron cegadas á su vez por el recrecimiento del piso actual. Dichas sepulturas, unas treinta, que se han deshecho, estaban formadas de lajas de piedra caliza, de varias clases, procedentes de las canteras que aún se explotan en la próxima sierra de San Cristóbal. La inhumación de los cadáveres se hacía de esta manera: aseguraban las piedras hundidas en la tierra, y marcando un hexágono, cuyos lados mayores correspondían á las líneas de los hombros á los pies, depositaban el difunto sobre el suelo, acompañado siempre de un vaso o jarra funeraria; lo cubrían con una tonga de tierra cernida, y cerraban luego en plano la sepultura con varias lajas. En una de estas cubiertas se halló el mármol epigráfico cuya impronta le envío, y que guarda en su poder D. Antonio Bustillo, empleado de la Sociedad explotadora… Colindante de dicha loma, sita en el cortijo de Barja,... es el Tesorillo, ó grupo de cerros abundantísimos de arcilla, desde cuyos oteros se divisa la ciudad de Jerez y el famoso castillo de Cidueña. Algunos canales abiertos para la distribución de aguas en la cañada realenga del Tesorillo han dejado al descubierto en una larga extensión innumerables trozos de cerámica romana. Los taludes de las zanjas están materialmente empedrados de bocas, asas, puntas inferiores de ánforas, tejas planas de reborde, ladrillos rojos, amarillos, verdosos, que prometen abundante cosecha de valiosos objetos arqueológicos para el día en que allí se hagan profundas é inteligentes excavaciones». Hasta aquí el Sr. Molina.(5)

En El Tesorillo y las antiguas canteras.

Hoy en día, aún se presiente la importancia que debió tener este enclave, cuando procedentes de El Portal cruzamos el río por el puente de La Herradura y vemos frente a nosotros los cerros de El Palmar del Conde y El Tesorillo, (junto a una subestación eléctrica), situados estratégicamente en las orillas del antiguo estuario del Guadalete. Junto a la entrada del Cortijo de El Tesorillo, en los taludes de la cuneta de la carretera que conduce a Puerto Real, quedan todavía a la vista los estratos de restos cerámicos en los que pueden verse el mismo tipo de materiales descritos en 1901: bocas de ánforas, asas, fragmentos de ladrillos y tejas, masas informes de barro vitrificado procedente de desechos de cocción, puntas inferiores de ánforas… Allí siguen, y en menor cantidad los encontramos también en Barja, junto al canal de riego, en Bolaños, en Frías, en Las Quinientas… como testigos ciertos de que un día, hace de esto ya veinte siglos, Roma estuvo presente en este rincón de la Campiña, hasta donde llegaban los brazos más profundos del estuario del Guadalete y de la Bahía, con las islas gaditanas cerrando el horizonte.

Tras estudiar los informes del presbítero D. Victorio Molina, Fidel Fita escribirá a Jorge Bonsor, arqueólogo de renombre, de origen inglés pero residente en Carmona, considerado una de las máximas autoridades en materia de epigrafía y arqueología en la España del cambio de siglo. Bonsor había realizado importantes excavaciones en el famoso Monte Testaccio de Roma donde había identificado buena parte de los sellos alfareros de la Bética, razón por la cual el padre Fita le informó del hallazgo de este importante alfar de El Portal. Bonsor, por su parte, remitió este artículo al profesor alemán Heinrich Dressel, máxima autoridad mundial en la materia.(6)

El célebre arqueólogo Bonsor y los hallazgos de El Tesorillo.

En la obra de Jorge Bonsor “Correspondencia general (1886-1930)” se recoge el texto de la carta de Fidel Fita (Carta 59 de 24 de julio 1901) (4) en la que le informa “sobre los restos de las alfarería de Lacca que forman un pequeño monte testáceo cerca del desembarcadero del Guadalete, llamado por otro nombre el Portal, entre Jerez y el Puerto de Santa María. Los árabes, como V. sabe, denominaron el Guadalete Guad-al-Lacca, o río de Lacca. Hasta el Portal sobredicho, las faluchas que cruzan la bahía de Cádiz y remontan el Guadalete llevan



mercancías de mar, y desde allí exportan las de tierra. Es, tal vez, el verdadero Portus Gaditanus; porque en él, mejor que en el Puerto de Santa María se cumplen las 24 millas romanas que hasta Cádiz señalan los itinerarios antiguos
”. Fita describe a Bonsor lo expuesto en el informe de Victorio Molina informándole de las sepulturas halladas y los innumerables fragmentos cerámicos, que han salido a la luz con las obras de un canal de riego, procedentes de lo que sin duda fue una importante estación de producción alfarera en los que, pese a su estudio concienzudo, no encontrará “un solo casco con inscripción o marca de fábrica”.

En la carta se afirma que en El Tesorillo hubo “una fabricación de cerámica, ánforas especialmente, destinadas a envasar el vino procedente de esta región de la Bética. El camino de la alfarería está bien marcado. Con los residuos de horno se ven despojos inútiles, que acusan claramente la fabricación, de los que guardo un trozo de ladrillo con las huellas de los dedos, un tiesto con una pella de barro, y un grupo curiosísimo donde están revueltos y pegados en fresco parte del tubo inferior del ánfora, con otros fragmentos y pegotes de arcilla. En la elaboración, que debió ser abundantísima, se emplearía gran número de siervos... Una cantera próxima lleva el nombre de La Mina. Entre las sepulturas se ha encontrado el epitafio del primer siglo, dedicado a la memoria de Marcial, siervo de Lucio Cornelio Pusión. Este fue quizá dueño de la alfarería”. Termina Fita su carta confesando a Bonsor, a quien intenta convencer de la necesidad de llevar a cabo una excavación en la zona que “… conceptúo que por debajo del Tesorillo o de su alrededor se ocultan inestimables tesoros arqueológicos, que V. con poco gasto puede revelar a la docta Europa”. (4)



Un siglo después los “tesoros” del Tesorillo, a los que aludía D. Fidel Fita apenas han sido descubiertos y a buen seguro en las laderas de Barja y Bolaños aguardan aún importantes vestigios que, como apuntaba el célebre historiador, esperan ser revelados. Pese a que muchos materiales desaparecieron para siempre con la explotación de la citada cantera, todavía se aprecia en los taludes de El Tesorillo la evidencia de que aquí existió un importante alfar en el que, junto a los restos de ánforas (7), ladrillos y tejas, se encontró la sencilla lápida funeraria del siervo Marcial, el alfarero.


Para saber más:
(1) González, Julián: Inscripciones romanas de la provincia de Cádiz. Diputación Provincial de Cádiz, 1982, p. 281.
(2) López Amador, .J. y Pérez Fernández, E.: El Puerto Gaditano de Balbo. El Puerto de Santa María. Cádiz. Ediciones El Boletín, 2013, Pg 35-36.
(3) López Amador, .J. y Pérez Fernández, E.: El Puerto Gaditano de Balbo. El Puerto de Santa María. Cádiz. Ediciones El Boletín, 2013, Pg 94
(4) Especialmente la carta 59 de 24 de julio de 1901, que puede consultarse en Maier Allende, Jorge: Epistolario de Jorge Bonsor (1886-1930). Madrid, Real Academia de la Historia ,1999, pp 46-47.
(5) Fita y Colomer, F.:El Portal del Guadalete. Nueva inscripción romana”. Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 39, 1901, pp 306-308.
(6) Maier Allende, Jorge: Jorge Bonsor (1855-1930) : un académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y la Arqueología española. Madrid Real Academia de la Historia, 1999. Pg 94.
(7) Lagostena Barrios, Lázaro: Alfarería romana en la Bahía de Cádiz. Universidad de Cádiz, 1996, pp. 64-65.

Nota: El mapa del estuario del Guadalete ha sido tomado de Pemán, Cesar: "Alfares y embarcaderos romanos en la provincia de Cádiz" , AEArq. XXXII (1959). La fotografía de la lápida funeraria ha sido tomada de Romero de Torres, Enrique: Catálogo de los monumentos históricos y artísticos de la provincia de Cádiz. 1908, Tomo VIII. Manuscrito con fotografías.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otras entradas sobre El paisaje y su gente y Paisajes con historia "entornoajerez"...

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 8/02/2014

Un rincón olvidado de La Cartuja.
El humilladero y el mirador sobre el Guadalete.




Tras la marcha de las hermanas de Belén del Monasterio de la Cartuja y la exitosa apertura a las visitas del recinto cartujano, numerosos jerezanos han podido, por fin, los elementos más notables del INTERIOR, del Monasterio. Sin embargo, y lamentablemente, desde hace décadas, se ignoran muchos elementos extramuros, que en el EXTERIOR de la Cartuja se están, literalmente, cayendo a pedazos.

Como es conocido, el monasterio de la Cartuja de Santa María de la Defensión fue considerado desde antiguo como un conjunto arquitectónico y artístico de gran valor, habiendo sido el primer Monumento Nacional (1856) declarado en nuestra provincia. Iniciada su construcción en el último cuarto del s. XV, sus siglos de gloria dieron paso, a un progresivo deterioro, que se inicia con la invasión napoleónica y se continúa con la marcha definitiva de los monjes tras la desamortización de Mendizábal. Durante más de un siglo, el monasterio sufrirá en sus edificios los estragos del tiempo, el vandalismo y la desidia de todos.



Como no podía ser de otra forma, si el abandono y la ruina se apoderaron del cenobio, los elementos exteriores del conjunto monumental se llevaron, tal vez, la peor parte. Con la vuelta de la comunidad cartujana en 1948, se comenzó una lenta reconstrucción y recuperación que afectó especialmente a las dependencias religiosas que quedaban dentro del recinto murado que protegía al monasterio. Sin embargo, poco pudo hacerse ya por el deterioro y aún la destrucción de las tapias que rodeaban la antigua Huerta de la Cartuja, de las “Puertas del Campo”, del molino de aceite o de algunas construcciones y elementos singulares como el “mirador” y el humilladero levantados extramuros, muy próximos al río.

Hace ya casi treinta años, cuando recorríamos las riberas del Guadalete aguas arriba de La Corta, a la altura de un recodo en ángulo recto que forma su cauce a los pies del Monasterio, nos sorprendió lo que parecía ser una extraña columna inclinada, de pequeñas dimensiones, que asomaba entre la vegetación en la cúspide de un mogote rocoso que se levanta apenas a treinta metros de la orilla del río. Cuando nos acercamos, no sin dificultad, abriéndonos paso entre los arbustos espinosos de Solanum bonariense que lo cercaban, reconocimos los restos de lo que pudo haber sido un crucero. Lo confirmamos después, al consultar antiguos planos y grabados de las dependencias del Monasterio que señalaban en este punto la existencia de un pequeño humilladero. A escasos metros de él se levantaba un mediano edificio, de planta rectangular y tejado a dos aguas, que se conocía como “Casa del guarda”, un antiguo mirador que amenazado por la ruina, aún conserva memoria de la hermosa dedicación que un día tuvieron sus estancias. Algo más lejos, sobresaliendo tras los altos muros que cercan el monasterio, mostrándonos aún toda su solidez de antaño, despuntaba una llamativa construcción en ladrillo: la torre de contrapeso del que fuera molino de aceite de La Cartuja.

Hace unos meses, cuando de nuevo volvimos a pasear por las orillas del río, quisimos “rescatar” la memoria de este lugar antes de que acabe perdiéndose definitivamente que es lo que pretendemos evitar, modestamente, con estas breves notas.

Un mirador asomado al río y la Bahía.



No conocemos a ciencia cierta cuando fueron construidos el molino, el mirador o este sencillo humilladero, aunque creemos que, al ser todos ellos edificios exteriores al monasterio, bien pudieran haberse levantado en la segunda mitad del siglo XVI o a comienzos del XVII, si bien todos sufrieron luego modificaciones. De algunos de ellos nos da pistas el Padre Rallón en su Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera, a mediados del XVII. Así, tras describir las principales dependencias del monasterio apunta que (el entrecomillado es nuestro):

(…) De esta plaza se baja a la huerta que es en la vega del río, donde se crían algunos árboles frutales y lo más de ella está poblado de diversas hortalizas para el gasto de la casa, todo regado con una azacaya sacada del río o del Salado que le sirve de cerca, y encima de ella, en el mismo ribazo en que está fundada la casa, está fundado un humilladero con un mirador labrado para esparcimiento de los religiosos donde se salen los días que les permite aflojar algún tanto la cuerda de su extremada observancia: son dos piezas una en otra muy hermosas y dilatadas. La primera es un soportal con mármoles blancos con sus poyos, y la segunda una espaciosa sala con sus asientos, donde se sientan en conversación al modo que los Padres del Yermo tenían sus juntas y colaciones…” (1)

Este mismo paraje es descrito también, dos siglos más tarde, en Noches Jerezanas (1839), por el historiador local Joaquín Portillo que, literalmente, plagia sin citarlo lo escrito por Fray Esteban Rallón. Juzguen ustedes:

De esta plaza se baja a la huerta que está en la vega del río, y cría algunos árboles frutales, aunque su primer destino era para la producción de la hortaliza necesaria para la casa. Toda ella es regada con una azacaya ó ramal que sale del río Salado que le sirve de cerca; en la parte superior de ella ó sea el ribazo en que está fundada la casa se formó un humilladero con su mirador que servía al recreo de los monjes en los días que les era permitido salir a él” (2).

En la descripción de Rallón se aportan interesantes datos que nos ayudan a interpretar el paisaje actual y sus elementos más relevantes, casi cuatro siglos después de que él los contemplara. Aunque no menciona la torre del molino (tal vez, obra posterior) si apunta ya la existencia del mirador que ha sufrido desde entonces algunas transformaciones importantes, tal vez para su adaptación a “casa del guarda” a la que fue destinada durante un tiempo. La primera de las estancias, que con sensibles cambios aún se conserva, es una sala cerrada, con ventanas a la huerta, en la que aún se adivinan los “poyos”, es decir, los bancos corridos arrimados a la pared, donde los cartujos se sentaban a conversar. Es curiosa la expresión “padres del Yermo”, referida a los monjes, pues con ella se hace alusión en el cristianismo a los primeros eremitas y anacoretas (“Padres del Desierto”), a los que Rallón compara con nuestros cartujos. La segunda dependencia era el mirador, propiamente dicho, abierto al mediodía, a modo de soportal con ventanales abiertos, coronados por arcos de medio punto sujetados por columnas de mármol blanco. Estos huecos fueron tapiados, si bien en su fachada aún se aprecian con nitidez, por el resalte de sus arcos en ladrillo, cuatro ventanas de 2,30 m de anchura y algo más de 3 m. de altura que guardan en sus enjutas la decoración de azulejos original. Son los “soportales” a los que alude Rallón en su descripción y que se cubrieron para transformar esta estancia abierta en un espacio cerrado. Desde su única ventana aún se contemplan magníficas vistas, limitadas ahora por la espesa arboleda del río. No en balde este fue el motivo de su elección: servir de distracción, de lugar de esparcimiento y de ocio a los monjes en esos escasos días “que les permite aflojar algún tanto la cuerda de su extremada observancia”.

La casa-mirador está orientada al sureste y desde ella se obtenían las mejores perspectivas que podían contemplarse desde el monasterio. En primer término permitía una muy cercana visión del Guadalete. Sus riberas, desprovistas de los eucaliptos que hoy casi ocultan la lámina de agua, quedaban entonces expuestas a la contemplación, mostrándose también un tramo recto del río hasta más allá de La Corta, lugar donde se encontraba el primitivo embarcadero de la ciudad que sería después trasladado a la aldea de El Portal. A lo lejos, la vista transportaba a los monjes hasta la Bahía de Cádiz. Así lo relata el propio padre Rallón al describir los horizontes que se contemplan hacia el mediodía:

Está fundada esta insigne fábrica sobre el ribazo del río Leteo, hoy Guadalete, que la baña por el medio día. Está situada a los cuatro vientos con alguna declinación al oriente, para gozar en invierno, más temprano, de las influencias del sol. Por esta parte del mediodía se descubre un dilatado horizonte, que fenece en el mar océano sin que algunos cerros que tiene, a un lado y a otro, le estorbe su dilatada vista que, a distancia proporcionada, alcanza ver la ciudad de Cádiz, descubre su bahía y registra sus embarcaciones” (3)

De nuevo Portillo, en sus Noches Jerezanas, al describir el lugar en 1839, dos siglos después que Rallón, vuelve a “copiarle” (sin citarlo) las mismas ideas. Compruébenlo:

La nunca vien elogiada obra de la Cartuja, monumento de la piedad de nuestros mayores, está situada sobre el ribazo del célebre río Gaudalete que le baña por el mediodía. Lo está también a los cuatro vientos, aunque declinando un poco sobre el oriente para paticipar en los inviernos de las bellas influencias del sol. Por la parte del mediodía se descubre un dilatado oriente que fenece en el mar occéano, sin que alguunos cerros que tiene por uno y otro lado le nieguen la dilatación de sus vistas que llegan hasta el punto de poder contemplar y distinguir las embarcaciones”. (4)



Sea como fuere, nuestro escritor decimonónico acierta de pleno al expresar la paz que se respira en este paraje, lo que se siente en este lugar al que los cartujos acudían a conversar y a distraerse contemplando el paisaje: “… Aquí se embelesa el alma hasta el punto de apetecer no perder jamás de vista unos sitios tan amenos y deliciosos que parece fueron formados para que los habitasen los ángeles de la soledad, ó los santos moradores del yermo”. (5). ¿Les suena lo de “los santos moradores del Yermo”?.

El humilladero del río.



Pero los padres cartujos no sólo acudían a este apartado rincón, junto al río, a contemplar el paisaje. Éste era también un lugar de recogimiento y de oración en el que se erigio un crucero, un humilladero.

Es sabido que la Cartuja contó con varias cruces repartidas por distintas dependencias del monasterio. La más conocida es la denominada Cruz de la Defensión, que todavía se conserva en los jardines exteriores situados delante de la monumental portada de acceso, obra esta última de Andrés de Ribera. El profesor Aguayo Cobo, que ha realizado un completo estudio de este crucero, apunta también como el historiador H. Sancho de Sopranis cuestiona que esta sea la cruz del Humilladero, mencionada en las fuentes documentales, toda vez que existieron también otras cruces junto al estanque de los galápagos o en el jardin del claustro (6). Y a todas ellas hay que añadir el sencillo crucero del que hoy nos ocupamos, cuyos restos se conservan cerca del río en el exterior de los muros del monasterio.

A buen seguro que este pequeño humilladero, menos ostentoso y monumental que los mencionados, gozó de las visitas de los monjes por lo apartado y recogido del paraje y el atractivo de sus vistas. Para su construcción se aprovecho la cúspide de un mogote rocoso de empinadas paredes, muy cercano al río. Este mirador natural ha sido tallado por el río dando lugar a un montículo en cuyas paredes sobresalen bloques de rocas de yeso engastados en las margas abigarradas y rojas de edad triásica.

En la descripción del antiguo Monasterio de la Cartuja de la Defensión que en su inventario de Patrimonio Inmueble de Andalucía presenta el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, se menciona esta singular obra, junto a la vecina “casa del guarda” o mirador, diciéndose de ellas que: “

Por último habría que añadir aquí, a pesar de encontrarse al sur del claustro de los legos, el molino de aceite y la casa del guarda de la huerta. El primero, en estado de abandono, responde a la estructura de molino de hacienda de olivar, con una nave rectangular para la viga y un espacio cuadrado que corresponde a la torre de contrapeso. Al exterior, destaca el volumen de esta última, con tejado a cuatro aguas y especie de pináculos como remate. La casa del guarda por su parte, posee planta rectangular, con sencilla viguería como cubierta. Al exterior presenta sus muros ornamentados con arcos en resalte de ladrillo y decoración de triángulos con azulejos en sus enjutas. La cubierta exterior es a dos aguas. Como último elemento a tener en cuenta en el edificio conviene señalarse el humilladero, el cual presenta una sencilla estructura cuadrada con cuatro alturas distintas a modo de escalones, que culmina en un cuerpo circular con casquetes y otro hexagonal, y finalmente una cruz, hoy inexistente”.

El paseante que recorra las orillas del Guadalete puede aún comprobar que el humilladero es una sencilla obra que aún nos muestra con claridad su primitiva estructura, pese a los estragos del tiempo. El conjunto se asentaba sobre cuatro basas octogonales (y no cuadradas, como indica la ficha del IAPH) dispuestas a modo de gradas. La mayor de ellas, en la que se apoya toda la obra, tiene 1 55 cm de lado y es también la de mayor altura (55cm). Las otras van decreciendo en dimensiones (115, 95 y 78 cm. respectivamente) a la par que disminuye también la altura de los escalones que dejan entre ellas (27, 19 y 15 cm. respectivamente). El mortero del que están construidas presenta en superficie un tratamiento especial a imitación de ladrillos que puede haber sido añadido posteriormente.

Sobre estos peldaños se levanta un casquete esférico, labrado en una llamativa piedra negra, con ocho caras de 55 cm de lado en su base y 50 cm. de alto, en cuya parte superior entronca un prisma octogonal, del mismo material, que culmina con unas molduras y una pequeña semiesfera sobre la que en su día se alzaría la cruz, hoy perdida. Este último cuerpo tiene un metro de altura, por lo que todo el conjunto que hoy se conserva -sin la cruz- alcanzaría una altura total aproximada de 2,60 m.

En la actualidad, las basas se han agrietado, tal vez por fallos en su cimentación y por la acción de las raíces de los arbustos que han crecido entre ellas (esparragueras, S. bonariense, higueras, hinojos…) y que hemos podido retirar casi en su totalidad. Como consecuencia del deterioro de la base, el cuerpo superior ha perdido parte de su apoyo y se muestra inclinado, con riesgo de desprenderse.
No estaría mal, en estos tiempos en los que se reclama la apertura de la Cartuja a las visitas y una mayor inversión en el mantenimiento del monasterio, que se recordase que en sus exteriores, existen elementos patrimoniales de gran valor que corren el riesgo de arruinarse, como el humilladero.

Con todo, el encanto del lugar aún se mantiene, pese a la construcción en las orillas del río de una caseta para la extracción de agua muy cerca de este rincón. Por eso, cada vez que paseamos por las riberas del Guadalete, hacemos un alto a los pies del humilladero y del mirador de los cartujos para evocar aquellas tardes en la que los monjes acudían aquí y, “aflojada la cuerda de su extremada observancia”, conversaban entre ellos plácidamente mientras su vista se perdía, río abajo, hacia los lejanos horizontes de la Bahía.

Para saber más:
(1) Rallón, E.:
: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, . Ed. de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. IV, p. 174..
(2) Portillo, J.:: Noches Jerezanas. Tomo Segundo. . Imprenta de D. Juan Mallén. Jerez.
(3) Rallón, E.: Historia de la ciudad de Xerez… vol. IV, p. 174.
(4) Portillo, J.:: Noches Jerezanas…. . Pp. 180-181.
(5) Portillo, J.:: Noches Jerezanas…. . Pp. 183.
(6) Aguayo Cobo, A.:: Arquitectura religiosa del renacimiento en Jerez II. Cartuja de la Defensión. Convento de Santo Domingo. .UCA, 2006, pp. 23-24.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte:
- Antoine de Latour: “signos y dibujos” en el patio de la Cartuja
- Con Antonio Ponz en el patio de la Cartuja (1791)
- En la Cartuja con Gustavo Doré
- Paisajes con historia
- Vertidos junto al Monasterio de la Cartuja

La información, con algunas modificaciones en el encabezamiento se incluyó en un artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 09/03/2014


Cruces en el paisaje




La Semana Santa es sin duda el mejor momento para admirar y contemplar, en las calles y en los templos, el rico patrimonio artístico de nuestras hermandades y cofradías. Para muchos, supone también un periodo de descanso en el que podemos aprovechar para descubrir distintos rincones de nuestro entorno cercano, muchos de ellos poco conocidos, que esconden pequeñas sorpresas. Sin embargo, este año, confinados como estamos sin poder hacer ni una cosa ni otra, rescatamos para ustedes una entrada de años anteriores en la que les proponemos algunos de estos parajes o lugares que, por aquello de la "semana de pasión", hemos querido que tuvieran como elemento común la presencia de la “cruz”.

Cruces en la toponimia

Desde tiempo inmemorial ha sido costumbre situar cruces a orillas de los caminos a la salida de los pueblos y ciudades, en lugares elevados, en la cumbre de cerros y montes sobresalientes o en los puertecillos por los que las antiguas hijuelas y cañadas atravesaban los parajes serranos.



La cruz o las cruces, además de su carácter simbólico, religioso o conmemorativo suponían un hito, una referencia en el paisaje que, en muchas ocasiones ha dejado también su huella en la toponimia. Este es el caso de una de las cruces más llamativas y conocidas de nuestra campiña, la situada en lo más alto de la Sierra del Valle. Como nos apunta nuestro amigo Juan García, “desde su instalación en la primera década del s. XX el entonces denominado Cerro del Águila paso a ser conocido como Monte de la Cruz. Esta singular cruz de hierro se debe a la iniciativa de la Comunidad Salesiana que se instala en El Valle en 1909 bajo los auspicios de los hermanos Vicente y Rafael Romero. Este último era sacerdote y miembro del cabildo de la catedral de Jerez. Con el apoyo de D. Rafael, conocido cariñosamente por los vallenses como “el Abuelito”, instalan una cruz en la cima del monte y la bendicen e inauguran el 5 de mayo de 1910” (1). La cruz, desde cuya base se divisa un soberbio panorama, será desde entonces el símbolo de esta sierra y del pueblo.

En otros casos, las cruces eran mucho más modestas y, aunque no se conservan, debieron existir junto a la Cañada de la Sierra a su paso por las cercanías de Cuartillo. No en balde, las tierras de Salto al Cielo fueron conocidas tiempo atrás como Dehesa de Las Cruces y de la Parrilla, siendo adquiridas en el primer tercio del siglo XVIII por el Monasterio de La Cartuja para ampliar sus posesiones. En ellas se levantaría a comienzos de la centuria siguiente la conocida ermita de Salto al Cielo. Una modesta cruz preside todavía la linterna que se alza sobre la media naranja de la ermita, visible desde un amplio sector de la vega baja del Guadalete.

Muy cerca de este lugar corren las aguas del Arroyo de Las Cruces, topónimo en el que perdura la antigua denominación de estos parajes. Este arroyo tiene su origen en las proximidades de la planta potabilizadora de Cuartillo. Sobre él se traza el Puente de las Cruces, con tres grandes arcos de sillares de cantería, que construyera el ingeniero Ángel Mayo en 1868 para dar paso por esta zona al Acueducto de Tempul (2). El arroyo atraviesa las tierras de Las Majadillas y Salto al Cielo para, después de embalsarse en las cercanías del Rancho de El Cortesano, unirse al arroyo de Cuerpo de Hombre en San Isidro, donde desemboca en el Guadalete.



Otro arroyo con el nombre de Las Cruces, nace en las faldas de la Sierra del Valle y atraviesa por tierras de Las Salinillas, el Algarrobillo y del Rancho Las Cruces, colindante con a la Cañada de las Salinillas que une el Valle con Gigonza.

En muchos pueblos de la provincia es frecuente el topónimo “Puerto de las Cruces”, al igual que en Jerez. En la mayoría de las ocasiones, este nombre tuvo su fundamento en la existencia de cruces de piedra o de madera que se situaron en los pasos de los caminos por parajes serranos, en los collados o en lugares abiertos junto a los puertos. Este es el caso del Puerto de las Cruces en la Dehesa de La Atalaya (próxima al embalse de Los Hurones), por el que cruzaba la Cañada de la Higuera que, desde tierras de Algar se dirigía a Ubrique.

Aún se mantiene también el nombre del Puerto de la Cruz, para el de un puertecillo existente en la carretera que une el Puerto de Gáliz y el Mojón de la Víbora entre El Marrufo y el Canuto del Lobo, en las proximidades de las Casa del Abanto. Con este mismo nombre se conservan también en los caminos serranos otros puertos en la Dehesa de la Alcaría y en la de Benahú, y con el de Piedra de la Cruz o de las Cruces, otros tantos parajes en las dehesas de Fasana (donde confluyen los arroyos de La Sauceda y Pasada Blanca) y de Garganta Millán, todos ellos en el rincón más oriental del término, lindando ya con los de Cortes y Ubrique. En tiempos pasados, tal como nos recuerda A. López Cepero, existió también un Quejigo de la Cruz en la Dehesa del Cándalo (3).



Más transitado en la actualidad es el Puerto de la Cruz, paraje situado en el acceso a la barriada rural vallense de Alcornocalejo o Briole donde se cruzan la carretera que desde san José del Valle se dirige al embalse de Guadalcacín y la Cañada de la Peruela o de Briole. Por este lugar discurría una de las principales vías pecuarias del término y se trazó en la antigüedad el acueducto romano de Tempul a Gades a través de una galería subterránea. Muchos siglos después, este puerto vería pasar las conducciones del acueducto de Tempul a Jerez, uno de cuyas torretas de acceso vemos aún junto al Puerto.



Muy conocido es también el Puerto de las Cruces que se encuentra en el límite de los términos municipales de Jerez y El Puerto de Santa María, en un paraje situado junto a los accesos a los Depósitos de la Sierra de San Cristóbal. Aún perviven aquí dos columnas apoyadas en sendos pedestales, en los que faltan las cruces que las coronaban y que estaban situadas a las orillas del camino real ente Jerez y El Puerto. Este paraje de Las Cruces ha quedado ya para siempre en la literatura en la obra Caín, del Padre Coloma (1873) donde describe este rincón, los caminos que lo transitaban, y los paisajes del valle de Sidueña (4).

Cruces en los viñedos.

No faltan tampoco en el viñedo jerezano o en las tierras de cereal otras referencias a las cruces. Entre ellas pueden citarse la antigua viña de La Vera Cruz, en el pago de Zarzuela, junto a la actual barriada rural de Añina o La Cruz del Husillo, situada en el pago de Marihernández, junto a Las Tablas, aunque en este caso se hace referencia en el nombre a la denominación con la que se conoce la cruz formada por el brazo horizontal y el tornillo de hierro o madera que se utiliza para el movimiento de las prensas. La antigua viña Santa Cruz, ya desaparecida, cedió su nombre al actual Polígono Industrial Santa Cruz, en la carretera de Sevilla, levantado en los terrenos de aquellos viñedos. El Haza de la Cruz da nombre todavía a sendas parcelas de tierras de secano situadas en Las mesas de Santiago y Mesas de Asta.



Junto a todas ellas, se conserva también la conocida viña La Santa Cruz, ubicada en el pago de Balbaina, entre la cañada de Las Huertas y la carretera de Rota, adquirida hace unos años por la empresa Huerta de Albalá. En la parte más alta de la ladera del cerro donde se asienta esta antigua viña, se alza una sencilla cruz de hierro sobre un pedestal que despunta entre los trigales.





Cruceros monumentales y pequeñas cruces.

En este recorrido por las cruces de la campiña no queremos dejar de mencionar dos de los cruceros más sobresalientes de cuantos podemos admirar en las cercanías de la ciudad. Uno de ellos, el más conocido, es el situado en el patio exterior de La Cartuja, conocido como Cruz de la Defensión. Este hermoso crucero fue visitado por el conocido pintor y dibujante francés Gustavo Doré quien lo incluyó, junto a otros grabados de la ciudad, en su conocida obra L´Espagne, moeurs et paysages (1862). En palabras del profesor Antonio Aguayo, “se trata de una hermosa cruz pétrea, que conmemora la victoria de las tropas cristianas sobre las sarracenas, gracias a la intervención milagrosa de la Virgen, que da lugar al nombre de Defensión, que adopta la cartuja jerezana”. Apunta este autor que la cruz se levanta bajo el priorato de Tomás Rodríguez, constituyendo “una bella obra del Renacimiento jerezano” (5).

Menos conocido es el Crucero de Alcántara, que se levanta en un llamativo montículo, cubierto de vegetación, situado en las inmediaciones de la carretera de Arcos entre los cortijos de Cartuja de Alcántara y La Peñuela. El observador puede adivinar entre las copas de la frondosa arboleda que crece sobre las laderas del cerro, la silueta de una cruz que despunta ligeramente sobre la espesura vegetal que parece protegerla. Se trata de un crucero mandado levantar por D. Salvador Díez, antiguo propietario de la finca de Cartuja de Alcántara e inaugurado en 1911. Como reza la lápida que figura en su base, la cruz fue bendecida por el arzobispo de Sevilla, D. Enrique Almaraz y Santos “con gran asistencia de clero y fieles… el día 24 de octubre de 1911, concediendo 100 días de indulgencia por cada Padre Nuestro o Credo que se rece delante de ella en memoria de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo” (6).



Para cerrar este recorrido que tiene como hilo conductor las cruces y sus referencias geográficas y materiales en distintos rincones de nuestra campiña, destacamos también la gran cruz que se alza en el monumento al Sagrado Corazón de Jesús levantado en la viña el Majuelo. Presidiendo uno de los viñedos de más nombradía del Marco de Jerez, y sobre un gran pedestal cilíndrico, llama la atención del visitante una figura monumental de Cristo con la mano derecha levantada y la izquierda sujetando una gran cruz de piedra que tiene grabada la leyenda “In hoc signo vinces”.



En las veletas y en las rejas, sobre los pozos y las puertas, en los paneles cerámicos, en las hornacinas de muchos cortijos… por todas partes cruces. Grandes unas y otras pequeñas, casi diminutas, como las que encontramos en los muros o en el interior de nuestras capillas y oratorios rurales. A modo de ejemplo, en la Ermita de la Ina, una "cruz de la victoria", recuerda la hazaña de Diego Fernández de Herrera y la batalla que en estos llanos se libró entre los jerezanos y los musulmanes en el siglo XIV. En el interior de esta misma ermita, podemos admirar un "vía crucis" que ha sido plasmado en sencillos azulejos presididos por una pequeña cruz.

Para saber más:
(1) Información facilitada por nuestro amigo Juan García Gutiérrez.
(2) Memoria relativa a las obras del Acueducto de Tempul para el abastecimiento de aguas a Jerez de la Frontera, por D. Ángel Mayo. Anales de Obras Públicas, nº 3, 1877. Pgs. 59, 63 y 64.
(3) López-Cepero, Adolfo.: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López Cepero.- Año de 1904. Escala 1:25.000
(4) García Lázaro A. y J.:Por las tierras de Sidueña con el Padre coloma”. Blog “Entornoajerez”. 31/03/2009. Sobre la novela Caín puede consultarse: López Romero, José.: Edición de Caín del Padre Luis Coloma. Biblioteca Virtual Cervantes. También puede consultarse en Biblioteca on-line del C.E.H.J.. 2007.
(5) Aguayo Cobo, A.: Arquitectura religiosa del renacimiento en Jerez II. Cartuja de la Defensión. Convento de Santo Domingo. UCA, 2006, pp. 23-24. Sobre este crucero hemos escrito: García Lázaro A. y J.:Con Gustavo Doré en el patio de La Cartuja”. Blog “Entornoajerez”. 05/10/2014.
(6) García Lázaro A. y J.:El crucero de la Cartuja de Alcántara cumple cien años”. Blog “Entornoajerez”. 24/10/2011.

Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Puedes ver otros artículos relacionados en nuestro blog enlazando con Patrimonio en el medio rural, Toponimia, Paisajes con Historia

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 29/03/2015

 
Subir a Inicio