Con nuestros mejores deseos para el año que comienza, de todo "corazón", ¡Feliz 2021!
(Manchón de monte bajo en las proximidades del Cerro del Bonete, entre Jerez y Medina).
(Manchón de monte bajo en las proximidades del Cerro del Bonete, entre Jerez y Medina).

entonces, es el mayor de los elogios que pueda hacerse al vino de Jerez: “Si mil hijos tuviera, el primer principio humano que les enseñaría sería abjurar de toda bebida insípida y dedicarse por entero al jerez”. 
"En estotro escuadrón vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivífero Betis; los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; los manchegos ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la
sangre goda…”
disfrutaban los placeres que más se habían deseado. Estos lugares deliciosos estaban surcados por el río Leteo, cuyas aguas hacen olvidar a quienes las beben todos los males de la vida.
aquel Leteo (también denominado Letheo o Lete), con el que lo identificaron eruditos e historiadores locales. Los campos jerezanos por los que cruza dicho río deben ser, por esa razón, los Campos Elíseos.
A mediados del s. XVII, Fray Esteban Rallón en su Historia de la Ciudad de Xerez de la Frontera (2), abunda también en esta idea que la historiografía más tradicional de nuestra ciudad recoge con gran profusión. Aunque lo cita en muchos pasajes de su obra, es en el capítulo XIX de su Tratado Último, titulado “Lo que los antiguos sintieron y dijeron de esta tierra y porqué eran llamados los Campos Elísios”, donde Rallón
argumenta largo y tendido sobre las bondades de nuestra tierra y ubica en nuestros campos, regados por el Guadalete, este lugar mitológico. Así es como lo narra: “Está esta tierra situada debajo de tan favorables constelaciones que la ha hecho siempre apreciable a la naturaleza humana, convidando a los hombres con sus comodidades, y atrayendo sus voluntades, con tanta violencia, que les ha hecho olvidar la tierra de su nacimiento. Y así hemos de decir que los poetas antiguos, que ignoraban la bienaventuranza juzgando lo natural y que los dioses tenían algún sitio en la tierra separado para ella, no hallando otro de mayores comodidades para premio de buenas obras que este, dijeron que en él habían de gozar de descanso los que lo mereciesen 
paraíso porque el que llegaba a esta tierra no se acordaba de otra, por lo cual llamaron río del Olvido a nuestro Guadalete, porque , como si sus aguas lo infundieran, dijeron que ellas lo suyo citaban en los que las bebían, haciendo ficción de la verdad y atribuyendo al agua lo que obra la abundancia de la tierra, la serenidad del aire, el temple de la situación, la alegría de su suelo, mar y cielo…” (pg. 174).
El historiador Bartolomé Gutiérrez, en su Historia de Xerez de la Frontera (1787) se hace también eco de los mitos relativos a los Campos Elíseos y el Leteo: “Después de pasar el Rio Letheo, que es nuestro Guadalete, viniendo de el estrecho hacia el Betis, se colocaban los Elisios campos, hasta dar con el Rio Tarteso, que es el Guadalquivir; y en nuestro Guadalete decían estaba la Barca de Acheronte, para pasr las almas del lugar que les pertenecía, según sus obras, al que presentaba buenos méritos entraba a gozar de las fertilidades, y sosiego de los Elisios campos; pero al que llevaba malos papeles lo conducía el Barquero por el Rio abajo, y dando en la entrada del Oceano con la boca del Tarteso, lo entregaba en aquella tartárea región para que fuese a penar sus delitos”. (3)

pastos, lo que no obsta para una inveterada fama de sus vinos; pero la expresión “alegran” alguien puede traducirla sin metáfora por “embriagan”. La explicación está en el gusto por el uso de palabras y frases con doble sentido muy propio de Cervantes cuando habla por sí mismo, como precursor del conceptismo, reservando el culteranismo como modo expresivo del ingenioso hidalgo (aunque en tal caso paradójicamente éste es el que habla). (4)

que se adentran por los parajes serranos, en los amplios espacios marismeños o las que, en los alrededores de la ciudad, nos permiten acercarnos a los tradicionales pagos de viñas.
XIX -como veremos- el Ferrocarril de Jerez a Bonanza. La carretera cruza hoy un hermoso paraje dejando a sus lados afamados pagos de viña, aunque lamentablemente ya se han perdido muchas de ellas. Así, a la derecha de la ruta se extienden, por este orden, los viñedos de los pagos de San Julián, Zarzuela y Añina mientras que a la izquierda lo hacen los de Marihernández, Las Tablas y Añina (3). ¿Nos acompañan?
viñedos: Sánchez Romate. Junto a la bodega está el carril de acceso al cercano enclave diseminado de El Polila que con Las Tablas y Añina forman una misma barriada rural. Este lugar toma el nombre de un conocido ventorrillo que a comienzos de la década de los 60 del siglo pasado se abrió en la zona. Por el apodo de “El Polila” era conocido su propietario, llegado de Trebujena, en torno a cuya venta se establecieron otras viviendas (4).
Ya en la carretera de Las Tablas, sale a nuestro encuentro, a la izquierda, la antigua viña de Candelero, que cuenta hoy con un establecimiento de hostelería, un “mosto”, que figura, junto al de Añina, entre los más renombrados de la campiña. En sus accesos, el paseante podrá observar una curiosa muestra de antigua maquinaria agrícola que se utilizaba en las faenas de la viña y la bodega, entre las que destaca una singular prensa. No en balde, la viña de Candelero, cuenta con más de un siglo y medio de historia a sus espaldas siendo una de las pocas de estos pagos que no ha cambiado de nombre tal como puede comprobarse en los planos y mapas de época.
Según distintos autores, este camino por el que ahora se traza la carretera pudo ser el que recorría hace 20 siglos la Vía Augusta, una de las más importantes de cuantas cruzaban la Bética (5). Partiendo de Gades (Cádiz) y pasando por el Portus Gaditanus (El Puerto de Santa María), esta antigua vía romana atravesaba las tierras de Añina en dirección a Hasta Regia para continuar después su largo recorrido hacia Roma. En épocas no muy lejanas, a mediados del siglo XIX, el mapa provincial de Francisco Coello (1868) aún daba constancia de ello señalando en estos parajes su hipotético trazado con la leyenda “vestigios de la vía romana” (6). Todavía hoy, la fotografía aérea nos revela el trayecto que seguía entre El Barroso y el cortijo de Tabajete hasta las inmediaciones de las Mesas de Asta, donde se encontraba la ciudad romana de Hasta Regia (7).
No es de extrañar por ello la aparición en estos parajes de restos romanos. De algunos nos daba cuenta ya en el siglo XVIII el historiador Bartolomé Gutiérrez quien al hacer balance de los vestigios arqueológicos jerezanos relata: “De estas Romanas memorias tenemos otras dos lápidas halladas a una legua de Xerez, en el pago llamado de San Julián. Agostando en la viña de D. Gerónimo Mures, Presvítero,
descubrieron una Bóbeda ó Sepulcro de bien labrada Arquitectura con dos lápidas en los estremos, y sobre él una piedra ó Losa grande sin rótulo pero las otras dos estaban escritas con un epitafio cada una que contenían los enterramientos de Padre e hijo” (8). Una de estas lápidas tenía grabado el nombre de LVCIUS, mientras que la otra, en caracteres latinos rezaba “En este sitio reposa Lucio Alpidio hijo de Lucio. Séate la tierra ligera” (9).
Continuando con nuestro camino, y dejando atrás Candelero, la carretera inicia ahora un suave descenso que deja a la derecha las tierras del pago de San Julián. Una puerta enrejada nos anuncia el camino de acceso a la antigua viña Las Conchas. Juan Pedro Simó desvelaba como este curioso patronímico femenino era debido a cuatro mujeres de nombre “Concha”, pertenecientes a la familia Pérez-Lila, antigua propietaria de la hacienda (11), que tiene su caserío principal en El Paraíso, una hermosa estancia rodeada de una frondosa arboleda y un cuidado jardín, visible desde la Cañada de Cantarranas.
Algo más adelante, frente a las primeras casas de Las Tablas y lindando con Las Conchas, una portada reclama nuestra atención: “Phelipe Zarzana Spínola”. Se trata del acceso a los cuidados viñedos de Ximénez-Spínola que, desde el s. XVIII vienen cultivando en exclusiva la variedad Pedro Ximénez, produciendo unos vinos sencillamente excepcionales, situados ya entre los de mayor calidad del marco.
Como se ha dicho, el primer tramo de la carretera por la que venimos recorriendo estos paisajes, sigue la huella de la antigua Cañada de Marihernández, pero como dato curioso, hace tan sólo cincuenta años podía verse también, junto al camino, la traza del Ferrocarril de Jerez a Bonanza que, con 29 km de recorrido, tenía parada en Las Tablas, donde se construyó un apeadero en el km 11,5 de la línea. Como nos recuerda el investigador Francisco Sánchez Martínez, el mejor estudioso de nuestro pasado ferroviario, “el apeadero fue abierto al servicio cuando se inauguró el trozo de Alcubilla a Sanlúcar el 30 de agosto de 1877 y se cerró cuando fue clausurada la línea el 1 de octubre de 1965, posteriormente fue demolido” (12). Se ha cumplido por tanto el 150 aniversario de la puesta en marcha de aquella línea que permitió que, durante casi un siglo, el tren circulara por estos pagos transportando hasta el embarcadero de Bonanza las botas de los caldos jerezanos y prestando un gran servicio a los trabajadores de las viñas de estos pagos.
Recuerda el citado autor que ya desde sus inicios todos sus trenes en ambos sentidos (hasta 8 servicios en 1878) paraban en el apeadero de Las Tablas “debido posiblemente al número de viticultores que se desplazarían a trabajar en las viñas colindantes” (13). Hasta tal punto debió estar concurrido el apeadero que la Dirección de los Ferrocarriles Andaluces reclamó ya en 1878 vigilancia de una pareja de guardias de la Guardia Rural jerezana en la estación de Las Tablas para que estuviesen presentes en las horas de salidas y llegadas de los trenes, al objeto de “observar un buen orden”, como sucedió. Una muestra de la
permanente utilización de esta pequeña estación-apeadero fue la construcción en 1931 por parte del Ayuntamiento de una variante que desde el camino vecinal del Barroso (actual carretera del Calvario) enlazaba con la Estación de Las Tablas, esa misma vía que se conocería después como carretera de Añina-Las Tablas (14). Como recuerdo de aquel concurrido apeadero nos queda la imagen conservada por el Club Ferroviario Jerezano (15).
población diseminada. De los pagos cercanos a la ciudad, las tierras de Añina, San Julián y Las Tablas siempre se encontraron entre las que contaban con más casas de viña, muchas con población estable. Por citar sólo algunos datos, recordaremos que, en el Nomenclátor de 1850, época de expansión del viñedo, se citan para Añina 55 viviendas, 33 para San Julián y 3 para El Barroso. Las Tablas no aparece todavía como diseminado. A
finales de siglo, en 1892 se cuentan ya en Añina 74 edificios diseminados con 174 habitantes. San Julián tiene 21 edificios con 144 habitantes (17). En la década de los noventa del siglo pasado, entre los tres núcleos que integran la barriada rural de las Tablas, sumaban 500 vecinos. Hoy cuenta con unos 300 habitantes que se multiplican cada fin de semana con los muchos visitantes de sus conocidas ventas para degustar el mosto, el ajo campero y la berza. No en balde aquí se celebra desde 2004 en diciembre la popular Fiesta del Mosto, cita gastronómica ineludible que atrae cada año cientos de visitantes, como ha vuelto a suceder el pasado viernes 8 de diciembre en su XIV edición.
Saliendo de Las Tablas, la carretera deja a la derecha la viña La Zarzuela, una finca segregada de Las Conchas, que cuenta con renovadas instalaciones de la mano de la empresa Spirit Sherry y donde se realizan interesantes actividades de enoturismo. Junto a ella están también las tierras de la antigua viña de la Vera Cruz que hoy se presenta ante el paseante en su portada con el nombre de “G.L.”. 

A la izquierda del camino, aislado entre las cepas, llama la atención del paseante un antiguo caserón (Casa de María) desde el que se observa un amplio panorama.
cruzan la carretera de Las Tablas con la Hijuela de Añina.
Una parada en Añina, que cuenta también con un famoso “mosto” donde degustar los productos de la campiña, puede ser el pretexto para pasear por el camino que conduce a la Viña El Álamo, desde cuyo tramo final puede contemplarse un hermoso paisaje con las tierras de Montana, Prunes y Tabajete en el horizonte; o mejor aún, hacerlo por la Hijuela de Añina, que arranca junto al Mosto Añina por la que el paseante puede conectar con la cañada de
Cantarranas. En ambos casos podremos observar los curiosos pozos de viña que se conservan a orillas del camino. Con bóveda de ladrillo y encalados de blanco, o construidos en sillares de arenisca de la Sierra de San Cristóbal, los pozos son ya valiosas muestras del patrimonio rural de la campiña que se están perdiendo con el tiempo y que bien merecerían conservarse ya que dan valor al paisaje del viñedo donde se asientan.
Siguiendo nuestro camino, vamos dejando a los lados antiguas casas de viña de nombres populares como La Blanquita-Las Boneas, a la izquierda, o Santa Luisa a la derecha, por citar sólo algunas. Pasado el km 1, a la izquierda de la carretera, se conserva una de las más antiguas que mantiene aún la fisonomía tradicional: El Almendral. Algo más lejos, adivinamos oculta entre cipreses sobre una colina la antigua viña El Aljibe, que se cuenta también entre las más nombradas de estos pagos como atestiguan los antiguos planos y mapas.
Nuestro camino llega a su fin y frente a nosotros vemos ya las dependencias del cortijo de El Barroso donde la carretera de las Tablas se une a la de Las Viñas o del Calvario. Este lugar, donde tradicionalmente hace su parada (“rengue”) la hermandad del Rocío de Jerez, era un importante descansadero de ganado conocido como Prado del Toro. Frente a él, a la derecha de la ruta, en su tramo final la finca colindante con la carretera lleva el curioso nombre de
Haza del Mármol, un topónimo que de nuevo nos remite a la historia y a la presencia romana en estas tierras de Añina. El viajero podrá observar aquí, casi llegando al cruce, dos antiquísimos pozos con abrevaderos. Junto a ellos se descubrió en 1893 una importante inscripción romana de la que sólo pudo extraerse un fragmento, tal como se relata en el escrito que el entonces archivero municipal de Jerez, D. Agustín Muñoz Gómez, remite a Fidel Fita, presidente de la Real Academia de la Historia relatando el hallazgo. 
había tenido conocimiento de ella en una visita a casa de D. Juan Fadrique Lassaletta y Salazar, su descubridor, en cuya finca de El Higuerón los trabajadores encontraron la inscripción (“el mármol”) que localizaron aproximadamente “…en el vallado… frente al pozo del cortijo del Barroso”. Lamentablemente sólo pudieron tomar de ella un pequeño fragmento ya que, como recuerda Muñoz y Gómez en su carta a Fita: “Respecto á la importante lápida cristiana de “Hasta Regia”…al excavar para reformar el vallado, salió en lo más hondo de la excavación la piedra; comprendiéndose que, no pudiendo los operarios quitarla, por lo grande, procuraron partirla de cualquier modo. Según nuestro archivero, el texto legible en el fragmento de lápida recuperada decía lo siguiente: “(Roma) la Sacra Roma, dióle la vida, el aliento y nombre: Así el (Dios) uno y trino conceda gozar del cielo...” (19).