Por la Garganta del Capitán (I).
Un paseo entre antiguos molinos por el arroyo de Botafuegos.




Entre las muchas rutas que ofrece el Parque Natural de Los Alcornocales una de las más sobresalientes es la que recorre la Garganta del Capitán, en tierras de Algeciras y de Los Barrios.

El paseo que hoy les proponemos permite conocer uno de los más hermosos “canutos” de la provincia, el del arroyo de Botafuegos, también conocido como Garganta del Capitán, disfrutando de la típica vegetación de ribera que acompaña a estos estrechos valles de las sierras del sur. Las pozas y cascadas que se suceden a lo largo de su recorrido se cuentan, junto a las del cercano río de la Miel, entre las más espectaculares de cuantas pueden admirarse en nuestro territorio. A sus orillas podremos ver también las ruinas de varios molinos harineros, así como una curiosa represa para captación de agua potable. Ya de vuelta, paseando por un magnífico alcornocal, podremos observar varias tumbas antropomorfas que delatan el antiguo poblamiento de estos parajes.

De las distintas formas de realizar el itinerario hemos preferido escoger la que parte de la antigua carretera que une Los Barrios con Algeciras por presentar un recorrido con mayor número de puntos de interés. Viniendo de la primera población y tras pasar el puente sobre el río Palmones, dejaremos a la izquierda el centro Penitenciario de Botafuegos. Un kilómetro carretera adelante, la cuneta se abre a la derecha en un antiguo descansadero de ganado donde veremos una cancela. Es el punto de partida del itinerario y en este lugar podremos aparcar el vehículo. Tras cruzar la verja, continuaremos por un carril y al poco cruzaremos un pequeño arroyo, así como una cañada que se ha recuperado para el uso público, la conocida como “Puerta verde de Algeciras”.



La primera parte de la ruta transcurre entre prados donde pasta el ganado retinto. La pista asciende entre suaves lomas, acompañada a la derecha por un vallado en el que, de vez en cuando, podremos ver las típicas “pasaderas”, rústicas escaleras que permiten el cruce de los cercados.

Cuando hemos recorrido 1 km, encontramos una bifurcación, debiendo seguir el camino de la derecha que desciende para cruzar el Arroyo de la Fuente Santa (1,200 m.) que baja hasta aquí desde los Cerros de las Esclarecidas. Tras un suave ascenso entre prados despejados de árboles y arbustos, encontraremos otra bifurcación a la izquierda, pero seguiremos nuestro camino hacia el río, cuyas arboledas veremos frente a nosotros y al que llegaremos cuando apenas hemos recorrido 2 km. desde nuestra partida.



En este punto, junto a un bosquete de eucaliptos y rodeado de vegetación llaman la atención del caminante las ruinas del Molino de San José, uno de los tres que veremos.

Antes de acercarnos a él conviene recordar que el arroyo de Botafuegos o del Capitán es, junto al Río de la Miel, uno de los más “molineros” del Campo de Gibraltar. Si este último, de mayor caudal y longitud, llegó a contar con nueve molinos harineros y un martinete de cobre, la Garganta del Capitán le sigue en importancia con otros cinco. Además de los tres, existen en ella vestigios de otros dos molinos situados aguas abajo de este punto en el que nos hallamos: el del Molino El Papel y el de Botafuegos. Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico (1848-70), señala al describir los ríos y arroyos que riegan el término de Algeciras que “…la Garganta de Botafuegos o del Capitán, nace en los Cercadillos; se despeña desde la altura de unos 45 pies, formando una hermosa cascada, a la que llaman la Chorrera, dista una hora de la ciudad, corre 2 leguas de O. a NE: mueve un molino de papel de estraza y 4 harineros; riegan tres huertas; va a desaguar en el río Palmones, sin salir del término y tiene dos puentes de poca consideración" (1). Estos molinos debieron conservarse hasta el primer tercio del siglo XX y figuran en las ediciones del mapa topográfico nacional del IGN (hoja 1078) de 1917 y 1939. El Molino El Papel, aguas abajo del Molino de San José, estuvo destinado a la fabricación de papel de estraza, aprovechando para ello los trapos viejos recogidos por ropavejeros y traperos.



En el Molino de San José.

El Molino de san José muestra al caminante las ruinas de lo que fue una gran instalación que tiene su origen en el siglo XVIII. Al acercarnos llama nuestra atención el edificio de dos plantas



que albergaba los ingenios molineros y, formando ángulo recto con él, otra gran construcción en ladrillo, de una planta, en la que se encontraban las dependencias complementarias del molino.

En la fachada del edificio principal, del que se han desplomado el techo y el suelo de la segunda planta, puede observarse, a la derecha de la puerta de entrada y por debajo del nivel del suelo, los arcos de los dos cárcavos donde se alojaban los rodeznos. Los rodeznos eran las ruedas giratorias formadas por paletas, cucharas o álabes que, impulsadas por la fuerza del agua, transmitían su movimiento a un eje que movía, en la planta superior del molino, las piedras “volanderas” o giratorias sobre las “soleras” o fijas. Entre ambas se dejaba caer el grano para su molienda.

Si observamos el interior del molino (con mucha precaución al tratarse de un edificio arruinado) aún podremos ver como se conservan, sobre la vertical de estas dos bóvedas subterráneas (los cárcavos), sendas piedras “soleras”. Junto a ellas encontramos también algunas piedras “volanderas” o móviles, como las que pueden verse entre las ruinas del molino, junto a las escaleras que daban acceso a la segunda planta. Son de las denominadas “piedras francesas”, conservando aún en su aro metálico central y en su superficie, inscripciones que atestiguan su origen. Este mismo tipo de piedras las hemos visto, por ejemplo, junto a la entrada el Molino del algarrobo, en Arcos de la Frontera.

Junto al edificio principal del molino de San José se conserva también una construcción lateral que servía de almacén y de cuadras para el ganado. Debió ser una magnífico y sólido edificio de ladrillo, de buena traza, a juzgar por los restos que se mantienen en pie entre los que destacan sus huecos de ventana y de puertas (con jambas de sillares de arenisca) y varias arcadas de ladrillo que sujetaban la techumbre. Entre las ruinas del molino aún se conservan también viejas piedras de moler así como varias pilas labradas de una pieza en grandes bloques de arenisca.



Pero sin duda, lo que más llama la atención del Molino de San José es su parte trasera, en la que destacan varios arcos de sillares de arenisca que separan el molino del sector donde se encontraban los cubos, el cao, los canales y los depósitos de agua. Si observamos con detenimiento su fábrica podremos observar cómo se conserva aún la acequia que recogía el agua del arroyo y la conducía hasta el cao (o caz), estrecho canal trazado con sillares de arenisca que se bifurca en dos canalillos que conducen directamente hasta sendos cubos.

El cubo es un depósito cilíndrico situado en la parte final del cao, cuya boca es aquí muy visible por estar remarcada por un anillo de piedra. Este pozo de sección circular, de unos 7 u 8 m. de profundidad, permite que el agua adquiera la presión suficiente para que, al salir por su parte inferior, canalizada hacia los rodeznos, consiga hacer girar esta rueda de paletas que pone en movimiento, a través del eje, la muela superior o “volandera” del molino.

Por los sotos fluviales.

Dejamos atrás el Molino de san José caminando por un sendero que, a modo de callejón, cruza por entre un denso matorral donde abundan los espinos y las zarzas, las madreselvas, las zarzaparrillas, los rosales silvestres. Oyendo siempre el rumor del agua del arroyo que discurre muy cerca, a nuestra derecha, llegamos pronto, apenas hemos recorrido 400 m., a un claro en la vegetación en el que se alza una pared rocosa a cuyo abrigo encontramos la ruinas de otro molino: el conocido como “Molino de Enmedio”.



Rodeado por la arboleda de la garganta, apenas nos muestra entre la espesura vegetal que lo rodea, los muros de su edificio principal. En su parte trasera, entre un espeso zarzal, se adivina el arco de sillares sobre el que corre el cao, el canal que conduce el agua hasta el cubo.



Este molino, que contaba con una sola piedra, se abastecía del agua de una poza, cauce arriba, desviada hasta aquí por una acequia cuyos restos encontramos en la orilla izquierda del arroyo.

Lo que más nos llama la atención en el Molino de Enmedio son las hiedras, de gruesos troncos ramificados como candelabros, que crecen sobre sus paredes. Parece como si, poco a poco, se estuvieran apoderando de sus muros, como si trataran de ocultarlo bajo las espesuras vegetales de sus ramas.

A partir de este punto, el sendero se ve obstaculizado por la maleza y puede seguirse, sin dificultades (salvo en época de grandes lluvias), por el lecho del arroyo y por sus orillas, protegidos por el dosel arbóreo de la aliseda que escolta la Garganta del Capitán techando su cauce.



Entre los bloques de arenisca del cauce de la garganta o por sus orillas, llegamos, apenas hemos recorrido otros 300 m al Molino de Las Cuevas, que encontramos también a nuestra izquierda, como los anteriores. A diferencia de los ya citados, el de las Cuevas se encuentra oculto entre la vegetación, rodeado por higueras, zarzas, hiedras y otras trepadoras que dan a sus muros cierto aspecto “fantasmal”.

Caminando por la orilla lo descubriremos por los muretes de piedra que nos indican el camino de acceso, que en este molino nos muestra un curioso empedrado, realizado con gran maestría y cuidado. El Molino de las Cuevas era también de una sola piedra y aún conserva el arco sobre el que el cao llegaba hasta su cubo. Su cárcavo, es decir, la estancia abovedada que alojaba los rodeznos, resulta aquí accesible, y puede observarse con detenimiento, en su pared de fondo, el “saetín”, pequeña apertura situada en la parte basal del cubo, por la que el agua salía con fuerza canalizada hacia los rodeznos a los que imprimía su movimiento giratorio.



Tras descansar un rato, dejamos el Molino de Las Cuevas y seguimos, cauce arriba para encontrarnos con las primeras pozas y cascadas que hacen de la Garganta del Capitán una de las de mayor atractivo de cuantas pueden verse en Los Alcornocales.


(Continuará).

Para saber más:
Madoz, P.: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. “Cádiz”. Edición facsímil, 1986. Pg. 24
Instituto Geográfico Nacional: Hoja 1078- La Línea. Ediciones de 1917, 1939 y 1963.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar en Rutas e Itinerarios,Parajes Naturales y Por la Garganta del Capitán (y II). Entre pozas y cascadas.


Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 10/01/2016

2 comentarios :

José Ramón dijo...

Enhorabuena por su trabajo tan especial con nuestro entorno Saludos

AGL dijo...

Muchas gracias José Ramón, eres muy amable.

 
Subir a Inicio