“Por los campos de Jerez” con Pedro I el Cruel.
Un romance para una desdichada reina.



“Por los campos de Jerez / a caza va el rey don Pedro;
allegóse a una laguna, / allí quiso ver un vuelo.”
Con estos versos, situando con claridad y desde el comienzo el lugar donde transcurren los hechos que describe, comienza un antiguo romance poco conocido con “los campos de Jerez” como telón de fondo.

Una laguna, escenas de caza, un rey malvado, una desdichada reina encerrada en un castillo con la muerte como destino irremediable, una misteriosa aparición, una trágica profecía y una historia fantástica. Estos son los ingredientes de un curioso romance que tiene por protagonistas a al rey Pedro I y a su esposa, la reina Doña Blanca de Borbón y como escenario una laguna situada entre Jerez y Medina.

Un rey cruel.

En 1350, tras la muerte de su padre Alfonso XI, llega al trono de Castilla y León Pedro I, conocido para la historia con los sobrenombres de el Justiciero, el Severo… y El Cruel.

Mucho se ha escrito sobre este personaje que accedió al reinado a la edad de dieciséis años, cuando las circunstancias políticas y económicas de Castilla eran ciertamente complejas. Son tiempos en los que el reino se resiente de los estragos de la peste negra y de los problemas ocasionados por el descenso de la producción, el aumento de precios y las tensiones creadas por las rebeliones de la nobleza. Tres años más tarde contrae matrimonio con Blanca de Borbón, nieta del rey de Francia, una joven que a sus 18 años llega a Valladolid para sus esponsales después de una larga travesía de siete meses. El enlace había sido pactado para consolidar la alianza castellano-francesa.

No abundaremos en la desgraciada vida que aguarda a la reina, abandonada por su marido dos días después de la boda tras acusarla de amores falsos durante el viaje (1), cuando al parecer las razones fueron el impago de la dote acordada, así como la relación que el rey mantenía con María de Padilla, su amante y madre de cuatro de los nueve hijos que tuvo.
Sea como fuere, Doña Blanca empezara un triste peregrinar de presidio en presidio que la llevará a estar cautiva durante siete años hasta que su marido “mandola matar y era de edad de 25 años cuando murió y era blanca y rubia y de buen donaire, y de buen seso y rezaba cada día sus oras muy devotamente" (2).



Pedro I tuvo también, como su esposa, una corta vida, muriendo en 1369 a los treinta y cinco años. En 1353, cuando el rey dicta orden de prisión sobre doña Blanca anda enfrentado en permanentes luchas con la nobleza cuyas ambiciones consigue frenar. Tres años después, los nobles se levantarán de nuevo contra el rey aprovechando la guerra que entabla con Aragón. Su hermano bastardo Enrique de Trastamara, quien le disputa el trono castellano y está exiliado en Francia, acudirá junto a las tropas aragonesas y francesas a combatir contra Pedro I, quien finalmente caerá asesinado en la famosa batalla de Montiel. En estos últimos años de su reinado, exacerbado por la inestabilidad política, llevó a cabo una sangrienta persecución contra buena parte de la nobleza en su guerra civil con los partidarios de su hermanastro dejando un reguero de víctimas que acrecentarían su fama de cruel. Ordenó decapitaciones en Toledo y Soria, mandó matar a su hermano don Fadrique, maestre de Santiago y al hijo de Alfonso IV de Aragón así como a la madre del monarca, Leonor de Castilla. La amante de su padre Alfonso XI, Leonor de Guzmán, corrió la misma suerte al igual que otros muchos de sus contendientes a quienes ajustició.

No  es de extrañar que tanto por el trato que dio a sus rivales, como por los crímenes que cometió y por los asesinatos que ordenó, exista una leyenda negra en torno a Pedro I, acrecentada por lo relatado en la Crónica de su reinado. El canciller Pedro López de Ayala, su autor, estuvo durante muchos años al servicio del rey, para pasarse posteriormente al bando de Enrique de Trastamara en 1366, pues al decir del propio cronista “…viendo que los fechos de don Pedro no iban de buena guisa, determinaron partirse dél”. López de Ayala llegó dejó escrito de Pedro I que “Por el rey matar omnes, non llaman justiçiero, ca sería nombre falso: más propio es carnicero” (3). De esta manera, frente al apelativo de “El Justiciero” que le atribuyeron sus seguidores, la historia se ha decantado por el de “El Cruel” para calificar a este rey, del que el romancero tradicional se ha hecho eco representándolo como una uno de las figuras más perversas de nuestros siglos medievales.



El romancero y la leyenda negra de Pedro I.

Como registro de la memoria colectiva de un pueblo, los romances han rescatado no sólo los personajes protagonistas de los hechos históricos más destacados, sino que también “nos han acercado a los sentimientos y a la vida de la gente corriente, expresados con una frescura que aún hoy nos sorprende” (4). No cabe duda de que en su día fueron un poderoso instrumento de propaganda, y que por esta razón, un personaje como Pedro I El Cruel no podía salir bien parado en los relatos que de él ha transmitido el romancero histórico castellano, en el que los romances relativos a su reinado y a los hechos que protagonizó ocupan un lugar destacado siendo, en su inmensa mayoría, contrarios a su figura.

Como ejemplo, hemos traído el que tiene por título “Romance del rey don Pedro el Cruel” que se centra en la desdichada suerte de doña Blanca y que tiene “los campos de Jerez “como marco en el que se desenvuelve un fantástico suceso.

En él se cuenta como el rey sale de caza por los alrededores de Jerez y en las cercanías de una laguna se le aparece un pastor quien le profetiza toda clase de desgracias si no vuelve con Doña Blanca, su legítima esposa, a quien mantiene presa. El romance está plagado de elementos fantásticos y prodigiosos, como la muerte de un ave que cae a los pies del rey, la aparición del pastor en el interior de un bulto negro que cae del cielo, su extraño aspecto… En la mano el pastor lleva una serpiente (animal que se asocia al diablo) y un puñal, como anunció a don Pedro de la muerte que tendrá a manos de su hermanastro don Enrique en Montiel. La mortaja en el hombro, la calavera en el cuello y el perro aullando que trae de la mano, son también avisos de



muerte. La profecía se cierra con la amenaza –de no volver con Doña Blanca, quien le daría una heredera- de males para las hijas que había tenido con María de Padilla, su amante, y con el anunció de su propia muerte. Finalmente el pastor desaparece (5). El romance dice así:

“Por los campos de Jerez a caza va el rey don Pedro:
en llegando a una laguna, allí quiso ver un vuelo.
Vido volar una garza, desparóle un sacre nuevo,
remontárale un neblí, a sus piés cayera muerto.
A sus piés cayó el neblí, túvolo por mal agüero.
Tanto volaba la garza, parece llegar al cielo.
Por donde la garza sube vió bajar un bulto negro;
mientras mas se acerca el bulto, más temor le va poniendo:
con el abajarse tanto, parece llegar al suelo
delante de su caballo a cinco pasos de trecho:
dél salió un pastorcico, sale llorando y gimiendo,
la cabeza desgreñada, revuelto tráe el cabello,
con los piés llenos de abrojos y el cuerpo lleno de vello;
en su mano una culebra y en la otra un puñal sangriento;
en el hombro una mortaja, una calavera al cuello:
a su lado de trailla traia un perro negro:
los aullidos que daba a todos ponian gran miedo,
y a grandes voces decia: Morirás, el rey don Pedro,
que mataste sin justicia los mejores de tu reino:
mataste tu propio hermano el Maestre, sin consejo,
y desterraste a tu madre: a Dios darás cuenta de ello.
Tienes presa a doña Blanca, enojaste ha Dios por ello,
que si tornas a quererla darte ha Dios un heredero,
y si no, por cierto sepas te vendrá desman por ello;
serán malas las tus hijas por tu culpa y mal gobierno,
y tu hermano don Henrique te habrá de heredar el reino:
morirás a puñaladas: tu casa será el infierno.
Todo esto recontado, despereció el bulto negro”
El romance, incluido en la monumental “Antología de poetas líricos castellanos. Romances Viejos”, editado a mediados del XIX (6), corresponde a la versión de Juan de Timoneda en su Rosa española (1573), incluyéndose también en esta misma antología otra versión anterior que figura en la “Silva de romances” (Zaragoza, 1550), que aunque se asemeja mucho a la primera presenta un trágico final, ya que termina con la muerte de Doña Blanca:

…Quieres mal a doña Blanca,—a Dios ensañas por ello;
perderás por ello el reino. Si quieres volver con ella,
darte ha Dios un heredero. El rey fué mucho turbado,
mandó el pastor fuese preso; mandó hacer gran pesquisa
si la reina fuera en esto. El pastor se les soltara,
nadie sabe qué se ha hecho. Mandó matar a la reina
ese día a un caballero, pareciéndole acababa
con su muerte el mal agüero.
Una fantástica aparición.

En ambos casos el romance parece tomar como referencia un suceso recogido en la Crónica del rey don Pedro I de Castilla del Canciller Pedro López de Ayala donde se cuenta que: «E acaesció que un día, estando ella en la prisión do murió, llegó un ome que parescía pastor, e fué al rey Don Pedro donde andaba a caza en aquella comarca de Xerés e de Medina, do la Reyna estaba presa, e díxole que Dios le enviaba a decir que fuese cierto que el mal que él facía a la reyna Doña Blanca su mujer que le avía de ser muy acaloñado, e que en esto non pusiese dubda... E el Rey fue muy espantado, e fizo prender al ome que esto le dixo, e tovo que la reyna Doña Blanca le enviaba decir estas palabras: e luego envió a Martín López de Córdoba, su camarero, e a Mateos Fernandez, su chanciller del sello de la puridad, a Medina Sidonia, do la Reyna estaba presa, e que ficiesen pesquisa cómo veniera aquel ome, e si le enviara la Reyna. E llegaron sin sospecha a la villa, e fueron luego a do la Reyna yacía en prisión en una torre, e falláronla que estaba las rodillas en tierra e faciendo oración; e cuidó que la iban a matar, e lloraba, e acomendóse a Dios. E ellos le dixeron que el Rey quería saber de un ome que le fuera a decir ciertas palabras, cómo fuera e por cuyo mandado: e preguntáronle si ella le enviara; e ella dixo que nunca tal ome viera. Otrosí las guardas que estaban y que la tenían presa dixeron que non podría ser que la Reyna enviase tal ome, ca nunca dexaron a ningund ome estar do ella estaba. E según esto, paresce que fué obra de Dios, e así lo tovieron todos os que lo vieron e oyeron. E el ome estovo preso algunos días, e después soltáronle, e nunca más dél sopieron» (7). Como puede comprobarse, el contenido de ambos romances con lo referido en la Crónica es más que evidente.

El suceso es recogido también, de estas mismas fuentes, por nuestros historiadores locales. Rallón, con algunas incorporaciones, recoge también este suceso del encuentro con del rey Pedro I con el pastor quien le advierte “… que por el mal que hacía a la reina doña Blanca su mujer, que él había de ser muy expiado por ello… aunque si él quisiese tornarse a ella y hacer vida con ella como estaba en razón, que habría de ella hija que heredase a Castilla…”. Esta versión es similar a lo relatado en romance original (1550) en el que ya se apunta el hecho de que si el rey volvía con Doña Blanca, Dios le daría un heredero. En el texto de Rallón en lugar de un varón se menciona a una hija, apareciendo también cambiado el nombre del canciller real y, así, se cuenta que el rey, “mandó llamar a Juan Fernández, su chanciller, a Medina Sidonia, donde la reina estaba, para que hiciese pesquisa y supiesen la verdad, como hubiese venido aquel hombre y si lo enviaba la reina…” (8). Bartolomé Gutiérrez lo incluye también en su “Historia de Xerez de la Frontera” (9) en similares términos.

No hace falta especular mucho para afirmar que la “laguna” del romance y la Crónica de Ayala situada entre Medina y Jerez, debe ser la que hoy conocemos como Laguna de Medina. Más confusión existe en la identificación del lugar que sirvió de prisión a la reina Doña Blanca, que en un largo itinerario de cautiverios, paso por el Castillo de Arévalo, el Alcázar de Toledo y el Castillo episcopal de Sigüenza, de donde sería trasladada a Jerez en 1359. El castillo de Medina Sidonia, el Alcázar de Jerez y la torre de Sidueña, se “disputan” haber sido la prisión de la reina. Este último lugar, conocido hoy como “Castillo de Doña Blanca”, se encuentra a medio camino entre Jerez y El Puerto de Santa María. Más seguro parece que murió a manos del ballestero del rey Juan Pérez de Rebolledo. De lo que no hay duda es de que la infortunada esposa de don Pedro I El Cruel fue enterrada en el convento de San Francisco de Jerez. De todo ello ha dado cuenta en un reciente trabajo Antonio Mariscal Trujillo (10).

La trama del romance ha inspirado también obras de teatro así como alguna novela de literatura fantástica que, al igual que aquel, sitúan la escena principal “por los campos de Jerez” (11). Esos campos donde ya no cabalgan reyes crueles y justicieros, pero en los que todavía permanece la “laguna” del romance. Ya no sobrevuelan sus cielos el halcón sacre o el halcón neblí, pero en esta misma laguna, la de Medina, aún pueden verse volar garzas.

Para saber más:
(1) Ortiz de Zúñiga escribe en sus Anales a este respecto , “El Lunes 3 de Junio de 1353 celebró el Rey sus bodas en Valladolid con la Reyna Doña Blanca de Borbón , que con tardo viage habia sido traída de Francia , en cuya espaciosa venida algunos hallaron tiempo á agravios, del honor Real, que motiváron su aborrecimiento , dexada el dia siguiente”. Ortiz de Zúñiga, D.: Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, Tomo II, Lib. VI, pg. 135. Edición de 1795
(2) Rallón E.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación, Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. II, pp. 104.
(3) La cita está tomada del Rimado de Palacio de Pedro López de Ayala, estrofa 347. Tomada del Esbozo de edición crítica de Rafael Lapesa, Biblioteca Valenciana, Generalitat Valenciana, 2010
(4) Anónimo: Romancero Viejo, Edición y prólogo de María de los Hitos Hurtados, Edaf, 2005, p. 9.
(5) Romancero. Edición de Paloma Díaz-Mas, 1994 Editorial Crítica, p. 97.
(6) Menéndez Pelayo, M.: Antología de poetas líricos castellanos. Romances Viejos castellanos (Primavera y flor de romances) T.3., p. 67. El mismo romance se recoge en Silva de 1550, t. II, f. 78.
(7) Este pasaje está citado en la Crónica del rey don Pedro (Año XII, Cap. III) de Pedro López de Ayala
(8) Rallón E.: Historia… Obra citada, p. 104.
(9) Gutiérrez, B.: Historia de la Muy Noble y Leal Ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1886 edición facsimilar de 1989, t. II, p 220.
(10) Mariscal Trujillo. A.: Doña Blanca, Jerez en el Recuerdo, Diario de Jerez, 30 de mayo de 2016.
(11) Por ejemplo, la obra de teatro El Rey Don Pedro el Cruel. Tragedia en cuatro actos de Santiago Sevilla, o la novela Los malos años, de León Arsenal, Edhasa 2007, están ambientadas en el Romance del Rey don Pedro El Cruel.


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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 11/12/2016

En los “elíseos jerezanos prados” con Don Quijote.
Un recorrido por los paisajes de la campiña de la mano de Cervantes




A buen seguro que todos los lectores conocen que el primero y más grande propagandista de la bondad de nuestros caldos fue William Shakespeare cuando, a través de Fasltaff, uno de los personajes de su obra Enrique IV, dice al príncipe Harry antes de la batalla aquello que, desde entonces, es el mayor de los elogios que pueda hacerse al vino de Jerez: “Si mil hijos tuviera, el primer principio humano que les enseñaría sería abjurar de toda bebida insípida y dedicarse por entero al jerez”.

Pero si el insigne dramaturgo inglés se fijo en nuestros vinos, otra de las primeras figuras de la literatura universal, su coetáneo y no menos célebre Miguel de Cervantes, lo hizo en nuestros campos. A diferencia de lo que sucedió con la famosa frase de Shakespeare, las palabras de Cervantes sobre los campos y las tierras de Jerez, no han gozado del mismo reconocimiento y han sido mucho menos recordadas, siendo tanto o más elogiosas que aquellas.

Hace tan sólo unos años, con motivo de la celebración del cuarto centenario de la publicación de El Quijote, diferentes estudios y artículos nos ilustraron acerca de la relación de Cervantes y El Quijote con Jerez y con Andalucía. Como denominador común, junto a múltiples referencias a personajes, y lugares vinculados con esta tierra, figuraba en todos ellos una hermosa cita en la que se hace alusión a



una escena recogida en el capítulo XVIII de esta obra. Se relata aquí como Don Quijote y Sancho contemplan sobre una loma dos grandes rebaños de ovejas “que a Don Quijote se le hicieron ejércitos”. Nuestro personaje, en su delirio, comienza a dar detalles de los caballeros que componen las huestes, así como los lugares de procedencia de las tropas diciendo:

"En estotro escuadrón vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivífero Betis; los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en los elíseos jerezanos prados; los manchegos ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda…”

Con esas escuetas y hermosas palabras puestas en boca de Don Quijote, está refiriéndose Cervantes a los caballeros jerezanos y definiendo nuestra tierra, diciendo de ella que es un “paraíso”. Aunque el epíteto de “elíseos” siempre se asocia a “campos”, Cervantes utiliza el sustantivo “prados”, tal vez para evitar la repetición del vocablo ya que en la misma enumeración se acaba de referir a “los tartesios campos”. Sea como fuere, el más universal de nuestros escritores está equiparando nuestra tierra, nada menos que con los Campos Elíseos.

Los Campos Elíseos y la campiña de Jerez.



En la mitología griega, los Campos Elíseos eran algo parecido al cielo, al paraíso: un lugar sagrado y apacible, un territorio afortunado, donde las almas de los hombres justos, favorecidos por los dioses, llevaban una existencia dichosa y feliz. Todo ello en medio de hermosos paisajes verdes y floridos en los que reinaba una eterna primavera y donde se disfrutaban los placeres que más se habían deseado. Estos lugares deliciosos estaban surcados por el río Leteo, cuyas aguas hacen olvidar a quienes las beben todos los males de la vida.

Al calificar de “elíseos” nuestros “prados”, Cervantes no hace sino recoger una tradición, de la que encontramos muchas referencias en la historiografía jerezana, que desde antiguo se recrea en el mito de que el río Guadalete debe su nombre a aquel Leteo (también denominado Letheo o Lete), con el que lo identificaron eruditos e historiadores locales. Los campos jerezanos por los que cruza dicho río deben ser, por esa razón, los Campos Elíseos.

A comienzos del siglo XVI, el Padre Martín de Roa ya da cuenta de ello en su obra “Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera”. Así, en el capítulo XVI que dedica al Guadalete, señala (literalmente) que : “Toda la tierra que baña es por estremo fértil, apazible, téplada en el ibierno, i no rigurosa en el estio. De aquí fue la invención de los campos Elisios, donde fingieron los Poetas, que olvidadas las almas de las miserias de la



vida pasada, gozavan de otra feliz, i bienaventurada: siendo asi… que ninguna otra cosa querian significar en esto, sino, a quien cupo en suerte la abitación de esta tierra, cuya lindeza, frescura i conmodidades tales, i tantas eran, que gustandolas los Griegos inventores destas fabulas, avian olvidado su patria, i avezindadose en esta. De aquí tomó primero el nombre de Lethe, o del olvido, que es lo mismo
”. (1)

A mediados del s. XVII, Fray Esteban Rallón en su Historia de la Ciudad de Xerez de la Frontera (2), abunda también en esta idea que la historiografía más tradicional de nuestra ciudad recoge con gran profusión. Aunque lo cita en muchos pasajes de su obra, es en el capítulo XIX de su Tratado Último, titulado “Lo que los antiguos sintieron y dijeron de esta tierra y porqué eran llamados los Campos Elísios”, donde Rallón argumenta largo y tendido sobre las bondades de nuestra tierra y ubica en nuestros campos, regados por el Guadalete, este lugar mitológico. Así es como lo narra: “Está esta tierra situada debajo de tan favorables constelaciones que la ha hecho siempre apreciable a la naturaleza humana, convidando a los hombres con sus comodidades, y atrayendo sus voluntades, con tanta violencia, que les ha hecho olvidar la tierra de su nacimiento. Y así hemos de decir que los poetas antiguos, que ignoraban la bienaventuranza juzgando lo natural y que los dioses tenían algún sitio en la tierra separado para ella, no hallando otro de mayores comodidades para premio de buenas obras que este, dijeron que en él habían de gozar de descanso los que lo mereciesen



por sus buenas obras…
(pg. 184-185). En otro pasaje de esta misma obra menciona que: “Y si por algún sitio del mundo pudieron fingir los poetas de que los hombres que llegaban a él se olvidaban de sus patrias, y se quedaban a morar en él como en paraíso de la tierra, es este (refiriéndose a la tierra de Jerez) y toda la comarca de la Andalucía,… y en ellos fingieron el paraíso porque el que llegaba a esta tierra no se acordaba de otra, por lo cual llamaron río del Olvido a nuestro Guadalete, porque , como si sus aguas lo infundieran, dijeron que ellas lo suyo citaban en los que las bebían, haciendo ficción de la verdad y atribuyendo al agua lo que obra la abundancia de la tierra, la serenidad del aire, el temple de la situación, la alegría de su suelo, mar y cielo…” (pg. 174).

El historiador Bartolomé Gutiérrez, en su Historia de Xerez de la Frontera (1787) se hace también eco de los mitos relativos a los Campos Elíseos y el Leteo: “Después de pasar el Rio Letheo, que es nuestro Guadalete, viniendo de el estrecho hacia el Betis, se colocaban los Elisios campos, hasta dar con el Rio Tarteso, que es el Guadalquivir; y en nuestro Guadalete decían estaba la Barca de Acheronte, para pasr las almas del lugar que les pertenecía, según sus obras, al que presentaba buenos méritos entraba a gozar de las fertilidades, y sosiego de los Elisios campos; pero al que llevaba malos papeles lo conducía el Barquero por el Rio abajo, y dando en la entrada del Oceano con la boca del Tarteso, lo entregaba en aquella tartárea región para que fuese a penar sus delitos”. (3)



Todos estos autores publicaron sus obras con posterioridad a la aparición de El Quijote, por lo que Cervantes se debió nutrir de las numerosas referencias que aparecen en obras anteriores, que abundaban en la extendida creencia de que los Campos Elíseos y el río Leteo se ubicaban en nuestro territorio.

En un completo estudio sobre “Jerez en El Quijote” el profesor Marciano Breña recoge también esta cita y amplía la interpretación tradicional hacia otras consideraciones de gran interés. Señala así que Cervantes “…cita a los prados, pero ¿como sinónimo de viñas o en el sentido de praderas, y campiñas en general, agradables de ver y vivir?. Los califica de elíseos, equiparándolos hiperbólicamente a los campos donde, en la mitología griega, habitan las almas de los hombres tras la muerte y, de hecho, en la literatura clásica no era rara la asimilación entre la sensación que provoca el vino y la situación del alma desligada de



materia. Sin embargo el predominio de la viña en el paisaje jerezano es posterior a la época de los libros de caballería y a la de Cervantes porque su lugar estaba ocupado por el olivar y los pastos, lo que no obsta para una inveterada fama de sus vinos; pero la expresión “alegran” alguien puede traducirla sin metáfora por “embriagan”. La explicación está en el gusto por el uso de palabras y frases con doble sentido muy propio de Cervantes cuando habla por sí mismo, como precursor del conceptismo, reservando el culteranismo como modo expresivo del ingenioso hidalgo (aunque en tal caso paradójicamente éste es el que habla)
. (4)

En esta cita repara también, el profesor Francisco Antonio García Romero quien en un interesante estudio titulado “Jerez en El Quijote (y viceversa)” señala que “...era lógico que fueran “elíseos” los “jerezanos prados”, si al Guadalete se lo identificaba tradicionalmente con el Lete, el infernal río “del olvido”.(5)



Y a nosotros ya sólo nos resta recrearnos, una vez más, en nuestros campos, en las colinas y vegas de esta tierra cruzada por el Guadalete (al que hemos sorprendido estos días transformado en el mítico Leteo), en la belleza serena de los paisajes de la campiña… para acabar pensando, como Cervantes, que estos son los auténticos “elíseos jerezanos prados”.


Para saber más:
(1) Martín de Roa (1617): Santos Honorio, Eutichio, Eſtevan, Patronos de Xerez de la Frontera. Edición Facsimil, Ed.Extramuros Edición S.L., 2007.
(2) Rallón, Esteban.: Historia de la ciudad de Xerez de la Frontera y de los reyes que la dominaron desde su primera fundación. Edición de Ángel Marín y Emilio Martín, Cádiz, 1997, vol. IV.
(3) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera. Edición facsimil. BUC. Ayuntamiento de Jerez, 1989, vol II, pg. 142.
(4) Breña Galán, M.: Jerez en El Quijote. Celtiberia.net, 13/07/2006
(5) García Romero F.A.: Jerez en El Quijote (y viceversa). Real Academia de San Dionisio.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, 14/12/2013

 
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