Palmas, palmitos y palmares.
Algunas curiosidades sobre nuestras palmeras autóctonas.




La fitotoponimia, aquella parcela de la toponimia que se ocupa del estudio de los nombres de lugares relacionados con plantas o formaciones vegetales, aporta datos muy valiosos para el conocimiento de nuestro entorno. En ocasiones, supone una fuente de información de primer orden que permite explicar los cambios experimentados en nuestros paisajes al facilitar datos sobre la vegetación que, en tiempos pasados, motivó que algunos parajes fueran bautizados con el nombre de determinadas especies. Hoy vamos a centrar nuestra atención en los topónimos relacionados con el palmito (conocido también como palma), acercándonos también a algunas referencias históricas y literarias para conocer mejor esta curiosa palmera tan familiar en nuestro entorno.

El palmito: nuestra palmera autóctona.

El palmito (Chamaerops humilis L.), es una especie característica de la región mediterránea y es la única palma autóctona que crece en nuestro territorio. Presente en todos los rincones de la provincia de Cádiz, en la actualidad apenas constituyen masas puras y suele ser acompañante de otras especies propias del matorral mediterráneo en espacios y suelos muy variados, desde las cercanías del mar, hasta las laderas montañosas de la Sierra



de Grazalema, donde llega a crecer a más de 1.000 m de altitud. Con todo, se desarrolla con mayor profusión en las campiñas de Jerez, Medina y Alcalá de los Gazules, llegando a formar en algunos parajes extensas manchas, especialmente sobre terrenos margosos del triásico y en las lomas y mesetas de suelo arenoso del cuaternario. En estas formaciones, suelen presentarse asociados a lentiscos, retamas, coscojas, y otras especies arbustivas y herbáceas propias del matorral mediterráneo (1).

En los parajes donde los palmitos se presentan con mayor densidad, puede hablarse de palmares o palmitares, formaciones vegetales de talla baja o media donde llegan a ser la especie dominante. Entre ellos suele haber abundantes claros cubiertos por un pastizal pobre y, en muchas ocasiones nitrificado, “ya que el uso más habitual de los palmitares es el de pastadero”. Entre las herbáceas que colonizan los claros junto a los palmitos las más numerosas son las liliáceas (Asphodelus –gamones-, Urginea –cebolla albarrana-, Scilla), las gramíneas (Stipa) y las compuestas (Anthemis, Anacylus –manzanillas-) (2).

La persistencia en la actualidad de palmares, de extensión cada vez más reducida y confinados en terrenos marginales, podría explicarse por la resistencia al fuego del palmito y su gran capacidad de rebrote, y en su rechazo por el ganado, factores que le hacen competir con mayor éxito en matorrales y pastizales frente a otras especies más vulnerables o más apetecibles para ovejas y cabras (3). Con todo, conviene recordar que se trata de formaciones vegetales amenazadas y en regresión, por lo que los palmitos están protegidos por la legislación ambiental.

Un poco de historia.

El palmito y los palmares formaron siempre parte de nuestros paisajes. No es de extrañar por ello que existan muchas referencias en las fuentes documentales que confirmen su distribución



por todo nuestro término. Así, por ejemplo, se tiene constancia de su presencia en incontables parajes porque se les menciona en los expedientes de amojonamiento o en los pleitos por lindes
de tierras. Por citar sólo algunos casos de los estudiados por el profesor Emilio Martín Gutiérrez, en 1434 el juez de términos Alfonso Núñez utiliza en numerosas ocasiones a las palmas u otros arbustos y árboles como hitos naturales en la descripción de lindes. Se hace alusión así a cerros con palmares, ribazos o valladares cubiertos de palmitos, “cabeços palmosos”, “palmarejos”… Mención aparte merecen algunos ejemplares singulares y aislados citados en estos antiguos documentos (“en somo de una palma”, “en una palma grande”, “sobre una palmilla”…) que actuarían como mojones por ser elementos relevantes en los parajes descritos.

Este mismo autor, tomando como base un documento de 1621, “Ejecutoria de las tierras que querían vender”, depositado en el Archivo Municipal de Jerez, analiza, entre otras muchas cuestiones, la vegetación natural presente en el alfoz jerezano. En casi todos los rincones aparecen los palmares que abundan especialmente en las tierras comprendidas entre el Camino de Sevilla y el río Guadalete (Llanos de Caulina) y en los baldíos del camino de Medina. Son descritos también en otros lugares del término como en el pago de “Tosina”, en el donadío de Romanina, en la Dehesa de la Torre de Sepúlveda… (4).



Las fuentes históricas describen también la paulatina desaparición de nuestros palmares de la mano de las roturaciones de baldíos y espacios incultos que practicaban tanto vecinos sin tierra como los grandes propietarios, usurpando los terrenos comunales: lo mismo que sucede en la actualidad. El grito de “a desalambrar” tuvo un antiguo precedente: “a despalmitar” o “a despalmar”, si se nos acepta la licencia. De ello nos informa también el profesor Martín Gutiérrez que cita muchos ejemplos de vecinos instalados en espacios públicos o de propietarios como Alfonso López, quien en 1434 “había ocupado tierras, palmares y carrascales” junto a sus propiedades de la Dehesa del Almirante. El mismo autor apunta que “en 1630, el prior (de la Cartuja) don Sebastián de la Cruz despalmó y descarrascó 110 aranzadas de tierra… en la dehesa de la Greduela… y 120 aranzadas… en la dehesa de la Peñuela” para plantar viñas (5).

La progresiva desaparición de los palmares ya no tendrá vuelta atrás y durante los siglos posteriores la puesta en cultivo de baldíos, la pérdida de espacios forestales, el desmonte de dehesas y la ocupación de cañadas y vías pecuarias dejó los palmares relegados a su mínima expresión y confinados a los terrenos más marginales e improductivos. En el alfoz jerezano uno de esos espacios donde el palmito llegó a formar extensas masas que se mantuvieron durante siglos, fue la zona conocida como Llanos de Caulina. La escritora Fernán Caballero, deja testimonio literario de ello y en el comienzo de uno de sus cuentos, “Lucas García”, publicado en 1862, nos describe los palmares que pueblan estos parajes: Saliendo de Jerez en dirección á los montes de Ronda, que se van escalonando gradualmente, como para formarle un adecuado pedestal al bien denominado San Cristóbal, se atraviesa una extensa llanura, que lleva el nombre de Llanos de Caulina. El uniforme y desnudo camino, después arrastrarse dos leguas por entre palmitos, hace alto al pié de la primera elevación de terreno, donde se tiende al sol un perezoso arroyo, que en verano se estanta (sic) y trueca sus aguas en fango. Vese á la derecha el castillo de Melgarejo, que es de las pocas construcciones moriscas, que no han llegado á destruir el tiempo y la impericia, su fiel auxiliadora en la destrucción…” (6).

Tan sólo unos años más tarde (1869-1870), los ingenieros de montes y botánicos que realizan los trabajos de catalogación para la Comisión de la Flora Forestal Española, realizan una excursión a los alrededores de la Torre de Melgarejo, donde estudian las especies vegetales presentes. En su informe describen el camino de Jerez hasta la Dehesa de La Torre: "Ésta dista de la ciudad unas dos leguas, siguiendo la carretera de Arcos. Caminando por esta, se encuentran á ambos lados viñedos protegidos por grandes setos de tunas ó chumberas... Al cabo de unos tres cuartos de hora se entra en los "Llanos de Caulina", extenso palmitar de vegetación poco variada, destinado á pastos". El informe también los cita en la Dehesa de los Garciagos. Como dato curioso recogen la existencia de un palmito de dimensiones excepcionales en Vejer: "en un pequeño saliente de una de las paredes de la Iglesia hay una palma (Chamaerops humilis), cuyo estípite tiene unos seis metros. Hace pocos años, el viento derribó otro ejemplar parecido, y para conservar el que queda se le ha atado por su parte superior a una reja de la Iglesia” (7). Una década después, en 1879, el ingeniero de montes Salvador Cerón, cifraba en 90.000 Has la superficie ocupada por el palmito en nuestro país y en 10.000 las cubiertas por los palmares en nuestra provincia, incluyéndose aquí las formaciones de matorral en las que el palmito era especie dominante o secundaria. Tan sólo las provincias Alicante, Valencia, Murcia y Málaga superaban a Cádiz en la extensión de sus palmitares (8).

Pese a que los palmares como el de Caulina se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX, lo cierto es que en la actualidad, la puesta en cultivo de muchos de los espacios en los que crecían, ha hecho disminuir enormemente su presencia y en nuestros días esta especie rara vez forma masas puras, no quedando apenas palmares de mediana extensión. Los palmitos crecen hoy en terrenos marginales, donde han logrado sobrevivir a las roturaciones pudiendo verse todavía en bordes de caminos, roquedos, márgenes de vías pecuarias, convexidades de cerros de difícil laboreo, o acompañando a lentiscos y acebuches en bosquetes y dehesas.

Palmitos, palmas y palmares en la toponimia.

Sin embargo, ahí están todavía presentes en la toponimia para recordarnos que, como se desprende también de numerosas fuentes documentales de siglos pasados, buena parte de nuestros paisajes naturales y rurales contaron con la presencia de esta especie. Veamos algunos ejemplos:

Aunque en ocasiones su forma más sencilla, La Palma o Las Palmas, puede hacer referencia a la presencia de una palmera, lo más frecuente es que se haga alusión con este nombre al palmito, en especial con aquellos topónimos de los que se tiene constancia varios siglos atrás, cuando ni la palmera canaria (Phoenix canariensis) ni la datilera (P. dactylifera) estaban presentes en el medio rural. Así, La Palma está presente en Chipiona, Puerto de Santa María, Torre Alháquime o Jimena. En Jerez, tres viñas tienen el nombre de La Palma –Tizón, Añina, Balbaína- y una el de Las Palmas, aunque en estos casos creemos que se deben a las palmeras que había junto a ellas. En Tarifa un cerro tiene también este nombre.



Las Palmas bautiza al puerto que se encuentra justo en la linde de los términos de Jerez y Arcos, junto al depósito de aguas de Jédula y el Haza de La Palmas es un sector del cortijo de Casablanca al borde de las marismas. En Villamartín da nombre a un antiguo rancho como sucede también en Ubrique y Prado del Rey. Zahara es pródiga en Palmas y en su toponimia local se encuentran una loma, un cerro y un puerto de “las palmas”. En Rota están el pozo y la casa de Las Palmas y en Alcalá, la cañada de este nombre. En S. José del Valle se encuentra el Puerto del Palmito (Dehesa de Puerto Frontino) y en Jerez la Dehesa de El Palmito entre las de Picado y Los Castillejos. En Medina el Cancho del Palmito y la Colada de los Palmitos.



Los palmares, lugares donde crecen palmitos, están muy extendidos también en la toponimia provincial. No es de extrañar por ello que con el nombre de El Palmar se conozcan muchos lugares y parajes como sucede en Espera, Conil, Vejer (donde llevan este nombre una conocida playa y a una dehesa), Chiclana, Pto. Real, Sanlúcar… En Arcos se encuentra el Cerro del Palmar. En muchos casos, los palmares tienen “nombre propio”. En Medina encontramos el Palmar de Doña Ana o el Palmar de Lesmi; en Alcalá, el Palmar de Juan Gallo; en Puerto Real y en El Pto. De Sta. María, El Palmar de la Victoria; en Sanlúcar, el Palmar de San Sebastián. Uno de los más conocidos es el jerezano Palmar del Conde, paraje célebre por sus hallazgos paleontológicos. En Jerez se encuentra también el Palmar de las Monjas, junto a Las Quinientas, el arroyo del Palmar de Zacarías y el Haza del Palmar, junto a las Marismas de Maritata.

A veces encontramos el topónimo en su forma diminutiva y así, en Benaocaz está El Palmarejo; en Ubrique, el Descansadero del Puerto del Palmarejo; en los Montes de Propios de Jerez, junto al arroyo del Quejigal, la Cabezada del Palmarejo; en Medina, Las Palmitas y en Jerez, frente a Cerro Viejo, el Haza Palmilla, por citar sólo algunos ejemplos. Otras veces este topónimo se presenta en su forma aumentativa, como en la Hijuela de Palmones (La Carrahola, Jerez) o en Los Barrios; o en plural dando lugar a Palmares o Los Palmares, como en Olvera, Algodonales o Los Barrios, población donde también da nombre a un cortijo.



El sufijo –oso, alude a “abundancia de”. Palmoso o palmitoso se utiliza por tanto para referirse a un lugar donde abundan (o abundaban) especialmente las palmas. El Palmitoso es el nombre de un paraje de Medina o de un cortijo de Alcalá, municipios donde también encontramos el topónimo de La Palmosa. El paraje de La Palmosa en Alcalá es conocido porque en él se encuentra el Área de Servicio de la Autovía de Los Barrios, pero también da nombre a un polígono industrial, a un cabezo, a una vega, a un cortijo y a una fuente: la de la Hoya de La Palmosa. Su versión en diminutivo “La(s) Palmosilla(s)”, la encontramos en Tarifa y también en Villamartín, donde un cerro y un cortijo llevan este nombre. En el Haza Palmosa de Jerez se construyeron las nuevas Bodegas de W. & H.



Otras derivaciones de estos mismos nombres están presentes también en toda la geografía provincial. Es el caso del paraje de Palmarote (Sanlúcar) o de los cortijos de Palmarón (Villamartín) o, el de otro topónimo de más dudosa procedencia: Palmetín (Medina, Chiclana). La Dehesa del Palmetín o el arroyo, breña, cañada, suertes… del mismo nombre, aparecen también en S. José del Valle, siendo un paraje muy conocido, en las cercanías de la Sierra de Dos Hermanas, cruzado por el acueducto del Tempul. Por último, como testigo de la permanente regresión y desmonte de los palmares por las roturaciones, nos queda un elocuente topónimo que encontramos en Alcalá de los Gazules: Cortijo del Despalmado.

Volveremos en otra ocasión a ocuparnos de esta curiosa planta para hablar de sus aprovechamientos desde el punto de vista de la etnobotánica y de sus muchas utilidades en la artesanía tradicional.

Para saber más:
(1) Ceballos, L. y Martin Bolaños, M. Estudio sobre la Vegetación forestal de la provincia de Cádiz, I.F.I.E. 1930. Ed. Facsímil, Consejería de Medio ambiente, 2000, págs. 180-184
(2) Ceballos, L. y Martin Bolaños, M.: Estudio…, Op. cit., p. 181
(3) Mapa Forestal de España, Escala 1: 200.000 Cádiz, Hoja 3-12, ICONA, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Madrid, 1992, p. 62
(4) Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004.
(5) Martín Gutiérrez, E.: La organización… Op. cit., p. 120
(6) Hemos extraído los fragmentos entrecomillados del cuento “Lucas García”, de Fernán Caballero, incluido en su obra “Cuadros de costumbres” pp. 209-210), editada en Leipzig, 1865, disponible en Internet .
(7) Comisión de la Flora Forestal Española. Resumen de los trabajos verificados por la misma durante los años de 1869 y 1870, Madrid, Tipografía del Colegio Nacional de Sordo-Mudos y de Ciegos, 1872, pp. 86 y 91. Debemos a nuestro amigo Pedro Oteo Barranco, la localización de este interesante estudio.
(8) Cerón, S.: Industria forestal-agrícola, Cádiz, 1879, p. 181. Agradecemos a nuestro amigo Francisco Jordi Sánchez las facilidades para consultar este libro.


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Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Flora y fauna, Paisajes con Historia, Toponimia.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 4/12/2016

Todas las Santas.
Un recorrido por la hagiotoponimia de la campiña de Jerez.


Cada 1 de noviembre, la Iglesia católica celebra la festividad de Todos los Santos, una fecha en la que se honra a “todos los santos del cielo”, sean conocidos o desconocidos. Desde hace siglos, esta conmemoración está muy arraigada en la tradición cristiana y cuenta con numerosas manifestaciones religiosas, culturales y festivas en la devoción popular.

Como no podía ser de otra manera, los santos están también presentes en nuestros paisajes más cercanos a través de la toponimia, dando nombre a muchos lugares y rincones de nuestra campiña. Son los conocidos como “hagiotopónimos” (1), a través de los cuales podemos acercarnos también al conocimiento de la historia religiosa y devocional de nuestra ciudad. Y es que, junto a las imágenes de nuestras iglesias, capillas y ermitas rurales, o los azulejos devocionales de cortijos y casas de viña, huellas materiales de la religiosidad popular, los hagiotopónimos suponen también un patrimonio inmaterial que nos ayuda a conocer mejor algunos rasgos de nuestra historia local (2).



Como sucede con las construcciones o los paisajes, los nombres de lugar también se van perdiendo con el tiempo. O se cambian por otros, abandonándose ya las viejas denominaciones con las que eran conocidas algunas casas de viña, cortijos, pagos o parajes de la campiña jerezana. Por nuestra parte, hemos recopilado más de dos centenares de estos curiosos topónimos relacionados con el nombre de santos que han sido utilizados al menos en los dos últimos siglos. De ellos, aproximadamente un tercio ya han desaparecido o apenas se conocen. Buena parte de estos nombres los encontramos en las tierras que tradicionalmente se han dedicado al cultivo de la vid, o en lugares más cercanos a la ciudad y de la periferia urbana. La mayoría tienen su origen en el siglo XIX, coincidiendo con la gran expansión de la vitivinicultura jerezana.





Las razones por la que viñas y haciendas, cortijos o tierras de secano fueron bautizados o conocidos con nombres de santos son muy variadas. En algunos casos se justifica por la devoción familiar o personal de sus propietarios. En otros hay constancia de que el nombre de familiares (hijos, esposas, padres…) influía también en esa elección. En menor medida, el nombre de un santo o una santa dado a una finca estaba relacionado con su vinculación histórica a determinadas órdenes religiosas o militares, iglesias o conventos quienes habían sido sus antiguos propietarios.



En nuestro paseo de hoy, y a modo de modesta contribución para rescatar esa herencia cultural de siglos que supone la toponimia, les proponemos un recorrido por nuestro término municipal en busca de aquellos parajes y lugares que aún conservan estos hagiotopónimos. Para no hacer demasiada larga esta relación, vamos a centrarnos en esta ocasión en los referidos a nombres de santas, de los que hemos seleccionado algo más de medio centenar entre los que encontramos una treintena de nombres distintos.

Santa María, Santa Teresa, Santa Isabel.

Entre los más repetidos figuran los de Santa Teresa, con 12 referencias, Santa Isabel, con 7 y Santa María con 6. Santa María, en su advocación de la Defensión, da nombre a nuestra célebre Cartuja, levantada en el paraje de El Sotillo a orillas del Guadalete, lugar en el que según la leyenda su intercesión fue decisiva en una batalla contra los musulmanes y donde se levantó una ermita a su nombre en el siglo XIV. Santa María da también nombre a un paraje, casas, cortijo, vega y cerro –Cabeza de Santa María- situado a medio camino entre Torrecera y Paterna, a orillas del arroyo Salado de Paterna y de la carretera que une ambas poblaciones. El Rancho Santa María, y el haza del mismo nombre se emplazan en el cruce de las carreteras de Sanlúcar y Rota junto a la conocida Venta Antonio. Santa María del Pino es también el nombre de una finca situada entre el Camino de Espera, la Cañada Ancha y la carretera de Sevilla, ocupada en parte en la actualidad por el barrio del mismo nombre de la pedanía de Guadalcacín, si bien en tiempos pasados albergó viñedos pertenecientes al pago de Lima. De la antigua Viña Santa María, situada en la confluencia de las Hijuelas de Pinosolete y Geraldino, apenas queda ya uno de los pilares de su puerta de acceso.

Santa Teresa es el hagiotopónimo más representado en nuestra campiña y llevan su nombre más de una docena de lugares, casas de viña, fincas… Uno de los más conocidos es la conocida Granja de Santa Teresa, citada ya por Madoz a mediados del siglo XIX. Desde 1826 perteneció a la familia Domecq, que tenía en estos parajes próximos al río Guadalete, una finca de recreo. En 1995 fue adquirida por el Ayuntamiento de Jerez y en la actualidad alberga un parque periurbano y un Aula de la Naturaleza que acoge al recién creado Centro de Interpretación del Río Guadalete.



Junto a ella se ubica también la Torre de Santa Teresa, un curioso mirador visible desde La Corta, desde el que se divisa la Bahía de Cádiz y el curso del Guadalete. Con este mismo nombre existió también otra viña junto a la Hijuela de Pinosolete cuya casa está hoy arruinada, una finca de recreo en la carretera de Cartuja, que aún pervive, al igual que la Viña Santa Teresa, en el pago de Tizón, colindante con la del Dulce Nombre. También se conserva la finca Santa Teresa, entre el cruce de las carreteras de Rota y Sanlúcar y la antigua traza del ferrocarril de Bonanza.

En el Camino de Albadalejo (junto a la conocida Venta La Cuchara, ya desaparecida), frente a la Harinera de la Avenida de Europa o en el Camino de Espera, junto a las 4 Norias, Santa Teresa dio nombre a otras tantas fincas, que se han ido incorporando a la trama urbana. No han desaparecido, pero han cambiado de nombre, otras antiguas casas de viña que llevaban por nombre Santa Teresa o Santa Teresa de Jesús. Este es el caso de la que perteneció a las bodegas Valdespino y estuvo dedicada a viñedo, pero que en la actualidad se conoce como El Serrallo, al inicio de la hijuela homónima, y hoy aparece rodeada de naranjos. También el de otras dos viñas del pago de Balbaína. Una de ellas, junto a la Viña La Esperanza permutó su antigua denominación de Santa Teresa por la de La Guita. La otra, próxima a la carretera de Rota, lleva ahora por nombre Las Puentes.



Santa Isabel da también nombre a diferentes casas de viñas y viñedos, algunos de los cuales se dedican hoy a otros cultivos. Una de las más conocidas se encuentra en la carretera de Trebujena, frente al cortijo de Romanito, y que perteneció en su día a D. José de Soto. En la actualidad, aún puede leerse su nombre en los pilares de su singular puerta de entrada. Los pagos de Canaleja y Montealegre también tuvieron sendas viñas conocidas como Santa Isabel. La primera en el camino de Pedro Díaz, colindante con Montesierra, la segunda junto a la carretera de Cartuja, frente al actual depósito de aguas; ambas ya desaparecidas. En El Carrascal, frente al Corregidor, otra viña lleva el nombre de Santa Isabel, al igual que otra situada en el pago de Corchuelo, frente a Las Salinillas. La que existió hace unas décadas junto al actual polígono industrial Santa Cruz, ya ha sido absorbida por el crecimiento urbano. Los Llanos de Santa Isabel, conocidos también como de Mirabal, se extienden junto a la cañada del Carrillo en el lugar donde se unen la ronda Oeste con la carretera de El Puerto.

Santa Rosa, Santa Ana, Santa Lucía, Santa Julia, Santa Inés.

Santa Ana, además de en la toponimia urbana, está presente en nuestro entorno rural con varias referencias, algunas de ellas ya olvidadas. En el pago de viñas de Valdepajuela, hoy integrado en la ciudad, la finca Santa Ana estuvo situada junto a la Cañada del Hato de la Carne (actual avenida de Europa) que unía el González Hontoria con Caulina, y ocupó una parte de los terrenos del actual centro comercial Carrefour Norte. En el mismo pago, corrió idéntica suerte la viña Santa Ana, ubicada junto a la carretera de Arcos en cuyas tierras, pasado el tiempo, se levantaría la barriada de Torresblancas. Otra pequeña viña del pago de Montealegre, situada junto al último tramo de la hijuela del Serrallo, frente a la actual finca San Joaquín, llevó también este nombre. En nuestros días aún mantiene la denominación de Viña Santa Ana, la ubicada en la barriada rural de Polila, a los pies de Cerro Obregón, justo al inicio de la Cañada de Cantarranas.



Más alejadas de la ciudad estuvieron las tierras del Olivar de Santa Ana, situado entre las del Cortijo del Sotillo Nuevo y las de la Dehesa de Malduerme, junto al cruce de la carretera de Cortes con la cañada de la Pasada del Rayo. En la actualidad forman parte de la Dehesa de Giles, un hermoso rincón de la campiña donde prospera un magnífico alcornocal.

Con menor número de referencias que los anteriores, también se repiten en la toponimia de la campiña los lugares con el nombre de Santa Rosa. El más conocido es el de la barriada rural Mesas de Santa Rosa, situada al norte de la ciudad, entre el Camino de Ducha y la carretera de Sevilla, apenas a un km del parque empresarial.

El  enclave pudo tomar su nombre de la antigua Haza de Doña Rosa, perteneciente al cortijo de Carrizosa y colindante, junto con el cortijo de La Norieta de estos parajes de Las Mesas. Así mismo, hubo sendas viñas con el nombre de Santa Rosa, ya integradas en el núcleo urbano y que estuvieron situadas tras la Huerta de las Oblatas y en el actual espacio del “botellódromo”, respectivamente. También en la Hijuela de Pozo Nuevo, que une la Laguna de Torrox con la Cañada del Carrillo, encontramos la viña Santa Rosa.



En las proximidades de la laguna de Los Tollos y separada de las tierras de Romanina por la autopista Sevilla Cádiz, la Viña Santa Lucía alberga hoy uno de los mayores viñedos del marco pertenecientes a las bodegas sanluqueñas de Barbadillo. Visibles desde la carretera, llama la atención del viajero el camino de acceso al caserío, escoltado de grandes adelfas que recorre las lomas entre las vides. Santa Lucía da también nombre a una antigua viña del pago de la Carrahola, situada junto a la Cañada de las Huertas cuyo caserío aún se conserva, si bien las tierras se dedican a cultivos de cereal. En el pago de San Julián, en las proximidades de la barriada rural de Polila encontramos la viña Santa Julia, que mantiene este nombre desde hace más de un siglo, colindante con los de la conocida viña Las Conchas. Frente al Cuco, y colindante con la Huerta de las Oblatas, en la actual avenida del Duque de Abrantes, existió en tiempos pasados otra viña con el nombre de Santa Julia, frente al Recreo de Rivero, tierras todas que fueron absorbidas por el núcleo urbano en la década de los 60 del pasado siglo. Un caso curioso es también el de Santa Inés, que da nombre a un antiguo molino, ya semiderruido, a orillas del arroyo Zumajo, cerca de La Barca de la Florida. De la misma manera bautiza también a un camino y a un barrio construido en sus cercanías, por la antigua Hijuela de Geraldino.

Todas las Santas.



Como puede verse, la relación de hagiotopónimos relacionados con santas que dan aún nombre a muchos rincones de la campiña es muy extensa. Para no cansar a los lectores terminaremos señalando algunos otros que, en menor proporción que los anteriores, encontramos también repartidos en los alrededores de la ciudad o diseminados por el término. El genérico de La Santa, da nombre a una pequeña viña ubicada en el cruce de las carreteras de Sanlúcar y Rota, junto a la vía de Servicio. En la carretera de Cartuja, donde desde el siglo XIX se construyeron casas de recreo en estas fincas enclavadas en el pago de Montealegre, aún permanecen los nombres de Santa Bibiana, Santa Genoveva, Santa Teresa o Santa Amalia, esta última muy cerca del monasterio.

Santa Bárbara es una conocida viña que encontramos en la carretera del Calvario, situada en el Cerro de Orbaneja, cuyo caserío puede verse desde la carretera al pasar el puertecillo de los Olivos. El Haza de Santa Bárbara, perteneciente al cortijo de Tabajete, guarda también el recuerdo de esta santa. En la hijuela de las Anaferas, frente al actual campo de golf estuvo la viña de Santa Basilia, y al igual que sucede con la de Santa Matilde, junto a Ducha, sólo nos quedan de ellas los restos de su caserío.




Por el contrario, aún perviven las viñas de Santa Emilia, Santa Petronila y Santa Cecilia. Las dos primeras en el pago de Tizón, a las que llegamos por la cañada del Amarguillo, en un rincón de la campiña que tanto nos gusta. Santa Cecilia, en el pago de Balbaína, junto al parque eólico de La Rabia, perdió parte de su espléndida casa de viña, pero conserva aún sus viñedos y parte de sus dependencias.

Santa Cristina, en el Pago de San Julián, cercano a Añina; Santa Marta, en Macharnudo Bajo; Santa Rosalía, en el pago de Lima, junto a Guadalcacín; Santa Juana, en tierras de la actual Avenida de Europa, frente a Carrefour; Santa Victoria, en Torrox, junto a la Hijuela de Pozo Dulce… son algunos ejemplos de viñas que perdieron sus vides, sus casas y sus nombres.



A diferencia de las anteriores, Santa Honorata, propiedad de Sánchez Romate, con casa, viñedos y lagares, aún luce en la fachada y en la puerta de acceso, su llamativo nombre, visible desde la autovía de Sanlúcar, en el cruce de la carretera de Las Tablas. En este mismo enclave rural, la viña Santa Luisa, al pie de la carretera que conduce al cortijo del Barroso, mantiene también su antigua casa entre sus renovadas vides.

Volveremos el próximo año, por “Todos los Santos”, a pasear nuevamente por la campiña jerezana para rescatar esos curiosos hagiotopónimos, esta vez referidos a los “santos”, que forman parte del rico patrimonio inmaterial de nuestro entorno rural.

Para saber más:
(1) Albaigés Olivart, J.M.:La toponimia, ciencia del espacio”. Prólogo de la Enciclopedia de los topónimos españoles. Ed. Planeta, 1998.
(2) Molina Díaz, F.: De los hagiónimos a los hagiotopónimos: la toponimia como instrumento para la historia religiosa. Indivisa. Boletín de Estudios e Investigación, 2014, nº 14, pp. 30-43.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar Cortijos, viñas y haciendas, Toponimia, Paisajes con historia, Patrimonio en el mundo rural.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 30/10/2016

 
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