A los azucareros ... y a los maños
Por elegir una fecha relevante, la historia de las azucareras en Jerez puede empezar a contarse a partir del 15 de Noviembre de 1897, cuando la Gaceta de Madrid anunciaba la subasta pública para la “Concesión de un canal de riego derivado del Río Guadalete”. Con un presupuesto de partida de 1.227.968 pesetas, este proyecto tenía como finalidad la construcción de una presa o azud en el “Vado de los Hornos” -lugar que acabaría siendo conocido como “La Corta”-, para poner en riego las vegas cercanas a El Portal.
Toda la comarca, y en especial la ciudad de Jerez, atravesaba entonces por una grave crisis marcada por el paro y los conflictos sociales que se había visto acentuada por la plaga de filoxera, desatada unos años atrás, que terminaría por arruinar en poco tiempo todo el viñedo. No es de extrañar por ello que en estos años de finales del XIX se alzaran voces que clamaban por buscar alternativas al monocultivo de la vid.
Iniciada su construcción en 1899, la vida de nuestra primera azucarera fue muy corta. Pese a la puesta en regadío de una amplia vega, el contenido en azúcar de la remolacha cultivada ofrecía bajos porcentajes. El auge de esta industria en otras zonas del país (Zaragoza, León, Granada…) y las dificultades económicas de la Sociedad promotora llevaron al cierre de la factoría en 1906. La nave central y muchas de sus
dependencias aún siguieron en pie durante muchos años, sufriendo en algunas ocasiones, las crecidas del Guadalete que llegaron a inundar parcialmente sus instalaciones. Su maquinaria fue desmontada progresivamente y vendida a otras azucareras que, en esos años, habían iniciado también su andadura o realizaban ampliaciones.
Y aquí, en una de esas curiosas idas y venidas de la historia, - o mejor, de la pequeña historia de las azucareras- entra en juego un técnico mecánico, D. Nicolás Moliner Gallego, a quien encontramos en el mes de noviembre de 1919 desmontando en El Portal una de estas máquinas de la Azucarera Jerezana para trasladarla a la Azucarera del Jalón, en Épila (Zaragoza), donde trabaja. Su hijo, Salvador Moliner Ortega –quien se empleará años más tarde en la misma empresa- nacerá en Jerez durante la estancia temporal de su familia, que regresará, cumplida la tarea, a la localidad aragonesa. Cincuenta años después, por esas paradojas de la vida, la Azucarera de Épila se cerrará y su maquinaria se desmontará para ser trasladada a la nueva Azucarera de Jédula.
La vieja Azucarera Jerezana estuvo en pie durante casi dos décadas hasta que sus techumbres comenzaron a arruinarse. Pese a todo, sus muros, las elegantes arcadas de ladrillo de su nave central, los restos de naves, almacenes y dependencias… resistieron más de medio siglo para ser testigos de la vuelta de la industria azucarera a Jerez. Lamentablemente, han aguantado en pie otros cuarenta años para contemplar de nuevo su declive. Veamos a grandes rasgos como sucedió.
Tras el abandono casi en su totalidad del cultivo de la remolacha en los campos gaditanos, será partir de los años 50 cuando vuelve a aparecer para sustituir parcialmente al algodón en los secanos de la provincia. Los agricultores que se aventuran de nuevo con este cultivo se ven obligados a transportar la remolacha a las azucareras de Granada (provincia que desde 1878 fue pionera en estas industrias), a la sevillana de Los Rosales o a la cordobesa de Villarubia. Muchas son las voces que a lo largo de estos años insisten en la necesidad de construir una azucarera en Jerez.
El panorama cambiaría cuando en 1965 la compañía Ebro adquiere en Pozoalbero, junto a la pedanía de Guadalcacín, una finca de 33 hectáreas para construir una planta azucarera ante el empuje del cultivo en la provincia. Habría que esperar para ello a 1967, año en que se autorizó el cierre y el traslado de la Azucarera del Gállego (Zaragoza). Procedente de esta planta, en ese eterno ir y venir de los ingenios industriales sobre el que ya hemos hablado, llegó a Guadalcacín buena parte de su maquinaria (secaderos de pulpa y azúcar, calderas, molinos, tachas...), si
Al año siguiente, Jerez contaría con una nueva factoría, la Azucarera del Guadalete, instalada en el flamante Polígono Industrial “El Portal”, junto a la vía férrea. Perteneciente a la Sociedad General Azucarera, la planta se creó tras el cierre y el traslado de la azucarera oscense de Monzón de Cinca, así como de otras pequeñas azucareras del Valle del Ebro, muchos de cuyos trabajadores, como sucedió con la de Guadalcacín, se vieron obligados a trasladarse a Jerez. Su primera campaña de molturación, en
1969, vino acompañada por el gran crecimiento de los cultivos de remolacha en todos los rincones de la campiña.
El triángulo de las azucareras se cerraría un año más tarde con la construcción de una nueva planta en Jédula a la que llegaba un ramal del antiguo Ferrocarril de la Sierra que, aunque nunca llego a funcionar, estuvo activo hasta esta fábrica. La Azucarera de Jédula, perteneciente a la Compañía de Industrias Agrícolas, inició su construcción a lo largo de los años 1968 y 1969 y llevaría a cabo su primera campaña en 1970. Una parte importante de su maquinaria
y, especialmente, de su plantilla, procedía de la Azucarera del Jalón, industria pionera en España que había iniciado su andadura en 1904 en la localidad zaragozana de Épila, desde donde más de cien familias (los conocidos “maños”) se trasladaron a residir en Jerez. Esa misma fábrica a la que, en 1919, llegaban algunas de las máquinas que D. Nicolás Moliner había desmontado en la vieja Azucarera Jerezana de El Portal.
Las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado son también las del auge de la remolacha y de las azucareras en las campiñas gaditanas. Son los años en los que el cultivo alcanza su mayor expansión, llegando a sobrepasar en sus momentos punteros las 50.000 hectáreas de superficie, que situaban a la provincia de Cádiz a la cabeza nacional llegando a concentrar el 25% de la producción española y el 60% de la andaluza (Zoido, F. 1984). En esta “época dorada” de las azucareras, las producciones de remolacha provienen por orden de importancia, según el Estudio Económico de la Provincia de
Las azucareras y el cultivo de la remolacha trajeron trabajo y prosperidad, pero tuvieron también algunas contrapartidas negativas derivadas, fundamentalmente, del grave impacto ambiental que causaron en sus primeros años. Ya en el verano de 1969, los vecinos de El Portal y el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María denunciaban como la contaminación de las aguas del río, a las que vertía la Azucarera
del Guadalete, habían ocasionado un grave daño en la fauna piscícola que no llegó a recuperarse pese a la instalación de balsas de decantación y sistemas de depuración que, al parecer, no llegaron a funcionar correctamente. Los malos olores propios de estas instalaciones se denunciaron también en Jédula y en Guadalcacín, cuya azucarera se vio obligada a trasladar sus balsas a un paraje aislado en las cercanías de las Mesas de Asta.
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Para saber más:
- Cincuenta años de la Compañía de Industrias Agrícolas S.A. Barcelona 1962.
- Compañía de Industrias Agrícolas, S.A. 1911-1986, 75 aniversario. Barcelona. 1986.
- Estudio Económico de la Provincia de Cádiz. Análisis descriptivo y diagnóstico de la situación actual. Diputación de Cádiz. 1983. pg. 98-99.
- Jerez 65-70. Grafibérica. 1969.
- Zoido Naranjo, F.: Panorama actual de la remolacha azucarera. Instituto de Desarrollo Regional. Universidad de Sevilla. 1981
- Zoido Naranjo, F. (Dir).: Cádiz y su provincia. Ediciones Gever. Sevilla. Vol I. 1984, pg. 150.
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En este pago, también conocido como Jadramil, se explotan varias canteras que extraen arenisca calcárea, el mismo material que conforma la cercana Sierra Gamaza y las elevaciones donde se alza Arcos de la Frontera. A su interés geológico hay que sumar el histórico, Los hermanos De Las Cuevas, en su monografía sobre Arcos, ya hablan de los hallazgos realizados por Mancheño y otros en la Colada del Jadramil. Mas
recientemente, excavaciones de urgencia realizadas en estas canteras permitieron conocer que en estos parajes del Jadramil, tan cargados de historia, se emplazaba un asentamiento de la Edad del Cobre (o Calcolítico), fechado entre finales del tercer milenio y comienzos del segundo milenio antes de nuestra era. Aparecieron aquí estructuras subterráneas (pozos y silos), de características similares a las puestas a la luz en las canteras de El Trobal, próximas a Nueva Jarilla. Junto a estas estructuras funerarias prehistóricas se encontraron también enterramientos de época romana. Para un mayor conocimiento de estos hallazgos remitimos al lector a los interesantes trabajos de María Lazarich González.
empleadas como alimentación del ganado y en sus formaciones han encontrado refugio no pocos animales del campo. Estos tallos carnosos, que se propagan fácilmente dando lugar a nuevas plantas cuando se desprenden o se siembran, han tenido también curiosas aplicaciones. Una de ellas es la de ser utilizados como “reserva” de agua para asegurar el crecimiento de nuevos plantones. Así, en los pequeños huertos de subsistencia labrados en lugares con escasa disposición de agua, se practicaba un hoyo en el que se enterraban trozos de tallos de chumbera, ricos en agua, sobre los que se situaban los plantones de las especies hortícolas.































