02 agosto 2025


Con Gustavo Doré por la Cartuja de Jerez





Mucho antes de que la fotografía hiciese su aparición, una de las imágenes más conocidas de Jerez y su entorno es la que nos ofrecen diferentes grabados que desde el siglo XVI y hasta bien entrado el XIX, repiten invariablemente una misma escena: la ciudad vista en la lejanía desde algún rincón del camino de El Puerto, con la Ermita de Guía en primer plano. El segundo lugar, a buen seguro, lo ocupan las ilustraciones que tienen como motivo el Monasterio de La Cartuja y sus alrededores.

Viajeros en La Cartuja de Jerez.

Es sobradamente conocido que junto a nuestras bodegas, una obra tan singular como el cenobio cartujano, era parada obligada para cuantos visitantes acudían a la ciudad, tal como se puede deducirse de los numerosos testimonios escritos que sobre La Cartuja han dejado viajeros románticos e ilustrados, historiadores, artistas o escritores y que conocemos, en buena medida, gracias a los trabajos de Ramón Clavijo Provencio (1).

La mayoría de estos autores se centran en los aspectos artísticos y arquitectónicos del monasterio a la vez que se lamentan por el estado de deterioro y abandono que sufre el monumento. Algunos de estos viajeros, como Antoine de Latour describen también los claustros, los patios y jardines, las dependencias o los caminos de acceso. Otros, como Antonio Ponz, nos aportan datos hasta de los curiosos árboles que crecen junto a la puerta de acceso… Pocos, sin embargo, mencionan la Cruz de la Defensión, que aún se conserva en el jardín exterior, junto a la puerta principal de entrada al monasterio. Aunque en los relatos de los viajeros no se alude a este sencillo monumento, este singular crucero mereció la atención de uno de los mejores ilustradores y grabadores del siglo XIX; el francés Gustavo Doré quien dejó para siempre testimonio gráfico de cómo la contempló en 1862.

En compañía del barón Jean Charles Davillier, un célebre escritor e historiador del arte al que hoy calificaríamos como “hispanista”, Doré viajará por toda España encargándose de ilustrar las crónicas que aquel escribe “por entregas” para la revista de viajes "Le tour du Monde", que por entonces publica la editorial francesa Hachette. Las crónicas tendrán un gran éxito popular y se recopilarán unos años después en un libro con el título “l’Espagne". Este “Viaje por España” ,como será conocido en la versión que se editó en nuestro país, romperá en parte los tópicos que los viajeros románticos habían venido ofreciendo hasta entonces sobre nuestro país, aportando una visión más real y ajustada de la España de esa época. A ello contribuyeron vivamente las casi 500 ilustraciones de Gustavo Doré que contenía la obra.

Gustavo Doré en la Cartuja.

Una de las ciudades que figura en el recorrido de estos autores fue Jerez, donde visitaron sus principales calles y monumentos o las bodegas de Pedro Domecq, como nos recuerda José Luis Jiménez a propósito del comentario sobre un grabado de Doré dedicado a los vendimiadores (2). Y entre estas visitas no podía faltar La Cartuja, donde cabe suponer que Doré tomaría los apuntes para el grabado que comentamos (3), en el que nos llama la atención, junto a su limpio y preciso trazo, la ausencia de vegetación junto a la entrada del monasterio.

El grabado nos muestra en primer plano la Cruz de la Defensión, a cuyos pies parece descansar una mujer con su cántaro. Otra mujer, con un cántaro en la cabeza aparece en la escena delante del pórtico, obra del maestro Andrés de Ribera, que se muestra también en la ilustración, al igual que el crucero, con un gran realismo.



Sin embargo no hay rastro de los árboles que setenta años atrás describiera Antonio Ponz en este lugar. La imagen de Doré contrasta igualmente con la de los jardines que en la actualidad pueden verse en la entrada de La Cartuja cuyos árboles (cipreses, naranjos, algarrobos, falsos pimenteros, palmeras…) envuelven, literalmente, al crucero.

Lo que no resulta extraño en el grabado de Gustavo Doré es la presencia de mujeres con cantaros que, a buen seguro, acudirían a buscar agua a la fuente que ofrecía agua a los caminantes y que se ubicaba en una de las paredes del convento, proveniente de una canalización realizada para el monasterio desde el cercano manantial de Los Albarizones que también abastecía a la fuente de la Alcubilla. En una curiosa “guía para viajeros” publicada a mediados del siglo XVIII, de la que nos da cuenta J. Jurado Sánchez, se describe el itinerario que se sigue de Medina a Jerez y se informa ya de la existencia de esta fuente. Tras cruzar el puente sobre el Guadalete: “se pasa por las puertas del convento de La Cartuja de Xerez, que es muy dilatado en fábrica y tiene dos patios, en uno un estanque grande de agua con galápagos y otro en el otro con peces, y en una pared de dicho convento está una fuente al mismo camino” (4).

El grabado de Doré (1862) ofrece una visión “amable” del Monasterio que, por aquel entonces, ya sufría el deterioro que siguió a la exclaustración provocada por la desamortización de Mendizábal (1835). Apenas una década después de la marcha de los monjes apunta Madoz en su célebre Diccionario, refiriéndose a los monumentos más destacados del término municipal, que “Uno de los objetos más notables… es el célebre monasterio de la Cartuja, el cual va desapareciendo insensiblemente por el descuido e incuria con que se le tiene” (5). Muy cercano en el tiempo a la visita de Gustavo Doré, contamos también con el testimonio del sacerdote francés N. Léon Godard, quién en su condición de historiador y arqueólogo visito la Cartuja en 1861 aportando su visión del deterioro del Monasterio en su obra L´Espagne, moeurs et paysages, editada al año siguiente.

Otros muchos autores nos dejarán testimonio de la preocupante situación que a medidados del siglo XIX mostraba La Cartuja, que pese a que en 1856 se declararía Monumento Histórico Artístico Nacional, el primero de la provincia de Cádiz, requería urgentes obras de consolidación y restauración. Así por ejemplo, José Bisso, refleja en su Crónica General de España publicada en 1868, apenas unos años después de la visita de Doré lo siguiente: “…la Cartuja de Jerez subsiste todavía desafiando los rigores del tiempo y presentándose a nuestros ojos como recuerdo vivo de épocas memorables; pero difícil es calcular su duración en este siglo de universal movimiento, y al ver como se apodera la industria de tantos edificios históricos como vemos convertidos en grandes establecimientos fabriles, no pueden menos de abrigarse serios temores sobre la existencia de ese monumento que quisiéramos se procurarse a toda costa conservar” (6).

Afortunadamente, el Monasterio de la Cartuja pudo superar la ocupación de las tropas francesas que lo convirtieron en cuartel y sobrevivir al deterioro de su utilización como presidio de soldados carlistas, a las paulatinas pérdidas que sufrió cuando el ejército español lo utilizó como depósito de caballos sementales o a los permanentes saqueos de sus dependencias por los propios vecinos de Jerez tras la marcha de los monjes…

El Crucero hoy.



Las diferentes restauraciones que se acometieron en el monumento durante el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del siglo XIX, también repararon en el el crucero, que fue salvado de la ruina mediante la instalación de unos aros de hierro en torno a los diferentes elementos de su base.

Como es conocido, la Cartuja contó con varias cruces repartidas por distintas dependencias del monasterio. La más conocida es la denominada Cruz de la Defensión, que como hiciera Doré, los visitantes pueden contemplar en los jardines exteriores situados delante de la monumental portada de acceso, obra esta última de Andrés de Ribera. El profesor Antonio Aguayo Cobo, que ha realizado un completo estudio de este crucero (7), apunta también que el historiador H. Sancho de Sopranis cuestiona que esta sea la cruz del Humilladero, mencionada en las fuentes documentales, toda vez que existieron también otras cruces junto al estanque de los galápagos, en el jardín del claustro o en el exterior de los muros del monasterio, junto a la torre del molino de aceite en las proximidades del río (8).

Sea como fuere, el crucero ha llegado hasta nuestros días mostrándonos en los bloques calizos que conforman su base las muchas vicisitudes sufridas en estos siglos. En palabras del profesor Aguayo, “se trata de una hermosa cruz pétrea, que conmemora la victoria de las tropas cristianas sobre las sarracenas, gracias a la intervención milagrosa de la Virgen, que da lugar al nombre de Defensión, que adopta la cartuja jerezana”. Apunta este autor que la cruz se levanta bajo el priorato de Tomás Rodríguez, constituyendo “una bella obra del Renacimiento jerezano”.

Rodeada actualmente por la arboleda del jardín exterior de La Cartuja, que la oculta parcialmente, el visitante puede sentarse tranquilamente a contemplarla en alguno de los bancos instalados en su entorno. Para ello, nada mejor que hacerlo siguiendo la descripción que de ella realiza el citado autor: “la cruz se yergue sobre una alta columna corintia, con el fuste ornado con paños. Se asienta sobre basa cuadrada, en cuyo interior se inscriben varios relieves. El conjunto se asienta sobre una semiesfera rebajada, situada sobre gradas. La cruz se halla tallada por ambas caras, representando en un lado la figura de Cristo crucificado, y en el otro a la Virgen María, Madre de Dios. A pesar de la dureza del material, la calidad de la talla se puede considerar como algo más que aceptable.


La base de la columna se encuentra tallada en sus cuatro caras. En cada uno de los relieves se representan diferentes instrumentos de la Pasión de Cristo: corona de espinas, columna de los azotes y cuerda, túnica sin costuras, y los clavos de la crucifixión. Estos elementos, además de ser los instrumentos de la Pasión, constituyen los símbolos que conforman el escudo de la cartuja jerezana, adquiriendo, por tanto, un doble significado. [...] por su estilo y aspecto debe pertenecer a los últimos años del siglo XVI, debiendo su factura a la mano de un artista local
”. (9)

Cada vez que nos acercamos a la puerta del monasterio, nos alegra comprobar que el dibujo y posterior grabado que hiciese Gustavo Doré en 1862, pudiera haberlo realizado en estos tiempos, con la única salvedad de que en él aparecería, junto a la Cruz de la Defensión y la portada de Andrés de Ribera, la arboleda del jardín que recibe hoy día a los visitantes de La Cartuja. Esperemos que en tiempos no muy lejanos, el crucero pueda ser restaurado como merece.


Para saber más:
(1) Clavijo Provencio, R.: Jerez y los viajeros del XIX. B.U.C. Jerez, 1989. Del mismo autor, rsulta también de obligada lectura, Viajeros apasionados. Testimonios Extranjeros sobre la provincia de Cádiz 1830-1930. Diputación de Cádiz, 1997.
(2) Jiménez, J.L.: Doré y el barón Davillier visitaron Jerez en 1862.La Voz. 30/04/2006.
(3) El grabado de G. Dore, ha sido tomado de Diccionario Geográfico Estadístico Histórico Madoz. Tomo CADIZ. Edición facsímil. Ámbito Ediciones. Salamanca, 1986. pg. 238.
(4) Jurado Sánchez, J.: Caminos y pueblos de Andalucía (s. XVIII). Ed. Andaluzas Unidas S.A. 1989. pg. 133. Recoge copia de un Manuscrito Anónimo de la Biblioteca Nacional.
(5) Diccionario Geográfico Estadístico Histórico Madoz. Tomo CADIZ. Edición facsímil. Ámbito Ediciones. Salamanca, 1986. pg. 245.
(6) Bisso, J.: Crónica General de España. Provincia de Cádiz. Ed. Rubio, Grilo y Vitturi, 1868. Edición Facsímil. Editorial Maxtor. Valladolid 2006. Pg. 42.
(6) Aguayo Cobo, A.: Arquitectura religiosa del renacimiento en Jerez II. Cartuja de la Defensión. Convento de Santo Domingo. UCA, 2006, pp. 23-24.
(8) García Lázaro A. y J.: Un rincón olvidado de la Cartuja: el humilladero y el mirador sobre el Guadalete. Diario de Jerez 09/032014.
(9) Aguayo Cobo, A, obra citada. Pg. 23.
La fotografía de G. Dore, ha sido tomada de: http://agaudi.files.wordpress.com/2008/10/paul_gustave_dore_by_felix_nadar_1855-1859.jpg


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Otros enlaces que pueden interesarte:
- Signos y dibujos en el patio de la Cartuja. Un paseo con Antoine de Latour.
- Con Antonio Ponz en el patio de La Cartuja. Una visita en 1791 con noticia de unos curiosos árboles.
- Paisajes con historia
- Vertidos junto al Monasterio de la Cartuja
- Un rincón olvidado de La Cartuja: el humilladero y el mirador sobre el Guadalete.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 5/10/2014

24 julio 2025

Cuando el apóstol Santiago "vino" a Jerez".
Por las Mesas de Santiago al encuentro de una leyenda.


A los amigos de la Asociación Jacobea Jerezana "Sharish" 

En una amplia meseta, elevada sobre el entorno circundante y rodeada por los pequeños valles de los arroyos que bajan desde la Sierra de Gibalbín, se encuentra el paraje de Mesas de Santiago.

Hemos llegado hasta aquí tomando la carretera que, desde la Torre de Melgarejo se dirige hasta la barriada rural de Gibalbín y en nuestro camino hemos dejado atrás las tierras de los cortijos de Arroyodulce, El Troval, Jara, Jarilla, Casablanquilla, Montecorto… La carretera discurre entre lomas sembradas de trigo o cubiertas de olivares, y va ganando altura, hasta llegar a Las Mesas, desde cuyos alrededores se divisa un amplio panorama.

En este lugar, cuyo nombre nos delata las características geomorfológicas del terreno, se ubicó la aldea y la torre medieval de Santiago de Fé, nombrada también en distintas fuentes documentales como de Fee o de Efé. Sus proximidades fueron el escenario, durante el siglo XII, de no pocas escaramuzas entre moros y cristianos, cuando estas tierras lo fueron de frontera. La historiografía jerezana elevó siempre estas inciertas refriegas a la categoría de hazañas, para mayor gloria de los caballeros que las protagonizaban. En algunos casos, como en el de las luchas fronterizas que



tuvieron por escenario los alrededores de Las Mesas, los episodios históricos fueron deformados hasta transformase en leyenda.

Con el Apóstol Santiago por los campos de Las Mesas.

Bartolomé Gutiérrez recuerda en su Historia de Xerez como durante el reinado de Fernando III el Santo, nada más y nada menos que el mismo Apóstol Santiago, acompañado de “caballeros ángeles” acudió en auxilio de las tropas cristianas cuando se batían en estos parajes con “la crecida multitud de la morisma”, a las que vencieron en desigual batalla gracias a la ayuda del cielo. Como testimonio señala que “…juraron muchos hombres de autoridad haber visto al Sto. Apóstol en un caballo blanco, en forma de un caballero con una seña blanca y una cruz roja en una mano, y en la otra una espada: y que andaban con él muchos caballeros de blanco y en el aire Ángeles; y lo mismo testificaron algunos moros” (1). El mismo autor nos indica que este milagro estuvo pintado hasta principios del siglo XVII en la fachada de la muralla de la Puerta de Santiago, hasta que se fue borrando con el tiempo.

Esté rincón de la campiña debía ser sin duda uno de los preferidos del santo Patrón de España para sus milagrosas apariciones ya que nuevamente, décadas después, volvió para socorrer a un



noble caballero de la ciudad. Gonzalo de Padilla cuenta en su Historia de Xerez de la Frontera las andanzas por estas tierras de Fernán Alonso de Mendoza, “pariente del señor rey Alfonso el Savio (sic) y su vasallo… que aviendo tenido noticia este caballero como en cierto sitio estaban cinco moros nobles y fuertes acogidos en una torre y aldea de donde salían a cavallo a hacer muchas hostilidades a los christianos que caminaban a Sevilla y otras partes, salió este dicho caballero Fernant Alfonso acompañado de otro tal cavallero a buscar estos cinco moros que lo habían llamado y desafiado”. Al parecer, su acompañante, ante lo dificultoso y arriesgado de la empresa trató de persuadirlo y se volvió a Jerez dejando solo a nuestro personaje que en su empeño de acabar con los infieles, se dirigió en su busca. “… Y llegando al sitio le salieron los dichos cinco moros armados y los recibió manejando su lanza adarga y cavallo con tal desembarazo y fortuna que de los primeros reencuentros mato los tres de ellos y a poco espacio venció los dos cayendo muertos de sus cavallos, y hallándose solo y confuso dando gracias a Dios se le apareció un caballero con armas no conocidas y una cruz roja en la mano y le dixo el daría fee de la batalla y desapareció trayéndose los cavallos y despojos ante el Rey que a la sazón estaba en la ciudad, y le dixo solo daría fee de la batalla el señor Santiago que le había ayudado y visto, por cuya razón le pusso por renombre a aquel sitio la aldea de Santiago de Fee”. (2)

Cuentan las crónicas que para conmemorar y premiar esta hazaña, el Rey don Alfonso hace entrega a Fernán Alonso de un privilegio en el que le hace donación de la aldea y le pide que levante una ermita dedicada al Apóstol Santiago…en la aldea de Fee con su titulo en sembransa e memoria de vos vencimiento e victoria Dios vos quiso conceder para vos, e vos doy la torre que en ella está e que en ella pongades vosa divisa de armas… e también vos doy treinta yugadas de tierra bagada en rodo della, lo qua vos doy para que mejor podades estar con casa poblada, con mujer e fijos e con la otra compaña que obiere…”. Este documento, fechado en 1270, es probablemente falso, según algunos autores. De lo que si hay constancia es de la existencia en estos parajes de una ermita, al menos desde 1392. (3)

       

Un cortijo centenario en un cruce antiguos caminos.



Si bien la primitiva aldea, con su torre y ermita, desapareció con el tiempo, Las Mesas de Santiago siguieron figurando como un núcleo rural con distintas edificaciones y cortijos. El lugar fue también desde antiguo una encrucijada de caminos donde confluían, entre otros, el que desde Jerez se dirigía a Bornos y a la Sierra (después de dejar atrás la Torre de Melgarejo) y el conocido como Cañada de Vicos o de Las Mesas que procedente de las tierras de Medina, cruzaba el Guadalete por La Cartuja, para pasar después por Lomopardo, Cuartillos, Vicos y Jédula y seguir luego, desde aquí, hacia la Sierra de Gibalbín. No es de extrañar que en Las Mesas, punto donde se cruzaban distintas vías pecuarias, se estableciese un descansadero para el ganado aprovechando también los diferentes pozos que en este lugar se encontraban, alimentados por las aguas que se retienen en el subsuelo, constituido aquí por estratos arenosos, ricos en calizas conchíferas, depositados durante el Plioceno.

Aún en la actualidad, puede verse alguno de estos viejos pozos, entre los olivares, herederos de aquellos que se excavaron en los siglos medievales y que sería necesario restaurar antes de su pérdida definitiva.



En esta zona de la campiña aún perviven hoy varios cortijos, entre los que destaca el de Las Mesas de Santiago, junto al cruce de caminos, cuyo caserío se emplaza, posiblemente, en el mismo paraje en el que se ubicó la aldea medieval. El topónimo de La Mesas ya figura en el amojonamiento del término de Jerez de 1274. De la misma manera, hay constancia documental de la existencia de una explotación agropecuaria en este lugar al menos desde comienzos del siglo XVI, cuando fue adquirido a sus propietarios, junto con las tierras circundantes, por el Monasterio de San Jerónimo de Bornos (3).

En torno al viejo cortijo hubo también diferentes edificaciones diseminadas, algunas de las cuales aún se conservan y que en su conjunto, debieron configurar un núcleo rural de considerable importancia. a juzgar por los datos de población del Nomenclátor estadístico de 1857, que asigna a Las Mesas de Santiago 247 habitantes figurando a la cabeza de los núcleos agrarios dispersos del término de Jerez. Progresivamente iría perdiendo población y en el Nomenclátor de 1923 su población se había reducido a la mitad (121 hab.).

A partir de la segunda mitad del siglo XX se redujo drásticamente a favor de otros núcleos cercanos como Torre de Melgarejo, Gibalbín, -cuya Sierra sirve de telón de fondo al norte- y Jédula, a los que se trasladarían sus antiguos pobladores.



Los edificios que hoy vemos en el cortijo son una muestra de la arquitectura popular del siglo XIX, con edificaciones de gran simplicidad y, a diferencia de la mayoría de las repartidas por otros rincones de la campiña, son de una sola planta. En la fachada principal, donde se encuentran las viviendas, se observan dos puertas que dan acceso a sendos patios independientes.




La primera, con unos curiosos remates, está techada por un tejadillo y coronada por una sencilla y antigua veleta.

La segunda está presidida por un azulejo devocional en el que se muestra una escena con San Isidro Labrador orando mientras unos ángeles labran la tierra.




Junto a la primera entrada, que debió ser la principal, puede observarse también una garita con funciones defensivas y de control, similar a las que hemos visto en otros cortijos del siglo XIX (Faín, San Andrés, el cercano de El Rizo…) y que aquí cobraría más sentido al tratarse de un paraje apartado (a 17 km de la ciudad) en un cruce de caminos, donde solían hacer un alto las diligencias y coches de caballos que cubrían el camino entre la Bahía, Jerez y las poblaciones de la Sierra de Cádiz. De este cortijo nos habla Frasquita Larrea, la escritora gaditana madre de Fernán Caballero, quién en su “Diario” relata como en un viaje que realiza en 1824 desde El Puerto a Bornos, descansa en el Cortijo de Las Mesas alabando también el buen estado del camino ente Jerez y este lugar. (4)

Junto a las casas principales del cortijo destaca el edificio del granero, con cubierta a dos aguas, algo más alto que los demás. En naves separadas, y más alejadas del camino, se encuentran la “casa de máquinas” y el almacén. Las gañanías se ubicaban en una nave alargada, que llama la atención en la parte trasera del cortijo, por la gran longitud de su planta (5).



Cada vez que paseamos por este rincón de la campiña, por estos caminos tan poco transitados que discurren entre sembrados de cereal y entre lomas de olivares, recordamos entre las soledades de estos hermosos paisajes las antiguas refriegas de moros y cristianos y nos parece entrever, las huestes angelicales del apóstol Santiago cabalgando entre los olivos rumbo a la leyenda.

Para saber más:
(1) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1989, vol I P. 45.
(2) Gonzalo de Padilla.: Historia de Jerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI). Ed. de Juan Abellán Pérez. Agrija Ediciones 2008., pp.. 87-89.
(3) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural de Jerez de la Frontera Territorio y poblamiento durante la Baja Edad media. Universidad de Cádiz. 2003, pg. 101
(4) Francisca Larrea. Diario. Graficas el Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asoc. de Amigos de Bornos.
(5) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes. 2002


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Sobre Cortijos Viñas y Haciendas y Paisajes con Historia "entornoajerez" hemos publicado también...

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 01/02/2015

20 julio 2025

La pesca en el Guadalete.
Una mirada ciento cincuenta años atrás.




Publicada el 5 de julio de 2015

La fauna piscícola en el Guadalete y sus afluentes se limita en la actualidad a muy pocas especies. Al margen de las exóticas introducidas en los embalses, las tres más representativas de nuestro río son el barbo, la boga y el cachuelo. La colmilleja, un pequeño pez alargado que vive asociado al fondo del lecho fluvial, se ha detectado también en los tramos más bajos, al igual que el fartet, un pez de pequeño tamaño en peligro de extinción. Este endemismo de la fauna ibérica, que está presente en algunos arroyos y caños del estuario del Guadalete, esta adaptado tanto a la vida en agua dulce como a las aguas salobres próximas al litoral (1).

Sin embargo, antes de la construcción de las presas y azudes, auténticas barreras infranqueables para la mayoría de los peces, en las aguas del Guadalete existía una gran variedad de especies piscícolas migradoras que a través del estuario remontaban el curso del río para desovar aguas arriba y llegaban también hasta alguno de sus principales afluentes. La anguila era frecuente en las aguas del Majaceite, Guadalporcún y en el propio Guadalete, donde quizás fueran también esporádicas las lampreas y diferentes especies como lisas y róbalos. (1)



Una rica fauna piscícola que se ha perdido.

Una pista aproximada de la rica variedad de peces que poblaban las aguas de nuestro río podemos obtenerla en algunos textos del historiador jerezano Joaquín Portillo, quien en varias de sus obras apunta las que se pescaban a mediados del siglo XIX cuando el curso bajo, desde el puente de Cartuja hasta el Puerto de Santa María, se encontraba libre de presas y azudes y la carrera de la marea llegaba hasta aguas arriba del Monasterio. En sus Noches Jerezanas (1839), describiendo los frutos que aporta el campo a los mercados apunta también que “…y para que nada falte a sus apetitos, el Guadalete abunda en sábalos, róbalos, albures, barbos, bogas y anguilas, con que muchas veces suple la falta de pescados que niega el mar en sus grandes alteraciones y temporales” (2). Se mencionan aquí, junto a las especies autóctonas propias de agua dulce (barbos y bogas), otras que llegan desde el mar que, como los sábalos, constituían el principal aporte en la dieta de pescado de la población local.

En otra de sus obras, Joaquín Portillo amplía esta nómina de especies piscícolas y nos proporciona, además, algunos datos sobre las artes de pesca más habituales utilizadas en el río. Así, en sus Concisos Recuerdos de Jerez de la Frontera (1847), señala que: “Tan antiguo Río, abunda en sábalos o trisas, cogiéndose un año con otro unos 6.000 con velos y zarampañas con el llamado tablonazo, que ponen en el molino denominado del Puente de Cartuja; a más cría la delicada y sabrosa trucha, la cabezuda liza, el gustoso aunque espinoso barbo, la larga, ligera y delgada anguila, el suave, sano y sumamente blanco albur, y la poca espinosa boga, con que infinitas ocasiones, suplen la falta de pescados, que niega el mar, en sus grandes alteraciones y temporales” (3). Aunque como vemos, la “coletilla” final es la misma, su descripción es de un inestimable valor, en cuanto que apunta la existencia en el curso bajo del Guadalete, en las inmediaciones del Puente y del Monasterio de La Cartuja, de especies que desde la década de los sesenta del siglo pasado ya no han vuelto a poblar sus aguas.



La pesca del sábalo y las zarampañas.

No cabe duda, leyendo a Portillo, de que el Guadalete fue en otros tiempos un río lleno de vida, con una rica fauna piscícola que desapareció de su curso bajo con la contaminación y la construcción de azudes y presas.

Por esta razón, la pesca, actividad tradicional a la que hasta finales de la década de los sesenta del siglo pasado se dedicaban muchos vecinos de La Corta y El Portal, ha dejado de ser una fuente de ingresos complementaria con la que contaban las familias que residían en estos lugares. La estampa que Joaquín Portillo nos presenta en 1847 pudo contemplarse también hasta hace algo apenas medio siglo, cuando se pescaban en el Guadalete lisas, sábalos, róbalos, anguilas y angulas… incluso corvinas, lenguados y palometas.

Atrás quedan los tiempos en los que más de 150 personas vivían directamente de la pesca. A mediados de los sesenta del siglo pasado treinta y seis familias tenían a su cargo otras tantas zarampañas (o zalampañas).

Este arte de pesca tradicional consistía en una gran red rectangular, dos de cuyos extremos se amarraban con cabos a sendos postes o árboles de una orilla del río, mientras que los otros dos eran elevados por medio de tornos situados en la orilla opuesta, cuando la red estaba llena. Los peces quedaban retenidos en una especie de bolsa en el centro de la red (zambullo). Colocando las barcas debajo de la misma y abriéndola, se recogía la “cosecha” de pescado. Lo recuerda el escritor Manuel Ruiz Lagos en Guadalete espejo oscuro: “…Guadalete, en sus efímeras y planas aguas, era el tiempo retenido en el reflejo, musitado en su leve oleaje que traía, de vez en vez, el aroma de la alta marea y el olor de los barros yodados de la bajamar. El crujir de la zarampaña, en cuyo vientre saltaban los sábalos futuros del adobo casero, atrapados junto a la vieja azucarera que, allá en el Portal, levantaba sus escuálidos muros, desmonte de una fábrica que quiso ser y no pudo”.



Los puestos donde se tendían las zarampañas (36 a partir de La Corta y hasta la desembocadura) eran subastados entre los pescadores por un periodo comprendido de noviembre a marzo, mientras duraba la veda. Durante esta época no faltaban en los mercados de Jerez pescados procedentes del Guadalete, que eran capturados, además de con la mencionada zarampaña, con otras artes como trasmallos, e incluso con cañas (4).

Con la construcción del azud móvil hace unos años se perdió la oportunidad de instalar escalas de peces que posibilitaran el remonte, río arriba, de las especies del estuario que ya no pueblan sus aguas. En todo caso, existe la posibilidad física de que la apertura de las compuertas pueda permitir que la fauna piscicola llegue al menos hasta La Corta, donde ya la represa existente supone una barrera infranqueable.



¿Volveremos a ver en el río las especies que mencionaba Joaquín Portillo en 1847? ¿Será el Guadalete, de nuevo, un bullir de lisas y sábalos, de anguilas y albures? Esperemos que así sea.

Para saber más:
(1) Clavero Salvador, Juan.: El Guadalete empieza a vivir. Campaña ciudadana para la recuperación de un río. Sevilla, 2004.
(2) Portillo, Joaquín.: Noches Jerezanas. Tomo Segundo. Imprenta de D. Juan Mallén. Jerez, 1839. pp. 165
(3) Portillo, Joaquín.: Concisos Recuerdos de Jerez de la Frontera. Año de 1847. Edición facsimil. B.U.C. Ayuntamiento de Jerez, 1992, p. 42.
(4) García Lázaro, A. : El Guadalete, Cuadernos de Jerez. Cuaderno del Profesor. Ayuntamiento de Jerez, 1989. pp.55-57.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

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Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 5/07/2015