25 julio 2018

Por Las Mesas de Santiago.
Un paseo al encuentro de una leyenda.




En una amplia meseta, elevada sobre el entorno circundante y rodeada por los pequeños valles de los arroyos que bajan desde la Sierra de Gibalbín, se encuentra el paraje de Mesas de Santiago.

Hemos llegado hasta aquí tomando la carretera que, desde la Torre de Melgarejo se dirige hasta la barriada rural de Gibalbín y en nuestro camino hemos dejado atrás las tierras de los cortijos de Arroyodulce, El Troval, Jara, Jarilla, Casablanquilla, Montecorto… La carretera discurre entre lomas sembradas de trigo o cubiertas de olivares, y va ganando altura, hasta llegar a Las Mesas, desde cuyos alrededores se divisa un amplio panorama.

En este lugar, cuyo nombre nos delata las características geomorfológicas del terreno, se ubicó la aldea y la torre medieval de Santiago de Fé, nombrada también en distintas fuentes documentales como de Fee o de Efé. Sus proximidades fueron el escenario, durante el siglo XII, de no pocas escaramuzas entre moros y cristianos, cuando estas tierras lo fueron de frontera. La historiografía jerezana elevó siempre estas inciertas refriegas a la categoría de hazañas, para mayor gloria de los caballeros que las protagonizaban. En algunos casos, como en el de las luchas fronterizas que



tuvieron por escenario los alrededores de Las Mesas, los episodios históricos fueron deformados hasta transformase en leyenda.

Con el Apóstol Santiago por los campos de Las Mesas.

Bartolomé Gutiérrez recuerda en su Historia de Xerez como durante el reinado de Fernando III el Santo, nada más y nada menos que el mismo Apóstol Santiago, acompañado de “caballeros ángeles” acudió en auxilio de las tropas cristianas cuando se batían en estos parajes con “la crecida multitud de la morisma”, a las que vencieron en desigual batalla gracias a la ayuda del cielo. Como testimonio señala que “…juraron muchos hombres de autoridad haber visto al Sto. Apóstol en un caballo blanco, en forma de un caballero con una seña blanca y una cruz roja en una mano, y en la otra una espada: y que andaban con él muchos caballeros de blanco y en el aire Ángeles; y lo mismo testificaron algunos moros” (1). El mismo autor nos indica que este milagro estuvo pintado hasta principios del siglo XVII en la fachada de la muralla de la Puerta de Santiago, hasta que se fue borrando con el tiempo.

Esté rincón de la campiña debía ser sin duda uno de los preferidos del santo Patrón de España para sus milagrosas apariciones ya que nuevamente, décadas después, volvió para socorrer a un



noble caballero de la ciudad. Gonzalo de Padilla cuenta en su Historia de Xerez de la Frontera las andanzas por estas tierras de Fernán Alonso de Mendoza, “pariente del señor rey Alfonso el Savio (sic) y su vasallo… que aviendo tenido noticia este caballero como en cierto sitio estaban cinco moros nobles y fuertes acogidos en una torre y aldea de donde salían a cavallo a hacer muchas hostilidades a los christianos que caminaban a Sevilla y otras partes, salió este dicho caballero Fernant Alfonso acompañado de otro tal cavallero a buscar estos cinco moros que lo habían llamado y desafiado”. Al parecer, su acompañante, ante lo dificultoso y arriesgado de la empresa trató de persuadirlo y se volvió a Jerez dejando solo a nuestro personaje que en su empeño de acabar con los infieles, se dirigió en su busca. “… Y llegando al sitio le salieron los dichos cinco moros armados y los recibió manejando su lanza adarga y cavallo con tal desembarazo y fortuna que de los primeros reencuentros mato los tres de ellos y a poco espacio venció los dos cayendo muertos de sus cavallos, y hallándose solo y confuso dando gracias a Dios se le apareció un caballero con armas no conocidas y una cruz roja en la mano y le dixo el daría fee de la batalla y desapareció trayéndose los cavallos y despojos ante el Rey que a la sazón estaba en la ciudad, y le dixo solo daría fee de la batalla el señor Santiago que le había ayudado y visto, por cuya razón le pusso por renombre a aquel sitio la aldea de Santiago de Fee”. (2)

Cuentan las crónicas que para conmemorar y premiar esta hazaña, el Rey don Alfonso hace entrega a Fernán Alonso de un privilegio en el que le hace donación de la aldea y le pide que levante una ermita dedicada al Apóstol Santiago…en la aldea de Fee con su titulo en sembransa e memoria de vos vencimiento e victoria Dios vos quiso conceder para vos, e vos doy la torre que en ella está e que en ella pongades vosa divisa de armas… e también vos doy treinta yugadas de tierra bagada en rodo della, lo qua vos doy para que mejor podades estar con casa poblada, con mujer e fijos e con la otra compaña que obiere…”. Este documento, fechado en 1270, es probablemente falso, según algunos autores. De lo que si hay constancia es de la existencia en estos parajes de una ermita, al menos desde 1392. (3)

       

Un cortijo centenario en un cruce antiguos caminos.



Si bien la primitiva aldea, con su torre y ermita, desapareció con el tiempo, Las Mesas de Santiago siguieron figurando como un núcleo rural con distintas edificaciones y cortijos. El lugar fue también desde antiguo una encrucijada de caminos donde confluían, entre otros, el que desde Jerez se dirigía a Bornos y a la Sierra (después de dejar atrás la Torre de Melgarejo) y el conocido como Cañada de Vicos o de Las Mesas que procedente de las tierras de Medina, cruzaba el Guadalete por La Cartuja, para pasar después por Lomopardo, Cuartillos, Vicos y Jédula y seguir luego, desde aquí, hacia la Sierra de Gibalbín. No es de extrañar que en Las Mesas, punto donde se cruzaban distintas vías pecuarias, se estableciese un descansadero para el ganado aprovechando también los diferentes pozos que en este lugar se encontraban, alimentados por las aguas que se retienen en el subsuelo, constituido aquí por estratos arenosos, ricos en calizas conchíferas, depositados durante el Plioceno.

Aún en la actualidad, puede verse alguno de estos viejos pozos, entre los olivares, herederos de aquellos que se excavaron en los siglos medievales y que sería necesario restaurar antes de su pérdida definitiva.



En esta zona de la campiña aún perviven hoy varios cortijos, entre los que destaca el de Las Mesas de Santiago, junto al cruce de caminos, cuyo caserío se emplaza, posiblemente, en el mismo paraje en el que se ubicó la aldea medieval. El topónimo de La Mesas ya figura en el amojonamiento del término de Jerez de 1274. De la misma manera, hay constancia documental de la existencia de una explotación agropecuaria en este lugar al menos desde comienzos del siglo XVI, cuando fue adquirido a sus propietarios, junto con las tierras circundantes, por el Monasterio de San Jerónimo de Bornos (3).

En torno al viejo cortijo hubo también diferentes edificaciones diseminadas, algunas de las cuales aún se conservan y que en su conjunto, debieron configurar un núcleo rural de considerable importancia. a juzgar por los datos de población del Nomenclátor estadístico de 1857, que asigna a Las Mesas de Santiago 247 habitantes figurando a la cabeza de los núcleos agrarios dispersos del término de Jerez. Progresivamente iría perdiendo población y en el Nomenclátor de 1923 su población se había reducido a la mitad (121 hab.).

A partir de la segunda mitad del siglo XX se redujo drásticamente a favor de otros núcleos cercanos como Torre de Melgarejo, Gibalbín, -cuya Sierra sirve de telón de fondo al norte- y Jédula, a los que se trasladarían sus antiguos pobladores.



Los edificios que hoy vemos en el cortijo son una muestra de la arquitectura popular del siglo XIX, con edificaciones de gran simplicidad y, a diferencia de la mayoría de las repartidas por otros rincones de la campiña, son de una sola planta. En la fachada principal, donde se encuentran las viviendas, se observan dos puertas que dan acceso a sendos patios independientes.




La primera, con unos curiosos remates, está techada por un tejadillo y coronada por una sencilla y antigua veleta.

La segunda está presidida por un azulejo devocional en el que se muestra una escena con San Isidro Labrador orando mientras unos ángeles labran la tierra.




Junto a la primera entrada, que debió ser la principal, puede observarse también una garita con funciones defensivas y de control, similar a las que hemos visto en otros cortijos del siglo XIX (Faín, San Andrés, el cercano de El Rizo…) y que aquí cobraría más sentido al tratarse de un paraje apartado (a 17 km de la ciudad) en un cruce de caminos, donde solían hacer un alto las diligencias y coches de caballos que cubrían el camino entre la Bahía, Jerez y las poblaciones de la Sierra de Cádiz. De este cortijo nos habla Frasquita Larrea, la escritora gaditana madre de Fernán Caballero, quién en su “Diario” relata como en un viaje que realiza en 1824 desde El Puerto a Bornos, descansa en el Cortijo de Las Mesas alabando también el buen estado del camino ente Jerez y este lugar. (4)

Junto a las casas principales del cortijo destaca el edificio del granero, con cubierta a dos aguas, algo más alto que los demás. En naves separadas, y más alejadas del camino, se encuentran la “casa de máquinas” y el almacén. Las gañanías se ubicaban en una nave alargada, que llama la atención en la parte trasera del cortijo, por la gran longitud de su planta (5).



Cada vez que paseamos por este rincón de la campiña, por estos caminos tan poco transitados que discurren entre sembrados de cereal y entre lomas de olivares, recordamos entre las soledades de estos hermosos paisajes las antiguas refriegas de moros y cristianos y nos parece entrever, las huestes angelicales del apóstol Santiago cabalgando entre los olivos rumbo a la leyenda.

Para saber más:
(1) Gutiérrez, Bartolomé.: Historia del estado presente y antiguo de la mui noble y mui leal ciudad de Xerez de la Frontera, Jerez, 1989, vol I P. 45.
(2) Gonzalo de Padilla.: Historia de Jerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI). Ed. de Juan Abellán Pérez. Agrija Ediciones 2008., pp.. 87-89.
(3) Martín Gutiérrez, E.: La identidad rural de Jerez de la Frontera Territorio y poblamiento durante la Baja Edad media. Universidad de Cádiz. 2003, pg. 101
(4) Francisca Larrea. Diario. Graficas el Exportador. Jerez, 1985. Ed. Asoc. de Amigos de Bornos.
(5) VV.AA.: Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Cádiz. Junta de Andalucía. Consejería de Obras Públicas y transportes. 2002


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto.  Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Sobre Cortijos Viñas y Haciendas y Paisajes con Historia "entornoajerez" hemos publicado también...

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 01/02/2015

08 julio 2018

Las Salinillas de Vicos.
Un paraje singular entre cerros de albariza.




A Paco Giles y Santiago Valiente, “maestros salineros”

En estas páginas en las que recorremos los rincones de la campiña “en torno a Jerez”, nos hemos ocupado en distintas ocasiones de las pequeñas lagunas o humedales salobres, donde “cuaja la sal”, que encontramos repartidas por nuestro término. Para ello hemos dedicado artículos a las Salinillas de Estella del Marqués, a las Salinas de Fortuna situadas entre los cortijos de Doña Benita y La Matanza o las Salinillas de Santo Domingo, junto a la carretera del Calvario (1), por citar sólo algunas. Hoy, en este recorrido por la geografía de las pequeñas salinas de interior, les proponemos una visita a un lugar poco conocido donde se encuentran las Salinillas de Vicos, también conocidas como Salinillas de Jédula.

Un escondido paraje.

Si bien las fuentes documentales que se refieren a él son escasas, este paraje con el nombre de Salinillas de Vicos, figura ya en el Plano Parcelario del término de Jerez, elaborado en 1904 por A. López-Cepero (4). Aunque está situado en las proximidades de Vicos y Jédula no se



muestra fácilmente a los ojos del paseante. Y ello es debido a que se encuentra rodeado por pequeños cerros que ocultan su vista a quienes transitan por la carretera de Arcos o por la Cañada de Vicos o de las Mesas, que discurren a penas a 1 km de este lugar.

Al norte lo protegen las lomas de albarizas del cerro de Monte Corto (117 m) y Cerro Blanco (154 m), donde se encuentra el cortijo de Monte Corto Alto. Al oeste, el de Rodahuevos (118 m) y al sur los cerros de Totanlán (117 m) y Totanlancillo (118 m) colindantes con la carretera de Arcos junto a la que despuntan frente a los llanos del cortijo de Vicos. Tan sólo hacia levante se abre un poco este rincón dejando paso al arroyo que cruza las salinillas, un pequeño curso sin nombre que se forma por la confluencia de los que bajan de los citados cerros y se explaya a los pies de la pequeña garganta que se forma entre los mencionados cerros. Se trata, en todo caso, de pequeños cursos de agua tributarios del Arroyo de Montecorto que lo es a su vez del Salado de Caulina, en el que desagua junto al cortijo de Jarilla Jareta.

Las Salinillas de Vicos o de Jédula.



Llegamos a las Salinillas desde la autovía de Jerez-Arcos, tomando la salida que conduce al cortijo de Vicos. Una rotonda nos desvía entonces hacia Jédula y a la Vía Pecuaria, dirección esta última que será la que tomemos. Se trata de la Cañada de Vicos o de las Mesas, un camino -tal vez milenario, como veremos- que conduce hacia Gibalbín pasando por las Mesas de Santiago.

Lamentablemente, en muchos de sus tramos, los márgenes de la cañada han sido ocupados, para instalar huertos y casetas que se extiende casi hasta el cortijo de Campo Real. En su tramo inicial, el camino deja a la derecha antiguas instalaciones de la Yeguada Militar, hoy abandonadas, y a la izquierda las pronunciadas laderas de la falda este del Cerro de Totanlán en el que se han venido realizando, años atrás, trabajos de repoblación forestal -sin mucho éxito-para frenar la fuerte erosión de estas lomas.



A unos 600 m nos llama la atención a la izquierda, en las laderas del cerro, una profunda cárcava excavada por las aguas de lluvia que por aquí se canalizan y que llegan a formar a sus pies una gran lámina de agua que inunda el camino, cuando aquellas son copiosas. En sus proximidades, en el lado derecho de la cañada, aflora una pequeña surgencia en el interior de los terrenos militares, en torno a la cual está presente la vegetación propia de los suelos húmedos.

Delatada por el color blanquecino de su fondo y por las plantas propias de los suelos salobres que crecen en su perímetro, como las salicornias, esta pequeña laguna estacional es también conocida como La Salinilla de Vicos o de Jédula, aunque nosotros preferimos reservar este nombre para el siguiente paraje -menos conocido- que visitaremos.

En los meses del estío, los limos blanquecinos de la albariza arrastrada por las escorrentías de las laderas del cerro que constituyen su fondo, se cubren de un delgado velo de sal que desaparece con las primeras lluvias. En el lecho de esta pequeña laguna y en sus laderas, “se han documentado fragmentos cerámicos del Bronce Final y Orientalizante junto a otros a torno de época medieval” lo que testimonia la utilización de los recursos que proporcionaba este espacio desde tiempos remotos (3).



Siguiendo nuestro camino por la vía pecuaria y dejando atrás este paraje, observaremos que unos 300 m más adelante, el paisaje se abre a la izquierda mostrándonos el pequeño valle por el que discurre en dirección oeste el Arroyo de Monte Corto Bajo. En este punto, abandonaremos la cañada desviándonos a la izquierda por un estrecho sendero que discurre a los pies del cerro de Totanlán. Tras superar un pequeño collado veremos frente a nosotros el paraje de Las Salinillas, al que llegaremos tras recorrer apenas un km. desde que dejamos la cañada.

En nuestro camino se divisa a la derecha, entre cerros sembrados de girasol y cereal, el cortijo de Montecorto Bajo, que da nombre al arroyo. Bajo las lomas de su margen derecha se trazó el conocido como “túnel de Jédula”, una obra de más de 4 km que atraviesa un canal de riego que asoma en el cortijo de Montecorto, y que permitió llevar el agua del pantano de Guadalcacín a los llanos de Caulina a través de los sifones de la Junta de los Ríos (4).

Después de un corto paseo, el paisaje se abre formándose un llano entre los cerros en el que desaguan varios arroyos que bajan desde Cerro Blanco y desde las laderas de los cerros de Totanlán y Totanlancillo, a cuyos pies nos encontramos. Si visitamos estos parajes en primavera, disfrutaremos del verdor de estas lomas, donde crecen también espinos, acebuches, coscojas, aladiernos, peruétanos… y, sobre todo, del de las orillas de estos arroyos, pobladas de tarajes que por algunos lugares llegar a formar pequeños bosquetes.

En verano, apenas un hilo de agua corre por su cauce que, por algunos rincones, se extiende en amplias zonas llanas y nos muestra en la base de los cerros curiosas formas erosivas en la



roca albariza
en las que los amantes de la geología podrán realizar curiosas observaciones. Caminando por la orilla, aguas arriba, podemos remontar el arroyo hasta su cabecera en un corto paseo de algo más de un km, donde una pequeña surgencia aporta en verano un mínimo caudal. A medida que avanzamos, el valle se encajona entre los cerros y se estrecha, formando pequeños meandros en los que la erosión fluvial ha labrado caprichosas formas en sus laderas.



En la estación seca, una lámina blanquecina cubre los depósitos de lodos que se extienden a las orillas del cauce, delatando el carácter salobre de sus aguas. Con todo, la concentración salina de estos arroyos es menor que la que apreciamos en otros parajes salinos de la campiña jerezana (Las Salinillas de Santo Domingo, Las Salinillas de Estella del Marqués, Las Salinas de Fortuna…) y de las que nos hemos ocupado en estas páginas (5). Por esta razón, aunque una tenue película blanca recubra las orillas y el lecho del arroyo, solo cuaja la sal de una manera llamativa en algunos puntos donde se ha retenido mayor cantidad de agua. En todo caso, el paseante curioso, podrá observar cómo se visten de blanco los tallos de la vegetación de las orillas o como se forman curiosas figuras en el lecho cuarteado del arroyo cubiertas por una delicada capa blanca.



La sal forma pequeños grumos sobre antiguas traviesas de ferrocarril que llaman la atención desperdigadas por distintos rincones de este paraje. Proceden del desmontaje de la antigua traza del Ferrocarril de la Sierra que pasaba por el cercano cortijo de Monte Corto Bajo, y fueron utilizadas para los cercados de las viñas de Cerro Blanco, siendo arrastradas por las aguas torrenciales tras erosionar las laderas.

Esta circunstancia -la erosión tras la puesta en cultivo de estas lomas que antaño estuvieron cubiertas de monte bajo- ha hecho también que, en las últimas décadas, según testimonios orales de vecinos y pastores de la zona, los arrastres de tierra por el arroyo hayan disminuido y enmascarado los depósitos salinos.

Con respecto a su posible explotación no poseemos datos, pero dudamos de que, por las razones comentadas, la sal pudiera ser extraída de manera regular como si se hizo en las Salinillas de la carretera del Calvario o en las de Fortuna, junto a Doña Benita.



Creemos que, en todo caso, tal vez se pudo hacer un uso muy puntual de los pequeños depósitos de sal para la extracción ocasional de pequeñas cantidades por parte de los habitantes de enclaves rurales cercanos, así como para uso ganadero. Aunque no han quedado testimonios documentales de ello, es posible que en tiempos remotos Las Salinillas tuviesen algún tipo de aprovechamiento a juzgar por los restos de cerámica que se observan en sus alrededores, y por los diferentes asentamientos rurales que desde la antigüedad y los siglos medievales se hallaban en su entorno cercano.

Un paraje con historia.



En las cercanías de Las Salinillas de Vicos, existen no pocos enclaves de interés, algunos de los cuales han sido ocupados desde la antigüedad. Por citar sólo los más cercanos, en un radio de 2 km se encuentran los cortijos de Vicos, Montecorto, Campo Real o la población de Jédula, lugar este último con yacimientos romanos y huellas de presencia andalusí (6). A 3 km se ubica La Peñuela, con restos romanos y tardo-romanos (7), y a unos 5 Km Mesas de Santiago, cortijo de Jara y Encinar de Vicos, todos ellos con importantes vestigios de época antigua y medieval.

El enclave de Vicos, muy cercano a Las Salinillas, de donde toma su nombre, tiene ya en su topónimo sugerentes vinculaciones con la posible presencia romana en la zona. Derivado del sustantivo latino Vicus, y con el significado de pago, aldea o cortijo, apunta ya a la ocupación antigua de este territorio, cuyo nombre se ha mantenido desde los primeros días de la conquista tal como queda recogido en las fuentes escritas castellanas (8).

Junto a la presencia romana, destaca especialmente la ocupación andalusí de este territorio en el que debieron existir distintas alquerías de las que dependían las pequeñas propiedades rústicas (“maysar”): los machares o cortijos andalusíes (9). Algunos de sus nombres han llegado hasta nosotros y figuran ya en el documento de deslinde de términos entre Jerez y Arcos, aprobado por Alfonso X en 1274. Son los de Machar Xebut, Machar Almidax (“camino trillado”) y Machar Allha, (próximos todos a la zona del actual cortijo de Vicos y a Jédula), así como el de Machar Haní (“lugar verdeante, o de color verde intenso”) más cercano al término de Arcos y en el mismo sector (10). Junto a la aldea de Vicos, el más cercano a Las Salinillas debió ser el de Machar Almidax del sabemos que lindaba con Vicos al que estaba estaba unido por un camino: “la carrera que ba de Mathaz Almida por Vico”. Luis Iglesias García plantea su posible emplazamiento en el actual cortijo de Campo Real (11). Con respecto a Machar Xebut, Astillero Ramos sugiere su ubicación en las cercanas tierras de los actuales cortijos de Casa Blanca y Albardén (12).



Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que estos parajes estuvieron poblados y bien comunicados. Por sus cercanías pasaba también una importante vía de comunicación en la época andalusí que unía Algeciras con Sevilla, tal como describe al-Idrisi en el siglo XII. Procedente de Medina Sidonia, cruzaba el Guadalete y se dirigía hacia Gibalbín para llegar después a Torres de Alocaz, desde donde continuaba hasta Sevilla (13). Un camino similar al seguido cuatro siglos antes por Musa Ibn Nusayr que, a decir del historiador F. Hernández, entre Medina y Alocaz, iría por el camino viejo de Arcos, yendo a cruzar el Guadalete por el Vado de Sera (Torrecera), desde el que se proseguiría hasta el Puerto de Las Palmas (entre Las Salinillas y Jédula), para dirigirse desde aquí por la antigua Venta del Cantero (Gibalbín) hasta Alocaz (14).



Cuando regresamos de nuestra visita a Las Salinillas, dejando atrás los paisajes y la historia de este poco conocido rincón de nuestra campiña, subimos hasta el Cerro de Totanlán desde el que obtenemos unas magníficas vistas de este singular paraje. Que tengan ustedes buen verano.

Para saber más:
(1) Sobre otras salinas y salinillas en la campiña de jerez puede consultarse: García Lázaro, J. y A.:Las Salinillas de la carretera del Calvario”. Diario de Jerez, 19 de junio de 2016. "Salinas con historia junto a Estella del Marqués", Diario de Jerez, 28 de junio de 2015; "Las Salinas de Fortuna. Un rincón desconocido de nuestra campiña", Diario de Jerez, 2 de julio de 2017.
(2) López-Cepero, Adolfo.: Plano Parcelario del término de Jerez de la Frontera. Dedicado al Excmo. Sr. D. Pedro Guerrero y Castro y al Sr. D. Patricio Garvey y Capdepón. 1904. patrocinadores del proyecto, por D. Adolfo López-Cepero, Año de 1904. Escala 1:25.000.
(3) Santiago Valiente Cánovas, S., Giles Pacheco, F., Gutiérrez López, J.M., Reinoso del Río, Mª C. y Giles Guzmán, F.:Humedales salobres como fuente de extracción de sal en jerez de la frontera y su entorno: Cortijo de Salinillas y “Las Salinillas” de Estella del Marqués”, en línea [https://www.academia.edu/35517485/Humedales_salobres_como_fuente_de_extracci%C3%B3n_de_sal_en_Jerez_de_la_Frontera_y_su_entorno_Cortijo_de_Salinillas_y_Las_Salinillas_de_Estella_del_Marqu%C3%A9s]; consulta realizada el 04/07/2018.
(4) Sobre el túnel de Jédula puede verse García Lázaro, J. y A.:El acueducto de la Canaleja: una pequeña obra con un gran valor, Diario de Jerez, 22 de febrero de 2014. De los mismos autores, véase también "Tras las huellas de una histórica "Matanza". Por tierras de Jédula", Diario de Jerez, 5 de febrero de 2017.
(5) Ver referencias en nota 1.
(6) Sobré los yacimientos arqueológicos de Jédula puede consultarse Carta Arqueológica del término municipal de Arcos de la frontera, 2009, Vol. I, pp. 51 y 58. Véase también, Astillero Ramos J.M.: “La formación del término de Arcos de la Frontera: 1249-1544”, en M. González Jiménez y R. Sánchez Saus (coord.), Arcos y el nacimiento de la frontera andaluza (1264-1330), Ed. UCA, Ed. Universidad de Sevilla, Ayuntamiento de Arcos de la Frontera, 2016, p.134.
(7) Rodríguez Oliva, P.: La caja de sarcófago decorada de "La Peñuela". Museo Arqueológico Municipal de Jerez/Asociación de Amigos del Museo. La pieza del mes, 21 de marzo de 2015. En línea [http://www.jerez.es/fileadmin/Image_Archive/Museo/LA_CAJA_DE_SARCOFAGO_DE_LA_PENUELA.pdf], consulta realizada el 04/07/2018.
(8) Martínez Ruiz, Juan: “Toponimia gaditana del siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII. Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de a muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pp. 100-101; Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media”, HID, 30 (2003), p. 282.; Gordón Peral. Mª D.: “Toponimia e Historia. Estudio histórico-lingüístico de los nombres de lugar de Marchena”. En Actas de las XIII Jornadas Sobre Historia de Marchena. Marchena. Ayuntamiento de Marchena. 2009, p.27; González Jiménez, M. (Ed), Diplomatario andaluz de Alfonso X, El Monte, Caja de Huelva y Sevilla, 1991. Doc. 416, pp. 440-443.
(9) Gutiérrez López, J.Mª y Martínez Enamorado, V.: “Matrera (Villamartín): una fortaleza andalusí en el alfoz de Arcos”. I Congreso de Historia de Arcos de la Frontera. Ayuntamiento de Arcos, 2003, p. 114-115.
(10) González Jiménez, M. (Ed), Diplomatario… pp. 440-443.; Martín Gutiérrez, E.:Análisis de la toponimia… op. cit., pp. 278-279; Martín Gutiérrez, E.: La organización del Paisaje Rural durante la Baja Edad Media. El ejemplo de Jerez de la Frontera. Universidad de Sevilla-Universidad de Cádiz. 2004. Pp. 171, 278-279.
(11) Iglesias García, L.: Jerez durante la baja Edad Media: transformaciones territoriales. Revista de Historia de Jerez, 19 (2016) 37-70. p 51.
(12) Astillero Ramos J.M.: “La formación del término de Arcos de la Frontera: 1249-1544”, en M. González Jiménez y R. Sánchez Saus (coord.), Arcos y el nacimiento de la frontera andaluza (1264-1330), Ed. UCA, Ed. Universidad de Sevilla, Ayuntamiento de Arcos de la Frontera, 2016, p.135.
(13) Abellán Pérez, J.: La cora de Sidonia, Málaga, 2004, p.34-35 Abellán Pérez, J.: “Las vías de comunicación gaditanas en el siglo XIII”, en Cádiz en el siglo XIII. Actas de las Jornadas conmemorativas del VII centenario de a muerte de Alfonso X el Sabio, Cádiz, 1983, pp. 128-129.
(14) Abellán Pérez, J.: La cora… p. 40; Abellán Pérez, J.: “Las vías de comunicación… p.132.


Observación: situando el cursor sobre una fotografía, podremos leer el pie de foto. Si pulsamos sobre cualquiera de ellas, podrán verse todas a pantalla completa.

Para ver más temas relacionados con éste puedes consultar: Geología y paisajes, Lagunas y humedales, Paisajes con historia, Parajes naturales.

Artículo publicado en DIARIO DE JEREZ, el 8/07/2018